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MANDRÁGORA (y otros poemas) de Pedro Marqués de Armas

MANDRÁGORA (y otros poemas) de Pedro Marqués de Armas

Pedro Marqués de Armas tiene un título como siquiatra, pero más allá de su formación profesional, antes que otra cosa es poeta.  Nacido en La Habana en 1965, él resulta uno de los pocos estudiosos que entre los cubanos se ha dedicado a investigar y a escribir acerca de la apenas comentada pero importante tradición del suicidio entre nosotros. 

Como hacedor de versos, obtuvo el Premio de Poesía Julián del Casal, de la UNEAC, y el Premio de la Crítica. Fue de los integrantes del mítico grupo Diáspora(s). Entre otros títulos ha publicado: Fondo de ojo (1988), Los altos manicomios (1993), Fascículos sobre Lezama (1994), Cabezas (2002) y Óbitos (2015). Actualmente reside en Barcelona.

Mandrágora

En el borde interior de la frontera, que otros prefieren llamar callejón sin salida, —B. se mató.

Claro que todas las fronteras son mentales, y en el caso de B. mejor sería hablar de dos.

De modo que B. se mató entre el borde interior y la cresta de un pensamiento que ya no se le desviaba.

Para catapultarse, tomó aquellas raicillas de un alcaloide que había clasificado, y, echándose sobre el camastro de trozos fusiformes, al fin encontró lo que buscaba: calle de una sola dirección en la que todos los números están borrados, y los blancos pedúnculos mentales se desvanecen en una materia de sueño.

CLARO DE BOSQUE (semiescrito)

las puertas se abren hacia

dentro y

con horror infinito

hacia fuera los pensamientos

pienso

en una escritura intensidad

pero no es escritura la palabra exacta

(exacto es claro de bosque)

ni siquiera la que más se aproxima

ya que

ninguna palabra es tan intensa

para ser escrita

en el horror infinito de unos caracteres de tierra

el cerebro desenterrado

de esas tierras al margen y

sin embargo

en algún punto o claro de bosque

calculado

(en la cabeza)

aunque el término punto también inexacto

y aún, todavía las rayas excavan

cada uno de esos puntos dispersos

(pilar de lengua viva)

los caracteres se desprenden

al simple roce de las manos

así también la tierra

al borde de ciertos farallones o mantos de pizarra

ininterrumpidamente hacia

dentro y

con horror infinito

con (más) horror infinito hacia fuera luego

campos

cabezas

molinillos organillos en Mandelstam,

Nietzsche (¡que crujen!)

y ahora

en la nunca espectral y absorbente cabeza de este Bernhard

con intensidad cada vez más creciente

más sin salida

hacia dentro y

fuera

lo mismo hacia la intersección

entre una idea, clara

de suicidio (sostenida a lo largo

de una existencia todo ella entregada al suicidio)

y el acto

al abrirse la puerta en la sima

—sismática

con fondo de hueso gris y libre

de todo resto de tejido humano

«allende los humanos»

así en las minas al aire libre de Serra Pelada

400 kms al sur de Belén

donde los humanos

(moléculas rientes de negror corredizo)

han sustraído

en un corte sagital

la órbita de un ojo infinitamente horrible

semiescritos

emergen de la mina y

la tierra (pilar de lengua)

escala los bordes

reproducen el movimiento (ardoroso)

de la masa (de tierra)

que no va a ninguna parte

ningún pájaro atraviesa el aire libre

de estos yacimientos

el cielo ha perdido su convexidad característica

y, además

su oficioso —y noble— speculum

como si en estas minas de oro

400 kms al sur de Belén

se hubiera operado ya

en la intersección

el corte sagital del cerebro

de manera

que

la cabeza y el ojo

el ojo y la cabeza y

así los campus (de ojos) y los campus (de cabezas)

expresen la superficie

(ya,

exclusivamente

extirpada)

o sólo es,

exclusivamente,

el fondo de la mina

en uno y otro sentido no debemos ceder

en la intensidad

así Bernhard

con horror infinito

ante el claro.

AUNQUE DISIMULADO

aunque disimulado

por esa flor blanca

(plumeria)

que rendía su sombra

aunque disimulado

viste

en la techumbre de la nave

un hueco

y, alrededor

como dormida

la misma gente

(gente de 1844)

abriendo la tierra

con mandíbulas

reciamente

con el ángulo facial de Camper

y pensaste

un hueco

un hueco

un hueco

cuán profundo

aunque disimulado

SEPTIEMBRE, 1957

¿Estabas o no de fuga del hospital? ¿Y qué hicieron contigo en las Ánimas, a tu regreso? Cambió de aspecto el cine y la vasca del Parque Zayas devino el proscenio de un barco excéntrico. Desde entonces, la densidad del aire alcanza cuotas insoportables. Pero ese día eché mano del calendario que me regalaste, para no ver tu cara. Eloy, Errol Flynn, Turtós. Ya nadie se llama así. Cuarenta años y solo hoy entiendo (¡) qué querías decir cuando decías pañuelito embebido en alcohol. Una derrota aplastante, la nuestra. Todavía es y no se sacian. Agua y ceniza. Fue lo que puse sobre tu vieja radio.

NOCIONES DE PATERNIDAD

Ya está bien que no quieras opinar, ni permanecer en la cerca, ni mucho menos subir con la circunstancia. Pero que no veas ese aspecto sombrío que han cobrado las cosas, y a todo digas sí sin sombra de entusiasmo…

Te lo dijo el encargado antes de marcharse, y esos pobres decentes, ahora ancianos de mandíbulas giratorias. Por cierto, ninguno acampa ya en La Maravilla: uno tras otro fueron llamados y resulta que no hay sobrevivientes.

Primero retiraron los camiones de mudanzas, luego las máquinas de hacer música (aun cuando no habían dejado de sonar). Hasta que se vino pedazos el Hotel Roma.

Pero eso es el derrumbe y podría devenir Metáfora de Todo.

En realidad, hablo de otra cosa. Por ejemplo, del padre de Kafka, tendido sobre un mapa, intentando sofocar las naciones.

Un cuento de Manuel Cofiño López

Un cuento de Manuel Cofiño López

Manuel Cofiño López es un nombre que hoy no se menciona y que para los jóvenes lectores cubanos resulta un perfecto desconocido. Representante del llamado realismo socialista en la literatura cubana, él fue un escritor que en una época gozó de gran popularidad.

Nacido en La Habana, el 16 de febrero de 1936, falleció el 8 de abril de 1987. Premio de novela Casa de las Américas 1971 con La Última mujer y el próximo combate. En el Concurso UNEAC 1975 obtuvo mención por su novela  Cuando la sangre se parece al fuego. Entre otros  títulos publicó los libros Borrasca (poemas), 1962; Un informe adventicio (cuento), 1969; Tiempo de cambio (cuentos), 1969 y Los besos duermen en la piedra (cuento), 1971.

Tiempo de cambio

Lo cuento ahora porque todo ha cambiado y hoy, cuando la vi, me di cuenta de que no se acordaba de mí, o por lo menos de aquello. Y que no se acordara de mí está bien, pero de aquello, que no se acordara de aquello que fue tantas veces. Pero puede ser, porque no se parecía, y aunque uno supiera que era ella, se daba cuenta de que no era la misma.

Me sorprendió cuando estaba sentado, porque aunque estuve un rato esperando que se desocupara la banqueta, tenía apetito y los ojos se me iban para los perros calientes, los batidos, los helados de chocolate y los bocaditos especiales. El caso es que me senté y casi choqué con su cara, pero una cara diferente, sin aquel enfermizo matiz verdoso, preguntándome:

¿Qué desea?

Quedé mudo. No sé si se dio cuenta, porque siguió como si nada preguntando a los demás, anotando las órdenes en el talonario. Iba y venía, disponiendo platos y cubiertos. Sonriendo. Haciéndole gracias al niñito que pedía más pastel. Se echó hacia atrás un mechón de pelo y volvió a preguntarme:

¿Qué desea?

Y no tuve dudas, porque era la misma voz de:

¡Oye, ven acá!

¿Oye, ven!

¡Oye!… ¡Oye!… ¡Oye!, que para ella en aquel tiempo no debió representar mucho, pero que yo no he podido olvidar. Y por eso lo cuento ahora, porque a ella no la he olvidado nunca, pero lo que pasó sí, porque me di cuenta de que no me acordaba de todo hasta ahora que la he vuelto a ver. Y de pronto, me ha dado miedo que se me olvidara esta historia, que a muchos les habrá pasado, pero quizás no quieran contarla, y es necesario que alguien la recuerde, porque todo ha cambiado y puede ser que la gente se olvide. Porque si de algo estoy seguro, es de que la gente tiene mala memoria. Hay que oírlos hablar nada más y uno se da cuenta.

Quién me iba a decir que la encontraría en la fuente de soda, trabajando sonriente, hasta bonita con su uniforme de poplín blanco y con esa banderita que dice: Muerte al invasor, prendida en el pecho, y no parece la misma y está como más joven; aunque han pasado doce años de cuando ella empezó, después de yo dar más de seis vueltas a la manzana, temeroso y desesperado, con aquellas llamadas a mi espalda:

¡Oye, pollo, mi vida!… ¡Ven acá!

¡Oye, ven acá!

¡Ven, entra!

Y parece que notó que no me atrevía y entonces entreabrió la puerta y me agarró por la mano y me hizo entrar en aquel cuartico reducido, dividido por cajas de cerveza, casi en sombras, alumbrado por un bombillo paliducho y desnudo.

Y, ¿cómo estará el niño? Por eso, porque después que la reconocí sentí deseos de preguntarle, pero no me atreví. No podía hacerlo, porque no es la misma, y estoy seguro de que no se acuerda de aquello, o no quiere acordarse, que es suficiente. O si se acuerda, seguro que ahora, que parece feliz, no quiere que le recuerden aquellas noches, porque no debió sucederle conmigo solo, sino con otros también. Y más de una vez debió ponerse la toalla alrededor de la cintura y separar las cajas para llegar al niño. Y quizás no todos hayan sido como yo, que cuando me dijo: Lo hago por el niño, para que no se muera de hambre. No tengo trabajo. No creas que me gusta esto, pero, qué voy a hacer, me ablandé y antes de irme le dejé todo el dinero que llevaba. Quizás algunos la hayan hasta obligado a quitarse los ajustadores, porque a mí, cuando todavía no había oído el llanto del niño, ni los toquecitos en las cajas de cerveza, y estábamos tirados en aquella cama vieja de hierro, que chirriaba cada vez que nos movíamos, ella me dijo: No, chino, los ajustadores no, y me callé y no dije nada, aunque todavía no sabía que el niño se iba a poner a llorar y a dar golpecitos en las cajas y no íbamos a poder seguir haciendo aquello, porque después, cuando ella volvió, yo ya estaba vestido. Porque cuando ella me dijo que esperara, me asomé y vi al niño pegado a sus senos. Y ya sabía que no podría hacer eso, porque de repente me aflojé.

La verdad es que uno es ingenuo cuando tiene quince años. Me acuerdo que le pregunté por el papá. Ella encogió los hombros y me dijo: Qué sé yo. Me preñó, se fue, y si te vi no me acuerdo. Quería que me quedara. Se había dado cuenta de que era la primera vez que me acostaba con una mujer, y me dijo: Vamos, quédate. Ya él está dormido. Si casi no molesta. Para ser la primera vez no quiero que te lleves esta impresión, porque la primera vez nunca se olvida. Yo no sé lo que le pasó hoy, porque nunca molesta. Quería que me quedara. Empezó a desnudarme, y decía que no había hecho la cruz, que la noche había sido mala, que no tenía para la leche, que me quedara, que me iba a hacer gozar mucho. Lo que tú quieras. Me quito los ajustadores si quieres, pero no te vayas. Sabía que no iba a poder, y le dejé la plata. Y ella me dio un beso y me dijo: Vuelve cuando quieras. Él casi nunca molesta.

Y nunca la olvidé, porque fue la primera mujer desnuda que tuve debajo de mí, y esa mujer nunca se olvida. Ella tenía razón. Lo otro sí, lo que pasó; hoy, cuando la vi de nuevo, fue cuando me acordé de todo. Porque uno se olvida de algunas cosas, como ella que seguro ya no se acuerda de aquello, o no quiere acordarse, que es suficiente. Por eso, para que no se me olvide a mí tampoco, no ella, sino lo que pasó, es que cuando salí de allí y dejé en su mano, de propina, mucho menos de lo que le dejé aquella noche, he venido aquí a pedir un trago, sin tener ganas, con el sabor del chocolate todavía en la boca, para contar esto que no quiero que se olvide, porque todo ha cambiado y de las cosas de aquellos tiempos hay gente que se olvida. Hay que oírlas hablar nada más y uno se da cuenta.

Poemas de Ian Rodríguez Pérez

Poemas de Ian Rodríguez Pérez

Aunque la biografía oficial asegura que Ian Rodríguez Pérez (1973) es natural de Las Tunas, en realidad eso es una afirmación relativa. Creo que lo justo sería decir que él es de Cuba, porque se la ha pasado cambiando de sitios en la geografía nacional.

Hubo un tiempo que lo encontramos viviendo en Isla de la Juventud, creo que fue por entonces que lo conocí. De repente, cuando menos uno se lo imaginaba, el hombre ya estaba afincado en Cienfuegos. Pero en fin, lo anterior poco o nada importa. Lo en verdad trascendente es que estamos hablando de un Poeta que ha sido  Premio en el concurso Waldo Medina por dos ocasiones , primero en 1994 y luego en 1996.

A ello hay que añadir que también ha sido galardonado con el Premio Abdala en 1995. Aunque parece que fue ayer, han pasado 23 años desde que allá por 1997 me encantó leer su cuaderno de poemas Velas en torno al corazón demente, publicado por  Reina del Mar Editores y las EdicionesÁncoras.

Para Miradas Desde Adentro es un placer reproducir algunos poemas de este cubano andarín por distintas localidades del territorio nacional.

INTRO

Hay una sombra que en soledad alimenta 
el ave desterrada 
con olores de horizontes 
—oníricos discursos— 
cómo ocultar que hay un nombre 
revelado en mis manos 
cómo evitar el país desnudo 
fuera del espejo 
quién llega a mis bordes 
quién descubre la cita 
sobre el viento del tiempo 
quién consigue alejar los desvelos 
del pájaro que emigra 
no intenten confundir 
nostalgias con inquietudes 
decir por dónde cabe apenas 
un salmo cansado: 
de nada sirve 
huir del viento en estos días 
al final 
todo intento de espera 
será auténtico naufragio.

YO VI CAER GORRIONES EN UN PARQUE DE NUEVA GERONA

Los vi posarse en las ramas menos austeras. 
Como si no supieran del vacío sus alas 
confundieron el sueño con la vigilia. 
Confundidos, los gorriones de Paco Mir 
cambiaron el viaje por la permanencia. 
Yo no pude evitarlo. 
Quise decirles que él seguramente reposaba en 
una de esas salas donde escribió Las hojas clínicas, pero 
se negaron a volar hasta la vida, no quisieron saber de 
la esperanza, del azul y sus degradaciones. 
La lluvia apenas me ayudó a mostrarles el mar. 
Al menos el mar pudo haber sido una suerte de 
asombro, pero los gorriones saben de la distancia. Ellos 
sabían cuán ajenas a la Isla son las aguas que hoy 
enturbian mis manos. 
Los vi cejar ante el imposible. 
Los vi devorar con lentitud cada migaja de la duda. 
Los vi burlarse del otoño con un gesto invernal 
que aún no descifro. Confieso que he ido perdiendo 
mis facultades de vidente: era el mes de abril y los 
gorriones danzaban en mis ojeras previniendo su muerte 
como preguntas que no provienen de la realidad, como 
respuestas decididas a permanecer. 
Yo asistí a ese terrible espectáculo de caer y no pude 
esgrimir un verso que jodiera a la muerte, tan sólo 
una línea donde no hablar de la inocencia.

25 DE JUNIO, 1994: LE DIABLE AU CORP

Llegar en la madrugada y que alguien te pregunte: 
«¿Y ese olor a mar, a sueños, a futuro…?» No hay 
lágrimas, pero intentas evocar la presencia de tu padre, 
agudos de la flauta, y que sea la madre de uno, tu 
Isla, la que grite: «¿Cómo no te llevará el Diablo con 
esa música?» 
Nadie sabe que de regreso a casa cruzaste los límites 
de la sombra. Encontraste un gato: lo acaricias, y el 
felino clava las uñas cerca de tu ojo izquierdo: hiere al 
cisne que llevas en el pecho, aterra al lobo que huye 
inesperadamente del azogue. 
¿Quién podría imaginar que invocas el instante de la 
despedida, que tu canto no es más que el elogio para 
los veleros en busca de otro rincón del sueño donde 
anclar el verde? 
«¡Que te lleve el Diablo con esa música!» 
Y es la furia del cisne lo que te incita. Y cedes lugar al 
lobo que te posee, recordando que tienes una luna y 
un bosque, un lago y un cielo donde imponer tu ley 
del ala y el colmillo, ley de la ausencia: claustro, éxodo 
interior. 
¿Cómo no reconocer tu estirpe, esa suerte de ser uno 
doblemente Isla en soledad?

Xiv

a Gastón Baquero 

Estos no son pre-textos para arrodillarme 
uno amanece si dice su verdad 
con el corazón helado al fuego 
—mentí 
pero siempre dije mi verdad 
me situé con el náufrago en mí 
y los vientos alisios en los ojos 
moldeando sombras huidizas 
ausentes del tiempo 
la realidad y la espera 
ah la espera 
he aquí un motivo para despedirse.

UNA MUJER DEFINE SU ESTATURA DE BOLSILLO

Una mujer llamada Soledad, 
como una puta cualquiera en el malecón, 
piensa en los turistas que beben coca cola 
de espaldas al mar. Nada les importa el azul, 
y Soledad esquiva el dolor de ver: 
unos niños se amarran los cordones y corren 
—indiferentes— 
tras la vieja pelota que un día no tendrán. 
Una mujer define su estatura de bolsillo. 
Se encoge hasta la ausencia 
como una moneda ya deteriorada que va de mano en mano. 
Anhela aparecer en un cartel así de espaldas 
—uno de esos 
carteles que a todo color anuncian la existencia, 
y donde la incertidumbre se burla de ellaputa 
en el malecón regalándose al mar 
como un viaje posible, 
como un nombre conocido. Al mar, 
esa inmensidad de horizonte sin veleros 
que le arranquen inquietudes.

Xi

falsos 
falsos han sido los juegos del exorcista 
falsamente temimos al horizonte 
al instante de la despedida 
—acaso NO sabíamos qué sucedía 
con el sabor del mar 
—acaso NO colgamos un amuleto a la ciudad 
—acaso NO somos hijos de la sombra 
—acaso NO confiamos en el ojo verde 
falsamente gritamos

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