Categoría: Música

Canción propuesta

Canción propuesta

Por Joaquín Borges-Triana.

A cualquier observador minucioso de la escena musical cubana contemporánea, no se le escaparía el hecho de que a finales de los ochenta comenzó a gestarse una tendencia en la composición e interpretación muy diferente a la de los patrones clásicos o convencionales por los cuales ha transitado la canción nacional, una corriente que poco a poco se ha ido extendiendo a otras manifestaciones. Para los analistas del tema está claro que las raíces de dicho fenómeno hay que buscarlas en lo que fuera la Nueva Trova, que en su momento significara una auténtica revolución.

Cuando términos como trovador, cantautor, nueva canción, son objeto de cuestionamientos tanto por protagonistas como por espectadores, hay quienes desde hace seis lustros, y al margen de ese debate, vienen desarrollando una obra de carácter fundacional. En los temas, asuntos y peculiaridades formales que los seducen y particularizan, se detecta desde bien temprano un lenguaje propio en el abordaje de problemáticas recurrentes en las zonas ideoestéticas comunes de las recientes hornadas de artistas e intelectuales nacidos en la Isla.

Como otra verificación en la práctica de la teoría de que en arte la sucesión generacional se produce en un lapso aproximado de diez años, a fines de los ochenta comenzó a gestarse lo que sería una tercera generación de la Nueva Trova. Por aquellos días, varios cantautores entre los que figuraban Raúl Ciro, Vanito Caballero, Alejandro Frómeta, José Luis Medina, Carlos Santos, Alejandro Gutiérrez, Boris Larramendi, Luis Alberto Barbería, José Luis Estrada, Mario Incháustegui…, acostumbraban a reunirse junto a poetas y cuentistas en una peña sabatina –conocida inicialmente como El puente– que tenía por sede el museo ubicado casi en la esquina de las calles 13 y 8, en el Vedado habanero, y que había surgido como el resultado de la fusión de varias tertulias capitalinas de jóvenes artistas, entre ellas una llevada a cabo en la Finca de los Monos, y de un proyecto o brigada que se llamó El Quijote, de donde salieron figuras como el videasta Ernesto Fundora. Dicho espacio,[1] que funcionaba como un encuentro entre amigos, significó un momento importante para el despegue de todo lo que vendría durante el transcurso del último decenio de la anterior centuria e, incluso, de lo que está pasando hoy en la cancionística nacional y en ese híbrido sonoro en el que el rock, el son, la timba y el rap se integran para dar vida a una nueva sonoridad totalmente desprejuiciada, que Alejandro Gutiérrez ha bautizado en una de sus composiciones con el nombre de «Rockasón».

En el libro CONcierto cubano. La vida es un divino guión he señalado que el diferendo que tiene lugar entre instituciones y creadores en Cuba a inicios de los noventa, en cuanto a los niveles de permisividad que se le otorgaba al arte como expresión de la conciencia social, llevó a la clausura de la atmósfera que propició el proceso de renovación en la cultura cubana, roto de repente debido a la falta de diálogo. Ese momento, muy vinculado a lo transnacional, visto dicho concepto como apertura en los términos de la creación y su espacio, no fue entendido y, con ello, se perdió la efervescencia polémica, de debate y de crítica, que existió en la segunda mitad de la década de los ochenta. El hecho de que las instancias de la política cultural, bajo el influjo del síndrome de fortaleza sitiada que por causa del bloqueo y la agresividad estadounidense ha padecido el país, y que perennemente mantiene una postura defensiva que no viabiliza la plena democracia y una verdadera libertad de expresión, no hayan interpretado de forma acertada la esencia de lo que estaba ocurriendo, puede explicar muchos de los fenómenos que han sucedido después.

Por lo antes expuesto en el libro aludido, espacios como la peña de 13 y 8 se ven imposibilitados de continuar. Al cierre, sus protagonistas pretendieron dar un concierto en una institución que siempre había acunado a la música vinculada a la trova. A tales efectos, a manera de muestra de por dónde iría la presentación, se entregó la grabación de un tema titulado «El Reyezuelo», en el que en un arreglo coral de Alejandro Frómeta intervenían este, Raúl Ciro, Boris Larramendi, Vanito Caballero y Mario Incháustegui; sin embargo, la aludida entidad se negó a aceptar la propuesta, y entonces no les quedó otra alternativa que hacerlo (para las pocas amistades que asistieron) en las márgenes del río Almendares, como una especie de performance. En la función, nombrada significativamente Canción Propuesta y de la cual todavía conservo el programa de mano preparado para la ocasión (creo que una de las noches en que he sido más víctima de los mosquitos), recuerdo que mi hermano Raúl Ciro, cantautor recientemente fallecido y alguien de marcada propensión hacia lo conceptual, rompió una guitarra en pedazos, en un gesto simbólico que (quizás sin él mismo proponérselo) transmitía el sentimiento de desencanto que de una u otra manera experimentaban todos los muchachos vinculados a aquella hoy memorable tertulia. En entrevista concedida para el blog Efory Atocha de Santiago Méndez Alpíza, Raúl Ciro evocaba el suceso del siguiente modo:

«Brother, los ochenta fueron duros. También los cincuenta para mis padres. No quisiera que viviéramos un nuevo 29 en crack. Como ya te dije, «si callas, algo hablará…». Siempre alguien ocupará tu lugar si lo desprecias. Aquella noche nos alumbrábamos Mario Incháustegui, Frómeta, Vanito, Boris y yo con un farol chino. Teníamos otro, por previsora suerte, cuando falló el primero. Boris nos protegió a todos con la suerte de su Santa Madre, el Almendares. Aquello no fue una despedida, fue un golpe bajo pactado. Pasa que «la institución» estuvo fina, no nos dieron un break… Más tarde, la rosa, la espina. Asere, nosotros estábamos en una talla impresionante. Hasta Frómeta y yo vestíamos unas camisas de peloteros, una negra y otra roja, que al frente decía en tipografías diferentes: Superávit. A nuestras espaldas números distintos en cada una, un 13 y un 8. Pasado el tiempo lo he entendido todo, «en esta vida nada es un accidente» (ver Kung fu Panda, qué divertida, genial película). Ese era el estigma: nacimos bajo ese signo.

«Al otro día estrené guitarra nueva, la única que tengo y aún conservo. Recuerdo que el Boris llevaba orgulloso entonces uno de los sellitos que repartimos esa noche con el símbolo de nuestra gran tomadura de pelo. Todo estaba preparadísimo, e igual todo se rompió en pedazos para dar paso a algo mejor. “Un arpón, un perdigón, el buzo, el cazador…”»

Aunque a la salida del Anfiteatro hubo que alumbrarse con «chismosas» (faroles improvisados) preparadas para guiar a los asistentes en su retirada a través de parajes carentes de una elemental iluminación, el concierto (al margen de su nula repercusión en los medios de prensa de aquellos días) quedó como un hermoso testimonio de lo mucho y bueno que se puede hacer, aun cuando determinados acontecimientos despierten en nosotros la sensación de que todas las puertas están cerradas, trampa en la que el artista verdadero no deberá caer pues, como los muchachos de 13 y 8 demostraron esa noche, el revés de la negativa fue compensado en cierta medida con amigos cercanos, lealtad de seguidores y obstinación luminosamente creativa, de esa que en nuestros creadores sobra.

[1] Con el transcurrir del tiempo, la peña de 13 y 8 ha sido mitificada, por haber marcado la música de la más joven generación durante los años noventa, al ser el embrión, primero, del proyecto artístico de la Asociación Hermanos Saíz denominado Te doy otra canción y, después, de lo que se conoció como Habana Oculta y luego como Habana Abierta.

Sarah Vaughan: Una voz divina.

Sarah Vaughan: Una voz divina.

Por Joaquín Borges-Triana

Siempre he defendido la idea de que honrar honra y por ello, hoy quiero dedicar unas líneas a rendir tributo a una de las más grandes voces que nos legara la música del pasado siglo XX. No por gusto solían llamar a Sarah Vaughan la divina. Cuando murió a los 66 años de edad, gracias a todo lo bueno hecho durante su vida, se incorporó a la legión de las míticas y nunca olvidadas Bessie Smith, Billie Holiday y Dinah Washington. Tal honor lo había ganado por obra y gracia de sus maravillosas interpretaciones de temas como “Indian summer”, “If you could see me now”, “Summertime”, “Fascinatin rhythm”… Les aseguro que oyéndola cantar piezas como las antes mencionadas, uno olvida cualquier tristeza pues su mágico arte transforma todo cuanto nos rodea en un mundo de singular belleza.

La historia de esta intérprete, que siempre me ha sorprendido por el manejo de su impresionante voz y que paseaba sin aparente esfuerzo por todo el registro -desde los graves hasta los agudos-, comienza a los 18 años, momento en que Billy Eckstine la descubrió en medio de un concurso de nuevos talento, llevado a cabo en el legendario Teatro Apolo, ubicado en el barrio de Harlem. Impresionado por su actuación, él la recomendó a Earl Hines, quien al realizarle una prueba no tardó en contratarla para su orquesta, agrupación en la que Eckstine fungía como vocalista. En el instante en que Billy decidió formar su propia banda, le propuso a Sarah que se sumara al proyecto. Allí fue donde la Vaughan entró en contacto con gente tan valiosa y decisiva para su formación como Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Fats Navarro, Dexter Gordon y Art Blakey, todos ellos músicos pertenecientes al nuevo y revolucionario movimiento del bebop. Como la propia cantante reconoció, cada momento que pasó en aquel ambiente fue una tremenda lección de música que dejaría en ella una huella indeleble y que la convirtió, en mi modesta opinión, en la estilista más importante que ha conocido el arte vocal jazzístico.

De los boppers aprendió a emplear su voz como otro instrumento que se mezclaba de forma natural con los de la agrupación en que se insertara. Su grabación de la balada “Loverman”, en compañía de Gillespie y Parker, devino un clásico desde su lanzamiento al mercado. En un cortísimo período de tiempo se convirtió en la cantante más cotizada en el ambiente musical de New York. Tras varias sesiones para el pequeño sello discográfico Musicraft y el paso por una de las grandes compañías de la etapa, fue contratada por Mercury, con quienes graba el que en opinión de la crítica especializada es el mejor álbum de toda su carrera: Swigin’ easy. Para la realización de esa obra maestra contó con la ayuda del trío integrado por el pianista Jimmy Jones, Joe Benjamin en el contrabajo y el batería Roy Haynes.

Además del citado álbum, de su inmensa discografía yo recomendaría sin ningún tipo de reservas At Mr. Kelly’s, para mí una maravillosa sesión registrada durante una presentación en un afamado club de la ciudad de Chicago y que data de 1957. Otra grabación que también resulta imprescindible de mencionar es el fonograma llevado a cabo para el sello Pablo y que se denomina How long has this been going on,realizado con el acompañamiento del cuarteto de Oscar Peterson. Igualmente importantes son sus interpretaciones de Ellington, agrupadas en The Duke Ellington songbook y aunque los más puristas del jazz no me lo perdonen, incluyo en el listado de mis favoritos entre los numerosos trabajos efectuados por la intérprete sus nunca bien ponderadas versiones acerca de temas de The Beatles, que algunos han visto como un acercamiento a los tópicos que la popularidad desgraciadamente impone a cualquier artista de su categoría pero que, en mi caso, valoro como algo también legítimo y que de paso, le sirvió para ofrecer una soberbia lección de buen gusto al cantar.

Por mucho tiempo en Cuba hubo muy pocas personas interesadas en acometer trabajos como vocalistas dentro de los parámetros estilísticos del jazz. Por fortuna, dicha situación ha comenzado a cambiar y últimamente he podido escuchar a jóvenes figuras, sobre todo femeninas, interesadas en incursionar por estos terrenos. A todas ellas me atrevo a sugerirles que estudien con suma atención el legado que nos dejase Sarah en sus interpretaciones de una larga serie de standards como “Yuo go to my head”, “September in the rain”, “Tenderly”, “Don’t blame me”, “Loverman” y tantos otros que harían demasiado larga la relación. No quiero que piensen que en mi devoción por la Vaughan prevalece una mitificación de su persona. Nada de eso. Pero hay obras que no nos pueden engañar, momentos musicales que, tras analizarlos y asimilarlos de verdad, nos han de ayudar a crecer y madurar. Hoy he querido aludir a algunos de ellos, en este breve recuento de la gran Sarah Vaughan.

Raúl Ciro: Evocación de un hermano

Raúl Ciro: Evocación de un hermano

Por Joaquín Borges-Triana

Aunque yo intuía que algo así podía ocurrir en cualquier momento, como lo puede testificar Humberto Manduley pues pocos días antes del suceso le dije  que este sería el final de Raúl Ciro, quedé noqueado al leer temprano en la mañana del jueves 21 de febrero el siguiente correo de Gladys Hernández Gómez:

“Hola amigos este email es para decirles que hoy he recibido la triste noticia de la muerte de mi hermano,  nunca se está preparado para un desenlace así. No sé qué más decirles, solo que estoy destrozada. Él no pudo ser feliz y decidió quitarse la vida. Que descanse en paz.”

Le pregunté a Gladita por detalles pero nunca me dio respuesta en ese sentido. Al final, creo que así es mejor, ¿para qué saber más? Total, con mayor o menor conocimiento de lo acaecido no se puede hacer nada.

Es esa la clase de noticia que yo nunca habría querido recibir ni tampoco, tener que dársela a amistades comunes como Enrique del Risco, Susan Thomas, Darsi Fernández  o Humberto Manduley. Yo había hablado con Raúl Ciro poco más de una semana atrás y me di cuenta de lo mal que estaba pues solo me contestaba con monosílabos. Pensé timbrarle el martes 19 (o hasta pasar por su casa en Playa), para invitarlo al concierto que esa noche ofrecía Yusa, pero no lo hice porque supuse que se negaría.

Sé que una llamada no habría marcado la diferencia y que ya él lo había decidido todo, no obstante hubiese querido conversar con él una y muchas veces más, como hicimos en tantas ocasiones. Porque La gente no se daba cuenta, pero Raúl Ciro, uno de los tipos más romántico, sensible, trágico y desinteresado que he conocido en mi existencia y un amigo de verdad (el primer celular y la primera laptop adaptados para un ciego como yo, los tuve gracias a que me los regaló durante una visita que le hice a Granada, España, donde radicó una temporada),estaba enfermo de los nervios y alguien así, por más que quiera, no tiene las herramientas para poder enfrentar los problemas de la vida cotidiana.

Músico de carácter propositivo, tanto en sus primeros trabajos cuando participaba en la peña de 13 y 8, como en los últimos que realizara en Granada, España, antes de retornar a La Habana,  se percibe el claro objetivo de subvertir el canon valorativo al uso con miras a no dejarse arrastrar por algo tan efímero e insustancial como la moda. Mientras escribo las presentes líneas, recuerdo el impacto que me causó hace ya 30 años escuchar su tema “Bachiller”, para mí una excelente canción que devenía una suerte de retrato de grupo de los por entonces graduados de preuniversitario. Ya por aquella fecha se notaban muchos de los rasgos que caracterizaron su obra autoral con posterioridad.

Entre los signos distintivos en el quehacer de este hermano que nunca se visualizó como un trovador o cantautor sino como un músico en el sentido integral de la palabra, sobresale su vocación por rendir tributo a la sonoridad y en general a la cultura de los sesenta. «Ciro crack» e «Imágenes que sanan» representan en su repertorio el gusto que él tenía por la onda retro.

Asimismo, en sus creaciones se trasluce el remarcado interés que experimentó por la atmósfera sonora del folk, cosa perceptible en la labor de los distintos proyectos en los que se involucró, pero en particular destacable en piezas suyas como «De todos los ángeles» y todavía de manera más acentuada en «No cruces tan rápido el puente”. Igualmente, en él se hacían presentes los aires de blues, como lo demuestran «Dinero y miel» y sobre todo, esa pequeña joya titulada «Déjame cuidarte», así como inspiraciones de corte marchoso como son los casos de «Películas de sábado» y «Mi mono y yo».

Aunque en las disímiles formas de hacer música asumidas por Raúl Ciro, quien escucha las grabaciones que nos dejó se da cuenta que ahí detrás hay un profesional, creo que como compositor su verdadero lado fuerte estuvo en la elaboración de canciones. Dentro de tal vertiente, entre mis favoritas figuran “Elefantes”, que no me aburro de oír gracias a la belleza de su línea melódica, “Natalia”, que en la versión realizada con el proyecto denominado Queso posee una coda de estupenda factura, y de un modo muy especial «Villa de París», de la cual una vez más vuelvo a hacer mío lo ya afirmado por mi buen amigo Humberto Manduley: si un día tuviese que marcharme a una isla solitaria y me dieran a elegir una única canción para llevar conmigo, «Villa de París», de Raúl Ciro, sería por mí la escogida.

Con Textos desgarrados y juguetones por momentos, irónicas asociaciones e imágenes dignas del tecnicolor, en lo concerniente a la poética de este desaparecido creador, la misma esboza una alternancia entre un lenguaje metafórico, lírico e introspectivo y otro en el que está presente cierto toque de humor ácido y la mirada aguda en torno a nuestra realidad, sin caer en el hipercriticismo. Compárense las diferencias de discurso en los siguientes fragmentos:

Todo el mar beberé / si al mirarte tus pies rozan lo azul siempre azul / y a la sombra de labios que dancen estará mi nadir.

Todo marcha tan bien / que a pedazos tu piel es el vacío cenit / y en lo enfermo de mí la rapiña gira y gira en lo alto.

Quiero verte dormir / quiero verte dormir / y que nadie me hale la manga si me hallo tan alto / (…) si me hallo tan alto que ya me pierdo, que ya te pierdo / que ya te pierdo, que ya me pierdo / quiero verte dormir / quiero verte dormir. («Villa de París»)

Siempre en clases solíamos cabecear / tan distante nunca di que decir / hoy en tus ojos hay tanto de aquellas / tardes

De literas podría bien sermonear / filos, «kikos», talco y lejos mamá / pero en tus ojos dan tanto de aquellas / luces que me voy

Elegir nunca asegura acertar / procrear tan atado va al placer / tan unido va que todo un sol me tragué / y tu serpiente guardián de la luz me marcó / como ves

Siempre en clases solíamos cabecear… («Pasillo aéreo»)

Tras la desintegración del nunca bien ponderado ensamble de Superávit, proyecto que de inicio  se trató de un dúo entre Raúl Ciro y ese otro excelente artista y ser humano que es Alejandro Frómeta, y la fructífera experiencia de Queso, este perseverante creador nos entregó su ópera prima como solista. Ciro 3C no es un disco de fácil asimilación para una audiencia no entrenada. Resulta un álbum hecho sin concesiones, que transita por los senderos de la canción y del acid rock, por momentos cercano a la psicodelia. En el material predomina el procesamiento de los sonidos, ya sean procedentes de las ondas radiales o tomados directamente del ambiente. En piezas como “… El carné del grupito” o “Canción precoz”, la manipulación del material sonoro en aras de transmitir determinados mensajes es de altos quilates.

Disco pletórico de guiños que hay que decodificar; nos atrapa y cautiva en (y desde) su complejidad hermosa. En todo caso, como se afirma en su contraportada: ¡que viva y goce quien por bueno no lo estime!

Coherente como pocos en su proyección personal e ideoestética,  el compositor de temas como “Dos x dos”, “Coopere con el artista cubano”, “Regulación menstrual”, “Nubes lentas”, “Churro”, “Qué calmará”, “Verde melón”…, de seguro entre las mejores muestras de la Canción Cubana Contemporánea,  legó a la cultura de este país una obra hermosa y perdurable, aunque sea prácticamente desconocida.

Por la amistad que nos unió durante 30 años y la admiración que profesé por su trabajo artístico, me niego a evocarlo como alguien ya sin aliento vital, sino que quiero recordarlo, por ejemplo,  en la tarde en que Superávit se presentaba en una función en el Café Cantante del Teatro Nacional, ocasión en que despedíamos  a nuestro amigo Enrisco, que partía hacia Europa. O en los días cercanos a un concierto en Granada de nuestro adorado Luis Alberto Spinetta y al que Raúl Ciro pudo asistir, uno de los momentos en que lo sentí más feliz en la vida.

Homenaje al danzón: Disco de alto significado cultural

Homenaje al danzón: Disco de alto significado cultural

Por Joaquín Borges-Triana

Homenaje al danzón

Siempre he defendido la idea de que existe una zona de nuestra producción musical que, aunque no goce de popularidad y por tanto resulte más difícil de ser comercializada, no puede estar obviada en el quehacer de los sellos discográficos cubanos. Por supuesto que tal clase de trabajos tienen que ser subvencionados y no pensar en ellos a partir de las reglas de mercado, aplicables a otra clase de fonogramas.

Sé que es un asunto complejo y acerca del cual todavía no se ha dicho la última palabra, dada la doble realidad que vive el disco al ser un producto cultural y una mercancía más, pero al menos en mi caso me siento inmensamente feliz cuando tengo noticias de la publicación de un álbum de estos que, entre nosotros, considero tienen que ser protegidos por el Estado, no por una política de paternalismo barato sino porque tales CDs dan testimonio de una obra perteneciente al patrimonio cultural de la nación.

Lo anterior lo expreso a colación con la edición de un fonograma que, si bien soy consciente de que recibirá nula o casi ninguna promoción en los medios de comunicación en Cuba y consecuentemente bajos niveles de venta, lo valoro como de altísima importancia desde el prisma del suceso artístico que representa, como ejemplo de lo que en la práctica es conservar nuestra memoria histórica, algo acerca de lo que se habla con mucha frecuencia pero que con tristeza no siempre es llevado a la práctica.

El Piquete Típico Cubano

El Piquete Típico Cubano constituye hoy la única orquesta típica o de viento en la capital que aún conserva el timbre y sonoridad de semejante formato instrumental, justo el utilizado en el siglo XIX por Miguel Faílde para dar vida a las primeras composiciones que entre nosotros se conocieron como danzón. Formato hoy casi olvidado en nuestro país, es de saludar que una de nuestras discográficas, el sello Colibrí, haya tenido la iniciativa de registrar en un fonograma una muestra del patrimonio sonoro de esta formación.

En ese sentido, hay que felicitar la aparición en el mercado de un disco como Homenaje al danzón, realizado por el Piquete Típico Cubano, agrupación dirigida por Jorge Vistel Columbié. El CD resultó galardonado con el Premio Especial Cubadisco durante una de las pasadas emisiones de dicho certamen.

Contentivo de 15 cortes, en el álbum encontramos un repertorio harto interesante, porque el mismo no se limita solo a la interpretación de danzones que fueron muy populares en su época, sino que además de ello, incluye piezas sobre las cuales prevaleció durante décadas un total olvido, sin desdeñar a la par una que otra obra compuesta en tiempos cercanos. En aquellos casos en los que se ejecutan temas contemporáneos, se mantiene tanto el concepto musical como la fidelidad tímbrica de la etapa primigenia en la historia del danzón.

El CD abre con ese clásico que es «El bombín de Barreto», perteneciente a la firma de José Urfé González, sin discusión alguna uno de nuestros principales hacedores de danzones. He de confesar que este es uno de los momentos que más me complace a lo largo de toda la grabación. Del propio autor también aparecen las piezas «Cienfuegos», «Mariposa mía», «Así es el mundo» y «El tigre».

Otro compositor representado con destaque en el fonograma es Pablo Zerquera Suárez. De él, los integrantes del Piquete Típico Cubano seleccionaron para grabar los temas «El olvido» y el que da título al disco, es decir, «Homenaje al danzón», corte que en la década del veinte de la anterior centuria gozara de mucha popularidad entre los amantes del género en Cuba.

Por supuesto que no podía faltar alguna obra de las escritas por Jacobo González Rubalcaba, de quien se interpreta su tan versionado «El cadete constitucional», otro de los instantes del CD que recibo con mayor agrado, en particular porque me trae los recuerdos de mi ya desaparecido padre, un danzonero de pura cepa y que disfrutaba muchísimo de esta pieza. Algo por el estilo pudiera decir de «A la loma de Belén», original de Antonio María Romeo, genuina muestra del proceso de hibridación entre el son y el danzón. Como ejemplo de un repertorio literalmente rescatado de las brumas del olvido, hay que mencionar el tema titulado «Valentín», acreditado al compositor Aurelio Gómez y que hasta el instante en que el Piquete Típico Cubano lo asumió, solo permanecía en los archivos patrimoniales del Museo Nacional de la música. Por su parte, Sueño de Ada, bajo la firma de Jorge Vistel Columbié, deviene testimonio de cómo se puede escribir e interpretar un danzón con el empleo de elementos contemporáneos, pero que a la vez respeta la esencia de esta tradición musical.

Quedan sin ser nombrados otros cortes incluidos en el fonograma, no porque carezcan de interés sino por no hacer demasiado largo este escrito, a propósito de un disco de alto significado cultural que, más allá de que no reciba la divulgación requerida, pertenece a esos fonogramas que todo amante de la buena música cubana de ayer, de hoy y de siempre, debería tener en casa.

Entrevista a Eduardo Martín (Guitarrista Cubano)

Entrevista a Eduardo Martín (Guitarrista Cubano)

Quienes han seguido el devenir de la guitarrística cubana durante los últimos 40 años, saben que Eduardo Martín es un nombre fundamental en dicha historia. Recordado por su participación en proyectos de tanta valía como el cuarteto Guitarra 4 o el Dúo Confluencia, este último en compañía de Walfrido Domínguez, Eduardo no es solo un sobresaliente intérprete del instrumento de las seis cuerdas sino también un importante compositor, con un catálogo de obras asumidas por numerosas figuras tanto en Cuba como en el extranjero. Conversar hoy con Eduardo Martín quien en 1991 se convirtió en el primer compositor latinoamericano laureado en el prestigioso Concurso de Guitarra de Radio Francia Internacional es para Miradas Desde Adentro todo un privilegio.

Del rock hecho por cubanos y sus letras

Del rock hecho por cubanos y sus letras

Decididamente, atrás han quedado los tiempos en que el rock hecho por los cubanos tenía muchos problemas en cuanto a la calidad de sus letras. Desde mediados de los noventa es posible aludir a producciones caracterizadas por la buena factura en el discurso textual. Excelente ejemplo de ello lo brinda el grupo de rock progresivo Naranja Mecánica, que en su disco 1993-1995editado por la compañía Mexicana Luna Negra, nos entrega varias composiciones sobresalientes en lo letrístico. Tales son los casos de “En la fiesta”, “Desnudo” y sobre todo, “Crónica de la cobardía”, tres piezas acreditadas al pianista Alejandro del Valle. Algo por el estilo puede asegurarse de la banda sonora de la película Habana Blues, con muy buenos temas como “Habana blues” y “En todas partes”, compuestos en su mayoría por un equipo de varios autores, entre ellos Equis Alfonso, Kelvis Ochoa y Descemer Bueno. Véase si no, el excelente texto de la pieza “Habana blues”:

Hoy, miro a través de ti, las calles de mi habana
tu tristeza y tu dolor, reflejan sus fachadas,
es tu alma y soledad, la voz, la voz de esta nación
cansada
solos tu y yo, en la ciudad dormida
solos tu y yo, besando las heridas
hay habana
cada vez te olvidabas más de ti, para apoyar mis sueños
pero sé que lastimé tu corazón, jugando con tus
sentimientos
fue la luz, esa que robé dejando a oscuras tus deseos, eh, eh
solos tú y yo, en la ciudad dormida
solos tú y yo, besando sus heridas
habana
y tengo que dejarte ir, poniendo el mar entre los dos
pagando el precio de otros que viven de la
contradicción
otra familia que quedó marcada por la separación
como luchar, con ese sol con la política y con dios

O esta otra pequeña maravilla que es “En todas partes” y que escribió el trío de Equis, Kelvis y Descemer:

La amistad es una semilla
que brota en cualquier lugar,
y cuando sientas frío
cúbrete con las ramas de mi destino
donde te lleven los pasos
te encontrarás mi te quiero y mi abrazo
hay amor en todas partes
y en cada rincón del mundo
y todos buscando un sueño
cambiamos así de rumbo
si profunda es la distancia
profunda es la lejanía
en un alma peregrina
no existe ciudadanía
la bandera es un dilema, la patria y la geografía
donde quiera que me encuentre
yo siento que es tierra mía
(bis)
tuya y mía
[estribillo:]
Yo quiero ser tu abrigo
si te hace falta el consuelo mío
yo quiero ser tu nido
si necesitas cariño mío
no quiero ser tu olvido
si en todas partes estoy contigo
yo quiero ser tu abrigo
en Madrid y en Nueva York
La Habana está en todas partes
porque la llevas contigo
sin miedo a desarraigarte
yo sé que existen fronteras
en todos los continentes
un sólo sol y una luna te cuidan y alumbran siempre
quisiera ser la mañana y entonar la melodía
esa que me hace crecer cada día
caminos que me separan
y te obligan a escondidas
a ser cautivos de idiomas e ideologías
no seas cautivo de idiomas e ideologías
[estribillo]
Aquí mismito yo estoy contigo.

El saber expresar ideas inteligentes, incluso en una propuesta de clara orientación hacia lo comercial, se trasluce en un álbum como Havana (Generamúsica), realizado por la agrupación homónima dentro de los parámetros del rock latino, con la intención de insertarse en el mercado mexicano, donde el grupo dirigido por Iván Latour se afincó desde 1998. Aunque la reorientación estilística de la banda hasta su desaparición se apartó por completo de las pretensiones conceptuales que animaron el primer fonograma del ensamble, para abordar en lo fundamental una poética en torno al amor, en dicho segundo álbum se incluye un tema tan trascendente como “Otro amanecer”, que transmite el sentir de muchos de los miembros de nuestra generación que han emigrado. En virtud de su armoniosa conjunción entre música y texto, esta creación –escrita por Iván Latour en colaboración con Osamu Menéndez, durante una estadía temporal de ambos en España– clasifica entre lo mejor del rock nacional:

Otro amanecer, lejos de saber,
Si en mi Habana llueve aún,
Ciudad de León, llega esta canción,
La nostalgia crece más;
Mis amigos hoy,
son los emigrantes de cualquier lugar,
Me pregunto aún si me quedarán,
cuerpos que abrazar allí,
Cada vez que pienso en alguien es,
Un cubano que se fue,
Cada vez que miro en mi interior,
Siento el ansia de volver,
Desde afuera vi lo que ya perdí,
Lo que no tendré más,
Mi ciudad natal, pudo ser la más,
Bella de las que ya vi,
Hablo de vivir, no de sucumbir,
Odio las políticas,
Y hablo en nombre de, ellos que no están,
Los que no pudieron más,
Cada vez…

Otro amanecer, lejos de saber,
Si en mi Habana llueve aún.

En el nivel ideotemático, los asuntos de algunas bandas de rock reiteran los postulados de una crisis de los grandes proyectos universales y la fe en las potencialidades del individuo, temas abordados desde un tratamiento íntimo y existencial que en ocasiones contrapuntea con un optimismo mesiánico en una especie de plegaria postmoderna. En tal sentido, un buen ejemplo es el disco Puertas que se abrirán, de Havana. En esta vertiente textual se apela al uso de metáforas sacramentales que el oyente tiene que decodificar, como sucede en el tema «Hijos de San Lázaro», de Zeus, o en «Cristo, nueva fe», de Habana, pieza esta en la que los enunciados no son propiamente predicativos sino alegóricos. Así, las convenciones cristianas son adaptadas a nuestra realidad para de ese modo dimensionarla:

Cristo, nueva fe
asoma en un marco,
sol siempre en la piel
mudo y sin descanso.
Cristo, nueva fe
óleo de mi canto
clavos en la piel;
ya no está sudando.

Cristo, siempre fe
que adora limpiarnos la sien
en pena la suerte
están arruinando la tierra esta vez
vuelve a ser
todo es al revés.
Danos de tu fe,
esa que yo cavo.
la corona aquí
siempre me está hincando.
Cristo ten piedad.
Millones de clavos
no van a entender.
Tú me alegras tanto.
Danos de tu fe…,
me angustia sentir
que la hiel
apura mi muerte;
se están repartiendo mi tiempo
y no sé lo que hacer.
…hazte aparecer.

En el polo opuesto a composiciones como «El Mesías», «Redención de fin de siglo» (también pertenecientes al repertorio de Havana) o el citado «Cristo nueva fe», están quienes desde la escena metalera, y en particular dentro del black metal, intentan perpetuar la diferencia y la actitud iconoclasta, respecto a la falsa santidad de las normas sociales de conducta a través de la exacerbación de contenidos satánicos. Dicho es el caso de los holguineros de la banda denominada Mephisto y de la agrupación habanera Ancestor (Hoy radicada en USA), organizadora esta última del “6.6.6. Fest”, evento que reunía a grupos practicantes de estilos del metal extremo. En lo textual es un discurso que, además, en particular se contrapone a los mensajes y principios de la iglesia católica o doctrina cristiana en general, lo cual lleva a pensar que en el ámbito letrístico, dicha tendencia en el caso cubano resulta algo artificial o, cuando menos, impostada, dada la escasa influencia que de 1959 hacia acá ha tenido en nuestra sociedad la institución dependiente del Vaticano.[1] Téngase en cuenta que, a diferencia del resto de América Latina, Cuba ha sido más laicista como consecuencia de su historia particular, por lo que nuestro pueblo es minoritariamente católico, en el estricto sentido de la palabra.

[1] Para contrastar dos puntos de vista diametralmente opuestos en torno a la existencia en Cuba de bandas de black metal, leer Blanco Encinosa (2005) y Ge (2005).

Ela O’Farrill: Todo el amor del mundo para mi gente de Cuba

Ela O’Farrill: Todo el amor del mundo para mi gente de Cuba

La más reciente emisión del festival Longina, evento de jóvenes trovadores que desde 1997 se celebra en Santa Clara, estuvo dedicada a la décima y a la figura de una creadora procedente de aquella ciudad, la ya desaparecida Ela O’Farrill. Tuve la oportunidad de conocer personalmente a esta hacedora de canciones gracias a la gran Marta Valdés. En la ocasión, le realicé quizá la última entrevista que le hicieran a la compositora de varios clásicos de nuestra cancionística. Dado que en el mes de febrero Ela cumpliría años, me parece oportuno rendirle un modesto homenaje por medio de reproducir la conversación que sostuvimos en nuestro encuentro.

Nacida el 28 de febrero de 1930 en la ciudad de Santa Clara, Ela O’Farrill resulta una de esas figuras imposibles de obviar a la hora de formular la historia de la canción en Cuba. Interpretada por voces que van desde Bola de Nieve, Elena Burke, Omara Portuondo o la cantante española Martirio, hasta Pancho Céspedes, Haila y Haydée Milanés, a la obra de Ela le sucede como al buen vino, que mientras más se añeja es mejor.

Protagonista activa de la noche habanera durante el decenio de los 60, luego echada a menos por varios años y afortunadamente rescatada del olvido en los 90 por las nuevas generaciones de músicos, cuando se reflexiona sobre el devenir de nuestra dinámica intracultural, con hechos que incidieron de forma especial en el destino musical y personal entre nosotros de figuras como la O’Farrill, se percibe de inmediato la necesidad de estudiar los procesos que han chocado, en la música, en lo concerniente a la construcción y reconstrucción del tejido de nuestro campo cultural. Por lo pronto, aquí están los decires de esta mujer, que ha vivido por y para la música cubana de ayer, de hoy y de todos los tiempos.

J.: Pensando en un ciudadano de a pie que no posee profundos conocimientos vinculados a la historia de la música cubana, le pregunto: ¿quién es Ela O’Farrill y cómo se vincula con la creación musical?

E.: Yo empecé a recibir clases de piano a los seis años, porque en mi familia la música siempre estuvo presente. Mi padre era farmacéutico pero ejecutaba el violín y mis tías tocaban piano, así que en la familia se hacían unas tertulias con amigos que venían a cantar en mi casa. Viví ese ambiente desde muy chica. Pese a que yo tenía oído musical, me dediqué a estudiar lo común de cualquier niña y luego entré en la Escuela Normal para formarme como maestra. Ahí comencé a componer, aunque ya a los 13 había escrito mi primera canción.

En la etapa de los estudios en la Normal, mis compañeras de escuela eran quienes interpretaban mis temas. Luego llegó la guitarra, instrumento en el que tuve como primer profesor a Mario Roano, allá en Santa Clara. Él era muy estricto y clásico, mientras que a mí lo que me interesaba era lo popular, escuchar las canciones que pasaban por la radio y sacarles la armonía, por lo que no nos entendíamos. Conocí entonces a Numidia Vaillant, excelente pianista cubana que hoy vive en París, que fue la persona que me puso en contacto con la música del filin y me habló de todo ese grupo de compositores.

Gracias a ella descubrí maravillas como «Contigo en la distancia» y conocí a César Portillo de la Luz. Recuerdo que el día que me lo llevó a casa para presentármelo, a mí me habían sacado una muela, por lo que tenía la cara muy hinchada. Yo no quería salirle en semejante facha a César, pero él me dijo algo que nunca olvidaré: «Mira, acaba de salir, que lo que importa es el contenido y no la envoltura». A partir de aquel encuentro, César y yo nos hicimos grandes amigos.

Por la fecha yo era maestra en el central España, pero comencé a venir a La Habana para tomar clases de guitarra con César, porque lo que yo quería era tocar así como lo hacía él. Yo me enloquecí con el instrumento y practicaba con la guitarra todo el día. Me aprendí la armonía de montones de temas del filin. Me dio mucho trabajo, pero dominé el instrumento. Poco a poco fui conociendo a los demás integrantes del movimiento del filin, gente que sentía lo mismo que yo y hablaban musicalmente un idioma semejante al mío, por lo que no me quedó otro remedio que mudarme para La Habana.

J.: ¿Cuál fue su primera canción que tuvo repercusión?

E.: Aunque ya yo había compuesto varias, la primera que tuvo una verdadera repercusión fue «Adiós felicidad», tema que me trajo a la vez unas cuantas desgracias, porque malinterpretaron su texto. El primero que la grabó fue Oscar Martin, a propósito de un show nombrado Canciones en la noche y que montó Sonia Calero para el salón Parisién del Hotel Nacional, a partir de repertorio de José Antonio Méndez y mío. Yo compuse «Adiós felicidad» después de escuchar un disco de Maiza Matarasso, una cantante brasileña que admiraba mucho y de la que supe que había tenido una vida muy difícil y desdichada. Pensando en ella, su voz y su vida, fue que hice mi composición, que nada tenía que ver con el hecho de que yo le estuviese dando un adiós al pasado, como algunos entendieron, por lo que me acusaron de un montón de infundios. Desde que Oscarito comenzó a cantarme el tema, el mismo siempre ha sido un éxito, gracias a versiones como las realizadas por gentes como Bola de Nieve y más recientemente Pancho Céspedes.

J.: Sin embargo, a mí me parece que ya antes de «Adiós felicidad» otras piezas suyas se habían conocido ampliamente.

E.: En realidad sí. Mi primer intérprete fue Pepe Reyes, que montó algunas de mis canciones gracias a que mi amiga Numidia Vaillant se las mostró. Pero ocurre que por dicha época yo no me dedicaba en plan serio a la composición ni a ser intérprete, pues trabajaba como Maestra en el Central España y venía esporádicamente a La Habana, ocasión que aprovechaba para mostrar mis temas y por suerte, una que otra gente las incorporaba a su repertorio. Sin embargo, no era algo sistemático.

J.: ¿En qué momento usted empieza a ser intérprete de sus composiciones?

E.: Eso fue alrededor de 1960, en el bar del Hotel St. John’s. Me llevó allí el dueto de René y Nelia, una noche en que Frank Domínguez no podía ir a trabajar y me pidieron que yo lo sustituyera. Imagínate tú, fui con tremendo miedo, pero me gustó mucho subirme en el escenario y ahí empecé. Para el artista es muy alentador sentir los aplausos del público, es algo que te agarra y no te suelta. Así que renuncié al magisterio para dedicarme por completo a la música.

J.: Se ha debatido mucho acerca de cuál ha sido la mejor o la peor época para el acontecer de la música cubana. Hay quienes dicen que la década de los 60 resultó la de ambiente más propicio, dada la atmósfera cultural prevaleciente en el país por entonces. Usted, que fue protagonista de la vida musical de esos años, ¿qué recuerdos tiene de la etapa?

E.: La época de los años 60 fue fabulosa, no solo por la calidad del material de la música que se tocaba y se componía, sino también por el nivel de aceptación del público, que entendía toda aquella propuesta. Eso era un gran estímulo para nosotros, los artistas. Además, entre los músicos había un sentido de hermandad, de amistad, de colaboración y protección de unos a otros, porque éramos un grupo que nos queríamos muchísimo. Esto empezó a partir del movimiento del filin y cuando yo me incorporo, en los 60 se produce una continuidad o mejor diría que un renacer de la etapa iniciada en los 50 y quizás hasta antes, a fines de los 40. Fue una época en que cada quien hacía lo mejor que podía, siempre con la preocupación de elevar el nivel musical de nuestro país y aportar algo nuevo, pero con calidad.

J.: En el grupo de creadores del cual usted proviene, había la intención de que los temas que surgían no fuesen interpretados únicamente por el compositor sino que buscaban que fuesen versionados por muchos cantantes. Con las generaciones siguientes, esa tendencia cambió. ¿Cómo le ha ido a usted en el proceso de que otros intérpretes asuman sus canciones?

E.: El hecho de que distintas personas incorporen a su repertorio mis temas, para mí es algo maravilloso y ojalá que las nuevas generaciones gusten de cantar mis piezas. Eso es un placer, un estímulo y un honor. En Cuba se dan muy buenas voces y hay una tradición de excelentes cantantes, que hoy posee continuidad. Cuando Haila grabó en un disco suyo una canción que yo había compuesto para Freddy por encargo de su manager, para mí fue una gran sorpresa, porque Haila no me conocía y no vivió la época en que escribí ese tema. Para un compositor es extraordinario que te sucedan cosas así, ya sea en Cuba o en el extranjero. A todos nosotros, más allá de la condición de que también seamos intérpretes de nuestras propias canciones, siempre nos fascinó que otras personas hicieran suyas nuestras creaciones.

J.: Yo he conversado con su gran amiga Marta Valdés acerca del hecho de que la música de ustedes dos, cuando aparece, es mejor comprendida por una generación mayor a la suya, que por sus coetáneos. Luego hubo un defasaje en la recepción de ese tipo de propuesta y no es hasta los 90, cuando irrumpe una nueva generación de creadores que se identifica con lo hecho por ustedes. Es como que Marta Valdés y usted compusieron para un momento futuro.

E.: Nosotras dos no somos lo que convencionalmente se entiende hoy por cantautores, sino que somos compositoras que interpretan sus temas, hechos para que mucha gente vuelva sobre ellos, que es lo que pasa con las piezas standards. De ahí que nuestras canciones admiten diversas miradas de múltiples generaciones. Las hacíamos porque las sentíamos y las expresábamos. En el filin nunca creímos que lo que componíamos, teníamos que cantarlo nosotros mismos. He ahí un principio que nos diferencia del clásico cantautor, que compone para cantar él su obra, mientras que para gentes como Marta y yo es todo lo contrario, es decir, que pensamos que nuestras melodías las puede decir cualquiera que posea condiciones vocales y sentimiento para ello.

J.: Si usted hace una comparación entre la recepción a su música hace casi 50 años y como la están recibiendo hoy, ¿qué valoración le merece?

E.: Para mí es extraordinario que en un mundo como el de hoy, inundado por canciones que no dicen nada (con perdón de sus autores), pletóricas en letras insulsas y pobres líneas melódicas, todavía haya quien se interese por mi música. Me siento orgullosa y feliz de que personas jóvenes no solo canten mis temas, sino también que los entiendan, asimilen y tomen como suyos. Siempre he querido expresar cosas lindas, buenas, sanas y sentimentales pero profundas, o sea, transmitir algo y no cantar por cantar, como tanto sucede en la actualidad. Si se revisa el repertorio que compusimos en conjunto los integrantes del filin, se verá que son obras que exigen del cantante un esfuerzo porque están llenas de dificultades interpretativas, pero sin renunciar a la belleza sino demandando un crecimiento por parte del vocalista.

J.: En 1969 usted se marcha a vivir en México. A partir de entonces, ¿qué pasó musicalmente en su vida?

E.: Emigrar es duro y hay que adaptarse a las circunstancias. Desgraciadamente, un plato de frijoles no se consigue con una corchea. Esto quiere decir que tuve que hacer concesiones, para mantenerme a mí y a mis padres, que se fueron conmigo. Al radicarme en México, no hice nada más como compositora ni como intérprete. Trabajé en una editora de revistas de música popular mexicana o internacional, publicaciones dirigidas a que los jóvenes que tocaban guitarra pudiesen montar piezas del repertorio de autores como Alberto Cortés, Roberto Carlos y Joan Manuel Serrat. Yo transcribía el cifrado armónico de canciones populares, siguiendo el método que todos los guitarristas en Cuba hemos usado, pero que en México resultaba novedoso. De eso viví durante 24 años, hasta que me jubilé en los 90.

Por otra parte, no sé si la añoranza de Cuba y de mis amigos acá no me dejó sacar a flote mis sentimientos musicales, pero lo cierto es que no pude volver a componer. No te niego que tuve alguna que otra presentación, en la que interpretaba mis temas, los de Marta, César y José Antonio, pero eran actuaciones muy esporádicas y distanciadas en el tiempo. En resumen, lo único que he compuesto desde que me fui de Cuba es la canción que escribí a propósito del cumpleaños 80 de mi buena amiga Elena Burke, nacida un 28 de febrero como yo.

J.: ¿Y cómo surge esa canción?

E.: Fue muy curioso. Yo vengo con frecuencia a La Habana, porque aquí tengo parte de mi familia y a mis amistades. En uno de esos viajes, en los que siempre me reúno con Omara Portuondo porque somos grandes amigas, ella me preguntó que si yo le podría hacer una canción a Elena por sus 80 años. Recuerdo que me miró con una sonrisa, de esas que yo digo que son muy de Omara. Le respondí que me encantaba la idea y que, por lo menos, me permitiese intentarlo. Yo a Elena la quise mucho, muchísimo, fuimos excelentes amigas, así que al retornar a México, lo hice con el barrenillo de que tenía que escribirle una canción. Te juro que al principio no me salía nada, porque de Elena hay tanto que decir y me resultaba muy difícil resumir en una canción todo lo que yo pudiera expresar de ella. Llegué a pensar que no podría, pero estaba convencida de que tenía que hacerlo y así lo quería. Finalmente salió el tema y se lo mandé a Omara por correo, para que ella se ocupase aquí del montaje y la grabación de la pieza.

J.: El hecho de volver a componer (en este caso por encargo), de conectarse de nuevo con algo que en otros tiempos hizo tanto, ¿no le ha revivido ese bichito de la motivación por hacer música?

E.: Siéndote sincera, el bichito siempre está vivo y en ocasiones hasta reanimado. Lo que pasa es que a veces una o no se da el tiempo para ello, o siente que no es el momento porque no va a haber gente que te interprete lo que compones. Pero lo cierto es que la música no puede morir dentro de mí. Últimamente, estando sola, tengo la sensación de que escucho música, como si me la estuviesen cantando al oído. Para esos instantes, dispongo de una pequeña grabadora en la que registrar lo que me viene a la cabeza, porque si no lo hago así, al rato se me olvida. O sea, que sí, que ahora de vez en cuando hago alguna cosa.

J.: Con sus viajes a La Habana, ¿ha podido estar al tanto de lo que sucede musicalmente por acá?

E.: En realidad no mucho. Mi querida Marta (Valdés) me pasa algunas cosas de las que van saliendo, pero ello no es suficiente para poder hacerme un juicio exacto de lo que acontece en materia de música. Sí te puedo decir que yo tengo la sensación de que, no solo en Cuba sino a nivel mundial, la música nuestra se está perdiendo y cuando te digo nuestra me refiero al filin, porque yo soy filinera ciento por ciento. Para mí sería en extremo doloroso que en este país algo tan hermoso como el filin y que es parte de una tradición nacional de música romántica, quedase relegado a un segundo plano. Marta me dice que no, que por suerte ahora se está recuperando de la mano de gente muy joven, que se ha identificado con nuestras canciones.

J.: A propósito de que gente joven en Cuba está retomando sus canciones y volviéndolas a grabar, y dado que usted viene con frecuencia por acá, ¿no se motiva a presentarse en algún escenario cubano?

E.: ¡¿Al cabo de tantos años?! Hay que pensarlo y no porque no quisiera, tengo todo el amor del mundo para mi gente de Cuba, pero no sé si a estas alturas de la vida mis capacidades personales me permitirían hacer algo así.

J.: Después que tanta gente le ha interpretado sus canciones y que muchas de ellas se han convertido en éxitos, ¿qué sueño le quedaría a usted por realizar en materia de música?

E.: Para mí lo fabuloso fuera que me cantaran aquí en Cuba, que es mi tierra, mi país. Ese es mi sueño de ahora y de siempre: que en mi Patria sigan interpretando mis canciones y que no me olviden.

Mr. Babalú

Mr. Babalú

Por Tony Pinelli

Muchas de las grandes estrellas de la leyenda musical cubana, nacieron en el primer cuarto del siglo XX y lograron la hazaña de crear formas de cantar, componer, tocar y bailar, que hicieron grande en el ámbito internacional a nuestra música, concentrando en ellos el concepto de “lo cubano” al punto de influir hasta el presente, en la manera de hacer de miles de creadores venidos al mundo en Cuba y otras latitudes, donde se admira nuestro desempeño musical.

Uno de esos grandes artistas fue Miguel Ángel Eugenio Zacarías Valdés y Valdés (La Habana, 6 de sept. de 1912 – Bogotá, 8 de nov. de 1978), conocido por Miguelito Valdés y también por Míster Babalú, gracias al éxito obtenido por su excelente versión del afro “Babalú” de Margarita Lecuona, que cantó por primera vez con la legendaria orquesta Casino de La Playa, en Cuba, aunque cuentan que fue el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, quien le puso el apodo de Mr. Babalú, cuando se conocieron personalmente.

Miguelito, al igual que muchos triunfadores de su generación, nació en el seno de una familia humilde en el habanerísimo barrio de Belén, aunque su familia se mudó cuando aún era muy niño al no menos habanero barrio de Cayo Hueso, donde aprendió a “mecaniquear” como se dice popularmente en Cuba a aquellos que pueden tener virtudes para la mecánica, pero no han estudiado formalmente el oficio y también sostuvo aspiraciones en el esforzado mundo del boxeo, otra de las vías para llegar a la fama en aquella época.

Por suerte, también participó en un sexteto formado por muchachos del barrio, donde
–gracias a su musicalidad– tocaba guitarra, tres, contrabajo, maracas y cantaba, lo que le permitió formar parte del famoso Sexteto Occidente de la Princesa Eterna de la Trova: María Teresa Vera, para pasar posteriormente por otras agrupaciones, como Jóvenes del Cayo, las charangas de Ismael Díaz, Orquesta Gris y Habana.

 Era innegable que Miguelito, poseedor de un espíritu inquieto y aventurero, estaba destinado a triunfar. Ya en 1934, realizó su primera gira a Panamá, que siempre ha recibido con agrado a los grupos de música cubana y de regreso, ingresó en la orquesta de los Hermanos Castro, donde cantó hasta 1936, cuando junto a un grupo de músicos deciden fundar la Casino de la Playa, con la que logró un gran éxito con números como Brucca Maniguá, del gran Arsenio Rodríguez y fue una de las cartas de triunfo de la agrupación para escalar los primeros lugares de la preferencia popular.

Hay que decir, como parte del entorno social de ese entonces, que las orquestas para blancos, que constituían el segmento social dominante, no admitían, sobre todo como cantantes, negros y mulatos, pero Miguelito –“mulato de pelo bueno”, según el decir popular- fue de los primeros en romper esa odiosa barrera racial y se convirtió en todo un éxito. Tres años estuvo con la Casino de la Playa, hasta 1939, luego, en 1940, grabó algunos números con la Havana Riverside para partir ese mismo año con rumbo a New Jersey, donde ya un nutrido grupo de artistas cubanos habían tenido éxito grabando numerosos discos.

De New Jersey se desplazó a la vecina Nueva York y logró ingresar en la orquesta de lo que se puede calificar como todo un personaje y gran negociante: Xavier Cugat.

Francesc d`Assís Xavier Cugat Mingall, nació en Gerona, Cataluña el 1º de enero de 1900 y falleció, después de darle la vuelta al mundo, en Barcelona, para ser sepultado en la propia Gerona, el 27 de octubre de 1990.

Con sólo cinco años, su familia emigró a Cuba, donde estudió violín y tuvo la oportunidad de trabajar en el Teatro Nacional en La Habana, lo que le dio un formidable entrenamiento como ejecutante de todo tipo de música y partituras, propias de la amplia programación del teatro. Ya en 1915, Cugat emigra a los EEUU y participa en una banda musical llamada Los Gigolós tocando tangos, al mismo tiempo que dibujaba tiras cómicas para Los Ángeles Times y era capaz de “poner Pepsi Cola en el aire” para ganarse la vida.

En 1940, cuando Miguelito entra en su orquesta, logra un exitazo con la versión que grabaron de “Perfidia”, del mexicano Abel Domínguez, lo que asienta a Miguelito en el medio artístico.

Miguelito Valdés, que aprendía rápido, aprovechó muy bien el tiempo con Cugat, que tocaba los más diversos ritmos de moda, sobre todo los de origen cubano, aunque hacía sambas y todo lo que pudiera llamar la atención, logrando así llegar a la gran pantalla, donde trabajó en varias películas, siempre al frente de su orquesta –a veces con un perrito chihuahua en sus brazos mientras dirigía la banda- tocando un número cubano en pantalla con los bailarines con sombreros cordobeses o mexicanos tocando maracas y otros anacronismos de un cine lastimosamente ignorante, aunque Cugat –al menos– admitió en una entrevista: “Para triunfar en los Estados Unidos le di a los norteamericanos música latina que no tenía nada de auténtica”.

Miguelito abandona la orquesta de Cugat por discusiones acerca del salario e ingresa en la famosa e importante orquesta de Frank Grillo, “Machito y sus Afrocubans”, otro cubano ilustre, que el 2012 cumplió su centenario de nacido, el 16 de febrero de 1912, en La Habana, aunque hay algunos historiadores que lo reflejan nacido en Tampa y falleció en Londres el 16 de abril de 1984.

Miguelito estuvo varios años con esta orquesta y realizando grabaciones en general; vino a Cuba en numerosas ocasiones, actuando en los más populares programas de televisión. En 1947, convenció y le dio trabajo en su orquesta en Nueva York a su amigo, el legendario tumbador Luciano “Chano” Pozo, que después tocara con Dizzy Gillespie para alcanzar la inmortalidad por su aporte extraordinario al cu-bop y a la historia del jazz latino.

 Fue un hombre franco y afable, que alcanzó la hermosa reputación de ayudar a todo aquel al que podía tender una mano. Cuando surgió la esperanza de que el Dr. Ramón Castro Viejo pudiera operar de la vista al Ciego Maravilloso de Güira de Macurijes, Arsenio Rodríguez, ahí estuvo Miguelito Valdés en primera fila, como lo estuvo también en darle una mano para comenzar su carrera al gran compositor manzanillero Julio Gutiérrez.

Sus discos ya habían caminado por varios países, dándole fama y prestigio, llegando a ser uno de los cantantes mejor pagados en el mundo latino de los años 50 en Nueva York. Su carisma e histrionismo le consiguieron un lugar especial. Miguelito, que había hecho de la conga cubana una de sus más fuertes expresiones escénicas, salía con una tumbadora en bandolera y ya fuera correctamente vestido, con traje, cuello y corbata, o con una camisa “guarachera”, actuaba de forma intensa, sin importarle terminar con el pelo sobre sus ojos, lo que al público le encantaba.

Como compositor, también tuvo éxitos como “Dolor cobarde”, “Loco de amor”, “Oriente”, “Vienen regando flores”, el bellísimo tema de una de nuestras comparsas habaneras más famosas: “Las Jardineras”; “Los componedores” y como artista en general, ya era una relevante e indispensable personalidad en el mundo artístico cubano. Tropicana lo contrataba como atracción, al nivel de las grandes estrellas, tanto del patio como internacionales que prestigiaban al cabaret, entre los más exclusivos del mundo que a la vez, enriquecían su currículo al haber actuado en sus famosas pistas.

Ya la fama de Miguelito se había extendido y logró hacer plaza fuerte para sus éxitos a numerosos países de América Latina, por donde realizó varias giras. El 8 de noviembre de 1978, cuando contaba con 66 años y se mantenía activo como cantante, la muerte lo sorprendió en plena actuación en el Salón Rojo del Hotel Tequendama en Santa Fe de Bogotá en Colombia. Murió cantando, haciendo lo mismo que lo sacó de la pobreza y le dio fama y fortuna y estoy seguro que la muerte que tuvo, aun buscando el aplauso por el que tanto luchó, fue su mejor despedida. En Cuba se le recuerda poco, sólo los conocedores y estudiosos de la música cubana y su historia lo evocan como el gran difusor de nuestra música autóctona, que gracias a su talento y carisma y a su legitimidad como cubano, contribuyó a convertirla en una de nuestros más hermosos tesoros.

Fuentes: Cristóbal Díaz Ayala; Helio Orovio, Bladimir Zamora, archivo del autor.

Jazz Plaza 2019: Una fiesta innombrable

Jazz Plaza 2019: Una fiesta innombrable

Con el concierto del pianista cubano Roberto Fonseca en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional, concluyó de manera oficial la 34 edición del Festival Internacional Jazz Plaza 2019. Para quienes hemos seguido el desarrollo de este evento desde sus comienzos allá por 1980 cuando surgió en la instalación ubicada en la esquina de Calzada y 8, Vedado, gracias a la iniciativa de Bobby Carcassés y de Armando Rojas, la recién cerrada emisión ha sido si no la mejor, al menos una de las de mayores aciertos durante los 39 años de vida del encuentro de los jazzistas cubanos.

Después de 34 ediciones, en la actualidad el Jazz Plaza se consolida como un evento de gran prestigio a escala internacional y como  una evidencia del movimiento jazzístico que entre los músicos de nuestro país, ya sea en Cuba o en la diáspora,  se proyecta por defender un sonido legítimo y revolucionario que ya trasciende las fronteras de lo que se conoce como jazz afrocubano.

Sucede que como se pudo comprobar a lo largo de las jornadas transcurridas entre el 14 y el 20 de enero de 2019, el jazz hecho hoy por nuestros compatriotas apuesta por la mixtura de estilos y géneros, como parte del proceso de hibridación que en el presente vive toda una zona de la música cubana.

Durante una semana, la capital cubana y la oriental provincia de Santiago de Cuba fueron testigos de la diversidad de propuestas jazzísticas llegadas hasta aquí de la mano de más de 100 músicos foráneos procedentes de países como Estados Unidos, España, Argentina, Italia, Colombia, Uruguay, Brasil, Alemania, Noruega, Austria, Canadá, Ecuador, Australia, Gran Bretaña, Israel, Suecia, Puerto Rico, Mali y Bélgica. Al grupo de visitantes se añadió una destacada lista de instrumentistas residentes en Cuba y una nutrida representación de compatriotas que en la actualidad radican en disímiles puntos de la geografía internacional, pero que mantienen vivos sus lazos con la tierra que les vio nacer y donde se formaron como músicos.

Figuras como los bateristas Dave Weckl, Dennis Chambers y David Viñolas, el bajista Jeff Berlin, el tecladista David Sancious, el guitarrista Oz Noy, el flautista Néstor Torres, los pianistas Arturo O´Farrill, Jordi Sabatés y Adrián Iaies (este último, también director del festival de jazz de Buenos Aires), el guitarrista y tresero Benjamin Lapidus, las cantantes Joss Stone, Emma Pask y Patricia Kraus (hija del famoso tenor), el saxofonista Víctor Goines, la guitarrista Leny Stern, y la Preservation Hall Jazz Band son nombres de primera plana en el universo jazzístico mundial y que, por separado cada uno de ellos, funcionan a manera de cabezas de festivales en cualquier rincón del planeta.

No está demás acotar que muy pocos eventos de jazz en Europa, Canadá  o Estados Unidos se pueden dar el lujo de programar a la vez tantos escenarios simultáneos, durante la cantidad de días que duró el Jazz Plaza 2019 y además con una nómina de participantes tan sobresaliente y que, bueno es decirlo, intervienen en el evento por amor al arte y en este caso no se trata de una metáfora sino de la más exacta realidad pues no reciben remuneración alguna por tocar.

Como parte del programa de actividades del 34 Festival Jazz Plaza 2019, sesionó también  el Coloquio Internacional Leonardo Acosta in Memoriam, encuentro teórico devenido en eco del acontecer jazzístico en la isla y que ha tenido a la musicóloga Neris González Bello como organizadora y alma impulsora del acompañamiento reflexivo de la fiesta del jazz entre nosotros.

Homenajes a las casas discográficas EGREM, Colibrí y Bis Music por el quehacer de cada una en la producción de fonogramas cubanos de jazz, presentación de nuevos CDs y DVDs, clases magistrales y tributo a personalidades como Benny Moré y Niño Rivera o a las orquestas Aragón y Los Van Van, fueron algunas de las actividades llevadas a cabo en el Coloquio y que una vez más sirvió para promover el intercambio académico, visibilizar la escena jazzística cubana desde múltiples perspectivas y resaltar los aportes que a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI nuestra gente ha hecho con sus obras en pro del desarrollo del género en, desde y fuera de nuestro país.

En la reciente edición del Jazz Plaza, un mérito especial del coloquio fue que también llegó a la provincia de Santiago de Cuba (algo inédito hasta este año), donde los espacios de debate se caracterizaron por conferencias magistrales sobre el desempeño de los jóvenes en el género, presentaciones de libros y revistas, así como disertaciones en relación con la siempre cambiante industria musical.

Por supuesto que el Jazz Plaza no es perfecto y todavía quedan cosas pendientes por resolver para que el festival esté acorde con las potencialidades que posee. Entre los aspectos que resultan más negativos mencionaría la inapropiada promoción que previo al evento circula por Internet y que incluso, llega al disparate de anunciar a figuras que se sabe no intervendrán en el certamen por tener en las mismas fechas otros compromisos. Tal fue el caso de cuñas promocionales que en esta ocasión aparecieron en distintos sitios cubanos en el ciberespacio y donde vendían a Chucho Valdés como figura central del Jazz Plaza 2019, cuando se conocía que él no participaría. Ello es una acción irrespetuosa, tanto para el posible público interesado como para el propio artista.

Por otra parte, personalmente conocí de músicos que deseaban venir y que no pudieron hacerlo porque las invitaciones formales que debían recibir no llegaron a tiempo para gestionar patrocinadores que les permitieran costear los gastos para viajar a Cuba e intervenir en el festival. Ello es señal de que todavía hay que ajustar determinados mecanismos organizativos para que algo así no ocurra.

Igualmente, aún no se ha conseguido la apropiada y necesaria articulación de nuestro movimiento jazzístico con otros entornos, en especial los del área caribeña. En ese sentido, sé que los organizadores del Jazz Plaza (en particular Roberto Fonseca) sueñan con la existencia de todo un circuito de festivales de Jazz en el Caribe, a la usanza de lo que acontece en Europa durante el verano, en el que se incluyan eventos del género como los de República Dominicana, Isla Margarita, Cancún, Panamá, el nuestro…, y que contribuiría al crecimiento del turismo especializado en la zona.

Por lo pronto y mientras un sueño así se llega a concretar, los organizadores del Jazz Plaza deberían comenzar a trabajar temprano en la preparación del encuentro correspondiente a 2020, pues en esa 35 emisión se celebran los 40 años de que esta fiesta innombrable de los jazzistas cubanos y de los amantes del género entre nosotros echara a andar en el modesto teatro de la Casa de Cultura de Calzada y 8 en el Vedado. Por lo mucho y bueno que de entonces a acá nos ha regalado este festival, se merece que al arribar a sus cuatro décadas de existencia, el cumpleaños lo festejemos por todo lo alto. Digo yo.

A propósito de rock de Hungría: Ringasd El Magad

A propósito de rock de Hungría: Ringasd El Magad

Felipe Morfa, uno de los directores de programas radiales de música que más respeto, en virtud de su buen gusto, sentido de búsqueda en cuanto a grabaciones del pasado y del presente, así como por la defensa que hace de la promoción de la música cubana al margen del sitio donde se haya registrado, ha prometido pasarme toda la discografía de Locomotiv GT. Es casi seguro que dicho ensamble poco o nada represente para las nuevas generaciones de melómanos cubanos, pero para los que andamos por la media rueda y gustamos del rock, esa banda húngara es parte de nuestra memoria sonora.

Nombres como Five Moto Rock, Kati Kovacs, Fonograf y los aludidos Locomotiv GT se dieron a conocer en Cuba durante los 70. Tuve la dicha de asistir a las presentaciones de LGT siempre que nos visitó y en particular, tengo grabada en la mente dos de sus conciertos aquí. Uno, el efectuado en el Kart Marx ante un público que repletó el teatro, y otro, llevado a cabo en el Cristino Naranjo, con una audiencia reducida y menos interesada en la propuesta sonora, pero eso sí, con una oferta de comida y cerveza abundantes, y al que pude ir gracias a mi amiga Nancy, compañera del preuniversitario en el que yo estudiaba entonces, que me cedió las invitaciones dadas a sus padres.

Del grupo encabezado por Gábor Presser evoco una pieza como «Lady of the night», tema grabado en inglés pues la banda editó varios discos en dicho idioma con el fin de penetrar el mercado estadounidense y el británico, país este donde la agrupación llegó a interactuar con el legendario Jack Bruce, quien intervino como invitado en un LP de la formación. Ahora bien, sin discusión alguna el corte más popular de LGT en Cuba fue «Ringasd El Magad», que entre nosotros se coreó hasta el cansancio.

Por la ya lejana época, entre los más duchos en materia de rock por acá, con frecuencia Locomotiv GT era comparado con otros compatriotas suyos, el grupo denominado Omega. Cultores de un rock progresivo que en etapas se tornó más o menos cercano al hard rock, lamentablemente este ensamble icónico de la escena underground húngara, nunca vino a Cuba y sus grabaciones solo circularon entre unos pocos afortunados.

Según el criterio de los especialistas, el período de los años 70 resulta el momento de mayor esplendor para el rock en Hungría, dada la coexistencia de bandas como las mencionadas LGT y Omega, junto a otras como Edda, Piramis, Cartago y Solaris. En semejante listado de grupos, Omega es valorada como todo un símbolo. Con cerca de 20 álbumes publicados, los líderes del ensamble han sido László Benkő (cantante, pianista y flautista) y János Kóbor (vocalista y guitarrista). Entre sus producciones fonográficas de mayor interés, yo mencionaría Omega Red Star from Hungary y 10000 lépés, al que pertenece su canción más conocida internacionalmente, «Gyöngyhajú lány», versionada en la década de los 90 por los alemanes de Scorpions con el título de «White Dove».

Un colectivo clásico del mejor rock húngaro de todos los tiempos es Edda, también conocido como Edda Művek. Con más de cinco millones de ejemplares de su discografía vendida en Europa, ellos son valorados en su país natal como una banda de culto. A lo largo de su historia, numerosos integrantes han pasado por las filas de la agrupación, en la que la columna vertebral ha sido el vocalista Attila Pataky. Su debut fonográfico se produce en 1980, con el LP nombrado Edda Művek 1, de notable éxito en Hungría. Su disco más reciente data de 2012 y lleva por nombre Inog a világ (El mundo se tambalea).

Si bien tras el derrumbe del socialismo en las naciones de Europa del Este, para nosotros se ha tornado muy difícil acceder a lo que en materia no solo de música sino de cultura en general acontece en un sitio como el país magiar, de cuando en vez algo nos llega. Así, para los interesados en materia de rock sugiero buscar grabaciones de grupos húngaros de los últimos tiempos, como por ejemplo, Intim Torna Illegál (ITI), cultores de un sonido aproximado al del rock alternativo y al menos con dos discos que yo conozca: Cirkusz Kísérlet; y Turbo, interesantísimo ensamble de rock psicodélico progresivo, como se evidencia al escuchar sus CDs Vol1 Lost Measure.

Con nombres y textos de melodías impronunciables, dado lo complejo del idioma, ello no es óbice para no indagar por lo que en rock y metal se hace hoy en Hungría pues nadie sabe si por ahí nos pudiéramos encontrar con el equivalente de lo que en su momento fue «Ringasd El Magad».

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