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Hasta siempre, Evelio Taillacq

Hasta siempre, Evelio Taillacq

El nombre de Evelio Taillacq es probable que no le diga nada a los jóvenes cubanos, pero los nacidos en este país que pasan ya de los cincuenta de seguro sí lo recuerdan, pues él fue uno de los actores más populares en la televisión hecha en Cuba durante el decenio de los setenta de la anterior centuria.

Aunque en nuestro país nada se ha dicho al respecto, el actor, escritor, productor y presentador Evelio Taillacq falleció la noche del jueves 5 de septiembre a los 68 años en el Hospital Jackson Memorial, de Miami, según ha trascendido debido a complicaciones derivadas de un cáncer de páncreas.

Cuando en Cuba aún se hacía televisión en serio, se recuerda a Evelio Taillacq como frecuente actor de programas como el otrora muy popular Teatro ICR o de las telenovelas de turno. Así, me parece estarlo viendo en mi televisor en blanco y negro de la década de los setenta mientras interpretaba los personajes de Edipo en el Edipo Rey de Sófocles, y Romeo en el clásico Romeo y Julieta, de Shakespeare; o cuando hacía de Rodión Romanovich Raskólnikov en la adaptación a la pequeña pantalla de la novela Crimen y Castigo, o de Julien Sorel en El Rojo y el Negro, papel que abandonó para sorpresa de la teleaudiencia cubana al optar por marcharse del país mediante el puente del Mariel en 1980.

Oriundo de Santa Clara, por entonces capital de la desaparecida provincia Las Villas, Evelio Taillacq se incorporó a la Escuela de Formación de Actores del entonces Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR) en la década de los 70, mientras estudiaba Historia del Arte en la Universidad de La Habana. De ese centro docente salieron grandes actores y actrices, como Susana Pérez, Irela Bravo o Teresita Rúa.

Una de estas destacadísimas figuras, Susana Pérez, en declaraciones concedidas al periodista José Antonio Évora tras la muerte de Taillacq, expresó lo siguiente acerca de su colega y amigo:

Susana Pérez recuerda a Evelio Taillacq

“Evelio era un guajirito que venía de Santa Clara; siempre nos reíamos porque él decía que se tomaba las maltas ‘a cun cun’ y se ‘apeaba’ de la guagua”, y agrega: “Fuimos muy, muy amigos, hicimos las primeras cosas en la radio y en la televisión juntos, y después del Mariel estuvimos más de 30 años sin vernos. Sin embargo, cuando nos reencontramos, ocurrió como si nos hubiéramos visto el día anterior o la semana anterior, y después de eso no nos separamos más”.

Al llegar a Miami por el Mariel en 1980, Taillacq tuvo que ampliar su horizonte laboral, pues como se sabe vivir de la actuación es casi imposible en la Florida. Por eso se desempeñó como productor, escritor y presentador. Por dicho camino, durante un tiempo laboró como periodista en las páginas culturales del diario miamense El Nuevo Herald. Más tarde se fue a vivir a España, sitio del mundo por el que experimentaba gran pasión.

Al fallecer el jueves 5 de septiembre, Evelio Taillacq llevaba más de dos años luchando contra el cáncer y, aunque era de esperar, a los que en Cuba admiramos en una época dorada de la televisión su trabajo como actor, la noticia no deja de doler y de sorprender.

Otro que hizo declaraciones tras conocer la información de la muerte de Evelio Taillacq, fue el editor y productor de cine y televisión Jorge Abello, que expresó: “Era una persona muy querida, era muy admirado por su talento. Muy amable, muy buen amigo; mandaba textos que eran un kilómetro de fantasía. Fue un gran actor de televisión y teatro; conmovió a toda Cuba con su trabajo en El Rojo y el Negro«.

El propio Taillacq contó más de una vez por qué el personaje que hizo en esa telenovela fue tan apasionante.

Ahora que Evelio Taillacq ya no está en el reino de los vivos y que definitivamente se ha ido de Cuba, Estados Unidos, España y de este planeta, solo queda recordarle como alguien que desde su quehacer como actor, escritor, productor y presentador, también le aportó lo suyo a la cultura cubana, esa gran dama que está por encima de la política, la ideología y de todos nosotros mismos.

Para conocer más a Svetlana Alexiévich

Para conocer más a Svetlana Alexiévich

Según Svetlana Alexiévich, “La filosofía de ‘vivir en la naturaleza’ se ha transformado en la filosofía de ‘vivir a costa de la naturaleza’, y la naturaleza se venga.

Aunque el nombre de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (Premio Nobel de Literatura) no aparezca en los créditos de la miniserie Chernobyl, realizada en coproducción por la cadena estadounidense HBO y la británica Sky, audiovisual que ya circula en Cuba vía “El Paquete”, el material está inspirado en una obra suya: el libro Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, publicado por primera vez en ruso en 1997, un texto  que da testimonio del drama del accidente ocurrido en la central nuclear ucraniana en abril de 1986. Si bien es cierto que ni la serie de cinco episodios ni el libro en que está inspirada son del todo objetivos y que, por tanto, por doquier se percibe la intención de transmitir un determinado mensaje ideológico en contra de lo que fue la Unión Soviética y de la actual Rusia, más allá de méritos artísticos señalados por la crítica especializada y que van desde el verismo de sus imágenes, el formidable diseño de producción y que se muestra en el trabajo de reconstrucción histórica, la excelente fotografía del sueco Jakob Ihre, la funcional banda sonora de la islandesa Hildur Guðnadóttir, la eficiente labor de sonido y que propicia el clima de miedo, desolación, peligro, hasta el buen desempeño del elenco artístico, al menos a mí me queda claro que lo intenso de las discusiones y reacciones a propósito de esta miniserie evidencia el retorno de la otrora agresividad de la Guerra Fría al ámbito de  las relaciones internacionales. Como que Chernobyl 2019 ha prendido entre los consumidores cubanos de series televisivas, en Miradas Desde Adentro se reproduce hoy una entrevista publicada en Babelia, suplemento del periódico español El País, a la autora de títulos comoLa guerra no tiene rostro de mujerLos muchachos de zinc: Voces soviéticas de la guerra de AfganistánEl fin del ‘Homo sovieticus’(traducido al español por nuestro compatriota Jorge Ferrer) y el aludido Voces de Chernóbil. Crónica del futuro.

Svetlana Alexiévich, la voz de Chernóbil

Dos días en Bielorrusia con Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura, que recuerda el reto que supuso escribir el libro que ha inspirado la exitosa serie de televisión sobre la central nuclear

Pilar Bonet

Chernóbil ha irrumpido de nuevo en la vida de Svetlana Alexiévich, la escritora bielorrusa que plasmó el drama del accidente ocurrido en la central nuclear ucraniana en abril de 1986 (Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, publicada por primera vez, en ruso, en 1997). Más de 33 años después de la catástrofe, la miniserie de la productora HBO Chernobyl ha acercado el suceso  y su contexto sociopolítico a millones de espectadores. Para la mayoría, especialmente para los jóvenes, Chernóbil forma parte de la historia; pero para Alexiévich y los exciudadanos de la URSS residentes por entonces en Ucrania, Bielorrusia y Rusia, es aún vida.

El recuerdo, las lecciones y la actualización de Chernóbil son tema recurrente en las dos citas de esta corresponsal con Alexiévich esta semana en Bielorrusia. La primera, el martes, en su apartamento de Minsk, y la segunda, al día siguiente, en una excursión a la dacha (casa de campo) de Alexiévich en Silichy, una localidad a 40 kilómetros de la capital bielorrusa. Entre un viaje y otro, la vida cotidiana de Alexiévich discurre en estos dos ambientes adquiridos después de que recibiera el Nobel en 2015. Su piso de Minsk tiene una espléndida vista sobre el lago del centro de la ciudad. La dacha, construida con sólidos troncos aún aromáticos, está en los límites del pueblo, separada por unos trigales de las suaves colinas que en invierno son las pistas de una estación de esquí. En este refugio, donde Svetlana planea encerrarse este verano a escribir, reside de forma permanente María Vaitziashonak, escritora en lengua bielorrusa y artífice del jardín, lleno de caprichosos y recónditos espacios entre matorrales, árboles y macizos de flores. En Minsk y en Silichy, el móvil de Alexiévich suena una y otra vez: de nuevo, Chernóbil.

“El miedo ecológico se ha apoderado de la gente. Se ha hecho evidente que la naturaleza escapa de nuestro control y que hemos cruzado una frontera”, dice. “La filosofía de ‘vivir en la naturaleza’ se ha transformado en la filosofía de ‘vivir a costa de la naturaleza’, y la naturaleza se venga”, agrega.

“La gente está hoy más dispuesta a asimilar la información y entiende mejor que en el conocimiento hay agujeros negros y también que el ser humano no es tan poderoso como se creía”, señala la escritora, para explicar la masiva acogida de la serie norteamericana.

Hasta nuestra entrevista, Alexiévich solo había podido ver fragmentos de Chernobyl. Pese a basarse en gran parte en su libro, la serie no la menciona en los títulos de crédito y eso sorprende y desconcierta a la Nobel. “Firmamos un contrato con los productores que les permitía usar entre seis y ocho historias del libro. Pero, además del libro, utilizan también su filosofía, aunque mi nombre no figura. Es muy extraño”, afirma. Los representantes de la serie no han contestado a las interpelaciones sobre la omisión de su nombre en los créditos.

Sorprendentes han sido las belicosas reacciones que Chernobyl ha provocado en los medios de información rusos, oficiales y próximos al Kremlin. Las críticas se centran sobre todo en una denuncia puntillosa y extremada de inexactitudes técnicas, narrativas o de ambientación, pero hay también quien ve la serie como el producto de retorcidas conspiraciones extranjeras contra la Rusia actual. Un comentarista en el diario Komsomólskaya Pravda considera Chernobyl como un intento de desacreditar a Rosatom (la entidad gubernamental responsable de la energía atómica en Rusia), en beneficio de sus competidores tecnológicos occidentales. En el canal de televisión NTV han anunciado el rodaje de la primera serie rusa sobre el suceso. Sus protagonistas serán un espía norteamericano infiltrado en la zona de la central y un funcionario de los servicios secretos soviéticos que intenta desenmascararlo.

“Las reacciones a la serie de televisión en Rusia muestran la misma agresividad de la Guerra Fría”

La intensidad de las reacciones rusas ha dejado a Alexiévich estupefacta, sobre todo por su empecinada defensa de la Unión Soviética, aquel Estado desaparecido en 1991 al que, como repúblicas federadas, pertenecían Rusia, Bielorrusia y Ucrania, esta última el foco de la catástrofe. “No creía que los procesos se hubieran congelado de tal modo en Rusia; las reacciones muestran la misma forma de pensar, la misma agresividad de la Guerra Fría”, opina la escritora. El “coro agresivo” que Chernobyl ha provocado en Rusia muestra, según Alexiévich, que “están en la cuneta, que no se han conectado con el mundo”. El fenómeno es más amplio y profundo. “Puse la tele y vi que Rusia anunciaba el estreno de un nuevo bombardero que Estados Unidos aparentemente no tiene y me dije que el tiempo se congeló”, exclama.

Dos sorprendentes éxitos de público relacionados con la recuperación de sucesos históricos —uno, el de Chernobyl, y el otro, de un documental ruso sobre el campo de concentración de Kolimá (en el Lejano Oriente ruso)— parecen indicar la necesidad de nuevas formas narrativas para que las jóvenes generaciones penetren en la historia y la capten también emocionalmente. Kolimá, la patria de nuestro temor (abril de 2019) fue rodado por Yuri Dud, un popular periodista ruso, tras sondeos según los cuales casi la mitad de sus compatriotas de entre 18 y 24 años no habían oído hablar de la represión estalinista.

“Vi el documental sobre Kolimá”, cuenta la escritora, “y, desde el punto de vista de mi generación, no había nada nuevo en él e incluso diría que la realidad se había simplificado, pero tuvo un gran éxito entre los jóvenes, que se rebelan contra la imposición de viejas ideas. Les imponen monumentos, museos y una ley que prohíbe interpretaciones de la Segunda Guerra Mundial distintas a la oficial. Les hablan de una gran victoria, de una gran época, pero los jóvenes quieren saber qué clase de época fue aquella”.

Dada la situación política actual en Bielorrusia y en Rusia, Alexiévich cree que hoy le sería más difícil escribir La guerra no tiene rostro de mujer que en 1985, cuando la publicó. “Pienso que no podría escribir ese libro hoy porque las mujeres que estuvieron en el frente se cerrarían y tendrían miedo a contar su verdad de la guerra, que podría entrar en conflicto con la versión oficial, en la que solo existe la Gran Victoria. En lo que se refiere a la figura de Stalin, la Gran Victoria eclipsó al Gulag en la narrativa oficial”.

En el interés actual por Chernóbil, Alexiévich ve varios factores, además de una mayor comprensión de que existe un mundo desconocido, letal y global. Los jóvenes tienen una conciencia ecológica muy fuerte y sienten el peligro. Comprenden el tema de los recursos limitados —su nieta, dice, la recrimina por encender demasiadas luces— y el calentamiento global, aunque están más lejos de entender la amenaza de la carrera de armamento y del desmontaje de los tratados de desarme que pusieron fin a la Guerra Fría. Este fenómeno preocupa más a la gente madura, reconoce.

Por su naturaleza, el accidente de Chernóbil planteó desafíos al lenguaje literario. “Existe una cultura y una tradición para la narrativa de la guerra, lo que permite al creador moverse dentro de unos márgenes, tal vez explorarlos y ampliarlos en el marco de esas tradiciones. Sin embargo, cuando yo escribí mi libro sobre Chernóbil, no había un registro cultural para la narración sobre algo tan desconocido”, afirma. Existían no obstante obras premonitorias como Picnic al borde del camino (publicado en 1972), de los hermanos Arkadi y Boris Strugalski, un relato sobre seres que se ganan la vida saqueando en una zona prohibida, que viola las leyes de la física, tras una gran tragedia. El cineasta ruso Andréi Tarkovski llevó aquel relato a la pantalla con el título de Stalker (1979). “Los Strugalski y Tarkovski tuvieron la genialidad de adivinar lo desconocido e hicieron una incursión en otra época, exploraron una amenaza antes de que ésta se abatiera sobre nosotros”, señala.

Svetlana fue por primera vez a Chernóbil cuatro meses después de la catástrofe: “Allí entendí enseguida que estábamos en otro mundo. Todo parece lo mismo —las manzanas, los pepinos, la leche—, pero sobre ellos planea ya la sombra de la muerte y las personas están desorientadas, perdidas, y no en un plano anticomunista o antisoviético, sino como algo superior, algo distinto. Porque no se trata del ser humano en la historia, sino del ser humano en el cosmos. Volví a ver lo mismo muchos años después en Fukushima [la central nuclear japonesa afectada por un accidente en 2011], también allí había la misma desorientación en la gente, en los científicos y en los políticos, la misma sensación de impotencia”.

Recuerda especialmente Alexiévich a un piloto que quería llevarla a la zona desalojada en torno a la central. “Era piel y huesos. Me llamaba y yo no podía ir porque estaba ocupada. Entonces me dijo: ‘Dese prisa porque me queda poco. Puede que usted no entienda nada, pero sea testigo y tal vez otros sí lo entenderán”. Aquel piloto, que le ordenaba grabar los testimonios, miraba el micrófono de Svetlana e inquiría ansioso: “¿Graba? ¿Graba?”.

“Murió”, sentencia Alexiévich, contestando a una pregunta apenas esbozada.

Alexiévich mantuvo el contacto y también “la amistad” con los supervivientes de Chernóbil protagonistas de su libro. Con el tiempo, su agenda va menguando. “Hace un par de años querían filmar una película sobre el exterminio de animales en las zonas contaminadas. Fue idea mía. Por lo menos hice una decena de llamadas buscando a los cazadores enviados a ejecutar la tarea y entendí que ya no estaban vivos”. La escritora se sigue relacionando con Lucia, la madre de Vasili Ignatenko, uno de los bomberos fallecidos. Lucia vive en Bielorrusia y ha perdido el rastro de su nuera, Liudmila, residente en Kiev. Liudmila y Vasili Ignatenko, representados por actores, son dos de los personajes más conmovedores de la serie. “De Liudmila no sabemos nada y es muy extraño que no felicitara a su suegra con motivo de su 80º cumpleaños. La hermana de Vasili, Liuda, que se prestó a un trasplante de médula espinal para salvarlo, también ha fallecido”, relata la escritora. Durante varios años, la familia Ignatenko viajó clandestinamente a su domicilio en la zona prohibida en torno a Chernóbil y, con más nostalgia que miedo, sacó de su antiguo hogar los pepinos en salmuera que no pudieron cargar durante la evacuación forzosa. “Hasta que todo fue saqueado y dejaron de ir”, exclama Alexiévich. Recuerda también la escritora que durante largo tiempo tras el accidente resultaba arriesgado hacer compras en las tiendas de “segunda mano” de Minsk, porque muchas mercancías eran producto del saqueo en la zona contaminada.

“Todo parece igual —las manzanas, los pepinos—, pero sobre ellos planea ya la sombra de la muerte”.

Chernóbil fue una tragedia común de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, pero cada uno de estos países ha privatizado y reinterpretado su porción de horror. En los últimos años las cosas se han complicado aún más. “Ucrania considera ‘país agresor’ a Rusia y en Rusia hay un tremendo sentimiento antiucraniano; en cuanto a los bielorrusos, yo diría que la dictadura se ha cobrado lo suyo y se han subordinado todas las instituciones relacionadas con Chernóbil. Aquí las autoridades temen el espíritu libre de Ucrania”, dice la escritora. “En la zona de exclusión bielorrusa los ancianos han muerto, pero hay otras gentes que acuden a esos parajes a los que llaman materik (‘continente’ en ruso), decepcionados de la vida en otros lugares, y queda una pareja entrada en años que tiene la casa llena de iconos”. “No es un espacio de libertad, es más bien un espacio salvaje”, puntualiza Alexiévich.

La escritora da forma a sus obras lentamente y a menudo tarda años en acabarlas. El libro sobre el amor en el que está trabajando “avanza lentamente, pero avanza”, dice, y explica que se limitará a recoger el testimonio de mujeres. Ha renunciado a entrevistar hombres para ese libro. “Tienen una sensibilidad diferente. No consigo penetrar en ella. No los entiendo. Es como si fueran de otro mundo”, exclama. Alexiévich escribe sus relatos a mano. En un rincón de su despacho en la dacha, cuidadosamente amontonados en varias voluminosas pilas en el suelo, están los borradores de su nueva obra. Ya escribió impresionantes historias de amor en sus anteriores libros, le digo. Lo admite, pero ahora, puntualiza, la tarea es diferente: “Lo que yo quiero no son ideas, no son las superideas que siempre existen en Rusia, como ganar la guerra o construir el comunismo. Lo que quiero es escribir sobre los intentos de ser feliz, sobre las personas que quieren vivir su propia vida escondiéndose de las ideas”.

La situación política en los tres países eslavos que sufrieron Chernóbil varía. Opina Alexiévich que, en Bielorrusia, la principal preocupación del presidente, Alexandr Lukashenko —en su cargo desde 1994—, es “conservar el poder”; en Rusia impera una “política militarista” y en Ucrania se abre paso una “nueva conciencia”, aunque la tarea del nuevo presidente, Volodimir Zelenski, se ve dificultada por los nacionalistas radicales. A la Nobel le gusta Zelenski. “También me gustaba Petró Poroshenko, pero me decepcioné cuando supe de su apego por el dinero. No creo que Zelenski esté en la presidencia para enriquecerse, creo que quiere sinceramente hacer algo. Es un personaje moderno y no necesita que la gente cuelgue sus retratos en el despacho”.

Vladímir Putin ha indicado su deseo de una integración más estrecha con Bielorrusia, lo que muchos ven como una futura anexión y una estratagema para poder seguir en el poder cuando acabe su mandato en 2024. La actitud del Kremlin no ha llevado a Lukashenko a reforzar los vínculos de unidad con sus conciudadanos, afirma Alexiévich. “No tiene antenas ni receptores para captar esa dimensión. Él solo entiende el peligro que existe para él y su poder. La sociedad en cambio sí lo entiende. Sobre todo, la juventud”.

Alexiévich no cree que el estancamiento o el retroceso político en Rusia o Bielorrusia sean un fenómeno atribuible solo a la personalidad de sus líderes. “No es Putin el que manda abrir museos, monumentos y bajorrelieves dedicados a Stalin. No son sus órdenes. Son iniciativas privadas. El Kremlin y el pueblo se unen”, afirma.

En Bielorrusia, han sido retiradas las cruces de madera de Kuropaty, el bosque cercano a Minsk, donde los verdugos del NKVD (la policía política de Stalin) organizaron fusilamientos masivos en los años treinta y principios de los cuarenta. Unas excavadoras llegaron y se las llevaron y “la gente calló ante la destrucción de aquel panteón popular, aquel espacio de libertad donde se reunían los jóvenes y había pequeñas manifestaciones”. “Se convocó una plegaria colectiva con velas para protestar contra la retirada de las cruces. Solo acudieron 100 personas. Fue muy decepcionante”, dice la escritora, convencida de que las cruces han sido retiradas por iniciativa de Lukashenko. “Vio una isla de libertad, un espacio fuera de su control, y ordenó que quitaran las cruces”, dice.

Alexiévich no solo denuncia el “militarismo” ruso. Esta primavera, invitó al club de discusión que organiza en Minsk a la escritora lituana Ruta Vanagaite, autora del libro Los nuestros. Viaje con el enemigo (2016), sobre la colaboración de los lituanos con los nazis en el exterminio de los judíos: “Le están haciendo el vacío en Lituania por denunciar la colaboración de sus propios parientes con el nazismo. En Minsk vino mucha gente a oírla, pero yo esperaba más. Aquí en Bielorrusia, exterminaron también a los judíos, no supimos defenderlos, y el resultado es que nos encontramos solos con los comandantes partisanos”.

El último viaje a Rusia de Alexiévich data de hace dos años, cuando intervino en el Centro Gógol de Moscú y en San Petersburgo, donde el cineasta Alexandr Sokúrov consiguió que le facilitaran una sala en el Ermitage. Después, el director de este museo, Mijaíl Piotrovski, recibió “una reprimenda” por ello. Svetlana no ha vuelto a Rusia desde entonces, aunque ha sido invitada varias veces, la última por una editorial para intervenir en una feria del libro recién celebrada en la Plaza Roja. “Algo está pasando”, dice. “Por una parte me tratan como enemiga y de repente me invitan a la Plaza Roja”.

PISTAS

Chernobyl

Serie de televisión. 5 episodios.

Dirección: Johan Renck. Guion: Craig Mazin

Reparto: Jared Harris, Jessie Buckley, Stellan Skarsgård, Emily Watson

HBO, 2019

Tomado de BabeliaEl País, localizable en:

https://elpais.com/cultura/2019/06/07/…/1559926054_845405.html

 

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