Etiqueta: La Seña del Humor

Poemas de Aramís Quintero

Poemas de Aramís Quintero

Supe de la obra del matancero Aramís Quintero a inicios de los años ochenta de la anterior centuria. Yo estudiaba Periodismo en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y una amiga de la carrera de Filología me prestó el libro titulado Diálogos, publicado por Aramís en 1981.

Por aquellos días entre mis lecturas favoritas en materia de poesía estaban Dacapo y Enigma de las aguas, de Raúl Hernández Novás, así como La extraña fiesta, de Emilio de Armas. Cuando me llegó Diálogos, me atrapó ese modo de escribir de Aramís, en el que uno aprecia un total dominio del lenguaje, sin adornos superfluos y manteniendo todo el tiempo el equilibro del discurso.

Quehacer de Aramís Quintero

Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana, Aramís Quintero (Matanzas, 1948) es recordado por su quehacer como guionista y director artístico del grupo escénico La Seña del Humor, una de esas agrupaciones punteras del movimiento humorístico que, encabezado por Nos-y-otros, se desarrolló en Cuba allá por los ochenta.

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Foto tomada de https://arteyculturaenrebeldia.com

Con numerosos libros publicados, entre los que cabe mencionar Diálogos (1981), Una forma de hablar (1986), Cálida forma (1987), Como la noche incierta (en colaboración con L. Lorente, 1991), La sal estricta(1996), Voz de la madera (1999), Caza perdida(2006), un listado de títulos donde sobresale Cielo de agua, gracias al cual en 2013 resultó galardonado con el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños, desde hace alrededor de dos décadas Aramís Quintero reside en Santiago de Chile. Allí él ha ofrecido talleres de escritura literaria y cursos de capacitación para la animación a la lectura, así como participado en la Corporación Lectura Viva.

Poemas de Aramís Quintero

SAGA

Avanza libremente

entre los témpanos

en los fiordos helados,

la nave como un pájaro.

La proa delgadísima,

se alza

airosa, en suave curva,

avizorando los leones marinos

y el blanco sobre el blanco

de los osos polares en la nieve.

“¡Adiós, Escandinavia: con nosotros

va Odín, y nos llevamos

el martillo de Thor!”

Irlanda, Escocia, Islandia

¡la fantástica Islandia, hielo y fuego!

Y luego, como sueño

del Ártico, Groenlandia,

tierra verde en los hielos.

Y cercana

– pero otro mundo ya, bajo los mismos

cielos purísimos y transparentes -,

Su nombre cristalino

enterrado quizás bajo un macizo

y lapidario nombre: Terranova.

El pájaro vikingo

por los mares del Norte va dejando

solitarias hogueras, en las costas

heladas i desiertas.

ELEGÍA DEL PONIENTE

Baja Arturo al occidente

  1. C. Zenea

Como la muchedumbre de las olas será nuestro duelo,

llanto sin fin pero temible, hermoso

como el canto del viento entre los pinos que se alzan

en apretadas filas, dolor y fuerza y orden,

llamados como siempre por la cima y la luz

con la mirada fija en ellas, las raíces en verdad delgadísimas

pero soñadas como áncoras poderosas.

Turbión de arena, remolino

que alzará el viento como un puño

innumerable y único, sufriente pero sólido, que en lo más alto

de su dolor sereno, iluminado, se abrirá ciertamente

y se dispersará: espuma, granizada,

menudísima lluvia que no cae.

Duelo del mar y el viento, su conocido canon,

y el afán de los pinos, flexibles, ondulando

como leves espigas, cañas ante el vacío

que no se cuidan de Pascal. El puño

de arena echará al aire el ligerísimo

pañuelo seco de un adiós

que se anunciaba duradero y grave frente al túmulo eterno.

Pero graves y duraderos, si los hay, irán siendo,

y dolorosos e incontables, los golpes

del viento y de la arena desatados, reales

sobre el mármol, oh astillas,

y será la solemne colina vasta y fértil, no bien la estación llegue,

un breve, mustio campo abandonado a la langosta.

Como la muchedumbre de las olas, pero ácidas,

sin el canto del mar, royendo, descargando

contra la piedra el trueno amargo y verdadero

―no el canto sino el grito del viento entre las dunas―,

tendrá su duelo la langosta,

su merecido, doloroso júbilo: la plaga al fin en su estación,

sin orden y certera, pasando y regresando

sobre el eterno túmulo,

cubierto el megalito de langostas voraces y veraces,

élitros, ojos, dientes de cada una desatados,

mordiéndolo y mostrándonos, oh astillas

a la luz cruda y fiel de la estación, cada una

su pedazo de mármol: sólo arcilla vidriada

que se deshace en el poniente.

EL DESIERTO.

Si los años le alcanzan, el desierto

hace su propia criatura.

Confundida en la arena, no se mueve

sino para arrancar algún yerbajo

de entre las piedras, y ovillarse

junto a una duna, mínimo refugio

del sol, del frío nocturno, del látigo del viento

que levanta torbellinos de arena.

Las estrellas son mudas, la criatura del páramo

no escucha más que el viento en las dunas,

alguna alimaña entre las piedras.

No padece espejismos.

Ni siquiera imagina el espejismo

de ir en alguna dirección. No la aterran

sus propias huellas siempre en círculos.

¿Y si ese vasto páramo

fuese un vasto espejismo?

¿Si tuviera una falla, una fisura,

si se quebrara en mil pedazos irreales

y dejara a la vista otro espejismo?

La criatura del páramo comenzaría

a caminar en una dirección, y no en círculos.

Tendría quizás este espejismo.

PASO EN LO ALTO

Firme paso en lo alto, desfiladero

que amo. Difícil, ciertamente, mas

no traicionero, sino acoge

mi pie, que cruza

el más amable y entregado a su hierba.

Hondo paso, reducida distancia:

el más amable cruce es el mío,

paso en lo alto que recorro y amo,

si por tan frágil, ofrecido,

por la distante, rechazada lejanía

que es valle o lago y al fin cercanos ojos.

Paso en lo alto, y yo me cruzo, y callas

Mientras algo más hondo que los dos, más fuerte,

calla o habla, es lo mismo, sobre nosotros, votiva hierba,

y es la distancia que no rindes ni rindo,

la distancia que ha ardido en esta suave oblación,

si enemiga y hermosa,

sacrificada, fiel, hermosa, desmentida por este

paso en lo alto, ofrecida feliz, violentada,

qué cruce es este en que hemos puesto piedra de fundación

amada más que la ciudad a que renuncias y renuncio

y amada más que todo

porque podemos removerla, volvernos

y llegarnos a este sitio y edificar de nuevo

y con los mismos nombres, en memoria de

conocidos lugares, repetir este gesto

de fundación, que es nuevo. Y otra vez,

paso en lo alto, tú sonríes.

CÁLIDA, SIMPLE FORMA

Mis palabras se han vuelto suave escoria.

Un color va envolviéndolas,

y les va dando ese leve desprecio,

ese callado vencimiento

con que lo nuestro acaba y se olvida.

No tienen voz, se quedan

cada vez más donde las llama

su propio peso, su pobreza.

La poca luz en que estuvieron

-amigo fuego, mínimo-

era la de unas pocas manos

que las pasaban entre sí como el pan.

Cálida, simple forma

de estar aquí nosotros, con lo nuestro.

Y decir poco, apenas algo que ilumine

Brevemente la mesa, tan desnuda,

Y las manos, por un momento duraderas,

Sólo por un momento tan hondamente

Acompañadas.

Luego el pan, solo

se va secando y es barrido.

LA MORADA

Un humo nuevo, todavía en la noche,

tiende su escala irreparable al viento.

Qué pocas tablas guardan este sitio.

Qué pocas tablas son el sitio

en que unas ascuas mínimas

quiebran el primer hueso

a la armazón dura y cerrada de la sombra.

Algo se quema entre esas tablas

con el pretexto ingenuo de la leche.

Otro animal, no ya la sombra,

deja su grasa en ese fuego y proyecta

su voz en las paredes, sus gestos,

y azota el techo con el lomo, y sale

lleno de avisos, deshaciéndose.

Acaso es nada ese animal, y nada

se quema en esas brasas: sólo

la leche puesta allí, que se quema

subiendo sola en su vasija.

Tras esas pocas tablas,

que en tanto sigan juntas son la casa del hombre.

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