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Poemas de Yamil Díaz

Poemas de Yamil Díaz

Conocí a Yamir Díaz Gómez(Santa Clara, 1971) hace alrededor de treinta años. Por entonces yo trabajaba en la revista Alma Máter y él cursaba la carrera de periodismo en la Universidad de La Habana. Me parece que fue ayer cuando un día Yamir se nos apareció en la redacción de la publicación a proponernos una colaboración. Desde entonces he seguido su quehacer, ya fuese como periodista, editor, promotor cultural, estudioso de la obra de José Martí y sobre todo, como el excelente poeta que es. 

Entre sus libros pueden mencionarse Apuntes de Mambrú (1993), Soldado desconocido (2001), Fotógrafo en posguerra (2004), que integran una trilogía aparecida en tomo único bajo el título de La guerra queda lejos (2006, 2009), además del folleto El flautista en la cruz (2000) y el poemario para niños En el buzón del jardín (1999, 2002, 2013).

Hoy quiero proponer algunos viejos poemas de este santaclareño y que disfruto muchísimo cada vez que vuelvo a leer. Ojalá que los seguidores de Miradas Desde Adentro disfruten como yo con la obra de alguien al que respeto por su quehacer intelectual y que además es un buen amigo.

Poesía de Yamir Díaz

EL SOLDADITO DE PLOMO


…fue una caída terrible. Quedó clavado de cabeza entre los adoquines…
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .H. C. ANDERSEN

No vendrás al abismo en que me postro,
porque eres de papel: no has existido.
No escucharás mi último latido,
ni habrá más polizones en tu rostro.

Amada, a causa de mi desconsuelo
todo cae, todo flota, todo yerra.
Ahora el cielo ha bajado hasta la Tierra,
y la Tierra ha subido rumbo al cielo.

Mi humilde eternidad ya no reposa,
porque sé que la muerte no te roza.
Y —aunque el cielo te brinda sus candiles
herido por mi única estocada—
voy descubriendo que la muerte, Amada,
es cruel hasta en los cuentos infantiles.

Muero. Y un espejismo me promete
anunciar a las puertas de palacio 
que un soldado te aguarda en el Espacio
clavado como un Cristo de juguete.

Voy cerrando los ojos, con tal gozo
que detrás de mis párpados te miro,
que lo perenne cabe en un suspiro,
y es otro el cuento, mucho más hermoso.

A este trozo de plomo y remembranzas
le late un corazón porque tú danzas,
porque eres todo lo que hay esta vez,
porque das a un soldado la certeza
de que es bueno pararse de cabeza
cuando todo en el mundo está al revés.

Pero no tengo ya dónde ni cómo
ganar mi apuesta a la melancolía;
pues no vas a morir, amada mía,
a pesar de estas lágrimas de plomo.

Ahora el duende repite sordo, cruel,
que hay una bailarina suspendida
a salvo de la muerte y de la vida.
¡Ay!, mi novia no existe: es de papel.

Amada, ¿te me has vuelto colibrí?
Me he quedado sin quién, sin qué, sin cuándo,
sin más amparo que mi frenesí.

Voy muriendo de un golpe oculto, blando.
Y he cerrado mis ojos, preguntando
cómo será la eternidad sin ti.

LETANÍA MENOR PARA TU MANO

Estoy leyendo el último periódico del siglo,
y llegas tú.
Y tu mano derriba las noticias
y tu mano me toma de la mano.
Soy un niño perdido
en la dulce emboscada de tu mano.

Más allá de tu mano no hay relámpagos,
no existe la palabra nomeolvides
ni cosa tan real como la sombra de tu mano.
Ahora todos mis versos terminan en tu mano
porque yo estoy escrito en las líneas de tu mano.

Yo voto con tu mano.
Aplaudo con tu mano.
Me refugio en tu mano por si mañana Dios está más lejos.

Donde acaba tu mano comienzan las preguntas.
¿Qué será de la lluvia sin tu mano?

Sólo tengo tu mano contra el espanto y la rutina.
Tu mano que me escribe;
tu mano que me toma de la mano,
que me deja perdido en un poema
donde yo estoy leyendo el último periódico del siglo,
y llegas tú.

EL NACIMIENTO DE MAMBRÚ

Te llamarás Mambrú. Tu doble irá a la guerra,

y los dos cantaremos qué dolor

cuando pasen los soldados sobre el puente.

Ya lo sabrás, Mambrú: 

los soldados se matan por un rey al que no han visto respirar;

la guerra queda lejos.

Qué dolor: el pañuelo jadeante de la novia,

el pañuelo que silba junto al tren,

y el tren se arrastra sobre el puente de los tristes.

La historia queda lejos. Qué dolor:

esa novia que gime no es la historia.

Y la muchacha que olvidó nacer a la hora precisa

para aplaudir al padre que nunca volverá,

y esos soldados que pasan, nunca fueron la historia.

Tú has nacido en el puente de los tristes.

En este sitio, nacer no es derramarse

sino estar condenado a no partir.

Aquí vienen, llorosos,

el leñador, el ministro, el nigromante.

Aquí se dan la mano ladrones y verdugos:

todos tienen un doble que roba o guillotina.

Ya lo sabrás, Mambrú:

tu doble un día volverá de la guerra,

y no estará la novia. Qué dolor.

Hijo: la soledad no tiene doble;

la soledad viaja en el tren de los soldados

para que el puente vibre,

y tú y yo nos abracemos,

y cantemos de nuevo qué dolor.

Las palomas no vienen al andén cuando regresan los soldados.

Aquí no nacen héroes. Qué dolor.

Qué dolor.

Qué pena.

DISCURSO EN UNA ESQUINA DE PARÍS 
                                  
                                                               a veronique joncheray

Son las dos de la tarde en los relojes de París,
y la ciudad se llena de viajeros y palomas.
Los viajeros preguntan por Rimbaud,
los viajeros se llevan una torre de juguete:
un país de juguete que gobernaron cuando niños.
Son las dos de la tarde,
y la niñez de los viajeros regresa por las calles de París,
y todos aman a una mujer de treinta y siete años.

Todo el que ama tiene
algo de organillero.
Por eso los viajeros llevan en las arterias una música oculta
mientras las estudiantes navegan por el Sena.

Son las dos de la tarde.

Tener amigos por solo una semana,
es el oficio más triste del mundo.
Y he aquí que los viajeros se consuelan
dando una falsa dirección:
disimulan sus lágrimas poniendo en hora los relojes.

En París, casi siempre, son las dos de la tarde.

EL TESTAMENTO DE MAMBRÚ

Hijos míos: yo nunca seré un héroe.
Nunca tracé las coordenadas por donde debió cruzar el río;
no descubrí la pista hacia la lluvia;
no ordené a los soldados un eclipse.

Hijos míos: yo nunca fui a la guerra.
Mi historia era un pretexto
para que las mulatas salieran al balcón.
                      
                                   Vengo del fango y del trigo
                                   sin más que mi serenata.
                                   Voy a la muerte, mulata,
                                   ¿quieres morirte conmigo?

Yo sé cuán poco vale el hijo de un soldado,
y por eso les dejo este silencio:
nadie recuerde que Mambrú tenía dos hijos
y un telescopio
y un fusil
y unos zapatos blancos.

Un día el tiempo abrirá de par en par las siemprevivas,
asomarán otras muchachas al balcón,
y por eso les dejo estas palabras
con las que les dirán que ellas vienen del trigo.

Hijos míos: yo nunca fui a la guerra;
pero he cruzado las calles donde alguien estafó al ilusionista.
He dormido en portales
sin más que el viento saltando entre mis dedos,
y por eso les dejo las campanas, los puentes, los caminos…
Pero no volveré a prender candiles en los rincones de la casa
porque si vuelvo dejaré de ser eterno.

Mi historia servirá
para que los soldados inventen un eclipse
y descubran la pista hacia la lluvia
y tracen las coordenadas por donde va a cruzar el río
y mueran por la patria,
aunque la patria sea una palabra que no entiendan.

La trova, Sin-Do y temperamentos de lo cubano

La trova, Sin-Do y temperamentos de lo cubano

Sindo fue parte de todo un movimiento de trovadores que se desarrolló en Santiago de Cuba a finales del siglo XIX, que como él llevaron la poesía a la canción.

“He compuesto constantemente. Cuándo, cómo, por qué, lo ignoro”

Sindo Garay

Pocas obras tienen el poder de ser trascendentales. Nacen como productos de su tiempo y a la vez no están atadas a él; se deslizan en la historia e inquietan a otras generaciones. Dentro de la trova tradicional cubana, la obra de Sindo Garay es de esas geniales producciones. Sin tener formación académica, se convirtió en uno de los mejores compositores de la música cubana.

Hoy sigue siendo resucitado por importantes cantautores e intérpretes: Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Santiago y Vicente Feliú. Han interpretado títulos imprescindibles del cancionero de Garay: “Mujer bayamesa”, “La tarde”, “Amargas verdades”, “Perla marina”, “Retorna”. Por otro lado, Lynn Milanés publicó un disco en homenaje a Sindo, “Lynn canta a Sindo”, que ofrece 20 temas cantados por ella y otros a dúo con su padre Pablo Milanés.

Frente a la magnitud de la valía de su canción, se hace necesario puntualizar en su vida y en su producción musical como elementos que han pasado a formar parte de nuestra cultura. Su vida aventurada y llena de sucesos, junto a su obra extensa e impresionante, son propicias para un análisis de lo que significó culturalmente y el impacto en la manera que pensamos la música y que nos pensamos nosotros mismos. Y lo digo por su impronta en la cultura musical, así como por su visible arraigo identitario que nunca dejó de defender: el día de su entierro con el espíritu jovial del cubano, como petición suya, todos los presentes tuvieron que velarlo fumando tabaco y tomando ron.

 

La Trova

Sindo fue parte de todo un movimiento de trovadores que se desarrolló en Santiago de Cuba a finales del siglo XIX, que como él llevaron la poesía a la canción. En sus inicios etimológicos, trovador fue el nombre que se les dio a los poetas. La palabra trovar era entonces sinónimo de componer, recitar o improvisar versos.

Desde su génesis, en los tiempos del medioevo “los primeros trovadores iban de pueblo en pueblo, casi siempre a pie o valiéndose de primitivos vehículos tirados por caballos, llevando las noticias recogidas aquí o allá, que transmitían por medio del canto a pequeños grupos de oyentes que se congregaban alrededor de ellos. Casi siempre utilizaban algún instrumento de cuerda para acompañar sus canciones. Lo curioso es que siglos después esa misma escena se repitiera casi idéntica en Cuba, y suponemos que también en otras partes del mundo”. (1)

La trova nace en Santiago de Cuba a finales del siglo XIX, con un gran movimiento musical y con notable participación del pueblo. Está influida por el espíritu romántico que llenaba la época. Ese sentido de guitarra en mano cantarle a la naturaleza, la patria y al amor es propio de la sensibilidad intimista, nacionalista y apasionada del Romanticismo. Por esos años el canon era la canción de salón, de manera que los trovadores, cantando al pueblo humilde son una especie de bohemios que comparten su sensibilidad a contracorriente.

El arribo a Santiago de inmigrantes franceses procedentes de Haití tuvo una significación especial en ese proceso. Y es natural si sabemos que la trova se desarrolló en Francia entre finales del siglo XI y finales del siglo XIII. Los trovadores se inspiraron en el antiguo concepto griego de poema lírico como composición vocal. Sus poemas emplean nuevas formas, melodías y ritmos, originales o copiados de la música popular. El acompañamiento musical se interpretaba generalmente con instrumentos de cuerda como la viella (violín medieval) o el laúd. Entre sus temas predilectos figuran el amor, la caballería, la religión, la política, la guerra, los funerales y la naturaleza.

Los trovadores cubanos, de manera similar, componían para la naturaleza, la patria y la exaltación de la mujer. Así, un proceso cultural arraigado tomó nuevas formas en el espacio cubano. Los aficionados a la poesía comenzaron también a componer versos, y los músicos populares a ponerles música. Surgieron cuartetas y tonadillas que se cantaban con aires populares de moda. Poco a poco se iba gestando la nacionalidad, y de la música foránea se fue pasando a la criolla.

A mediados del siglo XIX estaba de moda en América, y se supone que en Santiago de Cuba, un ritmo llamado bolero (…) Cuando fue escuchado por los músicos santiagueros, lo arreglaron a su manera y estilos, introduciéndole elementos autóctonos tomados de la herencia africana. A los pocos años, aquel bolero español se transformó por completo, pero los músicos santiagueros continuaron llamándole así.” (2)

Entre los cultores del género empieza a destacarse un joven sastre llamado José Sánchez, al que apodaban Pepe. En 1883 da a conocer “Tristezas”, reconocido mundialmente como el primer bolero, que comienza a diferenciarse del español y marcó los patrones para la canción trovadoresca.

Pepe Sánchez se convierte en maestro de la trova y precursor del bolero cubano. Muchos jóvenes santiagueros –entre ellos Sindo Garay- se le unieron como discípulos. Con sus enseñanzas perfeccionaron sus obras y aprendieron a interpretar canciones acompañándose de guitarras. Por lo general todos eran de procedencia humilde y tenían sus oficios para subsistir.

Realmente, el talento natural y la espontaneidad por encima del conocimiento académico musical, el cual estos intérpretes en su mayoría prescindían de él, fueron importantes y matizó en cierta medida la naturaleza de la expresión en la trova.

Tocaban intuitivamente, o como se dice “de oído”. Ese sentido de reflejar frescura y desenfado a la hora de tocar la guitarra y jugar con el texto dejando espacio a la improvisación y la versatilidad del momento se ha transformado con nuevos gustos y modos de sentir la música, claro está, algunos han incluido el humor como expresión del característico choteo cubano; pero se percibe hoy, en la Novísima Trova, por ejemplo, con los más recientes creadores que mantienen el género con esa concepción de sencillez, como un diálogo sincero entre poesía y guitarra.

Volviendo al siglo XIX, es importante señalar que la guerra del 68, iniciada el 10 de octubre por Carlos Manuel de Céspedes, interrumpió de cierta manera la vida cultural de la sociedad colonial.; sin embargo muchos trovadores participaron y ofrecieron la épica de sus canciones a la lucha; inspirados en su patriotismo colaboraron recaudando fondos, expresando sus ideas a través de sus composiciones o directamente en los campos de batalla.  . Tal es el caso de algunos nombres como: Ramón Ivonet, Pepe Sánchez, Patricio Ballagas, Emiliano Blez y el propio Sindo Garay, quien nadó en varias ocasiones la Bahía de Santiago de Cuba trasladando proclamas independentistas para entregar mensajes de las tropas del General Antonio Maceo. Muchos de ellos tuvieron que exiliarse a causa de sus acciones en apoyo a la lucha independentista.

 

Sindo Garay (Sin–Do, como él mismo bromeaba con su nombre por su desconocimiento académico de la música)

Gumersindo Garay (1867 – 1968) nace en Jobito, Santiago de Cuba. Su familia era pobre pero de ambiente artístico. Los padres de Sindo se llamaban Gumersindo Garay y Dolores García Matos: ambos cantaban y tocaban la guitarra.

Hay una famosa anécdota de cómo fue el primer acercamiento de Sindo a la guitarra. En su casa hacían tertulias y Pepe Sánchez era muy amigo de sus padres por lo que era asiduo a estos eventos. En una ocasión, deja su guitarra sola; entonces es cuando, a pesar de estar advertido por su madre de no hacerlo, Sindo empezó a tocarla y a imitar lo que tantas veces había visto hacer a los cantadores que visitaban su casa. Cuando Pepe Sánchez lo supo le pidió que tocara algo para él y quedó asombrado de que tan niño y de solo observar, Sindo pudiera tocar el instrumento tal y como lo hizo. Inmediatamente, Pepe lo acoge como discípulo. Fue el único maestro que tuvo Sindo.

Se ha creado, pudiera decirse, una mitología en torno al talento natural de Sindo. Los especialistas, como Odilio Urfé, Lino Betancourt y Radamé Giró, se refieren con asombro a su facilidad poética y musical:

“Su obra y facultades artísticas alcanzan independientemente analizadas; los más altos niveles en la historia del cancionero cubano. Melodista de ideas originales y profundas; armonía natural de increíble sapiencia; conocedor avezado de los géneros y estilos liricos populares; cantante “segundo” de recursos imaginativos asombrosos y guitarrista de gran estilo y personalidad única e inimitable; hacen de Sindo Garay un caso extraordinario en la musicología americana; pues hay que considerar que este compositor natural desconocía los más rudimentarios elementos de la teoría y la técnica musical”. (3)

“…asombraba a maestros de música por la armonía de sus composiciones. Todavía causa perplejidad escuchar una obra de Sindo, por la complejidad de su interpretación, que lo hacen uno de los compositores más difíciles de cantar.” (4)

“(… )Es el genio de la trova tradicional (…) Los homenajes que se le están haciendo no solo son merecidos sino necesarios. Creo que los jóvenes de hoy en día cuando escuchen la obra de Sindo se darán cuenta de lo que tienen que aprender de su forma de concebir la canción…” (5)

Otra faceta importante en la vida de Sindo fue el circo, al que estuvo vinculado desde muy joven. Fue mimo, payaso, acróbata. Trabajó en varias compañías circenses itinerantes. Se vinculó a un circo con el que viajó por muchos países de América.

Uno de los personajes que crea en esta etapa es el payaso Piripintintín, que expresaba el sentir de los cubanos en aquella época. Con él recita unas décimas a propósito de la promulgación del Tratado de Paz:

Si el yanqui hiciera entrega

de una Cuba independiente,

no tendríamos presente

que está coja, manca y ciega

El americano eleva

Y la rebaja no apoya.

¡Se va a armar una mogoya

difícil de manejar!

El que aquí llegue a quedar…

¡Que de memorias a Goya!

(…)

Sindo recorrió como saltimbanqui los montes y ciudades de Cuba dando funciones en plazas, teatros, salones, parques. Hacían monólogos, cortas representaciones escénicas de carácter jocoso, juego de manos, y cantaba a dúos y trío con sus hijos. Luego eran acogidos por los vecinos de la zona que les daban refugio.

Entre sus viajes durante un tiempo vivió y trabajó entre las ciudades de Tajabón y Santo Domingo. Estuvo en esta última ciudad hasta 1889. Componía a diario y se relacionaba con músicos y cantadores dominicanos. En Tajabón fue donde pudo estrechar la mano de José Martí, una anécdota que estuvo contando a lo largo de sus días.

Su vida fue intensa y bohemia: “En 1906 viaja a La Habana casualmente –se quedó dormido dentro del barco luego de una tremenda juerga– a bordo del vapor Avilés. Al despertar, ya el buque había zarpado y navegaba rumbo a la capital cubana. Vaga sin rumbo por bares y cafés, cantando a cambio de unos centavos para pagar el mísero hospedaje y un plato de comida.” (6)

El ambiente de La Habana tenía muchos lugares de tertulias donde se reunían trovadores. Fueron muchos los teatros y cines capitalinos que sirvieron de escenario a los trovadores. Sindo hacía la segunda voz con su hijo Guarionex en la primera, y conformaron un famoso dúo. Todas las obras que compuso son muy difíciles de cantar, porque componía especialmente para él y su hijo.

Sus canciones son impresiones de una sensación, de un momento, Todas ellas captan con singular sensibilidad el espíritu de algún suceso. En la línea de su defensa de la identidad nacional –que, vale decir, es una forma de sentir el momento con los aires del Romanticismo aún presentes con su nacionalismo y espíritu apasionado- muchas de sus obras pueden ser tomadas como ejemplos claros de rasgos que forman parte de nuestra identidad como nación. Estoy pensando, por supuesto, en “Mujer bayamesa”, en la exaltación de la mujer en la quema de Bayamo, hecho recordado por su heroicidad; pienso en “Vergüenza”, donde refleja su pesar por la Isla y por los cubanos que emigran. También las canciones que compone a figuras que se constituyen en signos de época, y de todos los ámbitos como Martí al lado de las ideas de independencia, o Yarini en el bajo mundo de la República, y momentos de tensión como en la pieza “¿En que parará la cosa?”, durante el gobierno de Machado.

Ciertamente, fue capaz de componer una obra tan amplia y valiosa que logra retratar con ella o casi cartografiar nuestra identidad, como un cronista de su tiempo. Ahora, puntualizar en algunas de estas canciones servirá para demostrar lo anterior.

“Mujer bayamesa”, escrita en 1918, es de las más conocidas obras de Sindo. La «conocida criolla Mujer bayamesa, de Sindo Garay, conjuga secuencias de contracantos que expresan un profundo sentimiento patriótico con alto nivel literario.” (7) Se le conoce como “La Bayamesa de Sindo”, para diferenciarla de la de Céspedes, Fornaris y Castillo. Es un homenaje a la mujer bayamesa, y a la mujer cubana. Se ha convertido en un himno a la heroicidad de la mujer. En su funeral fue esa la canción que resonó en el cementerio de Bayamo.

Sindo se codeó de importantes personalidades de la cultura a lo largo de su vida. Fue amigo de Rita Montaner, con quien visitó París en 1928. Trabajó en el Teatro Palace en una revista titulada “Perlas Cubanas”. Y en París compuso para Rita la única creación de estilo afro de toda su obra: “Lupisamba e yuca ñame”. La interpretación de Rita de esa canción fue todo un éxito en París:

Un calabaza men da

ma grande que yo tiengá

en mi conuco a sembrá,

por eso yo tá caliente,

y me bá con la nengrá,

a bé si la`ño que viene

ya yo tá má descansá,

anjá…

(…)

Cuenta con muchos otros temas que retratan ambientes de hechos que conmovieron aquellos tiempos. “Los tabaqueros” fue un bolero que compuso a raíz de la huelga de tabaqueros que reclamaban sus derechos y que culminó con violencia y muchos de ellos fueron asesinados.

Sindo conoció a numerosas personalidades de renombre en las épocas que vivió. Muchas de sus obras son dedicadas a algunas de ellas. Uno de sus poemas es a Martí, cuando muere en Dos Ríos, “Semblanza de Martí”. Además, fue quien primero musicalizó los versos sencillos.

Sindo también musicalizaba letras de poemas de otros autores que llamaban su atención. “La tarde”, una de sus piezas más versionadas, contiene la autoría de dos poetas: Amado Nervo y Lola Rodríguez de Tió.

También hace uso del legado de una importante figura de nuestra cultura, el poeta José María Heredia. Utiliza la letra de su poema “Oda al Niágara” para su “Canción al Niágara”. Vemos como a partir de la obra de Sindo salen muchos caminos que nos llevan a destinos imprescindibles de nuestra historia e identidad cultural.

Fue amigo de una figura famosa de los años de la República, Alberto Yarini, a quien dedicó una de sus canciones. También compuso piezas dedicadas a meretrices, en las que expresaba su pesar por las mujeres que por necesidad entregaban su cuerpo.  Así, se encuentran algunas obras tituladas Meretriz 1, Meretriz 2.

Fue tan longevo Sindo que pudo apresar con su obra trascendentales acontecimientos de generaciones y épocas diferentes. Una de sus obras, La “Clave de Maceo” fue escrita poco después de terminarse la guerrita de “La Chambelona” con interés político, y constituyó en su momento una dura crítica al gobierno. Luego, compone el son “La vida por la patria ¿En qué parará la cosa?”, durante el periodo presidencial de Gerardo Machado.

A lo largo de toda la vida creadora, la obra musical de Sindo siempre estuvo inspirada por el inmediato acontecer. Estuvo componiendo hasta cumplir 92 años. No se tiene una precisión exacta del número total de obras que compuso pero se estima que fueron más de 600 piezas.

Así, Sindo estuvo vinculado al movimiento insurreccional y a causa de ello estuvo en el exilio; sus canciones son expresión de su tiempo y de sus raíces culturales; los nombres de sus hijos (Guarionex, Hatuey y Guarina) son muestra de su interés por reafirmar lo que consideraba parte importante de lo cubano, es decir, el pasado aborigen. Aunque no era lo común en su producción también trabajó lo afrocubano con un tema que interpretado por Rita Montaner alcanzó notable fama en París. Conoce a hombres imprescindibles de nuestra historia política: José Martí y Fidel Castro.

 A través de su obra se puede problematizar sobre lo identitario. En el siglo XIX reconocido como el siglo de la formación de la identidad cubana, más allá de la criollización, se consolida nuestra distinción cultural con patrones propios. “(…) Sindo vivió intensamente pero no solo como trovador, sino que vivió la historia. (…) Su grandeza está también en reconocer la historia de su país.” (8)

Definitivamente, Sindo se envolvió del sentir de su época y supo expresarlo en canciones; pero no fue solo en esa dirección, quiero decir, no únicamente la cultura e identidad cubana fueron un elemento crucial en su producción; él mismo se convirtió en un nombre imprescindible de la cultura cubana; él es signo, se dice Sindo y se piensa en la genialidad de la trova tradicional.

En sus amistades e intercambios con importantes músicos de formación académica, estos se sorprendían con el dominio de la música y la composición que tenía Sindo. Así, algunos importantísimos creadores contemporáneos con él, expresan de su obra, específicamente con respecto al bolero “La tarde” (en entrevista con Odilio Urfé):

“Ese bolero es, Urfé, sencillamente, un milagro, una composición perfecta, no tiene defectos, es insuperable…” (Ernesto Lecuona)

“Qué hubiera dado yo por haber compuesto ese bolero” (Gonzalo Roig)

Notas

(1) Lino Betancourt. La trova y el bolero. Apuntes para una historia. (p.15)

(2) Ibídem (p.25)

(3) Odilio Urfé. Sindo Garay. Acotaciones para una valoración del genial trovador cubano (hoja suelta)

(4) Lino Betancourt Op.cit. (p.102)

(5) Entrevista realizada a Radamé Giró sobre la obra de Sindo para Producciones Colibrí

(6) Lino Betancourt. Op.cit (p.101)

(7) Rodríguez, Victoria Eli y Zoila Gómez García. Haciendo música cubana. Escuela de Música Amadeo Roldán, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002.(31)

(8) Entrevista realizada a Radamé Giró. Op.cit

Referencias bibliográficas:

Betancourt, Lino. La trova y el bolero. Apuntes para una historia. Producciones Colibrí, La Habana, 2011.

Entrevista realizada a Radamé Giró sobre la obra de Sindo para Producciones Colibrí

Rodríguez, Victoria Eli y Zoila Gómez García. Haciendo música cubana. Escuela de Música Amadeo Roldán, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002.

Urfé, Odilio. Sindo Garay. Acotaciones para una valoración del genial trovador cubano (Fondo personal de Odilio Urfé) Museo de la Música.

Bibliografía complementaria:

Giro, Radamés. Diccionario enciclopédico de la música en Cuba. (4 vol.). Editorial Letras Cubanas, 2007.

Linares, María Teresa. Nación y nacionalidad en la música cubana. Tabloide Música y Músicos cubanos. Universidad para todos. La Habana, 2002.

¡Ay, reguetón nuestro de cada día!

¡Ay, reguetón nuestro de cada día!

Por Joaquín Borges-Triana

Hay textos periodísticos que resisten la prueba del tiempo y aunque hayan sido escrito varios años atrás, tal parece que han sido concevidos para los días que corren. Tal es el caso del artículo que hoy reproduzco, firmado por el prestigioso académico Alfredo Prieto allá por 2013. El autor de “Sun Tzu y el reguetón” es alguien con una destacada carrera intelectual. Escritor, investigador, editor y periodista, él  se graduó de Lengua y Literaturas Hispánicas. Entre otras instituciones de reconocida solvencia acadèmica, trabajó en el Centro de Estudios sobre América (CEA) como jefe de redacción de Cuadernos de Nuestra América e investigador de su Departamento de América del Norte. También ha laborado en la revista Temas y en Ediciones UNIÓN, así como en medios alternativos al corte de OnCuba. El artículo siguiente fue publicado inicialmente en el Periódico Digital Dominicano 7dias.com.do y es de esos trabajos a los que recomiendo volver una y otra vez siempre que se discuta sobre la presencia del reguetón en el contexto cubano.

Sun Tzu y el reguetón

Por Alfredo Prieto

Uno de los estrategas más sofisticados en el arte de la guerra que en el mundo han sido, el general chino Sun Tzu, aconsejó en un libro clásico no dar batalla a menos que se tenga la absoluta certeza de no ser derrotado. Me temo sin embargo que esto es lo que no tienen en cuenta actores y estructuras involucradas en la ofensiva cubana contra la vulgaridad, la banalidad y la mediocridad, que aquí llamaré reguetón. De la noche a la mañana, algunos de sus protagonistas se han desvanecido de los espacios públicos y las ondas del éter, hecho ocurrido mientras figuraban en sitios estelares en las listas de popularidad y sin que mediara ni información ni notificación social alguna, según la costumbre. Una entrevista del periódico Granma, aparecida cuando el proceso ya estaba en marcha, funcionó como obturador de la cobertura de prensa extranjera sobre la censura en Cuba, por tradición políticamente motivada, incompleta, omisa y sesgada. Antes, un incidente con la figura de José Martí, recogido por las redes sociales y amplificado por El Nuevo Herald y el Canal 23 de Miami, había iniciado ese nuevo capítulo.

Este artículo identifica las razones de un posible fracaso y las fundamenta brevemente, no sin el truismo previo de ubicar a los reguetoneros en su propio contexto.

El fenómeno tiene sus raíces en la peculiar marginalidad del país, que condujo a implementar programas sociales en el marco de la llamada batalla de ideas. Esos jóvenes parados encima del escenario no están entonces ahí por generación espontánea, sino porque responden a un fenómeno llamado crisis cubana, vivida primero por las personas y luego crecientemente estudiada por el pensamiento social. Sin embargo, los discursos públicos sobre ellos suelen sustentarse en una operación disociativa que les corta el cordón umbilical presentándolos como aliens o freaks porque contradicen ciertos supuestos, uno de ellos relacionado con la instrucción y la cultura acumuladas.

La anterior es también la base de un segundo constructo: se trata de una minoría que, si acaso, solo se representa a sí misma, algo que no explicaría un fenómeno de recepción social llamado “fiebre del reguetón” que no solo nos lo ha instalado en el disco duro de las preferencias musicales de la audiencia –o de determinados sectores de esta–, y en nuestros oídos más que renuentes, sino también conducido a lamentables y repudiables actos violentos a manos de jóvenes integrados al sistema nacional de enseñanza. (Luego se sancionó a la directora de una escuela primaria y a tres maestras por permitir se escuchara/bailara un reguetón a la hora del receso, “Kimba pa´que suene”). Su cultura sexual, si así puede llamársele, se origina en sus espacios de socialización, donde el sexo colectivo ha dejado de ser una fantasía para convertirse en realidad mundana. Su lenguaje soez y procaz, vehiculado en unos “metatextos” muchas veces de difícil intelección, pero propio de la jerga carcelaria y de las gangas, remite a la expansión de la marginalidad, un fenómeno por otra parte no exclusivamente cubano. La globalización es como el amor en la canción de Ida y George Gershwin: ha llegado para quedarse.

Lo cierto es que la carga psicológico-emocional acumulada desde el “Chupi-Chupi” de Osmani García y su abrupta retirada de los premios Lucas, más reuniones gremiales y sucesos como el aludido –no muy distinto, por cierto, al que documenta Memorias del subdesarrollo con el mozambique de los 60, a los navajazos cerveza al aire con “El perico está llorando” de los carnavales del 70 o a los salones de la Tropical bajo el imperio de la timba y la salsa–, parecen estar en el centro del asunto, pero quizás con ello se obvie una segunda máxima del pensador chino: “nunca se debe atacar por cólera y con prisa”.

Esa cólera y esa prisa deberían, al menos, ponderar con más detenimiento los tres problemas siguientes:

Los nuevos actores. Hoy el Estado, en proceso de encogimiento respecto a la cosa pública, no es el único emisor cultural en Cuba. La aparición/socialización de nuevas tecnologías –un dato expansivo a partir de los años 90– funciona y aun funcionaría como “balance” ante cualquier forma de control omnisciente de la producción musical. En otras palabras, frente a la EGREM y otras instituciones se alzan los estudios de grabación underground actuantes en el escenario local, a no ser que un día se quieran tomar medidas drásticas. Prácticamente carecen de límites, como no sean los del mercado y los de la propia conciencia de sus gestores. Esto es válido no solo para manifestaciones musicales como el rap, el hip hop y el reguetón (por lo demás con sobradas diferencias internas), sino también para el nuevo cine y sus producciones, a veces asociadas con actores de lo público y/o lo  privado.

El consumo audiovisual informal. El Estado tendría, desde luego, el derecho de controlar/decidir el tipo de música a difundir en sus propios predios, señaladamente en la radio, la televisión y espacios públicos como centros nocturnos y cabarets. (El problema de los parámetros sigue sin embargo en pie: quién decide qué y por qué). Esto no hubiera ocurrido, probablemente, de no mediar el persistente machaqueo de ciertos reguetoneros, demasiado torpes, vulgares, groseros, poco pragmáticos y nada inteligentes. Y pletóricos en actitudes y textos que ubican a la mujeres como simples objetos sexuales o locus para eyacular, un verdadero retroceso ideocultural en el camino hacia su emancipación y la liberación de relaciones de poder, históricas y actuales.

Pero no estamos en los años 60, en los que se quiso ningunear públicamente al rock anglosajón sobre la base de criterios tan estrechos como mecánicos. No resulta superfluo recordar que ni siquiera entonces ese control llegó a ser absoluto gracias a las famosas “placas” de producción doméstica clandestina y a la circulación de discos de acetato traídos de fuera por marineros mercantes y funcionarios; eso era lo que escuchaban y bailaban muchos jóvenes de entonces en las fiestas de 15 y los “güiros” de El Vedado, La Víbora y otros lugares del país.

Hoy esa alternatividad se ha multiplicado con creces, básicamente por dos razones: a) la disponibilidad de memorias flash, MP3, Ipods, Iphones y CDs en amplios sectores de la ciudadanía, bien por compras en el mercado interno o por envíos o adquisiciones en el exterior, y b) la variante cuentapropista de vendedores de música, juegos electrónicos y filmes en los portales, de hecho una legalización de la piratería pagándole impuestos al Estado (hasta donde conozco, Cuba es el único país que no tiene una legislación al respecto, un tema candente en el último congreso de la UNEAC).

Esa lucha cubana contra la vulgaridad, la banalidad y la mediocridad, y contra el reguetón, no significaría entonces el cese de su circulación social, a cargo de esos mecanismos de distribución y consumo que tienen vínculos económicos horizontales con la producción discográfica identificada en el punto anterior. Y como remate, le pondría el discreto encanto de lo prohibido, un imán adicional para cierto tipo de público.

La dimensión jurídica: Según los juristas, para ser efectiva, por definición toda norma jurídica debe poder implementarse. Y este país se caracteriza, precisamente, por un déficit estructural de la cultura jurídica a muchísimos niveles. Es más: la Ley 81 sobre el Medio Ambiente, aprobada por la Asamblea Nacional en 1997, establece en su artículo 147 la prohibición de “emitir, verter o descargar sustancias o disponer desechos, producir sonidos, ruidos, olores,  vibraciones y otros factores físicos que afecten o puedan afectar a la salud humana o dañar la calidad de vida de la población. Las personas naturales o jurídicas que infrinjan la prohibición establecida en el párrafo anterior, serán responsables a tenor de lo dispuesto en la legislación vigente”.

Y en su  artículo 152: “el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social y  el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, en lo que a cada cual compete y mediante el establecimiento de las coordinaciones pertinentes, dictarán o propondrán, según  proceda, las medidas encaminadas a el establecimiento de las normas relativas a los niveles permisibles de sonido y  ruido, a fin de regular sus efectos sobre el medio ambiente”.  Dejando por ahora a un lado el hecho de que hay esquinas y barrios que constituyen verdaderos himalayas de basura y desechos sólidos, la regulación del ruido es, como se sabe, otra gran letra muerta en edificios multifamiliares, lobbies de hoteles, cafeterías y restaurantes emergentes, guaguas, bici-taxis y almendrones. La posible aprobación de un marco jurídico regulando la música en los espacios públicos parecería entonces estar condenada, por las mismas razones, a la misma repetición.

Vigilar y suspender no es la salida. La solución, si alguna, pasaría entonces por la información y la crítica, protagonizada en primer término por los medios masivos, que suelen mantener un patrón de omisión todavía más disfuncional ante los cambios experimentados por la sociedad cubana. El supuesto de no nombrar un problema pretendiendo que no existe acaba generando espacios de silencio cubiertos por fuentes y emisores externos, circulantes de hecho en el tejido social a través de dispositivos tecnológicos o el boca-a-boca –este último, más conocido entre nosotros como “Radio Bemba”. Hacerlo supone  trascender lo que Jesús Martín Barbero denomina “el modelo verticalista” e incorporar un canto coral con pluralidad de actores y perspectivas. Solo de esa pulsión, en el buen sentido del término, podrán salir mejores y más viables políticas públicas.

Dicho de otro modo, el diálogo y la discusión parecen ser los caminos. Pero eso lleva, entre otras cosas, paciencia. Mucha paciencia y más paciencia, como lo predicaba Fidel en una coyuntura específica de principios de la Revolución. El general Sun Tzu lo pondría quizás de otra manera en una tercera sentencia: “Hay rutas que no se deben usar, ejércitos que no han de ser atacados, ciudades que no deben ser rodeadas y órdenes de gobernantes civiles que no deben ser acatadas”.

“Este es un país de grandes olvidos”, declaró no hace mucho Eusebio Leal.

Tomado de Periódico Digital Dominicano, 7días.com.do

www.7dias.com.do/opiniones/2013/01/02/i132657_sun-tzu-regueton.html

 

¿Dónde está mi mundo?

¿Dónde está mi mundo?

Por Joaquín Borges-Triana
Nunca he tenido el mal gusto de separar u obviar a los nacidos en Cuba
(músicos incluidos, claro está) por el lugar donde decidan radicarse.
José Martí no dejó de ser el más brillante y patriota de los cubanos
por el largo tiempo que vivió en los muchos países donde residió la
mayor parte de su corta vida. Igualmente, defiendo el criterio de que
no hay manera de imaginar el futuro si se desconoce el pasado, algo
que de manera lamentable ha de admitirse que sucediese entre nosotros,
cuando se ha pretendido borrar de un plumazo lo hecho por artistas en
Cuba antes de su salida del país, absurdo proceder que empieza a
cambiar aunque no con la velocidad que muchos como yo deseamos.
Siempre he pensado que los pueblos que olvidan su historia olvidan,
junto con ella, quiénes han sido y quiénes quieren ser.
Es cierto que hubo una emigración política en los primeros años de la
Revolución que salió del país con mucho rencor, con una ira que
tristemente los ha ido enterrando a todos. En dicho grupo también se
incluyeron artistas e intelectuales, que nunca más se reconciliaron ni
se reconciliarán con Cuba. Ahora bien, no opino que tal sea el caso de
los que en los últimos años han optado por irse a vivir a otros
lugares del mundo. Yo no he dejado de ser amigo, de comunicarme, con
ninguna de mis amistades que han decidido radicarse en muchos sitios
de la infinita geografía con que se dibuja nuestro planeta. Ni creo
que ya sea un obstáculo para nadie el ser tolerante y abierto con ese
tipo de decisiones.
Afortunadamente, aunque aún persisten manifestaciones de las
descalificaciones y la negación de la existencia de los que piensen
distinto, los excesos cometidos en determinados períodos de la
Revolución en virtud de su inmadurez, hoy resultan cuestión de un
pasado lejano. A los que no lo vivimos, nos parecen increíbles las
anécdotas del momento en que, apenas unos cincuenta años atrás, cuando
alguien solicitaba su salida de Cuba, era enviado a trabajar por equis
tiempo en labores agrícolas, o la etapa deleznable de los denominados
“actos de repudio”, en los que el futuro inmigrante era bombardeado a
huevos por las enardecidas masas revolucionarias.
En la actualidad, he sido testigo de cómo en centros de trabajo
últimamente, con besos y abrazos se ha despedido a un –hasta dicho
momento– colega de labor que por variadas circunstancias se marcha del
país. Escenas semejantes las he visto en las cuadras, entre los
vecinos, donde también he asistido a los cálidos recibimientos que se
le ofrecen a los compatriotas que nos visitan. Por todo lo antes
expresado, estoy entre quienes opinan que las mitades separadas entre
cubanos residentes en Cuba o en el exterior, existen en la mala fe de
algunos y a al nivel en que la política defiende intereses mezquinos
que nunca serán los de una mayoría.
A estas alturas  del tercer milenio, uno de los temas heredados de la
anterior centuria que sigue en la agenda del debate internacional es
el de la identidad, acompañado por uno de los principales asuntos del
siglo XXI: la emigración. Comparto el criterio de Norberto Codina
(2002) cuando asegura que en nuestros días no hay nada tan actual como
“el conflicto identidad-emigración”. Y es que en las sociedades
contemporáneas, caracterizadas en muchos casos por ser multiculturales
y multiétnicas, “género, clase, economía, política, religión,
globalización y un largo etcétera forman el contrapunteo entre país
emisor y país receptor, y en muchos casos, los dos roles en el pasado
y/o presente de la misma sociedad” (Codina, 2002). Semejante realidad
se hace corpórea en la discusión académica, en la que sujeto y nación
indagan por variadas respuestas. Los cuestionamientos formulados están
en estrecha relación con la crisis que, en conjunto, padece la
sociedad contemporánea en la que, según John Hutchinson (1992), el
nacionalismo cultural actúa como un factor de integración para
redefinir la relación entre Nación, Estado y territorio.
Términos como desplazamientos, flujos, interconexiones, trayectorias…,
aparecen una y otra vez en los escritos teóricos que aspiran a
reflejar de algún modo las dinámicas de las sociedades contemporáneas.
Otro vocablo muy empleado en la actualidad para referirse a estos
asuntos es el de “movilidad”, a propósito de personas, comunicaciones
o afectos en un mundo que cada día tiene una mayor interconexión.
Dicho concepto ha ido tomando creciente auge en los estudios sociales
llevados a cabo por investigadores como John Urry (2007).
Lo que antaño fue visto como estático y monolítico, dígase la cultura,
el estado-nación, las fronteras, en la actualidad se nos revela fluido
y mutable (Sánchez Fuarros, S.F.). Y es que como apunta dicho
investigador:
“La movilidad, en todas sus manifestaciones, subyace, de este modo,
como una cualidad esencial del aquí y del ahora. La sociedad global se
caracteriza, además, y como consecuencia de lo anterior, por su
(inter)conectividad, es decir, por la facilidad con la que flujos de
información, de capital o de personas se mueven -de manera desigual,
eso sí-a lo largo y ancho del planeta, de tal modo que el espacio,
antes condicionado y circunscrito por las fronteras nacionales, se
disuelve y difumina, dando lugar a nuevas formas de sociabilidad y
nuevas identidades que surgen en los intersticios de la interacción
entre lo global y lo local.”
Lenguaje universal con demasiada riqueza aún no explorada, la música
desempeña un singular papel en la conformación, articulación y
sostenimiento de redes identitarias. Las nuevas maneras de
desplazamiento que caracterizan los flujos transnacionales de personas
en nuestros días, traen consigo la urgencia de disponer de nuevas
herramientas analíticas que nos permitan aproximarnos a la realidad
que se ha ido conformando. Así, ante investigadores de disímiles ramas
de las ciencias sociales, se erige el reto de explicar la dimensión
social de los cambios musicales, desde la comprensión del rol del
lugar y de las migraciones como referentes de sentido y elementos
propiciatorios de la evolución musical.
En el caso de Cuba, su música es el resultado de un proceso
transcultural y de, al decir de Julio Fowler (2007) “una maravillosa
conjunción étnica que fruto de la emigración, la diáspora, y el
exilio, fue construyendo a lo largo del tiempo una de las creaciones
colectivas del genio popular insular más trascendente.”
Lamentablemente, en el pensamiento intelectual y académico cubanos
existe una propensión en los últimos años a la subvaloración de la
música y a considerarla como un arte menor, destinada para la
“gozadera”, visión reduccionista que no se percata de que dicha
manifestación artística tiene un rol central en nuestra cultura, lo
cual implica que ni los discursos cotidianos ni los de los medios de
comunicación entre nosotros pueden escapar a su influencia. Semejante
postura es contrastante con lo que a lo largo de nuestra historia han
considerado figuras fundamentales en el devenir del pensamiento de la
nación.
La noche que la televisión cubana transmitió el filme Chico & Rita por
uno de sus canales, sentado en la sala de mi vieja casa en Centro
Habana y mientras seguía la narración cinematográfica acerca de los
personajes ideados por Trueba y Mariscal, me preguntaba cuántas
historias de vida como las de los protagonistas de esta película, en
realidad no se habrán extraviado por ahí, transformadas tan solo en
polvo de sueños que nunca se podrán recuperar. Y justo me refiero a
eso: “historias de vida”, no hablo ya de la historia en conjunto de
los miles de músicos cubanos que un día decidieron marcharse de
nuestro país para probar suerte en otros lares sino de las vivencias
personales de cada uno de ellos, a veces coronadas con el éxito, a
veces coronadas con el fracaso. Por eso, cuando pienso en nuestros
compatriotas músicos transterrados, no lo hago en términos de mera
abstracción académica sino intentando imaginar cómo ha sido para ellos
el día a día en la diáspora.
De numerosas lecturas de los textos del camagüeyano Juan Antonio García Borrero
–en mi opinión–, alguien que es mucho más que un excelente crítico de
cine para devenir uno de los pensadores de nuestra cultura de mayor
relevancia en la actualidad, he aprendido que entre nosotros, lo que
conocemos “es la historia de una utopía, y utopía al fin, se prioriza
al sujeto colectivo, su lado más fotogénico.” A tono con semejante
proceder, las desgarraduras individuales, o las deserciones del sueño,
no cuentan. Estas últimas, desde el punto de vista historiográfico y
siguiendo también las ideas de García Borrero (2009), en otros tiempos
solían despacharse con una lacónica línea: “Abandonó el país”, frase
cuya lectura despierta la impresión de que se establece el fin de una
vida o, para decirlo con Juan Antonio: “Como si el rebasar lo
geográfico hubiese implicado el no da más de una existencia” (García
Borrero, 2009).
Probablemente, nunca se llegue a saber con certeza quién fue el que
tiró la primera piedra, si los que afirmaron que el son se había ido
de Cuba, o los que se negaron a admitir que quienes se marchaban del
país continuaban siendo cubanos. Lo cierto es que ese alimentarse de
negaciones recíprocas, al margen de las contradicciones políticas, le
ha hecho un enorme daño a nuestra cultura y en particular a la música,
que por la condición de ser también una industria sufre presiones que
no se dan en la literatura o las artes plásticas.
Por mi parte, opino que es un derecho natural que, más temprano que
tarde, se reestablezca la normal y fluida comunicación de la cultura
cubana con nuestros artistas que viven en el exterior, la cual nunca
debió ser cortada si se piensa en el gigantesco vacío creado en el
orden de lo que ha sucedido y está sucediendo, así como en la tristeza
generada al borrar –sin querer o queriendo– una considerable porción
de la memoria de este país, a causa de las innumerables censuras y
omisiones que se han hecho con criterios ideológicos.
Y es que la música cubana facturada en el ámbito diaspórico ha
recorrido diversas etapas y en el presente asume una nueva autoridad
discursiva, a partir del choque o encuentro de nuestro acervo con las
fuentes musicales de otros lares. Porque lo cierto es que en estos
años los que están fuera se han perdido la realidad de la música de
aquí y los que están dentro han perdido el hilo de la evolución de los
que están más allá de nuestras fronteras.
Una exégesis de lo acaecido en la cultura nacional durante el período
de tránsito del siglo XX al XXI y en especial entre las jóvenes
generaciones de artistas e intelectuales de la isla tiene que tener en
cuenta la incidencia en el país –para bien y/o para mal– de los
procesos migratorios que se han producido en la etapa. El conocimiento
de la dialéctica marxista hace perfectamente comprensible la
pertenencia a nuestra cultura en términos de entrada y salida, con lo
cual jamás habría que impugnar o excluir a nadie por el mero y simple
hecho de pasar a vivir en otro lugar del mundo, ni pensar que por
asumir semejante proceder, quienes lo hagan se transforman en
extranjeros física o espiritualmente. Por ello, estudiar –en la medida
de lo posible– la obra de los músicos que forman parte de la comunidad
cubana en el exterior, entretanto el Estado soluciona el problema de
la debida promoción del quehacer de dichos creadores, es la forma que
los cientistas sociales, y en particular los vinculados con el arte,
poseen para aportar al conocimiento del desarrollo artístico cultural
de la nación, hoy producido no solo dentro de las fronteras locales de
Cuba sino también allende los mares.
Referencias bibliográficas:
CODINA, NORBERTO. 2002. “El (otro) discurso de la identidad y La
Gaceta de Cuba en los noventa”. La Jiribilla (revista electrónica),
no. 49, <http://www.lajiribilla.co.cu/paraimprimir/nro49/1333_49_imp.html>
[Consulta: 16.10.2005].
FOWLER, JULIO. 2007. “Diáspora: lo popular bailable, folclor
afrocubano y hip hop en la canción”. Contigo-en-la-distancia (weblog),
edición del domingo 14 de octubre,
<http://contigo-en-la-distancia.blogspot.com> [Consulta: 17.10.2007].
GARCÍA BORRERO, JUAN ANTONIO. 2009. “Gone with the wind”. Cine cubano,
la pupila insomne (bitácora personal), edición del 1º de noviembre,
<http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2009/11/page/3/>
[Consulta: 02.11.2009].
HUTCHINSON, JOHN. 1992. “Moral Innovators and the Politics of
Regeneration: The Distinctive Role of Cultural Nationalism in
Nation-Building”. En Ethnicity and Nationalism, eds. Smith, Anthony.
New York, Brill.
URRY, JOHN. 2007. Mobilities. Cambridge, Polity.
SÁNCHEZ FUARROS, ÍÑIGO. S.F. “Música y diáspora. Nuevos escenarios
para la investigación (etno) musicológica
<http://www.ciudadsonora.net/media/Musica_y_migracion.pdf> [Consulta:
02.10.2008].

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