El romanticismo en las leyendas de Bécquer
Por Alicia Centelles
Cuando se menciona a Gustavo Adolfo Bécquer, la asociación de ideas más inmediata nos trae a la mente sus famosísimas Rimas, que le han merecido el epíteto de “el eterno novio de toda mujer”. Pero no son nada inferiores en cuanto a calidad artística sus Leyendas, escritas con un acento poético semejante al de sus versos y que agrupan todas sus narraciones en prosa.
Las 22 Leyendas de Bécquer se publicaron originalmente en periódicos entre los años 1861 y 1863, y se supone que su composición es anterior a la de la mayor parte de las Rimas. El apasionado y melancólico bardo sevillano las escribió con un estilo delicado y rítmico, en el que abundan las descripciones, las imágenes y las sensaciones. Ejemplos de ello son las tituladas “La cruz del diablo” y “La Rosa de Pasión”.
Las características del romanticismo aparecen en las leyendas de Bécquer con una fuerza sin igual en la narrativa española: la sugestión poética, lo sobrenatural, la búsqueda del pasado a través de la tradición, el escapismo, el apasionamiento, la estrecha relación entre los sentimientos de los personajes y la naturaleza e individualidad.
Otros rasgos inconfundibles de esa corriente son el interés artístico y arqueológico por la Edad Media, con sus templos y claustros románticos o góticos, sus campos sombríos y calles tenebrosas, palacios y castillos; y el amor a la patria (como en “El beso”, donde se describe bellamente cómo la estatua de un fallecido caballero español cobra vida para defender el honor de su amada ante el invasor francés).
Un ejemplo típico del gusto por lo sobrenatural en las Leyendas de Bécquer, lo constituye el relato “La ajorca de oro”. La primera parte (una descripción ambigua del amor entre Pedro y María) está impregnada de una atmósfera incierta, cargada de un funesto presagio; en la segunda (con el conflicto que surge al declarar María su ardiente deseo de poseer una joya de la catedral de Toledo), la imagen del río Tajo refleja la actitud sombría de Pedro, y en general, la naturaleza parece estar al servicio de los sentimientos.
La tercera parte de la leyenda se dedica a una grandiosa descripción de la catedral mediante el empleo de impresionantes metáforas, todo ello en contraste con la pecaminosa acción que cometerá el protagonista. Cuando Pedro llega ante la virgen y finalmente logra abrir los ojos, ante él se presenta una escena de pesadilla: cientos de estatuas que han descendido de sus huecos le miran con sus ojos sin pupilas. En estos párrafos finales, Bécquer alcanza la cúspide de su inspiración gótica.
A pesar de que el horror no se manifiesta hasta el desenlace, todo el ambiente en el que transcurre “La ajorca de oro” es opresivo y fatídico. Para lograrlo, Bécquer recurre a numerosos recursos, uno de ellos la prosopopeya, que consiste en atribuir a los seres no racionales, sean ya animados o inanimados, cualidades humanas (el gemido del río, las lámparas moribundas, el Tajo se retuerce).
En líneas generales, en los relatos de Bécquer predominan obsesivamente los temas del amor nefasto y el ideal femenino “(“Los ojos verdes”, “La ajorca de oro”, “El rayo de luna”), las cuentas pendientes de los muertos (“El monte de las ánimas”, “La cruz del diablo”), la locura (“La ajorca de oro”, ”El rayo de luna”) y la venganza sobrenatural o divina (“La promesa”, “El beso”, “La ajorca de oro”). Muchos de ellos se basan en tradiciones populares, y la búsqueda de lo inalcanzable suele ser su argumento central.
Los críticos coinciden en afirmar que la diversidad de temas en las Leyendas, así como el relieve y la profundidad psicológica con que los trata el autor dentro de la narrativa sobrenatural, jamás se habían presentado antes en la literatura hispánica. Gustavo Adolfo Bécquer fue el primer gran escritor gótico español.