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Yunier sí entendió todo

Yunier sí entendió todo

La cinco de la tarde, hace ya que el pico te arde… bar de la EGREM. Un muchacho se acerca al Joaco (Joaquín Borges-Triana) y al Fide (Fidel Díaz Castro), y les pregunta: “¿Puedo echar un tema?”. Después se va feliz para el escenario. Alguien desde el público le grita y le pide que toque el Himno de los machos, varones, masculinos y allá, entre las luces rojas del escenario de San Miguel y Campanario, canta Gape (Yunier Pérez García).

Mientras tanto, en el público, Fidelito sonríe y le dice a Joaquín: “este muchacho sí lo entendió todo”.

Se impone una pregunta. ¿Qué has estado haciendo durante este tiempo de pandemia?

Durante este tiempo he compuesto algunas de mis mejores canciones. Han sido meses de exploración, estudio y crecimiento en materia de música. Solo en 2020 escribí más de una treintena de canciones. Este 2021 he decidido aprovecharlo para terminar una obra de teatro musical en la que desde 2019 vengo trabajando. Su nombre es Soldemar.

¿De qué va la obra?

Todo ocurre en La Habana de inicios de los años 30, durante el machadato. Una muchacha (Soldemar) es traída de contrabando a la capital y, es obligada a prostituirse para pagar la deuda que contrajo con su marido, un proxeneta (Tin sentimental). La obra procura, desde cierto humor, recrear una parte de la sociedad habanera de aquellos años.

Ya estuve investigando y sé que siempre te has sentido artista, pero ¿cuándo fue la primera vez que cogiste una guitarra en las manos y dijiste: soy trovador? ¿Cómo llegaste a ese momento?

Viví muchos años en el reparto Miraflores Viejo, en el municipio capitalino Boyeros. Casi toda mi infancia transcurrió allí. Varios de los amigos de mi primo, mayores todos por más de cinco años que yo, tenían guitarras, y andaban en el ruedo de la trova, procurando componer sus propias cositas. Aún conservo la imagen del grupo apurándose entre ellos para no llegar tarde a los conciertos de Polito Ibáñez. Siempre que tenía un chance, ya fuera porque estuvieran jugando dominó o lo que fuere, aprovechaba para pedirle la guitarra a alguno. Entonces podía estar durante horas reproduciendo melodías. Lo cómico era que me sobraban siempre cinco cuerdas y ocho dedos, pues todo sucedía con un pulseo básico y mucha calma. Aunque es en 2009 cuando comienzo a componer mis primeras canciones, me gusta pensar que fue en aquel momento donde todo comenzó.

Recuerdo que la segunda vez que te vi fue como telonero en un concierto de Silvio en Matanzas, en el festival Casa Abierta. Además, tú lo reconoces como influencia. ¿Qué representa para un trovador tan joven tocar invitado por Silvio Rodríguez?

Me sorprendió mucho cuando Amín, su representante, me contactó para decirme que a Silvio le habían gustado mis canciones. Dos meses atrás había logrado hacerle llegar al maestro un disco comenzado en el estudio de mi amigo y excelente trovador Erick Méndez, y concluido gracias a la colaboración de otro gran amigo y trovador, Rey Montalvo. Te imaginarás la alegría de poder compartir escenario, además invitado por él, con quien es considerado la cumbre de la poesía cantada en castellano, junto a Serrat. Siempre me ha cautivado de Silvio lo cristalino de sus imágenes líricas y la gran organicidad entre su música y sus textos, pero sobre todo ese genio para encontrar resquicios temáticos, y no solo escribirle a lo común, también a lo extraordinario. Silvio consiguió crear un universo entero, del que sale y entra a capricho, para explicarnos por qué siempre trae las manos llenas de canciones, cómo entonces no querer, un poco, parecerse a él.

No nos vemos porque no nos ponen,

Pero no nos ponen porque no vendemos,

Y no vendemos –dicen- porque no gustamos,

Pero no gustamos porque no nos vemos.

¿Cómo te ha tratado particularmente esto? ¿Cuánto tienen que cambiar nuestras instituciones? (ya sabemos que mucho, pero específicamente qué).

Siempre es insuficiente la difusión de lo que edifica. Luego, nuestra labor es discriminar acertadamente. Elevar el techo en la demanda de apreciación estética y ética en quienes tienen el poder para permitir o impedir la aparición de los artistas en los medios es fundamental. Carencias éticas vinculadas a carencias estéticas suelen ser un potente combustible para la degradación de toda cultura. Yo, por suerte, no he tenido que sufrir directamente desagravios mayores a los del común de mis colegas de la canción. Considero que aún sigue siendo mejorable el trabajo de los medios en cuanto a la promoción de la trova.

En una entrevista que te hiciera Gisselle Lucía Navarro dices que el artista debe educarse para hacer arte y el público educarse para apreciar arte. ¿Qué retos tienes tú como artista (siempre que no te descarriles), en estos tiempos donde hay tanta banalidad en nuestros medios?

Mi mayor reto siempre ha sido crear, entendiéndose por crear, el acto de traer a la realidad física obras auténticas. Luego, me gustaría arribar a un arte que estremezca musical y textualmente en igual medida.

Tú eres licenciado en Historia del Arte. ¿Cuánto te aportan (o no) estos conocimientos académicos a la hora de «trovar», ya que la trova ha sido siempre un arte un poco empírico…?

Siempre tuve claro la función de la Historia del Arte en mi vida: complementar mi voluntad de componer. Todavía mi madre y yo solemos rememorar la conversación previa a mi primer día de universidad, cuando le dije que solo ingresaba, uno, por conocer más sobre arte, y dos, para complacerla en su deseo de verme licenciado en alguna carrera universitaria.

Yo te conocí a ti más profundamente en la peña Trovándote de la EGREM. Esa peña gira alrededor de figuras como son Joaquín, Fide y Bladimir (Zamora). ¿Es cierto que te hiciste trovador en esa peña? ¿Cuánto aprendiste aquí?

Si entendemos por trovador aquel que se hace acompañar de una guitarra para decir cosas cantando, desde una determinada estética, no es cierto que me hiciera trovador en la peña Trovándote de la EGREM. Ya era trovador cuando me presenté en ella. Sin embargo, sí es totalmente un hecho que fue allí donde por primera vez canté y comencé a presentarme de modo regular ante un público mayor que el habitual de mis amigos, o de alguna que otra actividad aislada, convocada por la Casa de Cultura de Altahabana.

El Blado, El Fide y El Joaco, sin olvidar al Ihosva, a golpe de constancia y dar mucha batalla contra la mediocridad, han conseguido hacer de la peña del Caimán Barbudo un verdadero oasis capitalino, donde todo hacedor de la canción trovadoresca tiene su oportunidad. No puedo, entonces, menos que estar agradecido con todos ellos por su grandeza humana y profesional, por su amistad, por mostrarme cómo defender hermosamente un sueño, y sobre todas las cosas, por decidir echar su suerte también con los que incursionan en este mundo de la trova con poco más que las ganas de virarlo todo de una vez.

¡Ay, reguetón nuestro de cada día!

¡Ay, reguetón nuestro de cada día!

Por Joaquín Borges-Triana

Hay textos periodísticos que resisten la prueba del tiempo y aunque hayan sido escrito varios años atrás, tal parece que han sido concevidos para los días que corren. Tal es el caso del artículo que hoy reproduzco, firmado por el prestigioso académico Alfredo Prieto allá por 2013. El autor de “Sun Tzu y el reguetón” es alguien con una destacada carrera intelectual. Escritor, investigador, editor y periodista, él  se graduó de Lengua y Literaturas Hispánicas. Entre otras instituciones de reconocida solvencia acadèmica, trabajó en el Centro de Estudios sobre América (CEA) como jefe de redacción de Cuadernos de Nuestra América e investigador de su Departamento de América del Norte. También ha laborado en la revista Temas y en Ediciones UNIÓN, así como en medios alternativos al corte de OnCuba. El artículo siguiente fue publicado inicialmente en el Periódico Digital Dominicano 7dias.com.do y es de esos trabajos a los que recomiendo volver una y otra vez siempre que se discuta sobre la presencia del reguetón en el contexto cubano.

Sun Tzu y el reguetón

Por Alfredo Prieto

Uno de los estrategas más sofisticados en el arte de la guerra que en el mundo han sido, el general chino Sun Tzu, aconsejó en un libro clásico no dar batalla a menos que se tenga la absoluta certeza de no ser derrotado. Me temo sin embargo que esto es lo que no tienen en cuenta actores y estructuras involucradas en la ofensiva cubana contra la vulgaridad, la banalidad y la mediocridad, que aquí llamaré reguetón. De la noche a la mañana, algunos de sus protagonistas se han desvanecido de los espacios públicos y las ondas del éter, hecho ocurrido mientras figuraban en sitios estelares en las listas de popularidad y sin que mediara ni información ni notificación social alguna, según la costumbre. Una entrevista del periódico Granma, aparecida cuando el proceso ya estaba en marcha, funcionó como obturador de la cobertura de prensa extranjera sobre la censura en Cuba, por tradición políticamente motivada, incompleta, omisa y sesgada. Antes, un incidente con la figura de José Martí, recogido por las redes sociales y amplificado por El Nuevo Herald y el Canal 23 de Miami, había iniciado ese nuevo capítulo.

Este artículo identifica las razones de un posible fracaso y las fundamenta brevemente, no sin el truismo previo de ubicar a los reguetoneros en su propio contexto.

El fenómeno tiene sus raíces en la peculiar marginalidad del país, que condujo a implementar programas sociales en el marco de la llamada batalla de ideas. Esos jóvenes parados encima del escenario no están entonces ahí por generación espontánea, sino porque responden a un fenómeno llamado crisis cubana, vivida primero por las personas y luego crecientemente estudiada por el pensamiento social. Sin embargo, los discursos públicos sobre ellos suelen sustentarse en una operación disociativa que les corta el cordón umbilical presentándolos como aliens o freaks porque contradicen ciertos supuestos, uno de ellos relacionado con la instrucción y la cultura acumuladas.

La anterior es también la base de un segundo constructo: se trata de una minoría que, si acaso, solo se representa a sí misma, algo que no explicaría un fenómeno de recepción social llamado “fiebre del reguetón” que no solo nos lo ha instalado en el disco duro de las preferencias musicales de la audiencia –o de determinados sectores de esta–, y en nuestros oídos más que renuentes, sino también conducido a lamentables y repudiables actos violentos a manos de jóvenes integrados al sistema nacional de enseñanza. (Luego se sancionó a la directora de una escuela primaria y a tres maestras por permitir se escuchara/bailara un reguetón a la hora del receso, “Kimba pa´que suene”). Su cultura sexual, si así puede llamársele, se origina en sus espacios de socialización, donde el sexo colectivo ha dejado de ser una fantasía para convertirse en realidad mundana. Su lenguaje soez y procaz, vehiculado en unos “metatextos” muchas veces de difícil intelección, pero propio de la jerga carcelaria y de las gangas, remite a la expansión de la marginalidad, un fenómeno por otra parte no exclusivamente cubano. La globalización es como el amor en la canción de Ida y George Gershwin: ha llegado para quedarse.

Lo cierto es que la carga psicológico-emocional acumulada desde el “Chupi-Chupi” de Osmani García y su abrupta retirada de los premios Lucas, más reuniones gremiales y sucesos como el aludido –no muy distinto, por cierto, al que documenta Memorias del subdesarrollo con el mozambique de los 60, a los navajazos cerveza al aire con “El perico está llorando” de los carnavales del 70 o a los salones de la Tropical bajo el imperio de la timba y la salsa–, parecen estar en el centro del asunto, pero quizás con ello se obvie una segunda máxima del pensador chino: “nunca se debe atacar por cólera y con prisa”.

Esa cólera y esa prisa deberían, al menos, ponderar con más detenimiento los tres problemas siguientes:

Los nuevos actores. Hoy el Estado, en proceso de encogimiento respecto a la cosa pública, no es el único emisor cultural en Cuba. La aparición/socialización de nuevas tecnologías –un dato expansivo a partir de los años 90– funciona y aun funcionaría como “balance” ante cualquier forma de control omnisciente de la producción musical. En otras palabras, frente a la EGREM y otras instituciones se alzan los estudios de grabación underground actuantes en el escenario local, a no ser que un día se quieran tomar medidas drásticas. Prácticamente carecen de límites, como no sean los del mercado y los de la propia conciencia de sus gestores. Esto es válido no solo para manifestaciones musicales como el rap, el hip hop y el reguetón (por lo demás con sobradas diferencias internas), sino también para el nuevo cine y sus producciones, a veces asociadas con actores de lo público y/o lo  privado.

El consumo audiovisual informal. El Estado tendría, desde luego, el derecho de controlar/decidir el tipo de música a difundir en sus propios predios, señaladamente en la radio, la televisión y espacios públicos como centros nocturnos y cabarets. (El problema de los parámetros sigue sin embargo en pie: quién decide qué y por qué). Esto no hubiera ocurrido, probablemente, de no mediar el persistente machaqueo de ciertos reguetoneros, demasiado torpes, vulgares, groseros, poco pragmáticos y nada inteligentes. Y pletóricos en actitudes y textos que ubican a la mujeres como simples objetos sexuales o locus para eyacular, un verdadero retroceso ideocultural en el camino hacia su emancipación y la liberación de relaciones de poder, históricas y actuales.

Pero no estamos en los años 60, en los que se quiso ningunear públicamente al rock anglosajón sobre la base de criterios tan estrechos como mecánicos. No resulta superfluo recordar que ni siquiera entonces ese control llegó a ser absoluto gracias a las famosas “placas” de producción doméstica clandestina y a la circulación de discos de acetato traídos de fuera por marineros mercantes y funcionarios; eso era lo que escuchaban y bailaban muchos jóvenes de entonces en las fiestas de 15 y los “güiros” de El Vedado, La Víbora y otros lugares del país.

Hoy esa alternatividad se ha multiplicado con creces, básicamente por dos razones: a) la disponibilidad de memorias flash, MP3, Ipods, Iphones y CDs en amplios sectores de la ciudadanía, bien por compras en el mercado interno o por envíos o adquisiciones en el exterior, y b) la variante cuentapropista de vendedores de música, juegos electrónicos y filmes en los portales, de hecho una legalización de la piratería pagándole impuestos al Estado (hasta donde conozco, Cuba es el único país que no tiene una legislación al respecto, un tema candente en el último congreso de la UNEAC).

Esa lucha cubana contra la vulgaridad, la banalidad y la mediocridad, y contra el reguetón, no significaría entonces el cese de su circulación social, a cargo de esos mecanismos de distribución y consumo que tienen vínculos económicos horizontales con la producción discográfica identificada en el punto anterior. Y como remate, le pondría el discreto encanto de lo prohibido, un imán adicional para cierto tipo de público.

La dimensión jurídica: Según los juristas, para ser efectiva, por definición toda norma jurídica debe poder implementarse. Y este país se caracteriza, precisamente, por un déficit estructural de la cultura jurídica a muchísimos niveles. Es más: la Ley 81 sobre el Medio Ambiente, aprobada por la Asamblea Nacional en 1997, establece en su artículo 147 la prohibición de “emitir, verter o descargar sustancias o disponer desechos, producir sonidos, ruidos, olores,  vibraciones y otros factores físicos que afecten o puedan afectar a la salud humana o dañar la calidad de vida de la población. Las personas naturales o jurídicas que infrinjan la prohibición establecida en el párrafo anterior, serán responsables a tenor de lo dispuesto en la legislación vigente”.

Y en su  artículo 152: “el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social y  el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, en lo que a cada cual compete y mediante el establecimiento de las coordinaciones pertinentes, dictarán o propondrán, según  proceda, las medidas encaminadas a el establecimiento de las normas relativas a los niveles permisibles de sonido y  ruido, a fin de regular sus efectos sobre el medio ambiente”.  Dejando por ahora a un lado el hecho de que hay esquinas y barrios que constituyen verdaderos himalayas de basura y desechos sólidos, la regulación del ruido es, como se sabe, otra gran letra muerta en edificios multifamiliares, lobbies de hoteles, cafeterías y restaurantes emergentes, guaguas, bici-taxis y almendrones. La posible aprobación de un marco jurídico regulando la música en los espacios públicos parecería entonces estar condenada, por las mismas razones, a la misma repetición.

Vigilar y suspender no es la salida. La solución, si alguna, pasaría entonces por la información y la crítica, protagonizada en primer término por los medios masivos, que suelen mantener un patrón de omisión todavía más disfuncional ante los cambios experimentados por la sociedad cubana. El supuesto de no nombrar un problema pretendiendo que no existe acaba generando espacios de silencio cubiertos por fuentes y emisores externos, circulantes de hecho en el tejido social a través de dispositivos tecnológicos o el boca-a-boca –este último, más conocido entre nosotros como “Radio Bemba”. Hacerlo supone  trascender lo que Jesús Martín Barbero denomina “el modelo verticalista” e incorporar un canto coral con pluralidad de actores y perspectivas. Solo de esa pulsión, en el buen sentido del término, podrán salir mejores y más viables políticas públicas.

Dicho de otro modo, el diálogo y la discusión parecen ser los caminos. Pero eso lleva, entre otras cosas, paciencia. Mucha paciencia y más paciencia, como lo predicaba Fidel en una coyuntura específica de principios de la Revolución. El general Sun Tzu lo pondría quizás de otra manera en una tercera sentencia: “Hay rutas que no se deben usar, ejércitos que no han de ser atacados, ciudades que no deben ser rodeadas y órdenes de gobernantes civiles que no deben ser acatadas”.

“Este es un país de grandes olvidos”, declaró no hace mucho Eusebio Leal.

Tomado de Periódico Digital Dominicano, 7días.com.do

www.7dias.com.do/opiniones/2013/01/02/i132657_sun-tzu-regueton.html

 

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