Etiqueta: Hollywood

Reflexiones de Gustavo Arcos Fernández-Britto sobre el momento actual del cine independiente cubano

Reflexiones de Gustavo Arcos Fernández-Britto sobre el momento actual del cine independiente cubano

Por Joaquín Borges-triana
Hay consenso entre los estudiosos del tema en relación con el hecho de
que en Cuba se habla mucho de cine independiente, especialmente si se
trata de realizadores que quieren, con sus obras, desmarcarse de los
temas, formas de producción o estilos que acompañan al cine oficial.
En Miradas Desde Adentro reproducimos hoy un texto que fue leído por
su autor en el IV Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías
Digitales recién celebrado en Camagüey y que  resume el momento actual
del cine independiente en Cuba.

Con el diablo en el cuerpo, o de cómo seguir siendo independiente
Por Gustavo Arcos Fernández-Britto
A todo el mundo le gusta ser independiente, marcar una cruz, dejar una
huella. Es una forma de reafirmar nuestra identidad, rechazando
ciertas leyes, reglas o modelos establecidos. Queremos ser
independientes de nuestros padres, de las instituciones, de un
sistema, del poder, de las dinámicas del mercado, de las órdenes y
convenciones, no importa si estas se mueven en el campo de la
política, las ideas, las manifestaciones culturales, las finanzas, la
moral, el sexo o las prácticas sociales. Se es independiente de algo
para volverse dependiente de otra cosa.
Ser independiente es un anhelo, un gesto, un valor agregado, el bonus
track que corona nuestra existencia. Pero esa noble actitud se
interpreta de las más disímiles maneras en todo el mundo, según las
épocas o momentos. Asociado a la libertad o la autonomía, se convierte
en algo peligroso para el orden y en tal sentido tendrá que ser
sofocado. Comprende una extraña paradoja, ya que –con toda seguridad–
los que hoy ponen más empeño en acabar con los actos de independencia
olvidan que ayer ellos también abogaron y lucharon por obtenerla.

En Cuba se habla mucho de cine independiente, especialmente si se
trata de realizadores que quieren, con sus obras, desmarcarse de los
temas, formas de producción o estilos que acompañan al cine oficial.
Se ha generado toda una conversación mediática alrededor de la
legitimidad del término, su sentido y práctica en nuestro contexto,
donde, por cierto, la independencia ha sido muchas veces asociada a la
disidencia y a la contrarrevolución.
Como todo tiene una historia, deberíamos ser justos recordando que
teníamos obras independientes antes de crearse el Instituto Cubano de
Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1959. Los cortos de
agitación y propaganda rodados en la pasada década de los cuarenta,
bajo el sello de la Cuba Sono Films y sufragados por el Partido
Socialista, y los sindicatos obreros fueron independientes, como
también El Mégano, Jocuma y La cooperativa del hambre, tres
documentales de corte neorrealista y escasa difusión, filmados en los
cincuenta por jóvenes interesados en denunciar la dura vida en los
campos cubanos. Ninguna de ellas operó bajo los esquemas del cine
comercial de entonces, plagado de melodramas, filmes musicales o de
rumberas, y de comedias.
Los que fundaron Hollywood eran emigrantes y empresarios
independientes que, huyendo de las amenazas del monopolio Edison en la
costa este, llegaron a las planicies de California para levantar,
luego, todo un imperio. Nadie tenía tanta influencia en el naciente
Hollywood como Chaplin, Griffith, Mary Pickford y Douglas Fairbanks,
quienes buscando mayor autonomía se unieron para crear, en 1919, la
United Artist, el primer estudio independiente que poco después sería
comprado por uno de los grandes como la Metro Goldwyn Mayer.
El “independiente” David W. Griffith fue uno de los más influyentes
hombres del cine. Sus conceptos del relato, los personajes, las
emociones y las técnicas del montaje conformaron la base principal del
estilo hollywoodense, una marca que todas las cinematografías han
clonado, perdurando hasta nuestros días.
Orson Welles no era un hombre del cine sino del teatro, pero además
era un genio y, con un programa para la radio sobre la llegada de
extraterrestres, aterrorizó de tal forma a New Jersey que los magnates
de la RKO le dieron total autoridad para rodar su primera película,
Ciudadano Kane, hecha con amigos, los actores y actrices de su propio
grupo de teatro.
Si tomamos a Hollywood como modelo universal de un estilo de
realización artística industrializado y eficiente, la obra del ICAIC,
como la de otros países latinoamericanos, resultó independiente, ya
que en las pasadas décadas de los sesenta y setenta pretendió
distanciarse de ellos formal y conceptualmente haciendo un cine
imperfecto. En el propio ICAIC, en su etapa más notable, aparecieron
disímiles poéticas, con figuras como Nicolás Guillén Landrián, Tomás
Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Julio García Espinosa, Enrique Pineda
Barnet o Santiago Álvarez, mostrándose por igual con sus obras, a
veces de forma radical e innovadora y, en otras, siguiendo patrones
estéticos más convencionales.
En Estados Unidos, John Cassavettes, Jonas Mekas, Woody Allen, Jim
Jarmusch, Quentin Tarantino o Steven Spielberg han rodado películas
muy disímiles, pero todos, a su manera, pueden ser considerados
independientes, pues gozan de plena autoridad sobre el corte final de
sus obras y no importará si para realizarlas se apoyaron sobre los
hombros de un gran estudio o empeñaron su propia casa.
En todos los países donde el cine ha logrado mantener una estabilidad
y desarrollo podemos encontrar corrientes, estilos y disidencias.
Cuando un grupo de artistas, empresarios, políticos o funcionarios se
empoderan, surgen las orientaciones, los rituales y las jerarquías. El
“deber ser” sustituye al “ser”. Rápidamente nacen las instituciones,
fundaciones, escuelas, ministerios, festivales y toda la creación
artística se verá inmersa y pendiente de un sistema que la controla,
manipula, potencia o recicla, según sean sus intereses, obviando que
todo arte es contestatario por naturaleza, porque nace de una
indagación personal del propio sujeto a su contexto.
Siempre habrá artistas incómodos, pero pagarán un precio grande por
ello. Necesitan la impugnación para generar una obra, para forzar los
límites y hacer colapsar un modelo. Por eso la independencia debe
estar asociada no tanto a la cuantía del apoyo financiero (quién, cómo
o para qué se paga), sino a la real autonomía o libertad creativa del
artista, quien debe resistirse al molde, la complacencia o la
autoridad. Por eso, podemos encontrar autores y filmes de espíritu
independiente realizados dentro de los marcos más oficiales y
películas convencionales e intrascendentes generadas en espacios
aparentemente alternativos, porque la independencia es una actitud
individual de resistencia.
Nadie ha producido tantas obras en los últimos 30 años en Cuba como la
Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de
los Baños y la Facultad de Medios Audiovisuales (FAMCA) de la
Universidad de las Artes, dos escuelas surgidas en la segunda mitad de
la pasada década de los ochenta y de las cuales han salido la mayoría
de los realizadores, productores, editores, fotógrafos, sonidistas o
escritores del audiovisual nacional.
La mitad de ellos ya no está en Cuba, pero todos encontraron en las
Muestras de Cine Joven, auspiciadas por el ICAIC, un espacio para
hacerse notar. Este evento anual sirve de marco perfecto (aunque no
único) para estudiar las dinámicas por las que se ha movido el llamado
cine independiente cubano. Un dato: solo tomando en cuenta los
materiales exhibidos en sus 18 ediciones (2001-2019), observamos la
cifra de 1003 títulos, entre ficciones, documentales y animaciones; de
ellos, 50 fueron presentados fuera de concurso porque sus autores ya
rebasaban la edad límite de 35 años que exigía la convocatoria.
Uno pudiera preguntarse si estas obras, variadas en calidad y
presupuestos, son, como suele decirse, realmente independientes.
¿Independientes de quién o de qué? ¿Ofrecen una perspectiva estética
diferente a la tradicional? ¿Son el resultado de un proceso de
búsqueda artística, de investigación y reflexión individual sobre el
mundo? ¿Se oponen al pensamiento o discurso oficial? ¿Acaso trabajar
para el “centro” significa ser dependientes? ¿Cómo puede catalogarse
independiente una producción que responde a modelos de enseñanza y
aprendizaje sostenidos por el propio Estado cubano?
Responder a esas interrogantes llevaría al texto por un largo sendero
que se bifurca, un laberinto donde cada autor tendrá su punto de
vista. Cualesquiera que sean las ideas, no debemos olvidar que:
1-En Cuba todas las salas y espacios de exhibición pública están
controlados y administrados por instituciones u organismos oficiales.
No están permitidas las salas privadas ni los circuitos de exhibición
alternativos.
2- Se necesitan licencias o permisos oficiales para rodar obras
audiovisuales en los espacios públicos, organismos, ministerios o
instituciones del Estado. Los realizadores deben presentar los
guiones, sinopsis o escaletas de sus obras antes de ser acreditados.
Está claro que si el tema o tratamiento visual no es del agrado de los
decisores, estos filmes no recibirán el visto bueno y deberán ser
rodados sin ruido y sin nueces.
3- Solo el ICAIC o el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT)
están legalmente autorizados para otorgar esas licencias. Asociaciones
o productoras como Mundo Latino, RTV Comercial, Hurón Azul, la
Asociación Cubana del Audiovisual, entre otras que han contado también
con esas “prerrogativas”, no son autónomas, tienen un organismo
oficial de relación que las representa.
4- Cualquier proceso de filmación (también el del “cine oficial”)
resulta largo y engorroso. La creación artística no escapa de los
males burocráticos y prejuicios que arrastra el sistema cubano. No es
bien visto el patrocinio de empresas extranjeras, bancos o
fundaciones, estén o no acreditadas en Cuba. El llamado sector no
estatal o privado tampoco puede aportar fondos de manera transparente
y directa a las producciones.
5-Las películas de los “independientes” no tienen asegurada su
exhibición comercial en territorio nacional. El ICAIC auspicia desde
hace 18 años la Muestra Joven, la AHS el Almacén de la Imagen, pero
casi ninguna de las obras premiadas y aplaudidas en esos encuentros
han sido distribuidas o vistas de manera normal en salas. Es un cine
no visibilizado, que muere pronto, alimentándose de sí mismo. Esto
disloca el concepto del cine como sistema. Se puede filmar pero no se
puede exhibir, de tal manera que las inversiones no regresan a los
productores o autores.
6- En la última década han surgido nuevas vías para impulsar la
realización de obras “independientes” en nuestro contexto. El Fondo
Noruego para el Cine Cubano, el GoCuba, promovido por el festival de
Ámsterdam, el fondo otorgado por Cinergia o las plataformas de
micromecenazgo (crowdfounding), que permiten obtener financiamientos
utilizando las redes sociales y grupos de inversores son importantes,
pero son solo pequeños nichos a los que recurrir. Todos ellos
coexisten con las oportunidades que ofrecen nuestras instituciones, a
través de estrategias como el Haciendo Cine de la Muestra Joven u
otras en festivales nacionales.
7- Casi un centenar de productoras y grupos de creación independientes
permanecen activos en la isla. Ninguno cuenta con amparo legal. De
extraña forma, han operado con las instituciones oficiales que los
contratan por sus servicios, les pagan por el alquiler de equipamiento
o coproducen sus obras. Baste decir que desde el entorno independiente
han surgido alrededor de 35 largometrajes de ficción en las últimas
dos décadas. Solo 10 han contado con exhibiciones regulares.
8-Los cineastas menores de 35 años pueden soñar con ver incluidas sus
obras en los programas de eventos y festivales nacionales para el
audiovisual, citas puntuales de escaso impacto en las comunidades. Ser
aceptado, tener una sala para exhibir o debatir sus filmes, recibir un
premio es bueno, pero constituye solo una bocanada de oxígeno para
mantener el entusiasmo. Los que sobrepasan esa edad deben labrarse su
propio camino.
La reciente firma de un decreto ley sobre el Creador Audiovisual
Cinematográfico Independiente, dada a conocer oficialmente el 25 de
marzo pasado, pone fin a un largo y a veces socavado proceso de
negociaciones entre los cineastas y funcionarios del Gobierno en pos
de solucionar los problemas de la industria fílmica nacional. Aunque
aún no se conocen las nuevas regulaciones, detalle que ha levantado
suspicacias, es de suponer que la ruta para legalizar las productoras
independientes y la posibilidad de aspirar a fondos de fomento para el
sector devuelva la confianza, el nivel y vigor (tal vez un poco de
Viagra ayude) mostrado en otras épocas por nuestra cinematografía.
De cualquier forma, los prejuicios, las estigmatizaciones y temores
que tanto frenan la creación audiovisual en el país tendrán que
desaparecer, si de verdad se desea impulsar el cine nacional. Se trata
de organizar, sí, pero sobre todo de facilitar la creación. No marchar
de espaldas a dinámicas creativas y tecnológicas que cambian cada día.
Lo esencial no será si las obras son independientes o realizadas por
la industria oficial, si el artista recurre a un modelo o si se
propone subvertirlo, si le venden su alma al diablo o hacen el cine
con el diablo en el cuerpo, si consiguen manejar un proyecto de miles
de dólares o si ruedan pidiendo limosnas. Lo que realmente debe
importarnos es que, después de todo, empecemos nuevamente a hablar,
sin etiquetas, de cine, de imágenes y de Cuba.

Tomado de:
https://www.ipscuba.net/espacios/altercine/atisbos-desde-el-borde/con-el-diablo-en-el-cuerpo-o-de-como-seguir-siendo-independiente/

A propósito del gusto masivo por el pop

A propósito del gusto masivo por el pop

Si bien es cierto que los intérpretes afiliados al pop en Cuba han gozado de plena aceptación social, también resulta verdad que durante mucho tiempo dicha corriente fue menospreciada por la crítica cultural en el país. Así, el género  se veía vinculado por lo general con el comercialismo excesivo y con lo más pedestre desde la óptica artística. Aunque hoy la perspectiva de análisis ha cambiado en relación con lo que sucedía hasta hace poco en el contexto cubano, un texto como el que a continuación se reproduce (original del destacadísimo investigador Simon Frith) y que persigue explicar las razones del gusto masivo por el pop, a pesar de haber sido escrito hace varios años, continúa con plena vigencia, no solo en relación con la predilección por dicha manifestación sonora sino también para comprender lo que sucede a propósito de la atracción mayoritaria por otras expresiones de la música popular.

¿Por Qué Nos Gusta El Pop?: 4 Tesis
Simon Frith

La primera razón por la cual disfrutamos de la música popular se debe a su uso como respuesta a cuestiones de identidad: usamos las canciones del pop para crearnos a nosotros mismos una especie de autodefinición particular, para darnos un lugar en el seno de la sociedad. El placer que provoca la música pop es un placer de identificación con la música que nos gusta, con los intérpretes de esa música, con otras personas a las que también les gusta-. Y es importante señalar que la producción de identidad es también una producción de no-identidad, en un proceso de inclusión y de exclusión. Éste es uno de los aspectos más sorprendentes del gusto musical. No sólo sabemos qué es lo que nos gusta; también tenemos una idea muy clara de qué es lo que no nos gusta y llegamos a referirnos a la música que aborrecemos en términos muy agresivos. Como han mostrado todos los estudios sociológicos sobre los consumidores de pop, los fans se definen a sí mismos de manera muy precisa a partir de sus preferencias musicales. Éstos se identifican con determinados géneros o ídolos, y estas elecciones en el plano musical revisten mucha más trascendencia que el hecho de que les guste o no una determinada película o un programa de televisión.

La segunda función social de la música es proporcionarnos una vía para administrar la relación entre nuestra vida emocional pública y la privada. A menudo se señala -aunque pocas veces se analiza- el hecho de que el grueso de las canciones populares sean canciones de amor. Esto es evidente en la música occidental de la segunda mitad del siglo XX, pero también para la música popular no-occidental, la cual está compuesta en su mayoría por románticas canciones de amor, generalmente heterosexual. Este dato es algo más que el resultado de una interesante estadística: nos revela un aspecto fundamental de los usos de la música. ¿Por qué son tan importantes las canciones de amor? Porque la gente necesita darle forma y voz a las emociones, que de otra manera no podrían expresarse sin resultar incómodas o incoherentes. Las canciones de amor son un modo de dar intensidad emocional al tipo de cosas íntimas que nos decimos entre nosotros (o a nosotros mismos) en términos que son de por sí muy poco expresivos. Es típico del lenguaje cotidiano el hecho de que nuestras declaraciones de sentimientos más intensas y reveladoras deban usar frases -«Te quiero/te amo», «¡Ayúdame!», «Tengo miedo», «Estoy enfadado»- que son de lo más aburrido y banal. Por eso nuestra cultura tiene una provisión de un millón de canciones en las cuales se dice por nosotros eso mismo, pero de un modo mucho más interesante y emotivo. Estas canciones no reemplazan nuestras conversaciones – los cantantes no van a ligar por nosotros – pero logran que nuestros sentimientos parezcan más ricos y más convincentes, incluso para nosotros mismos, que si los expresáramos en nuestras propias palabras.

La tercera función de la música popular es la de dar forma a la memoria colectiva, la de organizar nuestro sentido del tiempo. Sin duda uno de los efectos de cualquier música, no solamente la popular, es el de conseguir intensificar nuestra experiencia del presente. Por decirlo de otra manera: lo que nos da una medida de la calidad de la música es su «presencia», su capacidad para «detener» el tiempo, para hacernos sentir que estamos viviendo en otro momento, sin memoria o ansiedad alguna sobre lo que ocurrió anteriormente o sobre lo que acontecerá después. Ahí es donde entra el impacto físico de la música -la organización del ritmo y de la pulsación que la música controla-. De ahí proviene el placer que proporciona la música dance y disco: los clubes y las fiestas proveen de un contexto, de un entorno social que parecen definidos únicamente por la medida del tiempo que proporciona la música (las pulsaciones por minuto), el cual escapa al tiempo real que transcurre ahí afuera.

Una de las consecuencias más obvias de la organización musical de nuestro sentido del tiempo es el hecho de que las canciones y las melodías son a menudo la clave para recordar cosas que sucedieron en el pasado. No me refiero simplemente a que los sonidos como las imágenes y los olores- desencadenen recuerdos asociados a ellos, sino más bien que la música en si misma dota a nuestras experiencias vitales más intensas de un tiempo en el que transcurrir. La música centra nuestra atención en la sensación del tiempo: las canciones se organizan y ello forma parte de su disfrute en torno a la anticipación y a la repetición, en torno a cadencias esperadas y estribillos que se desvanecen. La música popular del siglo XX ha tenido en su conjunto un sesgo nostálgico. Los Beatles por ejemplo, hicieron música nostálgica desde sus comienzos, que es lo que en realidad los convirtió en un grupo célebre. Incluso al escuchar un tema de los Beatles por primera vez había una sensación de los recuerdos por venir, una conciencia de algo que puede ser efímero pero que seguramente será muy grato de recordar.

La última función de la música popular a la que quiero hacer referencia tiene que ver con una cuestión más abstracta que las discutidas hasta el momento, pero resulta una consecuencia de todas ellas: la música popular es algo que se posee. Una de las primeras cosas que aprendí viendo cómo se saturaba mi buzón- en mis primeros años como crítico musical fue que los fans del rock «poseían» su música favorita de un modo absolutamente intenso y trascendente. En realidad, la noción de propiedad musical no es exclusiva del rock en el cine de Hollywood se ha repetido hasta la saciedad la frase «están tocando nuestra canción» sino que revela algo reconocible para todos los amantes de la música; es un aspecto fundamental de la manera en que cada uno piensa y habla sobre “su” música (la radio británica tiene programas de todo tipo basados en las explicaciones de personas que cuentan por qué ciertas músicas les «pertenecen”). Obviamente es la característica de mercancía de la música la que permite articular ese sentido de posesión, pero uno no cree poseer únicamente ese disco en tanto que objeto: sentimos que poseemos la canción misma, la particular forma de interpretarla que contiene esa grabación, e incluso al intérprete que la ejecuta.

Al «poseer» una determinada música, la convertimos en una parte de nuestra propia identidad y la incorporamos a la percepción de nosotros mismos. Como apunté antes, escribir crítica de rock implica convertirse en un imán para cartas de odio; y en ese tipo de misivas no se encuentran tanto réplicas a la crítica de un intérprete o de un concierto como réplicas en defensa del fan remitente: crítica a uno de sus ídolos y los fans te responderán como si les hubieras criticado a ellos mismos. El mayor alud de correo que jamás he recibido me llegó después de haber redactado una crónica criticando a Phil Collins. Llegaron centenares de cartas (no sólo de críos y de torpes adolescentes sino también de jóvenes establecidos), pulcramente mecanografiadas y algunas en papel timbrado, con una misma premisa: argumentaban que al haber descrito a Collins como un tipo desagradable y a Genesis como un grupo tétrico, lo que yo estaba haciendo en realidad era ridiculizar el modo de vida de sus fans y menospreciar su identidad. La intensidad con que se establece la relación entre los gustos personales y la definición de uno mismo, parece un elemento específico de la música popular: ésta es «poseíble» de un modo en que ninguna otra forma de cultura popular (excepto quizás un equipo deportivo) puede serlo.

Resumiendo lo argumentado hasta el momento: las funciones sociales de la música popular están relacionadas con la creación de la identidad, con el manejo de los sentimientos y con la organización del tiempo. Cada una de estas funciones depende, a su vez, de nuestra concepción de la música como algo que puede ser poseído. Desde esta base sociológica, podemos abordar ya las cuestiones estéticas, podemos entender los juicios de los oyentes y concretar algo más la cuestión del valor de la música popular. La cuestión que planteábamos al principio era: ¿cómo es posible afirmar con tanta rotundidad que una determinada música es mejor que otra? Ahora podemos relacionar la respuesta con la cuestión del mayor (o menor) acierto con que unas canciones e interpretaciones cumplen, para un determinado oyente, esas funciones a las que me he referido. Pero antes debemos aclarar una cuestión previa. Datemos por sentado a partir de aquí que la música que escuchamos constituye algo muy especial para nosotros: no, como en el caso de un crítico de rock ortodoxo, porque esa música sea más «auténtica» que otra (aunque podamos describirla así), sino porque de un modo mucho más intuitivo nos provee de una experiencia que trasciende la cotidianeidad y que nos permite «salirnos de nosotros mismos». La consideramos especial no necesariamente en referencia a otras músicas sino al resto de nuestra vida. Esta intuición de la música como elemento de auto-reconocimiento nos libera de las rutinas y de las expectativas de la vida cotidiana que pesan sobre nuestras identidades sociales; forma parte del modo en que experimentamos y valoramos la música: si bien llegamos a creer que poseemos nuestra música, no tardaremos en darnos cuenta de que estamos poseídos por ella. La idea de trascendencia, por tanto, juega un papel tan importante en la estética de la música popular como en la estética de la música seria; pero, como espero haber dejado claro, aquí trascendencia no significa la libertad de la música respecto a las fuerzas sociales, sino el hecho de estar organizada por ellas (por supuesto, en último término esta afirmación es igualmente válida para la música culta)

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box