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Por un ejercicio de la autoconciencia y responsabilidad moral

Libros, Joaquín Borges-Triana

Libros, Joaquín Borges-Triana

Los intelectuales y sus retos en la época actual.

¿Cuál es el rol de la intelectualidad en una sociedad como la cubana? Es esa una pregunta que periódicamente se han formulado sucesivas generaciones en Cuba a partir de 1959. Hoy reproducimos una opinión al respecto, escrita por Alina B. López Hernández, quien pone sobre la mesa una vez más un tema de palpitante actualidad.

Por Alina B. López Hernández

(Fragmentos de la ponencia presentada en el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo el 24 de junio de 2019)

Los intelectuales en Cuba no son una capa elitista, sus por lo general precarias condiciones materiales de existencia los acercan a las filas de los trabajadores estatales. Sin embargo, tienen una diferencia significativa con ellos y otros sectores: su preparación les permite valorar el contexto en que vivimos y comunicar sus ideas, alcanzando cierto estatus de autoridad ante la opinión pública, huérfana de enfoques profundos y críticos en los medios oficiales.

Su rol es, por tanto, esencial en el mundo de la política actual, pues, al abrirse a las interpretaciones alternativas de la realidad, amplían la perspectiva de los ciudadanos, algo muy necesario dado el lento e incompleto proceso de reformas que presenciamos en la Isla.

El primer reto será entonces lograr que los intelectuales cubanos continúen su activa participación cívica con el fin de asistir a la ciudadanía en el análisis de las leyes complementarias que ya han comenzado a presentarse y en cualquier otro asunto de pertinencia económica, sociopolítica y cultural.

La intelectualidad insular estuvo polarizada por mucho tiempo de manera simplista entre los que se oponían a la revolución socialista y los que la defendían incondicionalmente. Tal escenario se ha modificado, y entre esos polos extremos se extienden hoy múltiples corrientes de pensamiento que coinciden en la crítica al modelo socialista burocrático, sin que renuncien a un gobierno de esa tendencia.

Acostumbrados a la pugna contra un enemigo histórico, los representantes de la ideología oficial no han sido capaces de reaccionar a la emergencia de un pensamiento crítico que, desde su propio terreno, reclama como propio un marxismo verdaderamente dialéctico, demanda un socialismo efectivamente participativo y percibe a la burocracia como un peligro más terrible que el bloqueo de EE.UU.

Sin que compartamos una ideología única ni mucho menos, bastante daño nos ha ocasionado la unanimidad —que como bien decía José Carlos Mariátegui, es siempre infecunda—, habría que intentar estructurar una trama más formal de intercambio y colaboración entre intelectuales, de encuentros en las redes y fuera de ellas.

Espacios como el que compartimos ahora mismo, en esta o en otras instituciones, permitirán viabilizar no una simple exposición de ideas, sino algo más importante: el surgimiento de proyectos, el intercambio y retroalimentación desde equipos multidisciplinarios, algo poco frecuente en nuestras Ciencias Sociales.

Los intelectuales hemos incumplido durante décadas el rol de conciencia crítica que nos correspondía. La mayoría actuó de buena fe, creyendo que al cerrar filas y mostrar una unidad monolítica defendía a la Revolución. Sin embargo, lo que se garantizó con una actitud así fue darle a la burocracia las llaves de la casa para que la tomara en nombre de todos, y eso fue lo que hizo. Lo dejó muy claro con la aprobación de una Constitución blindada frente a reclamos de mayor participación popular en el proceso de dirección política.

Antes teníamos la justificación, indudablemente cierta, de que nuestras opiniones y análisis no disponían de espacios para ser difundidos. Ya no es así. Los medios digitales se han ido convirtiendo en una opción a las aspiraciones colectivas de la ciudadanía. Solo falta utilizarlos activamente, pero para ello hay que vencer un nuevo reto, a saber: despojarnos del complejo histórico inducido, de renunciar a criticar nuestro sistema ante cualquier arreciamiento de las presiones por parte del gobierno norteamericano. La percepción de que al hacer críticas somos imprudentes pues le damos armas al enemigo, no puede seguir condicionando nuestra actitud de falsa lealtad, y digo falsa porque no es la lealtad debida a quienes en verdad la necesitan de nosotros.

Debemos rechazar al bloqueo norteamericano y su política anticubana, y debemos impugnar con el mismo ímpetu a la burocracia dogmática, que secuestró el sentido máximo de un proyecto socialista: la propiedad realmente socializada y la participación popular en el gobierno de los asuntos públicos.

Pero no bastará con ello. Sería estéril el debate si queda únicamente entre nosotros, ello nos aislaría de la realidad y de la ciudadanía. Otro reto deberá tender a que los públicos sean cada vez mayores. Es importante conseguir que los debates y opiniones lleguen a la mayor cantidad de personas y que estas se incorporen a las discusiones; que sean socializados especialmente entre los que viven en Cuba, ya que las estadísticas demuestran que quienes escribimos en los blogs, y publicaciones digitales y en las redes sociales, a veces somos más leídos fuera de la isla que dentro, aunque los números se han ido incrementando sostenidamente al interior.

La pregunta es: ¿qué hacer para que las grandes mayorías accedan a esa información? El alto precio de la conexión a Internet la hace prohibitiva para enormes sectores de nuestra sociedad, hay que idear alternativas en tal sentido. La situación ideal siempre será la legalización de proyectos editoriales y de espacios para el pensamiento crítico en los medios que son considerados oficiales, no podemos dejar de batallar por esa causa. Pero mientras ello no ocurra, la esfera digital es nuestra arena de combate.

Pero esto conduce al reto de conseguir financiar esos proyectos sin que aceptemos fondos de instituciones y organizaciones abiertamente interesadas en derrotar al socialismo en Cuba, talón de Aquiles de muchas aspiraciones a veces bien intencionadas. Una parte de la ciudadanía deja de creer automáticamente en aquellos que son presentados como mercenarios, es por eso que nuestros ideólogos oficiales distribuyen esas etiquetas con liviandad irresponsable como forma de deslegitimarnos.

Si logramos mantenernos y crear estos espacios, demostrando autenticidad e independencia respecto a mecenas exteriores, lo que considero el reto más complejo, le daremos a la ciudadanía un verdadero ejemplo de civismo y le mostraremos que es posible un cambio en el cual ella puede ser un agente activo en el financiamiento que necesitamos.

La ética filosófica señala que la libertad se fundamenta en la autoconciencia y la responsabilidad moral. Por tanto, el individuo no puede remitir su propia libertad/responsabilidad a ningún otro. Quien tenga una opinión no debe callarla. El que lo hiciere está cometiendo un acto de castración humana y cívica. Empecemos por ser libres nosotros, los intelectuales, para abrirle a otros una senda cerrada durante muchas décadas.

Las condiciones objetivas para los cambios que Cuba necesita están más que maduras, hay que trabajar para que también fructifique el factor subjetivo. Una crisis no es tal hasta que las personas toman conciencia de ella. En esa tarea los intelectuales tenemos mucho para hacer. Hagámoslo.

Tomado del blog JOVENCUBA