Historia de un desaguisado
En numerosas ocasiones me sorprendo leyendo trabajos en la prensa plana o escuchando intervenciones en la radio y la televisión que sólo son reflejos de una inquietante desactualización en relación con fenómenos artísticos y culturales que se originan o son expresados en el repertorio musical contemporáneo de los creadores cubanos. Ello sucede, entre otras razones, por el divorcio que se da entre no pocas de esas voces con acceso a los medios y el verdadero saber de corte culturológico y/o musicológico procedente del amplio campo de las ciencias sociales. Así las cosas, por lo general nuestra crítica musical no está preparada para realizar análisis cruzados, con enfoques multi, inter y/o transdisciplinarios, resultado del conocimiento de investigaciones que funcionen como apoyaturas de sus afirmaciones.
Creo que no está demás acotar que acerca de la música entendida como espectáculo, uno más de la gran oferta existente en nuestro tiempo, conviene reflexionar tal vez sobre la idea que subyace a la representación en sí. Hoy la música se ha convertido en una dualidad comercial que se bifurca entre la música oída, fundamentalmente en radio y discografía; y la que se ve y se oye, en reproducciones audiovisuales y en directo en los auditorios. Lo complejo de semejante realidad conduce a que, contrario a lo que muchos opinan, cualquier persona no está apta para ejercer de forma profesional la crítica musical.
No hace falta ser un experto en nada para opinar de lo que a uno le gusta o no, pero sí son éticamente exigibles los conocimientos previos para vivir de ello. Sucede que para escribir una buena crítica musical, no es suficiente con saber redactar bien en términos periodísticos, sino que se requiere conocer a profundidad de lo que se escribe, o sea, poseer un grado de especialización temática y que posibilita manejar los sistemas de codificación producidos en el discurso musical, para así poder interpretarlos y exponérselos al público.
Pensaba en todo lo anterior a propósito de varios elogiosos comentarios que he leído sobre un reciente disco de versiones (realizado por una prestigiosa figura) de temas del repertorio de un muy popular cantante de décadas pasadas. No me interesa en lo más mínimo polemizar con quienes han escrito dichas reseñas o críticas (aparecidas en distintos medios cubanos de prensa, incluso en uno que otro especializado en música) ni mencionar aquí el nombre del fonograma ni de su protagonista, alguien a quien admiro profundamente, cosa que no me impide percatarme de que se trata de un disco infeliz en su resultado final. En todo caso, hablo del asunto para traer a la palestra un ejemplo de lo mal que anda la crítica artística entre los cubanos y de acciones que, en mi modesto parecer, no debieran hacerse, sobre todo cuando se trata de glorias de la cultura de este país.
Me parece oportuno comentar que en mi caso personal, soy de los que entiende la música popular como una suerte de enorme red intertextual en la que cada canción resulta una enunciación-performance de un determinado código o sistema de comunicación general muy compartido y productor de entidades harto similares. De tal suerte, en semejante contexto, una versión tanto actualiza como transforma una pieza musical grabada con anterioridad y puede ir de la más simple imitación a la producción de lo que vendría a ser un tema derivado, del homenaje a la deconstrucción, del enmascaramiento a la sátira o el pastiche y la parodia (entendido esto último en la tradición del reciclaje musical occidental como el empleo de materiales de una obra para la composición de una nueva con identidad propia).
No está de más acotar que interpretar o grabar un tema de un compositor, vocalista o agrupación de otra época, género o estilo es una constante en el devenir de la música popular, si bien lo cierto es que la producción de versiones para rendir tributo a determinada figura o agrupación se ha convertido en un recurso muy usado por la industria en las últimas décadas, algo que también ha sucedido en Cuba. Esa actualización de equis pieza no deja de ser un acto creativo por parte del orquestador o arreglista, aunque de igual modo es una operación comercial (por encima de ser presentada supuestamente con intenciones más elevadas).
En la actualidad existe consenso en cuanto a que, en la práctica, la versión deviene experiencia de escucha, al establecer en el oyente una relación entre un punto de origen o referencia sonora y otro, percibido como la actualización de dicho referente. Tengo que confesar que entre las distintas concepciones que hay acerca de qué entender por una versión, personalmente me identifico con la última expresada, o sea, que siempre mido los niveles cualitativos del nuevo producto que nos entrega la industria, en comparación con el original que le dio vida.
De ahí que al escuchar este disco de versiones del que vengo hablando, inevitablemente a mi mente viene la evocación de las maravillosas interpretaciones originales por parte del vocalista al que se le rinde homenaje.
Lamentablemente, en mi criterio, este álbum no consigue encajar en ninguno de los tres tipos fundamentales de versiones existentes: la versión que aspira a ser lo más parecida a la base o versión de referencia; la que lo modifica en mayor o menor medida, para adaptarlo al estilo del cantante o agrupación que lleva a cabo la versión; y la que manipula a tal grado la estructura básica de la referencia que hace que la nueva versión (también llamada reelaboración) pueda ser vista como un tema independiente o paralelo.
No pretendo formular aquí un análisis de las funciones y significados de cada versión específica de las incluidas en el disco al que me refiero, pero cualquiera que preste una atenta audición a lo hecho por su protagonista se dará cuenta de que las líneas melódicas de las canciones con suma frecuencia son modificadas o alteradas, simple y llanamente por la imposibilidad de llegar al registro de la nota correspondiente en cuestión.
La pena que experimento no viene dada solo por los comentarios elogiosos que en relación con el álbum están saliendo y que es probable continúen publicándose en los medios cubanos de comunicación. Eso es lo de menos importancia. Lo triste es que en los corrillos musicales, gente que sabe mucho de estos asuntos formulan acres críticas al fonograma de marra y cuestionan cómo la discográfica permitió que un producto con tantos déficits en su acabado viese la luz y con ello no se haya protegido a una gloria no ya de la música sino de la cultura de este país pero que, en virtud de la elevada edad que tiene, ha visto pasar su mejor momento como intérprete
Y eso no es todo. Aún hay un desaguisado mayor. Como parte de ese loable afán por estimular a nuestros músicos con un Premio Cubadisco, pero que en no pocas ocasiones ha sido excedido, como lo evidencia la enorme cantidad de galardones entregada en varias emisiones del certamen, en la reciente clausurada edición de la fiesta del disco cubano se creó una categoría nunca antes existente para premiar un trabajo que, según el consenso de no pocos especialistas pero que no se pronuncian públicamente, no estaba a la altura como para recibir una distinción, lo cual no significa que el material carezca de valores.
Es que tanto periodistas como los demás involucrados en la industria fonográfica deberíamos ser conscientes de que no siempre la voz de alguien, por grande que sea esa persona, tiene que proyectarse como una propuesta musical de alto vuelo o cuando menos acertada, aunque esté interpretando temas antológicos, responsabilidad que en cualquier caso no solo atañe al solista o agrupación protagónica en un CD sino además al productor del álbum y a la discográfica en cuestión. Digo yo.
De ahí que al reflexionar sobre este episodio, me pongo a pensar que a lo mejor, el genial músico estadounidense Frank Zappa tenía algo (o mucho) de razón cuando de manera descarnada afirmaba una idea que al parecer trasciende las fronteras de los medios de comunicación:
«El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer».