Revistas de música en Cuba. Las últimas de la cola

Revistas de música en Cuba. Las últimas de la cola

Hace rato es preocupación entre musicólogos, periodistas, intelectuales y melómanos cubanos la connotada ausencia o, en el mejor de los casos, escasa presencia, de revistas musicales en nuestro contexto. Es ese un fenómeno que de una u otra forma afecta al devenir de la cultura musical cubana, pues no propicia el desarrollo de la imprescindible crítica ni contribuye a la preservación de una imagen de nuestra memoria sonora en la página impresa.

Tal carencia resulta mucho más notable ya que, aunque me parece que a nadie se le ocurriría cuestionar la importancia y el rol de la música dentro de nuestra cultura, desde 1959 hasta nuestros días es significativo la poca aparición de revistas dedicadas exclusivamente al tema de la música en el país. He ahí una de las razones por qué entre nosotros resultan tremendamente escasos aquellos textos que formulen análisis sobre el tema musical, no sólo desde la perspectiva de la musicología sino también a partir de otros enfoques como los provenientes de la Historia, La Literatura, el Periodismo, la sociología, o incluso, los estudios culturales, postcoloniales y de género, tanto por separado como por medio de análisis Multi, inter y/o transdisciplinarios.

No hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que en la actualidad vivimos enormes convulsiones en el espacio cultural mundial, de forma que se están alterando radicalmente los mapas de los saberes, de los gustos, de los modos de relación. En dicho contexto, se habla y teoriza mucho en relación con las transformaciones en los imaginarios colectivos. No está demás acotar que las imágenes que forman parte de los susodichos imaginarios, no son sólo imágenes visuales o visualizables, sino también sonoras. Entre éstas, a partir de la década de los 60 del pasado siglo, la música ha adquirido una importancia enorme en la conformación de las representaciones colectivas, las identidades, las formas sociales de producir y compartir significados, un fenómeno que adquiere particularidades específicas entre los sectores jóvenes de la población.

Curiosamente, entre los intelectuales y los cientistas sociales cubanos, que son los que en primera y/o última instancia propician e impulsan la aparición o desaparición de las revistas culturales, entre las cuales se incluyen (por supuesto) las enfocadas al tema de la música, siempre ha habido una preocupación mayor por la tradición de la música folklórica, en especial la de origen afro, canonizada como espacios de “pureza” artística o patrimonial. Al ámbito urbano suele vérsele como un espacio de mezcla e influencia externa; menos puro, digamos, y donde se cree que han primado sólo criterios comerciales. Sin embargo, debería recordarse que el aporte fundamental que Cuba le ha hecho al mundo en lo musical ha sido desde lo popular, con todo y el impacto que han conseguido figuras del universo “clásico” o “Culto” como Ernesto Lecuona, en el pasado, o más recientemente, Leo Brouwer. Por ello, si en la actualidad estamos discutiendo sobre identidad del cubano y patrimonio cultural, no podemos dejar de lado el análisis del tipo de música que en cada época de nuestro devenir como nación ha ido construyendo la sensibilidad del ciudadano de a pie, las formas de ver el mundo, la experiencia corporal, el «yo» generacional en la gente.

Cierto que, al menos en el plano teórico (que no coincide siempre con lo que sucede en la práctica), los medios masivos de comunicación cubanos, en particular la radio y la televisión, son los que –en función de su supuesta eficacia en el trabajo de la promoción cultural– están encargados de desarrollar una crítica musical que sirva como fuente de orientación a la población o guía estética. Empero, si lo anterior se cumpliese tal y como se ha diseñado, cosa que todos sabemos dista mucho de la realidad, ello no sería óbice para la existencia de publicaciones especializadas en determinadas esferas del arte, como por ejemplo las de música, y que también son productos comunicativos llamados a cumplir una función específica.

Dentro de las revistas de música podemos encontrar a su vez una subdivisión entre las de corte más académico y aquellas de perfil popular. Todas, en conjunto, sirven para mantener vivo el quehacer crítico musical. Ejemplo del primer grupo de esta clase de publicaciones lo tenemos en el Boletín Música de Casa de las Américas y en la revista Clave, del Instituto Cubano de la Música. Entre las segundas encontraríamos en la reciente historia de estos medios en Cuba órganos como Tropicana InternacionalSalsa Cubana y Música Cubana, de la UNEAC.

Sucede que la crítica musical no es la misma para todos los públicos. Una es la crítica que orienta el gusto, ya sea hacia la música sinfónica o la popular. Otra resulta la crítica que oriente a los propios músicos acerca de las grandes problemáticas de esta manifestación artística a nivel de cultura. También está la dirigida en especial a los más jóvenes y en relación con el hecho de cómo respondemos las manipulaciones del gusto que se efectúan a través de los medios masivos. Igualmente, estaría la crítica del propio público, de su desinterés, de su apatía. Y por supuesto, no se puede olvidar la crítica a las instituciones de la esfera musical, que en muchos casos no son lo que se dice un dechado de virtudes.

A la necesidad de establecer jerarquías, de saber quién es quién dentro del panorama musical, contribuyen de manera particular las revistas dedicadas al tema. Por eso llama la atención que justo en los años noventa, la etapa de mayor crudeza que ha vivido nuestro país durante el denominado Período Especial, fue cuando más revistas de música circularon entre nosotros. Como ha señalado la musicóloga Damia Almeida en su tesis para graduarse en el Instituto Superior de Arte:

«Gracias a la aceptación de la publicidad en los medios, pudieron surgir algunas revistas como Tropicana Internacional (1996), Salsa Cubana (1997), Música Cubana de la UNEAC (1997), entre otras. Estas nuevas publicaciones, dedicadas de lleno al mundo del espectáculo, los conciertos, los discos y los músicos más populares; fueron muy estables y sistemáticas. Ellas anunciaron de cierto modo los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad. Eran vendidas en moneda nacional en los estanquillos y en divisas a los turistas, y aunque tenían tiradas cortas, sin dudas fueron de gran ayuda en el trabajo de promoción musical.»

Lamentablemente, al prohibirse con posterioridad la utilización de anuncios publicitarios en los medios, las revistas antes aludidas no pudieron gestionarse sus ediciones y desaparecieron. Porque si bien en el caso de Música Cubana no puede hablarse de que de manera oficial haya desaparecido, la inestabilidad en su circulación la hace convertirse en algo así como un fantasma al que sólo se le ve el pelo de cuando en vez.

Por todo lo antes expuesto, es de saludar la iniciativa de rendir un tributo, por sencillo que sea, al quehacer de las pocas revistas de música que han existido entre nosotros durante estos años. Quizás, algún día una persona se dedique a compilar lo publicado en medios ya desaparecidos y entonces nos sorprenderemos de lo valioso del material acumulado entre esas páginas. Por ahora, lo cierto es que el tema de las revistas de música en Cuba sigue siendo una asignatura pendiente y con ello, la aparición de textos que ayuden a comprender cómo se ha construido y reconstruido el tejido del campo cultural, lo cual, en materia sonora, implica lecturas críticas que intenten trabajar con el contenido de los discos editados oficialmente en sellos discográficos (dentro y fuera del país), las producciones independientes o al margen de la industria, así como con las condiciones del campo cultural para el cual éstos fonogramas son elaborados, con enfoques que partan de la situación específica de la música, para después abrirse a la cuestión del arte en general, las instituciones, la recepción y las políticas culturales de una época determinada.

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