Evocación de Carlos Victoria
La noche que la televisión cubana transmitió el filme Chico & Rita por uno de sus canales, sentado en la sala de mi vieja casa en Centro Habana y mientras seguía la narración cinematográfica acerca de los personajes ideados por Trueba y Mariscal, me preguntaba cuántas historias de vida como las de los protagonistas de esta película, en realidad no se habrán extraviado por ahí, transformadas tan solo en polvo de sueños que nunca se podrán recuperar. Y justo me refiero a eso: “historias de vida”, no hablo ya de la historia en conjunto de los miles de artistas e intelectuales cubanos que un día decidieron marcharse de nuestro país para probar suerte en otros lares sino de las vivencias personales de cada uno de ellos, a veces coronadas con el éxito, a veces coronadas con el fracaso.
De numerosas lecturas de los textos del camagüeyano Juan Antonio García Borrero –en mi opinión–, alguien que es mucho más que un excelente crítico de cine para devenir uno de los pensadores de nuestra cultura de mayor relevancia en la actualidad, he aprendido que entre nosotros, lo que conocemos “es la historia de una utopía, y utopía al fin, se prioriza al sujeto colectivo, su lado más fotogénico.” A tono con semejante proceder, las desgarraduras individuales, o las deserciones del sueño, no cuentan. Estas últimas, desde el punto de vista historiográfico y siguiendo también las ideas de García Borrero en el artículo “Gone with the wind”, publicado en su bitácora personal Cine cubano, la pupila insomne, en otros tiempos solían despacharse con una lacónica línea: “Abandonó el país”, frase cuya lectura despierta la impresión de que se establece el fin de una vida o, para decirlo con Juan Antonio: “Como si el rebasar lo geográfico hubiese implicado el no da más de una existencia”.
Por lo anterior, me resulta en extremo penoso que en Cuba apenas se conozca la obra de un escritor como el desaparecido Carlos Victoria, un nombre imprescindible en el devenir de las letras cubanas de los últimos cincuenta años y que con su ingente quehacer, no solo honró nuestra narrativa sino en general la cultura desarrollada por los nacidos en esta tierra.
La primera vez que tuve noticia de que había un escritor cubano llamado Carlos Victoria fue a fines de la década de los ochenta. Supe de su existencia mientras yo participaba en un curso para guionista de series de televisión. Mi gran amiga Tania Chappi y yo habíamos ganado un concurso de guiones convocado por el ICRT, con una propuesta de serie sobre un grupo universitario y que dicho sea de paso, a pesar de que nos la pagaron, nunca se llevó a la pequeña pantalla. Como parte de los premios que nos entregaron, estaba recibir el aludido curso. Una de las que también asistía como alumna fue Olga Consuegra (luego muy conocida por escribir en los noventa varias series televisivas), una de las dos hermanas De Carlos Victoria por parte de padre y que fue quien me habló de él.
Con el transcurrir del tiempo tuve conciencia de que en la literatura hecha por nuestros compatriotas en las últimas décadas del pasado siglo XX, uno de los narradores cubanos de mayor importancia es sin la menor discusión el camagüeyano Carlos Victoria. Su obra, profundamente autobiográfica, se caracteriza por transitar los senderos de lo que vendría a ser una suerte de realismo atormentado, pletórico en personajes marginales. Él pertenece a la llamada Generación Mariel, grupo de creadores que aún está por estudiar en conjunto (sobre todo en Cuba) y en el que sobresalen figuras como los escritores Reinaldo Arenas y Guillermo Rosales, los músicos Alfredo Triff y Ricardo Eddy Martínez (Edito), el artista plástico Carlos Alfonzo o el teatrista René Ariza, por solo mencionar unos pocos ejemplos.
Nacido en la ciudad de Camagüey en 1950 y fallecido el 12 de octubre de 2007 en el Hospital Palmetto de Hialeah tras permanecer varios días allí por consumir una sobredosis de analgésicos, desesperado por los fuertes dolores que padecía después de una operación de cáncer, Victoria se identificó desde muy joven con el mundo de los libros, la lectura y el cine.
Un repaso por su biografía nos hace saber que cuando él era un adolescente, empezó a escribir poemas, narraciones y obras teatrales. Por dicho camino, apenas cuando tenía poco más de 15 años de edad, en la primera emisión de un concurso literario convocado por el entonces naciente mensuario cultural El Caimán barbudo, Carlos se alzó con el premio de cuento con un texto influenciado por Julio Cortázar y los surrealistas, que le deslumbraban por esa época.
Lector impenitente de autores como Dickens, Joyce, Verne, Dostoievski, Flaubert, Camus, Dashiell Hammett, los cubanos Antonio Benítez Rojo, Lino Novás Calvo y Lorenzo García Vega y, por otra parte, amante empedernido del rock, género del que fue un profundo conocedor, todo apuntaba a que tendría un porvenir brillante en las artes y letras. Empero, sus gustos estéticos y el estilo de vida por el que optó para su proyección personal (el excesivo disfrute de la bebida lo convirtió en alcohólico, adicción de la que en la diáspora logró curarse), pronto entraron en contradicción con el dogmatismo que reinó en Cuba durante un demasiado largo período de tiempo.
Así, como parte de los acontecimientos suscitados en aquella época de la barbarie de los años setenta cubanos, mientras cursaba la Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesas en la Universidad de La Habana, en 1971 fue expulsado de dicha carrera por el sacrosanto San Benito de “diversionismo ideológico”. Como es lógico deducir, a partir de entonces se vio socialmente marginado, sin posibilidad para llevar adelante su vocación literaria y en 1980, opta por ser una de las 125 mil personas que emigran a Estados Unidos por el puente marítimo del Mariel.
Al llegar a Miami, para ganar el pan de cada día, Carlos Victoria se desempeña en distintos oficios, como el de almacenero, pero no renuncia a su amor por la escritura. De tal suerte, junto a su gran amigo Reinaldo Arenas, aparece entre los fundadores de la revista Mariel en 1983, publicación que se mantuvo activa hasta 1985.
Por ese entonces, la traductora y ensayista Liliane Hasson, alguien a la que hay que agradecerle lo mucho y bueno que ha hecho por promover la literatura cubana en francés, lleva a dicho idioma un cuento de Carlos Victoria Y el relato es incluido en 1985 en la selección anual del importante diario parisino Le Monde.
En 1992, por iniciativa de Juan Manuel Salvat, Ediciones Universal, en Miami, le publica a Carlos Victoria su primer libro, el titulado Las sombras en la playa, colección de cuentos que lo lanza al mercado literario en América Latina, Europa y el ámbito hispano de Estados Unidos.
Tras el exitoso debut, da a conocer la novela Puente en la oscuridad, ganadora del premio Letras de Oro de Miami. Esta narración rinde homenaje explícito al poeta británico John Keats y también, de algún modo, a autores románticos como Percy Bysshe Shelley, Samuel Taylor Coleridge, Víctor Hugo, Mijaíl Yúrievich Lérmontov, François-René de Chateaubriand, Alphonse de Lamartine, José de Espronceda y Friedrich Holderlin, a partir de reflexionar sobre la historia de muchos exiliados como el propio Carlos Victoria y en relación con tanta gente solitaria que busca un refugio, un asidero.
Vendrían después las novelas La travesía secreta y La ruta del Mago, así como los libros de relatos El resbaloso y otros cuentos y El salón del ciego. Al fallecer en octubre de 2007, ya los libros de Carlos Victoria habían sido traducidos al inglés y al francés.
Para ese instante, entre sus logros como escritor habría que mencionar el hecho de haber ganado la importante Beca Cintas para creación literaria y que su novela La travesía secreta, llevada al francés por Liliane Hasson bajo el título de La traversée secrète, resultó seleccionada en el 2001 como el Mejor Libro Extranjero del Año en Francia, donde también aparecieron publicados El resbaloso y La ruta del Mago.
En el 2004, la editorial Aduana Vieja publicó en España una compilación de sus dos libros de relatos bajo el título Cuentos (1992-2004), y organizó en Cádiz un homenaje a Carlos Victoria por su trayectoria literaria. Pude leerme ese libro, un material que tenía un excelente prólogo realizado por la hoy profesora universitaria Madeline Cámara y mi amigo, el admirado periodista y escritor Luis Manuel García, quien define a este camagüeyano como un «saqueador de vidas ajenas».
Aunque Carlos Victoria no ha gozado entre nosotros del reconocimiento que se merece ni de la porción de patria literaria a la que tiene total derecho, él disfruta de sumo prestigio entre los más afamados estudiosos nacionales y foráneos de la literatura cubana contemporánea, dada su capacidad para describir el desarraigo, la inadaptación, la intolerancia, la incertidumbre de la soledad, el dolor de la diáspora, el alcoholismo y la abstinencia de todo. De ahí que Luis Manuel García haya escrito lo siguiente:
“Junto con Guillermo Rosales, dotó al exilio, a Miami, de una literatura: artefactos de precisión que uno puede recorrer como una guía desolada del alma humana, de la ciudad, como un mapa de esa soledad que sólo abandonaba para frecuentar la amistad de un grupo sólido y fiel: su anclaje para sobrevivir, incluso en temporadas de ciclones.”
En un texto preparado para un volumen que publicará o tal vez ya ha sacado la Editorial Silueta en homenaje a Carlos Victoria, su amigo, el poeta, narrador, ensayista y traductor Reinaldo García Ramos afirma:
“Su obra nos entrega un paisaje sumido en una serena soledad, un universo atravesado por estallidos de espanto y bruscos intentos de lograr alguna forma de consuelo, pero no se regodea en las abyecciones ni en la depravación. Carlos buscaba otra cosa: quería dejarnos un desfile de personajes hermosos, convincentes, palpables en su ilusión y en su derrota, unos seres humanos que a pesar de todo, a pesar de haber perdido en gran medida su alegría y hasta sus mayores esperanzas, nunca llegaron a perder su dignidad.”
Una reciente iniciativa para ir rompiendo las tinieblas que aún rodean a todo el puñado de creadores aglutinados en la llamada Generación Mariel, en especial en el ámbito de la literatura, la ha puesto en marcha la editorial Hypermedia, con la publicación en 2018 de la Colección Mariel, la cual recoge 11 títulos emblemáticos de dicho grupo de escritores y en la que se incluyen, además del propio Carlos Victoria con su novela La travesía secreta, los títulos Este viento de Cuaresma (novela), de Roberto Valero ; Curso para estafar y otras historias (cuento), de Leandro Eduardo (Eddy) Campa; Dile adiós a la Virgen (novela), de José Abreu Felipe; Al norte del infierno (novela), de Miguel Correa; Miami en brumas (novela), de Nicolás Abreu Felipe; Boarding Home (novela), de Guillermo Rosales; Impresiones en el viento (cuento), de Rolando Morelli; El gen de Dios (novela), de Juan Abreu Felipe; Del lado de la memoria (cuento), de Luis de la Paz; y La loma del Ángel (novela), de Reinaldo Arenas.
En relación con la novela de Carlos Victoria titulada La travesía secreta, perteneciente a la aludida Colección Mariel, de la editorial Hypermedia, puede asegurarse que resulta una narración compleja y con abundante presencia de la intertextualidad, y que tiene en la obra teatral La gaviota, de Antón Chéjov, un referente obligatorio. El libro, signado por un corrosivo escepticismo, relata la vida de un grupo de artistas a finales de la década de los sesenta y comienzos de los setenta de la anterior centuria, con énfasis en el destino de Marcos Manuel Velasco, un joven poeta, y Eulogio Cabada, director de teatro de enorme erudición, que se suicida pero antes se convierte en una suerte de mentor espiritual para el novel hacedor de versos, para quien, como asegura Ubaldo León Barreto en su artículo “Carlos Victoria y Chéjov: un conocimiento de desolación”, publicado en Rialta Magazine:
“el pesimismo sin paliativos no es la última palabra de esta singular novela: tras el suicidio de su mentor algo subsiste en el discípulo que trasciende la desesperación y todos los fastos del aborrecimiento: una fe casi beckettiana en la literatura y sus posibilidades, la terquedad del poeta que ha decidido perseverar en su vocación, «fracasar otra vez, fracasar mejor».”
Como una modesta contribución en pro de divulgar el quehacer de Carlos Victoria, por encima de que sea o no reconocido como se merece en el ámbito de las letras cubanas, en el espacio de Miradas Desde Adentro hoy he evocado a este camagüeyano de talla universal y así, rindo mi personal tributo a uno de nuestros grandes narradores.