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El cuerpo retrabajado y transgresor: Otro ajuste intercultural – Por Joaquín Borges-Triana

El cuerpo retrabajado y transgresor: Otro ajuste intercultural – Por Joaquín Borges-Triana

De New York a París, de Buenos Aires a Londres, de La Habana a Madrid, una nueva generación desafía una vez más a sus mayores a replantearse viejas ideas, en esta ocasión en materia de estética corporal. Sería iluso pensar que el auge de los tatuajes, la reaparición del piercing, es decir, imperdibles, clavos, anillos colgados de la nariz, las cejas, los labios, las mejillas, e incluso las autolaceraciones resultan por obra y gracia de la casualidad. Ello implica ignorar el contexto histórico-social (marcado para bien y para mal por la globalización) en el que se produce la movida a la que me refiero y acercarse a un fenómeno de múltiples connotaciones desde un enfoque reduccionista que sólo ve el aspecto decorativo de la cuestión. En los últimos decenios, la transformación del propio cuerpo responde, tanto en los países desarrollados como los subdesarrollados, a una imparable voluntad de romper con lo establecido.

Todo comenzó allá por 1976, cuando los representantes del movimiento punk escandalizan a la puritana y circunspecta Inglaterra. Con miras a impresionar más a la sociedad en la que se sentían insatisfechos, escupen sobre un ideal corporal formado durante varios siglos de profunda mojigatería por las clases pudientes. Así, aquellos muchachos rebeldes, en su inmensa mayoría de origen proletario, hacen alarde de una apariencia tan chocante como rebuscada, por medio de dar a la ropa una utilización diferente a la habitual, llevándola rota o manchada y combinando colores a contrapelo de lo que pudiera considerarse como el buen gusto. Ante los asombrados ojos de la aristocracia londinense empezaron a desfilar jóvenes con peinados en forma de cuernos o de cresta, con maquillaje chillón y adornados con cadenas. El rechazo al cuerpo convencional se refuerza con el empleo del tatuaje, que cubre la totalidad de los brazos o lugares insospechados como el rostro, el cuello, el cráneo… y la reintroducción del piercing. En virtud de los cambios que proponen, los punks ofrecen una imagen con un fuerte significado. Por su parte, los medios de comunicación convierten a los protagonistas del suceso en el símbolo de la decadencia pero, al propio tiempo  y sin que sea su objetivo, participan en la propagación de este nuevo modelo corporal en Europa, Norteamérica y Japón.

Apenas han transcurrido de entonces a acá cuatro décadas y en la actualidad las ideas abrazadas por los punks han ganado millones de adeptos. Aunque carentes de la originalidad de sus iniciales promotores, hoy muchos campeones deportivos, top-models, primerísimas figuras de la música y del espectáculo han asumido también la estética de los -hasta hace poco- raros peinados, los piercing y en general el bricolaje corporal. En diversos sitios del mundo, con sumo orgullo las adolescentes exhiben ombligos adornados, mientras los chicos se colocan anillos en las cejas. En opinión de Nicholas Mirzoeff, Profesor de Arte y Estudios Comparativos en la Universidad de Stony Brook, New York, «… paradójicamente, más que a innovar, se procede a un ajuste intercultural que se vale de técnicas tradicionales de modificación del cuerpo empleadas por culturas no occidentales con fines religiosos, estéticos o identitarios.» (1)

En correspondencia con la línea de pensamiento esbozada por el Profesor Mirzoeff, uno llega a la conclusión de que con el invento de los «primitivos modernos», como los califica el estadounidense Fakir Musafar, prominente líder de los movimientos de personas que «hacen cosas con su cuerpo», en realidad estamos frente al nacimiento de una estética del cuerpo mestizo, que conlleva una especie de «tribalización» del cuerpo occidental. Empero, lo anterior no significa que se esté produciendo una vuelta a los ritos porque, en verdad, la inmensa mayoría de quienes se inspiran en ellos para obtener adornos casi no los conocen. Además, ha de acotarse que los cuerpos que en el presente sirven de modelos fueron en su día denostados en las grandes metrópolis o cuando menos, quienes en Europa y Estados Unidos buscaban algo de exotismo, los consideraban como objetos curiosos y sobre todo, los valoraban como la señal del «atraso» de los pueblos colonizados. Como afirma el eminente Profesor de la Universidad de Montpellier (Francia) y Director de la revista Quasimodo, Philippe Liotard: «Interpretados por la mirada occidental, los piercing, las automutilaciones y los estiramientos de las orejas, el cuello o los labios eran una demostración de la barbarie de esas poblaciones y justificaban la misión civilizadora de la que Occidente se sentía investido. Encarnaban por tanto lo opuesto al ideal corporal civilizado.» (2)

Si bien por ahora constituyen una exigua minoría, entre los «primitivos modernos» hay algunos pensadores de vanguardia que exploran los ritos corporales de las culturas procedentes del tercer mundo como una suerte de homenaje a las civilizaciones que los regímenes coloniales trataron de extirpar. En tal sentido, entre las variantes que han captado la atención de los especialistas figura la llamada «estética tribal», enarbolada por Maria Tashjian quien, desde su salón de modificaciones corporales en los Estados Unidos, es una ferviente activista de la idea de educar a la gente para que conserve la memoria de culturas desaparecidas y transmita los antiguos ideales de belleza que prevalecían entre los oriundos moradores de África, Asia y América. Según semejante concepción, las automutilaciones, el estiramiento de los lóbulos de las orejas y el piercing vienen a ser un reacomodo de las estéticas antiguas y modernas, de las naciones desarrolladas y subdesarrolladas, apoyado en el principio de la conservación de prácticas tradicionales de ornamentación y alimentado por las descripciones etnológicas.

Claro que la anterior no es la única teoría que intenta ofrecer un respaldo o fundamentación conceptual a estas prácticas. Otras personalidades de vanguardia, como el ya aludido Fakir Musafar, opinan que las mismas, en primera instancia, posibilitan un trabajo sobre uno mismo. El llamado «body play» propuesto por él consiste en experimentar todos los procedimientos de modificaciones corporales registrados en el devenir de la Humanidad. «Soportar voluntariamente las pruebas corporales a que se sometían las sociedades primitivas permitiría revivir una suerte de experiencia iniciática olvidada por las sociedades industriales, recuperar una suerte de pureza original» (3), asegura Musafar. Para los partidarios de dicha idea, poco o nada importan las marcas que quedan en el cuerpo, desde el instante en que -por una decisión individual, voluntaria y consciente- el dolor lleva a acceder a un estado de conciencia desconocido en las sociedades occidentales, en las que todo está concebido para combatir el sufrimiento físico.

Por lo expuesto hasta aquí, nadie debe pensar que las corrientes que conceptualizan la ornamentación corporal son predominantes. Por el contrario, nada de eso: resultan una ínfima minoría entre sus millones de adeptos. Los más, en el mejor de los casos, responden tan sólo al afán contemporáneo de conocerse a uno mismo, y en otros, al deseo de ser reconocidos por los demás. De cualquier modo, lo importante es que, como acota el esteta argentino Horacio Nivoli: «Impulsados por un proyecto ético, por una búsqueda espiritual, por la ostentación de signos de pertenencia a un grupo o por un juego erótico, el trabajo sobre la carne y la voluntad de poner a prueba el propio cuerpo corresponden a una postura identitaria que refleja una mutación cultural.» (4)

A la intención de afirmación se añade la voluntad de impugnar las normas y los valores establecidos, y de militar por otras maneras de vivir, de sentir y de exponerse. Muchos partidarios del tatuaje, del piercing y del body-art consideran que ya no pueden identificarse en ese ideal de cuerpo aséptico, borroso y alienado que promueven las sociedades occidentales. Expresan que quieren alejarse del canon de belleza de la rubia de ojos azules, del estereotipo del hombre de cuerpo liso, musculoso y bronceado. La experiencia de las modificaciones corporales puede analizarse, hasta cierto punto, como un combate contra la banalidad imperante por doquier. Cabe apuntar que el ajuste corporal también se edifica aprovechando los materiales, los conocimientos y las técnicas de la modernidad. Un ejemplo de ello lo representan los implantes llevados a cabo por el norteamericano Steve Hayworth, uno de los pioneros en la materia a inicios de la década de los noventa, y popularizados por la artista francesa Orlan. Los implantes transdérmicos, que insertan cuerpos extraños bajo la piel, permiten crear una ornamentación en volumen, como protuberancias en la frente, el esternón, los antebrazos, que resultan maneras radicales de transgredir los códigos de la apariencia y del orden establecidos.

En opinión de diversos especialistas, todas esas intervenciones se entienden como un intento de escapar al destino que asigna a cada cual su sexo, su edad o su extracción social. Hay, incluso, quienes como Nicholas Mirzoeff, van todavía mucho más lejos en la forma de valorar el asunto. Véase: «Las modificaciones corporales tienen una connotación política, reivindicada por los sectores de vanguardia. Por la ruptura con los modelos que generan, por el rechazo de los cánones de belleza machacados por los medios de comunicación de masas, por la afirmación de la libertad de cada cual de elegir lo que tiene ganas de hacer, llevar y mostrar, esas modificaciones hacen del cuerpo uno de los últimos espacios de libertad individual.» (5)

Aunque me parece un tanto desmedido el criterio de Mirzoeff, la verdad es que en un mundo en el que se presiona para que las actitudes individuales se ciñan a los modelos dominantes y se trabaja por la cosificación de los cuerpos, el ajuste de la apariencia personal resulta un desafío a la «normalidad». Séase partidario o detractor de las prácticas aquí comentadas, hay que admitir que con ellas cada individuo puede firmar su cuerpo de un modo que sólo le pertenece a él. Esta firma única produce una multiplicidad de sentimientos en cuantos la ven o la imaginan y que abarca desde la sorpresa, el rechazo, el temor, hasta la seducción. Creo que no es exagerado asegurar que la oposición a asumir las expectativas sociales en cuanto a imagen y lo que pudiera definirse como una conciencia de los efectos que origina la diferencia corporal se inscriben en las actuales manifestaciones de una cultura de resistencia contra la ideología normativa imperante a partir del imperio de la globalización.

En las mutaciones de la estética corporal de las cuales hoy somos testigos, se evidencian los procesos de hibridación o mixtura entre elementos del pasado y del porvenir, entre lo de aquí y lo de allá, entre lo imaginario y la experimentación, y se alimenta la pluralidad de las representaciones del cuerpo. Asimismo, si por un lado tiene lugar la homogeneización de las imágenes a escala planetaria, por otro se da una diversificación del modelo del cuerpo civilizado, visto durante varios siglos desde la perspectiva de la imagen impecable del occidental. Mas el asunto no se queda ahí y reviste todavía mayor complejidad. Piénsese, si no, en lo que acontece entre los sectores sociales pudientes de las naciones tercermundistas y entre las llamadas minorías (que a veces no lo son tanto) o los inmigrantes en los países desarrollados. En dichos grupos se produce el afán de acomodarse al modelo tradicional más común, legitimado por los seriales de televisión estadounidenses.

Al respecto, Horacio Nivoli comenta: «Las sudamericanas emigradas a Estados Unidos se transforman el busto, se aclaran la piel y se tiñen el pelo de rubio. Esas modificaciones no apuntan a distinguirse, sino a fundirse en la norma.» (6) En imitación de ídolos como el cantante Michael Jackson, en África negra y entre una porción de los afroamericanos está de moda la utilización de productos que blanquean la piel y por supuesto, de aquellos que alisan el pelo. En una muestra de lo hondo que ha calado el pensamiento colonialista en algunos, los famosos sapeurs de Kinshasa gastan cuantiosas sumas de dinero con tal de estar en absoluta sintonía con el último grito de la moda parisiense. No está de más recordar que no hace mucho tiempo que en los medios populares africanos las personas se tatuaban en el pecho un bolsillo del que se dejaban ver dos o tres estilográficas.

En un continente como América Latina, menos atrasado culturalmente pero sometido a los dictámenes de la moda en los Estados Unidos, numerosas mujeres apelan a la cirugía estética con el propósito de asemejarse lo más posible a las archipopulares muñecas Barbie. De igual modo, no pocas asiáticas se redondean los ojos… Con semejante proceder, los nativos de sociedades dominadas económica y políticamente por el primer mundo tratan de ocultar sus particularidades corporales porque para ellos, la occidentalización del cuerpo deviene estrategia saludable para intentar montarse en el carro de la mundialización, en el que -por cuantos esfuerzos que hagan- siempre serán percibidos como pasajeros de segunda categoría.

Como manifiesta Philippe Liotard, «la valorización de un ideal corporal plural sigue siendo un pasatiempo de privilegiados frente a la gran mayoría de los habitantes de los países del Sur. Sin embargo, contribuye a acelerar las mutaciones del orden corporal.» (7) Ciertamente, con la transgresión de la apariencia y la apropiación de las técnicas de rectificación del cuerpo hasta ahora sólo legitimadas por la medicina y la cirugía, quienes hacen suyos tales procedimientos están inscribiendo en su propia carne las reglas de un juego que prefigura el advenimiento de una confusión generalizada de las que por cientos de años fueron las normas corporales. Todo lo que acontece demuestra que el legado histórico del colonialismo dista mucho de haber desaparecido y al margen de lo que cada quien pueda pensar, de seguro en el futuro cercano, el cuerpo retrabajado y transgresor será tema obligado de enconadas polémicas.

(1) Mirzoeff, Nicholas: «El cuerpo, esclavitud del hombre»: Cultura, año XLIX, no. 565, Madrid, febrero 1999, p. 35.

(2) Liotard, Philippe: El bricolaje corporal. Centro de Producción Bibliográfica de la ONCE, Barcelona, 2001, pp. 58-59.

(3) Musafar, Fakir: Citado por: Liotard, Philippe: Ob. Cit., p. 92.

(4) Nivoli, Horacio: «En busca de una nueva ornamentación corporal»: Con Fundamento, año X, no. 59, Buenos Aires, nov.-dic. 2001, p. 11.

(5) Mirzoeff, Nicholas: Ob. Cit., p. 36.

(6) Nivoli, Horacio: Ob. Cit., p. 12.

(7) Liotard, Philippe: Ob. Cit., p. 137.

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