Con la poesía de Osmany Oduardo Guerra

Con la poesía de Osmany Oduardo Guerra

Nacido en Las Tunas, en 1975, Osmany Oduardo Guerra  es Poeta, narrador y crítico. Entre otros galardones  ha recibido el Premio Nacional Décima Joven de Cuba, 1998; Premio Tomasa Varona, 1998; Primera mención del Premio Décimas para el Amor, 1998; Premio Nacional de la Narrativa Joven Reyna del Mar Editores en cuento, 2001; Mención David en poesía, 2002; Mención en Casa de las Américas, 2004, con el libro Poeta en La Habana, publicado al año siguiente por la editorial Letras Cubanas. Ediciones Sanlope publicó su plegable Reflexiones desde el pesebre.

Residente en Canadá desde hace varios años, hoy evocamos a este compatriota transterrado por medio de publicar en Miradas Desde Adentro una representación de su obra poética.

RAZONES PARA GUILLOTINAR LA FELICIDAD

Una manada de sueños

 se precipita al abismo

 de algún féretro

Sadismo

 del bufón en sus empeños

 de hacer llorar mis pequeños

 impulsos

Ahora disfruto

 si mastico el escorbuto

 que se lanza por sus venas

 Ya soy un retazo apenas

 de esta vida que le amputo

No importan las bufonadas

 El corazón no es espejo

 que se asfixia

no es espejo

 que suda cuentos de hadas

 El corazón tiene espadas

 para invocar al infarto

 Evocaciones de un parto

 de sangre sobre el cristal

 Mi corazón animal

 se estrangula

Ya estoy harto

Importa ser el bufón

 pirueteando en el cadalso

 Importa soñar descalzo

 de caminos

Tener don

 de pobreza y un bastón

 amenazando la holgura

 Importa la mueca dura

o la risa carcomida

 Importa la puerta herida

 cuando no roza estatura

 Todo es besar el hechiza

 si la bruja no es princesa

asesinar la corteza

 en tu nombre

árbol sumiso

 bajo un cielo movedizo

 que llueve puertas cristales

 Todo es saberse mortales

 aunque después haya cielo

 que compartir y el consuelo

 de equivocar los portales

Bufón es la carcajada

 importunando el espanto

 de la corte

Todo es canto

 de cuchillos en manada

 Qué bufón no es risotada

 con lágrimas en el pecho

Qué bufón tiene derecho

 al hachazo

Qué bufón

 no se quita el corazón

 para dormir al acecho

Me pierdo en un cuadro intenso

 de piruetas contra el humo

 del holocausto y asumo

 sus bufonadas

propenso

 a desterrarme en un lienzo

 de ironías

Soy infame

 cortesano que se lame

 las cuentas

Yo necesito

 ser feliz bufón proscrito

 sin ojo que se derrame

Es difícil la sonrisa

 impotente desde tronos

 Difícil cubrir de enconos

 la felicidad

Qué risa

 desprenderá la sonrisa

 de sus deseos burlones

 Difíciles los punzones

 Difícil quitar la mano

 Difícil ser cortesano

 guillotinando bufones.

MIEDO

Me trago este frío amargo

 busco razón en mis huesos

 Tiemblo

El camino de sesos

 y cráneos se torna largo

 El miedo es sucio letargo

 que asfixia mi boca abierta

 Tú vendrás porque es incierta

 la soledad

Resucitan

 mis ojos se decapitan

 Disparo absurdo en la puerta

Regreso al centro del miedo

 a desatar las palabras

 perdidas

Oh Dios las cabras

 despedazan ya este dedo

 inquisidor y no puedo

 hablar porque está podrida

mi voz

porque la mordida

 se hizo costra entre mis manos

 No hablaré porque hay gusanos

 aguardando la estampida

1

Todo lo que diga a partir de este momento,

de este sencillo momento en que acomodo mis uñas

en la carne infernal de las paredes,

serán sólo palabras amordazadas por la intemperie,

por los rasgos de la ciudad yerta a lo lejos.

Me acosan los jardines,

las calles populosas y sus pasos.

Me enervan esos cantos que se ausentan

y el estertor que nunca escuché

sino hasta este día bendecido por las aguas.

Puedo decir que hay cientos de escaleras

pero nada contendrá mis pies en el vacío.

Es vacía mi edad sobre los muros,

es vacío el hedor de las paredes,

es vacía la piel sin rasgaduras y sin llagas.

Puedo gritar que muchos detestan la ciudad

y se acurrucan mordidos por su historia.

Es mi deber, o al menos mi osadía,

no reprimir el llanto de los Otros.

Los Otros soy yo mismo

ensimismado y rabioso de nostalgia,

ruborizado y muerto.

He jurado, ante las puertas de La Habana,

maldecir tantas calles como espejos,

ignorar sus bellezas,

los animales que escarban en la noche,

las columnas besadas por el tiempo amargo,

insobornable.

He jurado decir la verdad, o no callarme,

o al menos escaparme del silencio,

o inventarme una piel tatuada a gritos,

aunque gritar sea cosa de anormales

y esos ya no nos pertenecen,

ellos hacen las paces con nosotros

y se desnudan tercos sobre el fuego.

He jurado,

y también sé que eso es cosa de asesinos,

es cosa de calar en los rincones

con un hacha de espuma.

Imagino que el mar es un abrazo

pero no tengo frío ni amanece

porque esta noche

es noche de inocentes tentaciones,

o de fracasos que aumentan la impaciencia.

Por eso es que camino por la orilla

con los pies detenidos en los ojos de los Otros,

esos que tampoco nos pertenecen

pero han perdido su fe,

y eso es muy bueno.

Los Otros, qué demonios tan dulces e impacientes,

qué castrados de toda alevosía,

qué infelices los Otros, ellos mismos

que condenaron todas nuestras puertas

con los cuerpos arenosos de los náufragos.

Tan sencillos los Otros

martillando mi piel en la madera.

Es fácil ser Los Otros sin que nos reconozcan.

Es fácil, tan fácil que me aterrra

y estremece los contenes agrietados

donde duermo con sed de madrugada.

Difícil es ser Dios

en una ciudad que goza con mi suerte.

Difícil es morder la sien al puerto.

Difícil es, sin dudas,

conversar con el cuello abierto a todo,

reírse con puñales clavados en la espalda,

abrazar al traidor,

vivir,

qué pena.

Avergüenza nacer ya sin zapatos,

avergüenza morir

y no tener más hazañas que esa muerte

y unos pocos recuerdos y caricias,

y unos extraños besos.

Qué nostalgia.

Hoy no importan los barcos ni la nieve

ni los vientos calados en mi orilla

porque al besar la ciudad

me he descubierto absorto, impredecible,

negado ser el pasto de los Otros,

imposibles los Otros en su histeria.

Hoy no importan las ruinas.

“La Habana es sólo un barrio marginal”, dice mi amigo

mientras abraza fiel los basureros,

y yo trato de huir de mi cerveza amarga.

Tampoco importa el pan,

ese que sí nos pertenece

pero tiene unas grietas invisibles

por donde escapa el tiempo.

Soy eterno y fugaz como las avenidas,

imberbe como los aeropuertos,

condenado a vivir en altos campanarios,

jorobado y sediento,

encarnizado por el polvo.

cuando vengan a buscarme

me encontrarán sin hambre ni rencores

abrazado a esta ciudad

que sabe a veces a nostalgia,

a veces sabe a muerte desgarrada,

a retornos que rezuman el vacío de la espera.

Qué importan los teléfonos si azules.

El azul no es tan triste

como para llorar las tardes sin marcharse.

El azul no es inmenso,

nos hicieron creer tantas mentiras

que ahora sentimos asco por la ciudad.

Nos mintieron.

Dijeron que La Habana era el centro de la historia,

que tenía ese mar inconfundible,

un cielo diferente

y nos mintieron.

La Habana es sólo el centro del pantano,

un abismo aferrándose a una rama,

un puerto sin retorno,

una pequeña aldea donde se invoca al miedo.

Qué hacer si la ciudad nos contamina

a pesar del residuo de uno mismo.

Qué hacer si los demás cercenan nuestros hijos

y quedamos sin nanas para el desayuno.

Es mejor olvidar hasta la sangre,

remontarnos al tiempo del deseo,

ignorar las semillas que alguna vez comimos

y el árbol que no nació jamás.

Es preferible ser el vagabundo

y errar por los pasajes de una historia inaudita

sin siquiera haber palpado la humedad de los muros.

Sé que luego vendrán a condenarme por profanar las calles,

por imprudente y cruel y despiadado.

Sé que nada ni nadie podrá salvarme

y que todo lo que he dicho aquí de la ciudad

será usado en mi contra.

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