“Nadie”: Un viaje a la desolación senil

“Nadie”: Un viaje a la desolación senil

Leer el relato “Nadie”, del joven narrador, poeta y ensayista Carlos Ávila Villamar equivale a sumergirse en un diálogo en el que los recuerdos, los objetos y el silencio fungen de interlocutores. Ubicado en un espacio enclaustrado en el que el tiempo solo simboliza la llegada de lo irremediable, narra los días postreros de Barrabás, un geólogo aquejado de una enfermedad en fase terminal, así como las obcecadas atenciones que una hija casi desconocida le profesa. Con un cuidadoso manejo del decorado y un sagaz empleo de los recursos y estilos, Ávila confiere a su prosa un ritmo palpitante, en el que las frases se entrecortan como si el aliento faltara a medida que la historia avanza, todo ello sin incurrir en la desenfrenada renovación ansiada por muchos narradores de hoy.

En su cuento, Carlos  Ávila Villamar ofrece una reflexiva descripción de la soledad. Barrabás, de quien se infiere ha mantenido relaciones bien accidentadas con sus esposas e hijos, se refugia en sus cavilaciones sobre el pragmatismo desbocado de los jóvenes y los nuevos equipos, a la vez que realiza un silencioso diálogo con los objetos que simbolizan su trayecto por la vida, reliquias valiosas únicamente para él; al igual que su dueño, se desvanecerán en el olvido, como le sucedería a los hombres que, en opinión de Barrabás, morirían para siempre cuando él abandonara este mundo y dejase de recordarlos. El motivo de la desesperada introspección se materializa en los escuetos y banales diálogos con su hija Selena, ante la cual el viejo refleja una tolerancia resignada.

El brutal in crescendo se produce cuando, en medio de la noche, Barrabás intuye una presencia que lo observa cada vez con mayor insistencia. Es aquí donde la narración libera su poder escalofriante y sugestivo, con pasajes donde se escenifica el viaje final del anciano hacia la muerte; primero, con el recuerdo de una ocasión en la cual, siendo un niño, estuvo a punto de fenecer; luego, con una escena implacable en la que no hay vuelta atrás y se desvanece únicamente para sí mismo, dado que su hija (quien había salido esa noche y llega al amanecer(, atribuye su dormitar al sopor originado por la enfermedad y nunca sospecha lo ocurrido. La descripción espacial del descenso de Barrabás hacia la nada es tan vívida que al lector le es inevitable permanecer fuera de la diégesis.

En el prólogo a su libro Fabulario, Ávila nos advierte de su dificultad para escribir narraciones breves, con lo que intenta disuadir a aquellos que buscan relatos para leer en simples recesos; de ahí que el cuento analizado llame la atención por el efecto que origina en quien lo lee, no obstante su brevedad. Al hallarse este relato fuera del antes citado libro, me parece una suerte de iniciación dirigida a los que, como yo, decidan acercarse a la joven y prometedora pluma; su lectura hará que lo dicho en el Fabulario sirva no ya para disuadir, sino para incitarlos a cruzar el umbral.

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