Homenaje a Berta Martínez
El pasado mes de octubre, a los 87 años de edad, murió en La Habana Berta Martínez, sin discusión alguna una de las glorias del teatro en Cuba. Lamentablemente, su fallecimiento apenas fue reflejado en la prensa cubana. Por lo anterior, enMiradas Desde Adentro hemos querido rendir tributo a esta destacada personalidad de nuestras tablas y para ello, reproducimos un sentido texto del periodista Wilfredo Cancio Isla, publicado semanas atrás en Café Fuerte.
Berta Martínez, como un pedazo del alma cubana
Por Wilfredo Cancio Isla
El teatro y la cultura cubana han perdido a uno de sus pilares más sólidos, a una de sus personalidades más deslumbrantes, a una artista que combinó el talento dramático con el pensamiento intelectual hondo y revelador. A un mito. Ha muerto Berta Martínez en La Habana, a los 87 años.
Actriz, locutora, directora escénica, diseñadora, profesora, Berta Martínez deja un magisterio de seis décadas en la historia de las artes escénicas cubanas y en el teatro latinoamericano contemporáneo. Mujer de voz poderosa y firme carácter, temperamento sensible y afán perfeccionista, su muerte cierra un ciclo de grandes hacedores de la escena cubana, junto con los ya desaparecidos Francisco Morín, Adolfo de Luis, Roberto Blanco y Vicente Revuelta.
El luto en Cuba debería ser más sentido que las cuatro noticas salidas en algunos medios digitales hasta el momento. Berta impuso un estilo clásico y popular en las tablas cubanas, y lo perfiló, moldeó y cultivó hasta convertirlo en una identidad virtuosa. Una puesta en escena que dirigiera Berta era única, irrepetible y memorable. Como también lo serán -aunque el teatro esté solo “escrito en el viento”- su actuación espléndida como Lala Fundora, en Contigo Pan y Cebolla, o sus recordados desempeños protagónicos en El difunto Señor Pic (un dúo mágico con Ernestina Linares que Rine Leal calificó entonces de “el más apetitoso, violento y descarnado juego escénico” que podía verse en La Habana), Beatriz Cenci, Madre Coraje y sus hijos o Santa Juana.
La época de las salitas
Nacida en 1931 en Yaguajay, antigua provincia de Las Villas, Berta comenzó desde muy joven sus empeños artísticos. A los 16 años se inició como actriz aficionada e integró la legendaria Academia Municipal de Arte Dramático de La Habana. Va también al Teatro Martí rastreando la tradición de lo vernáculo y traba relación de trabajo con figuras de la talla de Candita Quintana y Alicia Rico. Se gradúa como locutora y se integra a la Asociación Cubana de Artistas Teatrales (ACAT), una sombrilla que le permite el acceso a varios radioteatros.
Es una de las actrices que se suma al movimiento de las salitas habaneras en la década de los 50, cuando emergieron personalidades imprescindibles del teatro con cierto rigor, más allá de los espectáculos comerciales. En 1955 viaja a Nueva York para estudiar en alguna academia dramática y logra vencer las pruebas en la Bown Adams Profesional Studio, donde en apenas dos años de permanencia, limitada por factores económicos, cursa dos niveles que a lo largo de los años serían sello distintivo de su carrera: las luces y la dirección de actores.
Tras su regreso a La Habana, en 1957, Berta comienza una etapa que la llevará por el camino de la consagración junto al grupo Prometeo y al maestro Morín. Protagoniza Sangre verde, Réquiem para una monja, El águila de dos cabezas, y asume la primera dirección teatral con los trazos de Morín: El difunto Señor Pic, con la cual recibe el “Premio Prometeo” a la Mejor Dirección del Año y a la Mejor Actuación Femenina, y el Premio Nacional ARTYC a la Mejor Dirección y a la Mejor Actuación Femenina.
Con Teatro Estudio
La Berta Martínez que entra al elenco de Teatro Estudio en 1961 y que hace leyenda con la hija muda de Madre Coraje, la Diana de El Perro del Hotelano o la Lala Fundora de Contigo Pan y Cebolla, es una artista madura, plena de capacidades y experiencias como para asumir los desafío de la escena cubana con una sensibilidad y un acento peculiares.
De esa madurez son fruto obras que figuran como hitos de la época de oro del teatro cubano: el Don Gil de las calzas verdes (Tirso de Molina), Macbeth (Shakespeare), La casa vieja (Estorino), y toda la saga lorquiana que situó a nuestro teatro en un momento de esplendor y universalidad: La casa de Bernarda Alba, Bodas de Sangre, La zapatera prodigiosa… Ella fue sin dudas nuestra mejor intérprete del teatro de Lorca, la que le dio un arraigo de cubanía y un aliento de modernidad que potenciaron lo dramático de esos textos cincelados con genialidad poética.
Nadie como ella manejó la luz, los decorados, el sentido del gesto para crear una atmósfera de absoluta teatralidad y espectáculo en la escena. Como ha dicho el crítico Norge Espinosa, Berta “narraba desde la luz”.
Conocí personalmente a Berta tras una función de La casa de Bernarda Alba, cuando yo empezaba a emborronar cuartillas en la crítica teatral, a comienzos de los años 80. Me impresionó su recia personalidad y su carisma a flor de piel. Había leído mucho de sus actuaciones con Prometeo en En primera persona (1967), el libro imprescindible de Rine Leal, y llegar hasta ella aquella noche tuvo para mí un magnetismo que derivó luego en admiración y culto.
Un drama de Carpentier
En 1986 estuvimos muy relacionados cuando Berta emprendió el montaje de La aprendiz de bruja, el único texto teatral de Alejo Carpentier. La obra había estado en planes de representación desde que Carpentier se la diera a conocer a Jean Louis Barrault en París, en1956, pero por una razón u otra nunca había llegado a las tablas.
Llevar a escena una obra como La aprendiz de bruja, con un conflicto que aplastaba la palabra escrita del narrador, fue un reto gigantesco que solo Berta Martínez pudo sacar a flote con brillantez. Participé en algunos de los ensayos previos al estreno, en los que la exigencia de Berta cobraba preciosismos milimétricos en la escena del Teatro Nacional. Fue un trabajo agotador y sin tregua hasta el día de la función inaugural. Fueron también días difíciles para ella y todo el elenco tras la tragedia ocurrida en plena función, con la muerte del actor Florencia Escudero, desgarrado por una de las plataformas del escenario mientras transcurría la obra. Definitivamente, aquel drama sobre la traición de la Malinche en plena conquista de México estaba maldito, y solo la laboriosa dedicación de Berta fue capaz de proporcionarle vida dramática aunque fuera por unas pocas noches.
Quise mucho a Berta desde esos días aciagos. En 2001 nos encontramos en Miami en ocasión de su visita al Primer Festival del Monólogo organizado por Alberto Sarraín. Acababa de recibir el Premio Nacional de Teatro, compartido con Roberto Blanco. Hablamos y las lágrimas saltaron en más de una ocasión. Quedamos en la promesa de una entrevista, que presumí no iba a realizarse nunca sabiendo de su proverbial rechazo a las conversaciones periodísticas, los homenajes y la exposición publicitaria. En algún momento recordamos el poema de Borges que nos obliga siempre a pensar en la imposibilidad de una próxima vez (Si para todo hay término y hay tasa/ y última vez y nunca más y olvido/ ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,/ sin saberlo, nos hemos despedido?)
No la vi más. Supe después de ella a través de amigos comunes y más tarde conocí de su enfermedad e internamiento en un asilo de ancianos, afectada por la demencia. Me cuentan escenas de sus días finales que he querido borrarlos y diluirlos como escenas fallidas de una teatralidad perenne de su existencia.
Hoy sé que la escena cubana está más vacía y con menos luz que nunca. La historia de nuestro teatro tendrá siempre que contar con su estela de plasticidad, rigor y pasión creativa. Berta Martínez supo representarnos como somos: con dolor y belleza.
Tomado de Café Fuerte, www.cafefuerte.com