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Cucu Diamantes: en defensa del performance

Cucu Diamantes: en defensa del performance

Quizás, como ninguna otra manifestación, la música cubana facturada en los últimos tiempos, tanto en el país como en la diáspora, le ofrece a las ciencias sociales un campo para el análisis de cómo se producen los procesos de nacionalización de lo global y globalización de lo nacional pues, como han argumentado George Lipsitz y Simon Frith, la música popular es el producto cultural que cruza fronteras con mayor facilidad mientras demarca espacios locales. A fin de cuentas, la obra de estos creadores habla de una avidez esencial por los sonidos, esa que no se detiene a pedir pasaportes, sino que digiere cuanto tengan de valioso para nutrir las ideas que asedian a los verdaderos artistas, protagonistas de una Cuba que –como nunca antes en nuestra historia– hoy se desborda de sus fronteras insulares, con lo que la extraterritorialidad cubana vive un momento de consagración.

La imagen de un futuro más o menos cercano en relación con lo que probablemente suceda con la diáspora musical cubana, para mí queda representada en la figura de la cantante Cucu Diamantes, un rostro de esas generaciones de nuestros artistas inmigrantes. Y digo rostro con toda intención, porque lo cierto es que no hay mucho que hablar de la voz. Muchos recordarán la entrevista que Amaury Pérez le realizara para su programa televisivo Con dos que se quieran (tercera temporada).

Las mejores palabras para describir en breve síntesis a la otrora vocalista de la agrupación Yerbabuena, las ha escrito el periodista Alejandro Armengol en su bitácora personal:

“Difícil definir a esa mujer que por momentos hace todo lo posible por desbordar sensualidad y otras se comporta casi como una excéntrica; a veces ´´chea´´ en el escenario y aguda en más de una ocasión durante cualquier entrevista; alguien que sabe defenderse en un solar habanero y comportarse en una galería de arte en Roma; una artista que en un primer momento uno piensa que podría destacarse más con un mejor repertorio, para conocer luego que algunas de las composiciones que interpreta son de ella o que ha intervenido en su elaboración.”

Habanera radicada en Estados Unidos desde la última década del pasado siglo (según confiesa, no se fue de Cuba por motivos políticos ni económicos sino porque hay seres que, como en su caso,  tienden a la errancia), con estancias prolongadas en La Habana  y a la que le importa más el performance a realizar que el hecho de ser o no una buena cantante, representa esa diáspora en la que lo cubano es una parte pero no un todo. 

Con el agudo columnista Alejandro Armengol, comparto su idea de que ella haya cantado en la Fiesta Latina durante la toma de posesión del presidente Barack Obama y que pocos meses después, la vocalista residente en New York se presentase en la Plaza de la Revolución como parte del macroconcierto organizado por Juanes en Cuba, puede (y debe) subrayarse como un dato significativo, no en el planteamiento de un vínculo directo entre uno y otro evento sino en la evidencia de un elemento común entre ambas actividades. 

Tras una votación por la presidencia de Estados Unidos, en la que el clásico enfoque del exilio cubano intransigente resultó perdedor, la actuación de Cucu en La Habana junto a figuras como Miguel Bosé, Olga Tañón, Luis Eduardo Aute, Orishas, Silvio Rodríguez, Carlos Varela, los Van Van… y su posterior gira por el país (la primera llevada a cabo por un músico cubano no residente en Cuba y recogida en el filme Amor crónico, del actor devenido realizador Jorge Perugorría), constituyó otra derrota para la línea recalcitrante de Miami y señal inequívoca de los tiempos que, quiérase o no, están por venir.

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