Etiqueta: Bola de Nieve

El Bola que yo conocí

El Bola que yo conocí

Epidémica y maravillosa, la crónica salta y palpita. Su roncha es la historia en la piel de los ciudadanos. En unos 20 años, en América Latina han surgido varias revistas de crónicas y reportajes. Al frente de ellas, hay cuatro que sobresalen de manera particular: GatopardoThe ClinicEtiqueta Negra y El Malpensante. En esta última (mi favorita), hace alrededor de cuatro años se publicó un excelente texto titulado “Los enigmas de Bola”, firmado por el colega y amigo Carlos Manuel Álvarez, delicioso perfil acerca de nuestro Ignacio Jacinto Villa y Fernández, y que removió en mí más de un recuerdo.

Soy de esos seres afortunados que puede asegurar que tuvo una infancia inmensamente feliz. Mi familia solía hacer unas tertulias los domingos, a las que asistían varias amistades. Una de las presentes en cada uno de aquellos encuentros era mi tía Nereida Borges López o Nera, como todos le decíamos, que al sentarse al piano de casa siempre tocaba varios temas de lo mejor de la música popular cubana y por supuesto, no faltaban algunas de las piezas que formaban parte del repertorio de Bola de Nieve y que en aquellas veladas de mi niñez, eran cantadas por mi padre.

De ahí me nació mi especial gusto por la música de Bola de Nieve. Esa voz y el sonido que la respalda, sin margen a duda forman parte de mi personal banda sonora. Y es que temas como Vete de mí (Hermanos Expósito), La flor de la canela (Chabuca Granda), No puedo ser feliz (Adolfo Guzmán), La vie en rose (Edith Piaff), Alma mía (María Greever), Ay, mamá Inés (Eliseo Grenet), Chivo que rompe tambor (Moisés Simons), Mesié Julián (Armando Oréfiche)…, podrán ser cantadas por muchos intérpretes, pero las versiones que de dichas piezas realizase Bola de Nieve son sencillamente memorables, gracias a la magia que él impregnase a cuanto tema asumiera en su repertorio.

A lo anterior, puedo añadir que cuando yo era un niño que apenas levantaba dos palmos del suelo, tuve el privilegio de gozar de una actuación del Bola especialmente dedicada para mí. Como escribí líneas atrás, conservo muy gratos recuerdos de mi infancia. Entre ellos, puedo evocar las salidas que periódicamente mis padres, mi hermano y yo solíamos hacer a algún restaurante habanero. El día y el sitio escogidos para aquel paseo y fiesta del paladar podían cambiar, pero lo permanente era que una vez por semana almorzásemos o comiésemos fuera de casa.

Uno de los lugares preferidos por mi hermano y por mí era el Restaurante Monseñor. No sabría decir las razones por tal predilección. Probablemente fuese por la costumbre que tenían en la instalación ubicada en la esquina de 21 y O de poner sobre la mesa cuando se terminaba de consumir los alimentos, unos recipientes con agua de rosa para enjuagar y limpiarse las manos, tradición que no recuerdo se ofreciese a los comensales en ningún otro sitio habanero. Más de una vez nuestros padres nos llamaron la atención por el juego y retozo que formábamos en esos instantes destinados a la higienización.

Sea por dicha u otra razón, el Monseñor resultaba un lugar al que con mucha frecuencia solíamos asistir a fines de la década de los sesenta. Y como se sabe, por entonces aquella instalación era algo así como la segunda casa del Bola, pues allí él se presentaba de manera sistemática. Recuerdo que en una de esas jornadas en que coincidimos en el restaurante, me encapriché en pararme junto al piano mientras Bola interpretaba el repertorio que había elegido para la ocasión.

Acostumbrado como yo estaba a escuchar esas melodías en la voz de mi padre y con el acompañamiento al piano por mi tía Nera, o en los discos de la fonoteca familiar, no era nada extraordinario que me supiese de memoria uno que otro tema y, niño al fin, me pusiera a cantar, primero en voz baja pero después… ¡ya ustedes pueden imaginar!

Mis viejos, que nunca fueron demasiado condescendientes con las malcriadeces mías o de mi hermano, de inmediato me tomaron por un brazo para conducirme hacia la silla de la mesa donde estábamos comiendo y así llamarme al orden. Pero ahí sucedió lo inesperado para mí y para ellos: nada molesto sino más bien muy curioso y sonriente, Bola se dirigió a nosotros e indagó acerca de cómo era posible que yo me supiese aquellas canciones, que no tenían que ver ni un ápice con la música para niños. Al comentarle del gusto que en la familia había por su obra y, tras comprobar él mismo el grado de musicalidad que yo poseía, pidió permiso a mis padres para sentarme en una silla aledaña a la banqueta de su piano y que desde tan privilegiado puesto, yo pudiese disfrutar, mientras quisiera, de sus interpretaciones.

Cierto que en ese instante, yo no estaba apto para comprender que algunas de aquellas canciones que le escuché al Bola, interpretadas en especial para mí, solo deberían oírse en su voz. Igualmente, a la altura de mi corta edad de entonces, me resultaba imposible entender que por obra y gracia de composiciones suyas como ¡Ay, amor! y Si me pudieras querer, él ha sido uno de los máximos exponentes de lo que llaman cubanía, dada su condición de extraordinario intérprete, compositor y pianista.

Todo eso lo interiorizaría muchos años después, porque en aquella ocasión, lo único en que pensé fue que el cantante y pianista que conocí en el Monseñor, llamado allí por todos como Bola y que me dedicó buena parte de su función artística de la jornada, era un hombre bueno, muy dado a la risa y que complacía a niños como yo.

Ela O’Farrill: Todo el amor del mundo para mi gente de Cuba

Ela O’Farrill: Todo el amor del mundo para mi gente de Cuba

La más reciente emisión del festival Longina, evento de jóvenes trovadores que desde 1997 se celebra en Santa Clara, estuvo dedicada a la décima y a la figura de una creadora procedente de aquella ciudad, la ya desaparecida Ela O’Farrill. Tuve la oportunidad de conocer personalmente a esta hacedora de canciones gracias a la gran Marta Valdés. En la ocasión, le realicé quizá la última entrevista que le hicieran a la compositora de varios clásicos de nuestra cancionística. Dado que en el mes de febrero Ela cumpliría años, me parece oportuno rendirle un modesto homenaje por medio de reproducir la conversación que sostuvimos en nuestro encuentro.

Nacida el 28 de febrero de 1930 en la ciudad de Santa Clara, Ela O’Farrill resulta una de esas figuras imposibles de obviar a la hora de formular la historia de la canción en Cuba. Interpretada por voces que van desde Bola de Nieve, Elena Burke, Omara Portuondo o la cantante española Martirio, hasta Pancho Céspedes, Haila y Haydée Milanés, a la obra de Ela le sucede como al buen vino, que mientras más se añeja es mejor.

Protagonista activa de la noche habanera durante el decenio de los 60, luego echada a menos por varios años y afortunadamente rescatada del olvido en los 90 por las nuevas generaciones de músicos, cuando se reflexiona sobre el devenir de nuestra dinámica intracultural, con hechos que incidieron de forma especial en el destino musical y personal entre nosotros de figuras como la O’Farrill, se percibe de inmediato la necesidad de estudiar los procesos que han chocado, en la música, en lo concerniente a la construcción y reconstrucción del tejido de nuestro campo cultural. Por lo pronto, aquí están los decires de esta mujer, que ha vivido por y para la música cubana de ayer, de hoy y de todos los tiempos.

J.: Pensando en un ciudadano de a pie que no posee profundos conocimientos vinculados a la historia de la música cubana, le pregunto: ¿quién es Ela O’Farrill y cómo se vincula con la creación musical?

E.: Yo empecé a recibir clases de piano a los seis años, porque en mi familia la música siempre estuvo presente. Mi padre era farmacéutico pero ejecutaba el violín y mis tías tocaban piano, así que en la familia se hacían unas tertulias con amigos que venían a cantar en mi casa. Viví ese ambiente desde muy chica. Pese a que yo tenía oído musical, me dediqué a estudiar lo común de cualquier niña y luego entré en la Escuela Normal para formarme como maestra. Ahí comencé a componer, aunque ya a los 13 había escrito mi primera canción.

En la etapa de los estudios en la Normal, mis compañeras de escuela eran quienes interpretaban mis temas. Luego llegó la guitarra, instrumento en el que tuve como primer profesor a Mario Roano, allá en Santa Clara. Él era muy estricto y clásico, mientras que a mí lo que me interesaba era lo popular, escuchar las canciones que pasaban por la radio y sacarles la armonía, por lo que no nos entendíamos. Conocí entonces a Numidia Vaillant, excelente pianista cubana que hoy vive en París, que fue la persona que me puso en contacto con la música del filin y me habló de todo ese grupo de compositores.

Gracias a ella descubrí maravillas como «Contigo en la distancia» y conocí a César Portillo de la Luz. Recuerdo que el día que me lo llevó a casa para presentármelo, a mí me habían sacado una muela, por lo que tenía la cara muy hinchada. Yo no quería salirle en semejante facha a César, pero él me dijo algo que nunca olvidaré: «Mira, acaba de salir, que lo que importa es el contenido y no la envoltura». A partir de aquel encuentro, César y yo nos hicimos grandes amigos.

Por la fecha yo era maestra en el central España, pero comencé a venir a La Habana para tomar clases de guitarra con César, porque lo que yo quería era tocar así como lo hacía él. Yo me enloquecí con el instrumento y practicaba con la guitarra todo el día. Me aprendí la armonía de montones de temas del filin. Me dio mucho trabajo, pero dominé el instrumento. Poco a poco fui conociendo a los demás integrantes del movimiento del filin, gente que sentía lo mismo que yo y hablaban musicalmente un idioma semejante al mío, por lo que no me quedó otro remedio que mudarme para La Habana.

J.: ¿Cuál fue su primera canción que tuvo repercusión?

E.: Aunque ya yo había compuesto varias, la primera que tuvo una verdadera repercusión fue «Adiós felicidad», tema que me trajo a la vez unas cuantas desgracias, porque malinterpretaron su texto. El primero que la grabó fue Oscar Martin, a propósito de un show nombrado Canciones en la noche y que montó Sonia Calero para el salón Parisién del Hotel Nacional, a partir de repertorio de José Antonio Méndez y mío. Yo compuse «Adiós felicidad» después de escuchar un disco de Maiza Matarasso, una cantante brasileña que admiraba mucho y de la que supe que había tenido una vida muy difícil y desdichada. Pensando en ella, su voz y su vida, fue que hice mi composición, que nada tenía que ver con el hecho de que yo le estuviese dando un adiós al pasado, como algunos entendieron, por lo que me acusaron de un montón de infundios. Desde que Oscarito comenzó a cantarme el tema, el mismo siempre ha sido un éxito, gracias a versiones como las realizadas por gentes como Bola de Nieve y más recientemente Pancho Céspedes.

J.: Sin embargo, a mí me parece que ya antes de «Adiós felicidad» otras piezas suyas se habían conocido ampliamente.

E.: En realidad sí. Mi primer intérprete fue Pepe Reyes, que montó algunas de mis canciones gracias a que mi amiga Numidia Vaillant se las mostró. Pero ocurre que por dicha época yo no me dedicaba en plan serio a la composición ni a ser intérprete, pues trabajaba como Maestra en el Central España y venía esporádicamente a La Habana, ocasión que aprovechaba para mostrar mis temas y por suerte, una que otra gente las incorporaba a su repertorio. Sin embargo, no era algo sistemático.

J.: ¿En qué momento usted empieza a ser intérprete de sus composiciones?

E.: Eso fue alrededor de 1960, en el bar del Hotel St. John’s. Me llevó allí el dueto de René y Nelia, una noche en que Frank Domínguez no podía ir a trabajar y me pidieron que yo lo sustituyera. Imagínate tú, fui con tremendo miedo, pero me gustó mucho subirme en el escenario y ahí empecé. Para el artista es muy alentador sentir los aplausos del público, es algo que te agarra y no te suelta. Así que renuncié al magisterio para dedicarme por completo a la música.

J.: Se ha debatido mucho acerca de cuál ha sido la mejor o la peor época para el acontecer de la música cubana. Hay quienes dicen que la década de los 60 resultó la de ambiente más propicio, dada la atmósfera cultural prevaleciente en el país por entonces. Usted, que fue protagonista de la vida musical de esos años, ¿qué recuerdos tiene de la etapa?

E.: La época de los años 60 fue fabulosa, no solo por la calidad del material de la música que se tocaba y se componía, sino también por el nivel de aceptación del público, que entendía toda aquella propuesta. Eso era un gran estímulo para nosotros, los artistas. Además, entre los músicos había un sentido de hermandad, de amistad, de colaboración y protección de unos a otros, porque éramos un grupo que nos queríamos muchísimo. Esto empezó a partir del movimiento del filin y cuando yo me incorporo, en los 60 se produce una continuidad o mejor diría que un renacer de la etapa iniciada en los 50 y quizás hasta antes, a fines de los 40. Fue una época en que cada quien hacía lo mejor que podía, siempre con la preocupación de elevar el nivel musical de nuestro país y aportar algo nuevo, pero con calidad.

J.: En el grupo de creadores del cual usted proviene, había la intención de que los temas que surgían no fuesen interpretados únicamente por el compositor sino que buscaban que fuesen versionados por muchos cantantes. Con las generaciones siguientes, esa tendencia cambió. ¿Cómo le ha ido a usted en el proceso de que otros intérpretes asuman sus canciones?

E.: El hecho de que distintas personas incorporen a su repertorio mis temas, para mí es algo maravilloso y ojalá que las nuevas generaciones gusten de cantar mis piezas. Eso es un placer, un estímulo y un honor. En Cuba se dan muy buenas voces y hay una tradición de excelentes cantantes, que hoy posee continuidad. Cuando Haila grabó en un disco suyo una canción que yo había compuesto para Freddy por encargo de su manager, para mí fue una gran sorpresa, porque Haila no me conocía y no vivió la época en que escribí ese tema. Para un compositor es extraordinario que te sucedan cosas así, ya sea en Cuba o en el extranjero. A todos nosotros, más allá de la condición de que también seamos intérpretes de nuestras propias canciones, siempre nos fascinó que otras personas hicieran suyas nuestras creaciones.

J.: Yo he conversado con su gran amiga Marta Valdés acerca del hecho de que la música de ustedes dos, cuando aparece, es mejor comprendida por una generación mayor a la suya, que por sus coetáneos. Luego hubo un defasaje en la recepción de ese tipo de propuesta y no es hasta los 90, cuando irrumpe una nueva generación de creadores que se identifica con lo hecho por ustedes. Es como que Marta Valdés y usted compusieron para un momento futuro.

E.: Nosotras dos no somos lo que convencionalmente se entiende hoy por cantautores, sino que somos compositoras que interpretan sus temas, hechos para que mucha gente vuelva sobre ellos, que es lo que pasa con las piezas standards. De ahí que nuestras canciones admiten diversas miradas de múltiples generaciones. Las hacíamos porque las sentíamos y las expresábamos. En el filin nunca creímos que lo que componíamos, teníamos que cantarlo nosotros mismos. He ahí un principio que nos diferencia del clásico cantautor, que compone para cantar él su obra, mientras que para gentes como Marta y yo es todo lo contrario, es decir, que pensamos que nuestras melodías las puede decir cualquiera que posea condiciones vocales y sentimiento para ello.

J.: Si usted hace una comparación entre la recepción a su música hace casi 50 años y como la están recibiendo hoy, ¿qué valoración le merece?

E.: Para mí es extraordinario que en un mundo como el de hoy, inundado por canciones que no dicen nada (con perdón de sus autores), pletóricas en letras insulsas y pobres líneas melódicas, todavía haya quien se interese por mi música. Me siento orgullosa y feliz de que personas jóvenes no solo canten mis temas, sino también que los entiendan, asimilen y tomen como suyos. Siempre he querido expresar cosas lindas, buenas, sanas y sentimentales pero profundas, o sea, transmitir algo y no cantar por cantar, como tanto sucede en la actualidad. Si se revisa el repertorio que compusimos en conjunto los integrantes del filin, se verá que son obras que exigen del cantante un esfuerzo porque están llenas de dificultades interpretativas, pero sin renunciar a la belleza sino demandando un crecimiento por parte del vocalista.

J.: En 1969 usted se marcha a vivir en México. A partir de entonces, ¿qué pasó musicalmente en su vida?

E.: Emigrar es duro y hay que adaptarse a las circunstancias. Desgraciadamente, un plato de frijoles no se consigue con una corchea. Esto quiere decir que tuve que hacer concesiones, para mantenerme a mí y a mis padres, que se fueron conmigo. Al radicarme en México, no hice nada más como compositora ni como intérprete. Trabajé en una editora de revistas de música popular mexicana o internacional, publicaciones dirigidas a que los jóvenes que tocaban guitarra pudiesen montar piezas del repertorio de autores como Alberto Cortés, Roberto Carlos y Joan Manuel Serrat. Yo transcribía el cifrado armónico de canciones populares, siguiendo el método que todos los guitarristas en Cuba hemos usado, pero que en México resultaba novedoso. De eso viví durante 24 años, hasta que me jubilé en los 90.

Por otra parte, no sé si la añoranza de Cuba y de mis amigos acá no me dejó sacar a flote mis sentimientos musicales, pero lo cierto es que no pude volver a componer. No te niego que tuve alguna que otra presentación, en la que interpretaba mis temas, los de Marta, César y José Antonio, pero eran actuaciones muy esporádicas y distanciadas en el tiempo. En resumen, lo único que he compuesto desde que me fui de Cuba es la canción que escribí a propósito del cumpleaños 80 de mi buena amiga Elena Burke, nacida un 28 de febrero como yo.

J.: ¿Y cómo surge esa canción?

E.: Fue muy curioso. Yo vengo con frecuencia a La Habana, porque aquí tengo parte de mi familia y a mis amistades. En uno de esos viajes, en los que siempre me reúno con Omara Portuondo porque somos grandes amigas, ella me preguntó que si yo le podría hacer una canción a Elena por sus 80 años. Recuerdo que me miró con una sonrisa, de esas que yo digo que son muy de Omara. Le respondí que me encantaba la idea y que, por lo menos, me permitiese intentarlo. Yo a Elena la quise mucho, muchísimo, fuimos excelentes amigas, así que al retornar a México, lo hice con el barrenillo de que tenía que escribirle una canción. Te juro que al principio no me salía nada, porque de Elena hay tanto que decir y me resultaba muy difícil resumir en una canción todo lo que yo pudiera expresar de ella. Llegué a pensar que no podría, pero estaba convencida de que tenía que hacerlo y así lo quería. Finalmente salió el tema y se lo mandé a Omara por correo, para que ella se ocupase aquí del montaje y la grabación de la pieza.

J.: El hecho de volver a componer (en este caso por encargo), de conectarse de nuevo con algo que en otros tiempos hizo tanto, ¿no le ha revivido ese bichito de la motivación por hacer música?

E.: Siéndote sincera, el bichito siempre está vivo y en ocasiones hasta reanimado. Lo que pasa es que a veces una o no se da el tiempo para ello, o siente que no es el momento porque no va a haber gente que te interprete lo que compones. Pero lo cierto es que la música no puede morir dentro de mí. Últimamente, estando sola, tengo la sensación de que escucho música, como si me la estuviesen cantando al oído. Para esos instantes, dispongo de una pequeña grabadora en la que registrar lo que me viene a la cabeza, porque si no lo hago así, al rato se me olvida. O sea, que sí, que ahora de vez en cuando hago alguna cosa.

J.: Con sus viajes a La Habana, ¿ha podido estar al tanto de lo que sucede musicalmente por acá?

E.: En realidad no mucho. Mi querida Marta (Valdés) me pasa algunas cosas de las que van saliendo, pero ello no es suficiente para poder hacerme un juicio exacto de lo que acontece en materia de música. Sí te puedo decir que yo tengo la sensación de que, no solo en Cuba sino a nivel mundial, la música nuestra se está perdiendo y cuando te digo nuestra me refiero al filin, porque yo soy filinera ciento por ciento. Para mí sería en extremo doloroso que en este país algo tan hermoso como el filin y que es parte de una tradición nacional de música romántica, quedase relegado a un segundo plano. Marta me dice que no, que por suerte ahora se está recuperando de la mano de gente muy joven, que se ha identificado con nuestras canciones.

J.: A propósito de que gente joven en Cuba está retomando sus canciones y volviéndolas a grabar, y dado que usted viene con frecuencia por acá, ¿no se motiva a presentarse en algún escenario cubano?

E.: ¡¿Al cabo de tantos años?! Hay que pensarlo y no porque no quisiera, tengo todo el amor del mundo para mi gente de Cuba, pero no sé si a estas alturas de la vida mis capacidades personales me permitirían hacer algo así.

J.: Después que tanta gente le ha interpretado sus canciones y que muchas de ellas se han convertido en éxitos, ¿qué sueño le quedaría a usted por realizar en materia de música?

E.: Para mí lo fabuloso fuera que me cantaran aquí en Cuba, que es mi tierra, mi país. Ese es mi sueño de ahora y de siempre: que en mi Patria sigan interpretando mis canciones y que no me olviden.

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