Categoría: Música

Recuerdos de Danilo Orozco

Recuerdos de Danilo Orozco

Quienes están al tanto de los estudios sobre música cubana en las últimas décadas, saben que el desaparecido musicólogo Danilo Orozco resulta un nombre de obligatoria consulta a la hora de acudir a investigaciones de perfil académico en la materia. Tuve el privilegio de ser su amigo e incluso, llegué a viajar al exterior con él en una visita que hicimos a República Dominicana para participar en un congreso acerca de música hecha en el Caribe. A propósito de recientes discusiones que se han originado en el ámbito artístico literario en Cuba en relación con el Decreto Ley 349, me he reencontrado con un artículo de Danilo publicado en La Gaceta correspondiente a septiembre-octubre de 2013 y que parece escrito para los días que corren. Léanlo con suma atención y saquen sus propias conclusiones.

Padriiino, quítame esa sal de encima…

Por Danilo Orozco

  1. La sociedad cubana actual evidencia una preocupación generalizada acerca de determinados comportamientos en la juventud, 0 asociados a los usos diversos que hacen de la música (en sus variados géneros y escenarios), a sus hábitos, a su accionar en la vida de los barrios, y su vínculo con los conflictos internos de nuestra sociedad.

De otra parte, se generan inquietudes y tensiones cuando, de cierta forma, se producen restricciones, normativas, documentos o medidas directrices por parte de las instituciones y la sociedad, que de alguna manera, en el rejuego de las interpretaciones, pueden conducir a cualquier estado imprevisto de cercenamiento creativo o participativo, que a la larga venga a empeorar las cosas.

Algunos de tales problemas no son privativos de nuestro medio, se pueden detectar en otros países y contextos, aunque de manera diversa, y con un alcance que depende de donde se manifieste -y de qué modo- el problema en cuestión. Tratándose de Cuba durante los años de revolución, y considerando algunos de sus sonados logros, pero también de sus desaciertos y encontronazos, es lógico que se incrementen las expectativas, aún más en el área de la creación musical, su uso, consumo, difusión y trascendencia social.

  1. Es indiscutible que la presión externa sobre nuestra Isla, el sostenido y severo bloqueo económico y financiero (hasta con terceros países), y sus derivaciones, han hecho mucho daño al país y sus planes de desarrollo social. Por otro lado, se hallan no pocos errores internos, algunos de ellos garrafales y evitables. No se trata de errores que se remedian o justifican como si se corrigiera con goma de borrar una falta ortográfica -como alguien ha dicho-, sino que han costado muy caro y han dejado igualmente muy graves consecuencias y secuelas irremediables en la sociedad cubana, durante todos estos años.

Si los mecanismos y procederes que facilitan tales tipos de errores se han cometido en el campo económico, agrícola, alimenticio, incluso de la salud -a pesar de sus notables logros-, no será difícil suponer cuáles han podido y pueden llegar a ser las consecuencias en el campo de la cultura, del arte y de la música, por las complejidades de esas esferas, donde tanto priman las subjetividades, la diversidad de criterios, los cambios abruptos o bandazos sin más ni más, las decisiones festinadas, y así sucesivamente. En este sentido, se pueden registrar también muy fatales consecuencias contra el bienestar y plenitud espiritual de nuestra sociedad.

  1. No creo que la preocupación principal estribe en cuestionar lo que se haga por proteger la niñez o la juventud, en el sentido de propiciarles plenitud de vida hasta lo humanamente posible. Me parece que todos entendemos que la sociedad puede necesitar de ciertas normas de vida, y también que cada edad, cada momento y etapa de la vida genera sus propias demandas y características, que no se deben soslayar o ignorar so pena de pagar precios muy altos. Por eso no son desechables ciertas normativas, y no necesariamente se ocasiona una situación dictatorial o algo por el estilo -como pudiera alguien suponer- cuando se aplican determinadas normas sociales. Poco se habla, o no lo suficiente, acerca del descuido que durante mucho tiempo se ha tenido en el cuidado y unidad-autoridad de la familia en el seno de la comunidad. Cuando se ha venido a despertar sobre eso, hemos tenido instalados unos cuantos problemas en el comportamiento de muchos jóvenes, fácilmente observables en sus actitudes en las escuelas y en la calle. El problema radica en que los señalamientos que se hacen al respecto no surten el efecto que se pretende, al no tenerse en cuenta que tales comportamientos pueden revelar todo tipo de conglomerado social, de familia, de amistades, y otros con connotaciones profundamente asentadas en esos mismos niños y jóvenes, de acuerdo con su pertenencia a los distintos grupos sociales.

En términos generales, no existe en Cuba un comportamiento social uniforme, sino una especie de contraste que puede ser resultado de barrios de élite, de barrios marginales y de todo tipo de ambiente donde se refleja el imaginario social. Abundan los compartimentos estancos, uno al lado del otro, como que en una casa puede haber un súper «vicioso a la trova», y en la otra casa un reguetonero, etc. De la misma forma, en jóvenes iguales pueden presentarse expresiones diversas, ambas perfectamente válidas y compatibles, pues lo uno no es aberración de lo otro, sino que es perfectamente posible la comunión de una cosa con la otra aunque no tengan nada que ver. El problema no se limita a criticar lo que el joven usa o prefiere, sus hábitos, sus gustos e inquietudes, o cuando detectamos ciertos comportamientos sociales en el uso de una u otra música achacar la culpa al tipo o género de música, sino estar atentos al uso específico que se hace de ella.

Sin embargo, no tomemos rábanos por las hojas. Nada de lo dicho justifica la promulgación de ciertas medidas, directrices y prohibiciones, relativas a la creación y el consumo de productos culturales y artísticos, que, en virtud de criterios específicos, castren o cercenen la plenitud o disfrute de bienes culturales y espirituales, incluyendo la recreación y los momentos de exorcismos corporales como ciertos climax en la música tradicional bailable o en los «tembleques» de la timba o, por supuesto, en los perreos sexualizados del reguetón; de cuya sexualización como manera expresiva, respecto a la época en que vivimos, mucho se puede hablar sin que necesariamente se caiga en un asunto pornográfico o denigrante, como no lo son tampoco algunos movimientos y gestos que simbolizan el apareamiento sexual en no pocos bailes tradicionales cubanos y caribeños. En cuanto a las letras usadas, dependen del contexto, la intención, el uso y la coyuntura existente en tal o cual momento o etapa, como también se puede demostrar en músicas, letras y bailes de otros períodos históricos. No puede olvidarse cómo el cronista Serafín Ramírez, en pleno siglo xix, refería lo que él denominaba «negrada» y epítetos similares respecto al hoy ingenuo y sacrosanto danzón; o cómo en el periódico El Regañón se reseñaba acerca de la denominada «rufiandad canallesca» de un sinnúmero de guarachas de esa etapa -hoy asimiladas y decantadas como absolutamente pintorescas e ingenuas-, entre otros ejemplos.

  1. Todavía se están pagando caro los excesos cometidos en el ya ampliamente reconocido Quinquenio Gris de los años 70, que para no pocos se ha extendido mucho más allá de tal Quinquenio. Los músicos e intelectuales cubanos hemos tenido que sufrir los embates que desde antes y durante dicho Quinquenio se hicieron con la denominada «parametración» (o medición de supuestas condiciones para ser aptos) de numerosos artistas e intelectuales, ya fuese por manifestar determinada afinidad sexual, tener tal o cual apariencia e incluso por hablar «duro» acerca de ciertos hechos críticos de esa etapa. Tales dislates y procederes costaron mucho a muchas personas, pues no fue tan corto tiempo como se piensa, sino lo suficiente para dejar profundas secuelas, al punto de que hoy día aún se detectan huellas de tales situaciones.

Los precios pagados a veces fueron la prisión (que podía originarse por algo tan irracional y absurdo como un supuesto diversionismo ideológico en una persona que era realmente un fanático de la ópera y de su promoción intensa en círculos de amigos), y todas las secuelas derivadas, enfermedades adquiridas o reforzadas (cual lo vi en amigos), traumas sicológicos de por vida, etc. Obviamente, como ya he referido, no creo que estos puedan considerarse errores simples que se borren o subsanen de un plumazo, o como coser y cantar.

  1. Caso aparte sucedió, para traer otro buen ejemplo de tales procederes, con la música de Los Beatles años atrás. No hubo una ley ni nada explícito que restringiera el uso y consumo de esta música, sino que ciertas directrices «fantasmas» pero reales llegaron a las direcciones de radio y televisión, para hacer desparecer a los cuatro de Liverpool y otros más. Estas medidas las padecieron incluso figuras célebres de nuestra sociedad y, de otro lado, quien aquí escribe fue uno de los que más enfrentó los avatares de tales medidas, sobre todo cuando tuve el arrojo de hacer un ciclo y una gira nacional (junto a un colega compositor), que incluía conferencias y debates acerca de la importancia del tercer mundo en el quehacer musical de Los Beatles, desde diversos puntos de vista. A lo que se sumaron mis investigaciones y debates sobre otras músicas y su interacción con la música nacional, o estudios (llevados igualmente a debates) sobre importantes tendencias internacionales; todo ello, en una actividad permanente pero plagada de impedimentos, trabas y hasta amenazas de toda clase, no obstante, se accionaba aún con logros por el esfuerzo supremo de los protagonistas y de sectores culturales y estudiantiles de apoyo.

Otros muchos incidentes similares sucedieron durante varios años, respecto a la difusión del rock e incluso del jazz, cuando ciertos círculos, no por minoritarios menos poderosos, consideraron que todo aquello eran «rezagos imperialistas». Si este estado de cosas no progresó hacia algo peor, solo se debió a la sólida, firme y honesta postura de un grupo de creadores, artistas e intelectuales y a la postura favorable y abierta de algunas autoridades (si bien no muy abundantes, al menos con determinada autoridad y prestigio).

Después de muchos años, esta tensa situación se fue diluyendo y mejorando gradualmente, siempre a no poco costo, y en lo que a Los Beatles respecta, en medio de vaivenes de toda clase. Un buen día, determinado sector se puso de acuerdo con las autoridades para poner una escultura de Lennon en pleno corazón de La Habana, a cuyo develamiento invitaron incluso al presidente de la nación (escultura realizada antes de que la tuvieran importantes figuras del patio, lo que muchos consideraron un clásico bandazo). Lo más triste y raro es que nunca se dio una explicación de los hechos acaecidos hasta entonces y que se extendieron bastante tiempo, ni excusas a todos los que fuimos afectados, y mucho menos se asumió la responsabilidad debida, por parte de los gestores de aquellas medidas.

  1. Alrededor de estas problemáticas se hacen imprescindibles otras precisiones relacionadas con importantes hechos históricos que han dejado sus huellas indelebles en la cultura y la sociedad (y deben quedar definitivamente zanjados). Las más diversas tradiciones de la música y la cultura nuestras son expresiones sobre todo del ingenioso doble sentido y la gracia picaresca del cubano. Por ejemplo, aconteceres, festejos y músicas donde prima el lenguaje aparentemente soez, burlesco-grotesco y hasta agresivo, con toda su carga y fuerza, funcionando en uno u otro rol que se trate, realidad que se constata hasta en los tiempos de nuestras guerras de independencia.

Algunos combatientes independentistas cubanos (conocidos en la historia como mambises) utilizaban cantos muy fuertes para diversión propia de la tropa y de paso desestabilizar al enemigo (1) (por ejemplo, «la p… de tu madre y la mía no, corinambó, corinambó»; u otro más simbólico que aludía a una imaginaria serpentina -que simboliza la serpiente del ritual africano, pero que a su vez servía para hacer gestos fálicos lascivos a la hora de fastidiar y divertirse en grupo).

Pero no se piense que esto se justificaba solo por el contexto de guerra de la época, ya que podemos encontrarnos piezas populares muy posteriores donde, en una u otra circunstancia, se aplica toda clase de epítetos en una serie de incidencias. Un ejemplo sorprendente y poco conocido procede nada menos que de uno de los considerados sacrosantos canónicos de la música popular cubana de todos los tiempos, nada menos que don Miguel Matamoros, como se observa en una contundente guarachona de 1942, performada no en el trío ni el sexteto sino en su conjunto (interesante en su formato). Su objetivo era divertirse a costa de cualidades y comportamientos pueriles de una novia o una amante, lo que hoy en día se tomaría como ataque a la mujer (muy curioso, porque esa pieza precisamente fue co-creada por una de las esposas de Matamoros, quien con eso se ronchaba o burlaba de sí misma y también participaba en las voces). Tal pareciera que los vocablos que se aplican en esa pieza provienen aparentemente de los timberos modernos (el texto dice: «mamarrachá, mamarra-chá» -con acento en la vocal para subrayar la rima-, «era mi novia la muy salá»; luego, durante las descargas instrumentales, salían voces y gritos como «salá, mamarrachá, paluchera», etc.). En esta misma grabación del conjunto matamorino, participan otros sacrosantos como Carlos Embale, Lorenzo Hierrezuelo, Compay Segundo y hasta el supercanon Benny Moré, que entonces comenzaban sus trayectorias. Por cierto, se trata de una muestra que relaciona los tópicos antes referidos, pues cada una de esas hoy importantes voces de la música cubana procedía de barrios problemáticos célebres (a veces semirrurales) ya de Santiago de Cuba, del centro del país o de La Habana.

Por supuesto que esta clase de pieza siempre debía enfrentar la crítica y la censura de una implacable comisión de moral de aquellas etapas, y era interpretada o no según las circunstancias del contexto y de lo que acontecía. Don Miguel ha dejado testimonio (en cintas privadas) de cómo se divertían entre amigos, añadiendo toda clase de palabrejas y epítetos incluso en piezas superestablecidas como «El que siembra su maíz» (cuyas partes «fuertes» no eran grabadas por estrategia personal pícara, aunque sí las consumían en determinados festejos de barrios y círculos de amigos).

Hay otra grabación impresionante, tan lejana como 1918, que recogió el registro de la Víctor en el Hotel Inglaterra de La Habana, donde nada menos que los excelsos María Teresa Vera y Manuel Corona hacen otra de esas guarachonas híbridas, imprimiéndole una especie de aire rufianesco, al narrar en su letra acerca de una mujer bandolera a la que se quiere mucho. Y ni hablar de lo que encontramos en ciertas piezas de un Arsenio Rodríguez, otro canon, también sometido a la implacable censura de la época.

Claro está, en cada caso se mantenía igualmente el repertorio más lírico-trovadoresco o los grandes bailables estándar, de acuerdo con el contexto donde tenía lugar la actuación. Si de otro lado vamos a los momentos rufianescos de las comparsas o congas santiagueras (de cualquier época, incluso actual), entonces tendremos el paroxismo (por ejemplo, «cógele el casimbo al guardia, eh, eh…»; «hasta los niños… hacen, y si no haces te hacen»). Aquí utilizo eufemísticamente palabras sustitutas por las que realmente se dicen en esos estribillos, con absoluto desenfado y desparpajo malandroso, en plena calle y entre cientos de miles de personas. Por supuesto, toda esta clase de repertorio popular puede encontrar sus homólogos en otras culturas, pero funcionaría y se justificaría, según la demanda de cada contexto, aunque la sana (digamos) agudeza rufianesca y desacralizadora del ámbito cubano adquiere muy notoria especificidad.

  1. Numerosas canciones y las maneras de hacer música popular sobre todo en los estratos de ciertos barrios, más que reflejo de esto o lo otro, son parte de un modo de vida, de un proceso que entrelaza necesidad expresiva, inserción y proyección social, aun sin que el individuo tenga total conciencia de ello. En ese proceso se alimenta la reafirmación o cuestionamiento de ideas, valores, creencias -tanto en más como en menos- y, efectivamente, por lo dicho estos acompañan disímiles circunstancias de vida personal y grupal.

Pero los problemas surgen, precisamente, cuando el que valora de alguna manera violenta pierde el sentido de ese proceso, su necesidad de sedimentación y decantación natural, y junto con eso no hurga en el trasfondo que le dio origen. Entonces se trastocan circunstancias o se introducen, de uno u otro modo, argumentos incompatibles con la misma naturaleza de dicho proceso. En un momento dado esto pudiera parar en restricciones y hasta directrices «de arriba», que, por naturaleza, devienen contraproducentes, como rastro o secuela de una mentalidad mojigata y moralizadora a ultranza (aunque no se reconozca así por los protagonistas).

De manera que no se trata de que uno esgrima la defensa de una libertad abstracta o romántica (como a veces se dice) sino, exactamente, de responder y estar a tono con las citadas realidades, que suceden por muchas cosas que a veces se obvian o no se quieren admitir (incluso en cualquier sociedad y estrato, no solo en la nuestra).

  1. En ese sentido hay músicas de barrio, o que derivan de ese contexto, que pueden resultar agresivas y hasta grotescas, sin embargo, no puede perderse de vista que cuando sucede, por lo general se trata de una reacción no solo de insuficiente nivel educativo, sino más de una concepción que deriva del medio y modo en que se vive, que en este caso se devuelve como expresión de crudeza o incluso como de fuerte sentido de ironía grotesca, o hasta de burla satírica o cínica. Todo ello, a su vez, por lo general encuentra eco en músicos de cierta habilidad que pudieran proceder del entorno barrial, o reciben indirectamente la influencia de estos elementos (de expresiones de esa ascendencia marginal).

Algunos músicos de esa raíz llegan incluso a ser célebres, en la medida en que entran en los circuitos de difusión y promoción. Sus músicas y sus letras, en la actualidad, tienden a recepcionarse como desagradables por otros tantos receptores, y en tales casos puede convertirse en ruido para muchos miembros de la sociedad, en ocasiones debido a posturas de cierto elitismo mojigato que puede resultar subconsciente (incluso se olvida que existen manifestaciones similares en el medioevo, como lo suscribe Rabelais y lo analiza y estudia el sabio Bajtin), también en la historia de los países más cultos y hasta en los griegos (aun cuando obedecen a otros mecanismos sociales y socioculturales).

Otras veces sucede en verdad que la agresividad y crudeza traspasan cierto límite, o que pueden transgredir la adecuación contextualy la del sector que consume. En esos casos, sencillas normas de uso y difusión consensuadas resolverían cualquier momento crítico en esa dirección, sin necesidad de armar o alimentar seudocrisis con posturas que hasta califican a un sector o tipo de canción como «inteligente», lo que presupone que el resto podría considerarse algo así como «detritus rufianesco», o el formular declaraciones altisonantes que empeoran el momento que fuese.

  1. Podría preguntarse el porqué de algunas actitudes en los practicantes creadores, en los usuarios consumidores, o sea, la causa de esos comportamientos extremos actuales, si se supone que nuestra sociedad ha dado una formación y educación generalizada, y qué posibilidades reales se tienen a mano.

Esa aparente contradicción se explica, primero, porque la instrucción no es precisamente educación y, de otro lado, porque en nuestra historia social reciente se han dado toda clase de alteraciones de la cotidianidad, así como por el hecho de que aun con el gran esfuerzo de nuestra sociedad, no pocos problemas han escapado de las manos. Asimismo, numerosas familias en ciertos sectores, en circunstancias internas y sociales complejas, han devenido disfuncionales, y ello ha derivado en toda clase de comportamientos agresivos, antisociales, con posible trasmisión a sus
hijos. (2)

Hay que ver lo que se produce desde hace tiempo y actualmente en lo cotidiano de nuestras colas para abordar un ómnibus, o para comprar cualquier producto deficitario o cuando numerosos muchachos salen de las escuelas, sin camisas, desarreglados y en actitudes vandálicas. A veces cuesta a muchas personas y a las autoridades entender que estos causales sociales son la realidad, y se intenta ocultar o buscan mil justificaciones y subterfugios, o se pretende resolver con medidas coercitivas en lugar de dirigir el esfuerzo en una dirección más cercana a la vida cotidiana de los implicados (que no son pocos ni mucho menos).

Es de suponer que este asunto tiene su casi obligada asociación con los usos y preferencias de la música que se consume, con los hábitos de la moda, y se hace más que obvio que ninguna restricción o regulación «de arriba» va a lograr nada sustancial en cuanto a lo intrínseco, si no hay un contacto e intercambio dinámico con el consumidor, y su adecuación a las motivaciones, las edades o las características sicosociales, familiares o de género en otros casos, o a vivencias conjuntas (ajenas al didactismo), que busquen acercamientos a otros horizontes, los cuales, sin obviar los perfiles propios de sujetos y grupos, esbocen una más amplia perspectiva de vida, en consecuencia con renovados valores, necesidades de uso y de consumo.

De otra parte, en todo el espectro social, lo único que pudiera contrarrestar la interrogante de la ley del más fuerte (de lo que se impone a través del monopolio de poder y los medios) no es necesariamente el intento de ser más contrafuerte a ultranza (o sea, por directrices «de arriba») sino algo que se aproxime a lo propuesto, como parte de un trabajo de intercambio de base sicosocial y socio-antropológica, vivencial, en el terreno, a la vez que determinados sectores de la enseñanza y formación pública retomen el papel ahora disminuido, como parte de ese propósito. De ahí la importancia acerca de una labor sólida desde las escuelas, de la preparación de sus docentes, del perfil formador, pero claro, nunca al margen del trabajo de intercambio y sensibilización en la vida de barrio e incluso dentro de la familia.

  1. No toda norma gubernamental tendría que ser tomada como negativa, sobre todo aquellas encaminadas a dar protección física, de salud, ambiental, así como a la formación, la prevención delincuencial, etc., para expresarlo de manera general, simplificadamente. Sin embargo, como hemos visto, otra cosa muy diferente -y con mayor riesgo- es el caso de la cultura, de las motivaciones e inquietudes de las personas, de los grupos o sectores, de las necesidades expresivas, creativas y de satisfacción espiritual en uno u otro sentido. Aquí, cuando pretendemos ayudar o contribuir a mejorar situaciones, esto no pasa en modo alguno por la acción paternalista ni punitiva (de lo que se pretende enseñar o supuestamente corregir a ultranza) y tal disyuntiva se hace aún más crítica con los jóvenes de cualquier nivel y estirpe social.

La cosa no va por el camino de «Mira, mijito, eso que haces es muy vulgar y grosero» (si es que realmente lo es porque lo dictamine el uso, contexto y función, no se olvide, por favor), «lo bello y sano es esto otro». Tampoco se trata de transmitir por radio un espacio dramatizado, como escuché hace muy poco, en que una madre regañaba a su hija por la escucha de un célebre grupo cubano de rap y reguetón, y además le recomendaba y casi obligaba a consumir tales o más cuales músicas supuestamente «mejoradas» o consagradas por algún canon tradicional o actual. El disparate de ese ejemplo (ahora mismo sonando por la radio como «genial» interpretación de lo que se dice por la prensa hace semanas) es sencillamente espectacular. Y debido a casos como este, muchos temen -no con poca razón- la batida del reguetón e incluso de otras manifestaciones cercanas, a través de una suerte de cruzada fundamentalista con ese objetivo y no del real trabajo socio-antropológico sostenido, de participación e intercambio en la vida de los barrios.

  1. En esta perspectiva, me muevo a preguntar: ¿cuántos funcionarios, dirigentes y hasta intelectuales de cierto sector se han acercado de verdad al modus vivendis de un barrio marginal, a las necesidades (no solo materiales) y motivaciones de sus moradores, y a sus intrincadas y a veces dramáticas circunstancias? Estamos seguros y sabemos que no muchos se han acercado de ese modo, y qué falta hace, entre otras cosas, para que no se confunda más, por ejemplo, entre el hacer arte como tal (en este caso dentro del ámbito popular) y lo que deviene una necesidad expresiva como modo de vida, y así quizás derivar elementos para una política cultural musical que no se funde en el paternalismo y en «lo de arriba», que no dependa tanto de restricciones sino más de inserciones en la realidad y su dinámica de movimiento y cambio.

Los que hemos vivido en mundos marginales a diario en esa dirección específica, lo sabemos bien. Son insustituibles y medulares experiencias que se obtienen para ese propósito (quien escribe, además, vive en uno de los barrios más especialmente conflictivos de La Habana, por el intenso cruce social y por representar el núcleo duro de la cultura underground del Este de La Habana).

Uno puede encontrar que hasta los más delincuenciales y malandros, con no poca frecuencia, sorprenden por su agudeza natural basada en la vivencia diaria, con independencia de que una u otra acción pueda devenir problemática y hasta delictiva (pero remediable por dentro).

En la etapa de la timba dura de los años 90 ocurrieron cosas muy similares, incluido el culpar a una agrupación bailable porque la letra de tal o cual pieza supuestamente provocaba el desnudarse o cosas de ese tipo. Nunca olvidaré una célebre reunión de trabajo con algunos de los principales dirigentes del país y varios músicos importantes (algunos de muy humilde procedencia), que devino, pese a las tensiones de ese intercambio, algo bastante fructífero. Allí tuve ocasión de mostrar y explicar -en discusión viva- los rasgos de algunas de las músicas históricas en las que se evidencian las problemáticas que antes he descrito aquí, para cotejarlas además con las circunstancias y rasgos dentro de los cuales se producían las intensas músicas bailables del momento en que se efectuaba aquella importante discusión.

De ahí se obtuvieron medulares experiencias, y además se derivó un ensayo nuestro que fuera muy acogido, todavía hoy muy citado aunque muy parcialmente aplicado, «Échale salsita a la cachimba», en La Gaceta de Cuba, de junio-julio del 95.

No obstante, hoy día resurgen y se reiteran similares problemas en fenómenos parecidos de nuestra actualidad, como los aquí comentados, quizás más agudos, así como apreciaciones algo problemáticas y contraproducentes de estas realidades (por lo ya harto descrito y explicado). Se trata de un rejuego entre lo que va sucediendo y lo que deba suceder, no se puede ser un adivino de lo que va sucediendo, pero al mismo tiempo se pueden tener determinados criterios que ayuden a corroborar y sortear determinadas cosas. Espero que logremos salir a flote, y ojalá que de algún modo todo el testimonio de esta experiencia sea de provecho para muchos involucrados.

(1) Es el caso de cantos recogidos por el autor a sobrevivientes centenarios de la guerra de independencia o algunos de sus familiares en la zona del Cauto.

(2) Téngase en cuenta que esto no siempre ocurre en los sectores más bajos, pues en este asunto se dan diversas cuotas de participación social.

Onis Yissel Ruiz, estudiante de Musicología del ISA, discípula del autor, colaboró con Danilo Orozco en la revisión de este texto.

Tomado de La Gaceta, no. 5, sep-oct, 2013, pp. 19-23.

Sonidos calientes desde un frío país

Sonidos calientes desde un frío país

Me parece que fue ayer cuando en los 80, gran parte de los amantes del rock y el metal quedamos sorprendidos al conocer el trabajo guitarrístico de Yngwie Malmsteen. A partir de entonces, comencé a prestar atención a lo que sucedía en la escena musical de Suecia. Hoy quiero referirme a varias propuestas sonoras procedentes de aquel frío país y que a mí en lo particular me han impactado.

Empiezo por Beardfish, una banda que a través de su trayectoria desde 2001 se ha caracterizado por los vínculos con la sonoridad setentera, con influencias que van de Yes a Gentle Giant, o de personalidades como Ian Anderson y Frank Zappa. Una de sus producciones fonográficas que más disfruto es el álbum titulado Mammoth, publicado a través del sello Incide Out Music en 2011 y que  resulta una muestra de que estos suecos siempre están intentando renovar su propuesta

A diferencia de otros discos suyos, como por ejemplo Från En Plats Du Ej Kan SeThe Sane Day Destined Solitaire, en Mammoth se aprecia un endurecimiento del sonido y una aproximación a pasajes de corte jazzístico (sobre todo, por el uso del saxofón), al estilo de lo hecho por sus coetáneos de Kayak. Así, las piezas «The Platform», «And The Stone Said: If I Could Speak», «Tightrope», «Green Waves», «Outside / Inside», «Akakabotu» y «Without Saying Anything», son muestras de cambios de ritmos, potentes riffs e improvisaciones desbordadas de talento, en señal de que Beardfish sabe reinventarse.

Un nombre también de obligatoria alusión en la escena de rock y metal de Suecia es Jens Johansson, tecladista procedente de una familia musical, en la que sobresalen Su padre Jan (eminente pianista de jazz) y su hermano Anders, afamado baterista. En el caso de Jens, su figura captó la atención de los fans desde que debutase en 1982, como integrante de la banda Silver Mountain. Ahora bien, su popularidad internacional se da cuando se une a Yngwie Malmsteen en el recordado grupo Rising Force y participa en los álbumes Rising ForceMarching OutTrilogy Odissey, trabajos que sientan pauta en el devenir del metal neoclásico.

Tras dicha experiencia, Jens se involucra en otros prestigiosos proyectos, como los efectuados con el cantante Ronnie James Dio, el notable bajista Jonas Hellborg y la banda de power metal Stratovarius. En la condición de solista, uno de sus CDs que más disfruto es Fission, clase magistral de cómo usar los super veloces arpegios y las escalas clásicas de teclados en el contexto metalero, con espacio para la experimentación. Respaldado por su hermano Anders en el drum, Mike Stern y Shawn Lane en las guitarras, los nueve temas de este disco de Johansson me hacen escucharlo una y otra vez, con énfasis en los cortes «Phase camouflage», «Acrostic shibboleth» y «Race condition», en los que no solo encontramos virtuosismo a raudales sino un trabajo tímbrico singular y que hacen de Jens Johansson un teclista al que hay que acudir.

Finalmente, quiero hablar de lo que en términos publicitarios se define como una clásica guitar band. Me refiero a Plankton, otros suecos que se las traen. Como he intentado hacer ver en diferentes escritos, la guitarra eléctrica contemporánea no queda únicamente en el ámbito anglosajón. Es por ello que junto a figuras como Hendrix, Robin Trower, Tommy Bolin, Steve Morse, Jeff Beck y otros muchos, hoy se precisa aludir a ejecutantes procedentes de todo el orbe, para tener idea de lo que va sucediendo con el popular instrumento de las seis cuerdas.

Aunque resulten casi impronunciables, sugiero no olvidar los nombres de Emil Fredholm y Christian Neppenstrom, extraordinarios guitarristas y líderes del grupo Plankton. Quien piense que el rock tradicional está en crisis y que ya no se generan productos de auténtica valía, le recomiendo salga a buscar los discos Plankton Humble colossus. Piezas como «Varlevitation», «Pickadoll», «Monzón», «Jorm», «Bulleribock», «Fleetwood», «Kebnekaise» o «Yestermorrow» hacen de la agrupación un referente para todo el interesado en el mejor rock de ayer, hoy y siempre. Así pues, los suecos Beardfish, Jens Johansson y Plankton corroboran que, aunque el suyo sea un frío país, allí también se hace música bien caliente.

Entrevista a Ihosvany Bernal

Entrevista a Ihosvany Bernal

Quienes son asiduos visitantes del espacio que cada miércoles entre 5:00 PM y 8:00 PM en el patio-bar de la EGREM en Centro Habana desarrolla la revista El Caimán Barbudo, conocen bien el quehacer autoral e interpretativo de Ihosvany Bernal. El Ihosva, como todos le dicen en el ambiente trovadoresco cubano, fue uno de los fundadores de estos encuentros surgidos en marzo de 2009 por iniciativa del periodista y poeta Bladimir Zamora. Y es que si un trovador ha sido activo participante y promotor de peñas, ese es Ihosvany, un hacedor de sones tranquilos al decir de Fidelito Díaz Castro y quien a la par de ejercer el oficio de la trova, trabaja como profesor de educación física pues es graduado de la Licenciatura en Cultura Física. Un recuento de qué ha sido su vida artística desde que debutase en una agrupación allá por 1993 se recoge en la siguiente entrevista y en la que El Ihosva habla de antiguos proyectos en los que se ha visto involucrado, como Puntal Alto, de colegas suyos como Samuel Águila, de los viajes que ha realizado por diferentes países de América Latina y de su hijo Pedro Pablo, quien es estudiante de música en la especialidad de guitarra.

Percusionistas cubanos en el jazz estadounidense ¡A bailar a casa del trompo!

Percusionistas cubanos en el jazz estadounidense ¡A bailar a casa del trompo!

Es más que sabido los estrechos vínculos existentes entre el jazz estadounidense y la música cubana. Ya investigadores como Leonardo Acosta y Danilo Orozco han demostrado con crece la participación de compatriotas nuestros en la ciudad de New Orleans durante el proceso de surgimiento del primer gran lenguaje sonoro del siglo XX.

Tal simbiosis es lógica que se produjese, si pensamos en que el jazz resulta expresión de un claro proceso de hibridación entre lo africano y lo europeo, lo rítmico y lo melódico, tendencias todas que también acontecen en la música cubana.

Como ha acotado José Dos Santos, periodista y gran conocedor del jazz: «La tradición oral de los antepasados africanos y el intercambio libre, desinhibido y sin formalidades, desembocaron en los bailes y cantos marcados por la percusión.»

Igualmente, hay copiosa bibliografía que atestigua el hecho de que de 1948 en adelante, con el encuentro Gillespie-Pozo y el comienzo del auge del afrocuban jazz, se inicia un proceso diaspórico de músicos cubanos que van a radicarse a Estados Unidos, ante la demanda que se produce por entonces en aquel país en cuanto a percusionistas nacidos de este lado del mundo.

Como ha señalado el notable investigador Cristóbal Díaz Ayala, lo antes señalado resulta un caso claro de justicia poética. «Si en Cuba los percusionistas, por su abundancia, eran los peores pagados de los músicos, en Nueva York era diferente; el percusionista cubano que pudiera descifrar la ritmática jazzista y amalgamarla con lo cubano, estaba hecho.»

Es así que comienzan por entonces en Norte América las carreras prodigiosas de figuras de nuestro terruño como Cándido Camero, Chino Pozo, Mongo Santamaría, Armando Peraza, Oreste Vilató, Carlos “Patato” Valdés, Francisco Aguabella, Marcelino Valdés y otros. Todos ellos eran portadores de un singular modo de ejecutar la percusión, cosa que habían adquirido acá en Cuba y que llevaron consigo al pasar a radicarse en Estados Unidos.

Por otra parte, es importante tener en cuenta en este proceso de vínculo entre percusionistas cubanos y el jazz estadounidense, un aspecto apuntado por Leonardo Acosta cuando expresa:

«Las interrelaciones e influencias recíprocas en las expresiones musicales de Cuba y los EE.UU., sobre todo en música popular, han sido de tal magnitud que resulta imposible historiar una sin, al menos, mencionar a la otra, y aunque abundan los estudios sobre esta materia, el campo de investigación es aún muy amplio. Sin embargo, hay que considerar que, además de un proceso de intercambio o interinfluencias, debemos tener en cuenta otros dos fenómenos en terreno de la música: la existencia de raíces comunes, por una parte, y un innegable paralelismo en el desarrollo de las formas musicales en uno y otro país, que nos permite hablar de confluencias más que de influencias.»

Tras el triunfo de la Revolución en 1959 y la ruptura de relaciones entre USA y Cuba, con el consiguiente cese del natural intercambio musical entre ambos países, el proceso migratorio de músicos nuestros hacia aquella nación, que antes había sido algo común y corriente entre muchos jazzistas de acá que deseaban ir a probar suerte a ver si conseguían realizar el sueño de ir a bailar a casa del trompo, se politizó a extremos antes nunca imaginados, fenómeno que empieza a cambiar a partir de la última década del pasado siglo XX, cuando una nueva generación de percusionistas cubanos, en muchos casos con una muy sólida formación académica recibida en nuestros conservatorios, ante la cruda realidad económica del Período Especial optan por irse a residir a Estados Unidos, donde a partir de su altísimo nivel como instrumentistas capaces de abordar cualquier estilo, no sólo se mueven entre agrupaciones musicales de compatriotas sino que han conseguido integrarse a la nómina de disímiles proyectos de jazzistas estadounidenses.

Justo es señalar que, en lo que varios teóricos del arte y la literatura cubanos definen como La Generación del Mariel, también se incluyeron algunos percusionistas que consiguieron alcanzar el éxito en Norteamérica. Son los casos, sobre todo, del baterista Ignacio Berroa y el tamborero Daniel Ponce, ambos con una amplísima trayectoria en la escena del jazz estadounidense.

Empero, los mayores lauros registrados en décadas recientes por parte de los percusionistas cubanos afincados en USA provienen de la generación de músicos cubanos radicados en aquel país a partir de los noventa. Encabezados por nombres como los de Horacio «El Negro» Hernández, Dafnis Prieto, Ernesto Simpson, Ángel, Alexis y Armando «Pututi» Arce, Raúl Pineda, Jimy Branly, Francois Zayas o Pedrito Martínez, desde su quehacer ya sea en la batería o en la percusión menor han puesto muy en alto la escuela cubana de percusión.

Si un solo acontecimiento pudiera resultar un símbolo del enorme prestigio que en el presente gozan los percusionistas de nuestro país vinculados a la escena del jazz en Estados Unidos, ése sería el hecho de que la cátedra de percusión del afamado Berklee Collage of Music ha estado bajo la responsabilidad de Francisco José Mela, un músico formado íntegramente en nuestro país y que iniciara su andadura por el reino de las blancas, negras y corcheas como estudiante en El Yarey, en la provincia de Granma, y que gracias al nunca demasiado bien ponderado subsistema cubano de enseñanza artística y por supuesto, a su talento personal, ha alcanzado el mérito de figurar en la nómina docente de uno de los centros que rige los destinos del jazz a nivel mundial.

En resumen, sucede que como afirma Leonardo Acosta: «La presencia del toque cubano prácticamente en todos los géneros de la música popular de los EE.UU., tal como señalaba John Storm Roberts, y la del jazz y sus variantes en la música popular cubana, por lo menos del danzón a nuestros días, crea históricamente un territorio aparte, de recíproca fertilización, que ha sido capaz de resistir a más de 40 años de ruptura y aislamiento entre los dos países y de enfrentamiento en algunos terrenos.»

De aquí y de allá

De aquí y de allá

A continuación se ofrecen informaciones acerca de un homenaje de la trompetista holandesa Maité Hontelé a la música cubana, del concurso de composición Harold Gramatges, de la entrada de Leonardo Padura a la Academia Cubana de la Lengua y de un reciente concierto en España de los pianistas Chucho Valdés y Mine Kawakami.

Homenaje de trompetista holandesa a la música cubana

La trompetista holandesa Maité Hontelé (38 años) presentó en todas las plataformas digitales su disco Cuba Linda, un homenaje a la música de la Isla, que describe como “la cuna” de los ritmos tropicales.

“Cuba es la cuna, ahí empezó todo, porque a partir del son cubano se desarrolló la salsa. La música de Cuba tiene un estilo que me gusta mucho, está muy basada en la melodía y la trompeta cumple un rol muy importante tanto para tocar melodías como para improvisar sobre los ritmos cubanos”, ha destacado Maité Hontelé a un  medio de prensa  colombiano.

La instrumentista holandesa ha expresado que la Isla se volvió una inspiración muy fuerte para ella desde pequeña, y recuerda con afecto a grandes intérpretes cubanos como los trompetistas Alfredo “Chocolate” Armenteros y  Félix Chappottín.

“Ellos tuvieron un sonido muy propio y tenían un enfoque definido hacia el ritmo y la melodía. Eso siempre ha sido lo más importante en mi manera de interpretar la trompeta y empecé desde jovencita a copiar esos estilos”, ha declarado.

En el disco que ahora presenta, el quinto de su carrera, cuenta con la participación de varios músicos cubanos, entre ellos los cantantes Robertón e  Isaac Delgado, el bajista Alain Pérez  y la Orquesta Aragón, entre otros.

También ha contado con la participación del vocalista puertorriqueño  Gilberto Santa Rosa y del dominicano Vicente García.

A propósito de la canción que da título al disco, ha dicho: “Es el tema que me ha perseguido durante toda mi vida. Es bellísimo, tiene mucha energía y la trompeta tiene un rol importante”.

“Yo quería cerrar un ciclo musical con ese tema porque representa mucho para mí: esa Cuba linda que me ha dado tanto, que nos ha inspirado tanto. Quería hacerle un homenaje”, concluyó.

Leonardo Padura en la Academia Cubana de la Lengua

El escritor Leonardo Padura fue recibido el pasado lunes 26 de noviembre como miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua en un acto celebrado en el Aula Magna del Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana (Mercaderes, entre Obispo y O’Relly).

Premio Nacional de Literatura en 2012, Princesa de Asturias de las Letras en 2015 y Premio Internacional de Novela Histórica Barcino en 2018,

Leonardo Padura ocupa ahora un sillón que estaba vacante, con una letra mayúscula.

En el acto, el escritor dio un discurso titulado: «¿Para qué se escribe una novela?», que fue respondido por la académica de número Margarita Mateo Palmer.

Concurso de Composición Harold Gramatges 2018

Música de Cámara

Características:

. Concursarán obras para cuarteto de cuerdas.

. Las obras serán inéditas y no deben haber sido estrenadas ni premiadas en otros concursos.

. Su duración no debe ser menor de 5 ni mayor de 8 minutos. Se podrán contemplar ciclos de   breves piezas para los formatos en competencia (dúo de violines, trío de dos violines y viola y cuarteto de cuerdas).

Participación:

Podrán participar compositores cubanos y extranjeros residentes en Cuba, sin límite de edad con excepción de los ganadores del Primer Premio en las últimas tres ediciones.

Premios:

Primero:   5 000.00 pesos y diploma

Segundo: 3 000.00 pesos y diploma

Tercero:   2 000.00 pesos y diploma

Se otorgarán tantas menciones como considere el jurado.

La Asociación de Músicos de la UNEAC se compromete con el estreno y grabación de la obra galardonada, en coordinación con el Laboratorio Nacional de Música Electroacústica.

Calendario:

El plazo de admisión vence el viernes 16 de noviembre de 2018.

El premio y las menciones serán dados a conocer el domingo 9 de diciembre de 2018, a las 11.00 a.m. en la Sala Ignacio Cervantes.

Información general

La inscripción se realizará en la sede de la Asociación de Músicos de la UNEAC o en sus comités provinciales abonándose una cuota de 25.00 pesos MN.

·         Las partituras serán recibidas en sobre cerrado identificado con un lema o seudónimo. Puede presentarse, además, una muestra “midi”.

·         Cada concursante entregará un sobre cerrado identificado con el mismo lema o seudónimo, que incluya su nombre completo, dirección particular, carné de identidad, teléfono, correo y breve currículo.

·         Cada aspirante podrá presentar hasta dos obras identificadas con diferentes seudónimos.

·         El jurado tendrá la facultad de recomendar obras para ser estrenadas y grabadas.

·         El fallo es inapelable y el jurado se reserva el derecho de declarar el premio desierto.

Chucho Valdés y Mine Kawakami nuevamente juntos

Vía la agencia  EFE, nos llega la noticia de que  el «desinhibido» jazz afrocubano de nuestro Chucho Valdés y la «sensibilidad oriental» de la japonesa Mine Kawakami se mezclaron el pasado 1 de diciembre en el Teatro Real de la capital española, donde se presentó el concierto a dos pianos «De La Habana a Kioto, con parada en Madrid».

Ambos pianistas, que se conocieron en 2004 cuando tocaron juntos en el Teatro Amadeo Roldán de La Habana, se encontraron sobre el escenario para ofrecer un concierto «innovador» en el que interpretaron los mismos temas pero en diferentes estilos, en una función auspiciada por el Grupo Concertante Talía.

Kawakami y Valdés interpretaron en el concierto composiciones propias y obras como el Preludio de Bach.

España, donde ambos artistas residen por temporadas, ha sido el país escogido para presentar su segundo concierto en conjunto. «España siempre ha sido especial para todos los cubanos, mis raíces son españolas, y yo amo este país», ha indicado Valdés.

El concierto sirvió para mostrar la sensibilidad oriental de la pianista nipona Kawakami y el jazz afrocubano y «desinhibido» de Valdés, ganador de 10 Grammy.

«Para mí, Mine en este momento es una gran artista, una tremenda compositora y una gran pianista con muchas cualidades, y ya lo ha demostrado. Ahora tocar con ella en el concierto es un honor», ha explicado el hijo del mítico pianista Bebo Valdés.

Entrevista a Rafael Valdivia

Entrevista a Rafael Valdivia

Si uno se guiase solo por las definiciones, habría que decir que el coleccionismo es una afición que consiste en la agrupación y organización de objetos de una determinada categoría. Ello es verdad pero no del todo, porque en semejante conceptualización no se incluye la pasión y el denuedo que esta práctica abarca. Aunque de ello apenas se hable, en Cuba hay personas que, desde la condición de ser coleccionistas privados, también preservan el patrimonio musical cubano y si bien  entre nosotros han surgido recientes espacios de intercambio y diálogo, como el celebrado en el patio-bar de la EGREM el último lunes de cada mes a partir de las 5:00 PM, no existe en el país un movimiento consolidado de coleccionistas de discos de 33 1/3 RPM, 45 RPM o 78 RPM. De este y otros temas dialogamos con el ingeniero industrial Rafael Valdivia, quien halló en su abuelo y padre la inspiración para acercarse al universo de los discos y el coleccionismo discográfico.

 

Colección Las Voces del Siglo: Tito Gómez

Colección Las Voces del Siglo: Tito Gómez

José Antonio Tenreiro Gómez o, lo que es lo mismo, Tito Gómez es una de esas voces totalmente identificables en el panorama de los intérpretes cubanos de música popular. Nacer y criarse en un barrio habanero como el de Belén, devino una huella imborrable en su proyección artística. Por ello, aunque se formase en las lides del canto lírico, él no podía hacer otra cosa que ser voz de la más genuina música popular cubana, ésa que desde niño escuchó a toda hora y que le acompañó hasta el último instante de su vida.

Ese dominio de géneros que desde el prisma sonoro nos han identificado como pueblo, se aprecia a la perfección en la antología que, como parte de la Colección Las Voces del Siglo, la EGREM ha puesto en el mercado, con Tito Gómez como protagonista. Producido por Jorge Rodríguez, el fonograma es una selección con varios de los éxitos registrados por el destacado intérprete en su etapa como figura frontal de la aún recordada Orquesta Riverside.

Cuando uno escucha el trabajo que dicha formación realizaba hace ya más de sesenta años, no puede menos que asombrarse ante el altísimo nivel instrumental que se aprecia en el repertorio montado por la Riverside y donde, desde el punto de vista de las orquestaciones, maravillan los pasajes a cargo de los saxofones, trompetas con sordinas y una base en la que la polirritmia tiene un rol estelar. Y es que resulta imposible fuese de otra manera, si se piensa en el hecho de que al frente de la formación estuvieron figuras del calibre de Enrique González Mántici.

Con edición a cargo de José Pérez Lerroy, masterización por Niurka A. Lecusay, notas de José Reyes, diseño de Alberto Medina Peña y trabajo de archivo realizado por Nancy Hernández, en el acople del CD se incluyen temas como «Alma con alma», original del gran Juanito Márquez, «Bajo un palmar», de Pedro Flores, «Ahora seremos felices», de Rafael Hernández, «No es posible querer tanto», del siempre vigente Adolfo Guzmán, «Hasta mañana vida mía», de Rosendo Ruiz Jr. Y por supuesto, el tema con el que se identifica a Tito Gómez: «Vereda tropical», de Gonzalo Curiel.

Aunque se ha ponderado reiteradamente la importancia de que exista algo como la Colección Las Voces del Siglo, en el instante en que nos sentamos a disfrutar de un CD como éste, uno experimenta la necesidad de dar gracias porque Jorge Rodríguez y la EGREM hayan tenido la feliz iniciativa de acometer un proyecto así. Cuando salen a la luz materiales de archivo con tantos valores artísticos como los recogidos en el fonograma aquí reseñado, uno corrobora la idea de lo útil que resulta preservar el patrimonio musical del país, parte indispensable de la memoria colectiva que tenemos como nación y en la que Tito Gómez y la Orquesta Riverside supieron ganar su espacio.

De Joaco a Jaco, ¡In memoriam! (5ta. Parte)

De Joaco a Jaco, ¡In memoriam! (5ta. Parte)

3 de marzo de 1979. Tras la formal introducción realizada por Consuelito Vidal, sin discusión alguna la representación femenina del dueto de los más grandes conductores que ha tenido la televisión cubana (la parte masculina corresponde a Germán Pinelli) y con unos cuantos minutos de atraso, arranca la actuación del llamado The Trio of Doom. Sobre el escenario del Karl Marx, Tony Williams desarrolla una improvisación a la batería por espacio de 2 minutos y 46 segundos, la cual sirve para introducir a sus dos compañeros en la formación, John McLaughlin a la guitarra y Jaco Pastorius en el bajo. Ya juntos los tres interpretan «Dark Prince», un asalto jazz rockero de endemoniada velocidad, composición original de John y donde maravilla el pasaje de unísonos entre bajo y guitarra, así como los fragmentos de walking a cargo de Jaco.

Corresponde entonces el turno a «Continuum», toda una maravilla concebida por Pastorius para el destaque de su célebre «Bass of Doom». Comienza tocando su Fender Jazz Bass en un accionar que parece pretender reconocer el instrumento como tal. A medida que pasan los minutos uno se pregunta: ¿cómo lo hace? No parece un bajo, ¿cuándo ha cambiado de instrumento? Pero no, sigue con el mismo. ¡Increíble! Al término del tema, en una suerte de spanglish donde se corrobora la dificultad de los angloparlantes para comprender las diferencias entre ser y estar, Jaco presenta a los integrantes del grupo: «Come on, John McLaughlin, guitar; yo estoy Jaco, ¡Jaco Pastorius!, and in the drums, Tony Williams». Llegan ahora los algo más de cinco minutos y medio de «Para Oriente», corte acreditado a Tony Williams y que es lo menos que me gusta del repertorio interpretado por The Trio of Doom, el cual concluye su presentación en el Festival Música Cuba-USA / Havana Jam con la impactante «Are you the one? Are you the one», poseedora de una coda del todo cautivante.

Aplaudo desaforadamente, aunque tal vez a mis 16 años de edad, no me percate en su justa dimensión del privilegio que he tenido. Por dos noches seguidas he escuchado a Jaco Pastorius actuar sobre el escenario del Karl Marx, con la actitud despreocupada de quien está en un ensayo haciendo algo para lo que posee una facilidad innata de la que carece la mayoría de los mortales. Sonriendo, como si la enormidad de su incomparable talento le hiciese gracia incluso a él mismo. Dueño de un carisma escénico más propio de una estrella del rock que del jazz, En sus conciertos habaneros, lo encontramos con su aspecto de hippie, llenando el escenario con sus bailes y saltos, lanzando el bajo por los aires.

Sentado en mi butaca del lunetario del Karl Marx, lejos, muy lejos estoy de imaginar que una mañana de septiembre de 1987, el mundo amanecerá con la noticia de que una paliza lo había dejado en coma y que a casi dos semanas del suceso, Jaco Pastorius moriría por causa de los golpes recibidos. Pero mucho menos puedo pensar en la noche del sábado tres de marzo de 1979 que 38 años después del Festival Música Cuba-USA / Havana Jam, yo, el Joaco o, lo que es lo mismo, «el pobrecito cieguito que fui, soy y seré para buena parte de la sociedad, desde la condición de Doctor en Ciencias sobre Arte estaré visitando de manera reiterada los EEUU como profesor independiente y académico por cuenta propia, y que el viernes 19 de mayo de 2017, rendiré tributo en su tumba a quien fuera John Francis Anthony Pastorius III, alguien cuya magnitud musical resulta infinitamente mayor que su fama y que, por su legado, es un coloso del jazz de todos los tiempos.

(Fin).

Entrevista a Idra María

Entrevista a Idra María

La tradición del cabaret en Cuba es de larga data. Sin embargo, en años recientes, ese riquísimo mundo no ha gozado de la popularidad de antaño. Sobre este y otros temas, Miradas Desde Adentro dialoga con Idra María, cantante que es primera figura en el show de Tropicana, ´sitio que es todo un símbolo de la noche cubana y donde esta sobresaliente vocalista lleva ya 25 años.

De Joaco a Jaco, ¡In memoriam! (4ta. Parte)

De Joaco a Jaco, ¡In memoriam! (4ta. Parte)

19 de mayo de 2017. A Darío Betancourt lo conozco hace muchos años. Lo que no puedo precisar es el momento justo en que dialogamos por primera vez. Aunque tengo una memoria de elefante, por más que intento no consigo recordar cómo empezó nuestro vínculo y que ha llegado a que lo tenga como uno de esos hermanos que me ha regalado la vida gracias a la común pasión por la música. Quizá todo empezó en aquel concierto de rock a fines de los ochenta en la Casa de la Cultura de Playa y que, como asegura el refrán popular, terminó como la fiesta del Guatao. O tal vez el inicio lo marcó una llamada telefónica, para invitarme a la peña que él organizaba mes tras mes en el cine de Candelaria y para la cual llevaba agrupaciones de La Habana. En fin, determinar el detalle del inicio de nuestra amistad, a estas alturas poco o nada importa.

Lo cierto es que durante la etapa dura del período especial, mientras que él cursaba la especialidad de anatomía patológica en el Calixto García, con frecuencia nos encontrábamos y sosteníamos intensos diálogos sobre alguna banda rockera o metalera. Así, nuestra amistad se fue consolidando y cuando en un momento dado se fue a vivir a Miami pues se había ganado el bombo, el afecto mutuo no se interrumpió. A él le agradezco eternamente una idea suya que no se cansa de repetir y que he asumido como si fuese mía: «hay solo un par de días al año que no nos tienen que preocupar: ayer y mañana».

Siempre que ando de paso por Miami, Darío planifica la asistencia de ambos a un concierto llevado a cabo por alguno de nuestros músicos favoritos. Para este, mi viaje en mayo, la tradición no la cambiamos y hoy viernes nos vamos hacia el Pompano Beach Amphitheater, para una función del guitarrista y cantante estadounidense George Thorogood, otrora líder de la agrupación The Destroyers y recordado compositor e intérprete de un tema tan popular en los tempranos ochenta como la pieza titulada «Bad to the Bone», utilizada incluso como parte de la banda sonora del thriller de ciencia ficciónTerminator 2.

Darío ha cogido la tarde libre en su trabajo y antes de trasladarnos hacia la vecina ciudad de Pompano Beach, nos vamos a almorzar a un restaurante en Hialeah, nombrado Sambor’s Café, sitio de comida cubana llevado por una familia nicaragüense y del que, con mis diferentes visitas a Miami Dade en años recientes, confieso me he vuelto adicto, tanto por el excelente trato de quienes allí laboran como por lo delicioso del menú. El momento es preciso para dialogar y ponernos al día sobre nuestras vidas en los últimos tiempos.

La conversación en Cuba y entre los nacidos en el país, estén donde estén, es otra de las artes nacionales. La representación del ingenio desnudo del cubano. La charla nace con fluidez y se desarrolla de la manera más sorprendente: desde la confidencia de mayor impacto, hasta la anécdota más corrosiva, pasando por el comentario común. Esa capacidad del cubano para hablar en una conversación con idéntica fluidez acerca de lo humano y lo divino desvela uno de los signos claves de nuestra identidad, algo así como el ahínco diferenciador que tenemos respecto al resto de los moradores del mundo, «mestizo, bastardo, arribista y trágico», al que se referiría Leonardo Padura, pero combinado también con un anhelo casi corrosivo, una particularidad atávica del cubano que tiene mucho que ver con el verso que escribió John Donne: «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra…»

Mi hermano Darío es de los que, a diferencia de otras amistades, no se toma el trabajo de preguntarme: «Por fin, ¿te quedas esta vez?», interrogante a la que, para evitar caer en discusiones baladíes, siempre respondo con un «es que todavía me faltan dos o tres cosas por hacer en Cuba». En un momento de la charla mientras almorzamos, comento acerca de lo sorprendido que estoy ante las crecientes semejanzas que percibo entre Miami y La Habana. Darío me responde con un «¡Tú estás loco, compadre!» Y yo argumento: «Es que en cada nuevo viaje a Miami, noto como aquí también se está perdiendo la cultura del trabajo, algo que no existe en Cuba desde hace años. Te pongo varios ejemplos: el otro día fui a una peletería a comprarme un par de botas de las que me gusta y necesito usar para transitar por las destruidas calles de Centro Habana y la chica que debía atenderme, una muchacha procedente de Colón, Matanzas, y llegada a Miami hace un par de años (según pude conocer de su propia boca), apenas me hacía caso en mi indagación por el modelo de zapato que deseaba pues ella conversaba con su novio por el celular para ponerse de acuerdo en el sitio en que se encontrarían para ir a tomar cervezas. Igualmente, en otros establecimientos miamenses, al saludar o dar las gracias, solo recibí el silencio por respuesta. ¡Idéntico que en La Habana!»

Es que como asegura el destacado músico y crítico de arte Alfredo Triff: «NO hay nada más habanero que Hialeah, ni más miamero que La Habana con todas las antenas apuntando a Miami al programa de Fernando Hidalgo. Rafael Fornés, uno de los mejores teóricos de nuestra arquitectura lo ha dicho: Miami y La Habana son ciudades yin/yang». Sí, en el sur de la Florida, donde hay casi un millón de cubanos y otros que siguen llegando, uno puede escuchar la misma banda sonora que en mi zona de San Leopoldo, Centro Habana, o en buena parte de los almendrones que se mueven por La Habana. La emisora de radio que incluye lo que hoy se está dando en nombrar como Cubatón es la 95.7FM (una frecuencia olvidada de la Spanish Broadcasting System, relanzada y resucitada por Jesús Salas), estación cuya audiencia abarca el área metropolitana de las ciudades de Miami, Hollywood y Fort Lauderdale, en el sur de Florida, y que ahora suena a toda hora los temas de Gente de Zona, Chacal y Yakarta, Chocolate, Divan, Jacob Forever, Los 4, Osmani García, Yomil y El Dany, El Micha y más… Asimismo, en el área de las semejanzas, por toda Hialeah abundan fondas a la usanza de muchas de las paladares que hoy proliferan en la capital de los cubanos. Tanto en unas como en otras se disfruta con nuestra carne de cerdo y la yuca con mojo. Quizá la principal diferencia radique en la diversidad de marcas de cerveza que uno encuentra del lado norte del malecón, aunque hasta en eso empiezan a darse coincidencias a partir de que en ambas orillas la Presidente, de origen dominicano, es presencia habitual.

Concluido el almuerzo, abandonamos el Sambor’s Café y ya montados en el carro, iniciamos el viaje por la I-95 rumbo a Pompano Beach, pero antes, como se hace camino, le ruego a Darío me lleve a Fort Lauderdale, para visitar allí el sitio donde mataron a Jaco Pastorius y el cementerio donde reposan sus restos.

_____

Imagine una recta interminable que se pierde en el horizonte. La Interestatal 95, conocida simple y llanamente como I-95, es una autopista o carretera que atraviesa 15 estados, por supuesto que con buen asfalto, gran anchura, cómoda y silenciosa, quizá hace un poco de curva, pero es tan tenue y lejana que uno no puede discernir si realmente existe o es su cerebro quien inventa recodos. Inaugurada en 1957, posee una longitud de 1925 millas o lo que es lo mismo, 3101 kilómetros, lo cual la hace la autopista norte-sur de mayor longitud en la costa este estadounidense. Según las estadísticas, aparece entre las más transitadas de la red de autopistas interestatales de Estados Unidos. Su extremo septentrional se ubica en la frontera canadiense en Houlton (Maine), donde se convierte en la Ruta de Nuevo Brunswick 95, mientras que por el sur el límite se establece en la ciudad de Miami, en un empalme con la ruta 1, con lo cual conecta las provincias marítimas de Canadá con Boston, la urbe de New York y Florida.

Tengo que confesar que cada vez que transito por un expressway como la I-95, experimento cierta dosis de temor ante la alta velocidad con que se avanza por esta clase de autopistas, concebidas justo para ello. El sistema Interestatal, oficialmente el «Sistema Nacional de Interestatal y Carreteras de Defensa», fue creado con el objetivo de proporcionar un modo más fácil de viajar a lo largo y ancho de EEUU y como un medio para el transporte militar rápido en tiempos de emergencia. Parece que mis preocupaciones no son infundadas, porque en el sitio digital de Univisión me entero de que la I-95 está entre las carreteras con mayor accidentalidad en USA.

A medio camino entre Miami y Fort Lauderdale, adyacente a la intersección en donde la I-95, Florida Turnpike y Palmetto Expressway se encuentran, Darío se acuerda de que su hijo mayor, Michel, también médico y patólogo como él y que ahora trabaja en un centro clínico de Boca Raton, ciudad ubicada en el condado de Palm Beach, le ha entregado un disco para mí, la ópera prima de los suecos de Dirty Loops, el álbum titulado Loopified. La música de este trío de jóvenes pero muy talentosos instrumentistas (Jonah Nilsson, voz y piano; Henrik Linder, bajo; y Aron Mellergårdh, batería) y que mezclan a la perfección elementos de jazz, funk, soul, R&B y pasajes de electro dance es de esas que le carga las pilas a uno.

Hacemos un alto en la conversación para deleitarnos con la escucha de temas como «Hit me», «Sexy girls», «Sayonara love», «Wake me up», «Die for you»…, y en medio de ese interín me da por pensar que todo el sur estadounidense, y quizá todos los sures de este mundo, son tan inspiradores, seductores y peligrosos que no sé si es más fácil dejarse subyugar por su encanto literario que por el tangible, o tal vez todos sean estados fugaces de una misma realidad que se aparta de los curiosos. Creo que yo nunca podría olvidar lo narrado en la novela testimonio Medianoche en el jardín del bien y del mal, escrita por  el periodista John Berendt y llevada luego al cine por el director y actor Clint Eastwood porque parece fundirlo todo: la superficialidad de la vida social y lo oculto bajo ella, lo prohibido, lo ignorado, la fatalidad y la magia, y una belleza amarga y deslumbrante.

El sur, dicen, es un estado de ánimo, un lugar tan geográfico como sentimental. El sur es misterio, es liberación, es tenebrismo; es el fértil suelo literario, gótico, criminal, áspero y vital de las páginas de William Faulkner, Flannery O’Connor, Carson McCullers o el primer Truman Capote. Es el latido de la tierra verde, pantanosa, viva, acechante, movediza que explota y se manifiesta por medio de varios géneros musicales: si el blues dio forma al aliento vibrante y trágico de esa tierra indescifrable, el jazz fue su manifestación urbana, canalla, festiva; si el country fue la voz austera de las zonas rurales, el rock and roll fue la reverberación planetaria y liberadora de una verdadera explosión de vísceras.

Mientras Darío y yo avanzamos a paso acelerado por la I-95, pienso que aquí en la Florida uno puede encontrar lugares tan diferentes entre si como ese sitio hirsuto que es el Homestead floridano o St. Augustine, de donde uno no se puede ir sin probar el agua de la Fuente de la Eterna Juventud, a cuyo alrededor existe todo un parque temático, claro, con figuras de cera de Ponce de León y esas cosas pero donde, pese a su espectacularidad, el hecho de que el verdadero Ponce de León lleve siglos muerto me hace desconfiar de la efectividad del aludido manantial. Por un instante recuerdo pasajes de la serie televisiva Los Simpson, en particular cuando la familia viaja a Florida. Ese, más o menos, es el ambiente de este Estado. No hay que pensar en Miami, en cuerpos esculturales tostados al sol y hablando castellano con acento de Cuba. El interior de Florida es un nido de racismo, raíces que se hunden en el pasado y mucha tela por donde cortar. Mucha. Pero mucha, mucha. Y es, además, el reino de los pantanos.

Porque en la Florida (y en la vecina Louisiana) todo gira alrededor de la ciénaga, desde los cómics de Alan Moore hasta las atracciones de carretera. Las más usuales son los parques de aligátores, esos simpáticos animalejos tan parecidos a los cocodrilos que de vez en cuando se cuelan en la piscina de alguna familia adinerada acongojándoles un rato. Quizá no me explique bien, y alguien se imagine algo así como un zoológico. No, esto es otra cosa. Las jaulas de los mapaches tienen apenas su tamaño (lo que tal vez justifique su perpetua mala leche), la mayoría de la fauna está disecada, y los saurios se apelotonan en palanganas como la que se usa con los niños pequeños de casa. Apelotonarse es apelotonarse, estar continuamente unos encima de otros en lo que parece una orgía de lagartijas cicladas donde es poco recomendable participar.

En los Wonder Gardens de Bonita Springs tenían incluso al llamado Big Joe, el aligátor más grande de Florida, que hizo una estelar aparición en uno de los capítulos de Los Simpson. Fallecido hace unos años, todavía sigue dando guerra tras haber sido disecado con un gusto más que dudoso, muy del Sur. Si sirve de consuelo, se puede señalar que existen idénticos problemas de espacio en los llamados Bear´s Pits que aparecen diseminados por la ruralidad hillbilly, y donde los pobres bichos desfallecen hasta morir, supongo, de aburrimiento. Claro que si me da por pensar que la lucha contra osos (de hombres contra osos, quiero decir) es uno de los «deportes tradicionales» de la zona (ahora evoco la interpretación que hace Garth Ennis sobre esto en The good old boys, uno de los spin off de Predicador) pues a lo mejor se llegue a la conclusión de que no es mala vida. A fin de cuentas, como escribiese William Faulkner enMientras agonizo: «la única razón para vivir es prepararse para estar muerto durante mucho tiempo».

Sin percatarme hemos arribado al cementerio donde reposan los restos de Jaco Pastorius. Una chica que habla en español con acento centroamericano nos indica el lugar exacto por el que nos interesamos y comenta que son muchos los visitantes que llegan hasta el sitio para rendir tributo al más grande bajista de los últimos tiempos. Aquí las tumbas se erigen sobre el nivel del suelo, dada la imposibilidad de descansar en paz bajo tierra pues en la Florida, todo es tumulto animal, aliento húmedo, corrimiento de tierra empapada, río de savia, fluido vivo. La tierra del sur de EEUU exhala el hálito de la vida eterna, y todos los escritores allí nacidos sabían esto ya antes de venir al mundo. Como Flannery O’Connor, esa autora que dijo una vez: «Yo escribo para descubrir qué es lo que sé».

Parado al lado de la tumba de Jaco Pastorius, a mi mente viene un listado de bajistas cubanos, residentes en el país o afincados en la diáspora, en la Cuba transnacional, transterritorial, políglota y plural dispersa por doquier, como el jardín de los senderos que se bifurcan de Jorge Luis Borges. En nombre de todos ellos, yo, Joaquín Borges-Triana, me agacho ante ti y te saludo, John Francis Anthony Pastorius III.

(Continuará).

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