Poemas de Heberto Padilla
Más allá de que Heberto Padilla haya trascendido a la historia del devenir cultural de este país posterior a 1959 por motivos extra artísticos, nadie puede negar que por derecho propio él figura en la nómina de los poetas de mayor importancia en el universo cubano de finales del pasado siglo XX. En aras de contribuir a romper, aunque sea en una mínima porción, el desconocimiento que acerca de su obra poseen en la actualidad los más jóvenes entre nosotros, hoy publicamos en Miradas Desde Adentro una selección de poemas del autor de libros como El justo tiempo humano, La hora, Provocaciones, El hombre junto al mar,Un puente, una casa de piedra, Una época para hablar y Fuera del juego.
POEMAS DE HEBERTO PADILLA
Mírala tenderse
Mírala tenderse sobre tu cama cuando te yergues. Tiene la forma de tu cuerpo, la prisa de tus manos, tu propio sexo; deja tus huellas y se ahueca como
lo hace tu pecho y nunca la oíste respirar y ella conoce el temblor de tu labio, la cuenca de tu ojo, y está latiendo ahora en tu vida y no sabes
que es ella tu ansiedad.
Frecuentemente oyes sus pasos como en invierno el soplo de las primeras ráfagas. No has hecho fuego para nadie. No es ella la invitada. A menudo sorprendes
un asalto de sombra en los zaguanes y es inútil la presión de tu mano para salvar la llama: siempre
quedas a oscuras. Es tarde, pero es ella quien habla con la voz de la errante que cruza los canales y los puertos
de la ciudad adonde vas,
adonde siempre quieres ir, (¿buscando qué?)
y canta en tus oídos la eterna fábula de horror.
<
p style=»font-weight: 400;»>Solitaria, constante va junto a ti, vigila tu caída. No le des nombres. No le tiendas trampas.
No apresures el paso sobre la tierra. No levantes el rostro si ahora sientes un golpe sordo en la escalera.
Gran taladora, cada día del mundo abates nuevos árboles,
pero es interminable la floresta.
Infancia de William Blake
I
Mujer de la lámpara encendida, ya velaste tres noches. Miras la llama
que tiembla y se achica, y sueñas.
¿Quién puede regresar por la noche de Soho,
entre la ennegrecida primavera de Lambeth? Antigua que en la hora final regabas el almizcle para que trascendieran más sus telas, ¿pensabas que en otra
quemante
primavera inundaría también sus tierras, y crecería allí el hacinamiento y la desidia,
y que un viento más ancho que la noche destrozaría las tablas del alero?
¿Pensabas al hablarle
del silencio o del tiempo, que era ya algo hecho en el viento que nutría una muda corriente en sus huesos livianos?
II
Sé tu temor, girando como tu ala más dichosa, ¡pájaro de susurro y lamentación!
<
p style=»font-weight: 400;»>Es la noche. Ya nadie llama.
Pero a través de la ventana cerrada
él oye crujir la vaina de aquel árbol,
y es como si alguien golpeara. Su más secreto juego se ha llenado de astucia. El ve, desconsolando, en la negra llanura,
el humo de las casas que arden de noche,
y el paso de las bestias contra el fuego.
No abras la puerta. No llames.
En la orilla remota, un pájaro hunde en su pecho el pico centelleante. En la orilla remota está gritando. La última barca se desprende.
“Al cobarde hay que dejarlo en la otra orilla…”
Amarra ese viento encantado
para que no la mueva. El quiere gritar,
su piedra está manchada en sangre de la paloma destruida. ¿No sientes en sus ojos esa oscura desdicha,
sitios que no penetra y ama?
De repente es la lluvia,
y las ovejas más pequeñas balan.
El viento las dibuja en la colina, tiritantes.
“Vengan, mis niños; el sol ha desaparecido, y he aquí el rocío de la noche. Vengan, interrumpan sus juegos hasta que la mañana reaparezca en el cielo…”
¿No sientes ese peso de mantenida
soledad que flota en las caletas de altas aguas,
sobre las garzas muertas, ya para siempre
pedregosas?
¿Y el camino del bosque, la cruda,
alegre luz del alba en la resina de los troncos; el cuchillo cantando, la guirnalda de robles
y de arces y el ruiseñor que sólo puede ser encontrado
en el Yorkshire y el cuerno de venado
y la hoja verde?
Eso que cae y cruje, ¿es eso viento, es agua
entre los árboles, o es sólo el perro destrozando las ratas muertas
en el granero abandonado?
Mujer, deja tu lámpara encendida y abre la puerta y cúbrelo. Su sueño interrumpieron los visitantes
que a cierta hora se dispersan.
“Buenas noches, señora Blake… Oh, fíjese, esa escarcha: la primera del año…”
La nieve cubre el techo, crece a la altura del portal, (en Lambeth es así). Y en la profunda casa de madera, ya ni la magia familiar, ni el golpe de la
lluvia, ni tus pasos cuando llegan deshabitando el agrio terror de la penumbra, podrían consolar a estos ojos
sino el perro del bosque
levantando su parda cabeza entre los gansos salvajes.
Eso que cae y cruje,
<
p style=»font-weight: 400;»>(entre las hojas húmedas hace un ruido
solitario y enérgico) del más remoto sitio del mundo te señala. Medrosa, detenida en las puertas más lejanas y crueles. Te asustan indudablemente esas llamas.
No puedes recordar más que voces difíciles.
Te decían:
Los niños como tú, William, serán negados por el ángel; blasfemas, robas en la despensa; tienes la cara sucia; andas siempre con claves y grabados y láminas…
Tú, arqueado el cuerpo, sonreías.
¡Ay, Blake, el siglo veinte no es un simple grabado
en que batallan el arcángel y el diablo!
Es la trampa
en que luchamos, es esta lluvia que nos ciega. Han arrasado las despensas
y no hay señales ni claves
que no pueda entender
el Ministerio de Guerra.
Entra, aún estamos en vela.
Cualquier día
me gritan a la puerta:
“Un hombre con paraguas, mi señor”
(No puedes conocerlo. Es de esta época)
Cualquier día
penetran en mi cuarto.
<
p style=»font-weight: 400;»>“Mostró insignias, señor”
Cualquier día
me obligan a salir a la calle, me apalean; me lanzan como a una rata
en cualquier parte.
(Tú no puedes saberlo. Es de la época)
Contra mí testifica un inspector de herejías.
VII
Esta noche me basta tu silenciosa presencia. En mi cabeza turbada
tu poesía alumbra mejor que una lámpara
sobre mis círculos de miedo.
No me distraigo.
Tengo los ojos fijos en la negra ventana.
Pasan camiones con soldados, gentes de las líneas de fuego.
En mi casa resuenan las consignas violentas.
VIII
La vieja profecía
que no te pertenece, extiende
como el agua tus dominios Y ese viento te borra,
ese camino que debes proseguir
guarda un instante tu desdicha; esas bestias enanas
soportan equipajes de usureros.
Delante de tus ojos el mundo exasperado resplandece.
¡Alegría! se han perdido todas las llaves, todas las puertas se han cerrado,
y las flores anoche
se cubrieron de un rocío de vasta anunciación. Los árboles voraces,
las flores venenosas
mueren al fondo de la verja, entre animales temibles.
Y aquí, William, te han puesto. Aquí la vida te edifica; hay algo aquí, nocturno, que quieres descifrar
para mis ojos: símbolos, dones tuyos brillando en lo desposeído.
Tu hogar es este mundo de bandidos colocado en el centro de los árboles. Las tablas húmedas
de que están hechas nuestras casas,
son el olor tormentoso de tu alma. ¡Alumbra, Blake, esta sencilla majestad!
Abre la puerta, y en la alta noche, sale.
Síguelo, perro del otoño, lame esa mano, el hueso conmovido de la última piedad; síguelo, ¡Oh centro pedregoso del otoño, animal del otoño, centro grave,
robusto del otoño!
Es el desesperado, recién salido, pálido desertado de tus tardes.
Noche, tú de algún modo le conoces. Por unas cuantas horas
permite, al fin, dormir a William Blake.
Cántale, susúrrale un fragante cuento; déjalo reposar en tus aguas,
que despierte remoto,
sereno, madre, en tu heredad de frío.
El hombre al margen
El no es el hombre que salta la barrera
sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo
oculto en el vagón que jadea
o que huye entre los terroristas, ni el pobre
hombre del pasaporte cancelado
que está siempre acechando una frontera.
El vive más acá del heroísmo (en esa parte oscura); pero no se perturba; no se extraña.
No quiere ser un héroe, ni siquiera el romántico alrededor de quien
pudiera tejerse una leyenda;
pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, fatalmente
condenado a su época.
Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro, como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera.
Cada mañana recomienza (a la manera de los actores italianos) Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje. Ningún espejo se atrevería a
copiar este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.
El que regresa a las regiones claras
Ya dije adiós a las casas brumosas
colocadas al borde de los desfiladeros como el montón de heno en la pintura flamenca,
y adiós también a las mujeres
que más de una vez me conmovieron ──sobre todo aquéllas de ojos color de malaquita──, y los trineos quedaron colgando como gárgolas inservibles en las
ventanas que desde ayer
están cerradas.
Porque el sol me ha curado.
No vivo del recuerdo de ninguna mujer,
ni hay países que puedan vivir en mi memoria con más intensidad que este cuerpo que reposa a mi lado. El sitio ──además── donde mejor
puede permanecer un hombre es en su patio, en su casa,
sin gentes melancólicas que acechen en los muelles
la carne atroz de las pesadillas. Un nuevo día entra por la ventana
──estallante, de trópico──.
El espejo del cuarto multiplica su resplandor. Yo estoy desnudo al lado de mi mujer desnuda, encerrados en esta luz de acuario;
pero éste que huye a través del espejo,
con bufanda y abrigo, escaleras abajo;
el que saluda a toda prisa a la portera
y entra en un comedor atiborrado y se sienta a observar la fachada de una estación de trenes
que el invierno devora
con su lluvia podrida como un estercolero, es mi último espejismo
que ya ha curado el sol, el último síntoma de aquella enfermedad,
afortunadamente transitoria.
Canto de las nodrizas
Niños: vestíos a la usanza de la reina Victoria y ensayemos a Shakespeare: nos ha enseñado muchas cosas. Sé tú el paje, y tú espía en la corte, y tú
la oreja que oye detrás de la cortina.
Nosotras llevaremos puñales en las faldas.
Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.
Del carruaje ya han bajado los cómicos. ¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,
o la farsa es realmente un pretexto,
un bello ardid contra las tiranías? ¿Y qué ocurre si al bajar el telón
el veneno no ha entrado aún en la oreja,
o simplemente Horacio no ha visto al Rey (todo fue una mentira)
y ni siquiera Hamlet puede dar fe de que existiera esa voz que usurpaba aquel tiempo a la noche?
Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.
En tiempos difíciles
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmación, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos difíciles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construcción o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.
Le dijeron
que era estrictamente necesario.
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles
esta es, sin duda, la prueba decisiva.
Hábitos
Cada mañana
me levanto, me baño,
hago correr el agua
y siempre una palabra
me sale al paso feroz
inunda el grifo donde mi ojo resbala.
Fuera del juego
A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia
¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.
¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre
le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.
Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Amstrong.
Tararea, a la sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes.
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos por la escena;
cunado las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
“Pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí…”
Y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
Estado de sitio
¿Por qué están esos pájaros cantando
si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación
y están pidiendo silencio?
Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta,
pero será muy tarde.
Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres
y el sitio en que se ocultaba la familia
fue descubierto en menos de lo que canta un gallo.
Dichosos los que miran como piedras,
más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible.
La vida hay que vivirla en los refugios,
debajo de la tierra.
Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos
escolares siempre conducen a la muerte.
Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?
No fue un poeta del porvenir
Dirán un día:
él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad. No poseyó el talento de un profeta.
No encontró esfinges que interrogar
ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha
el terror con que oían
las noticias y los partes de guerra.
Definitivamente él no fue un poeta del porvenir.
Habló mucho de los tiempos difíciles
y analizó las ruinas,
pero no fue capaz de apuntalarlas.
Siempre anduvo con ceniza en los hombros.
No develó ni siquiera un misterio.
No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio.
Octavio Paz ya nunca se ocupará de él.
No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar.
Ni Alomá ni Rodríguez Rivera
Ni Wichy el pelirrojo se ocuparán de él.
La Estilística tampoco se ocupará de él,
No hubo nada extralógico en su lengua.
Envejeció de claridad.
Fue más directo que un objeto.
El discurso del método
Si después que termina el bombardeo,
andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo
entre las ruinas
que en el sombrero de tu Obispo,
eres capaz de imaginar que no estás viendo
lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,
o que no estás oyendo
lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;
o (lo que es peor)
piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio
para evitar que un día, al entrar en tu casa,
sólo encuentres un sillón destruido, con un montón
de libros rotos,
yo te aconsejo que corras enseguida,
que busques un pasaporte,
alguna contraseña,
un hijo enclenque, cualquier cosa
que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe
(porque ahora está formada de campesinos y peones)
y que te largues de una vez y para siempre