De lo mejor del metal hecho en Cuba
Hace poco una chica estadounidense que lleva a cabo una investigación sobre el metal hecho en Cuba me realizó una entrevista. Confieso que con su cuestionario, en más de una ocasión me puso a pensar. Una de sus preguntas estuvo dirigida a que le hablase de las producciones fonográficas cubanas de metal de mayor interés para mí y por qué.
Es ese un tema complejo de abordar pues, como se sabe, la inmensa mayoría de las grabaciones metaleras en Cuba se hacen de manera independiente, con muy pocos recursos y sin tener asegurada su circulación comercial. Todo lo anterior hay que tenerlo en cuenta al intentar ofrecer una valoración como la que me solicitaba la aludida investigadora estadounidense.
En un momento dado de nuestra charla virtual, aquella muchacha me pidió algo todavía más difícil: que le recomendase el disco imprescindible de una banda metalera cubana para tener una idea de por dónde se mueve el género entre nosotros, o sea, un material de obligatoria audición. Por supuesto que me negué de plano a ser tan absoluto y le comenté acerca de varios trabajos que me parece reúnen valores harto interesantes. Empero, me quedé pensando en el asunto y tras varias semanas de reflexión, hoy me atrevo a entregar aquí por escrito una suerte de evocación de uno de los fonogramas que, en mi modesta opinión, resulta más representativo de lo mucho y bueno que han hecho las agrupaciones cubanas de metal.
Nunca olvidaré el impacto que causó en mí allá por 2001 escuchar una propuesta como la del disco Carpathian tales, producción independiente efectuada por los holguineros de Mephisto. En ese entonces, la banda estaba integrada por Eddar Osney como voz líder u hombre frontal, los guitarristas Álex Jorge y Gerian Durán, Gustav Adolfo en el bajo, Frank Martínez a cargo de los teclados y Rick Arencibia como responsable de la batería.
Casi 20 años después vuelvo a escuhchar este material y me parece increíble todo lo que el grupo consiguió en el mismo, en especial si se medita en las condiciones que siempre han rodeado a los cultores de las distintas variantes del metal entre nosotros. Grabado con excelente calidad de sonido en los estudios del trovador santiaguero José Aquiles, el material se arma en torno al mito de Drácula y en correspondencia con ello, las diferentes piezas aquí agrupadas van preñadas de la carga mística inherente a temas de índole tan oscuro como el abordado por el grupo para concebir lo que fue su ópera prima.
Desde que se entra en contacto con «Intro», el primer corte de la grabación, uno puede imaginar por dónde vienen las intenciones de Mephisto. Hay en los ocho temas de la producción un muy eficaz manejo de atmósferas densas, para el diseño de las cuales resulta decisivo el papel de Frank al frente de las teclas, quien conjuntamente con Álex fueron los responsables o ideólogos del concepto general abrazado por la banda en el fonograma.
Si una composición identifica el estilo creativo de la agrupación, pienso que sería «Simphony of wolves», que cuenta con una interpretación por parte de los miembros del ensamble a todo dar, en especial por el baterista Rick Arencibia, un instrumentista que para la lejana fecha ya poseía un dominio técnico impresionante y que siempre me hizo recordar a figuras como el villaclareño Leonardo Angel o el habanero Jorge Torres, para muchos los mejores ejecutantes de la batería que ha registrado la historia del rock y del metal en Cuba.
Otro corte en extremo logrado en el primer álbum de Mephisto es «Lord Draculia», en el que se plasman todos los códigos del black-metal, la corriente principal cultivada por la agrupación, aunque en su quehacer también transitaron por los aires de una suerte de death black.
Este disco define con exactitud los rasgos musicales de Mephisto en la época de su grabación. Por esos días, ellos apostaban por una alternancia sobria y equilibrada en las ejecuciones de sus integrantes, la cual le proporcionaba a la agrupación cierto aire de la música de cámara, donde ningún instrumento destaca sobre el resto.
No obstante a que es una regla de las disímiles variantes metaloides el no dar espacio para el destaque individual de sus miembros, las credenciales como instrumentistas se corroboran al escuchar, por ejemplo, «Mausoleum of immortals», donde -a pesar de la brevedad del pasaje- Álex Jorge saca las manos para demostrar sus dotes como ejecutante del instrumento de las seis cuerdas.
Resulta punto menos que imposible hablar acerca de un producto comoCarpathian talessin referirse a los notables valores que en el plano sonoro alcanza el material, lo cual se debe al trabajo de José Aquiles como grabador, un notable trovador también devenido ingeniero de sonido, y a los aportes de ese imprescindible sonidista del quehacer metalero en Cuba de las últimas décadas que es Raúl Nápoles, quien funcionó como coproductor del registro junto a los miembros del sexteto. Gracias al eficaz uso de la técnica y por supuesto, por los propios méritos del vocalista, el canto gutural de Eddar Osney se aprecia justo en los niveles que este tipo de propuestas demanda.
A dos décadas de haberse registrado, quien en la actualidad escuche un disco como Carpathian tales se percatará de que en su propuesta hay involucrados músicos de formación académica, en virtud del eficaz uso de códigos procedentes del lenguaje barroco, muestra del proceso que vive la cultura contemporánea en la que las otroras rígidas fronteras entre el arte instruido y el popular se han destopografiado. Y es que como representantes del «nuevo pensamiento sociocultural cubano», también en los metaleros nacionales se va imponiendo una mentalidad que priorisa, por encima de la afiliación a determinados estilos o géneros, su inserción en las presentes coordenadas de hibridación de los estratos artísticos en los que se sitúa lo más avanzado de nuestra producción cultural.