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“Se nos fue William”: otra alma del rock

“Se nos fue William”: otra alma del rock

En el mundo del rock and roll siempre hay tipos peculiares. Siempre hay quienes dejan huella. Y este era uno de ellos. No fui su amiga. Pero, me hubiese gustado serlo. Es grandioso tener al lado alguien que destila alegría y pasión aun cuando se está perdiendo la luna. William Bonachea era así. Entraba a la noche para ponerle música. Siendo exacta, para ponerle rock and roll, pero con un entusiasmo que imponía estilo.  

Lo vi unas cuantas veces. Sobre el escenario del Submarino Amarillo,  en la Casa de la Música, en otros sitios. Su actitud de rockero, esa de escuchar una melodía y sentirla en las venas, y la estirpe que mejor reflejaba el mundo al que pertenecía: sus tatuajes, las argollas, y otros metales sagrados, las acompañaba con un espíritu especial. 

No importaba si cantaba una versión o los temas propios de la banda que integraba. Él parecía decirte: “lo que viene ahora es único o, mejor, lo vivirás como único”. Hacía unas breves visitas al drummer, al guitarrista, al resto de los músicos. Daba unos aplausos como para acelerar el corazón de cada instrumentista y el suyo. El tema empezaba a rasgarse. Y se hacía real la magia prometida. Porque además él continuaba haciéndola posible. Muchas veces tomaba el micrófono, lo colocaba a la altura de la cintura y tocaba sus cuerdas de aire, como si quisiera sacar de ellas música o fuego.  

William Bonachea fue un músico underground. Él mismo lo afirmó con esas palabras en El desafío, un audiovisual de Ruffo de Armas, que aborda algunas problemáticas de la escena rockera habanera a través de la banda Challenger. Quizá es uno de los pocos registros que muestra cómo William mantenía viva e idéntica su aura también fuera del escenario. Pero, ya se sabe que en materia de rock and roll hay mucha historia perdida o guardada en la memoria de los devotos de esta música como un tesoro al que no muchos llegan a tiempo. 

En ese mismo documento, él abre las puertas de su casa. Tampoco esta era muy común. Las propias paredes advertían que aquí la relación con el arte iba más allá de la música. William se graduó de Artes Plásticas en San Alejandro en 1987. Las paredes de “la casa del terror”, como él la llamó, estaban tapizadas con grafitis y pinturas. Pudiera decirse que estaban tapizadas con una filosofía directa. Una puede inferir a través de ello que la sonrisa de William moldeaba y torcía una conocida dureza de la vida. E igualmente, teniéndolo otra vez sobre el escenario— o en descargas a las que se unían los frikis como eslabones de una cadena que no podía quebrarse—, asegurar que la alegría perenne solo puede estar sostenida por un espíritu libre.  

Este 22 de abril cuando se supo de su muerte por cáncer, muchos recordaron Estirpe, la banda de  heavy metal en español del que fuera vocalista. Pero antes, él fue cantante de Cénith. Dejó la universidad y en ese grupo  comenzó a hacer rock and roll a ·”todo pecho”. También integró, entre otras bandas como Los Tackson y Challenger, el grupo Gens, el cual consideró “la mejor historia de mi vida”.  

Tal vez, que William naciera en los sesenta es un dato místico. Porque a pesar de cualquier cambio y trabas de los tiempos, siempre se mantuvo fiel al rock. Él fue uno de esos músicos que, aun perteneciendo al circuito profesional, no dejaba de ser un servidor de las insinuaciones de las noches rockeras. Quizá sintió que no hacía falta despegar demasiado para ofrecer, con su voz y movimientos, el rock y toda la atrayente energía que llevaba adentro. 

Pie de Foto: William Bonachea junto a Ángel Luis Fundichel (teclados) y Ruffo de Armas (bajo). Crédito: Challenger

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