¿Erotismo o pornografía? He ahí la cuestión

¿Erotismo o pornografía? He ahí la cuestión

Por Joaquín Borges-Triana
Soy un fanático total de la literatura erótica y por ello, tengo plena
conciencia de que entre la misma y lo que puede considerarse como
pornografía existe una frontera muy difícil de definir y que, en
esencia, depende de nuestros criterios personales en cuanto a lo uno y
lo otro. Hoy quiero publicar en Miradas Desde Adentro un cuento de
Magela Garcés que, según cada lector,  podrá ser visto como un relato
muy logrado o como una muestra de simple vulgaridad. Solo quiero
acotar que hace años se vienen publicando cuentos y novelas de este
estilo y que a estas alturas del siglo XXI, además de hacer un
ejercicio escritural rompedor y perturbador, ya no es suficiente con
ser atrevidos a la hora de emplear ciertos vocablos o describir
escenas bien “calientes”. Hay que caracterizar adecuadamente a los
personajes,involucrar al lector…, en una palabra, conmoverlo. No me
interesa aquí pronunciarme en relación con esta narración de Magela
Garcés sino que por hoy, mi deseo es presentar el material y que cada
lector saque sus propias conclusiones.

Pescado crudo
Por Magela Garcés
Algo cambió en mí el día en que llegaron a nuestra casa. Vasili (al
que todos llaman Vasia) es un viejo amigo de mi suegro, de la época de
estudiantes en la URSS. Llevaban más de veinte años sin verse cuando
restablecieron el contacto a través de Facebook, y casi enseguida
Vasili decidió tomarse unas vacaciones con su familia en esta Isla.
Como es de esperar, mi suegro ofreció su casa, y así fue que conocimos
a Vasia y a Marina, que es su mujer. Ellos viven en Kiev, pero Marina
es rusa (son tan grandes las diferencias entre rusos y ucranianos…).
La habitación que se les asignó fue la mía y de Tony, por ser la más
cómoda; de modo que él y yo tuvimos que trasladarnos al cuartico de
pintar, donde hay una estrecha cama personal. Por nosotros estaba
bien, de todas formas los visitantes estarían en el país solo 20 días,
de los cuales 7, o más, permanecerían en Varadero.
Desde el inicio se comportaron muy cordiales, como si fueran amigos
nuestros de toda la vida. También desde el inicio cogí a Vasia
mirándome el culo, en un momento en que los dos nos quedamos sin
compañía en la sala. Nosotros en la casa igualmente procuramos todo el
tiempo que los nuevos inquilinos se sintieran a gusto, sin presiones
de formalidades ni nada parecido. Así pues, Vasia y Marina, en muchas
ocasiones, andaban por el apartamento en short y chancletas, ella con
una blusita que dejaba ver el dorado piercing de su ombligo. Él, a
pesar de su edad, tenía una silueta esbelta y fornida. Alto como un
ucraniano, de espaldas anchas, brazos y piernas fuertes y bien
proporcionados, y abdomen con un leve exceso de grasa. Ella también
era dueña de una figura harto agradecida para sus casi 50 años. No tan
alta, caderas anchas, brazos y piernas fuertes y bien proporcionados,
abdomen apenas prominente, y tetas bastante poco caídas. Los dos eran
rubios de ojos claros, con cara de rusos, y tenían la piel bronceada y
tersa. Un par de cuerpos obtenidos gracias a una dieta rica en
proteínas y papa, saunas frecuentes, baños de sol sin ropa en la nieve
(esta imagen me fascina), y casi ningún estrés.
Era un vacilón tenerlos en la casa, ni siquiera la comunicación fue un
problema. Mi suegro hablaba ruso y los traducía, Vasia sabía algo de
inglés y podía hablar conmigo sin mediación de nadie, o bien tomarme
como traductora. Marina solo dominaba el ruso y mi suegra el español
pero a pesar de ello lograron de alguna manera entenderse y cocinaban
a dueto como quienes llevan años haciéndolo.
Ver al ucraniano ir y venir sin camisa era mi placer secreto. Con mi
mejor cara de póquer lo vacilaba entero. Creo que él lo sabía, porque
siempre se aseguraba de pasarme por delante varias veces. Ella también
era bonita de ver, cuánto me gustaría llegar a esa edad con esa
figura. Recuerdo incluso que, dos meses tras su partida, me hice una
perforación en el ombligo; aunque nunca se lo dije a nadie, fue el
piercing de Marina el que me inspiró.
Un día de mucho calor me dirigí a tomar agua a la cocina y allí estaba
Vasia, preparando un pescado. Tenía el torso desnudo. Ya le había
quitado las espinas al animal muerto y ahora lo picaba en filetes.
Manejaba el cuchillo con una destreza de especialista; con la mano
derecha daba cortes suaves pero certeros, mientras con la izquierda,
deleitado, sujetaba y acariciaba la carne e iba poniendo los trozos en
un plato aparte. De repente tomó uno de esos pedazos, le cortó un
cacho, le echó sal y se lo llevó a la boca.  Me sorprendí pero no
sentí asco, no obstante pensé estos rusos son tremendos cochinos.
Vasia me dijo paprovoipaprovoi extendiendo el pescado hacia mi cara y
yo nienie I don´tlikeitthatway y él try it, try it, it´sgood y yo
tímida e indecisa, no me interesaba meterme esa mierda cruda en la
boca pero estuve a punto de hacerlo, al ver su mano toda embarrada de
pescado, con aquellos dedos largos y fuertes ofreciéndole a mi boca un
banquete para mí extraño. Pensé en el sabor del pescado sin cocinar,
luego en Tony, y aparté mi rostro. ¿Tú sabes algo de cocina?, me
preguntó divertido en su inglés macarrónico. No, pero sí sé que eso no
se come así. Él, tú no sabes nada, esto es delicioso, y lentamente se
introdujo en la boca el último pedazo, que degustó con los ojos
cerrados como si aquello fuera lo más grande del mundo, qué clase de
puerco, salvaje, pero qué fácil disfruta de la vida, pensaba yo.
El viaje a Varadero lo hicimos como a los seis días de su llegada.
Fuimos todos. Vasia, Marina, mis suegros, Tony, y yo. El mismo día que
arribamos caí con la menstruación y la rusa me dio un paquete de
tampones para poder bañarme en la playa. Como eran de los chiquitos me
los tenía que meter de dos en dos. Nunca antes los había usado y
contrario a lo que mucha gente dice, no son nada incómodos.
La casa donde nos quedamos estaba a ciento cincuenta metros del agua.
Apenas media hora después de llegar y haber colocado cada cual los
bultos en su habitación, ya nos zambullíamos en un mar calmado y lleno
de sol. Mis suegros estuvieron unos minutos, el resto duramos hasta
bien entrada la noche. Eran cerca de las 21:30 cuando, tras conversar
con nosotros un rato sentados en la arena, Marina y Vasia se pusieron
en pie de repente, se despojaron de sus respectivos trajes de baño, y
corrieron al agua gritando como dos niños. Además de nosotros cuatro,
en la playa solo se veían dos o tres figuras lejanas. Tony y yo los
miramos extrañados primero, luego partidos de la risa.
-Qué clase arrebato tienen estos rusos. – Tony los veía encantado.
-Lucen felices ¿verdad?- Le dije.
-Nos están provocando.
-¿Y qué? ¿Te cuadra? – Le pregunté en tono de broma, pero tanteando el terreno.
-Tú sabes muy bien lo que yo pienso sobre meter terceros en la
relación. – Se puso un poco serio.
-Claro mi amor, estoy jodiendo. -Tony y yo somos de los que piensan
que darle entrada a otra gente en lo nuestro es como ultrajar una
criatura maravillosa a la que solo nosotros tenemos el privilegio del
acceso: nuestra intimidad. No obstante, por aquellos días me sentía
compartidora y se me antojaba exhibir un poco la criatura. A pesar de
ello no me atrevía a proponerle nada a Tony; mucho menos a
materializar mis deseos a espaldas suyas.
Nos levantamos y nos dirigimos a la casa, estábamos hambrientos. Los
rusos ni cuenta se dieron. Sus siluetas desnudas se movían de un lado
a otro, retozando alegres.
Mis suegros, mi novio y yo permanecimos en Varadero de viernes a
domingo, los eslavos se quedaron unos días más. Luego, al regreso, nos
mostraron las fotos que se hicieron. La mayoría eran en la playa, se
fotografiaban entre sí, juntos, o bien con un montón de sujetos para
mí cotidianos y para ellos súper interesantes. Todos eran negros (tal
parecía que se retrataban con cada uno de los que encontraban en su
camino), pero esto no me sorprendió. Conozco el atractivo de lo
exótico y en Kiev no abunda el color del Caribe. Lo que me resultó más
curioso fue lo siguiente: todos eran hombres. Un grupo grande de las
fotos mostraba a Marina y a un negro de cuerpo apolíneo, masajista,
cubierto solo por un ligerísimo traje de baño. Marina bocabajo, Marina
bocarriba, el negro, a veces posando solo a la cámara, mostrando su
cuerpo brillante, sus carnes esculturales, pero casi siempre
masajeando vaporosamente a la rusa, muy concentrado en su labor. Una
de esas fotos (acaso la más pregnante) era un escorzo, tomada desde
los pies de ella y apuntando a sus nalgas, justo en el momento en que
el negro se las apretaba como panadero enardecido. Incluso hicieron un
video, al final de la sesión de masaje, donde se veía a Marina con
tremenda cara de anormal,  como quien acaba de tener un orgasmo
múltiple. Lo que más me gustó de esas imágenes fue saber que era Vasia
quien las había tomado, que era él quien había estado, todo el tiempo,
detrás de la cámara…
Al día siguiente de su retorno a La Habana, cuando llegué de la
facultad, en la casa no estaban ni Tony ni mis suegros. Luego de
entrar oí un sonido extraño; me acerqué a la puerta de su cuarto, que
era la de mi cuarto y estaba entreabierta, y noté que estaban
singando. Me quedé viendo por la rendija, Vasia se percató de mi
presencia y, sin dejar de chupar la teta derecha de su mujer, sostuvo
la mirada en mis ojos unos segundos. Me sonrió. Marina no se había
dado cuenta. Estaban en la cama, él sentado en el borde, ella de
espaldas a la puerta y brincando encima de él, que con una mano le
metía dos dedos en el culo y con la otra le amasaba y cacheteaba
alternativamente la nalga más cercana, ya muy roja. Entré. La rusa se
sobresaltó un instante y con la misma siguió en lo suyo. Los miré en
silencio, se veían hermosos. Cualquiera pensaría que una pareja como
esa, de eslavos cuarentones casados hace dieciocho años, nunca se
vería así de bella teniendo sexo; pero sus movimientos eran tan
armónicos como una coreografía perfecta y espontánea, y su química era
transparente y pura, como si hubieran nacido juntos.
Tomé una silla y me senté de frente al espaldar, de modo que mis
piernas quedaban abiertas. Esa posición me permitía rozar mi clítoris
contra el asiento, lo cual hice durante un rato indefinido, con
oscilaciones apenas perceptibles; y cada vez que estaba a punto del
orgasmo, me detenía. A ellos les divertía mi presencia, a menudo
recorrían mi cuerpo con miradas hambrientas, de esas que le arrancan
la ropa a uno, y me hablaban cochinadas en ruso que, aunque no conocía
el idioma, entendía a la perfección. Sus cálidos contoneos eran una
provocación difícil de resistir (se meneaban expertos, mejor que
cualquier animal tropical), deseos no me faltaron de sumármeles… Al
cabo la mujer de Vasia se vino como por tercera ocasión y esta vez con
gran escándalo (el marido tuvo que taparle la boca) y después se
agachó frente a él con las fauces abiertas y la lengua fuera, presta a
recibir la descarga seminal sobre su cara. Ahí pude ver por primera
vez, en toda su magnificencia, la espléndida pinga de Vasia. Él, con
su diestra potente, la recorría calmado de arriba abajo y la estaca
palpitaba hirviendo. Hasta hoy, es la más linda que he visto en mi
vida. Rosada, con la cabeza roja y tersa, inmejorablemente recta, sin
ningún tipo de curvatura, llena de venas, grande y gorda que no hace
daño… todo un monumento al falocentrismo. Mirando aquel pingón yo solo
podía pensar en metérmelo; primero en la boca, saborearlo un rato, y
luego en el bollo y después en el culo y ahí recibir toda la leche
ucraniana de Vasili PetróvichTimoshenko, que fue abundante, espesa y
olorosa a cloro con piña, como pude constatar al acercarme a la cara
de Marina, para ver más de cerca. A ella le cayó un lechazo en un ojo
y al momento se le enrojeció que parecía conjuntivitis. Por un segundo
volví a la realidad y me percaté de mis labios todos babeados y mi
expresión de imbécil. Sentí unas ganas tremendas de agarrar la pinga
eslava que tenía delante y chupar las gotas de semen que le quedaban
hasta dejarla seca, Vasia me miraba con una gran sonrisa y Marina
también, como diciéndome adelante, es toda tuya. Con esfuerzo me
dirigí a la puerta, dispuesta a retirarme. No tienes que hacerlo, me
dijo el tipo en su pésimo inglés. Miré a sus ojos, luego a su quinta
extremidad, aún erguida, salí y cerré la puerta tras de mí.
Esa noche hice que Tony me diera una cabilla espesa. El pobre terminó
explotado y seco. Al acabar se dejó caer en la cama como un lechón
muerto:
-Ayer cogí al Vasia mirándote las nalgas, se dio cuenta y me miró a mí
con el mismo gesto.
-¿Y tú qué hiciste?
-Miré a su mujer, que estaba a su lado, a ver si se había percatado de
lo que pasaba pero ella estaba en otra cosa, al parecer. Di media
vuelta y me alejé. El descarito ese me está cayendo un poco mal. Hace
falta que no se pasen.
-Déjalos que miren todo lo que quieran papito, se mira y no se toca.
Los días transcurrían sin muchos sobresaltos. En esencia cada jornada
consistía en lo siguiente: llevar a pasear a los rusos (casi siempre
por el día) y más tarde, en la casa, conversar o jugar monopolio o
dominó, o hacer cualquier otra cosa irrelevante; la comida nocturna
solía correr a cargo de mi suegra y Marina. En las salidas Tony y yo
pocas veces participamos, fueron mis suegros los que se la pasaron
haciendo de guías turísticos.
Así, hasta dos días antes del regreso a Kiev. Eran como las once de la
mañana cuando llegué de la escuela -solo había tenido un turno de
clase-. En casa parecía no haber nadie, salvo por el sonido
proveniente del cuarto donde se quedaban los rusos. Sonido que ya se
me empezaba a hacer familiar. Solté en medio de la sala la mochila que
traía y con discreción me dirigí a la habitación ruidosa. Esta vez la
puerta estaba completamente abierta y lo primero que se veía, sin
pasar, era a Marina sentada en la silla, desnuda, relajada, mirando en
dirección a la cama. Al verme tan solo me saludó con una sonrisa
cansada. Me apresuré a entrar al cuarto y ahí estaba Vasia sobre la
cama, sodomizando a Tony. Ninguno de los dos advirtió mi presencia,
estaban de espaldas a la entrada. Tony en cuatro, con la cara pegada
al colchón, masturbándose; Vasia detrás suyo, agazapado, pistoneando
con fuerza, metiéndosela hasta el cabo. Los dos gemían. Me quedé casi
inmóvil en mi posición viendo aquel cuadro, odiosamente bello. Ahí
estaba al fin lo que yo deseaba, sin embargo no me sentía satisfecha,
no me sentía bien del todo. De súbito Vasia dejó de darle pinga a Tony
y se puso a chuparle el culo y a morderle las nalgas.
Fue entonces cuando ambos cayeron en la cuenta de que yo los
observaba. Tony se puso en pie de un salto y se quedó mirándome con
los ojos muy abiertos. Vasia sonreía descarado y tranquilo. Marina
soltó un par de carcajadas, luego se hizo un silencio tenso. Eché un
vistazo a la pinga de mi novio. A la del ucraniano. Ambas se mantenían
como un palo.

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