Categoría: Suicidio

Poesía de Anne Sexton

Poesía de Anne Sexton

Anne Sexton (1928-1974), de nombre real Anne Gray Harvey, es una figura fundamental en la historia de la poesía estadounidense. Nacida en Massachusetts, pasó la mayor parte de su vida en los alrededores de Boston, aunque vivió también en San Francisco y Baltimore. Un repaso breve por su biografía nos permite conocer que en 1945, estudió en un colegio-pensión, la Rogers Hall School, en Lowell, Massachusetts.

Ya para 1954 comenzarían sus problemas existenciales pues se le diagnosticó depresión postparto, sufrió su primer colapso nervioso, y fue admitida en el hospital Westwood Lodge. En 1955, después del nacimiento de su segunda hija, Sexton volvió a padecer otra crisis y fue hospitalizada de nuevo. En ese propio año, en su cumpleaños intentó suicidarse. Fue entonces que su médico, el doctor Martin Orne, la alentó a escribir poesía y en 1957 se unió a un taller de poesía animada por John Holmes. Poco después los poemas de Anne experimentaron cierto reconocimiento.

En el atelier de John Holmes, Sexton conoció a la poeta Maxine Kumin, de quien no se separó hasta el final de su vida y con quien escribió 4 libros infantiles. En otro taller estableció vínculo con Sylvia Plath, animada por Robert Lowell. A partir de tales experiencias, más tarde dirigirá sus propios talleres en el Boston College, el Oberlin College y la Colgate University.

En una rápida valoración sobre su obra, puede asegurarse que Anne Sexton ofrece al lector una visión íntima de la angustia emocional que caracterizó su vida. Convirtió la experiencia de ser mujer en el tema central en su poesía y soportó críticas por tratar asuntos tales como la menstruación, el aborto y la drogadicción.

Una fecha fundamental para esta importantísima poeta es la de 1970. En ese año Anne Sexton recibió una noticia de la que no logró recuperarse nunca. Un amigo íntimo de sus padres, Azel Mack, le confesó que él y su madre Mary, habían sido amantes y que él era en realidad su padre. Ese mismo verano escribió una serie de seis poemas bajo el título: La muerte de los padres, Que han sido traducidos al español por la poeta chilena Verónica Zondek, quien es autora de títulos como El Libro de los Valles (2003), Entre Lagartas (1999), Membranza (1995), Peregrina de mí (1993), Vagido (1991), El Hueso de la Memoria (1988), La Sombra tras el Muro (1985) y Entrecielo y Entrelinea (1984)

En 1974 Anne Sexton no pudo más con la carga depresiva que tenía en el cerebro. Así, un día volvió a intentar ponerle fin a su existencia, esta vez con éxito. A tono con su decisión, verificó que todas las puertas del garaje de su vivienda estaban bien cerradas, se sentó en el asiento del conductor de su Cougar rojo modelo 67, que adquiriera al ganar el Premio Pulitzer de poesía de aquel año gracias a su libro Live or Die, y arrancó el motor. Encendió también la radio y siguió tomando vodka mientras aspiraba con tranquilidad el inodoro veneno del monóxido de carbono. Era la tarde del viernes 4 de octubre de 1974.

LA MUERTE DE LOS PADRES

  1. OSTRAS

Ostras comimos

dulces bebés azules,

doce ojos me clavaron la mirada,

mojados en limón y Tabasco.

Tenía miedo de comer este alimento paterno

y Padre rió

y tragó su Martini

prístino como las lágrimas.

Era un remedio suave

que venía del mar hasta mi boca

húmedo y blando.

Tragué.

Descendió como un gran flan.

Luego comí a la una y a las dos.

Luego me reí y luego nos reímos

y déjenme tomar nota

tubo una muerte,

la muerte de la infancia

ahí en Union Oyster House

porque yo tenía quince años y estaba comiendo ostras

y la niña fue derrotada.

Venció la mujer.

  1. CÓMO BAILÁBAMOS

La noche del casamiento de mi prima

vestí de azul.

Tenía diecinueve años

y bailamos, Padre, giramos.

Nos movimos como ángeles que se lavan a sí mismos.

Nos movimos como dos pájaros en llamas.

Después nos movimos como el mar en un frasco

más y más lentamente.

La orquesta tocaba

“Oh cómo danzamos la noche aquella en que nos casamos».

Y tú me hiciste bailar vals como si fuera un plato giratorio en la mesa

y nos queríamos,

mucho.

Ahora que estás fuera de combate

inútil como un perro ciego,

ahora que ya no estás al acecho,

la canción resuena en mi cabeza.

Puro oxígeno era la champaña que bebimos

y chocamos nuestros vasos, uno contra el otro.

La champaña respiraba como un buzo

y los vasos eran cristal y la novia

y el novio se agarraban uno al otro mientras dormían

cual bailarines maratónicos de 1930.

Madre era una belleza y bailó con veinte hombres.

Tú bailaste conmigo sin pronunciar palabra.

En cambio habló la serpiente mientras tú apretabas.

La serpiente, esa burlona, se despertó y presionó contra mí

como una gran diosa y nos inclinamos juntos

como dos cisnes solitarios.

  1. EL BOTE

Padre

(que se autoapoda“viejo lobo de mar»),

con su gorra marina

al timón del Chris-Craft,

un veloz bote de caoba

llamado Go Too III

acelera más allá de Cuckold’s Light

sobre el oscuro azul profundo.

Yo en la parte posterior

con un salvavidas de color naranja.

Yo en el asiento de los osados.

Madre adelante.

Su pañuelo aleteando.

Las olas profundas como ballenas.

(De hecho, se ha avistado ballenas.

Una escuela a dos millas de Booth Bay Harbor.)

Está agitado y avanzamos demasiado rápido.

Las olas son rocas sobre las que cabalgamos.

Tengo siete años y nos dirigimos hacia

Pemaquid o España.

Ahora las olas están más altas;

son edificios redondos.

Comenzamos a atravesarlas y el bote tiembla.

Padre va más rápido.

Estoy mojada.

Doy tumbos en mi asiento

como una blanda naranjita china.

Repentinamente

una ola que nos traga.

Traga. Traga. Traga.

Estamos desafiando al mar.

Lo hemos partido.

Somos tijeras.

Aquí en el cuarto verde

los muertos están muy cerca.

Aquí en el verde despiadado

donde no hay recuerdos

o catedrales un ángel habló:

A ustedes no les incumbe. Nada aquí les incumbe.

Dame una señal,

Padre grita,

y el cielo se quiebra sobre nosotros.

Hay aire para tener.

Hay gaviotas que besan el bote.

Hay un sol tan grande como una nariz.

Y aquí estamos los tres

dividiendo nuestras muertes,

desaguando el bote

y liquidando

el ala fría que se cerró sobre nosotros

este brillante día de agosto.

  1. SANTA

Padre

el traje de Santa Claus

que compraste en Wolff Fonding Theatrical Supplies

mucho antes de que yo naciera,

está muerto.

La barba blanca con la que me engañabas

y el pelo como el de Moisés,

la lana gruesa y crespa

que solía susurrarme en el cuello,

está muerta.

Sí, mi rozagante Santa

haciendo sonar tu cencerro de bronce.

Con hollín de verdad sobre tu nariz

y nieve (a veces sacada del refrigerador)

sobre tus grandes hombros.

La habitación era como Florida.

Sacaste tantas naranjas de tu saco

y las esparciste en el salón,

riendo todo el tiempo con esa risa de Polo Norte.

Mamá te besaba

para ella esa era la altura.

Mamá podía abrazarte

porque no tenía miedo.

Los renos golpeaban sobre el techo

(Era mi Nana con un mazo en el altillo.

Para mis hijos era mi esposo

rompiendo cosas con una palanca).

El año que dejé de creer en ti

es el año en que estabas ebrio.

Mi hombre rojo y borrachín,

tu voz pastosa como el jabón,

estabas muy lejos de ser San Nico

con ese olor a coctel de papá.

Lloré y salí corriendo del cuarto

y tú dijiste, «¡Bien, gracias a Dios esto terminó!»

Y así fue, hasta que llegaron los nietos.

Entonces te amarré las almohadas

a las 5:00 A.M. de la mañana de Cristo

y te ajusté la barba,

toda amarillenta con el tiempo,

y puse rouge sobre tus mejillas

y Blanco Tiza en tus cejas.

Éramos conspiradores,

actores secretos,y te besé

porque era lo suficientemente alta.

Pero eso ya pasó.

La era se acaba

y hay niños grandes que cuelgan sus calcetas

y construyen un negro monumento a tu memoria.

Y tú, tú te esfumas

como un guardavías perdido

moviendo su linterna

ante el tren que ya no llega.

  1. AMIGOS

Padre,

¿quiénes eran todos esos amigos,

especialmente aquel,

un engendro seboso,

que guardaba mi foto en su billetera

y me la mostraba en secreto

como si fuera algo indecente?

Solía cantarme

yo vi una mosquita

y me zumbaba sobre la mejilla.

Me gustaría ver a esa mosquita

besar a nuestra Annie cada día.

Y luego me zumbaba

sobre la mejilla

sobre las nalgas.

O si no tomaba un auto

y me lo pasaba por la espalda.

O sino me soplaba un poco de whisky

a la boca, oscura y gamuzada.

¿Quién era, Padre?

¿Qué derecho tenía, Padre?

¿Para tomarme en sus brazos como Charlie Mc Carthy

y ponerme sobre sus rodillas?

Era calvo como una joroba.

Sus orejas sobresalían como tazas de té

y su lengua, Dios mío, su lengua,

como una lombriz roja y cuando besaba

reptaba hacia adentro.

Oh Padre, Padre,

¿quién era ese extraño

que conocía a Madre demasiado bien?

Y me hacía saltar la cuerda

quinientas veces

gritando,

Pequeña, más alto, salta más alto,

subiendo y bajándome

cuando Padre, eras tú,

el que tenía derecho

y deber.

Me golpeaba en las nalgas

con una cuerda de saltar.

Yo tenía las marcas de sus dedos rojos

y gritaba por ti

y Madre dijo que estabas de viaje.

Te habías hundido como el gato en la nieve,

ni una pata de qué agarrarse para la suerte.

Mi corazón se trizó como un plato de muñecas,

mi corazón se encogió como picado por abeja

mis ojos se llenaron como los de una lechuza

y mis piernas se cruzaron como las de Cristo.

Era un extraño, Padre.

Oh Dios,

era un extraño

¿no es cierto?

  1. CONCEBIDA

No te hagas el padre conmigo

porque no eres mi padre.

Hoy existe esa duda.

Hoy existe ese monstruo entre nosotros,

el monstruo de la duda.

Hoy es otro el que acecha en las alas

con tus líneas amadas en su boca

y tu corona en la cabeza.

Oh Padre, Padre ―dolor,

¿a dónde nos ha llevado el tiempo?

Hoy llamó alguien.

“Feliz Navidad», dijo el extraño.

“Yo soy tu verdadero padre».

Eso fue un cuchillo.

Eso fue una sepultura.

Eso fue un barco surcando mi corazón.

Desde las galeras escuchaba a los esclavos

gritar, húndete, húndete.

Y nuevamente escuché al desconocido

“Yo soy tu verdadero padre».

¿Fui trasplantada?

Padre, Padre,

¿dónde está tu esqueje?

¿Donde estaba la tierra?

¿Quién era la abeja?

¿Dónde fue el momento?

Un tío postizo llamó ―ese extraño―

y vino por mí en mi cumpleaños número cuarenta y dos.

Ahora soy una melancólica verdadera,

tan segura como un búfalo

y tan loca como un salmón.

Ilegítima al fin.

Padre,

adorado cada noche menos una,

cornudo esa única vez,

la noche de mi concepción

con ese modo frívolo,

dime, vejestorio inerte,

¿dónde estabas tú cuando Madre

me tragó entera?

¿Dónde estabas, viejo zorro

dos ojos pardos, dos infiltrados,

escondiéndose tras tu licor

blando como el aceite?

¿Dónde fui concebida?

¿En qué habitación

fluyeron esos jugos definitivos?

¿En un hotel en Boston

dorado y lúgubre?

¿Fue acaso una noche de febrero

toda envuelta en pieles

que no supo de mí?

Lo pregunto. Me da asco.

Padre,

te moriste una vez,

conservado en sal a los cincuenta y nueve,

comprimido como un gran ángel de nieve,

¿acaso eso no fue suficiente?

Aparecer de nuevo y morírteme.

Llevarte ese hablar maníaco

esas piernas de palo de escoba, todas

esas familiaridades que compartíamos.

Sacar tu tú de mi yo.

Enviarme a los genes

de este explorador.

Él me mantendrá apartada a punta de cuchillo

y cual filo de cuchillo le diré:

Extraño,

hueso a mi hueso hombre,

sigue tu camino.

Te digo que te guardes tu semen,

está viejo,

se ha convertido en ácido,

no te hará ningún bien.

Extraño,

extraño,

llévate tu acertijo.

Dáselo a una escuela de medicina

pues a mí me asquea.

Mi pérdida golpea.

Porque aquí está mi Padre,

un Santa Claus rosado

contándome el viejo cuento de Rumpelstilskin,

más grande que Dios o el Demonio.

Él es mi historia.

Lo veo de pie en el banco de nieve

la noche de Navidad

cantando “Good King Weceslas”

a las casas blancas y brillantes

o dándole a Madre rubíes para ponerse en los ojos,

roja, roja, Madre, estás roja como la sangre.

Él la levanta en sus brazos

todo escalofríos rojos y sedas.

Le grita:

¿cómo es que oso levantar a esta princesa?

¿Un hombre simple como yo

con una nariz de tiburón y diez dedos tiznados de alquitrán?

Princesa de las alcachofas,

pajarito mío

muñeca de trapo

juego de fichas

amor popular

¡dulce flancito!

Y se besaron hasta que me fui.

Hasta me aceptaban a veces en el cuadrilátero real

y en esas ocasiones él comía mi corazón partido en dos

y yo me ponía feliz.

En esas ocasiones olía el perfume del gel en su pijama.

En esas ocasiones desordenaba su rizado pelo negro

y tocaba sus diez dedos alquitranados

y me tragaba su aliento de whisky.

Rojo. Rojo. Padre, estás rojo de sangre.

Padre,somos dos pájaros en llamas.

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