Jorge Molina vuelve a la carga

Jorge Molina vuelve a la carga

Por Joaquín Borges-Triana
A Jorge Molina se le conoció de inicio como actor. En ese momento,
nadie podía imaginar que con el transcurrir del tiempo, él se
convertiría en un realizador fundamental en la historia del cine
independiente hecho en Cuba. Con su más reciente película, Molina’s
Margarita, vvuelve a apostar por una propuesta transgresora, a tono
con el espíritu que siempre le ha caracterizado. Es por ello que con
sumo placer, en Miradas Desde Adentro reproducimos un trabajo crítico
acerca de este filme, otra muestra más de un creador que se renueva
constantemente.
Molina’s Margarita: la máscara como revelación
Por José Luis Aparicio Ferrera
Molina’s Margarita (2018), la más reciente experiencia audiovisual del
cineasta cubano Jorge Molina, no comienza en la ficción pura, al uso,
sino en ese relato manipulable y corredizo que de conjunto llamamos
realidad. Es 25 de marzo de 2016. En solo unas horas, los Rolling
Stones harán vibrar a más de un millón de espectadores en una
memorable noche habanera. Para casi todos los presentes, ese será
probablemente el concierto de sus vidas. Sin embargo, es aún temprano.
Una cámara curiosa alcanza a registrar la espera, el escenario todavía
lejos, los inciviles barrotes de la Ciudad Deportiva…
Es entonces cuando un viejo militante del Partido Comunista de Cuba
(PCC) asoma en la secuencia documental, con su pullover Barrio Adentro
bien metido en el pantalón, declarando en letanía su preeminencia
social como agente del cambio: ese cambiar todo lo que debe ser
cambiado, sin cuestionar la ideología, para el bien del país, que es
lo que siempre se pretende.
Este detalle disonante, en un montaje compuesto en su mayoría por la
opinión efusiva y nostálgica de veteranos rockeros, no puede ser menos
que un primer aviso. Parece una escena arrebatada a los predios de la
ficción, un personaje ideado por Juan Carlos Tabío. ¿Somos capaces de
creerle al militante? ¿Podemos ver más allá de su gestualidad y
caracterización, de su involuntaria caricatura del agente socialista?
¿Se puede abogar por el cambio desde la pura encarnación del
estatismo? Lo que sigue es el relato de una represión no muy lejana:
pelos largos y música del enemigo, rebeldes vs. rock & roll.
Molina hace de Molina (y no sé si es seguro decir que aquí comienza la
ficción, la autoficción…), un cincuentón ex-profesor de Marxismo, fan
absoluto a Mick Jagger y los Stones, quien termina de arreglarse para
salir hacia el concierto. Entonces, alguien toca a la puerta de su
pequeño apartamento. Margarita (Katerine Arias), antigua alumna y
amante no del todo consumada, ha escogido esa tarde para regresar del
extranjero. Tienen asuntos pendientes, sin terminar… Ante la
perplejidad de Molina, ella suelta, refiriéndose a Jagger y al
concierto: “Elija, profesor… ¿el Flaco o yo?”.
A través de un largo flashback, accedemos a los orígenes de la pasión.
Corre 1994. Mientras el país se cae a pedazos, Molina es un profe
iconoclasta en la Universidad de La Habana, que les habla a los
estudiantes del marxismo y sus contradicciones. Gustavo (Roberto
Perdomo) encarna al catedrático oportunista que predica la moralina
oficial de día, mas practica el hedonismo satánico de noche. Dentro
del claustro, Gustavo cuestiona a Molina por su rebeldía y gustos
americanizados; en horario extracurricular, lo incita a intimar con
las alumnas.
Aquí reaparece Margarita, una tímida pupila que transita sin complejos
a femme fatale. La doble articulación de su personaje y el de Gustavo
nos habla de un mundo de apariencias, donde la máscara juega un papel
simbólico, pero también literal.
Margarita alude a la feminidad como presencia ominosa, un motivo
recurrente en la obra de Molina; es una más de sus mujeres-súcubo,
rasgo heredado del noir y del horror al uso. La fascinación que ejerce
su sexualidad representa una amenaza para el protagonista, quien no es
capaz de comprender ese misterio ni de prever posibles consecuencias.
Es lo eterno-femenino subvertido, al menos a primera vista, pues el
desarrollo de la historia irá desmintiendo este abordaje a priori, que
parece coquetear con la misoginia.
El mito germano de Fausto ha seducido a varios de los grandes
directores de la historia del cine. Basta recordar las versiones
realizadas por F. W. Murnau (Faust, 1926), René Clair (La Beauté du
diable, 1950), Brian De Palma (Phantom of the Paradise, 1974), István
Szabó (Mephisto, 1981), Jan Švankmajer (Lekce Faust, 1994) o Aleksandr
Sokurov (Faust, 2011). Se despliega entonces Margarita como una
reescritura moliniana y surrealista-socialista del mito, más cercana a
un Mijail Bulgakov (El Maestro y Margarita) que a las iteraciones de
Goethe (Fausto. Una tragedia) o Thomas Mann (Doctor Fausto), pues
rescata el cuestionamiento a la hipocresía y la doble moral del
mundillo socialista, nunca mejor evidenciadas que en la torpeza y el
patetismo de sus pequeños funcionarios y adalides.
Molina mezcla esta tradición mítico-fantástica con su mirada
corrosiva, nunca antes tan politizada, para deconstruir los ideales de
la moral socialista y el hombre nuevo. Emprende su narración más
compleja hasta la fecha: una de las pocas, quizás la única, donde
accede a contextualizar, a meterse con la Historia, pero sin abandonar
su sensibilidad bizarra, aquellas obsesiones autorales que lo han
hecho un director de culto. Esa mirada singular y antisistémica
permanece en este híbrido múltiple, donde coexisten el registro
documental, la crítica sociopolítica, el erotismo soft-core y la
habitual tensión entre el horror y lo fantástico.
En la escena medular del filme, imposible de reducir a este párrafo,
Gustavo oficia una ceremonia de visos paganos, túnica roja y máscara
veneciana mediante. El sexo lésbico es ritual que subyuga ante la ley
obscena y corrupta. El profesor oportunista es Mefistófeles, un
intermediario del poder, que es a la vez su fractal. Margarita da su
cuerpo como ofrenda, pero es pragmática la sumisión.
El pacto fáustico se cierra con la orgía. Molina solo alcanza a
espiar, afligido, no satisfaction. El poder lo ha privado de esos
vicios, pero lo obliga a mirar. Asumir la posición de voyeur implica
una castración. Después de esa noche, Margarita abandona el país y a
Molina lo expulsan de la universidad.
Una búsqueda apresurada de referentes nos haría pensar en Eyes Wide
Shut (Stanley Kubrick, 1999), pues Margarita comparte el foco en la
obscenidad del poder y su carácter ritualista, sectario. El Dr. Bill
Harford de Tom Cruise tampoco consuma el deseo sexual, ni siquiera
cuando invade el espacio de los privilegiados a través de un ardid; se
limita a pasearse entre los cuerpos, fascinado y repelido a la vez.
La música del también cineasta Rafael Ramírez para la orgía, bajo el
título de Orgy of the Bicephalus, trae al recuerdo las partituras de
Jocelyn Pook para el filme de Kubrick. Sin embargo, hay un referente
mucho más cercano a la sensibilidad molinesca: las películas del
francés Jean Rollin, híbridos de dark fantasy y porno suave, donde
coexistían las tramas vampíricas con el lesbianismo estetizado, como
en La Vampire Nue (1970).
La actuación de Molina es notable, no solo porque se interpreta en dos
tiempos, sino por la extraña identificación que suscita en el
espectador. Borda un personaje que exuda ternura y vulnerabilidad, que
no teme a exponerse física y emocionalmente. Destacan, además, la
fuerza y frescura de Nabilah Fernández, como una de las discípulas más
lanzadas, y la solidez de Roberto Perdomo, así como la fotografía de
Alán González y el guion de Fernando Cruz.
Este mediometraje de 45 minutos viene a ser el colofón de la
autonombrada Etapa Rosa de Molina, compuesta también por Borealis
(2013), Sarima a.k.a. Borealis II (2014) y Rebecca (2016), ficciones
donde el director ha integrado el melodrama a sus habituales
exploraciones intergenéricas. Se realizó de forma totalmente
independiente, algo habitual en su trayectoria, gracias al apoyo de la
Embajada de Noruega en Cuba y la colaboración de varias productoras no
estatales.
El mítico concierto de los Rolling Stones invade ya el imaginario de
los creadores audiovisuales cubanos: desde documentales como Stones pá
ti (Eduardo del Llano, 2016), hasta el corto de ficción Ulysse Size
T-Shirt (Carlos M. Quintela, 2018), pasando por Sangre cubana (Edgardo
Pérez, 2018), ese hito del cine amateur nacional. El suceso se
presentaba cual conclusión de un período de cambios, de apertura… Era
nuestro Woodstock particular. Ahora sabemos que fue una ilusión
efímera, un exceso de ingenuidad y optimismo. Nos ha tocado lidiar con
la terrible resaca.
Molina’s Margarita ayuda a construir una posible caja negra de estos
fracasos. A entender que, en el juego de las máscaras, estas no
cumplen la función de ocultamiento, sino de revelación.

Tomado de: https://www.ipscuba.net/espacios/altercine/atisbos-desde-el-borde/molinas-margarita-la-mascara-como-revelacion/

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