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Gastón Baquero: El sinsonte sigue cantando a todo pecho

Gastón Baquero: El sinsonte sigue cantando a todo pecho

Siempre he dicho que para mi formación Professional y para mis gustos estéticos, mucho le debo a la huella que en mí dejaron mis padres. Entre las tantas cosas que le agradezco a mi ya desaparecido viejo, una de las que más significado tuvo es el amor por la radio. MI padre fue alguien totalmente apasionado por la práctica del diexismo y de él adquirí la costumbre de escuchar la onda corta. Aunque hoy ya no lo hago, entre otras razones por carecer de un equipo elemental para ello (los radios que hay en casa solo disponen de AM y FM) en buena parte del decenio de los setenta y ochenta de la anterior centuria, pasé muchas horas nocturnas moviendo el dial por disímiles frecuencias de la onda corta.

Una de mis emisoras favoritas de por entonces era Radio Exterior de España. Fue a través de dicha frecuencia radial que escuché por primera vez la voz de Gastón Baquero, quien laboraba en esa redacción radiofónica y de cuando en vez dejaba circular su peculiar acento caribeño a través del éter, en comentarios que discursaban sobre lo humano y lo divino con amenidad y socarronería, si mis ya lejanos recuerdos no me engañan.

En una jornada de aquellas transmisiones, en la que compartía la audición de los decires de Gastón con mi padre, fue que el viejo me proporcionó los primeros datos que supe acerca de quién era Baquero y qué representaba en el devenir de la cultura cubana. Por razones que he olvidado, ambos se conocían de los tiempos en que el mítico poeta ejercía el periodismo en las páginas de El Diario de la Marina, órgano acerca del cual yo estaba haciendo un trabajo investigativo para una asignatura de mi carrera universitaria. Por supuesto que papi aprovechó la ocasión y me recomendó que si yo pretendía conocer periodismo del bueno de verdad (más allá del maniqueísmo de considerar que identificarse con la obra de un creador es sinónimo de asumir su proyección política), no dejase de leer los trabajos firmados por Gastón Baquero en la prensa cubana anterior a 1959, fecha en la que el autor se marchó de Cuba para nunca volver.

La celebración en el 2014 del centenario del natalicio del poeta, ensayista y periodista Gastón Baquero (Banes, mayo de 1914-Madrid, mayo de 1997) propició la publicación de varios textos que rinden homenaje a esta figura fundamental de la literatura cubana y acerca del cual, el poeta y ensayista Jorge Luis Arcos ha escrito:

«Comentábamos una tarde, César López, Enrique Saínz, Efraín Rodríguez y yo, cómo Baquero padeció las cuatro o cinco parcas: era pobre, mulato, homosexual, provinciano y, como por añadidura, poeta, y después padeció una sexta: la del exiliado. Pero el poeta, en cierto sentido, ¿no es todas esas cosas, siempre, y muchas más? Entonces el poeta da testimonio de su insondable temporalidad, y es siempre el huérfano, el hijo errante (¿de la mar?) –el eterno niño de su poesía–, el peregrino, el huésped, el forastero, el exiliado, el pobre, el mendigo, el viajero incesante –y el viajero es el que hace el tránsito, el que transita–, el inocente, el que escribe en la arena el testimonio fugitivo e imperecedero de la poesía, como si la belleza solo pudiera existir a costa de desaparecer; más: como si la belleza de las formas en la luz fuera el testimonio rapidísimo de otra Belleza eterna, invisible. Por eso el poeta es como el guardián de ese misterio profundo –tal en su poema «El río», por ejemplo–; pero es también el que padece como un desamparo, una orfandad cósmica («la orfandad del planeta / en la siniestra llanura del universo») –el conocimiento tiene ese precio, también–, y de ahí su profundo pathos vallejiano, chaplinesco incluso –tal en su conmovedor «Con Vallejo en París -mientras llueve» (suerte de alter-ego suyo)–; en su desolado, «El viajero» («Silbar en la oscuridad para vencer el miedo es lo que nos queda»); en ese poema tan inquietante, tan extraño, tan turbador, «El viento en Trieste decía»; o en las desesperadas preguntas de Paolo al hechicero, del poeta a su ¿indiferente? Creador. Ese como nihilismo profundo, que no llega a albergar esperanzas ni siquiera –y repárese en que Baquero fue un hondo creyente– después de la muerte, como se aprecia en su poema «El huésped», fue el reverso de su zona luminosa, prístina, matinal, lúdicra incluso. Baquero tuvo, pues, los dos tonos absolutos, los dos eternos registros: el de la Muerte y el de la Vida, y una zona como intermedia, transitoria, existencial, el del viajero incesante entre esos dos reinos intercambiables, que puede entonces, siempre, despedirse así de nosotros: Volveremos de nuevo a decirnos adiós».

Entre los textos que aparecieron para celebrar el centenario de Gastón Baquero, la Fundación Banco Santander puso en circulación en España el volumenFabulaciones en prosa, un conjunto de artículos, ensayos y cartas inéditas de este escritor y que abordan sus preocupaciones por el devenir de la humanidad. En el puñado de escritos sobre historia, filosofía, música, religión y literatura, seleccionados por el investigador Alberto Díaz-Díaz, conviven personajes tan dispares como Cristóbal Colón, Víctor Hugo, George Bernard Shaw o Simón Bolívar, reflejados desde el particular punto de vista que sobre ellos tenía el autor banense.

A propósito de su quehacer periodístico, Baquero le confesó lo siguiente al poeta y editor Felipe Lázaro:

«Quiero tratar ese asunto con guantes de seda, porque en general se me ocurren cosas bastante desagradables cuando pienso en lo que es el periodismo. Balzac dijo una verdad tremenda: «Si el periodismo no existiese, habría que no inventarlo». Lo contrario de lo que se ha dicho de Dios. Porque el periodismo –no los periodistas– es una cosa que no está en la inteligencia. Como se le entiende habitualmente, como se le practica, es algo deplorable y dañino para el espíritu, porque es una escuela cotidiana y pertinaz de vulgaridad (de vulgaridad impuesta por la demanda del mercado). ¿A qué seguir? Uno está en el periodismo y no debe, ni puede, subestimarlo, porque tampoco es una prisión ni un infierno. Sólo que es una profesión que apenas si tiene que ver con la literatura, no obstante que se hace con letras, y apenas tiene que ver con la filosofía no obstante que maneja ideas. El periodismo cotidiano gasta y vuelve roma la sensibilidad de un artista, de un pensador, de un poeta. Comprendo el horror con que vieron algunos amigos de la juventud mi entrada en firme en un periódico. Por cierto buen concepto que tenían formado sobre mis posibilidades en lo literario, se enojaron bastante, y me tuvieron por frívolo y por sediento de riqueza, cuando no sólo entré en el periodismo, sino que a poco fui en la profesión esa cosa nauseabunda que se llama un triunfador».

Otro de los libros que salió al mercado para rendir tributo al centenario de este gran humanista, que en la década de los noventa abogó por la publicación conjunta de textos de escritores de la Isla y la diáspora y por la idea de que la cultura cubana era una sola más allá de la política, es Poderosos pianos amarillos. Poemas cubanos a Gastón Baquero, perteneciente a la colección Capella de Ediciones La Luz, casa editorial holguinera de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y que surgiese allá por 1997. Con trabajo de compilación y edición a cargo de Luis Yuseff y prólogo de Virgilio López Lemus, se recogen aquí textos de alrededor de 140 autores, residentes tanto dentro como fuera de nuestro país.

En su totalidad, el material corrobora que, como pensaba Jorge Luis Borges, Cada generación de escritores crea a sus precursores y el primer acto de creación, como se sabe, no es la escritura sino la lectura, por lo cual no resulta casualidad que el lema de las Romerías de Mayo en Holguín –embrión de donde nacen las Ediciones La Luz– sea justamente la frase »porque no hay hoy sin ayer». El enorme significado cultural de un proyecto como el de este libro, en el que intervienen poetas que van desde Eugenio Florit, Fina García Marruz, Luis Marré, Domingo Alfonso, José Koser y Lina de Feria, hasta Maya Islas, Felipe Lázaro, Bladimir Zamora, Daniel Díaz Mantilla, Norge Espinosa, José Félix León, Alejandro Querejeta, Juan Carlos Recio, Orlando Rossardi, Pío E. Serrano, Jesús Barquet, Gleyvis Coro, Milena Rodríguez, Juan Carlos Valls, Camilo Venegas, Carmen Serrano, Ricardo Riverón, Juana García Abás, Lourdes González, Manuel García Verdecia, Alfredo Zaldívar, Alberto Acosta-Pérez, Roberto Méndez, León Estrada, Reinaldo García Blanco, Arístides Vega Chapú, Rigoberto Rodríguez Entenza, Francis Sánchez, Zurelys López, Carlos Esquivel, Luis M. Pérez Boitel, Ronel González, José Luis Serrano, José Luis Fariñas, Luis Yuseff, Frank Castell, Irela Casañas, Yanier H. Palao, Yunier Riquenes, Moisés Mayan, Jamila Medina y Legna Rodríguez…, se sintetiza en lo asegurado por Erian Peña Pupo al comentar la aparición de la compilación:

«Este es un libro cofre: texto misterioso y sobrecogedor, más que una antología o una selección de poemas inspirados en la lírica de Baquero, Poderosos pianos amarillos… es un puente, una necesidad imperiosa del quehacer editorial cubano, una comunión para rendir tributo a un poeta vital».

Poderosos pianos amarillos… se ajusta a lo afirmado por el homenajeado, cuando a un cuestionamiento acerca de qué le parecía la nueva generación de jóvenes poetas cubanos, que muestran un seguimiento de su obra y que se acercan a él con amistad y respeto, respondió:

«Lo que me encanta, me hace muy feliz para ahora y para después de la muerte, es comprobar cada día la pasión de los y las jóvenes de los territorios en que se desenvuelve hoy la gente cubana, por la poesía. ¡Qué maravilla, cuánta poesía buena se está haciendo dondequiera que late un corazón cubano! El sinsonte sigue cantando a todo pecho. (…) Y soy feliz. Las muestras de cariño que me llegan de la plural geografía cubana, las recibo como una señal de continuidad, de sucesividad invariable de lo cubano en poesía».

Recuerdo que gracias a Bladimir Pascual Zamora Céspedes (O el Blado, como solían decirle, aunque yo prefería llamarlo Pascual) supe por primera vez del trabajo de la editorial Betania, obra del güinero Felipe Lázaro, quien para iniciar dicho proyecto en 1987 decidió comenzar con ese importantísimo libro que esConversación con Gastón Baquero, un título de obligatoria lectura y que ya cuenta con tres ediciones. De la última de ella, que además de aparecer en letra impresa está en formato digital, reproduzco la respuesta que el autor de Memorial de un testigo (poemario considerado por la crítica como esencial en la lírica baqueriana) da a la pregunta de cómo influyó en su formación y vida literaria el haber nacido en un pueblo como Banes, más en contacto con la naturaleza, el campo, los cultivos y su posterior descubrimiento de La Habana, más cercana de lo foráneo, de la influencia extranjera:

«Mi pueblo natal no era exactamente un pueblo campesino con predominio de lo rural sobre lo urbano. Por la presencia allí, desde el año 2, de la United Fruit Company (seamos justos, mal que moleste) la calidad de vida de ese pueblo, que presumía de haber sido la capital indígena de Cuba, Baní, era deseada y envidiada por muchos otros pueblos del contorno.

«Una de las consecuencias o razones de esa calidad de vida era la abundancia de las escuelas públicas y privadas. Hasta los que por razón de pésima condición económica no asistíamos a la escuela a la edad conveniente conocíamos de la fama de los maestros y maestras, caracterizados casi todos ellos por el amor a los versos y por el hábito de decir poesías, en el aula o en la tribuna patriótica, en el café o en las reuniones familiares».

(…)

«Esta persona dominada por la fantasía -por la necesidad o por el gusto de fantasear- es la que sale un día de su pueblo y va a vivir a la capital. A la capital de un país con tradición larguísima de poesía. Y de poesía llena de fantasía, de imaginaciones, de poetas que por lo mismo que no han visto jamás la nieve, escriben cantos y cantos a la nieve, que es lo debido. Hablar de lo que no se ha visto es crear. Intentar describir lo visto es una utopía, porque lo real es inapresable por la palabra y aun por la mirada».

Allá por el primer quinquenio de los noventa de la pasada centuria, el Blado (mi buen amigo Pascual) iba con frecuencia a España y siempre a su retorno, organizábamos unas tertulias en su cuartico de La Habana Vieja, más conocido como La Gaveta. No sabría decir cuándo fue la primera vez que mi siempre recordado hermano y compañero de redacción en El Caimán Barbudo me habló con suma emoción acerca de sus encuentros con Gastón Baquero, en su casa ubicada en la madrileña calle de Antonio Acuña y que, según cuentan los visitantes de la morada, era algo así como una extensión de Cuba en España. A lo mejor fue en 1995, cuando a su regreso de Madrid el Blado (Pascual) se nos apareció en la Editora Abril con un ejemplar de un libro titulado Poesía cubana: La isla entera (1995), una hermosa antología poética que Bladimir Zamora realizó en colaboración con Felipe Lázaro para la Editorial Betania. Esta obra, que reúne a 54 poetas cubanos de dentro y fuera de Cuba, se publicó después del evento madrileño «La Isla entera», en el que participaron ambos compiladores.

El quehacer de Felipe Lázaro al frente de su editorial Betania merece ya un serio estudio, así como el reconocimiento entre nosotros de lo mucho y bueno que le ha aportado a la cultura cubana. Aunque poseedora de un extenso catálogo, a decir verdad un solo título de dicho sello editorial le basta y sobra como puerta de entrada a la perdurabilidad. Por supuesto que me refiero al ya aludidoConversación con Gastón Baquero. Gracias a la maravilla del ciberespacio, atesoro en mi computadora la edición electrónica de este libro, disponible para su descarga gratuita en la red. DE las páginas digitales que dan testimonio del diálogo sostenido por Felipe Lázaro con Baquero, extraigo la respuesta de este último ante una interrogante referida a lo que Roberto Fernández Retamar ha denominado «la generación de poetas trascendentalistas», que gira en torno a José Lezama Lima y la revista Orígenes:

«Ese tema de la «generación de Orígenes«, los trascendentalistas, etcétera, tiene que ser tratado, me parece, con mucho cuidado, para no dejarse arrastrar por el tópico, por el juicio que por inercia se hace lugar común y acaba por convertirse en tradición o en ley fija.

«En rigor, no hay tal generación de Orígenes. Usted no puede hallar nada más heterogéneo, más dispar, menos unificado, que el desfile de la obra de cada uno de los presuntos miembros de la generación. Siempre he tenido la impresión de que Lezama, que era una personalidad muy fuerte, que tenía un concepto exigentísimo para la selección y publicación de un material en «su» revista, aceptó a muchos de nosotros a regañadientes, porque no tenía a mano a nadie más. Creo que literalmente no nos estimaba en lo más mínimo. Lo que cada uno de nosotros hacía estaba tan lejos, a tantos kilómetros de distancia, de lo que él hacía, que la incompatibilidad era no sólo obvia, sino escandalosa.

«En lo personal mismo nos llevábamos bastante mal. Pero esto es propio del ambiente literario, o de los literatos de todos los tiempos. Mi veneración y mi respeto por la obra de Lezama y por su actitud ante la cultura, no me impidieron nunca reconocer que su carácter era muy fuerte, intransigente, con rigor excesivo para enjuiciar personas y obras. Casi siempre estábamos, como los niñitos en el colegio, «peleados». No nos reuníamos en grupo jamás, porque no existía tal grupo, sencillamente. Cuando por una simpleza, nos echó de Orígenes a Cintio, a Eliseo, a mí y a otros, puso una nota que me produjo una risa enorme, porque decía que a partir de ahí la revista iba a ser «más fragante». ¡Y metió a Rodríguez Feo! La palabra «fragante», que nos calificaba de apestados, tenía una gracia enorme, como producto de una rabieta infantil que era.

«Esto no quiere decir que desconozca o niegue el valor de la revista Orígenes. Una cosa es la revista y otra es lanzarse, por comodidad y por obediencia al lugar común, a hablar de «la generación de Orígenes«. La revista fue la expresión de unas tendencias literarias actuales (actuales en aquel momento, por supuesto), pero no fue sino una expresión más del amor sempiterno de los cubanos por la literatura y por la publicación de buenas revistas. Es explicable que los extraños hablen de Orígenes como si se tratara de algo único, insólito y excepcional en Cuba. Dejando a un lado la cuestión de la calidad, que es, en definitiva, cuestión de preferencias y de gustos, ¿cómo desconocer la importancia de revista como la de la Universidad de La Habana, como la Revista Cubana, como la Bimestre, como la del Lyceum, como la de la Biblioteca Nacional, como la de los arquitectos, etcétera? Desdeñar olímpicamente todo lo que hacen los demás, todo lo que no responda textualmente a nuestro criterio, es una agresión a la cultura, es un acto de barbarie. Siempre, en todo tiempo, la nueva generación de poetas hace heroicamente «sus revistitas», como decimos peyorativa e injustamente. Las hemerotecas cubanas deben estar llenas de publicaciones modestas, humildes en la presentación, pero llenas de fe en la poesía. Piénsese en una revista como Orto, de Manzanillo, la revista de Sariol, y se tendrá un ejemplo magnífico de lo que quiero decir. O en aquella santiaguera que tenía el estupendo título de Una aventura en mal tiempo. ¿Y Cuba contemporánea y tantas otras?»

Con una trayectoria artístico literaria en todo tiempo al servicio de la cultura cubana (en particular) e hispánica (en general), acerca de este banense de talla universal cabe expresar lo afirmado por Felipe Lázaro al decir:

«Convertido así, definitivamente en Maestro, por su visión global de todo hecho cultural, Baquero ha trascendido como literato y ya es hoy un faro que ilumina con sus versos y su prosa, que plasmaron el amor a todo lo cotidiano que importa al hombre. Transparente y ejemplar puente por donde debe transitar todo posible derrotero que nos recuerde su mayor anhelo: descubrir el sendero que lo lleve / a hundirse para siempre en las estrellas».

Nueva edición de Lenguaje de mudos.

Nueva edición de Lenguaje de mudos.

Gracias al trabajo sistemático de la Editorial Betania y de su fundador y director, el poeta güinero residente en Madrid Felipe Lázaro, recién ha visto la luz una nueva edición del poemario Lenguaje de mudos, libro del holguinero Delfín Prats y que en su momento fue censurado. Como asegura Ronel González Sánchez en el prólogo de esta edición: “Hay libros que nacen condenados a perdurar aunque todas las energías oscuras del cosmos conspiren en su contra.”

En la nueva entrega que nos hace la Editorial Betania, además del aludido prólogo del también holguinero Ronel González Sánchez, se reproduce el dibujo de Darío Mora que ilustró la primera y censurada edición de Lenguaje de mudos (La Habana: Ediciones Unión, 1969),. En cuanto a la portada, se trata de la obra denominada Cabeza de pequeño hombre verde, del pintor Miguel Ángel Salvó, artista holguinero residente  en Palma de Mallorca, España. Además, como parte de la gráfica del libro, se incluyen fotos de Delfín Prats tomadas por otro hijo de la ciudad de los parques, Kaloian Santos.

Para fortuna de los amantes de la buena poesía, Lenguaje de mudos se puede descargar GRATIS, junto a otros 26 ebook de temática cubana, en el blog EBETANIA: http://ebetania.wordpress.com

Como motivación a buscar el material, reproduzco el prólogo escrito por Ronel González Sánchez para esta nueva edición puesta en el mercado gracias a Betania y en especial al poeta Felipe Lázaro, un genuino defensor de lo mejor de la cultura cubana, dondequiera que esta sea realizada.

EPÍLOGO DE ESTENTÓREA MUDEZ

Ronel González Sánchez

Así diréis a José: Por favor, perdona el crimen de tus hermanos y su pecado. Cierto que te hicieron daño, pero ahora tú perdona el crimen de los siervos del Dios de tu padre.

Génesis 50:17, Biblia de Jerusalén

Hay libros que nacen condenados a perdurar aunque todas las energías oscuras del cosmos conspiren en su contra. Hay libros que avanzan en la marcha parsimoniosa de la luz, de pronto son revestidos con la piel de la herejía, penetran en los devaneos clandestinos de los sobresaltados por el rumor y el estigma, y luego emergen, reconciliados o no con el fluir, porque no hay música angelical que pueda ser silenciada sin que los estremecedores acordes no queden vibrando en el aire y concluyan perpetuándose para restablecer los truncados trayectos.

Lenguaje de mudos, Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1968, del poeta nacido en 1945 en Holguín, Delfín Prats Pupo, quien entonces firmaba Jorge Prats y tenía por seudónimo Hiram Prats, es uno de esos volúmenes que, a pesar de haberse desdibujado en el contexto insular de los años sesenta y setenta del siglo XX, de haber nacido con la paradójica vocación de los textos póstumos o transferidos a la implacable secuencia de la posterioridad, hoy gracias a la madrileña editorial Betania que dirige Felipe Lázaro, retorna impetuoso para incorporarse definitivamente al diapasón de la Poesía al que, paradójicamente, nunca dejó de pertenecer.

Convocar veladas apetencias o ímpetus del resentimiento, 43 años después de la censura de este libro, galardonado en el entonces muy importante concurso cubano, por un jurado presidido por Miguel Barnet e integrado por los intelectuales Ángel Augier y Belkis Cuza Malé, francamente es como hurgar en una medieval marmita de dolor, confusión, vértigo, temor, reproche y cuanto sustantivo macabro acuda para definir lo indefinible, y aventar una hoguera desvanecida con la intención de que nuevamente afloren los rostros del castigo y la culpa, los embozados nombres y los zahirientes mecanismos de una putrefacción no avistada o completamente visible aunque omitida, por eso desde esta mínima presentación echamos suertes y apostamos por las garantías y liberaciones del perdón, por el saneamiento interior y colectivo, en aras de que la obra pueda despojarse de los nocivos aditamentos extraliterarios que insisten en fijar su destino a la devastadora trayectoria del odio y que, a la larga, terminan ensombreciendo un poemario intenso, fehaciente desvío de las tendencias del coloquialismo nacional de las primeras décadas posteriores a 1959, planteamiento de una poética que desde el ahondamiento en códigos marginizados por la praxis conductual –y coyuntural- resucitaba los entramados líricos de la gran tradición hispánica, se adensaba y enrarecía en las tensiones crípticas que compulsa el ocultamiento, propiciador de ganancias significacionales frente al forzoso hermetismo, y liberaba la seducción del goce erótico, en medio de un pacato panorama de extremistas, confundidos, moralistas y también entusiastas e incipientes marxistas, por qué no, que no siempre estaban capacitados para centrarse, comprender, concretar o rebasar sus empeños.

La eliminación de los signos de puntuación, las reiteraciones, las abundantes construcciones anafóricas, las enumeraciones, los encabalgamientos, la recurrencia al epifonema, la intercalación de expresiones provenientes del lenguaje marginal, los silencios, las interrupciones, la frase breve, cortante, y el ritmo nervioso, en lo fundamental son las características del estilo del poeta en esta etapa, rasgos que transmiten al lector la marcada ansiedad del hablante, cuyo principal objetivo es reflejar el conflicto del individuo con su circunstancia, densa y revestida de significaciones, a pesar de que parece debatirse entre una gran necesidad expresiva y un subrayado miedo a las palabras.*

Los trece poemas que conforman Lenguaje de mudos, trece como el inquietante guarismo que para muchos representa la fatalidad, anunciaron un cuerpo expresivo que luego se abrió a las constelaciones, independientemente de que el maldito libro jamás fuera leído en su momento y que arrojara tanta hojarasca sobre el poeta como la que aún sobrevuela en los atardeceres de su Cuaba natal, hoy son textos completamente nuevos, irradiantes concreciones que se reactualizan con la publicación de Betania, testimonios del vocerío implacable de la cubana cotidianidad, revestidos de indulgencia frente a los seguramente avergonzados inquisidores, indultados por el ser humano excepcional que es Delfín Prats, quien gracias a Dios ya “no [tiene] que recurrir al mecanismo de los gestos” para cantarle a la humanidad y  a los ¿extraños? animales frecuentes y emancipados del Deseo, porque su obra, en supremo acto de amor y de justicia, comienza a visualizarse en nuestra lengua, sus enmudecidos personajes han recuperado el habla y moran, plenos, en el ámbito de la armonía universal.

* González Sánchez, Ronel: Temida polisemia; estudio de la obra literaria de Delfín Prats. (Inédito).

Bladimir Zamora Céspedes: “Hay que beber y ser revolucionario”

Bladimir Zamora Céspedes: “Hay que beber y ser revolucionario”

Por Joaquín Borges-Triana
Cinco de la tarde hace ya que el pico te arde y ahí estás viendo como se ve en el sueño rem el patio de la EGREM girándote en redor. Ahí va el primer acorde del primer trovador.
Guarde, entonces, de tu ira Dios al rústico y al charlador, patriota de prosapia yo sí sé cuánto hay debajo de tu look de perdedor. Ángel de la trova, caído de pie súbete atrás el pantalón que se te ve…

Yo solo no me acerqué porque he visto que ya está otra vez chivándote Joaquín pero en cuanto te calmes te diré no son las siete aún, déjame echar hoy tres…
La voz de  Yunier Pérez  tiene un matiz especial al interpretar su
tema “Ángel de la trova”, pieza dedicada a  Bladimir Pascual Zamora
Céspedes, más conocido como Blado. Es la tarde del 4 de mayo de 2016.
Al comenzar la peña que cada miércoles desde marzo de 2009 (llueve,
truene o relampaguee) se lleva a cabo en el patio—bar de la EGREM, y
tras el tema de presentación: “La canción de la trova”, interpretada a
dúo por Silvio y Adriano Rodríguez, Fide informa a los asistentes que
Blado, el fundador del espacio y muy querido por los asistentes, está
ingresado y según los partes médicos, no hay esperanza de
recuperación.
Sobre las seis y 30 de la tarde, un amigo llama a mi celular.
—Me oyes, Joaco…
—(…)
—Me acaban de llamar de Bayamo… Blado se murió.
Apenas termina de cantar el trovador de turno y, aún con el impacto de
lo que me han informado, me levanto y pido silencio. Pasan unos
segundos antes de que pueda articular palabras.
—Me llamaron para comunicarme que  Blado falleció. Se nos acaba de ir,
no sé si al cielo o al infierno, si al fin o al cabo existieran tales
sitios. Lo que sí tengo claro es que dondequiera que él esté, si está
en alguna parte, nos pediría que continuásemos la peña. Así pues, a
seguir cantando y a tomar ron o cerveza en su nombre.
Mientras se reanuda la descarga y cada nuevo trovador que sube al
escenario, evoca de uno u otro modo al Blado, yo rememoro las muchas
ocasiones en que en eventos o diferentes espacios públicos nos
poníamos a discutir, al punto de dar la impresión de que nos iríamos a
las manos. Lo que la gente no sabía era que, la mayoría de las veces,
todo era parte de un performance que armábamos previo acuerdo.
Entretanto, algunos salen a llamar por teléfono e informar de la
noticia. Es así que Paca, la vieja amiga de Bladimir y caimanera desde
los tempranos ochenta cuando fuese llevada a la publicación como Jefa
de redacción, con la tarea de atajar los supuestos graves problemas
ideológicos que allí había, se entera de lo sucedido y, como
periodista al fin, escribe una nota que sale de inmediato en
Cubadebate, en la que da la primicia del fallecimiento de nuestro
Blado.


8:30 pm. Estoy en casa, de regreso de la peña de la EGREM. Mi teléfono
suena y al descolgar, escucho la voz de la Paca.
—Joaco… Blado no está muerto, fue falsa la noticia.
—¡Qué bueno!
—Pero imagínate… Ya yo di la información en Cubadebate. Ahora no sé qué hacer.
—Pues nada… Lo importante es que el hombre está vivo. Digo yo.


La segunda mitad de los 80 fue un momento propicio para el
florecimiento de maneras renovadoras de expresión artística en Cuba.
Así, después de casi veinte años, el importante pintor  Umberto Peña
regresa a un salón del Museo Nacional de Bellas Artes con una gran
retrospectiva de su obra.
La literatura ofrece muestras ya estudiadas de las transgresiones
temáticas y formales que tienen lugar en ese contexto.  En 1988, el
Premio de Narrativa del tabloide El Caimán Barbudo se le concede a
Sergio Cevedo Sosa, por su libro Rapsodia bohemia, una cuentística
sobre los llamados freakies en la isla caribeña. En el propio
certamen, pero en el género de poesía, resulta premiado un cuaderno de
Norge Espinosa titulado Las pequeñas tribulaciones, que contiene el
hoy célebre poema “Vestido de novia”, texto que —conjuntamente con el
cuento “¿Por qué llora Leslie Caron?” de Roberto Urías— recupera una
tradición homoerótica en el país.
La cuarta pared de una obra teatral homónima, original de Víctor
Varela, derrumba otras paredes. Los jóvenes artistas de la plástica,
que irrumpen por las calles del Vedado con proposiciones estéticas
revitalizadoras del arte insular, en un memorable performance nos
instaron a “Meditar” al pie del monumento a José Martí, en la Plaza de
la Revolución.
Estas pudieran ser pequeñas circunstancias de un concierto mayor,
donde también interviene la propuesta musical, surgida como parte de
toda aquella tremenda energía creativa. La mixtura y la riqueza
artística literaria que flotaba en el aire de esos años, era algo
incontenible y tremendamente contextual. En tal sentido, varios
analistas han señalado que la sociedad de creadores gestada por
entonces, al paso de los años quizás nos resulte como un animal
salvaje, primitivo, vigoroso y recién nacido, que se sacudía y
convulsionaba por erguirse con ademanes pueriles pero cabríos,
ingenuos y a la vez brillantes.
Fue por esa etapa que conocí en persona a Bladimir Zamora. No sabría
decir exactamente cuándo. Entre muchos recuerdos sueltos, lo evoco en
un programa televisivo que él conducía en los tempranos 80, época en
la que también preparó la compilación titulada Cuentos de la remota
novedad. Creo que lo primero suyo que leí, fueron sus poemas incluidos
en Usted es la culpable, libro armado con los decires de un grupo de
poetas y que fue texto de gran impacto entre quienes por la fecha
éramos veinteañeros.
Tal vez nuestro primer diálogo haya sido a propósito del espectáculo
denominado Ejercicios del corazón, del que Blado era algo así como la
columna vertebral; y donde también participaban los trovadores Frank
Delgado y Alejandro Zayas Bazán, así como la poeta Jacqueline Fong,
por aquellos lejanos días estudiante de la carrera de Derecho en la
Universidad de La Habana.
O quizá no fue de ese modo, sino que el primer estrechón de mano nos
lo dimos en alguna de las peñas que él conducía en la antigua
redacción de El Caimán Barbudo en la calle Paseo, como aquella
dedicada al rock y que tuviese una nutrida concurrencia; o la que se
organizó para estrenar el documental de  Víctor Casaus  y María
Santucho denominado Una huella en el asfalto, sobre el quehacer de
Carlos Varela  y la banda que le acompañaba.
A lo mejor el inicio de nuestra infinita conversación en relación con
lo humano y lo divino y, en la que por encima de todo aprendí y
aprehendí la esencia de lo que es ser cubano, tuvo lugar en el quinto
piso del edificio ubicado en calle N #266 (Vedado), en los estudios o
pasillos de la emisora Radio Ciudad de La Habana, a propósito de una
invitación del Blado cuando la publicación de mi artículo “La
Generación de los Topos”, en  Juventud Rebelde, para dialogar del tema
en alguna de las emisiones de “Pisando el césped”, programa que salía
al aire el domingo por la noche y donde él fungía como director y
conductor; o en el espacio “Entre 8 y 10”, en el que compartía la
dirección con Alejandro Zayas Bazán. Empiezo a calcular fechas, pero
me doy cuenta que resulta imposible precisar…
Los años en los que conocí al Blado fueron los más locos y felices de
mi vida. En ese período, yo me desempeñaba como instrumentista en
grupos musicales que actuaban en cabarets habaneros de segunda,
tercera e inferior categoría. Fue gracias a dicha experiencia que
descubrí lo bueno y lo malo de la vida nocturna; sobre todo de la mano
de bailarinas que no tenían el menor prejuicio para compartir con un
ciego la alegría del cuerpo, algunas de las cuales (estén en Cuba o
allende los mares), muchos años después, continúan siendo amigas mías.
Por suerte o por desgracia, hoy no sé muy bien, puse stop a esa
riquísima y divertida etapa y decidí que, aunque me costase trabajo,
llegaría yo a ser periodista. Uno de los modelos que seguí, fue justo
el de Blado…
Lo que sí tengo claro es que la primera lección de eticidad que recibí
de su parte, ocurrió en el último trimestre de 1990, tras el cierre
por falta de papel de El Caimán Barbudo y de  Alma Máter, donde
trabajábamos respectivamente, en las reuniones que se dieron con los
periodistas de la Casa Editora Abril para reubicarnos. Al saber que se
mantendrían vivas ciertas revistas, Blado defendió de manera enfática
su derecho a que, mientras hubiese en dicha institución  un centímetro
de papel para escribir, tenía que estar él entre los que lo hicieran.
De tal suerte, Bladimir y yo fuimos a parar al engendro que se creó,
denominado Somos. Al cabo de un año, cuando fuimos a ser evaluados por
nuestro desempeño, la directora de la publicación (y de cuyo nombre no
vale la pena acordarse), expuso que Blado, así como otros redactores y
yo, “teníamos buen dominio de las formas pero problemas en el
contenido”. Ese eufemístico modo de decir significaba que
“confrontábamos problemas ideológicos”, lo cual en esa época equivalía
a que fuésemos expulsados del gremio periodístico. Un infame episodio
que fue zanjado gracias a la intervención de Caridad Diego, por las
fechas directora de la Editora Abril.


En la religión yoruba, los ibeyis son santos menores, hijos gemelos de
Changó con Oshún, pero criados por Yemayá. Las hermanas Lisa-Kaindé y
Naomí Díaz, dos franco-cubanas hijas del gran percusionista pinareño
Miguel Aurelio Díaz Zayas, “Angá” (fallecido en 2006), en el instante
en que iniciaron la carrera musical, optaron por llamarse con el
apelativo de  Ibeyi. Al decir de Roberto Zurbano:
“Para quienes no creen en los muertos, cuando escuchen a esas niñas
sepan que están moyubbando a su padre de quienes escucharon muchos de
los temas con que hoy fascinan multitudes en París, Toronto o durante
las pasarelas de Chanel en El Prado habanero. En cada concierto o
video de Ibeyi asistimos a un ritual extraordinariamente poderoso.
Sostienen el fuego de la creación con las armas del rigor, la
femineidad y una globalización que no oculta la raíz de religiones y
saberes populares.”
La noche del 5 de mayo del 2016, durante la primera jornada del
festival Musicabana en el Salón Rosado de la Tropical, mientras
asistía al concierto debut de las Ibeyi en Cuba, más de una vez sonó
mi celular. Todas eran llamadas a propósito de la gravedad del Blado.
Fue Darío Alejandro, una de “las últimas adquisiciones” de El Caimán,
quien en un momento se me acercó y me dijo al oído:
—Grillo acaba de llamar. Blado murió.
Casi al unísono, al celular me entraba un SMS de la Paca, quien sabía
que yo estaba en la Tropical:
—Por favor, date un trago en mi nombre como despedida de nuestro
hermano Bladimir.
Las repercusiones por el ahora sí confirmado fallecimiento del Blado,
comenzaron a sucederse una tras otra. En el variopinto conglomerado de
las publicaciones cubanas de “dentro y fuera” y de uno u otro espectro
que proliferan en el ciberespacio, aparecieron disímiles trabajos a
propósito de la vida y obra de Bladimir Zamora Céspedes. Y no podía
ser de otro modo, si se piensa en la intensa y fructífera actividad
desplegada por este hombre, más allá de su “look de perdedor”. Unos
pocos ejemplos así lo demuestran:
Junto al musicólogo Danilo Orozco, a inicios de los 90 asesoró al
español Santiago Auserón en el proyecto Semilla de Son, un
recopilatorio discográfico de grandes figuras de la música cubana. Fue
uno de los organizadores de los encuentros entre el son y el flamenco,
celebrados en Sevilla, y que sirvieron de plataforma para el
relanzamiento a escala internacional de  Compay Segundo, antes del
boom del Buenavista Social Club.
En unión con su amigo Felipe Lázaro, poeta y editor oriundo de Güines
y radicado en Madrid, preparó en 1995 la antología  Poesía cubana: La
isla entera, publicada por Editorial Betania y que reúne a 54 poetas
cubanos residentes en la Isla y la diáspora: algo que hoy puede
parecer lo más normal del mundo, pero que por aquella fecha aún no era
bien asimilado por los clásicos extremistas de uno y otro signo.


No preciso dónde fue que leí, ni de quién es la frase, acerca de que
la muerte no es solo la muerte y hay coletillas que pueden reducirla o
aumentarla… El caso del Blado no fue la excepción. Cuando escucho a
ciertos personajes decir con tono “compungido” que han sentido mucho
el fallecimiento de Bladimir, de inmediato vienen a mi mente
fragmentos de una canción de Carlos Varela en la que se afirma: “El
lobo y el corderito andan juntos a mi lado, pero como se disfrazan
nunca sé con quién he hablado”. Y es que tales individuos poco o nada
hicieron en los últimos tiempos por el Blado, cuando él supo de verdad
quiénes eran o no sus amigos.
—En estos días, la gente que me rodea me pregunta por qué tiro el
primer trago al suelo, y contesto “ea” en andaluz, o contesto muy
bajito: “pa los santos”, sin dar más explicaciones. También vuelvo a
mis lecturas de juventud, con Bukowsky y a repasar poemas del
compañero  Bladimir. Recordando conversaciones y complicidades, no
recuerdo ninguna sobre la trova, nunca apareció la conversación y
nunca me dio por preguntar entre botella y botella de ron. Él me
enseñó a conseguir tragos baratitos en La Habana Vieja cuando salí de
la casa de Lupe y algunos truquillos canallas pá poder buscarme la
vida, que algún día, con un trago de por medio, le contaré a usted… La
complicidad con Bladimir no sé cuándo empezó, pero su paternalismo
discreto me daba seguridad. Discutir sobre libertad sexual o consumo
de drogas era un placer en las noches que nos fuimos de curda solos
por La Habana. Un discurso libertario es muy difícil de defender
cuando mandan los que solo saben obedecer a su amo y joder al prójimo
para recibir un premio… Pero en el individuo solo puede mandar el
individuo, para tener una mínima posibilidad de alcanzar la felicidad.
Todo lo demás es engañarnos, y obedecer por miedo.
Las anteriores son palabras de Emilio García, un hermano andaluz que
tengo, y que en una de sus estancias en la Habana, le presenté al
Blado y él lo acogió con ese cariño paternal del que hacía gala con no
pocas personas. De ello podrían dar testimonio en el ámbito de la
trova figuras como Frank Delgado, Carlos Varela, Polito Ibáñez, David
Torrens, Kelvis Ochoa y más recientemente su compadre Ray Fernández; o
en el universo literario, poetas como Sigfredo Ariel y Camilo Venegas.


Nacido el 13 de abril de 1952 en una finca bañada por el río Cauto, al
lado del pueblito rural llamado Cauto del Paso, en 1976 Bladimir
Zamora Céspedes se gradúa en la Licenciatura en Estudios Cubanos en la
Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Regresa a Bayamo y
despliega tan intensa actividad artístico literaria en la apacible
vida de su tierra natal, que origina incomodidad entre los
funcionarios de cultura de turno, acostumbrados solo a cumplir las
tareas orientadas por las instancias superiores. Semejante hostilidad
motiva al Blado a retornar a La Habana en 1979.
Poco después adquiere un pequeño y antiguo cuarto en la segunda planta
de un edificio solariego de La Habana Vieja. Ahí, ni en su mejor
momento, hubo un mínimo de condiciones para residir: además del
espacio limitado, no había agua y por tanto era necesario cargarla; la
edificación tampoco disponía de un baño donde hacer las necesidades
fisiológicas y para ello el Blado tenía que emplear un cubo, con todo
lo incómodo y antihigiénico que resulta; por no hablar de la vergüenza
que pasaba ante las personalidades cubanas y extranjeras (es sabido
que por “La Gaveta”, como se nombraba a aquella habitación, desfiló
hasta el cineasta español Pedro Almodóvar) que le visitaban por
asuntos de trabajo o amistad, y que en algún instante sentían el
humano deseo de utilizar ese elemental servicio sanitario del que
Pascual (como me gustaba decirle para fastidiarlo) carecía.
En incontables ocasiones visité aquel cuartucho desvencijado donde,
sin embargo, se atesoraba una copiosa cantidad de libros y discos
(llegaron a haber más de 2000 títulos), con algunos ejemplares incluso
hasta del siglo XIX y valorados por los conocedores de la materia como
patrimonio cultural de la nación. Pero lo que más me sorprendía al
llegar a aquella mísera habitación, era que allí uno podía toparse de
entrada o salida con gente tan distante en su manera de pensar y que
iban desde un Fernando Rojas hasta un Antonio José Ponte. Siempre
admiré tal proyección ecuménica e integradora de Bladimir, la cual
nunca entró en contradicción con el hecho de que sirvió a la
Revolución en cuanto le fue posible y sin esperar nada a cambio (jamás
solicitó ningún tipo de prebenda en su favor), sino sólo por cumplir
con su conciencia y por el auténtico placer de aportar un granito de
arena al proyecto sociopolítico que se ha intentado edificar en este
país, al margen de que él se negara de plano a pertenecer a
instituciones como la UPEC, por considerarlo una pérdida de tiempo.


La mejor persona y de sentimientos más nobles que ha andado entre los
caimaneros en los últimos años es Yamilee Castellanos. Quizás por eso,
o porque ella y Blado profesaban idénticas creencias religiosas y
según las cuales eran hijos de la misma deidad (Oshún), cuando a
comienzos de 2012 la salud de él daba señales de franco deterioro,
Yamilee cargó con Bladimir y logró convencerlo para ingresarlo en el
Hospital Naval. Allí se comprobó algo que dejó boquiabierto a los
allegados al Blado: por las pruebas a las que fue sometido, se
verificó que él no era alcohólico. Se comprobaba así algo que solía
afirmar: “Yo bebo porque quiero, si lo deseo puedo dejar de hacerlo”.
Y así fue. Al salir del Naval iba con la orientación médica de no
darse un trago más, pues de hacer lo contrario su maltrecho hígado no
resistiría la batalla. Durante seis meses parecía que Blado cumpliría
con lo dictaminado por los especialistas. A veces llegaba a comprar la
botella él mismo para que los demás bebiesen, pero no consumía ni una
gota.
Cierto día entre agosto o septiembre de 2012, estábamos en la Peña del
Caimán en la EGREM. Se había acabado ya la botella de ron Mulata
asignada por concepto de producción, cuando Blado me tocó por el
hombro y bajito, muy bajito, me dijo:
—Vivir sin beber es demasiado aburrido.
Yo, que había estado esperando aquello de un momento a otro, solo le repliqué:
—¡Sabes que te vas a morir!
—Sí, pero… Arriba, compay, despéinese y ponga aquí una botella de
añejo blanco, que vamos a beber.
Lo que vino después es de sobra conocido por las amistades de
Bladimir. Aproximadamente durante año y medio empinó el codo con
ganas, hasta que en el primer trimestre de 2014 su hígado no aguantó
más. Tras un ingreso urgente y el diagnóstico confirmado de Cirrosis
Hepática, con la expresa prohibición de ingerir alcohol, a fines de
marzo de ese año Blado opta por regresar a Bayamo junto a su madre
Sonia, su hermano Juan Ramón y otros familiares, sin que esto
representase el abandono del espacio ganado por él en las páginas de
su Caimán Barbudo, en las que se mantuvo escribiendo hasta el final de
sus días.
En la provincia de Granma, a diferencia de lo vivido por él en La
Habana, recibió la cooperación de las instituciones culturales del
territorio, en especial de la Asociación Hermanos Saíz, de la que él
fuese vicepresidente a nivel nacional y declarado miembro de honor.
Aunque nunca le concedieran la condición de “maestro de juventudes”,
algo que en su fuero interno siempre anheló. NO VOLVIÓ A BEBER, pero
ya era tarde.
En una de las memorables tertulias que mantuvimos en la Gaveta del
Blado y en la que estaban, entre otros, el “Mariscal” Manuel Henríquez
Lagarde y la poetisa y editora Aymara Aymerich, recuerdo que acordamos
dedicar como mínimo dos páginas de la revista al primero de los
caimaneros que muriese.
Hoy, Bladimir Pascual Zamora Céspedes, galardonado con la Distinción
por la Cultura Cubana y cuya consigna era “hay que beber y ser
revolucionario”, ya no está entre nosotros y yo, por mi parte, tengo
la conciencia tranquila pues en vida cumplí con este hermano mío y
ahora, después de muerto, honro el acuerdo establecido hace años en
medio de una jornada de intenso octanaje etílico.

Gastón Baquero: El sinsonte sigue cantando a todo pecho

Gastón Baquero: El sinsonte sigue cantando a todo pecho

Siempre he dicho que para mi formación Professional y para mis gustos estéticos, mucho le debo a la huella que en mí dejaron mis padres. Entre las tantas cosas que le agradezco a mi ya desaparecido viejo, una de las que más significado tuvo es el amor por la radio. MI padre fue alguien totalmente apasionado por la práctica del diexismo y de él adquirí la costumbre de escuchar la onda corta. Aunque hoy ya no lo hago, entre otras razones por carecer de un equipo elemental para ello (los radios que hay en casa solo disponen de AM y FM) en buena parte del decenio de los setenta y ochenta de la anterior centuria, pasé muchas horas nocturnas moviendo el dial por disímiles frecuencias de la onda corta.

Una de mis emisoras favoritas de por entonces era Radio Exterior de España. Fue a través de dicha frecuencia radial que escuché por primera vez la voz de Gastón Baquero, quien laboraba en esa redacción radiofónica y de cuando en vez dejaba circular su peculiar acento caribeño a través del éter, en comentarios que discursaban sobre lo humano y lo divino con amenidad y socarronería, si mis ya lejanos recuerdos no me engañan.

En una jornada de aquellas transmisiones, en la que compartía la audición de los decires de Gastón con mi padre, fue que el viejo me proporcionó los primeros datos que supe acerca de quién era Baquero y qué representaba en el devenir de la cultura cubana. Por razones que he olvidado, ambos se conocían de los tiempos en que el mítico poeta ejercía el periodismo en las páginas de El Diario de la Marina, órgano acerca del cual yo estaba haciendo un trabajo investigativo para una asignatura de mi carrera universitaria. Por supuesto que papi aprovechó la ocasión y me recomendó que si yo pretendía conocer periodismo del bueno de verdad (más allá del maniqueísmo de considerar que identificarse con la obra de un creador es sinónimo de asumir su proyección política), no dejase de leer los trabajos firmados por Gastón Baquero en la prensa cubana anterior a 1959, fecha en la que el autor se marchó de Cuba para nunca volver.

La celebración en el 2014 del centenario del natalicio del poeta, ensayista y periodista Gastón Baquero (Banes, mayo de 1914-Madrid, mayo de 1997) propició la publicación de varios textos que rinden homenaje a esta figura fundamental de la literatura cubana y acerca del cual, el poeta y ensayista Jorge Luis Arcos ha escrito:

«Comentábamos una tarde, César López, Enrique Saínz, Efraín Rodríguez y yo, cómo Baquero padeció las cuatro o cinco parcas: era pobre, mulato, homosexual, provinciano y, como por añadidura, poeta, y después padeció una sexta: la del exiliado. Pero el poeta, en cierto sentido, ¿no es todas esas cosas, siempre, y muchas más? Entonces el poeta da testimonio de su insondable temporalidad, y es siempre el huérfano, el hijo errante (¿de la mar?) –el eterno niño de su poesía–, el peregrino, el huésped, el forastero, el exiliado, el pobre, el mendigo, el viajero incesante –y el viajero es el que hace el tránsito, el que transita–, el inocente, el que escribe en la arena el testimonio fugitivo e imperecedero de la poesía, como si la belleza solo pudiera existir a costa de desaparecer; más: como si la belleza de las formas en la luz fuera el testimonio rapidísimo de otra Belleza eterna, invisible. Por eso el poeta es como el guardián de ese misterio profundo –tal en su poema «El río», por ejemplo–; pero es también el que padece como un desamparo, una orfandad cósmica («la orfandad del planeta / en la siniestra llanura del universo») –el conocimiento tiene ese precio, también–, y de ahí su profundo pathos vallejiano, chaplinesco incluso –tal en su conmovedor «Con Vallejo en París -mientras llueve» (suerte de alter-ego suyo)–; en su desolado, «El viajero» («Silbar en la oscuridad para vencer el miedo es lo que nos queda»); en ese poema tan inquietante, tan extraño, tan turbador, «El viento en Trieste decía»; o en las desesperadas preguntas de Paolo al hechicero, del poeta a su ¿indiferente? Creador. Ese como nihilismo profundo, que no llega a albergar esperanzas ni siquiera –y repárese en que Baquero fue un hondo creyente– después de la muerte, como se aprecia en su poema «El huésped», fue el reverso de su zona luminosa, prístina, matinal, lúdicra incluso. Baquero tuvo, pues, los dos tonos absolutos, los dos eternos registros: el de la Muerte y el de la Vida, y una zona como intermedia, transitoria, existencial, el del viajero incesante entre esos dos reinos intercambiables, que puede entonces, siempre, despedirse así de nosotros: Volveremos de nuevo a decirnos adiós».

Entre los textos que aparecieron para celebrar el centenario de Gastón Baquero, la Fundación Banco Santander puso en circulación en España el volumen Fabulaciones en prosa, un conjunto de artículos, ensayos y cartas inéditas de este escritor y que abordan sus preocupaciones por el devenir de la humanidad. En el puñado de escritos sobre historia, filosofía, música, religión y literatura, seleccionados por el investigador Alberto Díaz-Díaz, conviven personajes tan dispares como Cristóbal Colón, Víctor Hugo, George Bernard Shaw o Simón Bolívar, reflejados desde el particular punto de vista que sobre ellos tenía el autor banense.

A propósito de su quehacer periodístico, Baquero le confesó lo siguiente al poeta y editor Felipe Lázaro:

Quiero tratar ese asunto con guantes de seda, porque en general se me ocurren cosas bastante desagradables cuando pienso en lo que es el periodismo. Balzac dijo una verdad tremenda: «Si el periodismo no existiese, habría que no inventarlo». Lo contrario de lo que se ha dicho de Dios. Porque el periodismo –no los periodistas– es una cosa que no está en la inteligencia. Como se le entiende habitualmente, como se le practica, es algo deplorable y dañino para el espíritu, porque es una escuela cotidiana y pertinaz de vulgaridad (de vulgaridad impuesta por la demanda del mercado). ¿A qué seguir? Uno está en el periodismo y no debe, ni puede, subestimarlo, porque tampoco es una prisión ni un infierno. Sólo que es una profesión que apenas si tiene que ver con la literatura, no obstante que se hace con letras, y apenas tiene que ver con la filosofía no obstante que maneja ideas. El periodismo cotidiano gasta y vuelve roma la sensibilidad de un artista, de un pensador, de un poeta. Comprendo el horror con que vieron algunos amigos de la juventud mi entrada en firme en un periódico. Por cierto buen concepto que tenían formado sobre mis posibilidades en lo literario, se enojaron bastante, y me tuvieron por frívolo y por sediento de riqueza, cuando no sólo entré en el periodismo, sino que a poco fui en la profesión esa cosa nauseabunda que se llama un triunfador».

Otro de los libros que salió al mercado para rendir tributo al centenario de este gran humanista, que en la década de los noventa abogó por la publicación conjunta de textos de escritores de la Isla y la diáspora y por la idea de que la cultura cubana era una sola más allá de la política, es Poderosos pianos amarillos. Poemas cubanos a Gastón Baquero, perteneciente a la colección Capella de Ediciones La Luz, casa editorial holguinera de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y que surgiese allá por 1997. Con trabajo de compilación y edición a cargo de Luis Yuseff y prólogo de Virgilio López Lemus, se recogen aquí textos de alrededor de 140 autores, residentes tanto dentro como fuera de nuestro país.

En su totalidad, el material corrobora que, como pensaba Jorge Luis Borges, Cada generación de escritores crea a sus precursores y el primer acto de creación, como se sabe, no es la escritura sino la lectura, por lo cual no resulta casualidad que el lema de las Romerías de Mayo en Holguín –embrión de donde nacen las Ediciones La Luz– sea justamente la frase »porque no hay hoy sin ayer». El enorme significado cultural de un proyecto como el de este libro, en el que intervienen poetas que van desde Eugenio Florit, Fina García Marruz, Luis Marré, Domingo Alfonso, José Koser y Lina de Feria, hasta Maya Islas, Felipe Lázaro, Bladimir Zamora, Daniel Díaz Mantilla, Norge Espinosa,José Félix León, Alejandro Querejeta, Juan Carlos Recio, Orlando Rossardi, Pío E. Serrano, Jesús Barquet, Gleyvis Coro, Milena Rodríguez, Juan Carlos Valls, Camilo Venegas, Carmen Serrano, Ricardo Riverón, Juana García Abás, Lourdes González, Manuel García Verdecia, Alfredo Zaldívar, Alberto Acosta-Pérez, Roberto Méndez, León Estrada, Reinaldo García Blanco, Arístides Vega Chapú, Rigoberto Rodríguez Entenza, Francis Sánchez, Zurelys López, Carlos Esquivel, Luis M. Pérez Boitel, Ronel González, José Luis Serrano, José Luis Fariñas, Luis Yuseff, Frank Castell, Irela Casañas, Yanier H. Palao, Yunier Riquenes, Moisés Mayan, Jamila Medina y Legna Rodríguez…, se sintetiza en lo asegurado por Erian Peña Pupo al comentar la aparición de la compilación:

«Este es un libro cofre: texto misterioso y sobrecogedor, más que una antología o una selección de poemas inspirados en la lírica de Baquero, Poderosos pianos amarillos… es un puente, una necesidad imperiosa del quehacer editorial cubano, una comunión para rendir tributo a un poeta vital».

Poderosos pianos amarillos… se ajusta a lo afirmado por el homenajeado, cuando a un cuestionamiento acerca de qué le parecía la nueva generación de jóvenes poetas cubanos, que muestran un seguimiento de su obra y que se acercan a él con amistad y respeto, respondió:

«Lo que me encanta, me hace muy feliz para ahora y para después de la muerte, es comprobar cada día la pasión de los y las jóvenes de los territorios en que se desenvuelve hoy la gente cubana, por la poesía. ¡Qué maravilla, cuánta poesía buena se está haciendo dondequiera que late un corazón cubano! El sinsonte sigue cantando a todo pecho. (…) Y soy feliz. Las muestras de cariño que me llegan de la plural geografía cubana, las recibo como una señal de continuidad, de sucesividad invariable de lo cubano en poesía».

Gracias a Bladimir Pascual Zamora Céspedes (O el Blado, como solían decirle, aunque yo prefería llamarlo Pascual) supe por primera vez del trabajo de la editorial Betania, obra del güinero Felipe Lázaro, quien para iniciar dicho proyecto en 1987 decidió comenzar con ese importantísimo libro que esConversación con Gastón Baquero, un título de obligatoria lectura y que ya cuenta con tres ediciones. De la última de ella, que además de aparecer en letra impresa está en formato digital, reproduzco la respuesta que el autor de Memorial de un testigo (poemario considerado por la crítica como esencial en la lírica baqueriana) da a la pregunta de cómo influyó en su formación y vida literaria el haber nacido en un pueblo como Banes, más en contacto con la naturaleza, el campo, los cultivos y su posterior descubrimiento de La Habana, más cercana de lo foráneo, de la influencia extranjera:

«Mi pueblo natal no era exactamente un pueblo campesino con predominio de lo rural sobre lo urbano. Por la presencia allí, desde el año 2, de la United Fruit Company (seamos justos, mal que moleste) la calidad de vida de ese pueblo, que presumía de haber sido la capital indígena de Cuba, Baní, era deseada y envidiada por muchos otros pueblos del contorno.

«Una de las consecuencias o razones de esa calidad de vida era la abundancia de las escuelas públicas y privadas. Hasta los que por razón de pésima condición económica no asistíamos a la escuela a la edad conveniente conocíamos de la fama de los maestros y maestras, caracterizados casi todos ellos por el amor a los versos y por el hábito de decir poesías, en el aula o en la tribuna patriótica, en el café o en las reuniones familiares».

(…)

«Esta persona dominada por la fantasía -por la necesidad o por el gusto de fantasear- es la que sale un día de su pueblo y va a vivir a la capital. A la capital de un país con tradición larguísima de poesía. Y de poesía llena de fantasía, de imaginaciones, de poetas que por lo mismo que no han visto jamás la nieve, escriben cantos y cantos a la nieve, que es lo debido. Hablar de lo que no se ha visto es crear. Intentar describir lo visto es una utopía, porque lo real es inapresable por la palabra y aun por la mirada».

Allá por el primer quinquenio de los noventa de la pasada centuria, el Blado (mi buen amigo Pascual) iba con frecuencia a España y siempre a su retorno, organizábamos unas tertulias en su cuartico de La Habana Vieja, más conocido como La Gaveta. No sabría decir cuándo fue la primera vez que mi siempre recordado hermano y compañero de redacción en El Caimán Barbudo me habló con suma emoción acerca de sus encuentros con Gastón Baquero, en su casa ubicada en la madrileña calle de Antonio Acuña y que, según cuentan los visitantes de la morada, era algo así como una extensión de Cuba en España. A lo mejor fue en 1995, cuando a su regreso de Madrid el Blado (Pascual) se nos apareció en la Editora Abril con un ejemplar de un libro titulado Poesía cubana: La isla entera (1995), una hermosa antología poética que Bladimir Zamora realizó en colaboración con Felipe Lázaro para la Editorial Betania. Esta obra, que reúne a 54 poetas cubanos de dentro y fuera de Cuba, se publicó después del evento madrileño «La Isla entera», en el que participaron ambos compiladores.

El quehacer de Felipe Lázaro al frente de su editorial Betania merece ya un serio estudio, así como el reconocimiento entre nosotros de lo mucho y bueno que le ha aportado a la cultura cubana. Aunque poseedora de un extenso catálogo, a decir verdad un solo título de dicho sello editorial le basta y sobra como puerta de entrada a la perdurabilidad. Por supuesto que me refiero al ya aludido Conversación con Gastón Baquero. Gracias a la maravilla del ciberespacio, atesoro en mi computadora la edición electrónica de este libro, disponible para su descarga gratuita en la red. DE las páginas digitales que dan testimonio del diálogo sostenido por Felipe Lázaro con Baquero, extraigo la respuesta de este último ante una interrogante referida a lo que Roberto Fernández Retamar ha denominado «la generación de poetas trascendentalistas», que gira en torno a José Lezama Lima y la revista Orígenes:

«Ese tema de la «generación de Orígenes«, los trascendentalistas, etcétera, tiene que ser tratado, me parece, con mucho cuidado, para no dejarse arrastrar por el tópico, por el juicio que por inercia se hace lugar común y acaba por convertirse en tradición o en ley fija.

«En rigor, no hay tal generación de Orígenes. Usted no puede hallar nada más heterogéneo, más dispar, menos unificado, que el desfile de la obra de cada uno de los presuntos miembros de la generación. Siempre he tenido la impresión de que Lezama, que era una personalidad muy fuerte, que tenía un concepto exigentísimo para la selección y publicación de un material en «su» revista, aceptó a muchos de nosotros a regañadientes, porque no tenía a mano a nadie más. Creo que literalmente no nos estimaba en lo más mínimo. Lo que cada uno de nosotros hacía estaba tan lejos, a tantos kilómetros de distancia, de lo que él hacía, que la incompatibilidad era no sólo obvia, sino escandalosa.

«En lo personal mismo nos llevábamos bastante mal. Pero esto es propio del ambiente literario, o de los literatos de todos los tiempos. Mi veneración y mi respeto por la obra de Lezama y por su actitud ante la cultura, no me impidieron nunca reconocer que su carácter era muy fuerte, intransigente, con rigor excesivo para enjuiciar personas y obras. Casi siempre estábamos, como los niñitos en el colegio, «peleados». No nos reuníamos en grupo jamás, porque no existía tal grupo, sencillamente. Cuando por una simpleza, nos echó de Orígenes a Cintio, a Eliseo, a mí y a otros, puso una nota que me produjo una risa enorme, porque decía que a partir de ahí la revista iba a ser «más fragante». ¡Y metió a Rodríguez Feo! La palabra «fragante», que nos calificaba de apestados, tenía una gracia enorme, como producto de una rabieta infantil que era.

«Esto no quiere decir que desconozca o niegue el valor de la revista Orígenes. Una cosa es la revista y otra es lanzarse, por comodidad y por obediencia al lugar común, a hablar de «la generación de Orígenes«. La revista fue la expresión de unas tendencias literarias actuales (actuales en aquel momento, por supuesto), pero no fue sino una expresión más del amor sempiterno de los cubanos por la literatura y por la publicación de buenas revistas. Es explicable que los extraños hablen deOrígenes como si se tratara de algo único, insólito y excepcional en Cuba. Dejando a un lado la cuestión de la calidad, que es, en definitiva, cuestión de preferencias y de gustos, ¿cómo desconocer la importancia de revista como la de la Universidad de La Habana, como la Revista Cubana, como la Bimestre, como la del Lyceum, como la de la Biblioteca Nacional, como la de los arquitectos, etcétera? Desdeñar olímpicamente todo lo que hacen los demás, todo lo que no responda textualmente a nuestro criterio, es una agresión a la cultura, es un acto de barbarie. Siempre, en todo tiempo, la nueva generación de poetas hace heroicamente «sus revistitas», como decimos peyorativa e injustamente. Las hemerotecas cubanas deben estar llenas de publicaciones modestas, humildes en la presentación, pero llenas de fe en la poesía. Piénsese en una revista como Orto, de Manzanillo, la revista de Sariol, y se tendrá un ejemplo magnífico de lo que quiero decir. O en aquella santiaguera que tenía el estupendo título de Una aventura en mal tiempo. ¿Y Cuba contemporánea y tantas otras?»

Con una trayectoria artístico literaria en todo tiempo al servicio de la cultura cubana (en particular) e hispánica (en general), acerca de este banense de talla universal cabe expresar lo afirmado por Felipe Lázaro al decir:

«Convertido así, definitivamente en Maestro, por su visión global de todo hecho cultural, Baquero ha trascendido como literato y ya es hoy un faro que ilumina con sus versos y su prosa, que plasmaron el amor a todo lo cotidiano que importa al hombre. Transparente y ejemplar puente por donde debe transitar todo posible derrotero que nos recuerde su mayor anhelo: descubrir el sendero que lo lleve / a hundirse para siempre en las estrellas».

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