De Joaco a Jaco, ¡In memoriam! (1ra. Parte)

De Joaco a Jaco, ¡In memoriam! (1ra. Parte)

3 de marzo de 1979. Es sábado, algo pasadas las siete de la tarde. Por las calles aledañas al Karl Marx, grupos de personas caminan hacia la instalación ubicada en 1ra. Y 10. He llegado hasta Miramar en una 132 atestada de público. ¿El objetivo? Asistir a la segunda noche del Festival Música Cuba-USA / Havana Jam, evento Organizado por la Columbia Broadcasting System (CBS) y el Ministerio de Cultura de nuestro país. Mientras avanzo por 10, me doy cuenta de que tengo que dar gracias a la vida, porque a mis cortos 16 años de edad, soy de los pocos (¡poquísimos!, sería mejor decir) pepillos habaneros (y cubanos en general) amantes del rock y empedernidos fans de emisoras radiales estadounidenses como la WQAM y la KAAY –por programas como Baker Street– que he logrado tener entradas para las tres funciones de este encuentro entre músicos yumas y cubiches, todo gracias a la gestión de mi profesor de piano, Frank Emilio.

Por un instante pienso en mis socios del pre Saúl Delgado que andan en la etapa de los 45 días al campo en Pinar del Río, que comparten idéntica afición que yo por la música anglosajona y que se están perdiendo esto. Pero qué caray, si de seguro ninguno de ellos hubiese podido venir, porque como comprobé anoche la mayoría de los asistentes ha sido convocada por invitación, como una tarea revolucionaria a cumplir, sin tener la más puta idea de quién es John McLaughlin, David Crosby, Stephen Stills, Kris Kristofferson, Rita Coolidge o Weather Report.

Ya ante la fachada del Karl Marx, me encuentro con Marta, la amable y cariñosa esposa de Frank Emilio. Hoy ella no puede sentarse junto a mí, como hizo ayer, y describirme cuanto sucede sobre el escenario. Debe acompañar tras bambalinas a mi maestro pues en esta segunda jornada a él le toca actuar como parte del grupo Los Amigos. Mientras esperamos que abran las puertas y se dé paso para acceder al lunetario, algunos que como yo pudieron concurrir en la noche del viernes 2 a la primera función del evento, comentan lo impactante de la actuación de Weather Report, esa banda fundamental del jazz fusion e integrada por el tecladista Joe Zawinul, Wayne Shorter al saxofón, el baterista Peter Erskine y el bajista Jaco Pastorius, un tipo fuera de liga y que se llevó las palmas de la presentación.

Hay coincidencia de criterios acerca de que el show de Weather Report fue sencillamente impresionante y que nunca en nuestras vidas habíamos asistido a un espectáculo como ese, no solo por la maravilla de lo musical sino por la parafernalia utilizada en el concierto. Todo empezó por ir bajando poco a poco la intensidad de las luces de la platea, para ir entrando entonces el sonido de la grabación de una orquesta sinfónica que interpreta el célebre Bolero de Maurice Ravel. Mientras el lunetario se fue oscureciendo, el audio del Bolero iba subiendo hasta llegar al estrépito. Así, quienes estábamos en el público éramos conducidos (sin darnos cuenta) a una situación cercana al clímax sicodélico, instante ideal para echar a andar varias máquinas de humo (fog machines). Cuando el escenario estuvo cubierto por una enorme capa de niebla, se encendieron las luminarias y se levantó el telón rojo del proscenio, para ver sobre las tablas a tres de los integrantes del ensamble, mientras que el cuarto, Jaco Pastorius, penetraba en una carrera desaforada con su bajo eléctrico en ristre.

En el repertorio tocado anoche por Weather Report, sobresalieron las piezas «Black market» y «Teen Town». Pero lo que sin discusión alguna más nos impactó a los amantes del jazz fusion fue escuchar la sonoridad que aquel demonio enloquecido extraía de su bajo eléctrico, un Fender modelo Jazz Bass de 1962, al que le había extraído los trastes para convertirlo en un fretless, variedad de instrumento que hasta ayer no habíamos visto en Cuba y con una sonoridad más similar a la producida por el contrabajo. A lo anterior se añadía la sustitución de las habituales cuerdas de entorchado plano empleadas en los bajos fetless, por unas de entorchado redondo y que también contribuyen al estilo sin par alcanzado por Jaco.

Son las ocho de la noche y parece que de un momento a otro abrirán las puertas del teatro. Mientras, algunos siguen hablando de la función de ayer viernes y en particular de la actuación de la Fania All Stars, formación dirigida por el flautista dominicano Johnny Pacheco y con los cantantes Rubén Blades, Pete («el Conde») Rodríguez, Héctor Lavoe, Santos Colón, Luigi Texidor, Adalberto Santiago, Ismael Miranda y Wilfrido Vargas. A ellos les tocó presentarse al filo de la una de la madrugada, cuando muchos asistentes al teatro se habían marchado.

Por fin se abren las puertas para que pasemos al lunetario, Tengo la fortuna de estar ubicado en platea baja, a la izquierda de una de las filas del centro, un lugar privilegiado para escuchar lo que acontecerá a partir de las 9 PM, hora fijada para el inicio de las tres jornadas del Havana Jam y que al menos anoche no se cumplió. Según el programa, abrirá la velada la Orquesta CBS Jazz All Stars, que se dividirá en dos agrupaciones de formato reducido: primero, el llamado The Trio of Doom (John McLaughlin a la guitarra, Tony Williams a la batería y Jaco Pastorius en el bajo), y segundo, el CBS Ensemble, un «ven tú» integrado por músicos como los saxofonistas Arthur Murray Blythe y Jimmy Heath («Little Bird»), el flautista Hubert Laws y el percusionista Willie Bobo, así como Richard Tee y Rodney Frankli (piano y teclados), el guitarrista Eric Gales y el bajista John Lee. Por ahora, solo queda esperar.

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11 de septiembre de 1987. Un hombre en estado de embriaguez pretende entrar en un club en Fort Lauderdale. Aunque debe estar entre los treinta y cuarenta años de edad, no presenta muy buena facha y puede asegurarse que vive sus horas más bajas. De hecho acostumbra a dormir en un parque. Incluso, ese propio día ha salido de la cárcel por robar un auto y conducirlo por una pista de atletismo sin la requerida licencia. Para colmo de males, un rato antes de llegar al bar donde ahora intenta entrar, en otra discoteca del área quiso sabotear un concierto del guitarrista Carlos Santana. Sus gritos para que le permitan acceder al local van en aumento. Un vigilante de seguridad del club, Luc Havan, alguien versado en este tipo de enfrentamientos, se lo impide.

El hombre enfurece y, mientras profiere insultos, comienza a golpear una puerta de cristal. Cuando ve que los encargados de seguridad se le echan encima, trata de huir, pero le alcanzan y empiezan a darle una soberana paliza. Él ni siquiera hace algo para ripostar; parece completamente rendido e indefenso. Pero eso no detiene a Luc Havan, un cinturón negro de kárate que se ensaña ante el horror de los presentes. Le propina tal cantidad de puñetazos y patadas que le rompe varios huesos de la cara y el cráneo, además de un brazo. Los golpes son tan brutales que incluso uno de los ojos de la víctima se desplaza de su cuenca. Todo por patear una puerta. Más muerto que vivo, el hombre es trasladado a un hospital, donde se le declara en estado de coma.

En los días siguientes permanece inconsciente en el centro médico, mientras sus familiares tienen la esperanza de que, por un milagro de la naturaleza, pueda llegar a recuperarse. Las heridas son demasiado serias y tras varias jornadas de tensa angustia, una hemorragia interna detiene toda actividad cerebral. Su cuerpo todavía vive en virtud de la respiración asistida, pero los médicos hacen un trágico anuncio a la familia: «ya nunca va a despertar. Aunque su corazón late, su mente no volverá a funcionar». Diez días después de haber recibido la paliza, los padres del infortunado individuo acceden a seguir el consejo del personal sanitario y retiran la respiración asistida. Así murió, a los treinta y cinco años de edad, Jaco Pastorius. El vigilante Luc Havan fue juzgado y sentenciado, mas se libró de los cargos de asesinato (se transformó en un juicio por homicidio) y sólo cumplió 4 meses de los 5 años a los que le habían condenado.

En 1987 hay varios fallecimientos que ocupan titulares en los medios de comunicación de todo el mundo: Fred Astaire (actor, cantante, coreógrafo y bailarín de gran prestigio por su carrera teatral y cinematográfica), William Casey (Director de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, de USA, entre enero de 1981 y enero de 1987), Carlos Drummond de Andrade (poeta y político brasileño, fue uno de los promotores del modernismo en su país), pero la muerte del llamado «Jimi Hendrix del bajo» o, como se decía en la nota funeraria de the New York Times, «un Monet con sentido del ritmo», conmocionó a todo el universo musical porque él había revolucionado el bajo eléctrico durante la segunda mitad de los años setenta. Su gran mérito fue transformar la función de un instrumento al que, hasta entonces se le asignaba el discreto acompañamiento de los instrumentos solistas, en uno que a partir de su genial desempeño pasó a la primera línea de protagonismo.

La meteórica carrera de Jaco, de una brillantez sencillamente inigualable, terminó siendo interrumpida por problemas psicológicos que permanecieron durante varios años sin diagnosticar y que, sumados a un cada vez más caótico estilo de vida, lo llevaron a la ruina. Cuando sus allegados confiaban en que lograse superar el bache en algún momento, se produjo la macabra noticia. Podían haber temido una sobredosis, incluso un suicidio, pero lo que de verdad nadie esperaba es que el gran, el formidable, el apabullante Jaco Pastorius muriese asesinado por el matón que vigilaba la entrada de un club. Un final dolorosamente absurdo para un genio de su magnitud.

La existencia de Jaco Pastorius fue algo fuera de lo común, extrema para lo bueno y extrema para lo malo. Es de suponer que nadie supo nunca qué pasaba por su cabeza; quizá otros pacientes de la misma enfermedad (trastorno bipolar) puedan entender algo, quién sabe, pero para la mayoría de los que le admiraron con crece su declive es un enigma. Aunque mayor enigma todavía constituye su deslumbrante talento. El hombre que había revolucionado el universo de un instrumento, cosa que se dice pronto, pero que representa una hazaña cultural única por definición.

(Continuará).

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