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Homenaje a Víctor Batista Falla

Homenaje a Víctor Batista Falla

El pasado domingo 12 de abril murió en La Habana, víctima del coronavirus, el editor y mecenas cubano Víctor Batista Falla (1933-2020), alguien que ha trascendido por su gran obra en pro de nuestra cultura. De visita en Cuba después de sesenta años de no haber pisado suelo patrio, su fallecimiento se produjo en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK). Procedente de una de las familias cubanas más adineradas antes de 1959, los que amamos la cultura nacional en su sentido más amplio, siempre tendremos que agradecerle de forma especial la puesta en marcha de una idea como la de la Editorial Colibrí, que funcionó en Madrid entre 1998 y 2013, proyecto en el que se publicaron libros ensayísticos e historiográficos, un catálogo fundamental para comprender a Cuba, ya sea desde la discrepancia o el acuerdo con las tesis abordadas por el grupo de autores que encontraron en Víctor Batista Falla a un auténtico promotor cultural. Es pues de desear que esos títulos sean leídos y estudiados a profundidad, lo cual ha de ser el mejor homenaje a un hombre que con su quehacer inscribió para siempre su nombre en el panteón de la cultura cubana.

En Miradas Desde Adentro rendimos un sencillo pero sincero tributo a Víctor Batista Falla por medio de reproducir el obituario que Rafael Rojas Gutiérrez escribió en nombre del comité editor de Cuban Studies como homenaje a este desaparecido compatriota.

Obituario

El domingo 12 de abril, en la tarde, falleció Víctor Batista Falla en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí de La Habana. A principios de marzo, el importante intelectual y editor cubano había viajado por primera y única vez a la isla, después de seis décadas de exilio. La pandemia del coronavirus lo sorprendió en la ciudad donde nació en 1933.

Batista Falla perteneció a una de las familias más ricas de la Cuba anterior a 1959. Su padre, Agustín Batista y González de Mendoza, era dueño de uno de los mayores bancos de la isla, The Trust Company of Cuba, y su madre, María Teresa Falla Bonet, fue una de las herederas de la fortuna azucarera del santanderino Laureano Falla Gutiérrez. Ambas familias de banqueros, empresarios y hacendados católicos eran conocidas por sus obras filantrópicas y culturales: construyeron el oncológico Hospital Curie del Vedado y financiaron la Orquesta Filarmónica de La Habana, el Patronato Pro Música Sinfónica y la Sociedad Pro-Arte Musical.

A fines de los 50, Víctor Batista ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana y, junto a su hermano Laureano, un intelectual católico cercano al núcleo fundador del Partido Demócrata Cristiano, comenzó a frecuentar los círculos literarios y artísticos de la isla. Por las tertulias de su casa pasaron algunas de las figuras centrales del debate intelectual cubano de aquellos años como Jorge Mañach, Cintio Vitier, Luis Aguilar León y Guillermo Cabrera Infante.

Al producirse la radicalización socialista de la Revolución, los Batista Falla, que no simpatizaron con el régimen batistiano, se exiliaron como tantos jóvenes católicos de su generación. En su primer destino de exilio, Nueva York, Víctor Batista financió y fundó, junto con el escritor Raimundo Fernández Bonilla, la revista Exilio (1965-1973). En aquella publicación, ilustrada con los grabados op art de Waldo Díaz Balart, colaboraron algunos de los mayores escritores y pensadores cubanos en el exilio: Eugenio Florit, Lydia Cabrera, Gastón Baquero, Lino Novás Calvo, Humberto Piñera Llera, José Mario, Lorenzo García Vega.

Batista mostró desde muy joven un gran interés en la historia política y las ciencias sociales de la isla. De ahí que abriera su revista a la producción académica que comenzaban a realizar profesores cubanos instalados en importantes universidades de Estados Unidos. Un número de Exilio, editado en la primavera de 1970, recogió ensayos de varios de los miembros fundadores del Instituto de Estudios Cubanos: Lourdes Casal, María Cristina Herrera, José Ignacio Rasco, Luis Aguilar León, Mercedes García Tudurí y Carmelo Mesa-Lago. A fines de la década, Batista fundó otra revista, hoy de culto entre la nueva generación de escritores latinoamericanos: escandalar (1978-1984). Dirigida por el poeta, narrador y ensayista Octavio Armand, con Batista encabezando la lista de “Asesores” y un Consejo de Redacción de lujo (Octavio Paz, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Salvador Garmendia, Julio Ramón Ribeyro, Helena Araújo, Mark Strand…), escandalar propició algunos de los debates centrales de la producción literaria latinoamericana desde Nueva York. Allí se leyeron inéditos de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, Lydia Cabrera escribió sobre medicina popular afrocubana, Antonio Benítez Rojo discurrió sobre el Caribe y la plantación azucarera, Natalio Galán describió la “psicosis guarachera”, Julio Miranda habló de los “cubanos invisibles” y Heberto Padilla publicó sus “apuntes sobre Paradiso”.

A mediados de los 80, Víctor Batista se trasladó a Madrid, donde se reencontró con una colonia de exiliados a la que lo unían viejos lazos: Gastón Baquero, Martha Frayde, Mario Parajón, Anabelle Rodríguez, Pío Serrano, Felipe Lázaro… Su gran amistad y colaboración con el erudito Mario Parajón dejó un legado tangible : los ocho volúmenes de las Obras Completas (1995-1999) de Jorge Mañach, que siguen siendo de consulta obligada para quienes se tomen en serio la historia de las ideas en Cuba.

Aquella colonia madrileña creció entre fines de los 80 y principios de los 90, cuando arribó a España una nueva generación de intelectuales cubanos: Jesús Díaz, Manuel Díaz Martínez, Carlos Espinosa Domínguez, Rafael Zequeira, Carlos Cabrera, Iván de la Nuez. El encuentro de esas dos generaciones de exiliados produjo la que sería la publicación cultural emblemática de la diáspora de los 90: Encuentro de la Cultura Cubana (1996-2009). Víctor Batista fue uno de los referentes de aquella publicación fundada, en Madrid, por Jesús Díaz.

De la experiencia de los primeros años de Encuentro, una revista que siempre concedió un lugar central al ensayo, la historia y las ciencias sociales, surgió la idea del proyecto al que Batista entregaría los últimos años de su vida: la editorial Colibrí. Pensada como una plataforma editorial donde dar cabida a la producción ensayística y académica cubana, fuera de la isla, pero capaz de intervenir en los grandes debates económicos y políticos, culturales y sociales, literarios y artísticos de la nación, Colibrí lanzó una amplia convocatoria a académicos y críticos de todas las generaciones de la diáspora.

Una parte considerable del trabajo editorial, que Víctor Batista encabezó con Helen Díaz Argüelles, tuvo que ver con la traducción al español de clásicos de la producción académica cubana en Estados Unidos. Fue así como aquella pequeña imprenta de Madrid dio a conocer las únicas ediciones en castellano que existen de libros refereciales de Marifeli Pérez Stable, Carmelo Mesa Lago, Roberto González Echevarría, Jorge I. Domínguez, José Manuel Hernández, Rafael Fermoselle, Gustavo Pérez Firmat, Enrico Mario Santí, Alejandro de la Fuente, K. Lynn Stoner, Anke Birkenmaier y Robin Moore, por sólo mencionar algunos.

Desde un inicio, la editorial también se abrió al campo más propiamente ensayístico, como muestra la hermosa antología de escritos del músico Julián Orbón, La esencia de los estilos (2000). Ese flanco se desarrolló mucho más en los últimos años de la editorial con autores como Antonio José Ponte, Jorge Luis Arcos, Jorge Ferrer, Wilfredo Cancio Isla, Ernesto Hernández Busto, Duanel Díaz, Sergio Ugalde Quintana, Enrique del Risco, Alexis Jardines, Orlando Jiménez Leal o Manual Zayas.

Las decenas de volúmenes que conforman el catálogo de Colibrí, así como los más de veinte años que Batista dedicó a revistas como Exilioescandalar y Encuentro, conforman un testimonio estremecedor de la entrega de este intelectual exiliado a su cultura. Una cultura que siempre entendió de manera incluyente, sin desconocer la centralidad de la isla en un territorio que intelectualmente la desbordaba. Quienes lo conocimos sabemos que la interlocución de Batista, en Madrid, con académicos e historiadores de la isla, fue permanente. Muchos de ellos pueden dar fe de lo anterior.

También sabemos de sus constantes esfuerzos, como de los de Jesús Díaz con Encuentro, por enviar ejemplares a la isla e incorporar autores residentes en Cuba. Muchos de esos esfuerzos se frustraron, pero a juzgar por la producción intelectual cubana de las dos últimas décadas, no pocos número de Encuentro y libros de Colibrí llegaron a las manos que debían. Constatar que sus libros eran leídos por jóvenes historiadores de la isla fue uno de los mayores orgullos de Víctor Batista al final de su vida.

La revista Cuban Studies rinde homenaje a este gran cubano, a este editor exiliado, cuyo epitafio podría ser: “por sus libros lo conoceréis”. A propósito de los impresores de libros en Estados Unidos, escribió José Martí: “Una pistola hace temblar… Un libro, aunque de mente ajena, parece cosa como nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado con cada libro nuevo”. Esa herencia invaluable nos deja Víctor Batista Falla: sus libros.

Rafael Rojas (autor), Alejandro de la Fuente y Lillian Guerra (editores) y miembros del Comité Editorial de Cuban Studies: Michael Bustamante, Odette Casamayor Cisneros, Julio Antonio Fernández Estrada, Ada Ferrer, Luis Miguel García Mora, Mario González Corzo, Yvon Grenier, Jennifer Lambe, Carmelo Mesa-Lago, Robin Moore, Lisandro Pérez, Enrico Mario Santí y Ricardo Torres

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