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Hasta siempre, Evelio Taillacq

Hasta siempre, Evelio Taillacq

El nombre de Evelio Taillacq es probable que no le diga nada a los jóvenes cubanos, pero los nacidos en este país que pasan ya de los cincuenta de seguro sí lo recuerdan, pues él fue uno de los actores más populares en la televisión hecha en Cuba durante el decenio de los setenta de la anterior centuria.

Aunque en nuestro país nada se ha dicho al respecto, el actor, escritor, productor y presentador Evelio Taillacq falleció la noche del jueves 5 de septiembre a los 68 años en el Hospital Jackson Memorial, de Miami, según ha trascendido debido a complicaciones derivadas de un cáncer de páncreas.

Cuando en Cuba aún se hacía televisión en serio, se recuerda a Evelio Taillacq como frecuente actor de programas como el otrora muy popular Teatro ICR o de las telenovelas de turno. Así, me parece estarlo viendo en mi televisor en blanco y negro de la década de los setenta mientras interpretaba los personajes de Edipo en el Edipo Rey de Sófocles, y Romeo en el clásico Romeo y Julieta, de Shakespeare; o cuando hacía de Rodión Romanovich Raskólnikov en la adaptación a la pequeña pantalla de la novela Crimen y Castigo, o de Julien Sorel en El Rojo y el Negro, papel que abandonó para sorpresa de la teleaudiencia cubana al optar por marcharse del país mediante el puente del Mariel en 1980.

Oriundo de Santa Clara, por entonces capital de la desaparecida provincia Las Villas, Evelio Taillacq se incorporó a la Escuela de Formación de Actores del entonces Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR) en la década de los 70, mientras estudiaba Historia del Arte en la Universidad de La Habana. De ese centro docente salieron grandes actores y actrices, como Susana Pérez, Irela Bravo o Teresita Rúa.

Una de estas destacadísimas figuras, Susana Pérez, en declaraciones concedidas al periodista José Antonio Évora tras la muerte de Taillacq, expresó lo siguiente acerca de su colega y amigo:

Susana Pérez recuerda a Evelio Taillacq

“Evelio era un guajirito que venía de Santa Clara; siempre nos reíamos porque él decía que se tomaba las maltas ‘a cun cun’ y se ‘apeaba’ de la guagua”, y agrega: “Fuimos muy, muy amigos, hicimos las primeras cosas en la radio y en la televisión juntos, y después del Mariel estuvimos más de 30 años sin vernos. Sin embargo, cuando nos reencontramos, ocurrió como si nos hubiéramos visto el día anterior o la semana anterior, y después de eso no nos separamos más”.

Al llegar a Miami por el Mariel en 1980, Taillacq tuvo que ampliar su horizonte laboral, pues como se sabe vivir de la actuación es casi imposible en la Florida. Por eso se desempeñó como productor, escritor y presentador. Por dicho camino, durante un tiempo laboró como periodista en las páginas culturales del diario miamense El Nuevo Herald. Más tarde se fue a vivir a España, sitio del mundo por el que experimentaba gran pasión.

Al fallecer el jueves 5 de septiembre, Evelio Taillacq llevaba más de dos años luchando contra el cáncer y, aunque era de esperar, a los que en Cuba admiramos en una época dorada de la televisión su trabajo como actor, la noticia no deja de doler y de sorprender.

Otro que hizo declaraciones tras conocer la información de la muerte de Evelio Taillacq, fue el editor y productor de cine y televisión Jorge Abello, que expresó: “Era una persona muy querida, era muy admirado por su talento. Muy amable, muy buen amigo; mandaba textos que eran un kilómetro de fantasía. Fue un gran actor de televisión y teatro; conmovió a toda Cuba con su trabajo en El Rojo y el Negro«.

El propio Taillacq contó más de una vez por qué el personaje que hizo en esa telenovela fue tan apasionante.

Ahora que Evelio Taillacq ya no está en el reino de los vivos y que definitivamente se ha ido de Cuba, Estados Unidos, España y de este planeta, solo queda recordarle como alguien que desde su quehacer como actor, escritor, productor y presentador, también le aportó lo suyo a la cultura cubana, esa gran dama que está por encima de la política, la ideología y de todos nosotros mismos.

Del rock hecho por cubanos y sus letras

Del rock hecho por cubanos y sus letras

Decididamente, atrás han quedado los tiempos en que el rock hecho por los cubanos tenía muchos problemas en cuanto a la calidad de sus letras. Desde mediados de los noventa es posible aludir a producciones caracterizadas por la buena factura en el discurso textual. Excelente ejemplo de ello lo brinda el grupo de rock progresivo Naranja Mecánica, que en su disco 1993-1995editado por la compañía Mexicana Luna Negra, nos entrega varias composiciones sobresalientes en lo letrístico. Tales son los casos de “En la fiesta”, “Desnudo” y sobre todo, “Crónica de la cobardía”, tres piezas acreditadas al pianista Alejandro del Valle. Algo por el estilo puede asegurarse de la banda sonora de la película Habana Blues, con muy buenos temas como “Habana blues” y “En todas partes”, compuestos en su mayoría por un equipo de varios autores, entre ellos Equis Alfonso, Kelvis Ochoa y Descemer Bueno. Véase si no, el excelente texto de la pieza “Habana blues”:

Hoy, miro a través de ti, las calles de mi habana
tu tristeza y tu dolor, reflejan sus fachadas,
es tu alma y soledad, la voz, la voz de esta nación
cansada
solos tu y yo, en la ciudad dormida
solos tu y yo, besando las heridas
hay habana
cada vez te olvidabas más de ti, para apoyar mis sueños
pero sé que lastimé tu corazón, jugando con tus
sentimientos
fue la luz, esa que robé dejando a oscuras tus deseos, eh, eh
solos tú y yo, en la ciudad dormida
solos tú y yo, besando sus heridas
habana
y tengo que dejarte ir, poniendo el mar entre los dos
pagando el precio de otros que viven de la
contradicción
otra familia que quedó marcada por la separación
como luchar, con ese sol con la política y con dios

O esta otra pequeña maravilla que es “En todas partes” y que escribió el trío de Equis, Kelvis y Descemer:

La amistad es una semilla
que brota en cualquier lugar,
y cuando sientas frío
cúbrete con las ramas de mi destino
donde te lleven los pasos
te encontrarás mi te quiero y mi abrazo
hay amor en todas partes
y en cada rincón del mundo
y todos buscando un sueño
cambiamos así de rumbo
si profunda es la distancia
profunda es la lejanía
en un alma peregrina
no existe ciudadanía
la bandera es un dilema, la patria y la geografía
donde quiera que me encuentre
yo siento que es tierra mía
(bis)
tuya y mía
[estribillo:]
Yo quiero ser tu abrigo
si te hace falta el consuelo mío
yo quiero ser tu nido
si necesitas cariño mío
no quiero ser tu olvido
si en todas partes estoy contigo
yo quiero ser tu abrigo
en Madrid y en Nueva York
La Habana está en todas partes
porque la llevas contigo
sin miedo a desarraigarte
yo sé que existen fronteras
en todos los continentes
un sólo sol y una luna te cuidan y alumbran siempre
quisiera ser la mañana y entonar la melodía
esa que me hace crecer cada día
caminos que me separan
y te obligan a escondidas
a ser cautivos de idiomas e ideologías
no seas cautivo de idiomas e ideologías
[estribillo]
Aquí mismito yo estoy contigo.

El saber expresar ideas inteligentes, incluso en una propuesta de clara orientación hacia lo comercial, se trasluce en un álbum como Havana (Generamúsica), realizado por la agrupación homónima dentro de los parámetros del rock latino, con la intención de insertarse en el mercado mexicano, donde el grupo dirigido por Iván Latour se afincó desde 1998. Aunque la reorientación estilística de la banda hasta su desaparición se apartó por completo de las pretensiones conceptuales que animaron el primer fonograma del ensamble, para abordar en lo fundamental una poética en torno al amor, en dicho segundo álbum se incluye un tema tan trascendente como “Otro amanecer”, que transmite el sentir de muchos de los miembros de nuestra generación que han emigrado. En virtud de su armoniosa conjunción entre música y texto, esta creación –escrita por Iván Latour en colaboración con Osamu Menéndez, durante una estadía temporal de ambos en España– clasifica entre lo mejor del rock nacional:

Otro amanecer, lejos de saber,
Si en mi Habana llueve aún,
Ciudad de León, llega esta canción,
La nostalgia crece más;
Mis amigos hoy,
son los emigrantes de cualquier lugar,
Me pregunto aún si me quedarán,
cuerpos que abrazar allí,
Cada vez que pienso en alguien es,
Un cubano que se fue,
Cada vez que miro en mi interior,
Siento el ansia de volver,
Desde afuera vi lo que ya perdí,
Lo que no tendré más,
Mi ciudad natal, pudo ser la más,
Bella de las que ya vi,
Hablo de vivir, no de sucumbir,
Odio las políticas,
Y hablo en nombre de, ellos que no están,
Los que no pudieron más,
Cada vez…

Otro amanecer, lejos de saber,
Si en mi Habana llueve aún.

En el nivel ideotemático, los asuntos de algunas bandas de rock reiteran los postulados de una crisis de los grandes proyectos universales y la fe en las potencialidades del individuo, temas abordados desde un tratamiento íntimo y existencial que en ocasiones contrapuntea con un optimismo mesiánico en una especie de plegaria postmoderna. En tal sentido, un buen ejemplo es el disco Puertas que se abrirán, de Havana. En esta vertiente textual se apela al uso de metáforas sacramentales que el oyente tiene que decodificar, como sucede en el tema «Hijos de San Lázaro», de Zeus, o en «Cristo, nueva fe», de Habana, pieza esta en la que los enunciados no son propiamente predicativos sino alegóricos. Así, las convenciones cristianas son adaptadas a nuestra realidad para de ese modo dimensionarla:

Cristo, nueva fe
asoma en un marco,
sol siempre en la piel
mudo y sin descanso.
Cristo, nueva fe
óleo de mi canto
clavos en la piel;
ya no está sudando.

Cristo, siempre fe
que adora limpiarnos la sien
en pena la suerte
están arruinando la tierra esta vez
vuelve a ser
todo es al revés.
Danos de tu fe,
esa que yo cavo.
la corona aquí
siempre me está hincando.
Cristo ten piedad.
Millones de clavos
no van a entender.
Tú me alegras tanto.
Danos de tu fe…,
me angustia sentir
que la hiel
apura mi muerte;
se están repartiendo mi tiempo
y no sé lo que hacer.
…hazte aparecer.

En el polo opuesto a composiciones como «El Mesías», «Redención de fin de siglo» (también pertenecientes al repertorio de Havana) o el citado «Cristo nueva fe», están quienes desde la escena metalera, y en particular dentro del black metal, intentan perpetuar la diferencia y la actitud iconoclasta, respecto a la falsa santidad de las normas sociales de conducta a través de la exacerbación de contenidos satánicos. Dicho es el caso de los holguineros de la banda denominada Mephisto y de la agrupación habanera Ancestor (Hoy radicada en USA), organizadora esta última del “6.6.6. Fest”, evento que reunía a grupos practicantes de estilos del metal extremo. En lo textual es un discurso que, además, en particular se contrapone a los mensajes y principios de la iglesia católica o doctrina cristiana en general, lo cual lleva a pensar que en el ámbito letrístico, dicha tendencia en el caso cubano resulta algo artificial o, cuando menos, impostada, dada la escasa influencia que de 1959 hacia acá ha tenido en nuestra sociedad la institución dependiente del Vaticano.[1] Téngase en cuenta que, a diferencia del resto de América Latina, Cuba ha sido más laicista como consecuencia de su historia particular, por lo que nuestro pueblo es minoritariamente católico, en el estricto sentido de la palabra.

[1] Para contrastar dos puntos de vista diametralmente opuestos en torno a la existencia en Cuba de bandas de black metal, leer Blanco Encinosa (2005) y Ge (2005).

No me preocupan los críticos. Me preocupan los no críticos.

No me preocupan los críticos. Me preocupan los no críticos.

Hace algún tiempo, mientras movía el dial de mi radio, de manera casual di con un programa conducido por Oni Acosta Llerena. No sabría decir en qué emisora porque lo sintonicé ya empezado, pero lo cierto es que me atrapó la transmisión. Era uno de esos espacios en que se invitan a especialistas para armar una suerte de panel que intercambia opiniones sobre un determinado tema. Los participantes aquella (me parece) noche llamados a responder las preguntas de Oni eran el pianista Frank Fernández, el director sinfónico Enrique Pérez Mesa y el periodista José Luis Estrada. El tema que los convocaba era el de la crítica musical cubana y como cualquiera supondrá, por razones obvias me mantuve atento al interesantísimo diálogo sostenido por casi una hora.

No pretendo formular aquí una valoración acerca de dicho programa radial ni pronunciarme a favor o en contra de los criterios expresados por Oni, Frank, Enrique y José Luis. Tal no es mi objetivo. Sólo quiero reflejar en las siguientes líneas algunas de las ideas que vinieron a mi cabeza a propósito del tema debatido por ellos que, por demás, cada cierto tiempo sale con mayor o menor fuerza a la palestra pública pues de todos resulta de sobra conocido que la preocupación por el asunto no es algo nuevo y que la crítica musical, ya sea en prensa escrita, radial o televisiva, se relaciona con el hecho de que entre nosotros la crítica (sin apellidos) es un «problema crítico».

Uno de los últimos textos que recuerdo dedicado a abordar esta cuestión y que, dicho sea de paso, aportó valiosas ideas para la comprensión del fenómeno de la crítica musical en Cuba, fue un artículo escrito por Marta María Ramírez en el 2005 y aparecido en la revista Clave. Algún tiempo después, participé en el Instituto Superior de Arte como oponente de una tesis realizada por la musicóloga Damia Almeida, investigación en la que se analizaba el comportamiento de la crítica musical cubana en nuestras revistas culturales durante la década de los noventa.

Lo cierto es que evocar las lecturas de dichos trabajos, así como la audición del programa antes aludido, me motivan preguntas acerca del ejercicio de la crítica musical en Cuba, a las que confieso no tener respuestas. Entre los tantos cuestionamientos que me asaltan, menciono algunos, a ver si alguien me ayuda a aclarar mi mente:

¿Los que ejercen esta función entre nosotros, dominan o al menos conocen los métodos que fundamentan la práctica de la crítica musical en los distintos medios de comunicación? ¿Cuáles son los principales aspectos que definen el término crítica musical? ¿Cumple la crítica musical cubana una función orientadora hacia el gran público, o es, aunque nos pese, un reducidísimo feudo de complotados, un terreno de especialistas? ¿Cuáles son sus pautas, sus normas, si es que las tiene? ¿Es la crítica musical un género periodístico o, por el contrario, un ejercicio escritural y de creación? ¿Cuál es el papel de la crítica musical en los distintos medios de comunicación cubanos desde una perspectiva práctica y profesional? ¿Qué es lo que nuestra crítica musical es incapaz de hacer y por qué? ¿Para quiénes escribe y por qué? ¿Qué herramientas son necesarias para ejercer la crítica musical? ¿Dónde se forman quienes hacen crítica musical en nuestro país? ¿Cómo se superan? ¿De cuál instrumental teórico disponen? ¿Qué música escuchan? ¿Qué textos del pensamiento culturológico de nuestros días leen? ¿Cuál es su diálogo con la contemporaneidad? ¿Cómo y qué se enseña a los estudiantes que supuestamente en el futuro ejercerán la crítica musical? ¿Está la crítica apta para comprender en su real dimensión la relación entre música y sociedad?

Como es fácil de apreciar, las posibles respuestas a muchas de las anteriores preguntas pueden resultar polémicas y ello obedece a que las opiniones en torno a la crítica siempre son dispares. En mi caso, pienso que buena parte de lo que tenemos por ejercicio crítico musical deja claro la ausencia de una auténtica teleología analítica. Cuando releo la crítica musical ejercida por Alejo Carpentier verifico que él hizo de tales comentarios otra manifestación de su arte literario. A fuerza de ser sincero, tengo que decir que no siento que hoy prevalezca un enfoque semejante en la crítica musical sino más bien uno recibe la impresión de que los textos que se escriben no están concebidos con la aspiración de llegar a formar parte de la “República de las Letras”. Para mí está claro que no es suficiente con desarrollar un determinado concepto, un juicio acertado, si todo ello no aparece bien expuesto, algo que con muchísima frecuencia se olvida.

Entre las cosas relacionadas con el tema y que nunca he logrado comprender, se encuentra el hecho de la escasa o nula vocación que profesan las personas graduadas de Musicología en Cuba para accionar como críticos. Recuerdo que allá por los noventa, un día Omar Valiño y yo convocamos en la UNEAC un encuentro con estudiantes y profesores de dicha carrera. Por entonces, Omar atendía las páginas de crítica en La Gaceta y yo era responsable de una sección semejante en la revista Salsa Cubana. La idea era abrir las páginas de ambas publicaciones para que colaborasen en ellas gente joven, conocedores del hecho musical y que supuestamente no encontraban sitio donde escribir sus opiniones. Luego de que explicásemos las características formales que deberían poseer los trabajos, yo di mi número telefónico en casa para que me llamasen allí con las propuestas de colaboraciones.

Al término de la reunión, alguien me comentó en voz baja que si yo estaba loco para dar así el teléfono de mi casa pues de seguro me lloverían las llamadas. Con total seguridad respondí que, en mi opinión, a lo sumo se comunicarían conmigo una o dos personas, entre los más de veinte estudiantes y profesores congregados en uno de los salones de la UNEAC. La vida me dio la razón y la única que se motivó a proponer un trabajo y a escribirlo fue Yanira Martínez, quien preparó un excelente texto acerca de Gerardo Alfonso, material que en su momento fuera publicado.

Aunque no tengo una explicación del todo convincente acerca de tal situación entre nuestros musicólogos, comprendo que les deba resultar en extremo difícil escribir críticas en torno a gente que en no pocos casos no sólo son amigos sino casi familia, por haber vivido juntos desde niños y luego como adolescentes o jóvenes, al formarse en las escuelas de música de nivel elemental, medio y superior.

De lo expuesto, se comprenderá por qué no comparto la idea de algunos en torno a que entre nosotros son escasos los espacios donde ejercer la crítica musical. Hoy en Cuba existe una copiosa gama de publicaciones culturales, páginas web de repercusión nacional e internacional, varios canales de televisión, por no hablar ya de los periódicos y revistas de carácter general pero donde no faltan las secciones para el arte y la literatura, y a decir verdad y sin que nadie se sienta ofendido, mi impresión es que en tales medios lo que prevalece es la falta de sistematicidad y de profesionalidad en lo concerniente a la crítica musical.

En numerosas ocasiones me sorprendo leyendo trabajos en la prensa plana o escuchando intervenciones en la radio y la televisión que sólo son reflejos de una inquietante desactualización en relación con fenómenos artísticos y culturales que se originan o son expresados en el repertorio musical contemporáneo de los creadores cubanos. Ello sucede, entre otras razones, por el divorcio que se da entre no pocas de esas voces con acceso a los medios y el verdadero saber de corte culturológico procedente del amplio campo de las ciencias sociales. Así las cosas, por lo general nuestra crítica musical no está preparada para realizar análisis cruzados, con enfoques multi, inter y/o transdisciplinarios, resultado del conocimiento de investigaciones que funcionen como apoyaturas de sus afirmaciones.

Creo que no está demás acotar que acerca de la música entendida como espectáculo, uno más de la gran oferta existente en nuestro tiempo, conviene reflexionar tal vez sobre la idea que subyace a la representación en sí. Hoy la música se ha convertido en una dualidad comercial que se bifurca entre la música oída, fundamentalmente en radio y discografía; y la que se ve y se oye, en reproducciones audiovisuales y en directo en los auditorios. Lo complejo de semejante realidad conduce a que, contrario a lo que muchos opinan, cualquier persona no está apta para ejercer de forma profesional la crítica musical.

No hace falta ser un experto en nada para opinar de lo que a uno le gusta o no, pero sí son éticamente exigibles los conocimientos previos para vivir de ello. Sucede que para escribir una buena crítica musical, no es suficiente con saber redactar bien en términos periodísticos, sino que se requiere conocer a profundidad de lo que se escribe, o sea, poseer un grado de especialización temática y que posibilita manejar los sistemas de codificación producidos en el discurso musical, para así poder interpretarlos y exponérselos al público.

Y aquí se introduce un elemento de singular importancia: la formación del crítico musical resulta en muchas ocasiones ambigua. Como en la mayoría de los campos profesionales cuando alguien desea especializarse tras concluir su etapa de preparación universitaria, debe recurrir a los postgrados, masters o cursos de formación que se organizan por diferentes entidades. Empero, en Cuba desde el punto de vista docente no existe ningún programa académico diseñado para que el posible interesado aprenda a ejercer la crítica musical y domine las técnicas que le permitan desempeñarse como tal en los diferentes medios de comunicación desde una perspectiva práctica y profesional. De ello se desprende que el crítico en nuestro contexto suele ser alguien graduado de periodismo y que incursiona en estos terrenos al amparo de sus inclinaciones artísticas naturales o, en otros casos, una persona que es periodista por práctica, con una formación como historiador del arte, filólogo o vaya uno a saber.

Por otra parte, al hablar del actual panorama de la crítica musical cubana, no olvido la existencia de un creciente número de tesis de grado, maestría y hasta doctorado en distintas universidades del país y que, como he podido comprobar personalmente al intervenir en uno que otro tribunal, poseen puntos de vista y enfoques novedosos. Empero, ¿de qué valen esos trabajos (más allá del título que con la defensa de ellos ganan sus ponentes) si no se divulgan fuera del ámbito de las aulas? ¿Por qué no pensar en la creación de una suerte de banco digital en el que albergar todas esas tesis acerca de música cubana? Y no hablo sólo de los trabajos investigativos llevados a cabo dentro del límite de nuestras fronteras sino del copioso número de exégesis realizadas en el extranjero y que a veces, incluso desde criterios diferentes a los nuestros, también aportan ideas valiosas. A fin de cuentas, la diversidad de opiniones nunca debilita, ¡todo lo contrario!

Una carencia y que no contribuye a una mejor salud de la crítica musical cubana es la falta de un espacio de encuentro, de discusión y alternabilidad de ideas entre quienes ejercemos tales funciones. Una de las pocas iniciativas que contrarrestaba mínimamente tal déficit era cuando hace años y por iniciativa personal de Frank Padrón, en el contexto del Cubadisco varias personas éramos convocadas para entregar el Premio de la Crítica en dicho certamen. Lamentablemente, la idea murió y con ello, el único intento del que tengo noticias en cuanto a eso de hacer una labor de grupo, como sí acontece en otras manifestaciones artístico literarias.

Un aspecto que no debe pasarse por alto es el vinculado al hecho de que la escasa crítica musical que se practica en nuestro país tiene apenas motivaciones para hacer trabajos que puedan resultar polémicos. Por mi experiencia sé lo difícil que esto resulta. Por contar una anécdota, cierta vez hice un comentario en el que apuntaba varias deficiencias en un disco de un artista al que siempre he admirado muchísimo por el conjunto de su obra. El fin de semana siguiente a la salida de mi trabajo recibí la sorpresa de que en el medio en que había sido publicada mi crítica, aparecía en las dos páginas centrales del órgano una entrevista al creador, a manera de desagravio por lo que yo había escrito y en las que sin mencionar mi nombre (por supuesto, un aspirante a crítico musical es demasiada poca cosa como para nombrarlo) despotricaba en contra de mis «tontos argumentos». Y como que «la figura es la figura», por emplear dicha popular expresión, en otro medio de comunicación alguien escribió (no sé bien si por encargo o por motus propio) una reseña laudatoria sobre el mismo CD al que yo (y siempre reitero que desde mi opinión personal) le había señalado más de una objeción. Varias amistades de aquel creador me dijeron que había total razón en los problemas apuntados por mí, pero que eso no se le podía decir al aludido músico, por tratarse de quien se trataba, argumento que como se supondrá, yo no estimo válido.

Por último, no quiero soslayar el hecho de que no todas las personas de las contadas que entre nosotros desarrollan la crítica musical, se percatan de que cada público tiene sus especificidades y por tanto, hay que ser consciente de para quién nos dirigimos y así poder establecer las imprescindibles diferencias estilísticas en nuestro quehacer, el cual siempre debería estar concebido con la intención de propiciar entre aquellos que nos prestan atención la búsqueda de sus propias respuestas. No obstante, a lo mejor y al margen de cuanto he dicho aquí, el genial músico estadounidense Frank Zappa tenía algo (o mucho) de razón cuando de manera descarnada afirmaba:

«El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer».

Entrevista a Ernesto Fernández

Entrevista a Ernesto Fernández

Aunque muchos creen que el asunto de lo que se entiende por accesibilidad solo tiene que ver con las personas con discapacidad, ello es un error y el tema es mucho más complejo y abarca diversas aristas. Es por ello que hoy entrevisto al Ingeniero Ernesto Fernández, alguien con una experiencia laboral de 20 años y que en los últimos tiempos se ha dedicado a estudiar todo lo vinculado a la accesibilidad en el contexto cubano y lo que debe hacer un diseñador o desarrollador para crear productos accesibles y ofrecidos a través de las llamadas TICs.

Ela O’Farrill: Todo el amor del mundo para mi gente de Cuba

Ela O’Farrill: Todo el amor del mundo para mi gente de Cuba

La más reciente emisión del festival Longina, evento de jóvenes trovadores que desde 1997 se celebra en Santa Clara, estuvo dedicada a la décima y a la figura de una creadora procedente de aquella ciudad, la ya desaparecida Ela O’Farrill. Tuve la oportunidad de conocer personalmente a esta hacedora de canciones gracias a la gran Marta Valdés. En la ocasión, le realicé quizá la última entrevista que le hicieran a la compositora de varios clásicos de nuestra cancionística. Dado que en el mes de febrero Ela cumpliría años, me parece oportuno rendirle un modesto homenaje por medio de reproducir la conversación que sostuvimos en nuestro encuentro.

Nacida el 28 de febrero de 1930 en la ciudad de Santa Clara, Ela O’Farrill resulta una de esas figuras imposibles de obviar a la hora de formular la historia de la canción en Cuba. Interpretada por voces que van desde Bola de Nieve, Elena Burke, Omara Portuondo o la cantante española Martirio, hasta Pancho Céspedes, Haila y Haydée Milanés, a la obra de Ela le sucede como al buen vino, que mientras más se añeja es mejor.

Protagonista activa de la noche habanera durante el decenio de los 60, luego echada a menos por varios años y afortunadamente rescatada del olvido en los 90 por las nuevas generaciones de músicos, cuando se reflexiona sobre el devenir de nuestra dinámica intracultural, con hechos que incidieron de forma especial en el destino musical y personal entre nosotros de figuras como la O’Farrill, se percibe de inmediato la necesidad de estudiar los procesos que han chocado, en la música, en lo concerniente a la construcción y reconstrucción del tejido de nuestro campo cultural. Por lo pronto, aquí están los decires de esta mujer, que ha vivido por y para la música cubana de ayer, de hoy y de todos los tiempos.

J.: Pensando en un ciudadano de a pie que no posee profundos conocimientos vinculados a la historia de la música cubana, le pregunto: ¿quién es Ela O’Farrill y cómo se vincula con la creación musical?

E.: Yo empecé a recibir clases de piano a los seis años, porque en mi familia la música siempre estuvo presente. Mi padre era farmacéutico pero ejecutaba el violín y mis tías tocaban piano, así que en la familia se hacían unas tertulias con amigos que venían a cantar en mi casa. Viví ese ambiente desde muy chica. Pese a que yo tenía oído musical, me dediqué a estudiar lo común de cualquier niña y luego entré en la Escuela Normal para formarme como maestra. Ahí comencé a componer, aunque ya a los 13 había escrito mi primera canción.

En la etapa de los estudios en la Normal, mis compañeras de escuela eran quienes interpretaban mis temas. Luego llegó la guitarra, instrumento en el que tuve como primer profesor a Mario Roano, allá en Santa Clara. Él era muy estricto y clásico, mientras que a mí lo que me interesaba era lo popular, escuchar las canciones que pasaban por la radio y sacarles la armonía, por lo que no nos entendíamos. Conocí entonces a Numidia Vaillant, excelente pianista cubana que hoy vive en París, que fue la persona que me puso en contacto con la música del filin y me habló de todo ese grupo de compositores.

Gracias a ella descubrí maravillas como «Contigo en la distancia» y conocí a César Portillo de la Luz. Recuerdo que el día que me lo llevó a casa para presentármelo, a mí me habían sacado una muela, por lo que tenía la cara muy hinchada. Yo no quería salirle en semejante facha a César, pero él me dijo algo que nunca olvidaré: «Mira, acaba de salir, que lo que importa es el contenido y no la envoltura». A partir de aquel encuentro, César y yo nos hicimos grandes amigos.

Por la fecha yo era maestra en el central España, pero comencé a venir a La Habana para tomar clases de guitarra con César, porque lo que yo quería era tocar así como lo hacía él. Yo me enloquecí con el instrumento y practicaba con la guitarra todo el día. Me aprendí la armonía de montones de temas del filin. Me dio mucho trabajo, pero dominé el instrumento. Poco a poco fui conociendo a los demás integrantes del movimiento del filin, gente que sentía lo mismo que yo y hablaban musicalmente un idioma semejante al mío, por lo que no me quedó otro remedio que mudarme para La Habana.

J.: ¿Cuál fue su primera canción que tuvo repercusión?

E.: Aunque ya yo había compuesto varias, la primera que tuvo una verdadera repercusión fue «Adiós felicidad», tema que me trajo a la vez unas cuantas desgracias, porque malinterpretaron su texto. El primero que la grabó fue Oscar Martin, a propósito de un show nombrado Canciones en la noche y que montó Sonia Calero para el salón Parisién del Hotel Nacional, a partir de repertorio de José Antonio Méndez y mío. Yo compuse «Adiós felicidad» después de escuchar un disco de Maiza Matarasso, una cantante brasileña que admiraba mucho y de la que supe que había tenido una vida muy difícil y desdichada. Pensando en ella, su voz y su vida, fue que hice mi composición, que nada tenía que ver con el hecho de que yo le estuviese dando un adiós al pasado, como algunos entendieron, por lo que me acusaron de un montón de infundios. Desde que Oscarito comenzó a cantarme el tema, el mismo siempre ha sido un éxito, gracias a versiones como las realizadas por gentes como Bola de Nieve y más recientemente Pancho Céspedes.

J.: Sin embargo, a mí me parece que ya antes de «Adiós felicidad» otras piezas suyas se habían conocido ampliamente.

E.: En realidad sí. Mi primer intérprete fue Pepe Reyes, que montó algunas de mis canciones gracias a que mi amiga Numidia Vaillant se las mostró. Pero ocurre que por dicha época yo no me dedicaba en plan serio a la composición ni a ser intérprete, pues trabajaba como Maestra en el Central España y venía esporádicamente a La Habana, ocasión que aprovechaba para mostrar mis temas y por suerte, una que otra gente las incorporaba a su repertorio. Sin embargo, no era algo sistemático.

J.: ¿En qué momento usted empieza a ser intérprete de sus composiciones?

E.: Eso fue alrededor de 1960, en el bar del Hotel St. John’s. Me llevó allí el dueto de René y Nelia, una noche en que Frank Domínguez no podía ir a trabajar y me pidieron que yo lo sustituyera. Imagínate tú, fui con tremendo miedo, pero me gustó mucho subirme en el escenario y ahí empecé. Para el artista es muy alentador sentir los aplausos del público, es algo que te agarra y no te suelta. Así que renuncié al magisterio para dedicarme por completo a la música.

J.: Se ha debatido mucho acerca de cuál ha sido la mejor o la peor época para el acontecer de la música cubana. Hay quienes dicen que la década de los 60 resultó la de ambiente más propicio, dada la atmósfera cultural prevaleciente en el país por entonces. Usted, que fue protagonista de la vida musical de esos años, ¿qué recuerdos tiene de la etapa?

E.: La época de los años 60 fue fabulosa, no solo por la calidad del material de la música que se tocaba y se componía, sino también por el nivel de aceptación del público, que entendía toda aquella propuesta. Eso era un gran estímulo para nosotros, los artistas. Además, entre los músicos había un sentido de hermandad, de amistad, de colaboración y protección de unos a otros, porque éramos un grupo que nos queríamos muchísimo. Esto empezó a partir del movimiento del filin y cuando yo me incorporo, en los 60 se produce una continuidad o mejor diría que un renacer de la etapa iniciada en los 50 y quizás hasta antes, a fines de los 40. Fue una época en que cada quien hacía lo mejor que podía, siempre con la preocupación de elevar el nivel musical de nuestro país y aportar algo nuevo, pero con calidad.

J.: En el grupo de creadores del cual usted proviene, había la intención de que los temas que surgían no fuesen interpretados únicamente por el compositor sino que buscaban que fuesen versionados por muchos cantantes. Con las generaciones siguientes, esa tendencia cambió. ¿Cómo le ha ido a usted en el proceso de que otros intérpretes asuman sus canciones?

E.: El hecho de que distintas personas incorporen a su repertorio mis temas, para mí es algo maravilloso y ojalá que las nuevas generaciones gusten de cantar mis piezas. Eso es un placer, un estímulo y un honor. En Cuba se dan muy buenas voces y hay una tradición de excelentes cantantes, que hoy posee continuidad. Cuando Haila grabó en un disco suyo una canción que yo había compuesto para Freddy por encargo de su manager, para mí fue una gran sorpresa, porque Haila no me conocía y no vivió la época en que escribí ese tema. Para un compositor es extraordinario que te sucedan cosas así, ya sea en Cuba o en el extranjero. A todos nosotros, más allá de la condición de que también seamos intérpretes de nuestras propias canciones, siempre nos fascinó que otras personas hicieran suyas nuestras creaciones.

J.: Yo he conversado con su gran amiga Marta Valdés acerca del hecho de que la música de ustedes dos, cuando aparece, es mejor comprendida por una generación mayor a la suya, que por sus coetáneos. Luego hubo un defasaje en la recepción de ese tipo de propuesta y no es hasta los 90, cuando irrumpe una nueva generación de creadores que se identifica con lo hecho por ustedes. Es como que Marta Valdés y usted compusieron para un momento futuro.

E.: Nosotras dos no somos lo que convencionalmente se entiende hoy por cantautores, sino que somos compositoras que interpretan sus temas, hechos para que mucha gente vuelva sobre ellos, que es lo que pasa con las piezas standards. De ahí que nuestras canciones admiten diversas miradas de múltiples generaciones. Las hacíamos porque las sentíamos y las expresábamos. En el filin nunca creímos que lo que componíamos, teníamos que cantarlo nosotros mismos. He ahí un principio que nos diferencia del clásico cantautor, que compone para cantar él su obra, mientras que para gentes como Marta y yo es todo lo contrario, es decir, que pensamos que nuestras melodías las puede decir cualquiera que posea condiciones vocales y sentimiento para ello.

J.: Si usted hace una comparación entre la recepción a su música hace casi 50 años y como la están recibiendo hoy, ¿qué valoración le merece?

E.: Para mí es extraordinario que en un mundo como el de hoy, inundado por canciones que no dicen nada (con perdón de sus autores), pletóricas en letras insulsas y pobres líneas melódicas, todavía haya quien se interese por mi música. Me siento orgullosa y feliz de que personas jóvenes no solo canten mis temas, sino también que los entiendan, asimilen y tomen como suyos. Siempre he querido expresar cosas lindas, buenas, sanas y sentimentales pero profundas, o sea, transmitir algo y no cantar por cantar, como tanto sucede en la actualidad. Si se revisa el repertorio que compusimos en conjunto los integrantes del filin, se verá que son obras que exigen del cantante un esfuerzo porque están llenas de dificultades interpretativas, pero sin renunciar a la belleza sino demandando un crecimiento por parte del vocalista.

J.: En 1969 usted se marcha a vivir en México. A partir de entonces, ¿qué pasó musicalmente en su vida?

E.: Emigrar es duro y hay que adaptarse a las circunstancias. Desgraciadamente, un plato de frijoles no se consigue con una corchea. Esto quiere decir que tuve que hacer concesiones, para mantenerme a mí y a mis padres, que se fueron conmigo. Al radicarme en México, no hice nada más como compositora ni como intérprete. Trabajé en una editora de revistas de música popular mexicana o internacional, publicaciones dirigidas a que los jóvenes que tocaban guitarra pudiesen montar piezas del repertorio de autores como Alberto Cortés, Roberto Carlos y Joan Manuel Serrat. Yo transcribía el cifrado armónico de canciones populares, siguiendo el método que todos los guitarristas en Cuba hemos usado, pero que en México resultaba novedoso. De eso viví durante 24 años, hasta que me jubilé en los 90.

Por otra parte, no sé si la añoranza de Cuba y de mis amigos acá no me dejó sacar a flote mis sentimientos musicales, pero lo cierto es que no pude volver a componer. No te niego que tuve alguna que otra presentación, en la que interpretaba mis temas, los de Marta, César y José Antonio, pero eran actuaciones muy esporádicas y distanciadas en el tiempo. En resumen, lo único que he compuesto desde que me fui de Cuba es la canción que escribí a propósito del cumpleaños 80 de mi buena amiga Elena Burke, nacida un 28 de febrero como yo.

J.: ¿Y cómo surge esa canción?

E.: Fue muy curioso. Yo vengo con frecuencia a La Habana, porque aquí tengo parte de mi familia y a mis amistades. En uno de esos viajes, en los que siempre me reúno con Omara Portuondo porque somos grandes amigas, ella me preguntó que si yo le podría hacer una canción a Elena por sus 80 años. Recuerdo que me miró con una sonrisa, de esas que yo digo que son muy de Omara. Le respondí que me encantaba la idea y que, por lo menos, me permitiese intentarlo. Yo a Elena la quise mucho, muchísimo, fuimos excelentes amigas, así que al retornar a México, lo hice con el barrenillo de que tenía que escribirle una canción. Te juro que al principio no me salía nada, porque de Elena hay tanto que decir y me resultaba muy difícil resumir en una canción todo lo que yo pudiera expresar de ella. Llegué a pensar que no podría, pero estaba convencida de que tenía que hacerlo y así lo quería. Finalmente salió el tema y se lo mandé a Omara por correo, para que ella se ocupase aquí del montaje y la grabación de la pieza.

J.: El hecho de volver a componer (en este caso por encargo), de conectarse de nuevo con algo que en otros tiempos hizo tanto, ¿no le ha revivido ese bichito de la motivación por hacer música?

E.: Siéndote sincera, el bichito siempre está vivo y en ocasiones hasta reanimado. Lo que pasa es que a veces una o no se da el tiempo para ello, o siente que no es el momento porque no va a haber gente que te interprete lo que compones. Pero lo cierto es que la música no puede morir dentro de mí. Últimamente, estando sola, tengo la sensación de que escucho música, como si me la estuviesen cantando al oído. Para esos instantes, dispongo de una pequeña grabadora en la que registrar lo que me viene a la cabeza, porque si no lo hago así, al rato se me olvida. O sea, que sí, que ahora de vez en cuando hago alguna cosa.

J.: Con sus viajes a La Habana, ¿ha podido estar al tanto de lo que sucede musicalmente por acá?

E.: En realidad no mucho. Mi querida Marta (Valdés) me pasa algunas cosas de las que van saliendo, pero ello no es suficiente para poder hacerme un juicio exacto de lo que acontece en materia de música. Sí te puedo decir que yo tengo la sensación de que, no solo en Cuba sino a nivel mundial, la música nuestra se está perdiendo y cuando te digo nuestra me refiero al filin, porque yo soy filinera ciento por ciento. Para mí sería en extremo doloroso que en este país algo tan hermoso como el filin y que es parte de una tradición nacional de música romántica, quedase relegado a un segundo plano. Marta me dice que no, que por suerte ahora se está recuperando de la mano de gente muy joven, que se ha identificado con nuestras canciones.

J.: A propósito de que gente joven en Cuba está retomando sus canciones y volviéndolas a grabar, y dado que usted viene con frecuencia por acá, ¿no se motiva a presentarse en algún escenario cubano?

E.: ¡¿Al cabo de tantos años?! Hay que pensarlo y no porque no quisiera, tengo todo el amor del mundo para mi gente de Cuba, pero no sé si a estas alturas de la vida mis capacidades personales me permitirían hacer algo así.

J.: Después que tanta gente le ha interpretado sus canciones y que muchas de ellas se han convertido en éxitos, ¿qué sueño le quedaría a usted por realizar en materia de música?

E.: Para mí lo fabuloso fuera que me cantaran aquí en Cuba, que es mi tierra, mi país. Ese es mi sueño de ahora y de siempre: que en mi Patria sigan interpretando mis canciones y que no me olviden.

Fragmentos de una novela de Carlos Victoria

Fragmentos de una novela de Carlos Victoria

Uno de los narradores cubanos de mayor importancia en la literatura hecha por nuestros compatriotas en las últimas décadas del pasado siglo XX es sin la menor discusión el camagüeyano Carlos Victoria. Su obra se caracteriza por transitar los senderos de lo que vendría a ser una suerte de realismo atormentado. Él pertenece a la llamada Generación Mariel, grupo de creadores que aún está por estudiar en conjunto (sobre todo en Cuba) y en el que sobresalen figuras como los escritores Reinaldo Arenas y Guillermo Rosales, los músicos Alfredo Triff y Ricardo Eddy Martínez (Edito), el artista plástico Carlos Alfonzo o el teatrista René Ariza, por solo mencionar unos pocos ejemplos.

Una reciente iniciativa para ir rompiendo las tinieblas que aún rodean a todo ese puñado de creadores, en especial en el ámbito de la literatura, la ha puesto en marcha la editorial Hypermedia, con la publicación en 2018 de la Colección Mariel, la cual  recoge 11 títulos emblemáticos de dicha generación, un grupo en el  que se incluyen, además del propio Carlos Victoria,  figuras como Roberto Valero, Eddy Campa, Héctor Santiago, Miguel Correa, Guillermo Rosales, los hermanos Abreu, o sea, Nicolás, Juan y  José, y el más conocido de todos ellos, Reinaldo Arenas.

Como una modesta contribución en pro de divulgar el quehacer de estos importantes escritores, por encima de que sean o no reconocidos como se merecen en el ámbito de las letras cubanas, Miradas Desde Adentro reproduce fragmentos de un capítulo de la novela titulada La travesía secreta, original de Carlos Victoria y perteneciente a la aludida Colección Mariel, de la editorial Hypermedia.

“Nosotros, igual que esas botellas, también llevamos un mensaje”

Por Carlos Victoria

Pues bien, querido, como dirías tú, levantando el vaso y guiñando un ojo… Pues bien, querido: el tren acaba de atravesar el río Jatibonico, lo que significa que estoy al fin en la Tierra Prometida. Compré una botella de ron en Santa Clara, y ahora, al entrar en mi provincia, me doy cuenta que entre trago y trago la he reducido a la mitad. Primero la destapé con los dientes y escupí el corcho, como tú solías hacerlo, y después de derramar para los muertos las primicias del licor (acción que aprendí de los espiritistas), dije en voz baja: Salud. En ese instante pasábamos por un puente, y el fragor se encargó de apagar mis palabras. No importa: desde el principio decidí dedicarte esta botella y este viaje. Nada podrá impedirlo.

Salí de La Habana por la madrugada, cuando todavía no había amanecido. Elías me acompañó hasta que el tren se puso en marcha. Luego lloré un poco, un poquito, pero a la larga me sentí aliviado al dejar atrás ese laberinto de elevados, de vías y túneles embarrados de hollín. Una niebla impertinente envolvía los campos. Más tarde la salida del sol nos encontró cerca del pueblo de Aguacate: apenas un caserío que dormitaba inerme entre montes de un dudoso verdor. Recordé que un amigo, a quien conocí durante mi primer viaje a La Habana, pasó allí su servicio militar. Mucho ha llovido desde entonces… Y hablando de lluvia, hace no sé qué tiempo que esta provincia mía no ve una gota de agua.

Te escribo a retazos. El calor es abominable. Cruzamos potreros, cañaverales, sabanas gigantescas; el terreno, cuarteado por la intensa sequía, parece a punto de arder. La hierba crece amarilla y rala; los arroyos culebrean como cintas de lodo. Este paisaje me recuerda el Valle de los Huesos del profeta Ezequiel. Los huesos estaban secos, calcinados (¿no era así?), y de repente ocurrió el milagro. Quién sabe, querido, si todavía estamos a tiempo… Pero por ahora lo seco sigue siendo seco. Falta vida, espíritu, humedad. Tal vez tengamos que esperar hasta el próximo milenio para que las cosechas reverdezcan. Pero sé que unas décadas más no te van a quitar el sueño, y menos ahora, cuando la eternidad te debe parecer una mera travesura infantil.

No soportaba ya el interior del vagón, con su gente aglomerada, su carga de aliento y de sudor, su promiscuidad innecesaria. Innecesaria, quiero decir, a esta hora del mediodía (la noche es otra historia), en pleno agosto, cuando el cuerpo prefiere mantenerse solo y fresco. A empujones logré llegar hasta la escalerilla, defendiendo mi botella, mi mochila, mi libreta y mi lápiz, y me senté en el escalón de abajo, con los pies colgando en el vacío. Aquí puedo escribir en paz. Ahora la sombra del tren corre sobre la hierba, oscurece matojos y guijarros, y el silbato de la locomotora acaba de ahuyentar una bandada de garzas. Unos niños en la puerta de un bohío me dicen adiós con la mano, y les he contestado con un leve gesto, incapaz de compartir su inocente entusiasmo. Escribo dos o tres líneas, tomo un trago de ron, y luego miro el paisaje encandilado: una llanura chata, unos árboles raquíticos, un ganado cabizbajo, unos charcos donde pulula la miasma, unos marabuzales pétreos, unas vallas con consignas rastreras, unos sembrados que parecen condenados a disolverse en la tierra estéril. Estamos entrando ahora a Ciego de Ávila.

¡Qué rápido se pasa por estos pueblos! Sin embargo, cada una de esas casas oculta una historia, y la vida no alcanza para escribir una docena de ellas. A lo lejos se ven las chimeneas de un ingenio. Por suerte ya la zafra terminó, y ahora volvemos al tiempo muerto; hasta el próximo año. Un año tras otro, un año tras otro… Revuelvo mi mochila buscando un lápiz, este ya tiene la punta gastada. Regreso a mi ciudad con un bulto de papeles, dos pares de zapatos y tres mudas de ropa, que Elías me hizo el favor de buscar en tu casa ayer por la tarde, Yo no quería volver a ver esas fachadas sucias de tu barrio, ni tu sala desordenada, ni tus cuartos con sus fotos de gente que un día se despidió bruscamente, sin la más elemental cortesía. Por cierto, una de las camisas que me trajo Elías tiene unas manchas oscuras a la altura del bolsillo, y yo he logrado identificar el origen de esas manchas: una vez ayudé a levantar del piso a un muchacho que se desangraba, y desde entonces esas motas oscuras se prendieron para siempre a la tela. Dionisio estaba conmigo esa noche. Su juventud me hizo olvidar la muerte.

Dionisio y Ricardito siempre serán jóvenes. Estoy seguro que la cárcel no les quitará la pasión por la música, ni cambiará esa bendita banalidad de la que ambos disfrutan. Me alegra saber que al menos se tienen el uno al otro. Pensándolo bien, cada uno de nosotros ha quedado en buena compañía: Dionisio tiene a Ricardito, Elías a Nora, José Luis a Gloria, Carrasco a Amarilis, Eloy a Oscarito, el chino Diego a su pintura, Fonticiella a sus creencias, Alejandro a sus viejos, y yo a ti. Yo quizás sea el más afortunado, ya que a los muertos uno les da la forma que uno quiere: los muertos son dóciles, se dejan moldear.

Este cielo sin nubes fatiga la vista. Pero pronto la tarde irá cayendo. El tren acelera, trepidando sobre los rieles. En el vagón los pasajeros cabecean: soldados, campesinos, estudiantes, madres con niños de teta, ancianas que a pesar del calor se empeñan en vestirse de negro, en honor a la memoria de alguien que posiblemente solo ellas recuerdan. El polvo les cubre la ropa, y un hilo de saliva resbala por algunas barbillas. Acabo de regresar del baño, donde tuve que orinar frente a un viejo resabioso que se tapaba parte del rostro con un pañuelo. Ahora un recluta me ha pedido un trago, y después de dárselo estuve a punto de preguntarle si conocía a un tal Eusebio González, que pasaba su servicio militar en el pueblo de Aguacate. Pero luego pensé que de eso ha pasado mucho tiempo, y que Eusebio debe haber concluido su etapa de soldado, a no ser que haya jurado en el ejército unos años más, para seguir sirviendo a la Patria, la Patria por la que morir es vivir… Pero ya sé que el Himno Nacional no estaba entre tus melodías favoritas. Peor para ti.

Un abrigo de cuadros rojos, un actor maquillado cojeando en el proscenio, un traje de dril y un sombrero de pajilla (un sombrero que protegía una cabeza rapada), un declamador de textos de Chéjov, un bebedor tenaz, una visión de un viejo que se arrastra, de una ventana por la que desfilaban espíritus; todo eso me viene a la memoria junto con la letra del danzón que dice: al esqueleto rígido abrazado. Las letras de las canciones nos persiguen. Pero es mejor a que nos persigan las personas, ¿no es cierto? Solo lamento que Judas quedara sin desenmascarar. Sin embargo, es posible que tengas razón: es posible que Judas el traidor y Juan el amado sean solamente máscaras intercambiables.

El traqueteo del tren me obliga a levantarme a cada rato. Unos jóvenes en el otro extremo del vagón se reaniman bebiendo a escondidas, pero no he querido acercarme a su grupo; nada tengo yo que ver con sus cantos, sus risas, ni mucho menos con su imprudente candor, que ojalá no les cause la ruina.

No volveré a viajar en mucho tiempo. Dentro de unos años iré a Santiago de Cuba, para pedirle perdón a Alejandro y decirle a la vez que ya lo he perdonado. Me hará feliz pasear por el trillo detrás de su casa, una serventía que atraviesa el monte y llega a una poceta. Pero ahora me toca encarar lo que alguien (hoy no te diré quién) bautizó como el pueblo de los demonios. Quiero enfrentar esa batalla como lo hizo el Valentín del Fausto: como un soldado y como un valiente.

Y aquí está mi ciudad. Debo haberme quedado dormido. Primero son esas casuchas de los alrededores, esos vecindarios con nombres de insectos: La Mosca, El Comején, La Cucaracha. Las ropas tendidas en los patios flotan como banderas, insignias de un reino individual que poco a poco se va desintegrando, sin que nadie pueda remediarlo. Ya es casi de noche, y las luces acaban de prenderse en los postes. Calles de adoquines, techos de tejas francesas, cercas de leña, patios con tinajones, riachuelos esmirriados… tierra llana.

Acabo de tomarme el último trago, pero no voy a botar esta botella: quiero guardarla como un recuerdo. Quizás un día meta esta carta dentro de ella, la lleve a la playa, nade hasta lo profundo, y la deje allí para que las olas la arrastren. Será mi último desvarío de poeta romántico. Siempre me gustaron las historias donde aparece una botella con un mensaje. O a lo mejor espere una madrugada con neblina y la rompa contra un banco del Casino Campestre, como hizo Elías una vez, después de haberte insultado y golpeado. Yo presencié la escena escondido detrás de un árbol. Con ese gesto Elías probablemente se libró de tus garras. Pero me gusta más la idea de echarla al mar. Quizás se quiebre contra las rocas de la costa, pero quizás prosiga su travesía secreta hasta llegar a su destino. Nosotros, igual que esas botellas, también llevamos un mensaje, solo que casi siempre resulta indescifrable. Hay tantas frases ilegibles, tantos párrafos tachados… Pero olvido que mis esfuerzos por hacerme entender siempre te parecieron risibles. No importa, mi querido Eulogio: mis afanes, mi sentimentalismo, esos rezagos de siglos pasados, al menos sirvieron —y aún espero que sirvan— para hacerte reír.

Capítulo de la novela titulada La travesía secreta. Colección Mariel, Hypermedia, 2018.

Mr. Babalú

Mr. Babalú

Por Tony Pinelli

Muchas de las grandes estrellas de la leyenda musical cubana, nacieron en el primer cuarto del siglo XX y lograron la hazaña de crear formas de cantar, componer, tocar y bailar, que hicieron grande en el ámbito internacional a nuestra música, concentrando en ellos el concepto de “lo cubano” al punto de influir hasta el presente, en la manera de hacer de miles de creadores venidos al mundo en Cuba y otras latitudes, donde se admira nuestro desempeño musical.

Uno de esos grandes artistas fue Miguel Ángel Eugenio Zacarías Valdés y Valdés (La Habana, 6 de sept. de 1912 – Bogotá, 8 de nov. de 1978), conocido por Miguelito Valdés y también por Míster Babalú, gracias al éxito obtenido por su excelente versión del afro “Babalú” de Margarita Lecuona, que cantó por primera vez con la legendaria orquesta Casino de La Playa, en Cuba, aunque cuentan que fue el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, quien le puso el apodo de Mr. Babalú, cuando se conocieron personalmente.

Miguelito, al igual que muchos triunfadores de su generación, nació en el seno de una familia humilde en el habanerísimo barrio de Belén, aunque su familia se mudó cuando aún era muy niño al no menos habanero barrio de Cayo Hueso, donde aprendió a “mecaniquear” como se dice popularmente en Cuba a aquellos que pueden tener virtudes para la mecánica, pero no han estudiado formalmente el oficio y también sostuvo aspiraciones en el esforzado mundo del boxeo, otra de las vías para llegar a la fama en aquella época.

Por suerte, también participó en un sexteto formado por muchachos del barrio, donde
–gracias a su musicalidad– tocaba guitarra, tres, contrabajo, maracas y cantaba, lo que le permitió formar parte del famoso Sexteto Occidente de la Princesa Eterna de la Trova: María Teresa Vera, para pasar posteriormente por otras agrupaciones, como Jóvenes del Cayo, las charangas de Ismael Díaz, Orquesta Gris y Habana.

 Era innegable que Miguelito, poseedor de un espíritu inquieto y aventurero, estaba destinado a triunfar. Ya en 1934, realizó su primera gira a Panamá, que siempre ha recibido con agrado a los grupos de música cubana y de regreso, ingresó en la orquesta de los Hermanos Castro, donde cantó hasta 1936, cuando junto a un grupo de músicos deciden fundar la Casino de la Playa, con la que logró un gran éxito con números como Brucca Maniguá, del gran Arsenio Rodríguez y fue una de las cartas de triunfo de la agrupación para escalar los primeros lugares de la preferencia popular.

Hay que decir, como parte del entorno social de ese entonces, que las orquestas para blancos, que constituían el segmento social dominante, no admitían, sobre todo como cantantes, negros y mulatos, pero Miguelito –“mulato de pelo bueno”, según el decir popular- fue de los primeros en romper esa odiosa barrera racial y se convirtió en todo un éxito. Tres años estuvo con la Casino de la Playa, hasta 1939, luego, en 1940, grabó algunos números con la Havana Riverside para partir ese mismo año con rumbo a New Jersey, donde ya un nutrido grupo de artistas cubanos habían tenido éxito grabando numerosos discos.

De New Jersey se desplazó a la vecina Nueva York y logró ingresar en la orquesta de lo que se puede calificar como todo un personaje y gran negociante: Xavier Cugat.

Francesc d`Assís Xavier Cugat Mingall, nació en Gerona, Cataluña el 1º de enero de 1900 y falleció, después de darle la vuelta al mundo, en Barcelona, para ser sepultado en la propia Gerona, el 27 de octubre de 1990.

Con sólo cinco años, su familia emigró a Cuba, donde estudió violín y tuvo la oportunidad de trabajar en el Teatro Nacional en La Habana, lo que le dio un formidable entrenamiento como ejecutante de todo tipo de música y partituras, propias de la amplia programación del teatro. Ya en 1915, Cugat emigra a los EEUU y participa en una banda musical llamada Los Gigolós tocando tangos, al mismo tiempo que dibujaba tiras cómicas para Los Ángeles Times y era capaz de “poner Pepsi Cola en el aire” para ganarse la vida.

En 1940, cuando Miguelito entra en su orquesta, logra un exitazo con la versión que grabaron de “Perfidia”, del mexicano Abel Domínguez, lo que asienta a Miguelito en el medio artístico.

Miguelito Valdés, que aprendía rápido, aprovechó muy bien el tiempo con Cugat, que tocaba los más diversos ritmos de moda, sobre todo los de origen cubano, aunque hacía sambas y todo lo que pudiera llamar la atención, logrando así llegar a la gran pantalla, donde trabajó en varias películas, siempre al frente de su orquesta –a veces con un perrito chihuahua en sus brazos mientras dirigía la banda- tocando un número cubano en pantalla con los bailarines con sombreros cordobeses o mexicanos tocando maracas y otros anacronismos de un cine lastimosamente ignorante, aunque Cugat –al menos– admitió en una entrevista: “Para triunfar en los Estados Unidos le di a los norteamericanos música latina que no tenía nada de auténtica”.

Miguelito abandona la orquesta de Cugat por discusiones acerca del salario e ingresa en la famosa e importante orquesta de Frank Grillo, “Machito y sus Afrocubans”, otro cubano ilustre, que el 2012 cumplió su centenario de nacido, el 16 de febrero de 1912, en La Habana, aunque hay algunos historiadores que lo reflejan nacido en Tampa y falleció en Londres el 16 de abril de 1984.

Miguelito estuvo varios años con esta orquesta y realizando grabaciones en general; vino a Cuba en numerosas ocasiones, actuando en los más populares programas de televisión. En 1947, convenció y le dio trabajo en su orquesta en Nueva York a su amigo, el legendario tumbador Luciano “Chano” Pozo, que después tocara con Dizzy Gillespie para alcanzar la inmortalidad por su aporte extraordinario al cu-bop y a la historia del jazz latino.

 Fue un hombre franco y afable, que alcanzó la hermosa reputación de ayudar a todo aquel al que podía tender una mano. Cuando surgió la esperanza de que el Dr. Ramón Castro Viejo pudiera operar de la vista al Ciego Maravilloso de Güira de Macurijes, Arsenio Rodríguez, ahí estuvo Miguelito Valdés en primera fila, como lo estuvo también en darle una mano para comenzar su carrera al gran compositor manzanillero Julio Gutiérrez.

Sus discos ya habían caminado por varios países, dándole fama y prestigio, llegando a ser uno de los cantantes mejor pagados en el mundo latino de los años 50 en Nueva York. Su carisma e histrionismo le consiguieron un lugar especial. Miguelito, que había hecho de la conga cubana una de sus más fuertes expresiones escénicas, salía con una tumbadora en bandolera y ya fuera correctamente vestido, con traje, cuello y corbata, o con una camisa “guarachera”, actuaba de forma intensa, sin importarle terminar con el pelo sobre sus ojos, lo que al público le encantaba.

Como compositor, también tuvo éxitos como “Dolor cobarde”, “Loco de amor”, “Oriente”, “Vienen regando flores”, el bellísimo tema de una de nuestras comparsas habaneras más famosas: “Las Jardineras”; “Los componedores” y como artista en general, ya era una relevante e indispensable personalidad en el mundo artístico cubano. Tropicana lo contrataba como atracción, al nivel de las grandes estrellas, tanto del patio como internacionales que prestigiaban al cabaret, entre los más exclusivos del mundo que a la vez, enriquecían su currículo al haber actuado en sus famosas pistas.

Ya la fama de Miguelito se había extendido y logró hacer plaza fuerte para sus éxitos a numerosos países de América Latina, por donde realizó varias giras. El 8 de noviembre de 1978, cuando contaba con 66 años y se mantenía activo como cantante, la muerte lo sorprendió en plena actuación en el Salón Rojo del Hotel Tequendama en Santa Fe de Bogotá en Colombia. Murió cantando, haciendo lo mismo que lo sacó de la pobreza y le dio fama y fortuna y estoy seguro que la muerte que tuvo, aun buscando el aplauso por el que tanto luchó, fue su mejor despedida. En Cuba se le recuerda poco, sólo los conocedores y estudiosos de la música cubana y su historia lo evocan como el gran difusor de nuestra música autóctona, que gracias a su talento y carisma y a su legitimidad como cubano, contribuyó a convertirla en una de nuestros más hermosos tesoros.

Fuentes: Cristóbal Díaz Ayala; Helio Orovio, Bladimir Zamora, archivo del autor.

Entrevista a Otaola, el comunicador cubano màs popular de estos días

Entrevista a Otaola, el comunicador cubano màs popular de estos días

Aunque no sea periodista, Alexander Otaola es un comunicador natural. Puede que a uno le guste o no su estilo, valorado a veces como deprimente, vulgar, banal y frívolo, criterio que nunca he compartido. Su programa para las redes ¡Hola! Ota-Ola es hoy uno de los espacios con más rating entre los cubanos, tanto en el país y donde se accede al mismo a través del Paquete, como en la diáspora, que lo ve por medio de Facebook Live. Desde que mi amigo Luis Kedir Moreno me puso una de las emisiones protagonizadas por Otaola y me hizo saber de su propuesta, me di cuenta de que estaba ante lo que en inglés se denomina un “entertainer”, alguien que actúa para vivir y que apela a la sátira, el humor y el clásico “chucho cubano”. Después indagué por él con varias amistades que le conocían de los tiempos en que Alex era actor del cuadro dramático de las novelas de Radio Progreso y nadie me habló negativamente de Otaola. Por eso, cuando leí la entrevista que ese otro jodedor que es Siro Cuartel le realizara para Hypermedia Magazine, no ya en plan de choteo sino de una manera muy seria, no dudé ni un instante en que debía reproducirla en Miradas Desde Adentro y así amplificar los decires de alguien que ha sido pionero e impulsor de un fenómeno que cada vez cobra más auge y gana adeptos en las redes pero que, al propio tiempo, está en el filo de la navaja todo el tiempo.

Alexander Otaola: “A mí lo que me gusta es que me ataquen”

Por Siro Cuartel

Es probable que esta sea la única entrevista seria que yo haga en mi vida. Comienzo por las fotos. El carismático comunicador Alexander Otaola modela. Se queja por no sé qué cosa, dice: “Hay que joderse y modelar y todo contigo, Siro. Tú no eres fácil”.

La historia de cómo Alexander Otaola llegó a tener el programa audiovisual de más rating entre el público cubano —por qué ¡Hola! Ota-Ola es uno de los espacios más solicitados dentro del llamado Paquete Semanal en la isla—, puede hacerse larga y tediosa. Otaola nunca ha contado cómo fueron esos inicios, sin embargo, hoy lo hace por primera vez para los lectores de Hypermedia Magazine. Esa es la primera pregunta:

¿Por qué nunca has contado lo difícil que fue arrancar con el proyecto de ¡Hola! Ota-Ola? ¿Nunca te lo han preguntado o no quieres que se sepa que estabas pasando por un momento complejo en tu vida?

No me lo habían preguntado. Hay cosas que no me gusta contar porque soy especialmente crítico con las personas que se cuelgan de las tragedias, con la gente que dice: “yo fui pobre, surgí, me levanté y aquí estoy”. ¡Eso a mí no me gusta! Pero la verdad es que ¡Hola! Ota-Ola surgió en un momento de mierda.

Pero a mí sí vas a decírmelo. Estabas mal.

No te voy a mentir. No tenía casa, no tenía carro. Estaba viviendo con una amiga y ni siquiera pagaba la renta. Estaba, como se dice, “de favor”. Pero un buen día recibí una llamada del dueño de la página Cubanos por el Mundo, y empezamos.

¿Es cierto que cuando estabas buscando apoyo financiero para comenzar el proyecto un “empresario” de Miami te prometió ayuda y después te dejó “embarcado”?

Sí, es cierto.

Y luego, cuando vio el éxito que tenía tu programa, te llamó para ofrecerte patrocinio, pero tú no aceptaste.

Sí.

Así fue. El dueño de una de las joyerías de Miami que con tanto “éxito” se anuncia en las redes sociales como “lo mejor”, lo hizo viajar de un lado a otro de la ciudad, en ómnibus, para luego burlarse de él. Otaola no lo cuenta, pero según supe, cuando este empresario “quiso volver” —aunque quizás la palabra “volver” esté aquí mal empleada, porque nunca estuvo— Otaola le dijo que podía venir con un millón en la mano, que ¡Hola! Ota-Ola estaba vetado para él.

Le dije que no iba a entrar en el programa. El que está en las buenas, también tiene que estar en las malas. Y si no, no está. Y punto.

Otaola se reclina en el sofá y me recuerda que la primera persona que habló sobre su programa fui yo.

Cuando empezaste, a menudo escuché frases como “es el programa más deprimente de las redes”, es “vulgar”, “depauperante”. Luego, algunas de esas mismas personas me han dicho “Es un animal”, refiriéndose al modo en que sueles llevar durante casi dos horas de transmisión un programa con un alto índice de audiencia, mirando fijamente a la cámara, guiándote por un papelito. Me dio orgullo que cambiaran de opinión. ¿Por qué crees que modificaron el modo de verte?

Las personas subestiman lo que hago. ¡Hola! Ota-Ola yo lo propuse a todos los canales de televisión en Miami y ninguno prestó interés. No lo visualizaron. No fueron capaces de ver el potencial. Después mucha gente agarró la idea. Otros no sabían qué cosa era aquello. Decían que yo era irreverente; que el programa “está en el filo de la cuchilla” entre lo que es vulgar y lo que no. Yo sé que es complicado, pero si tú no te sientas a verlo, si lo ves “de pasada”, de pronto tienes un criterio equivocado. Es válido que sea tu criterio, aclaro. Mucha gente lo ve vulgar. De hecho, mucha gente que lo ataca, el único argumento que encuentra es ese: que se trata de un programa vulgar, banal, frívolo, y me critican hasta por lo que la gente escribe en el chat.

A mí me molestaba mucho el “Pink Gun”, esa pistola rosada que, al pronunciar la palabra en inglés, fonéticamente resulta ser una mala palabra en español. No le aportaba nada al programa. Por suerte lo eliminaste.

No, aún lo tengo.

Pero ya no lo usas prácticamente.

Se trata de un recurso más. En la tienda online que tiene el programa, donde vendemos gorras, jarras y pulóveres, hay uno que dice “Pin Gon pa’ to’ el mundo”. Pero sí recuerdo que una vez conversando me dijiste: “Alex, suaviza lo del Pink Gun”.

Hace unos meses tuviste un problema con el reguetonero Yomil. Yo sé que tu abogado te tiene prohibido hacer determinado tipo de declaraciones sobre el tema, pero hay gente que dice que tú comenzaste a “ponerle el dedo” a Yomil luego de que este se negara a darte declaraciones. ¿Por qué no quisieron Yomil y el Danny darte una entrevista cuando llegaron a Miami, si tu programa era, como se dice, “lo más pegao”?

Ese problema venía de antes. Cuando yo trabajaba en Paparazzi TV, un grupo de nosotros organizó un viaje a La Habana para hacer entrevistas a varios artistas, entre los cuales estaban Yomil y el Danny. Coincidió con el suceso conocido de la trifulca entre ellos y Los 4, y por eso Danny fue encausado, así que esa entrevista no se dio. La entrevista estaba pautada, pero no pudimos hacerla por ese motivo. Cuando ellos llegan a Miami, pautan otra entrevista, pero de momento la cancelan. Luego, yo comencé a hablar de otras cosas, cosas que no inventé. En las redes están los videos grabados por ellos mismos. Palabras de Yomil acusando a otros artistas, y las respuestas de ellos ante las acusaciones de Chocolate Mc, por ejemplo, que dio detalles específicos sobre esa causa y otra por la cual ellos tuvieron que responder ante la justicia. Yo no me inventé nada; solo repliqué lo que ya estaba en las redes. No creo que haya algo personal por lo cual no me hayan querido dar la entrevista. No la dieron y punto.

Uno como periodista es como una esponja. Yo he escuchado decir que Otaola siempre tiene que tener alguien a quién “meterle el dedo”. Que necesitas una “diana”, un chivo expiatorio; alguien con el cual “tomarla”. Ya hablaremos sobre eso más adelante, pero quería señalarte ahora que lo recuerdo, que hubo dos entrevistados tuyos que luego de darte una entrevista tú hablaste sobre ellos en tu programa. Y cuando menciono la palabra “hablaste” espero entiendas qué es lo que la gente dice. Voy al grano: la gente dice que tú usaste a Paulo FG y a Gente de Zona. Y hay quien tiene temor o recelos de darte una entrevista por eso.

Para nada. Ese no soy yo. No soy tan malo. Mira, yo no tengo planificado que un artista me dé una entrevista y después suceda algo sobre lo cual yo tenga que hablar; y mucho menos planifico una estrategia para “acabar” con él.

¿Tú sientes que “acabas” con la gente?

¡No! ¡Pero eso es lo que dice la gente! ¡Lo que se maneja! ¡Pero yo no lo planifico! Cuando pasó lo de Gente de Zona, yo tenía las mejores relaciones con ellos. De hecho, fui el primero al que Alexander le abrió las puertas de la casa nueva que se compró. A mí, al programa. Luego de eso los entrevisté en el Marlins Park, y después vino el concierto en La Habana con Laura Pausini donde ellos saludaron a Miguel Díaz-Canel y lo reconocieron como el Presidente cubano. Yo no organicé ese orden de cosas. A lo mejor, si hubiese sucedido el concierto primero, ellos no me hubiesen dado ninguna entrevista porque yo evidentemente iba a decir lo que dije.

Ese día te atacaron duro en las redes. Creo que ha sido la vez que más ataques has enfrentado de los internautas. Ofensas personales, ataques homófobos…

Pero cuando Chocolate estuvo en el estudio, y se paró y se fue, también. Casi desde el mismo inicio de ¡Hola! Ota-Ola yo he recibido ataques. Con Yomil me atacaron. Con Gente de Zona también.

¿Te preocupa que te ataquen, o esas ofensas las apartas a un lado?

A mí me gusta que me ataquen. Si lo que van a hacer es atacar, que ataquen. Eso me gusta. Conmigo ¡hay que joderse!

Pero en casos así, ¿no sería mejor callar, dejar que las cosas se calmen, o tú eres de los que prefiere “morir por la boca”?

Yo no me tengo que quedar callado. Las amistades no condicionan mi trabajo. Mira, cuando lo de Gente de Zona sucedió, lo primero que hice fue escribirle a su mánager. No contestaron. Les escribí más tarde para decirles que hablaría sobre el tema. Pedí declaraciones. Nunca contestaron. Con mis amigos tengo determinadas concesiones (sonríe) en casos similares. Insisto. Intento comunicarme con ellos, pero mi compromiso es con la gente. Con los que ven mi programa. Con el pueblo. Valoro que los fanáticos defiendan a sus artistas, pero mi compromiso, repito, es con la gente que ve el show. Con esos cuatro mil “televidentes” que a diario, como norma, ven mi programa. Ellos son mi compromiso, y yo no me puedo quedar callado, o meter una finta.

¿Te gusta, digamos, “sentir presión”?

Si la gente tiene un criterio que lo exprese. El objetivo del programa es ese: remover, y cuando la gente ataca se remueve. Se crean estados de opinión. Hay quien se ofende y dice: “Este programa no lo veo más” o “A este m… no lo veo más”, pero a la semana están ahí de nuevo. Todo eso es válido.

Algunos creen que para hacer el programa necesitas de alguien. Que sin “alguien”, el programa pierde su ritmo. Que ese es tu estilo. Hemos mencionado ya a tres, pero ahora es Haila la que está en la mirilla.

El programa es eso: ¡Hola! Ota-Ola lo hacen los mismos artistas. Lo hace la gente. Los artistas llegan tarde a los conciertos; doblan las canciones. Algunos tratan mal a la gente porque no se quieren tomar fotos. Si ellos no hicieran eso, y más, yo no tuviera qué decir de los artistas. Todos los canales, muchos programas comentan la cara bonita de los artistas: el disco nuevo, la canción tal. Mi programa es de eso, pero también de lo que nadie dice.

Los artistas a veces pactan estrategias. ¿Tú no tienes una estrategia ahora con Il Divo de Placetas? Porque yo recuerdo que una de las pocas veces que tú y yo nos hemos acalorado hablando fue cuando lo del famoso beso de Eduardo Antonio a Anaisa, y toda la partida de sandeces y malos argumentos que usó después Eduardo Antonio para justificarse, y tú lo defendiste fuertemente. Pero ahora te veo buscándole la lengua.

Yo no estoy para justificar lo que la gente haga. Lo siento. No es mi trabajo. Mi trabajo es decir, comentar, hacer. Y lo hago con la misma pasión y el mismo apego profesional, ya sea un amigo o no.

Yo me meto hasta con mis sponsors, cuando sucede algo.

Y es cierto: hace unos meses se dio una situación en el aeropuerto de Miami con la agencia de viajes Gulfstream, uno de los patrocinadores del show, y el conductor lejos de adoptar la estrategia del sordomudo, cuando muchos esperaban y especulaban con que Otaola doblaría la esquina, emplazó a la agencia en el programa.

Personas como tú y como yo, que vivimos de la sátira, la risa, el humor, “el chucho” tan cubano; hasta de poner en boca de otras personas frases que no dijeron; personas que estamos “encima del suceso” y de lo “trending”, tenemos que mantenernos apegados a la profesionalidad. ¿Con quién o quiénes se compromete Otaola para no hacer “trizas” en su programa?

Con nadie. No le puedo prometer eso a nadie.

Disculpa, ¿pero tú sientes que haces trizas a alguien?

Eso depende. Tú le preguntas a Haila y te va a decir que sí; pero yo sencillamente he criticado una cosa que ella no ha sabido defender. Yo puedo decir lo que yo puedo decir de ti, ¡pero defiéndete! Defiende tu punto de vista. Tienes la opción de la réplica. Ella que puede venir a mi programa. Si yo difamo, ¡acúsenme! ¡Ahí están todas las pruebas que necesitan!

Ahí están los programas…

Exacto. Y reafirmándote lo que me preguntabas antes: yo no me puedo comprometer con nadie. No me voy a quedar callado. No lo voy a hacer.

Nadie como tú habla sobre los reguetoneros. Nadie como tú da espacio en su programa a esas nuevas voces, a excepción quizás de la emisora 95.7. Sin embargo, no fuiste invitado al Cubatonazo. ¿Había problemas con el presupuesto del evento? ¿Los productores del mismo quisieron obviar que te lo merecías? ¿Algún artista presionó para que no fueras? ¿Qué opinión te merece esa gente que te pasa por arriba y obvia lo que por derecho propio te pertenece o mereces? ¿Por qué crees que este mundo es tan desagradecido?

Un poco de todo. No había presupuesto, me obviaron y estoy seguro que alguno presionó para que yo no estuviera, porque muchos no iban a sentirse cómodos viéndome allí; preocupados porque yo iba a estar viendo cómo comen, lo que comen, aunque te aclaro: yo no estoy en eso las 24 horas del día.

¿Y no sientes que fueron desagradecidos contigo?

Están en su derecho de invitarme o no. Aunque invitarme a un lugar es todo un compromiso porque generalmente no tengo ganas de ir a ninguno de esos eventos. Si estás diez minutos y te vas antes de que cante tal artista es malo; y quedarme hasta el final es malo para mí.

Has sido pionero e impulsor de un fenómeno que cada vez cobra más auge y gana adeptos en las redes: los llamados Facebook Lives. Ahorita mencionabas una cifra que es cierta: cada emisión tuya tiene como norma 4000 live viewers conectados. ¿A qué achacas el hecho de que otros que han seguido tu camino, incluso con más años que tú en los medios, no han podido siquiera pasar de manera estable sobre los 400 live viewers? ¿Es un problema de contenido, o de códigos a la hora de enfrentarse a la cámara?

Moynelo es un ejemplo.

Pero hay otros.

Sí, Moynelo no es el único. Yo creo que no se adaptan. Ellos quieren seguir desde su zona de confort, haciendo lo que saben hacer, o lo que les ha funcionado en la televisión. Pero tienen que cambiar, oxigenarse. Tienen que reinventarse. No puedes hacer el mismo programa de la TV en Internet. Hay otros códigos, otro ritmo, temas; tiene su punto, y tienes que conocer la gente que te está viendo. Tienes que mirar el programa, y ver con qué temas hizo un pico en la audiencia. Hay que ver, combinar, estudiar.

¿Tú estudias los programas?

¡Claro! Leo todos los comentarios. Repaso el programa, veo lo que salió bien, lo que salió mal. ¡Todos los días!

Tu programa, ya lo decía, es dueño absoluto de la audiencia. Comenzó a hacerse con una cámara GoPro y un micrófono en un cuartico en el Diario de las Américas. Ahora tiene más recursos, quizás tres cámaras más, pero en un local igual de chiquito. Los colegas del gremio no cesan de hablar de tu programa; y créeme, algunos hablan con ojeriza. ¿Crees que es por el contenido de tu programa o porque has demostrado que con pocos recursos se puede hacer mejor de lo que muchos de ellos lo hacen?

Esto es un fenómeno. Todos estamos aprendiendo. Vivimos un momento de cambio en el concepto del entretenimiento. Es peligroso para todos. No solo para los que estamos frente a las cámaras; los técnicos, los productores. Para hacer un programa como este, de dos horas, en la televisión se necesitan 16, 20, 30 productores. Varios camarógrafos. Uno para que lleve los papeles y otro para que los traiga. Son 80 personas. Y yo lo hago con apenas tres. Eso molesta y preocupa.

Dos de esas personas las conocemos: Sandy y Yoanis. Conocimos a Diego y a Javier, que ya no están contigo; pero, ¿quién es el Milloneta y quién es el Millonario de Brickell? Porque yo sé que son personas reales; personas de carne y hueso.

No te lo puedo decir. Ni quién es el Milloneta ni quién es el Millonario de Brickell. Son gente que me ha apoyado mucho, apostado por mí. No puedo revelarlo. Pero tengo mucho que agradecerles.

Entonces, ¿seguirán en el anonimato? ¿Te han pedido ellos que no reveles su identidad?

No. Soy yo el que no quiero decir quiénes son, porque entonces van a querer contactarlos, y no va, no va.

¿Cuando dices que “van a querer contactarlos” te refieres a gente que ha contactado a tus patrocinadores para “robártelos”?

Muchos han tratado de colarse.

Alex, tu programa, ahorita hablabas de eso, es un riesgo. Al ser tan crítico y usar tanto la burla, ¿no te da miedo que en unas redes tan polarizadas y extremistas te engullan? ¿A qué le tiene miedo Alex Otaola? ¿Tienes miedo perder el público ganado por una metedura de pata? ¿O crees que simplemente ¡Hola! Ota-Ola tendrá un día su final como lógica de la vida?

Tengo una gran responsabilidad y un gran compromiso. Siempre estoy en riesgo de perderlo todo. Me siento en el filo de la navaja todo el tiempo. Porque yo soy de los que me dejo llevar, me meto en el proceso, y confieso que a veces se me va la mano.

¿Sientes que te has equivocado en ocasiones? Que “se te ha ido la mano”.

Me he visto. Quizás no que me he equivocado, pero enfoqué determinado asunto de una manera que no era la más correcta. Siento que pude haberlo hecho distinto, que no debí dejarme llevar tanto. Es peligroso. Mi miedo es defraudar a la gente. No me da miedo que el programa no tenga éxito. Más que eso, mi temor es defraudar. Yo quisiera que durara 50 años, como el show de Don Francisco, pero puede suceder que de aquí a tres meses se acabe.

Si sucediera eso, ¿te sientes seguro de poder comenzar un nuevo proyecto?

Sí, claro. Lo bueno que tienen las redes es que cuando son reales esas personas que te siguen, esos que tú te ganas con tu trabajo, te siguen a dónde quiera que vayas. Son gente que te quiere ver hagas lo que hagas. Porque tienen puntos y gustos afines a tu trabajo. O en común contigo. Y eso no debe perderse. Yo me siento seguro de mi público.

A menudo te he visto defendiendo causas justas; causas nobles que, te lo digo con confianza, ya quisieran muchos periodistas tener el coraje de hacerlo o decirlo. ¿Te sientes un periodista “de un suceso”, un comunicador simplemente, o un comunicador de la verdad?

No soy periodista. Respeto mucho a los periodistas y respeto mucho esa profesión. El periodismo es un poder. Un periodista bueno tiene para mí la misma altura que un político. Yo soy un comunicador. Un “entertainer”, pero trato siempre de decir la verdad y ser consecuente con lo que pienso. No me perdonaría nunca traicionarme. Tener que decir algo que no quiero por quedar bien con alguien. Eso no me interesa. Cuando tenga que hacer eso me paro y me voy. A mí me gusta poder sentarme y mirar a la cámara tranquilo, con la conciencia limpia de que lo que estoy diciendo es lo que pienso. Eso le llega a la gente. La gente capta la verdad y la esencia de lo que uno quiere decir incluso cuando la palabra usada esté ligeramente fuera de tono. Eso es lo que me interesa, y lo que quiero mantener.

En una ciudad como Miami, con un público tan politizado y polarizado, te he visto criticar la politiquería y a los políticos de un lado y del otro; a los de aquí y a los de La Habana. ¿Te molesta la política o la politiquería?

Yo no tengo tendencias políticas. No soy republicano, ni demócrata, ni independiente, ni de centro izquierda ni de centro derecha. Comparto determinadas plataformas políticas, pero eso no me hace de uno o de otro. Sigo lo que creo. Sigo lo que siento que es lo correcto, incluso cuando esté equivocado. O no. Si la porquería es aquí, digamos el triste caso del puente de la FIU, yo tengo que hablar de eso. Tengo que decirlo porque vivo en Miami. Este es mi país, mi ciudad, mi casa. Tengo que hablar de la bandera de La Pequeña Habana; tengo que criticar la barbaridad de dinero que se gastaron en un baño en el Parque del Dominó. Yo tengo que criticar eso, porque todo eso se pagó con mi dinero, con los taxes que pago al gobierno. Critico a los políticos porque a ellos los escogieron para representar al pueblo, y a los politiqueros que mienten para que voten por ellos, o los que se aparecen el día de votar. Al mismo tiempo creo que la manera de cambiar eso es diciéndolo. Denunciándolos. Sean de dónde sean.

Llegado el final de la entrevista, no quiero marcharme sin hacerte una pregunta que siempre resulta la más difícil de responder: ¿Quién es Alex Otaola?

¡Por Dios, Siro! ¡Odio esa pregunta! ¡Qué fuerte! Siempre odié que me preguntaran eso. Y cuando iba a buscar trabajo y el entrevistador me preguntaba eso… ¡lo odiaba! Eso para mí, responderlo es horrible porque yo sé quién yo soy, pero no sé explicarlo. Soy normal. La gente me supone un descuartizador, un venenoso las veinticuatro horas… ¡No! Muchas personas me han dicho que no se me han acercado porque yo soy peligroso. ¡No soy así! Yo tengo un personaje frente a las cámaras de un tipo satírico, mordaz, irreverente, transgresor, complicado, jodedor, venenoso. Tengo ese personaje y tengo mucho de eso (sonríe) y todo eso sale de mí y se proyecta frente a las cámaras, pero no lo tengo encima todo el día. Soy normal. Me gusta equivocarme y poder reconocer que me equivoqué. Me gusta no equivocarme y decirle a los demás que estaban comiendo mierda y que deberían ponerse para las cosas. Soy perfeccionista. Me gusta que las cosas salgan como lo imagino. Cuando las personas me preguntan ¿cómo vamos a hacerlo? Yo digo: “Tranquilos, que ya yo lo vi”. Y si ya lo vi, yo sé hacerlo.

Ahora que mencionas “las frases”, ¿el “¡Hay que joderse!” es tuyo?

¡Claro! “¡Hay que joderse!” es mío. No es una frase surgida en el programa. Es una frase que ya he utilizado con anterioridad.

¿Y “A la Masamba”?

No, esa no es mía. Esa es del argot “repartero”. El “Pero pero pero pero” es mío. Se me ocurren muchas cosas así, locas. “¡Hay que joderse!” es el eslogan del programa. Es la esencia del programa. Aunque no quieran que salgamos, salimos. Aunque no quieran que hablemos, hablamos. Aunque no quieras que te “toquemos”, te tocamos. ¡Hay que joderse!

Tomado de Hypermedia Magazine,

https://www.hypermediamagazine.com/entrevistas/alexander-otaola-a-mi-lo-que-me-gusta-es-que-me-ataquen/

Jazz Plaza 2019: Una fiesta innombrable

Jazz Plaza 2019: Una fiesta innombrable

Con el concierto del pianista cubano Roberto Fonseca en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional, concluyó de manera oficial la 34 edición del Festival Internacional Jazz Plaza 2019. Para quienes hemos seguido el desarrollo de este evento desde sus comienzos allá por 1980 cuando surgió en la instalación ubicada en la esquina de Calzada y 8, Vedado, gracias a la iniciativa de Bobby Carcassés y de Armando Rojas, la recién cerrada emisión ha sido si no la mejor, al menos una de las de mayores aciertos durante los 39 años de vida del encuentro de los jazzistas cubanos.

Después de 34 ediciones, en la actualidad el Jazz Plaza se consolida como un evento de gran prestigio a escala internacional y como  una evidencia del movimiento jazzístico que entre los músicos de nuestro país, ya sea en Cuba o en la diáspora,  se proyecta por defender un sonido legítimo y revolucionario que ya trasciende las fronteras de lo que se conoce como jazz afrocubano.

Sucede que como se pudo comprobar a lo largo de las jornadas transcurridas entre el 14 y el 20 de enero de 2019, el jazz hecho hoy por nuestros compatriotas apuesta por la mixtura de estilos y géneros, como parte del proceso de hibridación que en el presente vive toda una zona de la música cubana.

Durante una semana, la capital cubana y la oriental provincia de Santiago de Cuba fueron testigos de la diversidad de propuestas jazzísticas llegadas hasta aquí de la mano de más de 100 músicos foráneos procedentes de países como Estados Unidos, España, Argentina, Italia, Colombia, Uruguay, Brasil, Alemania, Noruega, Austria, Canadá, Ecuador, Australia, Gran Bretaña, Israel, Suecia, Puerto Rico, Mali y Bélgica. Al grupo de visitantes se añadió una destacada lista de instrumentistas residentes en Cuba y una nutrida representación de compatriotas que en la actualidad radican en disímiles puntos de la geografía internacional, pero que mantienen vivos sus lazos con la tierra que les vio nacer y donde se formaron como músicos.

Figuras como los bateristas Dave Weckl, Dennis Chambers y David Viñolas, el bajista Jeff Berlin, el tecladista David Sancious, el guitarrista Oz Noy, el flautista Néstor Torres, los pianistas Arturo O´Farrill, Jordi Sabatés y Adrián Iaies (este último, también director del festival de jazz de Buenos Aires), el guitarrista y tresero Benjamin Lapidus, las cantantes Joss Stone, Emma Pask y Patricia Kraus (hija del famoso tenor), el saxofonista Víctor Goines, la guitarrista Leny Stern, y la Preservation Hall Jazz Band son nombres de primera plana en el universo jazzístico mundial y que, por separado cada uno de ellos, funcionan a manera de cabezas de festivales en cualquier rincón del planeta.

No está demás acotar que muy pocos eventos de jazz en Europa, Canadá  o Estados Unidos se pueden dar el lujo de programar a la vez tantos escenarios simultáneos, durante la cantidad de días que duró el Jazz Plaza 2019 y además con una nómina de participantes tan sobresaliente y que, bueno es decirlo, intervienen en el evento por amor al arte y en este caso no se trata de una metáfora sino de la más exacta realidad pues no reciben remuneración alguna por tocar.

Como parte del programa de actividades del 34 Festival Jazz Plaza 2019, sesionó también  el Coloquio Internacional Leonardo Acosta in Memoriam, encuentro teórico devenido en eco del acontecer jazzístico en la isla y que ha tenido a la musicóloga Neris González Bello como organizadora y alma impulsora del acompañamiento reflexivo de la fiesta del jazz entre nosotros.

Homenajes a las casas discográficas EGREM, Colibrí y Bis Music por el quehacer de cada una en la producción de fonogramas cubanos de jazz, presentación de nuevos CDs y DVDs, clases magistrales y tributo a personalidades como Benny Moré y Niño Rivera o a las orquestas Aragón y Los Van Van, fueron algunas de las actividades llevadas a cabo en el Coloquio y que una vez más sirvió para promover el intercambio académico, visibilizar la escena jazzística cubana desde múltiples perspectivas y resaltar los aportes que a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI nuestra gente ha hecho con sus obras en pro del desarrollo del género en, desde y fuera de nuestro país.

En la reciente edición del Jazz Plaza, un mérito especial del coloquio fue que también llegó a la provincia de Santiago de Cuba (algo inédito hasta este año), donde los espacios de debate se caracterizaron por conferencias magistrales sobre el desempeño de los jóvenes en el género, presentaciones de libros y revistas, así como disertaciones en relación con la siempre cambiante industria musical.

Por supuesto que el Jazz Plaza no es perfecto y todavía quedan cosas pendientes por resolver para que el festival esté acorde con las potencialidades que posee. Entre los aspectos que resultan más negativos mencionaría la inapropiada promoción que previo al evento circula por Internet y que incluso, llega al disparate de anunciar a figuras que se sabe no intervendrán en el certamen por tener en las mismas fechas otros compromisos. Tal fue el caso de cuñas promocionales que en esta ocasión aparecieron en distintos sitios cubanos en el ciberespacio y donde vendían a Chucho Valdés como figura central del Jazz Plaza 2019, cuando se conocía que él no participaría. Ello es una acción irrespetuosa, tanto para el posible público interesado como para el propio artista.

Por otra parte, personalmente conocí de músicos que deseaban venir y que no pudieron hacerlo porque las invitaciones formales que debían recibir no llegaron a tiempo para gestionar patrocinadores que les permitieran costear los gastos para viajar a Cuba e intervenir en el festival. Ello es señal de que todavía hay que ajustar determinados mecanismos organizativos para que algo así no ocurra.

Igualmente, aún no se ha conseguido la apropiada y necesaria articulación de nuestro movimiento jazzístico con otros entornos, en especial los del área caribeña. En ese sentido, sé que los organizadores del Jazz Plaza (en particular Roberto Fonseca) sueñan con la existencia de todo un circuito de festivales de Jazz en el Caribe, a la usanza de lo que acontece en Europa durante el verano, en el que se incluyan eventos del género como los de República Dominicana, Isla Margarita, Cancún, Panamá, el nuestro…, y que contribuiría al crecimiento del turismo especializado en la zona.

Por lo pronto y mientras un sueño así se llega a concretar, los organizadores del Jazz Plaza deberían comenzar a trabajar temprano en la preparación del encuentro correspondiente a 2020, pues en esa 35 emisión se celebran los 40 años de que esta fiesta innombrable de los jazzistas cubanos y de los amantes del género entre nosotros echara a andar en el modesto teatro de la Casa de Cultura de Calzada y 8 en el Vedado. Por lo mucho y bueno que de entonces a acá nos ha regalado este festival, se merece que al arribar a sus cuatro décadas de existencia, el cumpleaños lo festejemos por todo lo alto. Digo yo.

Gracias, blog Miradas Desde Adentro

Gracias, blog Miradas Desde Adentro

En tiempos en que la memoria, por alguna razón, constantemente nos transmite señales de que parece estar a punto de hacerse trizas, hemos soñado con defender desde el ciberespacio una concepción en la que la cultura cubana es vista sin un enfoque excluyente sino todo lo contrario. A fin de cuentas, siempre es más lo que nos une que lo que nos separa.

Así pues, sobradas son las razones para despedir el 2018 satisfechos con lo que hemos hecho en el blog Miradas Desde Adentro, en nuestra página de Facebook y en el canal de YouTube. Proyectos como este lo enriquecen a uno espiritualmente y proporcionan la energía necesaria para seguir adelante mientras la buena suerte nos acompañe. Por ello, a quienes de una u otra forma han colaborado con la idea (en especial, a las personas entrevistadas) o a los que sólo se vinculan con nosotros desde la condición de visitantes de nuestros sitios en la red, en nombre del equipo conformado por Leticia Haydeé, Carlos Chao y Joaquín Borges-Triana, de corazón ¡gracias! Y ojalá tengan un próspero y afortunado 2019.

Como que estos son días de fiesta y pachanga y no queremos interferir  de ningún modo  en las celebraciones de nadie con nuestras propuestas, nos tomamos unas pequeñas vacaciones para retornar en enero con nuevos bríos. Y recuerda, si puedes visita y promueve entre tus contactos los siguientes espacios en la red de redes:

Sitio en WordPress con artículos.

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Agradecido como un perro (al decir de Rafael Alcides), mucha suerte y sanos humos o buenos alcoholes según sea tu gusto.

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