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¿Dónde está mi mundo?

¿Dónde está mi mundo?

Por Joaquín Borges-Triana
Nunca he tenido el mal gusto de separar u obviar a los nacidos en Cuba
(músicos incluidos, claro está) por el lugar donde decidan radicarse.
José Martí no dejó de ser el más brillante y patriota de los cubanos
por el largo tiempo que vivió en los muchos países donde residió la
mayor parte de su corta vida. Igualmente, defiendo el criterio de que
no hay manera de imaginar el futuro si se desconoce el pasado, algo
que de manera lamentable ha de admitirse que sucediese entre nosotros,
cuando se ha pretendido borrar de un plumazo lo hecho por artistas en
Cuba antes de su salida del país, absurdo proceder que empieza a
cambiar aunque no con la velocidad que muchos como yo deseamos.
Siempre he pensado que los pueblos que olvidan su historia olvidan,
junto con ella, quiénes han sido y quiénes quieren ser.
Es cierto que hubo una emigración política en los primeros años de la
Revolución que salió del país con mucho rencor, con una ira que
tristemente los ha ido enterrando a todos. En dicho grupo también se
incluyeron artistas e intelectuales, que nunca más se reconciliaron ni
se reconciliarán con Cuba. Ahora bien, no opino que tal sea el caso de
los que en los últimos años han optado por irse a vivir a otros
lugares del mundo. Yo no he dejado de ser amigo, de comunicarme, con
ninguna de mis amistades que han decidido radicarse en muchos sitios
de la infinita geografía con que se dibuja nuestro planeta. Ni creo
que ya sea un obstáculo para nadie el ser tolerante y abierto con ese
tipo de decisiones.
Afortunadamente, aunque aún persisten manifestaciones de las
descalificaciones y la negación de la existencia de los que piensen
distinto, los excesos cometidos en determinados períodos de la
Revolución en virtud de su inmadurez, hoy resultan cuestión de un
pasado lejano. A los que no lo vivimos, nos parecen increíbles las
anécdotas del momento en que, apenas unos cincuenta años atrás, cuando
alguien solicitaba su salida de Cuba, era enviado a trabajar por equis
tiempo en labores agrícolas, o la etapa deleznable de los denominados
“actos de repudio”, en los que el futuro inmigrante era bombardeado a
huevos por las enardecidas masas revolucionarias.
En la actualidad, he sido testigo de cómo en centros de trabajo
últimamente, con besos y abrazos se ha despedido a un –hasta dicho
momento– colega de labor que por variadas circunstancias se marcha del
país. Escenas semejantes las he visto en las cuadras, entre los
vecinos, donde también he asistido a los cálidos recibimientos que se
le ofrecen a los compatriotas que nos visitan. Por todo lo antes
expresado, estoy entre quienes opinan que las mitades separadas entre
cubanos residentes en Cuba o en el exterior, existen en la mala fe de
algunos y a al nivel en que la política defiende intereses mezquinos
que nunca serán los de una mayoría.
A estas alturas  del tercer milenio, uno de los temas heredados de la
anterior centuria que sigue en la agenda del debate internacional es
el de la identidad, acompañado por uno de los principales asuntos del
siglo XXI: la emigración. Comparto el criterio de Norberto Codina
(2002) cuando asegura que en nuestros días no hay nada tan actual como
“el conflicto identidad-emigración”. Y es que en las sociedades
contemporáneas, caracterizadas en muchos casos por ser multiculturales
y multiétnicas, “género, clase, economía, política, religión,
globalización y un largo etcétera forman el contrapunteo entre país
emisor y país receptor, y en muchos casos, los dos roles en el pasado
y/o presente de la misma sociedad” (Codina, 2002). Semejante realidad
se hace corpórea en la discusión académica, en la que sujeto y nación
indagan por variadas respuestas. Los cuestionamientos formulados están
en estrecha relación con la crisis que, en conjunto, padece la
sociedad contemporánea en la que, según John Hutchinson (1992), el
nacionalismo cultural actúa como un factor de integración para
redefinir la relación entre Nación, Estado y territorio.
Términos como desplazamientos, flujos, interconexiones, trayectorias…,
aparecen una y otra vez en los escritos teóricos que aspiran a
reflejar de algún modo las dinámicas de las sociedades contemporáneas.
Otro vocablo muy empleado en la actualidad para referirse a estos
asuntos es el de “movilidad”, a propósito de personas, comunicaciones
o afectos en un mundo que cada día tiene una mayor interconexión.
Dicho concepto ha ido tomando creciente auge en los estudios sociales
llevados a cabo por investigadores como John Urry (2007).
Lo que antaño fue visto como estático y monolítico, dígase la cultura,
el estado-nación, las fronteras, en la actualidad se nos revela fluido
y mutable (Sánchez Fuarros, S.F.). Y es que como apunta dicho
investigador:
“La movilidad, en todas sus manifestaciones, subyace, de este modo,
como una cualidad esencial del aquí y del ahora. La sociedad global se
caracteriza, además, y como consecuencia de lo anterior, por su
(inter)conectividad, es decir, por la facilidad con la que flujos de
información, de capital o de personas se mueven -de manera desigual,
eso sí-a lo largo y ancho del planeta, de tal modo que el espacio,
antes condicionado y circunscrito por las fronteras nacionales, se
disuelve y difumina, dando lugar a nuevas formas de sociabilidad y
nuevas identidades que surgen en los intersticios de la interacción
entre lo global y lo local.”
Lenguaje universal con demasiada riqueza aún no explorada, la música
desempeña un singular papel en la conformación, articulación y
sostenimiento de redes identitarias. Las nuevas maneras de
desplazamiento que caracterizan los flujos transnacionales de personas
en nuestros días, traen consigo la urgencia de disponer de nuevas
herramientas analíticas que nos permitan aproximarnos a la realidad
que se ha ido conformando. Así, ante investigadores de disímiles ramas
de las ciencias sociales, se erige el reto de explicar la dimensión
social de los cambios musicales, desde la comprensión del rol del
lugar y de las migraciones como referentes de sentido y elementos
propiciatorios de la evolución musical.
En el caso de Cuba, su música es el resultado de un proceso
transcultural y de, al decir de Julio Fowler (2007) “una maravillosa
conjunción étnica que fruto de la emigración, la diáspora, y el
exilio, fue construyendo a lo largo del tiempo una de las creaciones
colectivas del genio popular insular más trascendente.”
Lamentablemente, en el pensamiento intelectual y académico cubanos
existe una propensión en los últimos años a la subvaloración de la
música y a considerarla como un arte menor, destinada para la
“gozadera”, visión reduccionista que no se percata de que dicha
manifestación artística tiene un rol central en nuestra cultura, lo
cual implica que ni los discursos cotidianos ni los de los medios de
comunicación entre nosotros pueden escapar a su influencia. Semejante
postura es contrastante con lo que a lo largo de nuestra historia han
considerado figuras fundamentales en el devenir del pensamiento de la
nación.
La noche que la televisión cubana transmitió el filme Chico & Rita por
uno de sus canales, sentado en la sala de mi vieja casa en Centro
Habana y mientras seguía la narración cinematográfica acerca de los
personajes ideados por Trueba y Mariscal, me preguntaba cuántas
historias de vida como las de los protagonistas de esta película, en
realidad no se habrán extraviado por ahí, transformadas tan solo en
polvo de sueños que nunca se podrán recuperar. Y justo me refiero a
eso: “historias de vida”, no hablo ya de la historia en conjunto de
los miles de músicos cubanos que un día decidieron marcharse de
nuestro país para probar suerte en otros lares sino de las vivencias
personales de cada uno de ellos, a veces coronadas con el éxito, a
veces coronadas con el fracaso. Por eso, cuando pienso en nuestros
compatriotas músicos transterrados, no lo hago en términos de mera
abstracción académica sino intentando imaginar cómo ha sido para ellos
el día a día en la diáspora.
De numerosas lecturas de los textos del camagüeyano Juan Antonio García Borrero
–en mi opinión–, alguien que es mucho más que un excelente crítico de
cine para devenir uno de los pensadores de nuestra cultura de mayor
relevancia en la actualidad, he aprendido que entre nosotros, lo que
conocemos “es la historia de una utopía, y utopía al fin, se prioriza
al sujeto colectivo, su lado más fotogénico.” A tono con semejante
proceder, las desgarraduras individuales, o las deserciones del sueño,
no cuentan. Estas últimas, desde el punto de vista historiográfico y
siguiendo también las ideas de García Borrero (2009), en otros tiempos
solían despacharse con una lacónica línea: “Abandonó el país”, frase
cuya lectura despierta la impresión de que se establece el fin de una
vida o, para decirlo con Juan Antonio: “Como si el rebasar lo
geográfico hubiese implicado el no da más de una existencia” (García
Borrero, 2009).
Probablemente, nunca se llegue a saber con certeza quién fue el que
tiró la primera piedra, si los que afirmaron que el son se había ido
de Cuba, o los que se negaron a admitir que quienes se marchaban del
país continuaban siendo cubanos. Lo cierto es que ese alimentarse de
negaciones recíprocas, al margen de las contradicciones políticas, le
ha hecho un enorme daño a nuestra cultura y en particular a la música,
que por la condición de ser también una industria sufre presiones que
no se dan en la literatura o las artes plásticas.
Por mi parte, opino que es un derecho natural que, más temprano que
tarde, se reestablezca la normal y fluida comunicación de la cultura
cubana con nuestros artistas que viven en el exterior, la cual nunca
debió ser cortada si se piensa en el gigantesco vacío creado en el
orden de lo que ha sucedido y está sucediendo, así como en la tristeza
generada al borrar –sin querer o queriendo– una considerable porción
de la memoria de este país, a causa de las innumerables censuras y
omisiones que se han hecho con criterios ideológicos.
Y es que la música cubana facturada en el ámbito diaspórico ha
recorrido diversas etapas y en el presente asume una nueva autoridad
discursiva, a partir del choque o encuentro de nuestro acervo con las
fuentes musicales de otros lares. Porque lo cierto es que en estos
años los que están fuera se han perdido la realidad de la música de
aquí y los que están dentro han perdido el hilo de la evolución de los
que están más allá de nuestras fronteras.
Una exégesis de lo acaecido en la cultura nacional durante el período
de tránsito del siglo XX al XXI y en especial entre las jóvenes
generaciones de artistas e intelectuales de la isla tiene que tener en
cuenta la incidencia en el país –para bien y/o para mal– de los
procesos migratorios que se han producido en la etapa. El conocimiento
de la dialéctica marxista hace perfectamente comprensible la
pertenencia a nuestra cultura en términos de entrada y salida, con lo
cual jamás habría que impugnar o excluir a nadie por el mero y simple
hecho de pasar a vivir en otro lugar del mundo, ni pensar que por
asumir semejante proceder, quienes lo hagan se transforman en
extranjeros física o espiritualmente. Por ello, estudiar –en la medida
de lo posible– la obra de los músicos que forman parte de la comunidad
cubana en el exterior, entretanto el Estado soluciona el problema de
la debida promoción del quehacer de dichos creadores, es la forma que
los cientistas sociales, y en particular los vinculados con el arte,
poseen para aportar al conocimiento del desarrollo artístico cultural
de la nación, hoy producido no solo dentro de las fronteras locales de
Cuba sino también allende los mares.
Referencias bibliográficas:
CODINA, NORBERTO. 2002. “El (otro) discurso de la identidad y La
Gaceta de Cuba en los noventa”. La Jiribilla (revista electrónica),
no. 49, <http://www.lajiribilla.co.cu/paraimprimir/nro49/1333_49_imp.html>
[Consulta: 16.10.2005].
FOWLER, JULIO. 2007. “Diáspora: lo popular bailable, folclor
afrocubano y hip hop en la canción”. Contigo-en-la-distancia (weblog),
edición del domingo 14 de octubre,
<http://contigo-en-la-distancia.blogspot.com> [Consulta: 17.10.2007].
GARCÍA BORRERO, JUAN ANTONIO. 2009. “Gone with the wind”. Cine cubano,
la pupila insomne (bitácora personal), edición del 1º de noviembre,
<http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2009/11/page/3/>
[Consulta: 02.11.2009].
HUTCHINSON, JOHN. 1992. “Moral Innovators and the Politics of
Regeneration: The Distinctive Role of Cultural Nationalism in
Nation-Building”. En Ethnicity and Nationalism, eds. Smith, Anthony.
New York, Brill.
URRY, JOHN. 2007. Mobilities. Cambridge, Polity.
SÁNCHEZ FUARROS, ÍÑIGO. S.F. “Música y diáspora. Nuevos escenarios
para la investigación (etno) musicológica
<http://www.ciudadsonora.net/media/Musica_y_migracion.pdf> [Consulta:
02.10.2008].

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