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Poemas de Margarita García Alonso

Poemas de Margarita García Alonso

Tengo el privilegio de poder decir que soy amigo de Margarita García Alonso. La conocí cuando ella trabajaba en la revista Somos Jóvenes, perteneciente a la Casa Editora Abril y yo era parte de Alma Máter. No sé cómo nos fuimos acercando, pero en un momento dado se convirtió en una de las personas con las que por aquella época, fines de los ochenta e inicios de los noventa, más gusto me daba en conversar.

Es que con esta colega de profesión se podía hablar de lo humano y lo divino. Todavía recuerdo nuestras largas charlas sobre filosofía, en las que la solidez conceptual de sus conocimientos siempre me maravillaba.

Empero, lo que más admiraba de Margarita García Alonso en esos lejanos años era la tan hermosa relación que mantenía con su hija Laura, una niña encantadora y que mi amiga llevaba con ella a cuanto sitio fuese, como las largas tertulias que celebrábamos en la vivienda de otra de las hermanas que me ha regalado la vida: Tania Chappi Docurro.

Me parece que fue ayer cuando en 1992 mi amiga Margarita se fue a vivir a Francia. Desde entonces no hemos vuelto a dialogar y nuestros intercambios han sido solo virtuales. Gracias a Internet, sé que esta poeta, periodista, pintora, grafista e ilustradora es Miembro de la Organización Internacional de Cyber Periodistas.

Igualmente, puedo escribir aquí que antes de su salida de Cuba había publicado los poemarios Sustos de muchacha, Ediciones Vigía, y Cuaderno del Moro, en la Editora Letras Cubanas. Al pasar a residir en Francia, ella ha ganado premios en diversos concursos literarios. Así, fue laureada en la Taberna de poetas francesa, y publicada por Yvelinesédition, en marzo 2006. También ha dado a la luz pública títulos como El centeno que corta el aire (Editorial Betania) y MaldicionarioMar de la ManchaLa aguja en la manzanaLa costurera de MalasañaCuaderno de la herboristaBreviario de margaritasCuaderno de la vieja negra y Zupia, (todos estos a través de su proyecto Ediciones Hoy no he visto el paraíso).

En otra arista de su intenso quehacer, en el 2005 ilustró el libro de teatro A ciegas, de Laura Ruiz; y el poemario Nouvelles de Dan Leuteneger, Collection Emeutes. Igualmente, ha intervenido en numerosas exposiciones en países como Francia, Polonia, España, Colombia y tradujo el libro Justo un poco de amor, de la poetisa Florence Isacc.

Para Miradas Desde Adentro resulta un placer reproducir algunos textos de esta poeta matancera, cubana y universal que, en lo personal, es amiga de quien esto escribe.

ALMAS PERDIDAS

Salud almas perdidas, ambiciosos

e impúdicos viajeros en la noche del caos.

Cuentas de paciencia trazan manantiales de dedos.

Los que partieron no ven la derrota

que provoca andar en razón, lucidamente loca,

en la esquina donde orinan los perros.

Ingrato maquillaje de situación extrema

acurrucada en un país increíblemente desierto.

El caballo tapizado de flechas,

con el ombligo presto a prolongar el tiempo.

Que visitantes de pasada, escupitajos

reiteración de hombre que va, de hombre que viene,

desesperado, por camino de no ser.

El alma perdida en el bosque, de ojos hacia fuera

de vientre y tripas hacia fuera

donde comen, tranquilamente, ciertos carroñeros

disfrazados de pájaros negros.

LOBA

He olvidado cerrar una casa lejana, una puerta.

La loba existe pues la miran

impaciente espera un bosque pequeñísimo,

las entrañas que nombran a la extranjera.

En mi cabeza, entre mallas tejidas por herreros de forja

verbos decadentes y un brutal estruendo que

me arranca la lengua.

Mi madre heredó el cepillo lacerante y trenza

la conversación que tenemos una vez cuando hay dinero

en un escalofriante teléfono de ocasión.

Están mis oídos con la letanía de un himno:

fetos inacabados de una tarde de carnaval

calcinan en el banquete a una isla.

Son como muertos animados de venganza.

En las costas de la Mancha, envuelta en un suave papel

la extranjera camina como barco en el horizonte.

Las brumas golpean un vestido en fino hilo bordado

por una anciana que recuerda cuando nací

en ese pueblo de la colina, de una isla perdida

jamás en la ausencia de mundo.

Poemas de Abel González Melo

Poemas de Abel González Melo

A la familia de Abel González Melo me une una larga amistad. Fui alumno de su abuela (Mercedes Pereira) y de su madre (Mercedes Melo) en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana cuando él era un niño casi recién llegado al mundo. Después he sido testigo del impetuoso desarrollo como creador que ha tenido este habanero nacido allá por 1980 y graduado de Teatrología en el Instituto Superior de Arte.

Aunque muchos solo conocen al Abel teatrista, hay que decir que él también ha incursionado exitosamente en la narrativa, la poesía y la crítica. Así, por ejemplo, en 1998 fue galardonado con el premio Calendario en la categoría de cuento con su libro Memorias de cera. Y en 1999 fue mención en el concurso de cuento de La Gaceta.

Hoy en Miradas Desde Adentro damos una muestra del Abel González Melo poeta, para promover esa zona de su quehacer literario.

EMANCIPACIÓN DEL EGO

Ese sol que en los siglos clamaba por mi ausencia

hoy departe con nubes de antiguos alaridos.

Las nubes no me aman.

En el último estrato de este cuento

nada es válido,

ni se encuentra en mí un recodo de real valía.

Los que gritan que me han visto

y que en mis valles descubrieron algas

y que ante el cielo expusieron mis ovejas,

aún no existen.

Desaparecieron los de pecho torpe,

los que adoraban mi pulgar por un centavo,

los que fluían por mis grietas y engordaban en mi celda favorita.

No sé por qué sólo los pobres se resguardan en mí,

o dicen que la imagen de mi engaño es descarnadacuando hace lustros pernoctaban en su espera.

No sé en qué aroma

o de qué coágulo nace la idea de esta visión aciaga:

lo cierto es que el perfume me adormece

y es carmín el ardor de mis mejillas.

Veo sensato apenas lo que escucho ahora,

lo que pruebo,

lo que mis dientes cortan con furor de abeja.

Extraño aquel sitio aunque lo note lejos:

la adquisición de espacios era allí espada y ópaloy este día,

el de ahora,

trae el suspiro del escaso rincónque surte la guarida.

No soy viejo.

No quiero ser viejo.

A duras penas hiedo en las horas que no escucho un trinar o no siento el viento,

viento más que otra cosa,

viento que me devuelve al campanarioy tañe la melodía del regreso.

Del espacio añorado.

Del vivir otra vez.

De eso que susurra mientras hierve.

FÁBULA PARA NO VOLVER

Si quieren que de este mundo

Lleve una memoria grata,

Nadie distinga en mi bata

Que soy leve y tremebundo.

Vivo con un no rotundo

Rasgado tras mi garganta.

Sólo lo que es bello y canta

Me complace, y en la aurora

Me vuelvo ingenua pintora

Que pinta mientras se espanta.

El retrato, complaciente

Con la imagen del olvido,

Me consume y en su nido

Simulácrido, excluyente,

Recrea un orbe impaciente.

Caigo erizada cual gata.

Todo es níveo. Todo es nata.

Y, por si acaso me inundo,

Llevaré, padre profundo,

Tu cabellera de plata.

Si quieren, por gran favor,

Que lleve más, llevaré

Lo que es otoño en mi fe:

Tez de añoranza y temor.

Ahora sombra y candor

Se truecan en mi descenso.

Distingo estrépito intenso.

Lid vehemente es la algazara.

Nadie me explica o me encara:

No hay puertas para el ascenso.

Antes del lacio reposo

Se exhibe mi opaca enagua

Sobre un pizarrón de agua.

Tibio y poroso leproso

Me toca impávido. Rozo

La imagen azul: seré

Duplicado en lo que amé,

Doble de mi sed mayor:

La copia que hizo el pintor

De la hermana que adoré.

Si quieren que a la otra vida

Me lleve todo un tesoro,

Me esculpiré. Frágil coro

Cala en la escara encendida.

Punge en mi vientre la herida

Lúgubre del mal que espero.

Busca un pulgar asidero

Sobre el mural trascendente

Del tubo espeso y caliente

Donde renazco o me muero.

Terco temblor tormentoso

Me expulsa otra vez al campo

De los pinceles. Estampo

Recias figuras de gozo.

¡Ya no soy mujer, soy mozo!

Mas, sumido en lo que añoro,

Descubro entre pelo y poro

Fiera escafandra perdida:

¡Llevo la trenza escondida

Que guardo en mi caja de oro!

Eusebio Leal Spengler: ¡Gracias Maestro!

Eusebio Leal Spengler: ¡Gracias Maestro!

Eusebio Leal Spengler

El diario Granma fue el primero en informarlo: Se nos fue El Sabio Eusebio Leal Spengler a los 77 años de edad, tras una larga batalla contra el cáncer. Si me pidiesen definirlo en una oración, yo diría que él fue maestro de varias generaciones y custodio fiel de la memoria de la nación toda.

Eusebio Leal Spengler

Tenía el don de la palabra, había entrenado sus virtudes como orador (para mi gusto, el mejor que he escuchado) y por ello podía hablar como nadie acerca de los grandes temas de la historia de Cuba. La temida y esperada noticia de su muerte ha hecho que muchos escribamos sobre él y lo que representa en nuestro más reciente devenir. 

En dicho sentido, me parece que no exagero en lo más mínimo al asegurar que en este país todo el mundo lo conoce y de un modo u otro lo recordará como una de las figuras fundamentales de las últimas décadas en la vida de Cuba. 

Ramón Navarro Herrera, amigo que se desempeña como guía de turismo, ha escrito en su perfil de Facebook una idea que me parece interesante resaltar:

“Los guías de turismo hemos perdido nuestro mejor amigo, nuestro guía de guías, será recordado y alabado por toda la vida, no solo por los cubanos por todo el que visite la Habana y quiera saber algo de Cuba, sus logros están no solo en el casco histórico, en toda la historia de nuestra ciudad y la nación.”

Un repaso por la biografía de Eusebio Leal Spengler nos recuerda que nació en La Habana el 11 de septiembre de 1942. De formación autodidacta, a los 16 años comenzó a trabajar en el gobierno municipal donde alcanzó el nivel de sexto grado. Acogido como pupilo por el historiador Emilio Roig, quien le  orientó en su vocación por la Historia, Leal Spengler fue continuador de lo iniciado por su querido profesor y primer historiador de la capital de todos los cubanos.

Sin haber obtenido oficialmente más nivel escolar que el sexto grado y, luego de una auto preparación,  presentó exámenes de suficiencia académica en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, donde pudo cursar la Licenciatura en Historia en 1974, carrera que finalizó en 1979. Por ese camino, llegó a ser Doctor en Ciencias Históricas y Maestro en Ciencias Arqueológicas, Historiador de la Ciudad y Director del Programa de Restauración del Patrimonio de la Humanidad. Empero, todo eso se resume en que, como nadie, sobresalió durante décadas por su trabajo en pro de la dirección de las obras de restauración del Casco Histórico de La Habana, zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982.

No se dice nada nuevo al expresar que como director del Museo de la Ciudad y de la Oficina del Historiador, Leal Spengler jugó un papel decisivo en la preservación de los valores arquitectónicos de La Habana, con importantes obras a su cargo, como la restauración de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, Castillo de los Tres Reyes de El Morro, el Palacio de los Capitanes Generales y el Capitolio, edificaciones todas ubicadas en La Habana Vieja.

No por gusto uno puede llegar a considerar que con la muerte de este habanero de pura cepa, La Habana se ha quedado huérfana, sin el hombre que —contra viento y marea— la mimó cual un padre amoroso y ejemplar. Ojalá que los que tengan que continuar su quehacer resulten portadores, aunque sea en una parte fragmentada, de la extraordinaria sabiduría, la total entrega al trabajo y el noble ejercicio del servicio incondicional al pueblo que tipificaron la trayectoria y la obra de Eusebio Leal Spengler.

Poemas de Yamil Díaz

Poemas de Yamil Díaz

Conocí a Yamir Díaz Gómez(Santa Clara, 1971) hace alrededor de treinta años. Por entonces yo trabajaba en la revista Alma Máter y él cursaba la carrera de periodismo en la Universidad de La Habana. Me parece que fue ayer cuando un día Yamir se nos apareció en la redacción de la publicación a proponernos una colaboración. Desde entonces he seguido su quehacer, ya fuese como periodista, editor, promotor cultural, estudioso de la obra de José Martí y sobre todo, como el excelente poeta que es. 

Entre sus libros pueden mencionarse Apuntes de Mambrú (1993), Soldado desconocido (2001), Fotógrafo en posguerra (2004), que integran una trilogía aparecida en tomo único bajo el título de La guerra queda lejos (2006, 2009), además del folleto El flautista en la cruz (2000) y el poemario para niños En el buzón del jardín (1999, 2002, 2013).

Hoy quiero proponer algunos viejos poemas de este santaclareño y que disfruto muchísimo cada vez que vuelvo a leer. Ojalá que los seguidores de Miradas Desde Adentro disfruten como yo con la obra de alguien al que respeto por su quehacer intelectual y que además es un buen amigo.

Poesía de Yamir Díaz

EL SOLDADITO DE PLOMO


…fue una caída terrible. Quedó clavado de cabeza entre los adoquines…
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .H. C. ANDERSEN

No vendrás al abismo en que me postro,
porque eres de papel: no has existido.
No escucharás mi último latido,
ni habrá más polizones en tu rostro.

Amada, a causa de mi desconsuelo
todo cae, todo flota, todo yerra.
Ahora el cielo ha bajado hasta la Tierra,
y la Tierra ha subido rumbo al cielo.

Mi humilde eternidad ya no reposa,
porque sé que la muerte no te roza.
Y —aunque el cielo te brinda sus candiles
herido por mi única estocada—
voy descubriendo que la muerte, Amada,
es cruel hasta en los cuentos infantiles.

Muero. Y un espejismo me promete
anunciar a las puertas de palacio 
que un soldado te aguarda en el Espacio
clavado como un Cristo de juguete.

Voy cerrando los ojos, con tal gozo
que detrás de mis párpados te miro,
que lo perenne cabe en un suspiro,
y es otro el cuento, mucho más hermoso.

A este trozo de plomo y remembranzas
le late un corazón porque tú danzas,
porque eres todo lo que hay esta vez,
porque das a un soldado la certeza
de que es bueno pararse de cabeza
cuando todo en el mundo está al revés.

Pero no tengo ya dónde ni cómo
ganar mi apuesta a la melancolía;
pues no vas a morir, amada mía,
a pesar de estas lágrimas de plomo.

Ahora el duende repite sordo, cruel,
que hay una bailarina suspendida
a salvo de la muerte y de la vida.
¡Ay!, mi novia no existe: es de papel.

Amada, ¿te me has vuelto colibrí?
Me he quedado sin quién, sin qué, sin cuándo,
sin más amparo que mi frenesí.

Voy muriendo de un golpe oculto, blando.
Y he cerrado mis ojos, preguntando
cómo será la eternidad sin ti.

LETANÍA MENOR PARA TU MANO

Estoy leyendo el último periódico del siglo,
y llegas tú.
Y tu mano derriba las noticias
y tu mano me toma de la mano.
Soy un niño perdido
en la dulce emboscada de tu mano.

Más allá de tu mano no hay relámpagos,
no existe la palabra nomeolvides
ni cosa tan real como la sombra de tu mano.
Ahora todos mis versos terminan en tu mano
porque yo estoy escrito en las líneas de tu mano.

Yo voto con tu mano.
Aplaudo con tu mano.
Me refugio en tu mano por si mañana Dios está más lejos.

Donde acaba tu mano comienzan las preguntas.
¿Qué será de la lluvia sin tu mano?

Sólo tengo tu mano contra el espanto y la rutina.
Tu mano que me escribe;
tu mano que me toma de la mano,
que me deja perdido en un poema
donde yo estoy leyendo el último periódico del siglo,
y llegas tú.

EL NACIMIENTO DE MAMBRÚ

Te llamarás Mambrú. Tu doble irá a la guerra,

y los dos cantaremos qué dolor

cuando pasen los soldados sobre el puente.

Ya lo sabrás, Mambrú: 

los soldados se matan por un rey al que no han visto respirar;

la guerra queda lejos.

Qué dolor: el pañuelo jadeante de la novia,

el pañuelo que silba junto al tren,

y el tren se arrastra sobre el puente de los tristes.

La historia queda lejos. Qué dolor:

esa novia que gime no es la historia.

Y la muchacha que olvidó nacer a la hora precisa

para aplaudir al padre que nunca volverá,

y esos soldados que pasan, nunca fueron la historia.

Tú has nacido en el puente de los tristes.

En este sitio, nacer no es derramarse

sino estar condenado a no partir.

Aquí vienen, llorosos,

el leñador, el ministro, el nigromante.

Aquí se dan la mano ladrones y verdugos:

todos tienen un doble que roba o guillotina.

Ya lo sabrás, Mambrú:

tu doble un día volverá de la guerra,

y no estará la novia. Qué dolor.

Hijo: la soledad no tiene doble;

la soledad viaja en el tren de los soldados

para que el puente vibre,

y tú y yo nos abracemos,

y cantemos de nuevo qué dolor.

Las palomas no vienen al andén cuando regresan los soldados.

Aquí no nacen héroes. Qué dolor.

Qué dolor.

Qué pena.

DISCURSO EN UNA ESQUINA DE PARÍS 
                                  
                                                               a veronique joncheray

Son las dos de la tarde en los relojes de París,
y la ciudad se llena de viajeros y palomas.
Los viajeros preguntan por Rimbaud,
los viajeros se llevan una torre de juguete:
un país de juguete que gobernaron cuando niños.
Son las dos de la tarde,
y la niñez de los viajeros regresa por las calles de París,
y todos aman a una mujer de treinta y siete años.

Todo el que ama tiene
algo de organillero.
Por eso los viajeros llevan en las arterias una música oculta
mientras las estudiantes navegan por el Sena.

Son las dos de la tarde.

Tener amigos por solo una semana,
es el oficio más triste del mundo.
Y he aquí que los viajeros se consuelan
dando una falsa dirección:
disimulan sus lágrimas poniendo en hora los relojes.

En París, casi siempre, son las dos de la tarde.

EL TESTAMENTO DE MAMBRÚ

Hijos míos: yo nunca seré un héroe.
Nunca tracé las coordenadas por donde debió cruzar el río;
no descubrí la pista hacia la lluvia;
no ordené a los soldados un eclipse.

Hijos míos: yo nunca fui a la guerra.
Mi historia era un pretexto
para que las mulatas salieran al balcón.
                      
                                   Vengo del fango y del trigo
                                   sin más que mi serenata.
                                   Voy a la muerte, mulata,
                                   ¿quieres morirte conmigo?

Yo sé cuán poco vale el hijo de un soldado,
y por eso les dejo este silencio:
nadie recuerde que Mambrú tenía dos hijos
y un telescopio
y un fusil
y unos zapatos blancos.

Un día el tiempo abrirá de par en par las siemprevivas,
asomarán otras muchachas al balcón,
y por eso les dejo estas palabras
con las que les dirán que ellas vienen del trigo.

Hijos míos: yo nunca fui a la guerra;
pero he cruzado las calles donde alguien estafó al ilusionista.
He dormido en portales
sin más que el viento saltando entre mis dedos,
y por eso les dejo las campanas, los puentes, los caminos…
Pero no volveré a prender candiles en los rincones de la casa
porque si vuelvo dejaré de ser eterno.

Mi historia servirá
para que los soldados inventen un eclipse
y descubran la pista hacia la lluvia
y tracen las coordenadas por donde va a cruzar el río
y mueran por la patria,
aunque la patria sea una palabra que no entiendan.

Poemas de Emilio García Montiel

Poemas de Emilio García Montiel

Por Joaquín Borges-Triana

Como estudiante universitario puedo asegurar que tuve una vida privilegiada. Mi tránsito por la actual Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana en la etapa comprendida entre 1981 y 1986 para cursar la carrera de periodismo nunca lo olvidaré. Fue por entonces que conocí los primeros poemas de Emilio García Montiel, quien estudiaba Historia del Arte. Aún recuerdo la favorable impresión que me dio la lectura de su libro Squeeze Play, publicado allá por 1987. Hace mucho tiempo que no he vuelto a saber de él ni de si continúa escribiendo poesía, pero hoy quiero evocar algunos textos de aquellos iniciales que me impactaron cuando trabé contacto con la obra de una de las voces fundamentales de mi generación, es decir, la de los ochenta.

Emilio García Montiel

LOS STADIUMS

A veces voy a los stadiums sólo por tomar aire. El stadium es un gran respiradero en la ciudad podrida. En la ciudad de las columnas sórdidas, de los lentos

portales oscuros.

Entre el cansancio de un hombre que no puede llegar y el letargo de un mundo que no quiere salir.

Entre el polvo, el calor y la sed como en una película de guerra Entre las calles enfangadas como en una película de corrupción moral. Desde las casas,

el cielo es

dulcemente azul.

Desde los barcos, una nube grisosa que se enreda en el aire.

Bajo esa nube somos demasiado felices. Bajo esa nube pensamos: la ciudad.

Pero al final decimos: parque, polvorín, iglesia, ayuntamiento.

Ya no hay frescor posible. A veces voy a los stadiums sólo para tomar aire. En un stadium no se juega el destino del país, pero sí su nostalgia. O más

bien la nostalgia de esta ciudad podrida.

Remendada con boleros y con tristes anuncios que ya no significan nada.

LOS GOLPES

Hace ya mucho tiempo ──ahora es muy difícil precisarlo──

yo descubría el mundo bajo el mismo cristal usado y transparente con

que se ve la gloria. Nada pretendía y nada sucedió que no estuviera definido entre el bien y el mal. Yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que

da la mansedumbre,

con su oscura prudencia. No conocía aún la insensatez de las muchachas: si alguna imaginé o entendí algo, fue apenas un rubor. Yo tenía un pupitre, una

voz agradable, una ciudad dispuesta. Los maestros tocaban mis espaldas y decían: muy bien. Todo era hermoso: desde el primer ministro hasta la muerte de

mi padre. Y perfecto, como debía ser los hombres y la Patria.

Pero eso fue hace tiempo ──hace ya mucho tiempo── y ahora me es

difícil precisarlo.

CONVERSACIONES APACIBLES

Yo temo de la muerte como el niño que teme de su madre. Y es un temor tan simple que ninguna palabra podría definir.

No lo aprendí en la guerra ni en la noche, sino en la asencia de la mujer

que amaba.

Yo era un muchacho de oro: era todas las cosas y en todas existía con el mismo delirio. Después no lo fui más.

Nada de lo que tuve dejó de ser hermoso ni dejé de tenerlo.

Pero ahora, cuando toco los cristales o cuando estrecho la mano a los amigos puedo sentir la distancia de la muerte.

¿Dónde están? ¿Dónde estarán después de que la noche haya pasado? Esa infinita noche o esta pequeña noche insular y ridícula?

Las palabras podrán salvarme de otra muerte, pero no del temor y menos de la muerte verdadera. Nada me ata a la gloria ni al olvido, sino la devoción de

una mujer.

UN DIA DE INOCENCIA

Yo recuerdo a los hombres en el momento mejor de su caída. Cerca ya de la noche. Cuando apenas se advierte una sombra, una nostalgia, un temblor hacia el fin.

Yo los recuerdo en días apacibles: hechos sobre un pasado de extraña lucidez.

Graves por la confianza o por la fama, o tal vez por el tiempo.

Pero nunca en la gloria.

La gloria es vanidad para creer que somos fieles, que alguna vez lo

fuimos. Tampoco en la tristeza.

Porque nada es peor que la tristeza para engañar a un hombre.

Yo los recuerdo en días apacibles: loados o innombrables bajo tanta blasfemia.

Doce o treinta y seis: )a qué dios pertenecen las jugadas? ¿A qué dios suplicar no ser ni héroes ni traidores?

Alguna vez estos silencios ya no tendrán sentido. Alguna vez sobre mis ojos el temor se hará inútil.

Sé que habrá un día ──un día de inocencia── en que no me será dado

decir más.

Yo lo bendigo, igual que a esas mujeres que tendrán mis palabras.

Que sabrán susurrar: «ha hablado de los hombres en días apacibles».

Igual, a los amigos, que cubrirán mis versos con su rostro. Para bien ──para mal── mucho les pertenece.

Yo recuerdo a los hombres en el momento mejor de mi caída. En el momento de llamarme con simpleza Juan o Rey.

De ni sentirnos héroes ni traidores. De no llegar al fin.

LAS COSTAS DE FRANCIA

Bajo el gustado fresquecillo del amanecer, bajo su fría niebla, yo ví pasar

las costas de Francia. Las luces fugadas de los autos iluminaban brevemente el mar, el

reposado perfil de algunos botes, cierto oro interior. Yo me dije: he aquí el mediodía de Francia, he aquí su Provenza

bucólica, ligera en torridez. Nunca más, nunca más la glorieta de mi pueblo será el centro del mundo. Nunca más el boticario o el fotógrafo contarán las

mejores historias.

El Ródano, que acude tras los sueves dorados, pasa también por mi. Las mansardas caprichosas donde se quiebra el aire. Los dragones, los caballos de nervio fino sobre el polvo de Arlés. Toda la

verdad desconocida pasa también por mí.

Una muchacha que abre las puertas de un granero y queda a contraluz.

Eso me dije y ya no estuve sólo. La gente se agolpaba en la cubierta, sobre las barandillas. Yo les oí decir: ¡Es Francia, es Francia! Y así los vi inclinarse.

Con la misma inocencia.

Con la misma seriedad de quien escoge un papel de regalo o una revista

de modas.

 

ALBA

Yo imagino una casa y un hogar y unos libros y una mujer sentada en mis rodillas.

Imagino lo que tuve y nadie sabe si volveré a tener: el invierno y las

noches luminosas la infancia con mi padre y el antiguo esplendor de una ciudad.

Mi belleza no es más que la belleza de esos días y acaso, de algún modo,

la belleza de Dios.

Yo los espero con toda la inocencia con que se espera el alba, jubiloso y

terrible como si nada hubiera sucedido aún.

LA SOMBRA DE TOLSTOI

En el camino que sale de Yasnaya Poliana nos despide la guía.

Al volverse, un viento imprevisto levanta su capote inclina hacia ella las ramas de los árboles.

El lago, la casa, las hierbas brevísimas que crecen en la tumba:

todo se torna en un momento demasiado gris. Apenas hay testigos.

Mi asombro sigue al infinito a esa mujer que no se inmuta que camina despacio y hace girar las hojas sobre el polvo.

No la vi más allá del horizonte. Pero casi al instante cesó el polvo, el viento, la grisura del día. Las cosas regresaron a su sitio, a su antigua claridad.

Supe entonces que había estado en la Frontera.

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