Quienes están al tanto de los estudios sobre música cubana en las últimas décadas, saben que el desaparecido musicólogo Danilo Orozco resulta un nombre de obligatoria consulta a la hora de acudir a investigaciones de perfil académico en la materia. Tuve el privilegio de ser su amigo e incluso, llegué a viajar al exterior con él en una visita que hicimos a República Dominicana para participar en un congreso acerca de música hecha en el Caribe. A propósito de recientes discusiones que se han originado en el ámbito artístico literario en Cuba en relación con el Decreto Ley 349, me he reencontrado con un artículo de Danilo publicado en La Gaceta correspondiente a septiembre-octubre de 2013 y que parece escrito para los días que corren. Léanlo con suma atención y saquen sus propias conclusiones.
Padriiino, quítame esa sal de encima…
Por Danilo Orozco
- La sociedad cubana actual evidencia una preocupación generalizada acerca de determinados comportamientos en la juventud, 0 asociados a los usos diversos que hacen de la música (en sus variados géneros y escenarios), a sus hábitos, a su accionar en la vida de los barrios, y su vínculo con los conflictos internos de nuestra sociedad.
De otra parte, se generan inquietudes y tensiones cuando, de cierta forma, se producen restricciones, normativas, documentos o medidas directrices por parte de las instituciones y la sociedad, que de alguna manera, en el rejuego de las interpretaciones, pueden conducir a cualquier estado imprevisto de cercenamiento creativo o participativo, que a la larga venga a empeorar las cosas.
Algunos de tales problemas no son privativos de nuestro medio, se pueden detectar en otros países y contextos, aunque de manera diversa, y con un alcance que depende de donde se manifieste -y de qué modo- el problema en cuestión. Tratándose de Cuba durante los años de revolución, y considerando algunos de sus sonados logros, pero también de sus desaciertos y encontronazos, es lógico que se incrementen las expectativas, aún más en el área de la creación musical, su uso, consumo, difusión y trascendencia social.
- Es indiscutible que la presión externa sobre nuestra Isla, el sostenido y severo bloqueo económico y financiero (hasta con terceros países), y sus derivaciones, han hecho mucho daño al país y sus planes de desarrollo social. Por otro lado, se hallan no pocos errores internos, algunos de ellos garrafales y evitables. No se trata de errores que se remedian o justifican como si se corrigiera con goma de borrar una falta ortográfica -como alguien ha dicho-, sino que han costado muy caro y han dejado igualmente muy graves consecuencias y secuelas irremediables en la sociedad cubana, durante todos estos años.
Si los mecanismos y procederes que facilitan tales tipos de errores se han cometido en el campo económico, agrícola, alimenticio, incluso de la salud -a pesar de sus notables logros-, no será difícil suponer cuáles han podido y pueden llegar a ser las consecuencias en el campo de la cultura, del arte y de la música, por las complejidades de esas esferas, donde tanto priman las subjetividades, la diversidad de criterios, los cambios abruptos o bandazos sin más ni más, las decisiones festinadas, y así sucesivamente. En este sentido, se pueden registrar también muy fatales consecuencias contra el bienestar y plenitud espiritual de nuestra sociedad.
- No creo que la preocupación principal estribe en cuestionar lo que se haga por proteger la niñez o la juventud, en el sentido de propiciarles plenitud de vida hasta lo humanamente posible. Me parece que todos entendemos que la sociedad puede necesitar de ciertas normas de vida, y también que cada edad, cada momento y etapa de la vida genera sus propias demandas y características, que no se deben soslayar o ignorar so pena de pagar precios muy altos. Por eso no son desechables ciertas normativas, y no necesariamente se ocasiona una situación dictatorial o algo por el estilo -como pudiera alguien suponer- cuando se aplican determinadas normas sociales. Poco se habla, o no lo suficiente, acerca del descuido que durante mucho tiempo se ha tenido en el cuidado y unidad-autoridad de la familia en el seno de la comunidad. Cuando se ha venido a despertar sobre eso, hemos tenido instalados unos cuantos problemas en el comportamiento de muchos jóvenes, fácilmente observables en sus actitudes en las escuelas y en la calle. El problema radica en que los señalamientos que se hacen al respecto no surten el efecto que se pretende, al no tenerse en cuenta que tales comportamientos pueden revelar todo tipo de conglomerado social, de familia, de amistades, y otros con connotaciones profundamente asentadas en esos mismos niños y jóvenes, de acuerdo con su pertenencia a los distintos grupos sociales.
En términos generales, no existe en Cuba un comportamiento social uniforme, sino una especie de contraste que puede ser resultado de barrios de élite, de barrios marginales y de todo tipo de ambiente donde se refleja el imaginario social. Abundan los compartimentos estancos, uno al lado del otro, como que en una casa puede haber un súper «vicioso a la trova», y en la otra casa un reguetonero, etc. De la misma forma, en jóvenes iguales pueden presentarse expresiones diversas, ambas perfectamente válidas y compatibles, pues lo uno no es aberración de lo otro, sino que es perfectamente posible la comunión de una cosa con la otra aunque no tengan nada que ver. El problema no se limita a criticar lo que el joven usa o prefiere, sus hábitos, sus gustos e inquietudes, o cuando detectamos ciertos comportamientos sociales en el uso de una u otra música achacar la culpa al tipo o género de música, sino estar atentos al uso específico que se hace de ella.
Sin embargo, no tomemos rábanos por las hojas. Nada de lo dicho justifica la promulgación de ciertas medidas, directrices y prohibiciones, relativas a la creación y el consumo de productos culturales y artísticos, que, en virtud de criterios específicos, castren o cercenen la plenitud o disfrute de bienes culturales y espirituales, incluyendo la recreación y los momentos de exorcismos corporales como ciertos climax en la música tradicional bailable o en los «tembleques» de la timba o, por supuesto, en los perreos sexualizados del reguetón; de cuya sexualización como manera expresiva, respecto a la época en que vivimos, mucho se puede hablar sin que necesariamente se caiga en un asunto pornográfico o denigrante, como no lo son tampoco algunos movimientos y gestos que simbolizan el apareamiento sexual en no pocos bailes tradicionales cubanos y caribeños. En cuanto a las letras usadas, dependen del contexto, la intención, el uso y la coyuntura existente en tal o cual momento o etapa, como también se puede demostrar en músicas, letras y bailes de otros períodos históricos. No puede olvidarse cómo el cronista Serafín Ramírez, en pleno siglo xix, refería lo que él denominaba «negrada» y epítetos similares respecto al hoy ingenuo y sacrosanto danzón; o cómo en el periódico El Regañón se reseñaba acerca de la denominada «rufiandad canallesca» de un sinnúmero de guarachas de esa etapa -hoy asimiladas y decantadas como absolutamente pintorescas e ingenuas-, entre otros ejemplos.
- Todavía se están pagando caro los excesos cometidos en el ya ampliamente reconocido Quinquenio Gris de los años 70, que para no pocos se ha extendido mucho más allá de tal Quinquenio. Los músicos e intelectuales cubanos hemos tenido que sufrir los embates que desde antes y durante dicho Quinquenio se hicieron con la denominada «parametración» (o medición de supuestas condiciones para ser aptos) de numerosos artistas e intelectuales, ya fuese por manifestar determinada afinidad sexual, tener tal o cual apariencia e incluso por hablar «duro» acerca de ciertos hechos críticos de esa etapa. Tales dislates y procederes costaron mucho a muchas personas, pues no fue tan corto tiempo como se piensa, sino lo suficiente para dejar profundas secuelas, al punto de que hoy día aún se detectan huellas de tales situaciones.
Los precios pagados a veces fueron la prisión (que podía originarse por algo tan irracional y absurdo como un supuesto diversionismo ideológico en una persona que era realmente un fanático de la ópera y de su promoción intensa en círculos de amigos), y todas las secuelas derivadas, enfermedades adquiridas o reforzadas (cual lo vi en amigos), traumas sicológicos de por vida, etc. Obviamente, como ya he referido, no creo que estos puedan considerarse errores simples que se borren o subsanen de un plumazo, o como coser y cantar.
- Caso aparte sucedió, para traer otro buen ejemplo de tales procederes, con la música de Los Beatles años atrás. No hubo una ley ni nada explícito que restringiera el uso y consumo de esta música, sino que ciertas directrices «fantasmas» pero reales llegaron a las direcciones de radio y televisión, para hacer desparecer a los cuatro de Liverpool y otros más. Estas medidas las padecieron incluso figuras célebres de nuestra sociedad y, de otro lado, quien aquí escribe fue uno de los que más enfrentó los avatares de tales medidas, sobre todo cuando tuve el arrojo de hacer un ciclo y una gira nacional (junto a un colega compositor), que incluía conferencias y debates acerca de la importancia del tercer mundo en el quehacer musical de Los Beatles, desde diversos puntos de vista. A lo que se sumaron mis investigaciones y debates sobre otras músicas y su interacción con la música nacional, o estudios (llevados igualmente a debates) sobre importantes tendencias internacionales; todo ello, en una actividad permanente pero plagada de impedimentos, trabas y hasta amenazas de toda clase, no obstante, se accionaba aún con logros por el esfuerzo supremo de los protagonistas y de sectores culturales y estudiantiles de apoyo.
Otros muchos incidentes similares sucedieron durante varios años, respecto a la difusión del rock e incluso del jazz, cuando ciertos círculos, no por minoritarios menos poderosos, consideraron que todo aquello eran «rezagos imperialistas». Si este estado de cosas no progresó hacia algo peor, solo se debió a la sólida, firme y honesta postura de un grupo de creadores, artistas e intelectuales y a la postura favorable y abierta de algunas autoridades (si bien no muy abundantes, al menos con determinada autoridad y prestigio).
Después de muchos años, esta tensa situación se fue diluyendo y mejorando gradualmente, siempre a no poco costo, y en lo que a Los Beatles respecta, en medio de vaivenes de toda clase. Un buen día, determinado sector se puso de acuerdo con las autoridades para poner una escultura de Lennon en pleno corazón de La Habana, a cuyo develamiento invitaron incluso al presidente de la nación (escultura realizada antes de que la tuvieran importantes figuras del patio, lo que muchos consideraron un clásico bandazo). Lo más triste y raro es que nunca se dio una explicación de los hechos acaecidos hasta entonces y que se extendieron bastante tiempo, ni excusas a todos los que fuimos afectados, y mucho menos se asumió la responsabilidad debida, por parte de los gestores de aquellas medidas.
- Alrededor de estas problemáticas se hacen imprescindibles otras precisiones relacionadas con importantes hechos históricos que han dejado sus huellas indelebles en la cultura y la sociedad (y deben quedar definitivamente zanjados). Las más diversas tradiciones de la música y la cultura nuestras son expresiones sobre todo del ingenioso doble sentido y la gracia picaresca del cubano. Por ejemplo, aconteceres, festejos y músicas donde prima el lenguaje aparentemente soez, burlesco-grotesco y hasta agresivo, con toda su carga y fuerza, funcionando en uno u otro rol que se trate, realidad que se constata hasta en los tiempos de nuestras guerras de independencia.
Algunos combatientes independentistas cubanos (conocidos en la historia como mambises) utilizaban cantos muy fuertes para diversión propia de la tropa y de paso desestabilizar al enemigo (1) (por ejemplo, «la p… de tu madre y la mía no, corinambó, corinambó»; u otro más simbólico que aludía a una imaginaria serpentina -que simboliza la serpiente del ritual africano, pero que a su vez servía para hacer gestos fálicos lascivos a la hora de fastidiar y divertirse en grupo).
Pero no se piense que esto se justificaba solo por el contexto de guerra de la época, ya que podemos encontrarnos piezas populares muy posteriores donde, en una u otra circunstancia, se aplica toda clase de epítetos en una serie de incidencias. Un ejemplo sorprendente y poco conocido procede nada menos que de uno de los considerados sacrosantos canónicos de la música popular cubana de todos los tiempos, nada menos que don Miguel Matamoros, como se observa en una contundente guarachona de 1942, performada no en el trío ni el sexteto sino en su conjunto (interesante en su formato). Su objetivo era divertirse a costa de cualidades y comportamientos pueriles de una novia o una amante, lo que hoy en día se tomaría como ataque a la mujer (muy curioso, porque esa pieza precisamente fue co-creada por una de las esposas de Matamoros, quien con eso se ronchaba o burlaba de sí misma y también participaba en las voces). Tal pareciera que los vocablos que se aplican en esa pieza provienen aparentemente de los timberos modernos (el texto dice: «mamarrachá, mamarra-chá» -con acento en la vocal para subrayar la rima-, «era mi novia la muy salá»; luego, durante las descargas instrumentales, salían voces y gritos como «salá, mamarrachá, paluchera», etc.). En esta misma grabación del conjunto matamorino, participan otros sacrosantos como Carlos Embale, Lorenzo Hierrezuelo, Compay Segundo y hasta el supercanon Benny Moré, que entonces comenzaban sus trayectorias. Por cierto, se trata de una muestra que relaciona los tópicos antes referidos, pues cada una de esas hoy importantes voces de la música cubana procedía de barrios problemáticos célebres (a veces semirrurales) ya de Santiago de Cuba, del centro del país o de La Habana.
Por supuesto que esta clase de pieza siempre debía enfrentar la crítica y la censura de una implacable comisión de moral de aquellas etapas, y era interpretada o no según las circunstancias del contexto y de lo que acontecía. Don Miguel ha dejado testimonio (en cintas privadas) de cómo se divertían entre amigos, añadiendo toda clase de palabrejas y epítetos incluso en piezas superestablecidas como «El que siembra su maíz» (cuyas partes «fuertes» no eran grabadas por estrategia personal pícara, aunque sí las consumían en determinados festejos de barrios y círculos de amigos).
Hay otra grabación impresionante, tan lejana como 1918, que recogió el registro de la Víctor en el Hotel Inglaterra de La Habana, donde nada menos que los excelsos María Teresa Vera y Manuel Corona hacen otra de esas guarachonas híbridas, imprimiéndole una especie de aire rufianesco, al narrar en su letra acerca de una mujer bandolera a la que se quiere mucho. Y ni hablar de lo que encontramos en ciertas piezas de un Arsenio Rodríguez, otro canon, también sometido a la implacable censura de la época.
Claro está, en cada caso se mantenía igualmente el repertorio más lírico-trovadoresco o los grandes bailables estándar, de acuerdo con el contexto donde tenía lugar la actuación. Si de otro lado vamos a los momentos rufianescos de las comparsas o congas santiagueras (de cualquier época, incluso actual), entonces tendremos el paroxismo (por ejemplo, «cógele el casimbo al guardia, eh, eh…»; «hasta los niños… hacen, y si no haces te hacen»). Aquí utilizo eufemísticamente palabras sustitutas por las que realmente se dicen en esos estribillos, con absoluto desenfado y desparpajo malandroso, en plena calle y entre cientos de miles de personas. Por supuesto, toda esta clase de repertorio popular puede encontrar sus homólogos en otras culturas, pero funcionaría y se justificaría, según la demanda de cada contexto, aunque la sana (digamos) agudeza rufianesca y desacralizadora del ámbito cubano adquiere muy notoria especificidad.
- Numerosas canciones y las maneras de hacer música popular sobre todo en los estratos de ciertos barrios, más que reflejo de esto o lo otro, son parte de un modo de vida, de un proceso que entrelaza necesidad expresiva, inserción y proyección social, aun sin que el individuo tenga total conciencia de ello. En ese proceso se alimenta la reafirmación o cuestionamiento de ideas, valores, creencias -tanto en más como en menos- y, efectivamente, por lo dicho estos acompañan disímiles circunstancias de vida personal y grupal.
Pero los problemas surgen, precisamente, cuando el que valora de alguna manera violenta pierde el sentido de ese proceso, su necesidad de sedimentación y decantación natural, y junto con eso no hurga en el trasfondo que le dio origen. Entonces se trastocan circunstancias o se introducen, de uno u otro modo, argumentos incompatibles con la misma naturaleza de dicho proceso. En un momento dado esto pudiera parar en restricciones y hasta directrices «de arriba», que, por naturaleza, devienen contraproducentes, como rastro o secuela de una mentalidad mojigata y moralizadora a ultranza (aunque no se reconozca así por los protagonistas).
De manera que no se trata de que uno esgrima la defensa de una libertad abstracta o romántica (como a veces se dice) sino, exactamente, de responder y estar a tono con las citadas realidades, que suceden por muchas cosas que a veces se obvian o no se quieren admitir (incluso en cualquier sociedad y estrato, no solo en la nuestra).
- En ese sentido hay músicas de barrio, o que derivan de ese contexto, que pueden resultar agresivas y hasta grotescas, sin embargo, no puede perderse de vista que cuando sucede, por lo general se trata de una reacción no solo de insuficiente nivel educativo, sino más de una concepción que deriva del medio y modo en que se vive, que en este caso se devuelve como expresión de crudeza o incluso como de fuerte sentido de ironía grotesca, o hasta de burla satírica o cínica. Todo ello, a su vez, por lo general encuentra eco en músicos de cierta habilidad que pudieran proceder del entorno barrial, o reciben indirectamente la influencia de estos elementos (de expresiones de esa ascendencia marginal).
Algunos músicos de esa raíz llegan incluso a ser célebres, en la medida en que entran en los circuitos de difusión y promoción. Sus músicas y sus letras, en la actualidad, tienden a recepcionarse como desagradables por otros tantos receptores, y en tales casos puede convertirse en ruido para muchos miembros de la sociedad, en ocasiones debido a posturas de cierto elitismo mojigato que puede resultar subconsciente (incluso se olvida que existen manifestaciones similares en el medioevo, como lo suscribe Rabelais y lo analiza y estudia el sabio Bajtin), también en la historia de los países más cultos y hasta en los griegos (aun cuando obedecen a otros mecanismos sociales y socioculturales).
Otras veces sucede en verdad que la agresividad y crudeza traspasan cierto límite, o que pueden transgredir la adecuación contextualy la del sector que consume. En esos casos, sencillas normas de uso y difusión consensuadas resolverían cualquier momento crítico en esa dirección, sin necesidad de armar o alimentar seudocrisis con posturas que hasta califican a un sector o tipo de canción como «inteligente», lo que presupone que el resto podría considerarse algo así como «detritus rufianesco», o el formular declaraciones altisonantes que empeoran el momento que fuese.
- Podría preguntarse el porqué de algunas actitudes en los practicantes creadores, en los usuarios consumidores, o sea, la causa de esos comportamientos extremos actuales, si se supone que nuestra sociedad ha dado una formación y educación generalizada, y qué posibilidades reales se tienen a mano.
Esa aparente contradicción se explica, primero, porque la instrucción no es precisamente educación y, de otro lado, porque en nuestra historia social reciente se han dado toda clase de alteraciones de la cotidianidad, así como por el hecho de que aun con el gran esfuerzo de nuestra sociedad, no pocos problemas han escapado de las manos. Asimismo, numerosas familias en ciertos sectores, en circunstancias internas y sociales complejas, han devenido disfuncionales, y ello ha derivado en toda clase de comportamientos agresivos, antisociales, con posible trasmisión a sus
hijos. (2)
Hay que ver lo que se produce desde hace tiempo y actualmente en lo cotidiano de nuestras colas para abordar un ómnibus, o para comprar cualquier producto deficitario o cuando numerosos muchachos salen de las escuelas, sin camisas, desarreglados y en actitudes vandálicas. A veces cuesta a muchas personas y a las autoridades entender que estos causales sociales son la realidad, y se intenta ocultar o buscan mil justificaciones y subterfugios, o se pretende resolver con medidas coercitivas en lugar de dirigir el esfuerzo en una dirección más cercana a la vida cotidiana de los implicados (que no son pocos ni mucho menos).
Es de suponer que este asunto tiene su casi obligada asociación con los usos y preferencias de la música que se consume, con los hábitos de la moda, y se hace más que obvio que ninguna restricción o regulación «de arriba» va a lograr nada sustancial en cuanto a lo intrínseco, si no hay un contacto e intercambio dinámico con el consumidor, y su adecuación a las motivaciones, las edades o las características sicosociales, familiares o de género en otros casos, o a vivencias conjuntas (ajenas al didactismo), que busquen acercamientos a otros horizontes, los cuales, sin obviar los perfiles propios de sujetos y grupos, esbocen una más amplia perspectiva de vida, en consecuencia con renovados valores, necesidades de uso y de consumo.
De otra parte, en todo el espectro social, lo único que pudiera contrarrestar la interrogante de la ley del más fuerte (de lo que se impone a través del monopolio de poder y los medios) no es necesariamente el intento de ser más contrafuerte a ultranza (o sea, por directrices «de arriba») sino algo que se aproxime a lo propuesto, como parte de un trabajo de intercambio de base sicosocial y socio-antropológica, vivencial, en el terreno, a la vez que determinados sectores de la enseñanza y formación pública retomen el papel ahora disminuido, como parte de ese propósito. De ahí la importancia acerca de una labor sólida desde las escuelas, de la preparación de sus docentes, del perfil formador, pero claro, nunca al margen del trabajo de intercambio y sensibilización en la vida de barrio e incluso dentro de la familia.
- No toda norma gubernamental tendría que ser tomada como negativa, sobre todo aquellas encaminadas a dar protección física, de salud, ambiental, así como a la formación, la prevención delincuencial, etc., para expresarlo de manera general, simplificadamente. Sin embargo, como hemos visto, otra cosa muy diferente -y con mayor riesgo- es el caso de la cultura, de las motivaciones e inquietudes de las personas, de los grupos o sectores, de las necesidades expresivas, creativas y de satisfacción espiritual en uno u otro sentido. Aquí, cuando pretendemos ayudar o contribuir a mejorar situaciones, esto no pasa en modo alguno por la acción paternalista ni punitiva (de lo que se pretende enseñar o supuestamente corregir a ultranza) y tal disyuntiva se hace aún más crítica con los jóvenes de cualquier nivel y estirpe social.
La cosa no va por el camino de «Mira, mijito, eso que haces es muy vulgar y grosero» (si es que realmente lo es porque lo dictamine el uso, contexto y función, no se olvide, por favor), «lo bello y sano es esto otro». Tampoco se trata de transmitir por radio un espacio dramatizado, como escuché hace muy poco, en que una madre regañaba a su hija por la escucha de un célebre grupo cubano de rap y reguetón, y además le recomendaba y casi obligaba a consumir tales o más cuales músicas supuestamente «mejoradas» o consagradas por algún canon tradicional o actual. El disparate de ese ejemplo (ahora mismo sonando por la radio como «genial» interpretación de lo que se dice por la prensa hace semanas) es sencillamente espectacular. Y debido a casos como este, muchos temen -no con poca razón- la batida del reguetón e incluso de otras manifestaciones cercanas, a través de una suerte de cruzada fundamentalista con ese objetivo y no del real trabajo socio-antropológico sostenido, de participación e intercambio en la vida de los barrios.
- En esta perspectiva, me muevo a preguntar: ¿cuántos funcionarios, dirigentes y hasta intelectuales de cierto sector se han acercado de verdad al modus vivendis de un barrio marginal, a las necesidades (no solo materiales) y motivaciones de sus moradores, y a sus intrincadas y a veces dramáticas circunstancias? Estamos seguros y sabemos que no muchos se han acercado de ese modo, y qué falta hace, entre otras cosas, para que no se confunda más, por ejemplo, entre el hacer arte como tal (en este caso dentro del ámbito popular) y lo que deviene una necesidad expresiva como modo de vida, y así quizás derivar elementos para una política cultural musical que no se funde en el paternalismo y en «lo de arriba», que no dependa tanto de restricciones sino más de inserciones en la realidad y su dinámica de movimiento y cambio.
Los que hemos vivido en mundos marginales a diario en esa dirección específica, lo sabemos bien. Son insustituibles y medulares experiencias que se obtienen para ese propósito (quien escribe, además, vive en uno de los barrios más especialmente conflictivos de La Habana, por el intenso cruce social y por representar el núcleo duro de la cultura underground del Este de La Habana).
Uno puede encontrar que hasta los más delincuenciales y malandros, con no poca frecuencia, sorprenden por su agudeza natural basada en la vivencia diaria, con independencia de que una u otra acción pueda devenir problemática y hasta delictiva (pero remediable por dentro).
En la etapa de la timba dura de los años 90 ocurrieron cosas muy similares, incluido el culpar a una agrupación bailable porque la letra de tal o cual pieza supuestamente provocaba el desnudarse o cosas de ese tipo. Nunca olvidaré una célebre reunión de trabajo con algunos de los principales dirigentes del país y varios músicos importantes (algunos de muy humilde procedencia), que devino, pese a las tensiones de ese intercambio, algo bastante fructífero. Allí tuve ocasión de mostrar y explicar -en discusión viva- los rasgos de algunas de las músicas históricas en las que se evidencian las problemáticas que antes he descrito aquí, para cotejarlas además con las circunstancias y rasgos dentro de los cuales se producían las intensas músicas bailables del momento en que se efectuaba aquella importante discusión.
De ahí se obtuvieron medulares experiencias, y además se derivó un ensayo nuestro que fuera muy acogido, todavía hoy muy citado aunque muy parcialmente aplicado, «Échale salsita a la cachimba», en La Gaceta de Cuba, de junio-julio del 95.
No obstante, hoy día resurgen y se reiteran similares problemas en fenómenos parecidos de nuestra actualidad, como los aquí comentados, quizás más agudos, así como apreciaciones algo problemáticas y contraproducentes de estas realidades (por lo ya harto descrito y explicado). Se trata de un rejuego entre lo que va sucediendo y lo que deba suceder, no se puede ser un adivino de lo que va sucediendo, pero al mismo tiempo se pueden tener determinados criterios que ayuden a corroborar y sortear determinadas cosas. Espero que logremos salir a flote, y ojalá que de algún modo todo el testimonio de esta experiencia sea de provecho para muchos involucrados.
(1) Es el caso de cantos recogidos por el autor a sobrevivientes centenarios de la guerra de independencia o algunos de sus familiares en la zona del Cauto.
(2) Téngase en cuenta que esto no siempre ocurre en los sectores más bajos, pues en este asunto se dan diversas cuotas de participación social.
Onis Yissel Ruiz, estudiante de Musicología del ISA, discípula del autor, colaboró con Danilo Orozco en la revisión de este texto.
Tomado de La Gaceta, no. 5, sep-oct, 2013, pp. 19-23.