El mensaje y otros poemas de Reinaldo García Ramos

El mensaje y otros poemas de Reinaldo García Ramos

El poeta, narrador, ensayista y traductor Reinaldo García Ramos nació en Cienfuegos, en 1944. Fue partícipe de Ediciones El Puente. También trabajó en Casa de las Américas, en la Editorial Arte y Literatura y en el Instituto Cubano del Libro. Salió de Cuba por el puente del Mariel, en 1980. Ya en USA, fue integrante del equipo de la Revista Mariel durante sus ocho números. Posteriormente laboró como  editor latinoamericano de la agencia Associated Press y en la sede de las Naciones Unidas. 

Entre los libros publicados por él está Cuerpos al borde de una isla. Mi salida de Cuba por el Mariel (Editorial Silueta, Miami, 2011). Su obra poética escrita entre 1969 y 2012 fue recogida en el volumen Rondas y presagios (Silueta, Miami, 2012). En fecha reciente publicó Espacio circular. Quince nuevos poemas y veintidós respuestas a Gerardo Fernández Fe (Ediciones La Mirada, Las Cruces, Nuevo México, 2017).

En Miradas Desde Adentro se reproduce una breve selección de la obra de este compatriota, desconocido para muchos hoy en Cuba, al margen de  que también tiene ganado su espacio en la historia de nuestra literatura.

Águila y liebre

Al sol, sobre la hierba seca,

un águila desciende

y fija su mirada en esa liebre

que ya escapa.

Las patas del ave se abalanzan

una y otra vez, pero la presa corre más.

Con sus alas inmensas

el ave agita el aire y se retira,

pero muy pronto gira y vuelve a aproximarse

con sus ojos hambrientos.

La bella liebre salta y se estremece,

se revuelca en el aire,

se aleja temblorosa,

pero no encuentra el agujero

de la cueva en su huida.

Ambas criaturas se revuelcan

y el asalto es perfecto,

la lucha se repite,

no encuentra pronto su final.

¿Cuál de los contrincantes

muestra más claro su torpeza?

¿Cuál va a ganar, cuál gana,

cuál es mejor que permanezca?

A solas en el aire

A Brad Gobright,  in memoriam

Hacia arriba el espacio,

hacia abajo la muerte.

Subir hasta encontrarse con sí mismo,

hasta sentir la pequeñez, su peso.

Elevarse hasta que el aire falte,

hasta que el tiempo se disuelva.

Perderse en las alturas,

como un ave espectral,

abandonando la memoria

y la razón de estar en el espacio,

entregando a la salvaje roca

la fuerza absoluta de tus sueños.

En el preciso instante en que mirabas

de frente el vacío y el triunfo,

se quebró la cuerda de tu mundo,

apareció el azar y te salvaste:

de un golpe supiste tu destino.

Ahora en el viento

soplan tus últimos deseos,

se escucha arder tu nombre en la distancia.

Cartas de A. M. S.

Cuando se dobla el papel que usas en tus cartas,

las letras quedan del otro lado de la vida,

se vuelven oscuros relieves,

desplazan una respiración temerosa,

y el negro de la tinta comienza a detenerse

en las regiones donde se esconde el lila,

se enturbian los violetas,

y hay reflejos verdosos, metales vivos, rojos.

Del otro lado del papel me pones que te escriba,

y el laberinto de las líneas me aleja

los jardines de plantas, los museos no vistos,

las túnicas hindúes, los juguetes,

las fuentes un tanto rumorosas,

las palabras.

El mensaje

La respuesta no estaba dibujada

sobre la cal de la pared, sino encerrada en ella,

a salvo de la luz,

de la erosión, del frío.

No se podía leer;

nadie había visto nunca sus palabras o signos.

Pero en la piedra había quedado una señal.

En la callada superficie se abría paso una grieta,

          como un antiguo río,

y esa sinuosa línea conducía

al sitio exacto en que el mensaje descansaba.

Para saber lo que el secreto nos decía

era preciso derribar la casa.

En qué lugar…

Pensando en el escondite, metí en la cartera

las cosas más estúpidas, pero no me arrepiento

Ana Frank, Diarios, 8 de julio de 1942

¿Y en qué lugar ahora te puedes ocultar,

muchacha alucinada,

que todo lo comprendes y lo sabes,

si ya no quedan escondites como el tuyo,

si la ciudad no guarda tu desván,

tu gato, tu ventana para ver la noche,

si todos los caminos arden desde entonces,

siguen ardiendo aún,

aunque ya no podemos vislumbrar

ni siquiera las llamas, ni el humo,

ni nos llega el olor a cosas chamuscadas,

y los perseguidores son ahora

los nuevos perseguidos,

y los perseguidos ya no tienen rostro,

o lo tienen y se lo cubren con la luna,

y sus contornos se confunden

y se borran con la bruma azulosa

y se disuelven como las gotas de rocío

en cada amanecer, antes de que estalle

el explosivo y los cuerpos entreguen

su misma sangre sin razón,

si todos viven convencidos

de que ahora sí tienen la verdad,

que la han tenido siempre,

y los guía el derecho absoluto

a triturar tu voz, tus esperanzas?

Otro discurso al odiador

a la memoria de Reinaldo Arenas

Estos, mi amigo, siguen siendo tus días;

no te molestes en contarlos, son poquísimos.

Esta es la sombra y el resplandor de tu presencia,

aquí se aquietan y enardecen tu salvaje parodia

y tu retiro de las cosas;

esta, no cabe duda, es la precaria

y sucia mano del abismo

apresando tu sangre.

(Si miras con fijeza desde ahora,

podrás ir descubriendo

desordenados filamentos que naufragan sin ruido

en esa lluvia fría y gris dentro del cuerpo)

Enormes y escasos son tus días.

Y es comprensible, digamos, y hasta justo,

que una imprecisa ira te ennegrezca las horas

               (tanta inmundicia y pequeñez

               se expanden y te ahogan);

Pero esos aullidos temporales

no convierten a nadie en un demonio,

bien lo sabes.

Son escasos tus días,

y sin la menor duda suficientes

para dejar en claro que,

dando en limpio la cara

al brutal incendio de las ruinas,

manoteando serenos en la piedra sin fondo,

respirando en la masa siniestra,

sin consuelo de árboles perdidos ni flores exclusivas

ni almas devoradas ni venganzas,

hemos sabido disfrutar esta visita

              con paciencia y coraje.

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