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Los muchachos del Callejón de Hamel

Los muchachos del Callejón de Hamel

Por Tony Pinelli

Entre las calles Belascoaín, Zanja, Infanta y Neptuno de La Habana, se encuentra el pintoresco barrio de Cayo Hueso, lleno de lugares interesantes y cuna de grandes artistas de la legendaria música cubana.

Entre las calles Aramburu y Hospital, a una escasa cuadra corta de San Lázaro, – en los terrenos que en los albores del Siglo XX compró un franco – alemán de nombre Fernando Belleau Hamel – se encuentra un llamado «callejón» que lleva precisamente el nombre de su antiguo dueño: El Callejón de Hamel.

Hoy en día se ha convertido en un importante centro cultural, gracias a la tenacidad de varios artistas y vecinos, donde se puede observar los murales y decoración de Salvador González Escalona –su animador principal–, además de una sesión de rumba de la buena, artesanías, una ceremonia de la variante religiosa de origen Bantú «Palo de Monte», alguna presentación musical y otras atracciones artísticas, donde acuden de forma nutrida turistas y nacionales.

Hace aproximadamente 73 años no era así, pero ya la expresión cultural hoy organizada por los propios vecinos que se puede observar, existía en el lugar y sobre todo en la esquina de Aramburu y el Callejón de Hamel, donde está intacta una casita – residencia de un trovador de la llamada trova tradicional nombrado Tirso Díaz, que reviste una enorme importancia histórica, porque allí nació Angelito Díaz, quien fungió como el factor aglutinante del «movimiento del filin», uno de los más bellos e importantes estilos de la canción cubana.

Allá por 1945, Angelito conoció a César Portillo de la Luz, que empezó a visitar su casa y junto a Tirso Díaz, hermano de Angelito, hicieron un trío vocal en 1946 al que llamaron «Trío Feeling», donde comenzaron a componer canciones con acordes disonantes no habituales en la guitarra popular cubana, pues junto a otros creadores como Luis Yáñez y Dandy Crawford, iban a los bares del puerto en La Habana a escuchar jazz en las «victrolas», alimentadas en parte por los marinos norteamericanos de la línea de buques comerciales conocida como «La Flota Blanca», que traían los discos de 45 rpm de Billie Holliday, Charlie Parker, Benny Goodman, etc. y analizaban la armonía que trataban de reproducir después en sus guitarras, además del caldo de cultivo que existía en Cuba con el «danzón de nuevo ritmo» de Arcano y sus Maravillas y el «ritmo diablo» del «Ciego Maravilloso», Arsenio Rodríguez.

La radio se entronizaba como la academia fundamental para los músicos populares y también funcionaba como fuente nutricia para los formidables compositores pianistas académicos como René Touzet, Adolfo Guzmán, Mario Fernández Porta, Orlando de la Rosa, etc.

Así, con ese formidable entorno sonoro repleto de buenas influencias, comenzaron a producir canciones que se harían inmortales y se volvió la casa de Angelito el centro de reunión de un grupo de jóvenes que se fueron identificando por su manera de componer, como un jovencito aún estudiante de Segunda Enseñanza, que se llamaba José Antonio Méndez, el excelente guitarrista Ñico Rojas, Rosendo Ruíz hijo, y otros.

Cerca, en la calle Aramburu había una barbería que tenía un piano y Angelito vio a una muchacha gordita y simpática que tocaba maravillosamente por lo que la invitó a las «descargas» de su casa y así empezó a frecuentar el grupo Aida Diestro, casi al mismo tiempo que Elena Burke y Omara Portuondo, que después hicieron el legendario Cuarteto D´Aida; así se fueron sumando a la manera de hacer una importante cantidad de compositores de obras consideradas antológicas hoy día.

«Delirio», «Contigo en la distancia», «Noche cubana», de César Portillo, «La Gloria eres tú», «Novia mía», «Mi mejor canción», de José Antonio Méndez, «La rosa mustia», «Se perdió el amor», de Ángel Díaz, «Hasta mañana vida mía», de Rosendo Ruíz, «Tú mi rosa azul», de Jorge Mazón, «Mi ayer», de Ñico Rojas, en fin, haría falta demasiado espacio para nombrar las maravillas que salieron de esa congregación de trovadores, que lograron que más de 70 años después, no pocas de esas canciones se sigan cantando diariamente en muchos países del mundo.

El grupo de los muchachos del «filin» ganaba fama y muchos curiosos llegaban a la casa de Tirso Díaz o a la de las hermanas Estela y Eva Martiatu, a oír las descargas que poseían sus normas de conducta, pues había que atender al trovador y hacer silencio, si no, el infractor corría el riesgo de que le llamara la atención el maravilloso César Portillo, en su función de «Sargento Mala Cara» designado por el grupo.

Andrés Echevarría Callava, «El Niño Rivera» una leyenda del tres cubano, el cordófono nacional, comenzó a frecuentar al grupo y después de tocar en los bailables del Conjunto Casino, iba para el Callejón de Hamel a compartir la madrugada entre aquellas canciones, que orquestó y se las llevó al Casino, que empezaron a hacerlas populares. Después en una de sus visitas habituales a La Habana María Antonia Peregrino, «Toña La Negra», montó «La Gloria eres tú» y la llevó a México al mismo tiempo que una de las inmortales, Olga Guillot, la hizo suya, eso le abrió las puertas de México a José Antonio Méndez y al filin en general.

Las obras del filin son de una impresionante sensibilidad y se considera una etapa importante de la trova cubana, por la característica de las imágenes dignas de una poesía que contienen sus textos. Un aspecto importante es que los fundadores del filin cantan sus canciones prácticamente ad libitum, es decir, a voluntad, sin enmarcarlas en un patrón rítmico, aunque se consideran boleros por muchos. Incluso las cantantes que se formaron en el filin como estilo interpretativo, aunque canten de todo, incluidas piezas rítmicas, en esas canciones cuando cantan con un guitarrista acompañante, las cantan a voluntad también.

Sin embargo, hay excelentes versiones cantadas como boleros con ritmo que se han hecho famosas, como «Contigo en la distancia», un clásico del filin,  de Luis Miguel o la versión de la misma canción por  Cristina Aguilera, que empieza ad libitum como hacía Portillo y se le va sumando la orquesta con ritmo de bolero; la explicación está en que, al llevarlas a una agrupación orquestal, se hacía difícil tocarlas al estilo del trovador con su guitarra, y había que ofrecer un patrón que coordinara los instrumentos, así que la enmarcaron en el patrón rítmico más afín que es el bolero y quedaron como tales.

Resulta sorprendente la vigencia de esas canciones que, después de setenta y tantos años, se cantan prácticamente todos los días en varios países del mundo, no sólo en Cuba.

Lo cierto es que, si los hermanos Grimm documentaron para la historia la fábula mágica del Flautista de Hamelín, el pueblito al Norte de Alemania, en el barrio habanero de Cayo Hueso nacieron canciones mágicas, capaces de vencer al tiempo en el fabuloso Callejón de Hamel.

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