Etiqueta: Frank Zappa

Historia de un desaguisado

Historia de un desaguisado

Por Joaquín Borges-Triana

En numerosas ocasiones me sorprendo leyendo trabajos en la prensa plana o escuchando intervenciones en la radio y la televisión que sólo son reflejos de una inquietante desactualización en relación con fenómenos artísticos y culturales que se originan o son expresados en el repertorio musical contemporáneo de los creadores cubanos. Ello sucede, entre otras razones, por el divorcio que se da entre no pocas de esas voces con acceso a los medios y el verdadero saber de corte culturológico y/o musicológico procedente del amplio campo de las ciencias sociales. Así las cosas, por lo general nuestra crítica musical no está preparada para realizar análisis cruzados, con enfoques multi, inter y/o transdisciplinarios, resultado del conocimiento de investigaciones que funcionen como apoyaturas de sus afirmaciones.

Creo que no está demás acotar que acerca de la música entendida como espectáculo, uno más de la gran oferta existente en nuestro tiempo, conviene reflexionar tal vez sobre la idea que subyace a la representación en sí. Hoy la música se ha convertido en una dualidad comercial que se bifurca entre la música oída, fundamentalmente en radio y discografía; y la que se ve y se oye, en reproducciones audiovisuales y en directo en los auditorios. Lo complejo de semejante realidad conduce a que, contrario a lo que muchos opinan, cualquier persona no está apta para ejercer de forma profesional la crítica musical.

No hace falta ser un experto en nada para opinar de lo que a uno le gusta o no, pero sí son éticamente exigibles los conocimientos previos para vivir de ello. Sucede que para escribir una buena crítica musical, no es suficiente con saber redactar bien en términos periodísticos, sino que se requiere conocer a profundidad de lo que se escribe, o sea, poseer un grado de especialización temática y que posibilita manejar los sistemas de codificación producidos en el discurso musical, para así poder interpretarlos y exponérselos al público.

Pensaba en todo lo anterior a propósito de varios elogiosos comentarios que he leído sobre un reciente disco de versiones (realizado por una prestigiosa figura) de temas del repertorio de un muy popular cantante de décadas pasadas. No me interesa en lo más mínimo polemizar con quienes han escrito dichas reseñas o críticas (aparecidas en distintos medios cubanos de prensa, incluso en uno que otro especializado en música) ni mencionar aquí el nombre del fonograma ni de su protagonista, alguien a quien admiro profundamente, cosa que no me impide percatarme de que se trata de un disco infeliz en su resultado final. En todo caso, hablo del asunto para traer a la palestra un ejemplo de lo mal que anda la crítica artística entre los cubanos y de acciones que, en mi modesto parecer, no debieran hacerse, sobre todo cuando se trata de glorias de la cultura de este país.

Me parece oportuno comentar que en mi caso personal, soy de los que entiende la música popular como una suerte de enorme red intertextual en la que cada canción resulta una enunciación-performance de un determinado código o sistema de comunicación general muy compartido y productor de entidades harto similares. De tal suerte, en semejante contexto, una versión tanto actualiza como transforma una pieza musical grabada con anterioridad y puede ir de la más simple imitación a la producción de lo que vendría a ser un tema derivado, del homenaje a la deconstrucción, del enmascaramiento a la sátira o el pastiche y la parodia (entendido esto último en la tradición del reciclaje musical occidental como el empleo de materiales de una obra para la composición de una nueva con identidad propia).

No está de más acotar que interpretar o grabar un tema de un compositor, vocalista o agrupación de otra época, género o estilo es una constante en el devenir de la música popular, si bien lo cierto es que la producción de versiones para rendir tributo a determinada figura o agrupación se ha convertido en un recurso muy usado por la industria en las últimas décadas, algo que también ha sucedido en Cuba. Esa actualización de equis pieza no deja de ser un acto creativo por parte del orquestador o arreglista, aunque de igual modo es una operación comercial (por encima de ser presentada supuestamente con intenciones más elevadas).

En la actualidad existe consenso en cuanto a que, en la práctica, la versión deviene experiencia de escucha, al establecer en el oyente una relación entre un punto de origen o referencia sonora y otro, percibido como la actualización de dicho referente. Tengo que confesar que entre las distintas concepciones que hay acerca de qué entender por una versión, personalmente me identifico con la última expresada, o sea, que siempre mido los niveles cualitativos del nuevo producto que nos entrega la industria, en comparación con el original que le dio vida.

De ahí que al escuchar este disco de versiones del que vengo hablando, inevitablemente a mi mente viene la evocación de las maravillosas interpretaciones originales por parte del vocalista al que se le rinde homenaje.

Lamentablemente, en mi criterio, este álbum no consigue encajar en ninguno de los tres tipos fundamentales de versiones existentes: la versión que aspira a ser lo más parecida a la base o versión de referencia; la que lo modifica en mayor o menor medida, para adaptarlo al estilo del cantante o agrupación que lleva a cabo la versión; y la que manipula a tal grado la estructura básica de la referencia que hace que la nueva versión (también llamada reelaboración) pueda ser vista como un tema independiente o paralelo.

No pretendo formular aquí un análisis de las funciones y significados de cada versión específica de las incluidas en el disco al que me refiero, pero cualquiera que preste una atenta audición a lo hecho por su protagonista se dará cuenta de que las líneas melódicas de las canciones con suma frecuencia son modificadas o alteradas, simple y llanamente por la imposibilidad de llegar al registro de la nota correspondiente en cuestión.

La pena que experimento no viene dada solo por los comentarios elogiosos que en relación con el álbum están saliendo y que es probable continúen publicándose en los medios cubanos de comunicación. Eso es lo de menos importancia. Lo triste es que en los corrillos musicales, gente que sabe mucho de estos asuntos formulan acres críticas al fonograma de marra y cuestionan cómo la discográfica permitió que un producto con tantos déficits en su acabado viese la luz y con ello no se haya protegido a una gloria no ya de la música sino de la cultura de este país pero que, en virtud de la elevada edad que tiene, ha visto pasar su mejor momento como intérprete

Y eso no es todo. Aún hay un desaguisado mayor. Como parte de ese loable afán por estimular a nuestros músicos con un Premio Cubadisco, pero que en no pocas ocasiones ha sido excedido, como lo evidencia la enorme cantidad de galardones entregada en varias emisiones del certamen, en la reciente clausurada edición de la fiesta del disco cubano se creó una categoría nunca antes existente para premiar un trabajo que, según el consenso de no pocos especialistas pero que no se pronuncian públicamente, no estaba a la altura como para recibir una distinción, lo cual no significa que el material carezca de valores.

Es que tanto periodistas como los demás involucrados en la industria fonográfica deberíamos ser conscientes de que no siempre la voz de alguien, por grande que sea esa persona, tiene que proyectarse como una propuesta musical de alto vuelo o cuando menos acertada, aunque esté interpretando temas antológicos, responsabilidad que en cualquier caso no solo atañe al solista o agrupación protagónica en un CD sino además al productor del álbum y a la discográfica en cuestión. Digo yo.

De ahí que al reflexionar sobre este episodio, me pongo a pensar que a lo mejor, el genial músico estadounidense Frank Zappa tenía algo (o mucho) de razón cuando de manera descarnada afirmaba una idea que al parecer trasciende las fronteras de los medios de comunicación:

«El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer».

No me preocupan los críticos. Me preocupan los no críticos.

No me preocupan los críticos. Me preocupan los no críticos.

Hace algún tiempo, mientras movía el dial de mi radio, de manera casual di con un programa conducido por Oni Acosta Llerena. No sabría decir en qué emisora porque lo sintonicé ya empezado, pero lo cierto es que me atrapó la transmisión. Era uno de esos espacios en que se invitan a especialistas para armar una suerte de panel que intercambia opiniones sobre un determinado tema. Los participantes aquella (me parece) noche llamados a responder las preguntas de Oni eran el pianista Frank Fernández, el director sinfónico Enrique Pérez Mesa y el periodista José Luis Estrada. El tema que los convocaba era el de la crítica musical cubana y como cualquiera supondrá, por razones obvias me mantuve atento al interesantísimo diálogo sostenido por casi una hora.

No pretendo formular aquí una valoración acerca de dicho programa radial ni pronunciarme a favor o en contra de los criterios expresados por Oni, Frank, Enrique y José Luis. Tal no es mi objetivo. Sólo quiero reflejar en las siguientes líneas algunas de las ideas que vinieron a mi cabeza a propósito del tema debatido por ellos que, por demás, cada cierto tiempo sale con mayor o menor fuerza a la palestra pública pues de todos resulta de sobra conocido que la preocupación por el asunto no es algo nuevo y que la crítica musical, ya sea en prensa escrita, radial o televisiva, se relaciona con el hecho de que entre nosotros la crítica (sin apellidos) es un «problema crítico».

Uno de los últimos textos que recuerdo dedicado a abordar esta cuestión y que, dicho sea de paso, aportó valiosas ideas para la comprensión del fenómeno de la crítica musical en Cuba, fue un artículo escrito por Marta María Ramírez en el 2005 y aparecido en la revista Clave. Algún tiempo después, participé en el Instituto Superior de Arte como oponente de una tesis realizada por la musicóloga Damia Almeida, investigación en la que se analizaba el comportamiento de la crítica musical cubana en nuestras revistas culturales durante la década de los noventa.

Lo cierto es que evocar las lecturas de dichos trabajos, así como la audición del programa antes aludido, me motivan preguntas acerca del ejercicio de la crítica musical en Cuba, a las que confieso no tener respuestas. Entre los tantos cuestionamientos que me asaltan, menciono algunos, a ver si alguien me ayuda a aclarar mi mente:

¿Los que ejercen esta función entre nosotros, dominan o al menos conocen los métodos que fundamentan la práctica de la crítica musical en los distintos medios de comunicación? ¿Cuáles son los principales aspectos que definen el término crítica musical? ¿Cumple la crítica musical cubana una función orientadora hacia el gran público, o es, aunque nos pese, un reducidísimo feudo de complotados, un terreno de especialistas? ¿Cuáles son sus pautas, sus normas, si es que las tiene? ¿Es la crítica musical un género periodístico o, por el contrario, un ejercicio escritural y de creación? ¿Cuál es el papel de la crítica musical en los distintos medios de comunicación cubanos desde una perspectiva práctica y profesional? ¿Qué es lo que nuestra crítica musical es incapaz de hacer y por qué? ¿Para quiénes escribe y por qué? ¿Qué herramientas son necesarias para ejercer la crítica musical? ¿Dónde se forman quienes hacen crítica musical en nuestro país? ¿Cómo se superan? ¿De cuál instrumental teórico disponen? ¿Qué música escuchan? ¿Qué textos del pensamiento culturológico de nuestros días leen? ¿Cuál es su diálogo con la contemporaneidad? ¿Cómo y qué se enseña a los estudiantes que supuestamente en el futuro ejercerán la crítica musical? ¿Está la crítica apta para comprender en su real dimensión la relación entre música y sociedad?

Como es fácil de apreciar, las posibles respuestas a muchas de las anteriores preguntas pueden resultar polémicas y ello obedece a que las opiniones en torno a la crítica siempre son dispares. En mi caso, pienso que buena parte de lo que tenemos por ejercicio crítico musical deja claro la ausencia de una auténtica teleología analítica. Cuando releo la crítica musical ejercida por Alejo Carpentier verifico que él hizo de tales comentarios otra manifestación de su arte literario. A fuerza de ser sincero, tengo que decir que no siento que hoy prevalezca un enfoque semejante en la crítica musical sino más bien uno recibe la impresión de que los textos que se escriben no están concebidos con la aspiración de llegar a formar parte de la “República de las Letras”. Para mí está claro que no es suficiente con desarrollar un determinado concepto, un juicio acertado, si todo ello no aparece bien expuesto, algo que con muchísima frecuencia se olvida.

Entre las cosas relacionadas con el tema y que nunca he logrado comprender, se encuentra el hecho de la escasa o nula vocación que profesan las personas graduadas de Musicología en Cuba para accionar como críticos. Recuerdo que allá por los noventa, un día Omar Valiño y yo convocamos en la UNEAC un encuentro con estudiantes y profesores de dicha carrera. Por entonces, Omar atendía las páginas de crítica en La Gaceta y yo era responsable de una sección semejante en la revista Salsa Cubana. La idea era abrir las páginas de ambas publicaciones para que colaborasen en ellas gente joven, conocedores del hecho musical y que supuestamente no encontraban sitio donde escribir sus opiniones. Luego de que explicásemos las características formales que deberían poseer los trabajos, yo di mi número telefónico en casa para que me llamasen allí con las propuestas de colaboraciones.

Al término de la reunión, alguien me comentó en voz baja que si yo estaba loco para dar así el teléfono de mi casa pues de seguro me lloverían las llamadas. Con total seguridad respondí que, en mi opinión, a lo sumo se comunicarían conmigo una o dos personas, entre los más de veinte estudiantes y profesores congregados en uno de los salones de la UNEAC. La vida me dio la razón y la única que se motivó a proponer un trabajo y a escribirlo fue Yanira Martínez, quien preparó un excelente texto acerca de Gerardo Alfonso, material que en su momento fuera publicado.

Aunque no tengo una explicación del todo convincente acerca de tal situación entre nuestros musicólogos, comprendo que les deba resultar en extremo difícil escribir críticas en torno a gente que en no pocos casos no sólo son amigos sino casi familia, por haber vivido juntos desde niños y luego como adolescentes o jóvenes, al formarse en las escuelas de música de nivel elemental, medio y superior.

De lo expuesto, se comprenderá por qué no comparto la idea de algunos en torno a que entre nosotros son escasos los espacios donde ejercer la crítica musical. Hoy en Cuba existe una copiosa gama de publicaciones culturales, páginas web de repercusión nacional e internacional, varios canales de televisión, por no hablar ya de los periódicos y revistas de carácter general pero donde no faltan las secciones para el arte y la literatura, y a decir verdad y sin que nadie se sienta ofendido, mi impresión es que en tales medios lo que prevalece es la falta de sistematicidad y de profesionalidad en lo concerniente a la crítica musical.

En numerosas ocasiones me sorprendo leyendo trabajos en la prensa plana o escuchando intervenciones en la radio y la televisión que sólo son reflejos de una inquietante desactualización en relación con fenómenos artísticos y culturales que se originan o son expresados en el repertorio musical contemporáneo de los creadores cubanos. Ello sucede, entre otras razones, por el divorcio que se da entre no pocas de esas voces con acceso a los medios y el verdadero saber de corte culturológico procedente del amplio campo de las ciencias sociales. Así las cosas, por lo general nuestra crítica musical no está preparada para realizar análisis cruzados, con enfoques multi, inter y/o transdisciplinarios, resultado del conocimiento de investigaciones que funcionen como apoyaturas de sus afirmaciones.

Creo que no está demás acotar que acerca de la música entendida como espectáculo, uno más de la gran oferta existente en nuestro tiempo, conviene reflexionar tal vez sobre la idea que subyace a la representación en sí. Hoy la música se ha convertido en una dualidad comercial que se bifurca entre la música oída, fundamentalmente en radio y discografía; y la que se ve y se oye, en reproducciones audiovisuales y en directo en los auditorios. Lo complejo de semejante realidad conduce a que, contrario a lo que muchos opinan, cualquier persona no está apta para ejercer de forma profesional la crítica musical.

No hace falta ser un experto en nada para opinar de lo que a uno le gusta o no, pero sí son éticamente exigibles los conocimientos previos para vivir de ello. Sucede que para escribir una buena crítica musical, no es suficiente con saber redactar bien en términos periodísticos, sino que se requiere conocer a profundidad de lo que se escribe, o sea, poseer un grado de especialización temática y que posibilita manejar los sistemas de codificación producidos en el discurso musical, para así poder interpretarlos y exponérselos al público.

Y aquí se introduce un elemento de singular importancia: la formación del crítico musical resulta en muchas ocasiones ambigua. Como en la mayoría de los campos profesionales cuando alguien desea especializarse tras concluir su etapa de preparación universitaria, debe recurrir a los postgrados, masters o cursos de formación que se organizan por diferentes entidades. Empero, en Cuba desde el punto de vista docente no existe ningún programa académico diseñado para que el posible interesado aprenda a ejercer la crítica musical y domine las técnicas que le permitan desempeñarse como tal en los diferentes medios de comunicación desde una perspectiva práctica y profesional. De ello se desprende que el crítico en nuestro contexto suele ser alguien graduado de periodismo y que incursiona en estos terrenos al amparo de sus inclinaciones artísticas naturales o, en otros casos, una persona que es periodista por práctica, con una formación como historiador del arte, filólogo o vaya uno a saber.

Por otra parte, al hablar del actual panorama de la crítica musical cubana, no olvido la existencia de un creciente número de tesis de grado, maestría y hasta doctorado en distintas universidades del país y que, como he podido comprobar personalmente al intervenir en uno que otro tribunal, poseen puntos de vista y enfoques novedosos. Empero, ¿de qué valen esos trabajos (más allá del título que con la defensa de ellos ganan sus ponentes) si no se divulgan fuera del ámbito de las aulas? ¿Por qué no pensar en la creación de una suerte de banco digital en el que albergar todas esas tesis acerca de música cubana? Y no hablo sólo de los trabajos investigativos llevados a cabo dentro del límite de nuestras fronteras sino del copioso número de exégesis realizadas en el extranjero y que a veces, incluso desde criterios diferentes a los nuestros, también aportan ideas valiosas. A fin de cuentas, la diversidad de opiniones nunca debilita, ¡todo lo contrario!

Una carencia y que no contribuye a una mejor salud de la crítica musical cubana es la falta de un espacio de encuentro, de discusión y alternabilidad de ideas entre quienes ejercemos tales funciones. Una de las pocas iniciativas que contrarrestaba mínimamente tal déficit era cuando hace años y por iniciativa personal de Frank Padrón, en el contexto del Cubadisco varias personas éramos convocadas para entregar el Premio de la Crítica en dicho certamen. Lamentablemente, la idea murió y con ello, el único intento del que tengo noticias en cuanto a eso de hacer una labor de grupo, como sí acontece en otras manifestaciones artístico literarias.

Un aspecto que no debe pasarse por alto es el vinculado al hecho de que la escasa crítica musical que se practica en nuestro país tiene apenas motivaciones para hacer trabajos que puedan resultar polémicos. Por mi experiencia sé lo difícil que esto resulta. Por contar una anécdota, cierta vez hice un comentario en el que apuntaba varias deficiencias en un disco de un artista al que siempre he admirado muchísimo por el conjunto de su obra. El fin de semana siguiente a la salida de mi trabajo recibí la sorpresa de que en el medio en que había sido publicada mi crítica, aparecía en las dos páginas centrales del órgano una entrevista al creador, a manera de desagravio por lo que yo había escrito y en las que sin mencionar mi nombre (por supuesto, un aspirante a crítico musical es demasiada poca cosa como para nombrarlo) despotricaba en contra de mis «tontos argumentos». Y como que «la figura es la figura», por emplear dicha popular expresión, en otro medio de comunicación alguien escribió (no sé bien si por encargo o por motus propio) una reseña laudatoria sobre el mismo CD al que yo (y siempre reitero que desde mi opinión personal) le había señalado más de una objeción. Varias amistades de aquel creador me dijeron que había total razón en los problemas apuntados por mí, pero que eso no se le podía decir al aludido músico, por tratarse de quien se trataba, argumento que como se supondrá, yo no estimo válido.

Por último, no quiero soslayar el hecho de que no todas las personas de las contadas que entre nosotros desarrollan la crítica musical, se percatan de que cada público tiene sus especificidades y por tanto, hay que ser consciente de para quién nos dirigimos y así poder establecer las imprescindibles diferencias estilísticas en nuestro quehacer, el cual siempre debería estar concebido con la intención de propiciar entre aquellos que nos prestan atención la búsqueda de sus propias respuestas. No obstante, a lo mejor y al margen de cuanto he dicho aquí, el genial músico estadounidense Frank Zappa tenía algo (o mucho) de razón cuando de manera descarnada afirmaba:

«El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer».

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box