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Un texto de Carlos Victoria

Un texto de Carlos Victoria

Decididamente, en mi caso personal, tengo que estar agradecido al coronavirus. La solidaridad despertada durante estas semanas de reclusión ha posibilitado que en numerosos sitios de la red de redes se hayan puesto de forma gratuita libros a los que por diferentes razones me ha resultado imposible acceder en el pasado. 

Así, he descargado trabajos de autores como Antonio Benítez Rojo, Ahmel Echevarría, Ena Lucía Portella, Jorge Enrique Lage, Guillermo Rosales, Leonardo Padura o Carlos Victoria. De este último, una figura fundamental en eso que los académicos denominan canon literario cubano, he incorporado a mi biblioteca digital los títulos La travesía secretaPuente en la oscuridad y la colección Cuentos completos, publicada por la editorial Aduana Vieja. Dicho compendio  de narraciones de Carlos Victoria se abre  con un texto que resulta premonitorio de su muerte prematura y que Miradas Desde Adentro pone a consideración de sus lectores.

Génesis 

Carlos Victoria 

Mi padre y mi madre me dieron la vida y han sido en gran medida el centro de mi vida y mi escritura. Mi padre por su ausencia, mi madre por su presencia. Estoy marcado por una lejanía y una cercanía. Por supuesto que hay mucho, mucho más, pero si la muerte fuera una empresa en la que yo tuviera que pedir trabajo, y me exigiera un resumen conciso para darme el empleo, un curriculum vitae de pocas palabras, tendría que dedicarles a ellos dos la mayor parte de ese escueto texto. 

Como escritor al fin (mi vocación empezó desde niño), he tenido conciencia de eso que llaman, y no puedo eludir los lugares comunes, la brevedad de la vida, la transitoriedad de las cosas terrenas. Pero ahora que por primera vez padezco de una enfermedad que puede ser mortal, y el final se presenta como algo palpable, y no como esa imagen nebulosa e incluso levemente deseada (nunca he pensado en la muerte con temor, sino más bien como un hombre con sueño piensa en una siesta, que pospone porque tiene otras cosas que hacer), me pregunto si me queda tiempo para escribir esa novela que calculo tendría unas mil páginas y que llevo en la cabeza desde hace dos, tres años, y de las que sólo he terminado con satisfacción las primeras diez. He eliminado el resto de lo que he hecho hasta ahora, un centenar de cuartillas de calidad dudosa en las que me metí por rutas falsas y que me condujeron a un atolladero, a un genuino callejón sin salida. 

Tal vez yo sobreviva, y llegue incluso a concluir esa larga narración sobre un hombre de Miami cuyo rostro cambia y regresa a Cuba sin que ninguno de sus conocidos pueda reconocerlo. Pero la incertidumbre me obliga a iniciar un escrito más breve, mientras estoy en esta especie de salón de espera. 

Además, en estas circunstancias no tengo ganas de escribir ficción. Me sorprende esta frase. Nunca he podido llevar un diario, ni me ha atraído la posibilidad de una autobiografía. Tampoco sirvo para los ensayos, ni siquiera para los artículos. Soy narrador de historias; eso es todo. La “realidad” de un diario o una autobiografía jamás me ha convencido; si intentara hacer cualquiera de los dos me volvería un farsante. Y sin embargo, me hallo en este sitio donde debo esperar. Y como la ficción me ha abandonado, al menos por ahora, es válido que escriba lo que sienta. 

II 

Empecé por hablar de mi padre y mi madre. ¿Qué tenían en común esos dos seres? Muy poco, si exceptúo la vehemencia. Hoy, cuando ambos ya están muertos, puedo verlo. Este rasgo provocó en los dos resultados distintos. En mi padre, la intensidad se tradujo en pasión por conquistar mujeres, en idealismo (¿o en mera vocación de aventurero? ), al punto de que renunciando a su clase social se integró al ejército revolucionario y ascendió hasta volverse mayor, convirtiéndose más tarde en un miembro de la elite comunista de Cuba. Es decir, que regresó a su clase, con sus poderes y sus privilegios. Por otra parte, la intensidad se tradujo también en alcoholismo. En mi madre, la vehemencia tuvo una consecuencia más rápida y concreta: a los 25 años, poco después de darme a luz, se enfermó de esquizofrenia. Él se adentró de cabeza en el mundo, con sus brillos sociales y sexuales, su cuota de traiciones y lealtades, su complicada red de logros y fracasos, de goces y dolores, de orden y caos, y ella renunció al mundo para internarse para siempre en la cárcel de su imaginación. 

Uno de tantos contrastes: mi padre, según él mismo y casi todos los que lo conocieron, fue un hombre generoso y desprendido (excepto con mi madre y conmigo, algo que se apresuró a admitir cuando viajé a Cuba para conocerlo en 1994), pero fue a la vez fuente de disgustos para sus allegados, por su carácter terco, su fanatismo político y sus etapas de libertinaje, ya que era un alcohólico funcional al que de repente le daba por beber para al final volver a una abstinencia que duraba semanas y hasta meses, hasta la próxima ronda de borracheras. Mi madre, por el contrario, fue una gran egoísta, sin que ella pudiera remediarlo. El egoísmo es marca distintiva del enfermo mental. No hay lugar para la generosidad ni el desprendimiento. 

Pero mi madre, dentro de su egoísmo, vivió completamente para mí, y me integró de forma radical a su universo de dioses y fantasmas. Indiferente a toda realidad, se concentró en sí misma, en su fantasía y en su único hijo. Libre de compromisos sociales, de las mentiras que exigen todas las relaciones, mi madre mostró sin tapujos su verdad. 

¿Qué tengo de ellos dos? La vehemencia, sin duda. Y sí, la generosidad y el egoísmo. La facilidad de mi padre de acercarse a la gente y la necesidad de mi madre de escapar de la gente. Estas contradicciones conllevan un precio que me he visto obligado a pagar, a veces puntualmente y otras con demora. Pero a la larga pienso que he cumplido. 

III 

En el camino de explicarme a mí mismo, pues me doy cuenta de que este texto tiene ese objetivo, es lógico que empiece por mi madre y mi padre. Pero no me engaño: los genes son un fundamento, pero no lo son todo. Además, incluso si lo fueran, ¿cómo aclarar ese lenguaje totalmente cifrado, cómo interpretarlo, cómo desmenuzarlo? Puedo intentar resumir ciertas características de esas dos personas a quienes debo hoy estar aquí, pero al final mi madre es un misterio. Mi padre igual. No hay retrato, por profundo, por meticuloso que me esfuerce en hacer, que dé una idea de lo que ellos fueron, ni tampoco de lo que soy yo. 

¿Qué son los datos, cuando se trata de una vida humana? Poca cosa. Una brújula sin ton ni son que apunta a varios rumbos a la vez. Puedo decir: mi padre fue un alcohólico y yo soy un alcohólico. Mi padre tuvo cáncer y ahora yo tengo cáncer. Si me ciño a esas pruebas, mi padre se vuelve un ser monstruoso, y nuestro vínculo sería el inaceptable del verdugo y la víctima. Puedo decir: mi madre estaba loca y yo heredé, filtrada y transformada, su dolencia mental. Además, más que un hijo yo fui el padre de ella, su enfermero, su bastón, su guardián. Su enfermedad me llevó a usar una suerte de camisa de fuerza. Pero eso sería una repetición del esquema de verdugo y víctima. No es así. No. 

Esos datos tan burdos no definen la trama enrevesada de mi propia existencia, ni de mi relación con ellos dos. El amor por mi madre se convirtió en pesar, pero también en gran realización. A ella le debo posiblemente mi creatividad, mi comprensión de los seres humanos (el que comprende a un loco comprende a todo el mundo), mi visión amplia, en la medida en que una visión puede serlo, de la vida y de las circunstancias. La ausencia de mi padre en mi infancia y en mi juventud, aunque me hizo daño, me evitó el lastre del autoritarismo, que hubiera sido un mal mucho mayor. Y nuestra breve relación, desde el 94 hasta el 2005, el año de su muerte, estuvo matizada por una especie de ironía afectuosa, por una mutua naturalidad que he sentido con pocas personas. El conocerlo, el verle frente a frente, el conversar con él, eliminó casi completamente el rencor que le tuve desde que era muy niño, el resentimiento que me inspiraba esa foto sin rostro, esa figura sin cuerpo ni facciones que había dejado una huella brutal en mi madre y en mí. Es decir, que como en esos libros y esas películas de finales felices, la mayoría ridículos e inverosímiles, yo me he reconciliado con mi madre y mi padre. Eran ellos, con sus limitaciones, los que yo requería. No los cambio por nadie. 

Claro, que no es tan simple. Por ejemplo, cuando mi madre murió, en diciembre del 2000, todo el odio a mi padre que acumulé durante tantos años, y que yo daba por eliminado, resucitó de pronto, implacable y feroz. 

En un puro arrebato irracional no concebía que a mi madre le hubiera  tocado morirse primero. Era el razonamiento de un demente. Durante  semanas me resultó imposible hablar por teléfono con mi padre, por temor a  insultarlo. Pero a los pocos meses, cuando al fin lo llamé, el mero hecho de  escuchar su voz borró una vez más todo el rencor. No tengo explicaciones  para esto. Luego él se enfermó de cáncer y yo fui a Cuba para despedirme. 

Y el Día de los Padres del 2005 me decidí a llamar para felicitarlo. Nunca  lo había hecho antes. Aunque ya lo había perdonado desde hacía mucho  tiempo y, como dije, nuestra relación tenía una calidez y una espontaneidad  extraordinarias, me parecía el colmo felicitarlo en un día semejante. ¿Cómo  podía felicitar a un padre que jamás se comportó como tal desde que nací  hasta que cumplí 42 años? Pero por tratarse de que estaba enfermo, lo hice.

Tuvimos como siempre un diálogo de afecto y simpatía. Al día siguiente mi  padre cayó en coma y murió tres semanas después. 

Estos son apenas momentos. Hubo miles, millones de momentos  distintos en que mis sentimientos hacia ellos dos cambiaron. Sería absurdo  tratar de enumerarlos en este breve texto. Sólo deseo dejar constancia de  que la difícil relación con ambos me ha hecho ser en buena medida lo que  soy. 

IV 

Si hablo de génesis y de cimientos, debo también mencionar a Cuba. Para bien y para mal nací allí. ¿Por qué el lugar de origen influye sobre uno? Sé que hay personas indiferentes a su país natal, y hay otras que se sienten, con todo su derecho, ciudadanas del mundo. Tal vez esa es la actitud razonable. Pero son excepciones. Aunque mi vínculo profundo con Cuba se ha desgastado en los últimos años, esa nación me ha marcado hasta hoy. Allí viví hasta los 30 años, y aunque en etapas, por cansancio o despecho, he sentido que ya no soy cubano, lo cierto es que jamás podría ser otra cosa, a pesar de que desde hace 20 años soy ciudadano norteamericano. 

¿Es que acaso uno espera de la patria lo mismo que uno espera de los padres, quiero decir, protección y lealtad, motivos para enorgullecerse? Al parecer en mi caso fue así. Pero la patria, aparte del paisaje, las ciudades, el  clima y los caprichos de la geografía, se sustenta en gobierno y ciudadanos. Gente. Y es allí donde la patria mía me ha causado una enorme decepción. 

Al igual que mi madre, mi patria se enfermó de esquizofrenia. Y lo que  pude aceptar en mi madre (muy a regañadientes, tengo que confesarlo), no  he podido aceptarlo jamás en Cuba y los cubanos. No quiero añadir más. 

Roles 

La sucesión de roles. En vano he tratado de escapar de su yugo. Los roles definen la conducta, las apariencias, el hablar o el callar, la forma en  que uno se relaciona con los otros o les vuelve la espalda. Los roles que uno asume con conciencia y los que adopta por instinto, o por razones que ni  uno mismo sabe. 

¡Ah, el desfile de roles! El intercambio, la metamorfosis, el círculo  vicioso de los roles. 

Me ha obsesionado ser un yo indivisible, sin fracturas ni máscaras; he  luchado contra el atropello de múltiples personas dentro del ser que  responde a mi nombre. En la época en la que bebía y consumía drogas, me  desgarraba la conciencia de los oscuros Mr. Hydes que dominaban mi  mente y mis acciones. Al menos puedo decir que cuando al fin superé mi  adicción y alcoholismo, las fases más siniestras de mi conducta y de mis  pensamientos en gran parte desaparecieron. 

Y sin embargo, a medida que envejezco, y la enfermedad que padezco  actualmente me ha hecho más viejo en cuestión de semanas, me doy cuenta  de algo que siempre he sabido, pero nunca he aceptado: no hay tal yo  indivisible. La unidad soñada por Parménides es un espejismo cuando se  trata de cada individuo. Entre otras cosas, porque persiste la multitud de  roles. Y yo he asumido los más diversos a lo largo de toda mi existencia, sin  poder evitarlo. Quiero dar de mí mismo una imagen cabal, sin recurrir a la  mentira y a la hipocresía, pero eso es imposible. 

¿Por qué valoro en tan alto grado —y en esto me parezco a mucha gente — la integridad y la sinceridad? ¿Se trata de una ética que nació conmigo,  que aprendí en el camino o que me impuse por mera terquedad? Por  supuesto, está bien que uno intente tenerlas. Pero vivir es interpretar roles, y  esos roles exigen, en el mejor de los casos, ser flexible. 

He aquí algunos de mis roles, y ni siquiera puedo enumerar la cuarta  parte de los que he asumido desde que tengo uso de razón: el rol del  escritor, el del amante, el del solitario, el del buen hijo, el del mal hijo, el  del pecador, el del santo, el del escéptico, el del creyente, el del juerguista,  el del abstemio, el del lujurioso, el del ascético, el del masturbador (uno de  los roles más persistentes desde mi adolescencia), el del responsable, el del  irresponsable, el del fracasado, el del triunfador, el del humilde, el del  orgulloso, el del maestro, el del alumno, el del voyeur (otro rol persistente),  el del tímido, el del audaz, el del rencoroso, el del perdonador, el del  pensador, el del irracional, el del entusiasta, el del indiferente… y así puedo  seguir hasta el agotamiento. 

Pero basta. 

Prefiero seguir escribiendo ficción.

Todos los caminos me condujeron hasta El Caimán

Todos los caminos me condujeron hasta El Caimán

Yo no iba a ser periodista. Hasta el momento de solicitar la carrera en 12 grado, quería estudiar algo vinculado a las matemáticas, pero el entonces Ministro de Educación Superior, no dio el permiso para que un ciego (en este caso yo) cursase la ingeniería en Sistemas Automatizados de Dirección. Recuerdo que la noche anterior al día en que se concluía la entrega de planillas, la entonces subdirectora del preuniversitario Saúl Delgado en el que yo estudiaba, mi querida Juana Díaz, me llamó para que de manera urgente fuese hasta su casa en la calle 25, a ver por fin qué carrera iba a pedir. Fue Yiya, su hermana y quien había sido profesora mía, quien me sugirió pidiese Periodismo, pues consideraba que yo tenía aptitudes para ello. Fue así que opté por dicha carrera, sin saber a ciencia cierta si me gustaría o no.

Por suerte, desde el primer momento en que entré a la Facultad de Artes y Letras en septiembre de 1981, me sentí bien con el ambiente del lugar. Gracias a mi madre, desde niño tuve pasión por la lectura y aunque mi vocación eran las ciencias, nunca me fue mal en las letras. Creo que fue más o menos por aquel año de 1981 cuando supe de la existencia de  El Caimán Barbudo.

No me da pena decir que las primeras cosas que leí de la publicación fueron únicamente los textos que publicaban sobre música. Recuerdo a la perfección en ese sentido, los trabajos de Tanya Jackson, una norteamericana que por aquella época vivía en Cuba y laboraba en Radio Habana Cuba, o los de Guille Vilar en la sección Entre Cuerdas y que eran de obligatoria consulta para mí. Tiempo después fue que me interesé por escritos como los de  Leonardo Padura  acerca de literatura o los de Ángel Tomás, que versaban sobre artes plásticas. Lejos estaba de pensar que Ángel Tomás (a quien conocería varios años después) tendría en un momento dado un rol fundamental para mi vida como periodista.

A inicios de 1982 me tocaron mis primeras prácticas y fui ubicado en Juventud Rebelde, entonces en el edificio donde hoy radica la Casa Editora Abril. Por iniciativa personal, quise escribir un comentario sobre el programa Encuentro con la Música, que se transmitía de lunes a viernes en horas de la noche por Radio Progreso. Ya con el texto hecho, fui a ver a Lourdes Pasalodos, que era la jefa del equipo de cultura del periódico y que dio la aprobación para que viese la luz mi primer trabajo. No imaginaba que transcurridos unos meses, Lourdes Pasalodos y el también periodista Emilio Surí Quesada serían trasladados hacia El Caimán Barbudo, para sustituir a Ángel Tomás y  Leonardo Padura, que eran enviados como castigo hacia Juventud Rebelde, a fin de que “se reeducaran ideológicamente”.

Corría 1983 o quizá 1984 cuando un día, mi ya para entonces buen amigo Camilo Egaña se me acercó y me propuso comenzar a escribir para Alma Máter. Dije que sí y a partir de ese instante, junto a Camilo y a mi hermano Alexis Triana nos integramos al equipo de la revista dirigida a los universitarios cubanos. No preciso con exactitud el momento en que las oficinas de Alma Máter pasaron de su sede en 17 y H, a estar en la misma casa de Paseo entre 25 y 27, donde radicaba El Caimán. Lo que sí tengo claro es que a partir de ahí aquello fue una bendición, porque mis frecuentes visitas a  Alma Máter  también me servían para disfrutar de la atmósfera que había en torno a El Caimán, y de conversaciones sobre todo lo humano y divino con gentes como Bernardo Marqués Ravelo, alguien ya fallecido y que en mi opinión fue uno de los más grandes periodistas que ha tenido este país en mucho tiempo.

Bajo el influjo de cuanto acontecía en aquella casa, donde aprendí mucho de periodismo y de cultura en general con solo oír los intercambios de criterios que se originaban entre quienes allí laboraban (debates en los que desde una discusión sobre pelota resultaba enriquecedora), llegué a soñar con la posibilidad de trabajar en El Caimán, pero aún no era mi tiempo y, para ello, debería aguardar bastante más. Recuerdo que a la altura del segundo semestre del quinto año de la carrera, entre abril y junio de 1986, yo andaba buscando un sitio donde me quisieran aceptar para laborar al graduarme, pues en la dependencia del Ministerio de Cultura donde me habían ubicado, se negaron de cuajo a recibir a un ciego en su nómina.

Fui de redacción en redacción por todos los órganos de prensa existentes en La Habana, para recibir siempre la misma negativa por respuesta. Por supuesto, también me presenté en la oficina de la entonces directora de El Caimán,  Paquita Armas, alguien que con el paso de los años se ha convertido en la actualidad en una de mis mejores amigas, una miembro fundamental de mi familia y con la que hablo telefónicamente una o dos veces al día. Pero claro, aquella tarde en que fui a solicitarle empleo, la historia era otra y, como es lógico, con suma gentileza la Paca me dio el bate pues no creía que alguien con un defecto físico como el mío pudiese servir para el oficio del periodismo y menos en El Caimán Barbudo.

Por historias de discriminación como esa y que se han repetido una y otra vez en mi vida o con tantísimos ciegos y ciegas que conozco, es que siempre me he proyectado en defensa de la alteridad como ganancia cultural y principio transformador, y en solidaridad con la causa de quienes entre nosotros han sido víctimas por ser o pensar diferente, como las representantes de los grupos feministas, los activistas LGTB, los negros y mestizos aunados en proyectos como la Cofradía de la Negritud, más allá de compartir ciento por ciento o no con sus postulados.

Pero como señal inequívoca de que de un modo u otro mi camino estaba asociado a El Caimán Barbudo y a quienes han laborado en la revista, la única persona que se ofreció a darme empleo en 1986, a ver si yo daba o no la talla en un trabajo de corte intelectual, fue Félix Sautié, en ese instante director de la Editorial José Martí. El “loco” Sautié, como muchos le dicen, había sido también director de El Caimán y, aunque en el medio artístico literario él es una figura denostada por haber llegado a la publicación como uno de los tantos “apagafuegos” impuestos por las instancias superiores en la historia del saurio y por haber sido Vicepresidente del tristemente recordado Consejo Nacional de Cultura durante la etapa del Quinquenio Gris, siempre le estaré agradecido por abrirme las puertas del centro que él dirigía y porque en los años que permanecí como su subordinado, aprendí muchísimo del mundo editorial.

No obstante a que, sin la menor duda, puedo decir que en la José Martí me fue bien e hice allí excelentes amistades que aún conservo, aquello no era lo mío pues lo que yo quería hacer era periodismo. Y la oportunidad se me dio en 1988, una vez más gracias a alguien que también estuvo asociado a El Caimán Barbudo. En ese año, Alexis Triana Hernández estaba concluyendo su tesis para graduarse en la Facultad de Periodismo. Su Trabajo de Diploma era sobre Juventud Rebelde y a raíz de su investigación, él propició que varios jóvenes nos acercásemos como colaboradores al periódico. Fue así que por encargo del entonces jefe de las páginas de cultura, Ángel Tomás, escribí para una de las ediciones dominicales un trabajo denominado “La generación de los topos”, que al salir dio mucho que hablar.

Tras aquella experiencia, el propio Ángel Tomás me preguntó que si yo sería capaz de llevar una sección en el periódico, a lo que de inmediato y sin pensarlo ni mucho ni poco, respondí de manera afirmativa. Fue así que surgió mi columna “Los que soñamos por la oreja”,  que se mantuvo desde 1988 hasta marzo de 2018 en Juventud Rebelde, momento en que desapareció no por mi voluntad. Justo fue un ex caimanero, por demás expulsado de la revista so pretexto de los consabidos problemas ideológicos de siempre, devenido luego jefe de las páginas de cultura y de las memorables ediciones dominicales de Juventud Rebelde en la segunda mitad de los ochenta (a partir de ese instante mi amigo y principal maestro de periodismo en la práctica), Ángel Tomás González, la única persona que en un momento en que nadie me conocía se atrevió a abrirme un espacio para que yo redactase una columna semanal en las páginas del segundo diario en importancia de este país.

Gracias a “Los que soñamos por la oreja”, mi trabajo como periodista fue dándose a conocer y, poco tiempo después, desde varios de los sitios en que en 1986 me habían negado la posibilidad de empleo, me llegaron ofertas de trabajo. De ellas acepté la formulada por Armando Fraga, Jorge Hernández Pría y José León, quienes al asumir la dirección de la revista Alma Máter me solicitaron que me sumase al equipo de la publicación y al de la Casa Editora Abril, donde siempre me han valorado en mi justa medida.

Cuando en el último trimestre de 1990 el país entró en lo que se ha conocido de manera eufemística como Período Especial y el sistema de prensa cubano se vino abajo, pasé a trabajar en un engendro nombrado Somos (una revista mensual), donde compartí labores como redactor reportero junto a colegas procedentes de El Caimán como la mencionada Lourdes Pasalodos; Luis Felipe Calvo y  Bladimir Zamora. En el primer quinquenio de los noventa, gracias a una donación de papel hecha por Tomás Borge, pudieron imprimirse un par de ediciones de El Caimán, la 274 y 275. En esta última, tuve la suerte de incluir un texto mío, “Te doy otra canción”, trabajo realizado a partir de una ponencia que había presentado en el evento teórico del festival Los Días de la Música, en su emisión de 1994.

Finalmente, al reaparecer de forma sistemática El Caimán Barbudo a fines de 1996, como parte de la resurrección de las publicaciones de la Casa Editora Abril por obra de una intervención pública de Iroel Sánchez en un evento en el que se encontraba presente Fidel; por solicitud de quien entonces asumió la dirección de El Caimán, Fernando Rojas, tuve el privilegio de pasar a formar parte de la redacción de la revista, donde he compartido la dicha de llegar a ser caimanero con gentes como el aludido Fernando, el Blado, el Mariscal Lagarde, Félix, Aymara,  FIDE, Paca, Andrés,  Grillo, Leo, la desaparecida Luisa, Marbelys, Yamilee, Tania,  Richard, Cari, Elena, Escael,  Racso, Pepe Antonio, Daya, Yaíma, Silvano,  Antonio Enrique, hasta los últimos en llegar, Darío, María Antonieta, Maykel, Lourdes, Albita y Raúl.

Para concluir, solo quiero agregar que la mayor lección que he sacado de mi vínculo con El Caimán Barbudo, tanto en mi etapa de lector durante los 80 como en la de periodista de la publicación desde 1996 hasta hoy, es que entre nuestros compatriotas perduran las equívocas tendencias que confunden el debate y la discrepancia de corte intelectual, en el peor de los casos, con el linchamiento del enemigo o, en la menos desafortunada de las situaciones posibles, con el mero y llano intercambio de cortesías. Por lo que promover y auspiciar la discusión con las múltiples voces e ideas de la esfera pública, no es solo un acto legítimo sino también indispensable para progresar en la aspiración de alcanzar, alguna vez, un diálogo carente de dogmas y juicios totalizadores, en el que predomine un consenso signado por una buena dosis de serenidad y respeto. Pensar lo que otro nos dice y admitir que puede tener parte de o toda la razón, para nosotros es una proeza; y así, hemos obviado una moraleja de Jorge Luis Borges: “Hay que saber elegir los enemigos, porque al final terminamos pareciéndonos a ellos”.

Isla en la luz: Cultura de las dos orillas

Isla en la luz: Cultura de las dos orillas

Isla en la luz

Una idea de Wendy Guerra y Carlos Garaicoa vuelve a unir a creadores residentes en Cuba con radicados en la diáspora. Se trata del libro titulado Island in the light/Isla en la luz, proyecto coordinado por Leonardo Padura y auspiciado por el afamado empresario y coleccionista Jorge Pérez.

Con textos en español e inglés, el material incluye reproducciones de obras de la colección de la Familia Pérez o donadas por esta entidad al Pérez Art Museum de Miami.

Editado por Tra Publishing, el volumen saldrá a la venta en el segundo trimestre de 2019, pero ya fue presentado durante el pasado diciembre de 2018 en el centro Art Basel, a propósito de una de las ferias de arte de mayor importancia actualmente en Estados Unidos.

Es conveniente resaltar que este libro reúne a través de sus páginas una muestra bastante representativa de buena parte de lo mejor del arte contemporáneo cubano, sin tener en cuenta en lo más mínimo el sitio de residencia de los artistas, lo que también acontece con los escritores participantes, escogidos –según declaraciones de Wendy Guerra y Leonardo Padura–a partir de un criterio de calidad y posibles puntos de contactos entre los creadores. De este modo, la pintura, el dibujo, la fotografía, la escultura o la instalación, se convierten en objeto de inspiración para una nueva obra poética o de ficción.

En opinión de personas que ya han podido tener el libro entre sus manos, el principal logro de esta experiencia en la que también participó el poeta Alex Fleites, ha sido un diálogo enriquecedor entre varias manifestaciones artísticas que se extiende a la música, si se tiene en cuenta la “banda sonora” compuesta por el cantautor Pavel Urquiza y que puede escucharse con la utilización de los códigos digitales incluidos en el libro.

En Isla en la luz aparecen reproducciones de obras de artistas plásticos como Roberto Fabelo, el ya desintegrado dúo de Los Carpinteros, Sandra Ramos, René Francisco Rodríguez, José Bedia, Tomás Esson, Flavio Garciandía, Julio Larraz, Ana Mendieta, Alexandre Arrechea, Glexis Novoa y Rubén Torres Llorca. Por su parte, la literatura está representada por autores como Arturo Arango, Francisco López Sacha, Abilio Estévez, Karla Suárez y Reyna María Rodríguez

Según declaraciones del empresario y coleccionista  Jorge Pérez, CEO de The Related Group, los beneficios obtenidos por la venta del libro Island in the light/Isla en la luz serán empleados para apoyar la cultura y el arte. Igualmente, con los fondos recaudados se respaldarán programas y organizaciones enfocados en el arte y la cultura en el sur de la Florida.

Solo habría que agregar lo conveniente de que algunos ejemplares de un volumen como este, capaz de reflejar la variedad y la riqueza del arte contemporáneo y de la literatura facturados hoy por cubanos dentro y fuera del país, también llegase de algún modo al que debe ser  su consumidor natural, es decir, los y las moradores en La Isla, aunque solo fuese por medio de algunos ejemplares para nuestras principales bibliotecas. Creo yo.

De aquí y de allá

De aquí y de allá

A continuación se ofrecen informaciones acerca de un homenaje de la trompetista holandesa Maité Hontelé a la música cubana, del concurso de composición Harold Gramatges, de la entrada de Leonardo Padura a la Academia Cubana de la Lengua y de un reciente concierto en España de los pianistas Chucho Valdés y Mine Kawakami.

Homenaje de trompetista holandesa a la música cubana

La trompetista holandesa Maité Hontelé (38 años) presentó en todas las plataformas digitales su disco Cuba Linda, un homenaje a la música de la Isla, que describe como “la cuna” de los ritmos tropicales.

“Cuba es la cuna, ahí empezó todo, porque a partir del son cubano se desarrolló la salsa. La música de Cuba tiene un estilo que me gusta mucho, está muy basada en la melodía y la trompeta cumple un rol muy importante tanto para tocar melodías como para improvisar sobre los ritmos cubanos”, ha destacado Maité Hontelé a un  medio de prensa  colombiano.

La instrumentista holandesa ha expresado que la Isla se volvió una inspiración muy fuerte para ella desde pequeña, y recuerda con afecto a grandes intérpretes cubanos como los trompetistas Alfredo “Chocolate” Armenteros y  Félix Chappottín.

“Ellos tuvieron un sonido muy propio y tenían un enfoque definido hacia el ritmo y la melodía. Eso siempre ha sido lo más importante en mi manera de interpretar la trompeta y empecé desde jovencita a copiar esos estilos”, ha declarado.

En el disco que ahora presenta, el quinto de su carrera, cuenta con la participación de varios músicos cubanos, entre ellos los cantantes Robertón e  Isaac Delgado, el bajista Alain Pérez  y la Orquesta Aragón, entre otros.

También ha contado con la participación del vocalista puertorriqueño  Gilberto Santa Rosa y del dominicano Vicente García.

A propósito de la canción que da título al disco, ha dicho: “Es el tema que me ha perseguido durante toda mi vida. Es bellísimo, tiene mucha energía y la trompeta tiene un rol importante”.

“Yo quería cerrar un ciclo musical con ese tema porque representa mucho para mí: esa Cuba linda que me ha dado tanto, que nos ha inspirado tanto. Quería hacerle un homenaje”, concluyó.

Leonardo Padura en la Academia Cubana de la Lengua

El escritor Leonardo Padura fue recibido el pasado lunes 26 de noviembre como miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua en un acto celebrado en el Aula Magna del Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana (Mercaderes, entre Obispo y O’Relly).

Premio Nacional de Literatura en 2012, Princesa de Asturias de las Letras en 2015 y Premio Internacional de Novela Histórica Barcino en 2018,

Leonardo Padura ocupa ahora un sillón que estaba vacante, con una letra mayúscula.

En el acto, el escritor dio un discurso titulado: «¿Para qué se escribe una novela?», que fue respondido por la académica de número Margarita Mateo Palmer.

Concurso de Composición Harold Gramatges 2018

Música de Cámara

Características:

. Concursarán obras para cuarteto de cuerdas.

. Las obras serán inéditas y no deben haber sido estrenadas ni premiadas en otros concursos.

. Su duración no debe ser menor de 5 ni mayor de 8 minutos. Se podrán contemplar ciclos de   breves piezas para los formatos en competencia (dúo de violines, trío de dos violines y viola y cuarteto de cuerdas).

Participación:

Podrán participar compositores cubanos y extranjeros residentes en Cuba, sin límite de edad con excepción de los ganadores del Primer Premio en las últimas tres ediciones.

Premios:

Primero:   5 000.00 pesos y diploma

Segundo: 3 000.00 pesos y diploma

Tercero:   2 000.00 pesos y diploma

Se otorgarán tantas menciones como considere el jurado.

La Asociación de Músicos de la UNEAC se compromete con el estreno y grabación de la obra galardonada, en coordinación con el Laboratorio Nacional de Música Electroacústica.

Calendario:

El plazo de admisión vence el viernes 16 de noviembre de 2018.

El premio y las menciones serán dados a conocer el domingo 9 de diciembre de 2018, a las 11.00 a.m. en la Sala Ignacio Cervantes.

Información general

La inscripción se realizará en la sede de la Asociación de Músicos de la UNEAC o en sus comités provinciales abonándose una cuota de 25.00 pesos MN.

·         Las partituras serán recibidas en sobre cerrado identificado con un lema o seudónimo. Puede presentarse, además, una muestra “midi”.

·         Cada concursante entregará un sobre cerrado identificado con el mismo lema o seudónimo, que incluya su nombre completo, dirección particular, carné de identidad, teléfono, correo y breve currículo.

·         Cada aspirante podrá presentar hasta dos obras identificadas con diferentes seudónimos.

·         El jurado tendrá la facultad de recomendar obras para ser estrenadas y grabadas.

·         El fallo es inapelable y el jurado se reserva el derecho de declarar el premio desierto.

Chucho Valdés y Mine Kawakami nuevamente juntos

Vía la agencia  EFE, nos llega la noticia de que  el «desinhibido» jazz afrocubano de nuestro Chucho Valdés y la «sensibilidad oriental» de la japonesa Mine Kawakami se mezclaron el pasado 1 de diciembre en el Teatro Real de la capital española, donde se presentó el concierto a dos pianos «De La Habana a Kioto, con parada en Madrid».

Ambos pianistas, que se conocieron en 2004 cuando tocaron juntos en el Teatro Amadeo Roldán de La Habana, se encontraron sobre el escenario para ofrecer un concierto «innovador» en el que interpretaron los mismos temas pero en diferentes estilos, en una función auspiciada por el Grupo Concertante Talía.

Kawakami y Valdés interpretaron en el concierto composiciones propias y obras como el Preludio de Bach.

España, donde ambos artistas residen por temporadas, ha sido el país escogido para presentar su segundo concierto en conjunto. «España siempre ha sido especial para todos los cubanos, mis raíces son españolas, y yo amo este país», ha indicado Valdés.

El concierto sirvió para mostrar la sensibilidad oriental de la pianista nipona Kawakami y el jazz afrocubano y «desinhibido» de Valdés, ganador de 10 Grammy.

«Para mí, Mine en este momento es una gran artista, una tremenda compositora y una gran pianista con muchas cualidades, y ya lo ha demostrado. Ahora tocar con ella en el concierto es un honor», ha explicado el hijo del mítico pianista Bebo Valdés.

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