Poemas de Susana Haug Morales

Poemas de Susana Haug Morales

Licenciada en Filología por la Universidad de La Habana, Susana Haug Morales (La Habana, 1983) es poeta, narradora, ensayista y traductora literaria. Entre los numerosos galardones que ha obtenido pueden mencionarse: Premio «Farraluque» de cuentos eróticos, 2000; Premio «Ismaelillo» de literatura para niños, 2000 y Premio «Calendario» de cuento, 2000.

En su bibliografía se incluyen títulos como Cuentos sin pies ni cabeza (Ed. Sarriá, Málaga, 2000), Claroscuro (Editora Abril, La Habana, 2002), Secretos de un caserón con espejuelos (Ediciones Unión, La Habana, 2002), Estadios del ser (Ed. Sarriá, Málaga, 2002), Romper el silencio (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006) y Me encanta el sabor de la lectura (Ediciones Unión, La Habana, 2006).

Igualmente, textos suyos han aparecido en antologías como Mucho cuento (Ediciones Unión, La Habana, 1998), El ojo de la noche, nuevas narradoras cubanas (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1999), Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000) y Quemar las naves, jóvenes cuentistas cubanos (Editora da Universidade Católica de Pelotas, Brasil, 2002).

Hoy en Miradas Desde Adentro reproducimos algunos poemas de esta autora, con la idea de mostrarle algo de su obra a quienes no la conozcan.

VISIÓN

Hay una mujer dormida en la jaula de los pájaros 
Una pesadilla la cabalga toda hasta dejarla caliente y húmeda, 
  rosada 
Se ha llevado su desnudez a un rincón más amplio donde 
 poder lavarla con aceite y sangre, 
miel y sudores de cuerpos selectos 
Nada sabe de la olla destapada en la cocina que hierve 
 lenguas negras, 
bestiales, suaves, pálidas, tersas, de vaca o perro 
Desconoce los olores fuertes que crecen dentro 
 de sus grietas rosadas 
Ella yaciente y arqueada sobre la meseta de la cocina 
pasan cuadros blancos y rojos 
se deslizan con flores y el vapor emana de las grietas 
besando su espalda en Venecia un arco 
Sabe a muerte la lluvia o a tarde la muerte no sé 
 allí en su piel 
mientras penetra a la nalga la frialdad de la loza y cerca 
  humea la carne a la parrilla 
Ella dormida la ha visto un ciego y han caído por fin 
  sus ojos.

ANTICRISTO

Como amparado en la ferocidad de un tragaluz 
yo te recorro a destiempo, 
insoslayables ambos porque los cuerpos sí existen 
—las eternidades son segundos dilatados 
con tu calor único, que las hojas ignoran y trocean, 
hilachas de tu carne descomunal, magra, 
feraz hasta el tuétano calidoscópico 
de alguna sustancia fósil— 
y son más que líneas entrecortadas al barniz de la vela. 
En cualquier historia, 
discursión, retórica, nigromancia, cábala, pontificado, 
hay siempre una vela que desafíe 
la vacía hambruna de una porción de infinito: yazga aquí 
en el sumidero ventricular de los cuerpos, benedicite. 
Quien quiera alumbrarnos será bienvenido. 
NO QUEREMOS MAGOS. Tampoco la panacea 
 que embote 
cada una de mis sensaciones, las vulgarice. 
Ya no habrá mal eterno, ni serás un salvador a sorbos cortos, 
penetrando su aroma, su amargura. 
Se acoge también un poco de dolor, casi agradecidamente. 
Las palabras me profanan a su gusto, 
desátanme tiránicas para un breve respiro: 
exorcízame o poséeme por los siglos de los siglos 
que tú, infame Santísimo, bendita o antes maldecida, 
sin queja acaso, me has entregado. 
Nosotros cuajamos el tiempo, la luz, 
 los infra-ultramundos, 
lo inmaterial 
con un simple beso a todo lo visible. 
Caridad del ciego profesante de ciertos enigmas 
sólo lógicos en una partida de dados. 
Jugar a las cartas, ases en tránsito, las Suertes. 
El azar 
El prófugo 
La obscena beatitud 
Las bestias piafantes escapadas del paraíso. 
Pero no un beso de reptil petrificado 
a causa de la inverosimilitud, el escepticismo, 
el miedo a adivinarse. 
La bola de cristal cuarteada cae ante tus pies de vestal. 
Recoges muñones, un ápice 
para que el leproso contemple espejismos, 
se extasíe la vida entera, te bendiga. 
Porque Tú intercediste por él, echaste en tu piel 
la nata legañosa de su enfermedad 
—malditos caminamos hacia la cañada. 
Yo sé que ese beso los redimirá a ambos, a Pandora, 
y a los vástagos culpables-ignorados-estúpidos-facinerosos 
de las calles. 
Sosiega mis quebrantos, mis espumarajos de bilis corrompida 
que sólo mi madre y las moscas se atreven a sorber. 
Acompaña estos retardados estadíos de la conciencia, 
conjunción de todos los cataclismos, letargos improvistos 
y frenéticas dentelladas —acaso sea la rabia— 
con algo más que gárgolas agujereando sus penas 
 en mis pies, 
como perros. 
Acoso de las gárgolas: ellas tañen vengativas las campanas. 
Me oculto dentro, en la cloaca de los caños 
por los que a veces metí el dedo, o empiné una lágrima. 
¡Pobres creyentes que han comprado ya sus cuartos 
 en el reino! 
Así pago Yo tu fe 
y no avivo el pabilo de los cirios ni coloco ofrendas 
en los sempiternos nichos ocupados. 
Ellos también desafían los anales, el parsimonioso afán 
de las ampolletas en su recambio de fluidos 
que verterán —oigo los clarines— a mi garganta. 
Así habré roto el tiempo, 
hipnotizado quizás a la sacerdotisa del reloj. 
Ahora, despojado de aquellos Ilustrísimos demonios, 
me apresto a hincar la frente y al fin santificarme: 
—Perdóname, Padre, porque he pecado 
—Bienaventurados los herejes y los destronados; 
temed los unos a los otros, y confiad en la oveja negra 
que os salvará si Dios ha caído en el Sueño. 
Ya nada tiene lógica, 
motivo, 
fin. 
He mentido sobre ti. 
Regreso, pues, y declaro 
—ante los areopagitas inquisidores de las sagradas 
  cavernas— 
que no he descifrado una palabra. 
Ebrio, desnudo, corrompido yazgo. 
Me amilana luego la confesión: 
Escribimos por gusto. Después la vida será callar.

CIRCO DE ESPEJOS

II 
He quedado sola, 
espejismo que nunca llegó a ser comprendido. 
Sostuve un rosario en la mano y recé a los difuntos, 
a los que van a morir porque tienen que morir. 
Es así, 
yo lo anuncié públicamente: 
no hay lecho para los muertos. 
Pero la arena, 
espectro del sudor, 
está allí fresca. 

III 
Yo también pruebo a reírme de mí misma 
ante la galería de espejos.

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