Conocí a Rosie Inguanzo gracias a Alfredo Triff. Confieso que hasta ese instante, no había leído nada de esta escritora, actriz y profesora de origen habanero, pero radicada en Miami desde 1985. A Triff lo admiraba desde que yo era un adolescente y supe de su trabajo musical con el grupo Arte Vivo, una agrupación que allá por la segunda mitad de los setenta me voló la cabeza. Por ese camino, muchos años después, yo había reseñado un disco de Alfredo y no recuerdo cómo, un día en una visita suya a Cuba, él se me apareció en casa junto con Rosie.
Aquella tarde hablamos largo rato sobre lo humano y lo divino. Así, fuimos pasando del tema musical (pasión que nos une a Alfredo y a mí), al mundo de la literatura, al teatro, a la puesta que por esas fechas tenía montada El Público bajo la dirección de Carlos Díaz y de tal suerte, supe que Rosie era una actriz poeta o una poeta actriz. Por supuesto que de ahí en adelante, busqué sus textos en Internet y me enteré de la caracterización que hace de su alter ego Eslinda Cifuentes.
Obra de Rosie Inguanzo
Doctorada en Español y Literatura Iberoamericana por la Universidad Internacional de la Florida (FIU), los escritos de Rosie Inguanzo pueden ser leídos fundamentalmente en Tu miami blog y en lo que ella denomina su Blogoarchivo.
Hasta el presente, esta importante creadora cubana ha publicado tres libros, uno de narrativa titulado La Habana sentimental (Bokeh, Leiden: 2018), y dos de poesía, Deseo de donde se era (Nos y otros Editores, Madrid: 2001) y el más reciente, La vida de la vida(Hypermedia, South Carolina: 2018). De este último, para los lectores de Miradas Desde Adentro, en especial los que viven en Cuba, reproduzco hoy algunos poemas, con la intención de que, aunque sea de forma breve, tengan una mínima idea de por dónde se mueven las inquietudes estéticas de mi admirada y apreciada Rosie Inguanzo.
Tres poemas
Rosie Inguanzo
1¿Qué comen las princesas?
(W. G. se pregunta desde La Habana, ¿qué comen las princesas?)
La princesa de mi cuento
come carne humana
traga perlas
semen
zumo de violetas
una gota de miel de flor de azahar sobre un labio
dos hojas de menta
espuma del Pacífico
cáscara de piña
casquitos de guayaba
mejunje de polvillo de mariposa azul brasileña
virutas de nube
algas untadas al atún
ajonjolí escaso sobre el blanco
arroz mosqueado
y flotando en zumo de melón
masa de mamoncillo
salpicado con pepitas de almendra blanca
declarándose en régimen de flores de estación
volcada sobre el monto del jardín
mordisquea la corola de una lila
su pecho transparente
retumba como tambor africano
cuando consume melaza
y ella se excusa con un mohín, “es el pecho, no yo”
y enfunda sus manitas agitadas en chiffon tornasolado
come termitas
colectadas por los mbuji
—pigmeos del río Ituri—
traídas con dificultad
desde los densos bosques que dominan los bantú
come pececitos dorados
vivos
batallan en su boca
boca
cobre nacarado
hurga desganada la memoria etílica:
alacranes en vodka
boquerones ahogados en aceite de ajonjolí
luego rociados con absenta
antojadiza
ñoña
sopla polvorones de avellanas
minas de limón estallan en su boca mínima
digiere chucherías tales
fierecilla la princesa
un cuadro que es un crimen, ella
una niña que es un animal voraz
tragante perfecto su boca
infestada de sangre
para dañársela
lastimarle la boca
loto oscuro su boca
orificio humectado
cuando timbra la voz
tiembla la llaga morada de su boca
molusco enano
la boca
se restriega contra el cojín de seda azul
lame el té con desgano
en las encías
masa de coco
ahí abajo
baba blanca
blanda membrana
hoyo inescrutable
grutas de pétalos sus bocas:
deshilachado el corpiño
la oreja
el seno
el ano
sudado
brocado sobre el lino blanco
una inicial ignota
talle tatuado
zanja de tinta
golosa Su Alteza:
engulle golosina prieta
dulce de leche quemado
le chorrea por las comisuras
de la otra boca
y para mortificar al esclavo jenízaro que maltrata
unta vinagre dulce a la mordida
y en ardor
relame el glande magullado
empujando con la lengua
—partida en dos—
cual culebrilla roja.
Las nalgas de la princesa
Cáliz cilíndrico la oreja
quebradiza la mirada negra
hojuelas rosadas en el pecho
clavel el seno
aguanosa fruta dentro
cangrejo de oro con ojos de jade
horadado al ombligo
su útero que es un caballito de mar
víscera de acero
deformada cinta de sangre
duro y tenaz el músculo del sexo
pielcilla en dos tajos
gajos de la pulpa
de tinta de cúrcuma
de resina la raíz sanguínea
marañón el ano
pliego embadurnado en olor agrio
zarzas en la tela del lago
y los ojos gastados como almendros mustios
y esboza un silencio de pez
y la tibieza de sus nalgas sobre la seda del agua.
Costumbres masculinas
Frecuenta a hombres
los escoge de la soldadesca
(y entregándose a las sevicias carnales)
los azota con una vara de bambú
y bajo la seda
se complace en las marcas que deja el gajo
de sus escarceos amorosos y afición a los efebos
dice que son calumnias difundidas por los ministros.
no tiene interés en visitar el gineceo imperial y su millar de hembras
—bajo sombrillas bordadas
jóvenes inocentes se comportan con vergüenza y con arte
durante el reinado del emperador amarillo
al sur del Río Azul
cuando llega la noche
una multitud de bellas mujeres se prende como antorchas
y los hombres se precipitan a tomar sus flores
sus miembros de sándalo blanco —los brazos rémoras
sus labios de cúrcuma
sus senos medusas
sus nalgas de nieve
sus muslos cardúmenes
Nan Nan se ha lavado los pies con agua de loto
y se pregunta —como quien busca donde posarse—
¿es esto la felicidad?
–
mientras bajo un cerezo rojo
se oyen los rezos
de ciertas mujeres que nacen en cuerpos equivocados.