Categoría: Poesía

Poemas de Alberto Rodríguez Tosca

Poemas de Alberto Rodríguez Tosca

Por Joaquín Borges-Triana

Alberto Rodríguez Tosca resulta un nombre imprescindible en la poesía cubana de los últimos algo más de 30 años. Fallecido el miércoles 16 de septiembre de 2015, su libro Todas las jaurías del rey, Premio David de Poesía en 1987, es una obra fundamental de nuestro reino literario no solo de la década de los ochenta sino además de las que vinieron después, en virtud de su proyección de aguda y fina disquisición de índole filosófica, con textos signados por una intimidad poética explosiva y versos duros, estremecedores y profundamente dialogantes.

Hoy en Miradas Desde Adentro publicamos varios poemas del siempre recordado Tosquita,  que, aunque físicamente ya no está, para quienes le conocimos o simplemente fuimos sus fieles lectores, no cabe hablar en pasado de alguien que tan memorable literatura nos ha regalado.

Poemas de Alberto Rodríguez Tosca

Las derrotas

“Aquí comienza la enumeración de mis derrotas. Las que me propiné y me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: Amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres, fiebres, cansancios, filias, fobias, héroes, mártires, extravíos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.”

El juicio inicial

“TODO SERÁ rendir homenaje a los contrarios. Este es el reino, la corona
tendida, y esta es la mano que va a trazar la última alabanza. (Infelices los conquistados, vamos a corear un estribillo que diga algo que alivie a los
conquistados, pero que enardezca a los conquistadores.) Y a rodear la hora del triunfo, que es la hora de la derrota. Que es la alegría de alguien y la
tristeza de alguien. El uno por el otro (y para); asistan a la ceremonia filial.
Este es el ademán de los vecinos y el susurro de las mujeres. Los niños no
vinieron. Los animales domésticos ──el perro, el gato o la mariposa── no vinieron. Sólo los contrarios, pero la fiesta parece cada vez más propicia
a la conciliación. Humanos, asistan a la primera noche común de la tierra de Dios. NADA HA SIDO nunca tan real como esta ceremonia del mundo
en la que se disputa a quién pertenece la inmortalidad.
Aquellas luces las dejamos para alumbrar la reunión. Véanse las manos,
las palabras que se demoran
en los labios y se accidentan en el aire. ¿Por qué resquicio escapan los espíritus acusados, las esencias vencidas? ¿Por qué agujeros de sus cuerpos se filtran vuestros cuerpos, huyendo de qué ideal agresión de los contrarios, tan sonrientes y tan tristes? Posterguemos la certidumbre
para ningún crepúsculo: la tierra no gira si no lo comprobamos con nuestro propio y elegido mareo.
Traición, humanos, desobedezcan, las palabras, los párpados,
asistan a la perplejidad del comienzo. ESTA ES la parte de la
nada que nos delimita la realidad y los augurios. Aquí se arriesga la vida. Alguien debe conocer nuestras coordenadas.
Acaso nos busquen antes de perdernos.
Hermano, demos pequeños gritos furiosos a ver.”

Los cobardes

“Y si sobre los cobardes no se ha escrito nada se va a escribir ahora. Y se va
a escribir por ejemplo que soy cobarde. Tan cobarde que ayer no lo pudiera haber escrito. Esto es un arranque de valor, un instante de relativa lucidez,
y si me da vergüenza es por la cobardía de no haberlo gritado antes. Los engañé a todos. Les hice creer un cuento y era otro. Y si me da vergüenza
es porque nunca me engañé yo mismo, siempre tuve conciencia de mis
disfraces, con ellos evadí infinitos campos de batallas y seguí recibiendo las mismas ganancias que en la Victoria. Que nadie me perdone ni me diga lo
que tengo que hacer (…) Lo peor de todo era escribirlo, y ya está escrito.”

Los muertos y la luna

“al milagro de vivir suma el milagro

de seguir viviendo no preguntes por qué

no preguntes conserva tu ignorancia

sobre la seducción de los escarabajos

nocturnos ladea el rostro y esquiva la mirada

de esos arqueólogos del conocimiento

compra un ramo de espinas y sale a repartirlo

cada peatón espera con ansia su pequeña

mordedura de plata no preguntes por qué no

preguntes simplemente camina y al filo

de la noche acércate a una vidriera contempla

fijamente tu rostro como si fuera de otro

(en realidad no es tuyo) ese otro sabrá explicar

lo que sucede después lava tus manos en todas

las pilas bautismales sécalas con el viento

no mires hacia atrás no mires camina

simplemente camina y ruega porque ningún

desprevenido reproduzca el juego (es peligroso

jugar cuando se borraron las reglas de antemano)

no preguntes por qué no preguntes lo que sólo

los muertos y la luna podrían responder.”

Mi sombra y yo

“No estamos para nadie mi sombra y yo. No estamos para el cobrador de impuestos, la prostituta, el argonauta, el ministro, el alienígena, el banquero, el

bibliotecario, la viuda alegre, la monja, el cura, el pastor cuáquero, el hijo pródigo, el aprendiz de brujo ni para el último de los Mohicanos. No estamos

para el Señor de los Anillos, el Corsario Negro, el dueño de las nubes, el cazador solitario, la voz de la conciencia, la mejor usanza, los días de guardar,

el Ángel de la Jiribilla, los ratones de Hamelin, el Cardenal Masarino, Rómulo y Remo, Hansel y Gretel, Tristán e Isolda, Jonás y su ballena, San Jorge

y su dragón. No estamos para el coleccionista de mariposas, el general de cinco estrellas, el soldado desconocido, el vendedor de Biblias, la niña, el

parapléjico, el suicida, el borracho, el proxeneta, el médico de guardia, el terrorista talibán, el falso amigo, el jugador de póker, el corredor de bolsa,

el contrabandista de huracanes. No estamos ni para Dios si llega con sus perros a llevarse mi sombra.”

Todos los días lo mismo

“todos los días lo mismo levantarse

tomar café bañarse vestirse salir a

caminar lo mismo todos los días todos

lunes martes miércoles jueves viernes

la misma resurrección después de una

madrugada de muerte todos los días

saludar beber comer besar a una mujer

desear la del prójimo sentir envidia por

el que sonrió sábado domingo lunes

martes miércoles jueves pagar cuentas

hablar siempre de más despedir amigos

masturbarse con rabia vender el alma

al diablo negar asentir (no señor sí señor)

redactar burdas lamentaciones que no

conducen si no a todos los días lo mismo

burlar las leyes acatarlas sortear deudas

dudar mentir reír llorar huir pedir perdón

arrepentirse hojear la prensa arrepentirse

escuchar la radio arrepentirse (se acaba

el mundo) viernes sábado domingo vagar

como alma en pena por calles de otros

tropezar en ellas con lánguidos transeúntes

enceguecidos por la indiferencia del ser

la inmortalidad del miedo y la rueda dentada

de la repetición todos los días lo mismo

todos los días lo mismo todos los días.”

Poemas de Teresa Melo

Poemas de Teresa Melo

Por Joaquín Borges-Triana

 

Hace años que conozco a Teresa Melo. No puedo precisar cuándo fue que hablamos por primera vez, pero sí estoy claro de que hace mucho tiempo de ello. De entonces a acá, he admirado su quehacer poético y su desempeño en la esfera pública, como cuando estuvo dirigiendo la Editorial Oriente. Hoy, a manera de especial saludo al día internacional de la mujer, publico unos textos de esta mi buena amiga y auténtica santiaguera.

Poemas de Teresa Melo

El temblor

En la tierra breve que desgrano

flores de cedro / helechos / abedules:

signos de la transformación.

La gacela de ayer

maúlla en mi caricia

en el sitio cálido de las ropas de sal.

Flores de cedro

que no son la mesa olorosa / la silla torneada.

 

La mariposa que conoce los cielos aneblados

vuelve pez su sueño para amar al pez:

aman los peces transfigurados

a la luz de la vela.

 

Son éstas las canciones que canto en la oscuridad.

Otros serán los cantos de la luz

en la voz de mi hija.

Ella no conocerá a los hermosos ahogados

sosteniendo la plataforma marina de la isla.

Ella buscará otra explicación

tan cierta como ésta / tan inútil para describir.

 

Signos de la transformación

agua en canasta es nuestro conocimiento:

escurre por los entresijos de la paja

y vuelve al sitio mineral.

Son las canciones que canto en la oscuridad

para nombrar al hombre

su vanidad espejeando /

sus tres metros de más.

La poesía también nos viste de diosecillos /

totems.

Guardo el poema. Al poeta

lo acuno junto a los hermosos ahogados

para calmar su llanto infantil su soledad sus terrenales miedos.

Para conocer más a Jamila Medina

Para conocer más a Jamila Medina

Por Joaquín Borges-Triana

En el actual panorama de la literatura cubana, una de las voces que más respeto es la de Jamila Medina. Ella se mueve con idéntica soltura por los caminos de la poesía, la narrativa y el ensayo. Su proverbial capacidad de trabajo le permite desempeñarse tanto en el magisterio como en la edición. A propósito de la autora de libros como País de la siguarayaDiseminaciones de Calvert Casey, Ratas en la alta noche oHuecos de araña transcurre la siguiente entrevista realizada por Yailuma Vázquez a su otrora compañera de clases en las aulas de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y que viese la luz en la revista digital Hypermedia Magazine.

Habitando el país de la siguaraya

Por Yailuma Vázquez

Cuando hace más de quince años conocí a Jamila Medina Ríos en un aula de la Facultad de Letras donde ambas éramos estudiantes, no podía imaginar la amistad que nos iba a unir desde entonces. Tampoco imaginé, mientras esperábamos formar parte de algo más grande que nosotras mismas, que esa chica rara —me refiero a la categoría descrita por la escritora española Carmen Martín Gaite: la chica rara entra dentro de una tipología de personaje femenino que rompe de a lleno con la tradición literaria anterior—, siempre caminante, siempre espacios afuera, iba a conseguir cavar un hueco de araña en la cultura de este espacio movible, en la arenilla de esta isla desaparecida a ratos. Sin embargo, lo ha hecho.

Las largas amistades también son viajes; es difícil comenzar a preguntar lo que ya sabemos o intuimos que sabemos. Por eso esta entrevista se siente también como un monólogo interior, una conversación que entre las dos construimos sin que se deslinde claramente quién tiene el deber de preguntar o de responder.

A menudo los escritores se jactan de su enorme capacidad de trabajo y de su disciplina. Para muchos, escribir es una labor que lleva tiempo, ejercicio, entrenamiento. Yo jamás he visto a Jamila teclear una oración o un verso. Solo veo noticas suyas por todas partes, talladas en letra minúscula —patas de araña—: recibos, papelitos de colores… Dentro de algunos años, es posible que se establezca una polémica sobre la autoría en su obra. Para evitar el malentendido es que hago esta primera pregunta:

¿Cuándo escribes? ¿Qué necesitas para hacerlo?

Me impresionan quienes esgrimen una rutina ante preguntas así. Aunque soy fan de las madrugadas, no tengo sistema. Puedo escribir o leer en una guagua andando, y apostada en cualquier sitio no necesariamente bucólico ni apacible (ser anónima es la armadura perfecta, como si estuviera debajo de un mosquitero).

En la casa zafo el teléfono fijo, apago el celular y prefiero estar sola. Si hay alguien rondando, no quiero que me mire ni que me hable y mucho menos que lea por encima de mi hombro (casi nunca enseño lo que aún no tiene punto final). Tampoco resisto la televisión encendida o tener algo por hacer (aunque justo entre “tareas urgentes” la escritura puede presentarse, como la mueca del estudiante que se sienta al final del aula en el repaso para el examen extraordinario, y prefiere leer un libro cualquiera mientras finge resumirlo todo en una hojita suelta. Es como decidir masturbarse cuando se nos está haciendo tarde para llegar al trabajo. Una pataleta de autoafirmación).

La Jamila manuscrita no es la única. Tengo un montón de libretas comenzadas o repletas de jeroglíficos y tachaduras, y agenditas y papelitos que voy guardando entre sus páginas o en el libro que estoy leyendo. También gloso los bordes de lo que leo y utilizo las páginas de cortesía de cualquier volumen para anotar datos curiosos o escribir poemas completos.

Paralelos a esa maraña, pululan en mi teléfono noticas, versos o ideas sueltas; y en el disco duro hay una batería de words y txts, a veces solo abiertos para escribir un título, un índice, o las secciones de un libro probable. Cuentos y ensayos (muchos plagados de notas al pie) son hijos naturales de la PC, como casi todos mis poemas en prosa.

Con mi poesía tengo un pensamiento atávico: cuando la releo, recuerdo si la escribí a mano (pasando el texto de una hoja a otra, tachando y cogiéndole el ritmo) o si fue tecleada en la laptop, o pensada a partir de intertextos. Ahí donde predomina el intelecto o en los que tecleé desde su origen, siento mucha menos vibración emocional, como si su cerebralidad dejara fuera una alta nota que busco y solo a veces creo alcanzar. (Majaderías, rezagos de la edad analógica).

Tu obra recorre un amplio espectro. Aunque es fundamentalmente poética, has abarcado la narrativa de ficción —Ratas en la alta noche (Malpaís, México, 2011)— y también el ensayo —Diseminaciones de Calvert Casey (Letras Cubanas, 2012)—. ¿Piensas el ensayo como un modo de expresión personal? 

Ensayar es como remontar un puente (o mejor, una montaña rusa con todo y el salto en el estómago). Cohabito (copulo) con esx que elijo rescribir, y sobre todo con sus obsesiones, donde pesco o proyecto las mías (así: muerte, eros, política, liberación…).

En la (pos)crítica de cine, arte o literatura —lo que más practico, al paso y compelida por revistas o amigos—, pespunteo un discurso que enhebra y asume la voz/faz de su objeto de deseo, como encarnándolo o dejándome montar por su espíritu. Estos hábitos suelen hallar resonancia en el sujeto autoral del que se quedan prendidos o prendados (¿maniatados?), pero pueden ser menos productivos en relación con aquellxs en quienes debieran avivar el antojo de un acercamiento.

Lo confieso: no me importa; mi ensayística busca ser, ante todo, un coloquio de tú a tú con el pensamiento y el discurso de quien interpelo, apropiándome de sus máscaras (en una especie de puesta teatral). Mis textos se sustentan en una mirada cómplice, porque los hago primero para mí y en segundo lugar para esx que halagó mi inteligencia (o viceversa); si de paso abro también el apetito de tercerxs, pues qué suerte, pero no me impongo la crítica como virtud o servicio, sino más egoístamente, como creación y gozo, una performance.

La emprendo —para qué mentir— como una alquimista golosa y coqueta: por gula, por morbo, por seducir al objeto de estudio que me sedujo, por empatía, por el regusto de desencriptar (craquear, religar asociando) las fuentes que se entremezclaron en un texto…. De ahí que no cultive tintes acérrimos, ya porque siempre me cautiva algo hasta en la creación más “funesta”, o ya porque, si voy a escribir, prefiero hacerlo de lo que me guste mucho (eso que me hala la lengua).

¿Por qué has dejado a un lado la ficción?

Narrar —como ensayar— me exige más dedicación, un esfuerzo de método y estructura. Entre el magisterio y la edición llevo una década deseando mudarme a Castalia para no hacer más que investigar.

Durante ese tiempo, presa en los matorrales de lo que se espera de una (en la academia, en sociedad, en el mundillo intelectual) me he obligado a parir (sin obviar el disfrute que hayan significado) dos tesis, un montoncito de reseñas o ensayos, algunos paneos por los Años Cero y un policiaco por encargo. A los poemas los he tenido que enlazar a veces (cosa que siento cuando los remiro), pero habitualmente (a)fluyen.

Tengo por ahí (entre libretas y txts) dos proyectos de libros de cuentos y un par de bocetos de novela. ¿Miedo a un género en que no me he ejercitado? ¿Falta de tiempo y disciplina o simplemente que no he estado de ánimo para volver a narrar? Todo a la vez.

Justo hace poco he estado resucitando uno de esos monstruos durmientes. A ver si lo escribo, a ver qué pasa.

Cada libro de poesía de los que hasta el momento has publicado tiene una concepción que lo diferencia de los anteriores. Es posible delimitar temáticas y búsquedas, experimentaciones distintas en cada caso. Por ejemplo, en tu primer volumen, Huecos de araña (Unión, 2008), es fácil intuir que se trata un poemario que juega ampliamente con lo intertextual, sobre todo con referencias grecolatinas. 

Los Huecos… son una sombrilla que enmarca ocho años y dos lugares de enunciación (Holguín y LaVana), dos inicios de carrera y una travesía completa (de Socioculturales a Letras pasando por Teología), junto al bregar por amores y amoríos.

La intertextualidad explícita y tales referentes vienen convoyados con los contextos de vida y estudio en que me movía en los 2000 (los libros que leí por placer u obligación; mis deslumbres de entonces; el regusto por las etimologías, la filosofía y los mitos, acendrado en la Facultad de Artes y Letras). Creo que es una especie de empacho que muchos de los escritores-filólogos traslucen en sus óperas primas y más allá.

Curiosamente —si lo pienso mejor— ese no es el primer libro que armé; aunque publicado luego, puede que Ratas en la alta noche estuviera terminado antes que Huecos de araña; y ambos son bien polifónicos. También puede que mi modo de conducirme respecto a las fuentes que entremezclaba fuera —visto así— más inocente (en el sentido de menos malicioso) y más ostentoso; o sea, menos macerado o digerido.

En cualquier caso, seguí trabajando con y sobre la intertextualidad —porque de eso van (desde la lingüística o la literatura) mis repasos de Calvert Casey y Nara Mansur.

Primaveras cortadas asume la voz de mujeres suicidas y heroínas míticas, a la par que abunda en revoluciones abortadas por doquier; mientras, Del corazón de la col y otras mentiras entra en lo suyo lo mismo a través de conquistadores o poetas místicos que de diosas, princesas o asesinas; y Anémona se hace eco de la crítica feminista y se emparienta con los manuales de botánica o de especies marinas.

Uno de mis textos preferidos de Huecos de araña (probablemente el más publicado), sobre cuya hechura y sentido tuve que volverme hace poco —obligada por el inquisitivo escritor y traductor austriaco Udo Kawasser—, se opone in situ al paradigma escritural del libro: dinamita —o eso quiere— el abrazo del autor con la multivocidad, propone salir al ruedo con “una cabeza por fin descoronada” de lo ajeno.

Sin embargo, (est)ética o autosuficiencia aparte, ¿es posible cancelar así “Langustia” de las influencias? ¿Es posible hablar/pensar sin ser herederx de nada ni nadie? ¿Con qué símbolos?

Más que defender una especie de ascetismo o un estilo solipsista, este texto nació en cuarto año de Letras, de uno de esos exámenes en que debíamos leernos un sinfín de ensayos para opinar citando a los críticos; en el trasfondo (pasados aquellos semestres felices de asignaturas convalidadas, en los que tecleé unas cuantas Ratas…), yacía mi sordo rencor contra los deberes que no me habían dejado —creía yo— escribir de o desde mí (una avanzadilla de lo que me pasa hoy, cuando edito y lo disfruto pero sufro a mi vez, impedida de llegar, entre la selva de pendientes, a mis propios libros).

Cuando gané el David y me preguntaron de qué iba aquello, elucubré que los Huecos… no eran solo los habitáculos del patio de casa de mi abuela, sino esos agujeros negros sobre los que bailamos como en una telaraña, intentando ser nosotros mismos, sin que nos abduzcan la familia, los amores, nuestros escritores favoritos o el país, el sexo y la herencia que nos tocaron en suerte.

Con el tiempo, mi negativa (mi actitud defensiva) ante esos boquetes de los que salían voces que no deseaba escuchar, dice más de mí que lo que habría imaginado, pues una de las dominantes de mi literatura ha venido a ser la intertextualidad, la apelación a lo(s) otro(s), gozando por suerte de la potestad de elegir mis compañeros de asiento.

Como has mencionado, en Primaveras cortadas (Proyecto Literal, México, 2011) hay un tema central que tiene que ver con intentos abortados. ¿Propones que las revoluciones fallidas y las pérdidas, en sentido general, son una metáfora de la existencia?

Lo pensé como un libro enfocado en la fuerza (imantación, seducción) que ejercen las vidas y los procesos políticos/filiales/amorosos que no se agotaron en su devenir, sino que sufrieron una interrupción y, por tanto, no desgastaron su simbolismo, más bien lo dejaron en una especie de fermento concentrado del que muchos han bebido y aún van a beber hoy, con devoción y empalago.

Jóvenes mujeres suicidas, revoluciones abortadas, despedidas que congelaron e idealizaron un amor o un lazo familiar… No me atraía la idea de la pérdida o de lo fallido en que estuvieron implicados, sino más bien el frenesí de lapsus intensamente vividos, llenos de significado (y vitalidad, y belleza, y juventud y, por qué no, utopía).

Todavía me pregunto si es el corte mismo (en retrospectiva o como sombra que acechara y empujara a los actores a ser de cierto modo) lo que los hace tan vibrantes; o si es su carácter cerrado en medio de su esplendor lo que nos/me hace interpretarlos así; o el idilio (el morbo, la nostalgia) del espectador por el pasado y los muertos… lo que los dota de ese inquietante poder simbólico.

No es que escribiéndolo encontrara una respuesta; en Primaveras…, además de mi incomprensión sobre las dinámicas que matan el amor, viven mi fervor/pavor por ese engranaje desgastado (desemantizado) que todavía hoy se hace llamar Revolución cubana y pervive (ya para siempre incumplido) mi viejo y romántico deseo de morir joven. Son perspectivas. No niego lo que ves allí; sin embargo, siendo que entre mis frustraciones está la no aceptación de los finales, el no saber despedirme, Primaveras… dibuja para mí la ilusión (ese géiser) de los primeros años, del primer escalofrío, del último grito de guerra.

En Anémona (Sed de Belleza, 2013; Polibea, Madrid, 2016) se funden tres grandes temas: sexo, muerte y liberación femenina. Lo que Julia Kristeva ha definido como la “irrepresentabilidad” (es decir, el afán posmoderno de definir de un modo nuevo, a través de la exacerbación de lo obsceno, lo pornográfico y lo escatológico) encuentra un espacio privilegiado en este libro. ¿Con esos recursos germina un discurso de la liberación?

Saliendo del bosque de Primaveras cortadas (donde muerte y caída tienen el protagónico) quise probar algo más suave (léase menos dolido), entrar en una especie de discurso líquido que congeniara con las mareas oceánicas como con los fluidos femeninos y fuera menos ríspido o frontal o chillón o plañidero, menos quejoso y furibundo.

En principio, no me dispuse a un libro contestatario ni feminista, sino a algo más embebido en y pagado de sí, como una galaxia flotando en pleno cosmos, como un archipiélago happy paseando sin prisa a la deriva, sin amarras o rencores, sin medias tintas.

El libro reposó un par de años, fue mencionado en el Premio Calendario, la poeta y editora Isaily Pérez lo quiso para Sed de Belleza y fue así que pulí, restructuré, sumé y resté, al tiempo que me convencí de subrayar su veta militante. De ahí quizás que no pocxs lo vean como un poemario disparejo, atonal; mientras otrxs lo prefieran por sus sobresaltos.

Entre caminos y veredas, el subalterno (sin disquisiciones sobre lo que la libertad es o sobre si finalmente es) puede hallar su liberación excavando en el espejo, dinamitando los discursos que le devuelven/endilgan un retrato-jaula de sí. La representabilidad (aunque vaya corriendo sus márgenes) pasa por el canon (blanco, occidental, heteronormativo) incluso en el ámbito de lo pornográfico: donde entre la diversidad hay una producción mayoritaria destinada y pensada desde el hombre y para él.

A estas alturas puede parecer demodé articular un desmontaje de los estereotipos genéricos poniéndonos en guardia sobre la planificación familiar y las prácticas sexuales o de acicalado; sin embargo, las categorías de lo bello, lo vulgar, lo moral, lo sofisticado, lo natural siguen rigiendo al valorar/modelar la imagen y los imaginarios de las mujeres contemporáneas.

Creo que la otra corriente que atraviesa el libro (su intención primigenia) es más liberadora, porque no se identifica por oposición a, no se defiende; más bien explora su cuerpo de nanadora y nadadora (incluidos los menstruos y la gelatina vaginal), entrando a especular en los intersticios de lo que cree que es (armadillo, anémona), de lo que le han dicho que es (hueco de araña, corazón de la col), de lo que pretende ser (liquen, sargazo, hongo).

¿Muy metafórico como para ser instrumentalizado, convertido en lema o bandera? Mejor así.

No me parece que Del corazón de la col y otras mentiras (Sureditores, 2013) haya sido muy atendido por la crítica… Sin embargo, hay lectores que lo prefieren. ¿Qué significa para ti ese poemario?

Como La gran arquitecta (Legna Rodríguez, 2014) que pertenece a Hilo + hilo (2015) o Balada del buen muñeco (Oscar Cruz, 2013), que es parte de La maestranza (2013), Del corazón de la col y otras mentirases un poemario incompleto (más específicamente, un libro de amor incompleto, que pensé acompañar de una camarilla de hombres suicidas). La culpa la tuvo el concurso Wolsan, que premiaba solo 30 cuartillas.

Son un puñado de textos expurgados de algo que nunca he terminado de escribir o publicar y que, siendo una monografía de tema tan resbaladizo, ha tenido sus nombres cursis: “Novios del mediodía”, “La casa de los novios”, “El arte carnal…”, como un poema que extraje del cuaderno premiado y que solo consta en una revista Amnios y en mi antología Para empinar un papalote (Casa de Poesía, San José, 2015).

La mención probablemente me salvó del desastre de publicar un libro más voluminoso y únicamente de amor, para (con suerte) terminar copiada y recopiada en aquellas libretas adolescentes entre los románticos que sabemos y otros anónimos conocidos (¡qué lástima!, y, ¿existirán todavía esas libretas?). Como todo lo que no tuvo punto final (o linda con lo biográfico), ese libro todavía me persigue, y ahora mismo estoy en peligro de mostrar un poco (pero no muchas mentiras) más de ese pastel, tentada por la editorial Amagord.

Con Del corazón… (que tiene hasta dedicatoria) me siento como en uno de esos sueños en que vamos desnudos por la calle sin hallar dónde meternos ni con qué taparnos. Hay un juego de espadas pasión vs. razón, feminismo vs. feminidad, abandono vs. posesión/rebelión, corporalidad fáctica y contemporánea vs. tradición, que resuena entre los propios textos, y más al enfrentarlo a la Anémona militante (donde hay asimismo zonas contradictorias).

De la recepción, tanto sé de quienes lo han devorado y marcado como de otrxs que no quisieran verlo ni en pintura. Es un libro sobre lo difícil ya no solo de amar o de escribir de amor, sino de hacerlo en tiempos tan mordaces, sin inocencia, con tanto machismo y feminismo pesando sobre los hombros (y tantos referentes shakespeareanos, corintelladescos, hollywoodenses, y sus respectivas deconstrucciones y más, hablándonos al oído).

La voz hace equilibrios sobre esos acantilados, demuele unas estructuras del amor tradicional y refuerza otras, mientras busca resonar en ese al que iban dirigidos los poemas… Como sin querer queriendo. En todo el poemario late tal contradicción (que se parece a la incertidumbre de los que aman).

La nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su ensayo Todos deberíamos ser feministas, se refiere a la necesidad de que se hable del tema a pesar de las etiquetas, porque lo que se necesita es cambiar, a través de la educación, cómo entendemos y vivenciamos el género. Escribe esta autora: “¿Por qué usar la palabra ‘feminista’? ¿Por qué no decir simplemente que crees en los derechos humanos o algo parecido? Pues porque no sería honesto. Está claro que el feminismo forma parte de los derechos humanos en general, pero elegir usar la expresión genérica ‘derechos humanos’ supone negar el problema específico y particular del género. Es una forma de fingir que no han sido las mujeres quienes se han visto excluidas durante siglos. Es una forma de negar que el problema del género pone a las mujeres en el punto de mira. Que tradicionalmente el problema no era ser humano, sino concretamente ser una humana de sexo femenino”. ¿Qué piensas de este asunto?

Quiero creer que reacciono ante todo o ante casi cualquier tipo de discriminación, estando incluso en guardia contra la que puede provenir de mi intolerancia frente a hábitos o actitudes X.

Al feminismo, no lo he paneado como tú, teóricamente, y me he negado a veces a que me encuadren en él, al igual que rehúso que me peguen otras etiquetas, siempre queriendo creer que soy más un proceso que una persona “hecha y derecha”.

Pero está claro que las cosas deben ser llamadas por su nombre cuando se trata de derechos transgredidos, vivencias y marginaciones históricas concretas, con siglos de conductas estereotipadas y normadas de acumulación, todo lo que a su vez (co)varía en contexto, al sumarse a los hechos otros rasgos de esas “humanas de sexo femenino” que nos preocupan (muchos compartidos con los “humanos de sexo masculino”, si bien vistos con otros prismas en ellos).

Me refiero, por ejemplo, a pasar de los 35 años sin haberse casado ni parido, a ser o no madre soltera, a asumirse o no hetero, a estar gorda o flaca, a lucir o no “buen cuerpo”, a ser habanera o “palestina”, a tener de congo y de carabalí, a escribir narrativa o poesía, a “gozar” o no de horario abierto, de doble jornada y poco jornal, a teñirse o dejarse (ver) las canas, y a ser, por añadido una mujer “susceptible”, “idealista”, “intelectual” y “feminista”… ya en la Conchinchina o en la Cuba de hoy.

Cada rasgo complejiza el entramado (sin entrar en las dinámicas familiares ni en meollos como los de tener o no —más que cuarto— casa propia, los padres vivos pero enfermos, ser hija única o la única hembra entre varios hermanos, etc., etc.).

En Anémona bojeé, junto a otros asuntos espinosos, esa malla o nata vital de quien lleva el rol de “cuidadora”: “Nanadora. Acunadora. Sanadora. Vaina”; “[l]a madre del hijo, la madre del padre, la madre del esposo, la esposa de la madre. La pareja. La emparejada en la pareja. La de orejas cortadas”; sin ser concluyente ni objetiva, fui del “Déjate hacer. Dejarse hacer. Dejarse ser” a la invitación a transmutarse en hongo, para diseminarse por doquier “que existan otras formas de vida”.

No es por caricaturizarlo, porque es mi propia agonía, pero lo mejor es reírse un poco de ello. Vivir el feminismo dentro de la pareja puede ser una labor como de espía verdaderamente agotadora, más si se crece queriendo ser una eterna chiquilla a la par que comportándose como una madre retadora, o soñando ser deseada a la vez que admirada. Se está en vilo, en una continua suspicacia sobre qué y cómo te lo dicen, sobre si te dan la mano al bajar de la guagua o si dar un saltico atlético al tirarte, sobre quién friega cuando es más divertido pintar las paredes, sobre quién para o paga el taxi (y todo lo demás); nos debatimos entre odiar cocinar y querer que te elogien la comida, entre desear que te regalen una florecita y el vade retro a los ramos de los actos públicos, entre poder con todo y no querer hacer nada sola (entre liberalismo e incertidumbre, entre independencia y susceptibilidad).

Bajarse de ese tren y amoldarse a los estereotipos podría parecer más llevadero, pero no es lo mío. Lo esencial sería conducirnos con agudeza para devenir dueñas de nuestro tiempo y de nuestros cuerpos, actos, palabras, sentimientos, sin vivir permanentemente furibundas ni parapetadas como guerrilleras.

Fluir (dejarse ser e incluso dejarse hacer…): reaprender el recibir; el ser bellas, frágiles o sensuales (si cabe, si nos late); y entrelazarlo con el batiburrillo de rasgos que más nos plazca.

Tan normativo puede ser el machismo como el feminismo, si nos pauta no permitir nunca que un hombre invite, cargar estoicamente con nuestros bártulos (y hasta con los de él), evitar que nos cedan el asiento, trabajar más que nadie (en los frentes “masculino” y “femenino”) o educar a los hijos en la reticencia al padre.

Una de las razones de mi feminismo (y de mi rechazo a otras discriminaciones) es que me saca de las casillas que nos encasillen. De ser en cuerpo de mujer, me gusta, por ejemplo, lo inclusivo, lo abierto a la exploración; cuando se ha peleado tanto porque se expandan y liberen las posibilidades de elección, sería de locas constreñirlas.

Habría acaso que hallar una utópica tercera vía… Porque (como en la sexualidad o en el arte) al definirnos por oposición, entre lo blanco y lo negro, nos perdemos demasiadas gamas de color.

Tu último libro, País de la siguaraya (Letras Cubanas, 2018) recientemente presentado en la Feria del Libro de La Habana, es un libro de viajes estructurado mediante poemas en prosa altamente narrativos. Creo que es además un libro de amor, de uno que no está frustrado o fallido: de un amor feliz que se extrapola a la vida. Es un libro muy reflexivo también, desde el punto de vista existencial.

Como Huecos…, País de la siguaraya me ocurrió en un arco temporal: 2012-2016. Al comienzo me seducía su aire agreste, de reflexión y observación contenidas (constatable en la tríada de textos que publicó La Gaceta de Cuba en 2012). Luego ese tono se mistificó, y la intención de juntar poemas que recorrieran la Isla de cabo a rabo se parcializó con mis estancias entre LaVana y Matanzas, justo porque sobrevino (como espacio-tiempo de cruce inevitable) ese amor que dices (permeando todo al paso, reabriendo el libro a la tempestuosa emotividad acostumbrada).

Los textos sí dibujan allí una lucha: viajes de ida y huida buscando un centro (o asidero) en ese amor, todavía animados por exploraciones en compañía, camino del país o al rencuentro de fragmentos de paisajes vitales interiores.

El primer texto que escribí (“Almendares-Mariel”) era una larga remembranza o mise en abyme que formaba parte de un cuento todavía inédito. Es decir, que me hallaba escribiendo algo de ficción y la realidad (de un paseo con mi padre) irrumpió de tal modo (en un tono tan discerniblemente distinto) que tuve que desgajar aquello y darle cuerpo aparte.

¿Espiga madura, madurada? ¿Anuncio del peso de la edad? Primordialmente, contumacia: ganas de vagabundear, de (ad)mirarlo y devorarlo todo; de auscultar el cuerpo moral y geográfico del país, como quien lo prepara para una inhumación: un bojeo morboso por sus pústulas y llagas (de niña que toquetea con un palo a un animal caído, con ínfulas de que se pare y luche).

Y ganas también de repasar mi historia (husmeando entre fotos de la infancia); necesidad de detenerse y observar lo desandado, sopesar el propio cuerpo (físico, espiritual) que nos trajo hasta aquí (sus blanduras y callosidades, sus cegueras, fobias y malformaciones: sus “mentiras favoritas”, como dice Sandra Ramy), para entender dónde pisamos entre las galerías o carrileras del yo (si es que todavía pueden pronunciarse, tenerse, dubitaciones del tipo “quién soy” o “adónde voy”).

El país es el pretexto: el país soy yo que viajo a través mío, y a través del otro intentando llegar a mí; aunque todo puerto se aleje como en un mal sueño, aunque sean búsquedas carentes de sentido si se emprenden creyendo en el origen y no en la travesía, sin entender que lo que queda es saborear el paseo…

Para finalizar, quiero preguntarte qué constantes o prácticas escriturales recurrentes crees que son propias de tu generación. Y cómo se siente pertenecer a ella. 

De tan trillado en conferencias, revistas, entrevistas, ensayos y antologías, no veo qué podría añadirse sobre esa que Aram Vidal llamó una vez “de-generación”. Por complacerte, seré enumerativa, contrastiva y anafórica (para de paso usar algunos procedimientos que los marcan a nivel formal):

¿des-territorializados?, des-naturalizados, ¿des-memoriados?;

des-cubanizados y cubiches al punto de actualizar las mambisadas y des-automatizar la retórica revolucionaria;

velociraptores: consumidores intertextuales e intermediales natos;

cultores de jergas (g)locales;

arqueólogos testarudos de lo que sea;

hijos y padres de medios y espacios alternativos;

amargos y lúdicos, escatológicos y des-dramatizados, anticanónicos y antiépicos, dis-tópicos y aun utópicos;

transgenéricos, performáticos, paródicos, epigramáticos, fragmentarios; observadores sarcásticos y filosóficos, actores libidinosos, lectores exhibicionistas, (falsos) escritores autobiográficos, panlingüísticos y palimpsestuosos… como la web.

Excepto por los amigos que quiero a toda costa y otros congéneres cuya obra admiro, no tengo ninguna sensación particular de “pertenencia”, orgullo generacional ni bandera estética que alzar en este punto. Llegamos después de unos y otros ya están en camino de diferenciarse de esa sombrilla bajo la que nos reúnen.

Existieron Espacio Polaroid y su “liberatura”, La caja de la china, 33 y 1/3, TREP, Desliz; sigue en pie La Noria y andan por ahí El Estornudo y El Oficio… pero no hemos hecho por tener sostenida ni monocromamente lo que antes definía a generaciones y movimientos artísticos: líder o manifiesto, estética ni publicación señeras.

Aunque para ser exactos sí ha habido voluntad —más bien postrera, posterior a la de compiladores extranjeros y extemporáneos, casi siempre nacida de un pedido que busca visibilizar algo más que los hallazgos literarios de los Años Cero— de juntar en volúmenes y dossiers, acá o acullá, lo más “granado”, la “flor y nata” de la hornada.

Pienso en antologías orquestadas por Lizabel Mónica, Orlando Luis Pardo Lazo, Oscar Cruz, Jorge Enrique Lage, Gilberto Padilla, Duanel Díaz, Anisley Negrín, José Ramón Sánchez, Ángel Pérez, Javier L. Mora y hasta por mí, varias de las cuales hacen declaraciones prescriptivas sobre la escritura cubana hoy.

No es por miedo al qué dirán (siquiera por terror a lo que queda inscrito, aunque también), pero me gustaba más cuando estábamos en lo nuestro, sin atacar a nadie ni predicar sobre ética o estilo, y sin sed de empoderamientos simbólicos o de otra laya. Espero que esas páginas preceptivas no digan la última palabra sobre lo que somos o hemos sido, ni sean lo más cacareado por las historias de la literatura cuando de “nosotros” se trate.

Tengo mis favoritxs de todas las épocas entre lxs escritorxs de la Isla, claro está; sé qué me gusta y por qué, como sé lo que quiero o sobre todo de lo que no quiero escribir (hasta hoy). Sin embargo, no me interesa embarcarme en la aventura de pautar la creación de los demás ni de trazar políticas culturales. Quiero ser lo más libre posible al escribir lo que me dé la gana. ¿Cómo normar en otros lo que no toleraré conmigo?

Como en la práctica del feminismo, si hubiera un rasgo distintivo por el que apostar, me gustaría pensarnos anti-dictados, sin uniforme, llevados por aquel promisorio retintín que decía: “somos pioneros exploradores…”, o lo que es lo mismo: caminando al ritmo del primer pasito de baile de Neil Armstrong en la luna (bamboleantes al probar a ser fuera del cerco de la gravedad); desprejuiciados, en fin, para asumir cualesquiera de las “forma[s] de las cosas que vendrán” —a la manera jacarandosa del Wichy.

Tomado de Hypermedia Magazine,

https://www.hypermediamagazine.com/entrevistas/habitando-el-pais-de-la-siguaraya/

Charles Bukowski: Un perro venido del infierno

Charles Bukowski: Un perro venido del infierno

Nunca tendré palabras para agradecer el trabajo que, en aras de que los ciegos disfrutemos de pleno acceso a la lectura, realizan instituciones como el Centro Cultural y Recreativo de la ANCI, ubicado en 41 entre 80 y 82, Marianao, La Habana, la Fundación Braille del Uruguay, radicada en Montevideo, y las casas editoriales que la ONCE posee en Madrid y Barcelona. Ahora, mis buenos amigos del Centro Bibliográfico y Cultural de la organización de invidentes españoles me han hecho llegar desde la capital de dicho país europeo un excelente libro titulado La vida de Charles Bukowski, una pormenorizada biografía escrita por Neeli Cherkowski y que retrata la existencia de quien fuera considerado como maestro de la provocación literaria en los treinta años transcurridos entre la década de los sesenta y la de los noventa.

Mitificado en todo el viejo continente en virtud de su brutal actitud ante eso que llamamos vida y que Oscar Wilde calificó de terriblemente deforme, en Estados Unidos sólo los poetas marginales del «Meat School» norteamericano reconocieron su talento especial para detectar la belleza allí donde ni siquiera existe. Pese a haber sido denostado e incomprendido en su tierra adoptiva, nunca quiso marcharse de Norteamérica. Total, en ningún sitio se encontraba a gusto, condenado como estaba a un perpetuo exilio interior. La máquina de escribir fue su único aliento y consuelo, al punto que llegó a decir: “Si me entierran háganlo junto a mi máquina de escribir; sólo me sé defender con ella”.

Así fue que nos legó sus relatos cortos y sus poemas, especie de soeces soliloquios que salen de muy adentro. Hay en ellos una carnalidad descarnada y ¿por qué no? Un alma desnuda que –a través de una literatura provocadora y sórdida, cargada de gran emoción y sentimientos— está pidiendo a gritos cobijo. En varias de sus obras, utilizó a un personaje llamado Henry Chinaski, a modo de “alter ego”. Era una forma rápida y eficaz de mantener a raya sus obsesiones, típicas de alguien con un peculiar sentido del humor, conocido por sus reiteradas provocaciones que, al igual que mostraba en sus textos, le granjearon las iras de muchas feministas y las simpatías de jóvenes lectores, atraídos por su fama de “transgresor”. Como ha indicado el crítico e investigador español Carlos Fresneda:

“Bukowski convirtió su propia historia en un poema etílico de rima sincopada. Prefirió novelar su intensa y alucinógena experiencia antes que caer en la trampa literaria de la no-vida.” (1)

Mi primer contacto con la obra de Charles «Hank» Bukowski (un creador con dos fantasmas recurrentes: el alcohol y las mujeres) lo tuve allá por fines de la década de los ochenta. Tratábase de un libro de relatos, editado por Anagrama bajo el título de Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y la máquina de follar. De aquel material todavía recuerdo cuentos con nombres tan sugerentes como «Quince centímetros», «Cuantos chochos queramos», «Un coño blanco», «¡Violación, violación!» o «La máquina de follar», todos escritos en un marcado tono autobiográfico, un elemento que tipifica la producción tanto en prosa como en verso del escritor.

Nacido en 1920 en la ciudad alemana de Andernach, Bukowski era hijo de un soldado norteamericano al que habían ubicado a servir en una unidad militar estadounidense en Europa tras la Primera Guerra Mundial. Cuando Charles había cumplido dos años, su familia se trasladó a los Estados Unidos y se instalaron en Los Angeles, donde transcurrió su infancia y adolescencia. En ese período vital para la formación de cualquier individuo, los modelos educativos de que dispuso fueron los de un padre autoritario y una madre sin carácter. Al referirse a dicha etapa, su biógrafo, Neeli Cherkowski, ha afirmado:

«Era un niño solitario y taciturno. (…) Cuando Hank cursaba el primer curso de enseñanza secundaria, con quince años (ya), consideró la perspectiva de ser escritor». (2)

Muy temprano Charles buscó en el alcohol el alivio de lo que para él era un horror familiar. Comenzó a beber de niño, con apenas trece años recién cumplidos. Se dice que el padre nunca renunció a su idea de una educación fuerte y por ello, de manera continua golpeaba al chico, que cada vez con mayor frecuencia llegaba a la casa borracho. Sólo gracias a los efectos del alcohol pudo soportar el trauma del contexto que le rodeaba. Bebía para olvidar, y también para que le olvidaran. La leyenda cuenta que además su adolescencia fue atormentada por un acné que le ocasionaba forúnculos, los cuales requerían ser atendidos por un médico y que le dejaron huellas en el rostro como las causadas a consecuencias de la viruela.

Tras su paso por el City College, vivió la experiencia de los barrios del centro de la ciudad de Los Angeles, de cuyas vivencias se percibe un claro eco en sus relatos cortos. Poco después marchó a Nueva Orleans, y de ahí de ciudad en ciudad, para retornar cada vez menos a la principal urbe californiana. A la par, su propensión a la bebida iba en aumento y de igual modo lo hacía su vocación por ser escritor. Por entonces, comienza a enviar poemas a pequeñas publicaciones underground y a otras alternativas. Según recoge su biógrafo, en 1944, la revista Story, en el número correspondiente a los meses de marzo-abril, le publicó un primer relato: «Consecuencias de una extensa nota de rechazo».

Hacia 1946 concluye el ir y venir de Hank por disímiles ciudades y estados de Norteamérica. Había vivido en carne propia las experiencias más duras y dramáticas que puede vivir un hombre, mezclándose con el fondo existencial que a la postre devendría materia prima de sus narraciones y poemas. Por la fecha era un perfecto desconocido que escribía alimentando un misterio en su entorno, el cual deslumbraría luego a sus lectores y, en particular, a sus editores. Al asumir la versificación se ponía como meta suprema que los textos por él elaborados fueran fieles a su forma de hablar. Así las cosas, luego de diez años de no haber vuelto a publicar, comienza a colaborar con la revista Arlequín y la directora de la misma, Barbara Frye, empieza a enviarle cartas de amor desde la lejana Texas. Tras el intercambio epistolar, Bukowski se casa con ella, para divorciarse al cabo de dos años, cuatro meses y veinte días. Si bien dicha relación de pareja no funcionó, la rica heredera apostó a pie juntillas por el talento de Charles y le fue allanando el camino, sobre todo en Europa, primer sitio en el que sus textos alcanzaron reconocimiento.

En opinión de Neeli Cherkowski, «finalizada la década de los cincuenta, los principales acontecimientos mundiales nada interesaban al poeta, a excepción de un joven revolucionario que desde Cuba llamaba la atención del mundo.» (3) El hipódromo, sin embargo, le proporcionaba el color y la atmósfera para sus poemas; los caballos, la energía. Para Charles hacer poesía se iba convirtiendo en algo definitivo; pasaba horas escribiendo, al mismo tiempo que enviaba sus trabajos por  toda la geografía estadounidense. Por entonces, en Norteamérica había una proliferación de revistas literarias y publicar de forma sistemática en ellas concede a Bukowski una amplia experiencia.

Durante esos años van apareciendo distintos libros suyos. En 1960 ve la luz Flower, fist and bestial wail (Flor, puño y gemido animal), poemario al que pronto siguieron Poems and Drawings (Poemas y Dibujos), 1962; Longshot Poems for broke players (Poemas arriesgados para apostadores en bancarrota), 1962, y Run with the hunted (Corriendo con la presa), 1962. Un año después saldría de la imprenta otro pequeño volumen con el título de It Catches my heart in its hands (Atrapa mi corazón en sus manos), y, en 1965, Crucifix in a Deadhand(Crucifijo en una mano muerta). Empero, lo que los especialistas han considerado la verdadera fortuna poética de Bukowski no comenzó hasta 1966, fecha en la que el administrador de una empresa de artículos de oficina, nombrado John Martin, le publicó en forma de octavillas, cinco poemas. En total fueron 30 ejemplares de cada edición que, no obstante lo reducido de la tirada, causaron un impacto insospechado gracias a la vitalidad de eso que se ha dado en llamar «literatura hablada».

En virtud de su creciente popularidad entre determinados estratos de la sociedad estadounidense, en 1968 le publican el libro At terror street and agony way (En la calle del terror y el camino de la agonía). En el propio año aparecería una breve recopilación  bajo el nombre de Poems written before Jumping out of an 8 story window. Tal avalancha de publicaciones le llevaron, en aquel momento, a convertirse en el personaje literario delunderground norteamericano. Por esos meses, el editor John Bryan le solicitó a Bukowski una serie de artículos para su recién creado Open City. Charles dio inicio a la selección con una reseña acerca del volumen Papa Hemingway, de A. E. Hotchner, colaboraciones que a medida que iban saliendo afianzaban su fama. Transcurrido algún tiempo, tituló su columna Notes of a Dirty Old Man (Escritos de un viejo indecente), y que se convertiría más tarde, en 1969, en su primer libro en prosa.

Según el crítico español Pedro M. Domene, «posee esta recopilación muchas de las características que Bukowski desarrollará en su obra posterior: un lenguaje vernáculo, una sutil capacidad para el humor y una desesperación infinita de quien había logrado sobrevivir a lo largo de las tres décadas anteriores. Sus modelos declarados: Ernest Hemingway, Norman Mailer y John Fante. La serie contiene, además, su credo literario, en clave de humor, sobre el sexo.» (4)

Una nueva selección de su obra poética es editada en 1969: The days run away like wild horses over the hills (Los días huyen como caballos salvajes por las colinas), que contribuye a aumentar su fama en el mundillo subterráneo y que al pasar del tiempo, ha sido valorada por muchos como su mejor creación en versos. Con un estilo ya muy depurado en 1970 aparece su primera novela, Post Office (Cartero), que relata el período de casi tres lustros vividos por el escritor como trabajador de correos, de inicio en la condición de cartero los tres primeros años y medio, y, los once restantes, como empleado. No tardó mucho tiempo para que los especialistas definieran la narración como «crónica cruel, cínica y despiadadamente autoirónica». Con el seudónimo de Henry Chinaski (personaje que también sería protagonista de otras cinco novelas), Bukowski narra sin piedad hacia nadie, ni tan siquiera hacia sí mismo, los acontecimientos vividos por él en dicha época, confundiendo de modo magistral realidad y ficción. Vuelven a verse aquí varias de las claves del estilo del escritor, es decir, esas dosis de humor y desolación que recorrieron toda su vida y obra.

1972 será en particular un año importante para Charles. Primero publica otra recopilación de sus poemas, titulada Mackingbird with me luck (El sinsonte me desea suerte) y a los pocos meses se presenta el libro que le proporcionaría el éxito con el gran público. Tratábase deErections, Ejaculations, Exhibitions and general tales of ordinary madness, editada en español por Anagrama en 1978 con el título de Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y La máquina de follar. Los 74 cuentos recogidos en esta obra permiten adentrar al lector en las venturas y/o desventuras de la existencia del poeta y narrador, «hazañas» comparables sólo a la locura

John Martin, que había abandonado su negocio de artículos de oficina para fundar una editorial nombrada Black Sparrow Press, le propone a Bukowski realizar una amplia antología de su obra y así, en 1974 nace Burning in water, drowing in flame: selected poems 1955-1973(Quemándose en el agua, ahogándose en llamas), que no fue bien acogida por la crítica establecida, pero que sí permitió corroborar que el escritor contaba con un público propio, fieles seguidores que iban a escucharle en sus lecturas de poesía y que cada día  se incrementaba con nuevos partidarios, los cuales buscaban en él al poeta maldito, al hombre permanentemente borracho que había que subir al podio o al escenario para que recitara.

El mito Charles Bukowski se incrementa con la edición de otros poemarios: Love is a dog from hell, 1974-1977 (El amor es un perro del infierno), 1977; War all the time: poems 1981-1984(Guerra sin cesar), 1984; y The roominghouse madrigals: early selected poems 1946-1966(selección de primeros poemas), 1988. En 1992, en Estados Unidos ve la luz un conjunto de versos suyos denominado La última noche de la tierra y al año siguiente publica un libro con una selección de su correspondencia literaria, cuyo título traducido al español era algo así como Gritos desde el balcón. Tan copiosa producción motivó que Ben Pleasant, destacado crítico literario norteamericano, escribiese en Los Angeles Times:

«Es posible que Bukowski sea el mayor poeta de su generación, pero los estudiosos, las feministas y los comentaristas de los principales diarios y revistas prefieren ignorarle. Mientras tanto se escribe acerca de él en Le Monde, el Times Literature Suplement, el Spiegel, el Sterny en muchos diarios de Europa.» (5)

“Necesito beber para escribir, escribir para beber”, expresó a la revista People, en una entrevista de 1988. Acababa de estrenarse Barfly (Borracho, en la versión española), filme autobiográfico del cual fuera guionista y que le devolvió a la cresta de la ola en el ocaso de su carrera. “He sido maltratado, vejado y encarcelado. He pasado por todo en mi vida y tengo detrás una larga lista de ex mujeres y ex trabajos.” Más allá de la verosimilitud de tales palabras (no se ha de soslayar que todo escritor, como cualquier artista, siempre tratará de inventarse una historia que, sea cierta o no, refuerce la imagen que le interesa proyectar en el mercado),  lo cierto es que la fama le llegó tarde y tuvo que dedicarse a diversos oficios para vivir, desde conducir un camión hasta lavar platos o despachar gasolina. Con el tiempo, se congratularía de la demora en alcanzar el triunfo literario, dado que ello le brindó la posibilidad de permanecer durante años “en la calle”, que es donde hallaba la fuente de inspiración para sus creaciones.

Con una vida fuera de serie y que resulta inimitable por sus excesos, sus aventuras, sus excentricidades, sus amoríos, sus éxitos, su fama y el mito universal que encarna, Bukowski ejemplariza con su conducta y sus obras la religión del neopaganismo, del superhombre, del ego y del placer. Personaje de gran vitalidad, el goce de los sentidos y la plenitud de la pasión como paraíso en la tierra hallan en él su sumo sacerdote. Desaparecido físicamente en la ciudad de Los Angeles, mucho me temo que su última grosería haya consistido en hacerle una mueca a la existencia terrenal y dejarse llevar por la muerte rumbo a su nueva y definitiva morada en el «planeta boca arriba».

Al morir en 1994, residía en un suburbio de Los Ángeles, junto a su tercera esposa, Linda Lee Beighle, y su hija Marina. En la permanente guerra interior que fue su existencia, los últimos años fueron cual un remanso de paz, gracias a Linda, quien hizo las veces de musa, amante y enfermera del narrador y poeta, que nunca pensó llegar a viejo. Un tipo como él, esclavo del alcohol y del sexo desde su adolescencia, se merecía quizás otra muerte: más violenta, más sucia, más memorable, más épica. Pero no. Murió religiosamente en la cama de un hospital de Los Ángeles, casi abuelo ya, afectado por una neumonía. Al fallecer, tenía 73 años y unos meses antes, le habían diagnosticado una leucemia. La muerte le llegaba con lentitud, fatal paradoja para un hombre que vivió siempre en el filo de la navaja, apurando hasta la última gota. Cronista de los excesos, paladín del realismo sucio, cuando uno habla de él, se acuerda hizofacto de los malditos: Allen Ginsberg y William Burroughs, por mencionar dos ejemplos. Leerlo es también, de alguna manera, como escuchar la ajada voz de un Tom Waits.

Charles Bukowski escribió más de treinta poemarios, que le han acreditado como un gran poeta de nuestra época; sin embargo, pocos de sus versos se han traducido al español. El fragmento siguiente corresponde al poema “Cuando muera el matorral nadaré en el río Green con el pelo en llamas”, recogido en la antología de poesía y cuentos Peleando a la contra(1995), y es un ejemplo de su primer estilo:

a las 6 en punto empiezan a llegar las mujeres

como el mar o como el periódico de la tarde y, como las hojas

del arbusto de ahí afuera, están un poco más tristes ahora;

bajo las persianas mientras los científicos deciden cómo

ir a Marte o

cómo salir de

aquí. Llega la tarde, es el momento de comer un pastel,

es el momento de la

música,

Whitman está allí, como un cangrejo, como una tortuga

congelada y yo me levanto y cruzo

la habitación.

El alcohol, el sexo, la soledad y los aspectos más absurdos y sórdidos de nuestra civilización ocupan un lugar de honor en la obra de Bukowski, que siempre evitó los ambientes literarios; prefería los bares y las habitaciones lúgubres. Como afirma el ya citado Carlos Fresneda:

“Charles Bukowski era tal vez uno de los pocos escritores norteamericanos contemporáneos que supo escapar a los trillados encasillamientos generacionales. Era, por encima de todo, él mismo, Charles Bukowski, el poeta de la desesperanza. Novelas como Post Office y Mujeres conservan, al cabo de veinte años, una frescura casi intacta. Sus más de mil poemas pudo haberlos escrito un día antes de su muerte…” (6)

En su totalidad la obra de Charles «Hank» Bukowski demuestra sus dotes de poeta duro, directo, escabroso, tenaz en su actitud de no realizar concesiones al clasicismo. Tejió un estilo propio intermitente y atropellado, tan rico en imágenes como pobre en ornamentaciones. Su poesía está sellada por un realismo descarnado y lírico a un tiempo, explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras. Es un escritor que, por medio de un humor ácido y desencantado, narra los sucesos desprovisto de la mirada convencional, que rompe la musicalidad del verso y desconoce por completo la métrica, pero que resulta capaz de sensibilizarse con el borracho, la puta de barrio o el hombre más desgraciado. Pesimismo, autocondena y frustración, la violencia y el alcohol, siempre, como temas de fondo o dioses tutelares, inspirados en la misma línea de la soledad y de la muerte.

En verdad, aunque por momentos su discurso sea divertido y diríase que hasta satírico, la mayoría de las veces resulta dramático; es la suya una poética de la desesperación, poblada de múltiples pesadillas y de su horror ante todo. Con su singular escritura, nos propuso un mundo de desechos, mezclando de manera permanente la voz de esos desamparados de la fortuna con su propia experiencia personal. Bukowski se murió sin decir dónde quería ir, aunque lo más seguro es que no le hayan dejado entrar en el cielo. Como dice el título de una de sus obras, la vida es un perro venido del infierno.

Notas

(1) Fresneda, Carlos: « Charles Bukowski: Muere el poeta de los excesos”: El Mundo, Madrid, 11.3.1994.

(2) Cherkowski, Neeli: La vida de Charles Bukowski. Centro Bibliográfico y Cultural de la ONCE, Madrid, 1999, p. 15.

(3) Cherkowski, Neeli: Op. Cit., p. 73.

(4) Domene, Pedro M.: «Más de cien días sin echar un trago»: Literatura, año 15, no. 60, Madrid, verano 2000, p. 44.

(5) Pleasant, Ben: Citado por: Cherkowski, Neeli: Op. Cit. p. 132.

(6) Fresneda, Carlos: Ob. Cit..

El renacer de la décima

El renacer de la décima

Viajera peninsular

cómo te has aplatanado,

qué sinsonte enamorado

te dio cita en el palmar.

Dejaste viña y pomar

soñando caña y café,

y tu alma española fue

canción de arado y guataca

cuando al vaivén de una hamaca

te diste al Cucalambé.

Lo anterior son unas célebres décimas escritas por El Indio Naborí, sin la menor discusión  uno de los más grandes decimistas que ha tenido Cuba. Como ha señalado el investigador y poeta Virgilio López Lemus: «Décima es una estrofa de diez versos preferentemente octosilábicos, cuyas variantes de mayor difusión han sido la copla real en los siglos XV y XVI y la espinela a partir del XVII. (…) Es el único molde hispánico de origen «culto», que encontró gran aceptación en las poesías escrita y oral.»

Según numerosos estudiosos, como el aludido López lemus, la décima resulta un puente cultural entre naciones que se expresan en español y portugués, por lo que puede valorársele como una manifestación identitaria, uno de los rasgos comunes que encontramos en la lírica hispano-lusitana.

Desde sus orígenes, la décima, que dicho sea de paso, es el único molde hispánico de origen «culto» que tuvo aceptación por igual en las poesías escrita y oral, ha asumido disímiles variantes en su estructura. A partir de 1591, cuando Vicente Martínez Espinel dio a conocer sus «Redondillas» en el libro titulado Diversas rimas y gracias a la popularidad registrada por la fórmula propuesta por este autor, se le comenzó a denominar espinela. Vale acotar que entre las múltiples formas decimísticas, solo hay dos que poseen nombre propio: la espinela y la copla real, por lo que no hay que confundir el término décima con espinela .

En buena medida a partir de la obra de noveles escritores, una estructura como la décima ha experimentado en Cuba lo que puede catalogarse como un auténtico renacer. Muchos jóvenes poetas le han aportado a esta estrofa de diez versos un nuevo aliento en los últimos treinta años. Ello es parte de la movida que se ha dado en nuestro contexto por las nuevas generaciones de artistas e intelectuales, en cuanto al rescate de valores pertenecientes a la tradición de la cultura nacional, pero asumidos desde una renovadora visión ideoestética.

Un libro como El mundo tiene la razón (Editorial Sanlope, 1996), de los holguineros Ronel González y José Luis Serrano, que ganase en 1995 el Premio Cucalambé, sin la menor discusión el concurso más importante de la décima escrita en nuestro país, corrobora ese espíritu innovador al que me refiero. Gracias a las convocatorias del certamen antes aludido, han visto la luz otros decimarios de gran valía, como Sueños sobre la piedra (Editorial Sanlope, 1998), del santiaguero Alberto Garrido, y del que sobresale el texto denominado «Días de la quimera».

Entre los importantes decimarios publicados a partir del Premio Cucalambé habría que mencionar Perros ladrándole a Dios (Editorial Sanlope, 1999), del tunero Carlos Esquivel Guerra; Con esta leve oscilación del péndulo (Editorial Sanlope, 2000) y Examen de fe (Editorial Sanlope, 2002), de los holguineros Yunior Felipe Figueroa y José Luis Serrano, respectivamente, o por poner un último ejemplo, Otra vez la nave de los locos (Editorial Sanlope, 2003), original de la capitalina María de las Nieves Morales.

Mas no ha de hablarse únicamente del concurso Cucalambé como motor impulsor de la décima en Cuba en el pasado reciente. Un análisis del asunto, por somero que sea, no puede soslayar la existencia en el territorio nacional de otros eventos literarios que han coadyuvado al florecimiento de la espinela. Entre tales certámenes, cabe resaltar en el decenio de los noventa la Bienal de la Décima, un premio otorgado al fomento de esta forma poética y en el que fueron laureados los libros Otro nombre de mar(Editorial Capiro, 1993), de Jorge Luis Mederos, y Alucinaciones en el jardín de Ana(Editorial Capiro, 1995), escrito por Alpidio Alonso Grau. Un concurso muy destacado es el que lleva por nombre Fundación de Santa Clara, que entre otros libros ha premiado Aneurisma (Editorial Capiro, 1999), del ya citado José Luis Serrano; Soldado desconocido (Editorial Capiro, 2001), del villaclareño Yamil Díaz Gómez, y El libro del cruel fervor (Editorial Capiro, 1997), del camagüeyano Jesús David Curbelo.

Así las cosas, otras voces han ido surgiendo y ya sorprenden a la crítica y a los lectores por la madurez que registran, a pesar de poseer –en su inmensa mayoría— una corta edad. Son los casos de Omar Raúl Díaz Ávila, Ana Rosa Díaz Naranjo, Diusmel Machado, Rafael de Jesús Valdivia, José Antonio Guerra, Libán H. Izquierdo y el un tanto menos joven Arístides Valdés Guillermo.

De singular valía en el proceso de renovación vivido por la décima en nuestro país en las dos últimas anteriores décadas es el rol desempeñado por muchachas decimistas. Junto a las ya mencionadas María de las Nieves Morales y Ana Rosa Díaz Naranjo, habría que aludir también entre otros nombres a los de María Liliana Celorrio, Elizabeth Álvarez, Odalis Leyva, Alexa Beiro y Nuvia Estévez, hacedoras de un discurso de clara orientación feminista, pues ocurre que a estas alturas del siglo XXI hay tantas razones para enarbolar tales banderas, como reclamar que hombres y mujeres seamos iguales en dignidad y derechos, pedir por el fin de la violencia del sistema machista y que desprecia a los seres diferentes, o luchar porque verdaderamente algún día se haga realidad el ideal republicano de libertad, igualdad, fraternidad, un sueño todavía pendiente.

A tenor con lo anterior, los versos de estas autoras nos invitan a identificarnos con esa mitad de la humanidad, ex moradora de la antigua ciudad de Delfos y donde estaba el templo de Afroditas. Y es que, pensando en una frase de Víctor Hugo en la que expresaba: «la utopía de hoy es la realidad de mañana», podemos captar el supramensaje de los textos de las jóvenes hacedoras de las que no pocos especialistas consideran como inquietantes décimas.

Un ejemplo representativo de lo antes descrito y que ha gozado de mucha popularidad entre amantes de la décima con aproximación a las corrientes feministas es «Yo soy la peor», original de la muy galardonada Nuvia Estévez:

la única

Pola Negri su boquilla

humeando contra la astilla

del Hades (…)

Soy Pola Negri

Mastican

este verde que destilo

Soy la araña Soy el hilo

Son ellos quienes claudican.

Un criterio valorativo de la producción en conjunto de noveles decimistas lo ofrece el investigador y también cultor de la décima Carlos Esquivel Guerra, que en el excelente artículo «Décima y cine: lenguaje de confluencias. Acoplamientos», afirma:

«La búsqueda de nuevas formas comunicativas ha permitido a la última generación decimística del país un ajuste contemporáneo en su visión perceptora respecto al arte y a su compromiso dialéctico. La absorción de moldes o referencias del teatro (‘’imitando’’ los esbozos internos de los personajes, adquiriendo un estilo en la libertad de imponer acotaciones, cortes o giros a un diálogo en específico o en la trama en general), de la música clásica y popular (como citas a Vivaldi, Lennon, The Beatles, Benny Moré…) en las artes plásticas (sobre la base pictórica del verso como unidad de un paisaje, como intuición metafórica en el acercamiento a la luz, al contraste entre el color y la línea, también como glosas o dibujos verbales de las obras de Milo, Goya, Bernini, Picasso…) enriquecen la inclusión de la espinela en el lenguaje estilístico actual.»

De tal suerte, lo importante es saber que entre los actuales decimistas cubanos, en los que abundan representantes de las nuevas generaciones, hay una enorme variedad de temas y de diversidad en los enfoques, con lo cual la que un día fue llamada estrofa nacional se revitaliza, para bien de sus cultores y admiradores.

Entrevista a Julio Mitján

Entrevista a Julio Mitján

Decididamente, Santa Clara y en general toda Villa Clara es tierra fértil para el florecimiento de diversas expresiones artísticas. Justo de allí es el poeta Julio Mitján. No recuerdo con precisión el momento justo cuando le conocí. A lo mejor fue en una de las tantas maravillosas noches de la tristemente desaparecida Casa del Joven Creador, en la esquina de San Pedro y Sol, Habana Vieja. O tal vez fue durante alguna presentación de un libro de la editorial Sed de Belleza, hermoso proyecto del cual él fuese uno de los fundadores, aunque nunca llegó a cobrar un centavo por su trabajo como editor en dicha institución pues nunca consiguió que le aprobasen la plantilla laboral. Han transcurrido los años de entonces a acá, pero Julio, el poeta autor de cuadernos como Venía diciendo una fábula (Ediciones Sed de Belleza, 1994) y Alejándose del resto (Casa Editora Abril, 2002), el ganador del Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, 2011, por el conjunto de poemas titulado Torcíamos tabaco, y actual especialista del Consejo Nacional de Casas de Cultura, mantiene el mismo filo en su discurso que cuando era joven, como se puede comprobar en la siguiente entrevista.

Poemas de Juan Carlos Valls

Poemas de Juan Carlos Valls

Nacido en la localidad habanera de Güines en 1965, es este uno de los poetas más importantes de su generación, gracias a libros suyos como Los animales del corazónLos días de la pérdida,Conversaciones con la gloriaLa soberanía del deseo y La ventana doméstica.

THE POET DOG

por su vida de perro

el poeta convierte en soles los días verdaderos.

es un sitio donde desfilan caras conocidas

la perra madre con su hueso de hombre

la raíz solitaria que alimenta

los círculos concéntricos

y su canción

ese aguanilebongó triste

tartamudeado en su memoria.

el oro no vive en sus colores

y quien lo mira piensa:

es un regalo del cielo su miseria.

sabe que no es ladrar su mejor suerte

y es que en verdad ni canta.

lo que nos manipula

es que escupe a la cara con dulzor.

LOS MUCHACHOS DE ORO

en la ciudad de nadie

dos jóvenes dibujan la belleza

dos muchachos de oro imaginan el rumbo de las cosas.

la belleza es un duelo para ellos

una farsa en el aire

y aún así son fuertes impredecibles mansos.

los muchachos de oro

siembran en mí un silencio inacabado

un silencio de rosas

en el que veo nacer una grave columna

negándose a aguantar el falso techo falso.

veo morir sus flores

veo subir de nuevo a sus cabezas algo

es otro joven de oro

o es la ambigua humedad la que queda esperando

que no sea posible ese regreso frío

esa mueca de asco

esa orgía tan alta por la que estoy llorando.

los muchachos se alejan y mientras pasan paso

son manzanas podridas son almendras que parto

son margaritas secas que por amar rechazo

será que soy tan viejo

y encuentro mal su ramo de rosas mal cortadas

o es que están desgajando mi corazón de esmalte

ridículo y cansado.

en la ciudad de nadie casi me voy quedando

y aunque me duela vivo

aunque padezca me alzo

los muchachos de oro son perlas en mi espacio

son pájaros que admiro son ostras donde nazco

y aunque parezca torpe aunque parezca extraño

cortaría por ellos mi cabeza y mi mano

mis libros mi rareza

mi corazón que es algo.

DE LA SINCERIDAD

siempre supe que la sinceridad no era una flor

para llevar hermosamente en el pecho

sin embargo

envidiaba la amargura de esta noche sábado

en la que mancho el cuerpo

en la que soy la rosa negra de la ciudad

que hospeda y sobrecoge mis veintisiete años.

cambiaba jazmines por noches como esas

afilaba mis brazos para atrapar

la corrupción soberbia del verano

pero he ahí que nunca fui dichoso

nunca el joven hermoso de los hermosos jóvenes

más bien cerré mi puerta

para evitar el hambre con que colmé mis sueños

y con que defendía esos años difíciles

que luego vi morir en noches como estas

en las que ser sincero puede costar

las tardes del olvido.

ofrecía jazmines

pero a cambio encontré casas vacías

hombres vacíos que buscaban en mí

una pequeña muerte diaria y repentina

en la que recostar sus sueños a mis sueños

hombría contra sexo delirante.

siempre supe que la sinceridad no regiría mi destino

sin embargo reconozco a mi madre

clavando flores muertas en mis senos

destrozando las cartas con las que me decía

palabras duras y exactas para el vicio

pero el hombre que soy

tiene miedo de su verdad difícil

y la extrañeza de no saber qué pájaro soltar

que canción para ensanchar su olvido

también está otro hombre

y descubro en vano que es hermoso

yo que casi me pierdo jugando a serle fiel

yo que hice estos versos

después de abrir mi rosa casi cielo

estoy perdido

sigo ahogando jazmines sin conmover a nadie.

el torpe

la rosa estrafalaria del verano

sigue buscando a alguien para el sueño

sigue estando en hoteles en pueblos en países

y la sinceridad sigue siendo aquel diálogo

con el que perseguir amores que terminan

como simples jazmines en el pecho.

UNA DULZURA IMPLÍCITA

hay una dulzura implícita

en el hombre que pasea a su perro

son idénticos modos de pernoctar

en los recovecos de la memoria

en mis cuatro caminos

y en mi sola cabeza trunca de soledad.

a quién le importa

mi luna llena y metafórica

el vicio de animal

el sueño de animal

la vieja herida injusta y necesaria

para que yo aprendiera que un perro es una mancha

hasta en el corazón de un niño.

eso soy

un perro desde el hocico tibio

hasta mi rabia peligrosa.

son días de no sentir

el manotazo de una palabra

de no despertar en medio de la noche

con el graznido metafísico de un pájaro

de no padecer el amor

como ordenan las escrituras.

creí tener tiempo para limpiar

lo que ensucia la memoria

pero el agua desterró la espuma de mi boca

y a cambio de la continuidad

le dio a mis manos un olor seco

y un chirrido mecánico

mis manos

único sitio que desconozco

la única herramienta

que se convierte en osamenta de la noche.

hay una dulzura implícita

en el hombre que pasea a su perro.

quién lleva a quien.

quién escribe.

quién ladra.

Poemas del holguinero Delfín Prats

Poemas del holguinero Delfín Prats

Reproducimos aquí varios poemas del libro Lenguaje de mudos, célebre obra de Delfín Prats que fuese Premio David en 1968.

Humanidad

Hay un lugar llamado humanidad

un bosque húmedo después de la tormenta

donde abandona el sol los ruidosos colores del combate

una fuente un arroyo una mañana abierta desde el pueblo

que va al campo montada en un borrico

hay un amor distinto un rostro que nos mira de cerca

pregunta por la época nueva de la siembra

e inventa una estación distinta para el canto

una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente

hasta las más sencillas

lavarse en las mañanas mecer al niño cuando llora

o clavetear la caja del abuelo

sonreír cuando alguien nos pregunta

el porqué de la pobreza del verano y sin hablar

marchar al bosque por leña para avivar el fuego

hay un lugar sereno un recobrado y dulce lugar llamado

humanidad

 

Sitio predilecto

En este sitio hemos estado creciendo

al amparo amigo de las bestias

hicimos el amor entre sus hembras

mamamos de sus ubres la leche de los caracoles

y los ritos

en el río gajos blancos

se clavan en la tierra: cuerpos niños

y risas insolentemente desnudas

mi hermano burlándose de las negritas

pidiéndoles el bollo

aquellos años revueltos como la charca

de los cochinos

“he hecho mi fusil

con una penca que arranqué de la mata de coco

un brazalete con un trapo rojo

de mamá que había detrás del armario

mañana me voy con los rebeldes”

las mujeres ríen y giran

envueltas en un sopor de alcanfores

y círculos concéntricos de leche

yo me he sentado sobre la cabeza de mi hermano

las mujeres visten sus trajes verdes

y a ti te gustan los muslos rubios de mi tía

se van en una carreta roja que cruje

y ya cruzan el puente que haces

del arco de tu cuerpo sobre el río

cuando les digo adiós son humo

reparten chocolate y galletitas de sal

los muertos me visitan esta tarde

 

Saldo

Entren amigos tomen asiento entre mis pertenencias

las que no me pertenecen más que a ustedes

sus melenas copiosas no tengo nada que brindarles

como en otro tiempo leche pan viejo o alguna que otra

tibia palabra que roer como ven

las cosas han cambiado mucho

ustedes están muertos hace unos cuantos calendarios

yo tuve un poco más digamos de destreza

con las enfermedades de los primeros años

pero créanme no es ninguna ventaja

estar aún del lado de los vivos

gozando de sus escasos privilegios

(estar de nuevo con ustedes

en el portal imaginario de la casa donde convivíamos

donde aún aguardamos el café de cada tarde

no sin cierta amargura reciente y viva como un muerto)

viejos amigos cómo lamento esta falta de todo que ofrecerles

mi ignorancia y un poco de impotencia

por las cosas que ocurren por ahí (se ha hablado

mucho de la guerra del genocidio y de cierta probabilidad

de exterminio parcial o total de la especie humana) pero hablen

cómo les va sin nadie cómo les va en la nada

sin tener que pulirla para ligar un hueso

cuando ya no hace falta romper la noche

con un tremendo aullido

Discurso entre dedos

Siempre nosotros apresurados vistiéndonos a tientas

acariciando nuestra piel adentrándonos en nuestra verdad

afeitándonos comiendo calculando las fechas

la cercanía del año nuevo

un posible viaje a Varadero con los amigos

atemorizados frente al espejo vacío

ante la posibilidad de que alguien nos sorprenda

(deseando dolorosamente que alguien nos sorprenda)

en esta batalla sin tregua contra la adolescencia que nos abandona

(cómplices también de los adolescentes

apañadores a toda prueba de sus intenciones más subversivas

en la clandestinidad evidente de sus melenas

—dejando crecer también nuestros cabellos—

amigos hasta la saciedad de sus señas de sus discursos entre dedos

mirándonos en el azul sin condición de sus camisas

en la presencia de sus collares de santajuana

y de sus amuletos de madera pulimentada y cáscara de coco

identificándonos con ellos) dejamos escapar nuestros discursos

nuestras interminables sentencias que no repetirán

parapetados tras el único lenguaje posible

la elocuencia aprendida de los gestos

la frustración a simple vista de sus maneras y sus posturas importadas

lenguaje de mudos que no les pertenece

siempre nosotros tomando el ómnibus atravesando la ciudad y el miedo

atravesando la ciudad y el miedo nuestros pulmones llenos de nicotina

frotando con cera nuestro rostro

como si no fuera posible demorarse un poco más en el baño

continuar la lectura del libro que interrumpimos anoche

escribir a la madre

intentar la restauración de las relaciones con los viejos amigos

sólo nosotros apeándonos en la misma parada de siempre

volviendo el rostro para cerciorarnos de que nadie nos sigue

—siempre volviendo el rostro— presas del temor de echar a andar

marchamos libres bajo la noche de flancos impenetrables

de manos arañadas

sintiendo esa mitad de todas las cosas apretarse contra nuestra piel

esa dura porción de ti mismo que adviertes en los otros

la desesperación la soledad como una espada

resplandeciente en medio de los ojos

para ser el saludo que nos reconforta

la canción que asciende inadvertidamente hasta los labios: el semejante

Palabras harto conocidas

Pon el amor a compartir tu casa

siéntalo a tu mesa “que coma que beba

que hable de cuanta cosa se le ocurra”

ofrécele tus ropas tus planes inmediatos

prométele consejos almuerzos

artículos sobre el tercer mundo

pero el amor rehúsa tus ofertas

mueve negativamente la cabeza

se tapa los oídos los ojos

no manifiesta el menor interés por tus asuntos

el tiempo de disparo de un relay no le preocupa

las cápsulas trasmisoras receptoras el polvo de carbón

los electroimanes

no lograrían entusiasmarlo

la espeleología los clásicos los problemas del

estructuralismo

y la cibernética

no figuran entre sus planes

la manipulación de frecuencia no ocupa lugar en sus

meditaciones

pero si tienes una camisa azul

si tienes un caracol donde se escucha el mar

con peces ciegos grabados con aves de colores

revoloteando

bajo el cielo

si tienes el mapa de una isla

un tatuaje en el pecho

cualquier leyenda que conozcas

si notas que te llaman

si grupos de muchachos

desde los malecones

o desde los muros de los grandes edificios

te llaman con amplias señas en la tarde

no temas

acude a su llamada

sal a la calle

confúndete entre los que pasen

trafica con sonrisas con signos con saludos

di tu amor a las gentes a los afiches en los cines

llégate por las ferias por las exposiciones

por las improvisadas orquestas de música moderna

comparte el baile de los adolescentes

intenta con las chicas

tómales las manos la cintura la nuca

que te enseñen los bailes

pero si tienes la certeza

de que la realidad es mucho más intolerable más absurda

si tienes un aullido entre los dientes

un grito a medio pecho

si te persiguen

si constantemente te asedian

si a cada paso te exigen credenciales

si apalean tus canciones delante de tus ojos

si escupen sobre las canciones de tu adolescencia

si te han puesto un hierro duro sobre el corazón

ofrécelo al amor

ofrécele también algunas cosas simples

cigarros

jaiboles

dos maracas

una gran rosa de papel

dale a leer las cartas de tu madre

pero no pierdas tiempo

porque el amor ya se ha vestido

se alisa los cabellos

porque el amor se ha puesto los zapatos

y echa una ojeada entre tus cosas

y da unos pasos todavía

sin avanzar hacia la puerta

sin abrirla

antes de que se cierre pesadamente a tus espaldas

y te sorprendas en la calle

a solas.

Allen Ginsberg: El otro flautista de Hamelyn

Allen Ginsberg: El otro flautista de Hamelyn

Nunca he podido explicarme las razones exactas del porqué la inmensa mayoría de los poetas cubanos de los que he escuchado en lecturas públicas o a través de grabaciones, por lo general son tan malos decidores de sus propios textos. Quizás por ello, entre nosotros resultan en extremo escasos los recitales de poesía, con lo cual a los interesados se nos priva de la oportunidad inigualable de disfrutar el acto poético a viva voz. Así, se desaprovechan las enormes posibilidades del género en su primigenia y tantas veces descuidada vertiente oral. Todo lo anterior me venía a la mente mientras me deleitaba escuchando un disco pirata, registrado en noviembre de 1993 durante una presentación en el círculo de Bellas Artes de Madrid de ese grande de la poesía contemporánea nombrado Allen Ginsberg.

En la grabación, quien en los años sesenta se convirtiera en el gurú poético del mundo hippy, va desgranando tanto su obra propia como la ajena, amparado en una concepción de la poesía en escena que busca experimentar con todas y cada una de las raíces que le son consustanciales. Textos de inmortales como Whitman, Pound y Willians se alternan con poemas suyos, recitados en ocasiones, cantados en otras, que repasan su biografía personal, intelectual y moral: relativos a la homosexualidad, las drogas, el budismo y su simbología, o la muerte de su padre. No podía faltar, claro está, su célebre creación: «Howl» («Aullido»), devenido un clásico de la poesía en la segunda mitad del siglo XX.

Con unos cuantos años de atraso, me enteré de que a Allen Ginsberg, que no era tan viejo y ni siquiera bebía pues como miembro de la generación «Beat» fumaba en vez de inspirarse con alcohol, le falló el hígado y se murió en 1997. Hace cinco décadas falló su apuesta de liberación, ¿o no del todo? Para intentar responder a dicha interrogante habría que meditar hasta qué punto la filosofía revolucionaria del movimiento hippy cambió las cosas del mundo de entonces acá, no obstante al hecho cierto de que la contracultura terminase siendo desmontada o, mejor dicho, asimilada por la complacencia de la sociedad de consumo.

El hombre que quiso conducir a los hippies a través del mar verde del dinero hacia el jardín de las flores en la tierra prometida, que -al decir de otro grande, William Blake- es ésta cuando los ojos se han limpiado (a fin de cuentas, en primera y última instancia la libertad es una mirada cambiada), no pudo negarse a montar en el carro de fuego que le llevaría al Empíreo con su querido Blake. Ambos pretendieron abrir las puertas de la percepción al percatarse de que en nuestro tiempo necesitamos pasar más allá de la razón para no caer en la locura o el fanatismo, sino en la imaginación y la espiritualidad. ¿Acaso no es ésa la tarea del poeta?

Hasta el instante último a su desaparición física, Allen Ginsberg se mantuvo aferrado a la utopía de querer cambiar el mundo mediante el arte; fue un poeta de los de antes y un profeta de los de ahora, mirando al pasado más que al futuro. Al anunciar un nuevo mundo y denunciar el viejo por medio de una acre crítica del maldito sueño americano, colocó el dedo en la llaga del «american way of life» con su grito «Howl»: «Moloch por cuyas venas corre dinero». ¿Qué otra cosa es la insensata, insaciable e impresentable sociedad de consumo? Ah, sí, es el progreso, la ilustración, la razón, el positivismo lógico, para llegar a Moloch. Tanto Ginsberg como otros «Beats» entre los que cabría mencionar a Jack Kerouac, Lawrence Ferlinghetti, William S. Burroughs, Neal Cassidy, Snyder y Corso, a su modo hicieron suya la idea de Tristan Tzara de convertir el arte en juego y asumir que escandalizar, transgredir, hacer que quienes le amargan la vida a los demás eructen de asco o de terror es un modo litúrgico de la categoría estética.

Se comprenderá, pues, que en una sociedad harto conservadora y tan pacata como la estadounidense, el canto de Allen a la marihuana y el peyote provocó el secuestro de una buena parte de los ejemplares del libro por la policía y un juicio por obscenidad contra el editor, Lawrence Ferlinghetti. Desde su publicación en 1956, «Howl» se convirtió en un grito de guerra, primero para los pioneros inconformistas de los años cincuenta y luego para la muchedumbre de contestatarios de los sesenta. El torbellino de personajes y movimientos contestatarios de las últimas cinco décadas pasa una y otra vez por el «Aullido», desde Bob Dylan, Joan Baez, John Lennon y Yoko Ono, hasta Jim Morrison y Paul Simon.

«Howl» representó el desafío de la generación «Beat», de la misma forma que en 1958 la novela de Jack Kerouac On the road (En la carretera) plasmaría en letra sus ansiedades y su actitud existencial. Según Levi Asher, admirador y biógrafo del poeta, fue precisamente Ginsberg, que por entonces mantenía una relación íntima con Neal Cassidy y viajaba desde Nueva York a San Francisco para visitarle, quien puso de moda el tipo de viajes a través del país que inspiraron On the road. Apunta Asher que la chispa creativa de Ginsberg-Kerouac había saltado unos años antes en la Universidad de Columbia, donde ambos eran compañeros de sueños, sexo, poesía y algunos robos junto con otros personajes únicos como Burroughs y Cassidy.

El joven estudiante de Derecho acabaría apasionándose con las letras y con la experimentación de benzedrina y los bares «gay» de Greenwich Village, donde años después se desatarían los disturbios de Stonewell. Allen Ginsberg había nacido el tres de junio de 1926 en la ciudad de Newark, al otro lado del río Hudson. En opinión de su biógrafo, «el temperamento de Allen se quedaría a medio camino entre el del padre y el de la madre: él, poeta, profesor de escuela y socialista judío-moderado; ella, una comunista radical y una pionera del nudismo.» Durante los primeros años de vida Allen Ginsberg fue un tipo bastante cuerdo, diríase que convencional. El deslumbramiento por la poesía le llegó a través de los versos de Walt Whitman. Su pasión por lo chocante como estilo de vida no se desataría hasta un momento decisivo del verano de 1948. La leyenda cuenta que se encontraba en un apartamento ubicado en Harlem y mientras leía un poema de William Blake titulado «Nurse’s song», de repente, tuvo la visión enloquecida de que se le aparecía el poeta y le señalaba un rumbo en la vida.

Ya entrada la década de los cincuenta emprendió un tratamiento de psicoanálisis con el propósito de intentar asumir una conducta heterosexual pero todo resultó en vano y su psiquiatra, Carl Solomon, al comprender que no había nada que hacer en tal sentido, fue quien le facilitó los contactos con el grupo de poetas que desataría el ir y venir de Ginsberg a San Francisco donde, a los treinta años, publicaría su primer libro: Howl and other poems. Aquel manifiesto poético encendió lo que los estudiosos del quehacer artístico literario norteamericano de las últimas décadas han calificado como un renacimiento cultural de la segunda ciudad californiana en importancia y le proporcionó a Allen una celebridad tumultuosa pero al propio tiempo cercana y callejera.

A partir de entonces, su biografía y su creatividad serían un continuo hervidero y una montaña rusa de emociones. La vida de quien fuera un poeta coherente y una conciencia anarquista hasta el instante mismo de su muerte, se convirtió en un torbellino de lecturas poéticas en universidades, manifestaciones y encarcelamientos por oponerse a la guerra de Vietnam. Se sucedían uno tras otro largos viajes por el mundo para ofrecer charlas y recitales de poesía bohemia. Todo ello iría intercalado con nuevos libros de poemas y encuentros con las luminarias de la contracultura como el mítico Tim Leary, con quien participaría en la popularización del LSD. Al producirse por doquier los estallidos sociales de 1968, Ginsberg vivió días de gloria, reconocido como uno de los precursores, en virtud de su trabajo incesante como flautista de Hamelyn de la juventud que llevó al jardín de las flores y de la hierba.

Y es que con la obra de Allen Ginsberg, como parte de la generación «Beat», cabe hablarse de una poesía de protesta o de denuncia. Incluso, al grupo de poetas encabezados por él pudiera catalogárseles como escritores sociales enfurecidos, que hicieron de su poesía un acto de protesta social. No ha de olvidarse que Ginsberg, quien por cierto visitara Cuba en enero de 1965 a propósito del Premio Casa de las Américas, había proclamado la auto-expresión desnuda y la composición espontánea, para escribir contra un sistema social persecutorio y frente a los ideales literarios de la impersonalidad.

Como muchos de sus colegas de credo, a inicios de los setenta, Allen fue a buscar espiritualidad a la India y se adhirió a las filas de los devotos del yoga y del budismo zen, guiado por la sapiencia del gurú tibetano Chogyam Trungpa Rinpoche, el mismo célebre personaje que sería el promotor del mundialmente afamado Instituto Naropa, al pie de las Montañas Rocosas, en Boulder, Colorado, una de las contadas entidades académicas donde el poeta ejerciera labor docente. No obstante a dicha conversión, su sentido de la provocación se mantuvo indómito y persistió en la delación del mito de la razón que produce monstruos. Por eso, en los ochenta y noventa, junto a seguir escribiendo y publicando libros, continuó colaborando en revistas contestatarias como The Marihuana Review o Rolling Stones y participando en todo tipo de encuentros literarios del mundillo «underground».

Hoy, a varios años de la muerte del poeta profeta que nunca escondió su homosexualidad (siempre comentó que su sueño recurrente era que un sinfín de falos le seguían): ¿qué quedará de él? ¿Será a lo mejor la «New Age»? Puede que sí, o… tal vez no. ¡Vaya uno a saber! Lo único cierto es que, escándalos aparte, aquí nos quedan unos poemas dignos de figurar en cualquier antología de nuestro tiempo. Además, cuando se eche mano de la tópica consideración que sitúa a Ginsberg como uno de los miembros más sobresalientes de la contracultura americana, a la par deberá atenderse a su conocimiento profundo de la historia de la poesía, así como a las enseñanzas de los maestros estadounidenses que le precedieron, para continuar en una línea de creación que resulta tradicional en el devenir del discurso poético norteamericano. Una escuela donde la oralidad de la poesía y la relevancia de su puesta en público a través de la voz han tenido, a pesar de los vaivenes de la moda, una importancia esencial. Sí, es cierto: Moloch sigue ahí, pero también los poemas de Allen Ginsberg, y quienes limpiaron las puertas de la percepción ya están en otro mundo porque «on a clear day, you may see forever». Poeta del alucine hermoso, buscador de los intríngulis de la mente libre, individuo flipado, visionario, turbador y lúdrico… Sencillamente: un clásico.

Bibliografía esencial Allen Ginsberg

Howl and other poems (1956)

Kaddish and other poems (1960)

Empty mirror (1960)

Sandwiches de realidad (1963)

The change (1963)

Yage letters, en colaboración con William Burroughs (1963)

Poems of these states (1965-1971)

T.V. baby poems (1967)

Airplane dreams (1968)

Planet news (1969)

Indian journals (1970)

The fall of America (1973)

The vision of the remember (1974)

Journals (1977)

De la fama y la muerte (1977)

Mortaja blanca (1987)

Mind breaths

Cosmopolitan greetings

Yenys Laura Prieto Velazco ¿Una poeta periodista o una periodista poeta?

Yenys Laura Prieto Velazco ¿Una poeta periodista o una periodista poeta?

Si yo tuviese que presentar en público a Yenys Laura Prieto Velazco, confieso que no  sabría lo más apropiado que decir. A lo mejor lo correcto sería introducirla como una periodista devenida poeta o tal vez lo adecuado sería identificarla como una poeta convertida en periodista. Esa interrogante y otras tantas se las formulé en un cuestionario que le envié hace meses y que hasta el día de hoy no me ha respondido, a fin de entrevistarla tras coincidir en una presentación de un número de la revista El Caimán Barbudo, ocasión en que me enteré de que esta encantadora fémina, que gusta de cantar y hasta de rapear con tremenda guapería, había sido galardonada con el Premio David del presente 2018.

Es casi seguro que la inmensa mayoría de quienes la ven frecuentemente en la sección cultural de los informativos televisivos cubanos, no saben que esta hija de Sancti Spíritus y que vino al mundo en 1989, es también una voz importante en el núcleo de vanguardia de la joven poesía cubana. Sobre toda esa producción escrita por mujeres nacidas en la década de los ochenta de la anterior centuria (Yanelys Encinosa Cabrera, Legna Rodríguez Iglesias, Gelsys Ma. García Lorenzo, Jamila Medina Ríos, Lizabel Mónica, Anisley Negrín), la propia Yenys Laura ha escrito:

«La necesidad de convertir el espacio poético en bitácora de encuentro con el entorno político y ético –pero desde caminos que pueden ser visto como “disidentes”- cada vez se trasluce con mayor frecuencia en la obra de jóvenes poetas cubanas. Más allá de haber nacido en los 80, las une la imposibilidad de asumir una sola verdad, un discurso absoluto o generalizador. Resulta complicado por tanto establecer jerarquías o códigos diferenciadores. No las anima una intención de grupo, ni una estética compacta al interior de la cual construir su escritura. Esa diversidad es su signo, su gesto irreverente, su necesidad de ser.»

Haber ganado el Premio David en poesía, le asegura a Yenys Laura que su libro será publicado por la editorial Unión, con lo cual ella entra a una editorial a la que no muchos jóvenes cubanos pueden acceder fácilmente. De sobra es sabido que por las sempiternas crisis (financieras, de papel, poligráficas, presupuestarias), las vías para que un autor publique literatura con las editoriales nacionales en Cuba son tortuosas.

Por lo anterior, cuando entre nosotros alguien participa en un concurso literario, en orden de prioridad, a ciencia cierta uno no puede imaginar si lo hace porque: 1. El libro sea publicado. 2. Vea la luz de manera expedita. 3. Reciba mayor promoción. 4. Le interesa y/o hace falta el monto del premio. 5. Desea disfrutar de los diez minutos de fama que concede el hecho de recibir el galardón.

En la poesía de Yenys Laura que he podido leer o que ella me ha leído, por lo general de signo muy heavy (admito que no es toda la que yo desearía haber conocido), noto un especial interés por hablar de Cuba y de las preocupaciones sociales que muchos tenemos. Si Prieto Velazco me hubiese contestado el cuestionario que le envié (a estas alturas me pregunto si alguna vez lo hará), yo sabría de dónde le viene ese afán por lo dialógico con el contexto social. ¿Acaso será para soltar los demonios que no pueden salir a través del periodismo?

Y es que para algunos estudiosos (ejemplo, Rafael Rojas), al analizar líricas como la de Yenys Laura, a diferencia de lo que sucedía con los integrantes de la generación de los ochenta, ella no se asume como un sujeto posterior a la Revolución o el Socialismo, sino como sujeto posterior al siglo XX, en asociación con  la idea que afirma que el nuevo siglo XXI, con toda su agresiva globalidad, resulta un personaje inquietante en obras poéticas como la de esta espirituana.

Asimismo, en su obra poética ella trata de desarmar manifestaciones de sesgos sexistas y fórmulas estéticas desde las que se concibe el poema. En tal sentido, me habría encantado que Yenys Laura me explicase si considera que su escritura  es al margen o desde el margen, pero ello queda pendiente.

En otro orden, vale señalar que Yenys Laura Prieto Velazco también es la hacedora del blog nombrado La muerte del pájaro profeta. Al comparar lo que ella escribe ahí  con su poesía, siento que hay una mayor exploración de la proyección más convencional de lo femenino o feminidad, incluso de la coquetería natural de las cubanas o sana putería (dicho en pocas palabras, son textos concebidos como para ligar jevitos). La dicotomía que yo aprecio entre el blog y la poesía de la escritora pudiera ser a exprofeso, por establecer distingo entre feminidad y feminismo o por simple azar, algo que también se me queda pendiente de las posibles respuestas de la periodista poeta o poeta periodista.

Concluyo este acercamiento al quehacer de Yenys Laura con uno de sus poemas que más disfruto en el conjunto de lo que conozco de su obra literaria y que da idea de por dónde van sus motivaciones:

«El dolor por este siglo
no entiende de cenas ni de colas.
Cabecea por los parques y en cada sucursal
canjea sus antiguos bienes por nerones travestidos,
y tintes baratos con olor a mefasma.
Observa en los cines filmes sucios que comienzan a dolernos.
Una bocanada de humo sobre la nariz de un siglo.
La Habana resiste sus alergias y decorada a lo garçon
hace una hoguera con la historia.
Las páginas cada vez dan menos fuego.
A través de la puerta se ve al siglo retenerla,
con pretensiones caucásicas, lozanas, postmodernas.
Un agujero con forma de beso recorta el espacio.
La ciudad sonríe mientras cree ver a la luna
reflejada sobre un plato vacío.
Duele esta ciudad cuarto menguante,
pero más este siglo que no sabe besar sin close-up

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