Categoría: Literatura

Poemas de Rosie Inguanzo

Poemas de Rosie Inguanzo

Conocí a Rosie Inguanzo gracias a Alfredo Triff. Confieso que hasta ese instante, no había leído nada de esta escritora, actriz y profesora de origen habanero, pero radicada en Miami desde 1985. A Triff lo admiraba desde que yo era un adolescente y supe de su trabajo musical con el grupo Arte Vivo, una agrupación que allá por la segunda mitad de los setenta me voló la cabeza. Por ese camino, muchos años después, yo había reseñado un disco de Alfredo y no recuerdo cómo, un día en una visita suya a Cuba, él se me apareció en casa junto con Rosie.

Aquella tarde hablamos largo rato sobre lo humano y lo divino. Así, fuimos pasando del tema musical (pasión que nos une a Alfredo y a mí), al mundo de la literatura, al teatro, a la puesta que por esas fechas  tenía montada El Público bajo la dirección de Carlos Díaz y de tal suerte, supe que Rosie era una actriz poeta o una poeta actriz. Por supuesto que de ahí en adelante, busqué sus textos en Internet y me enteré de la caracterización que hace de su alter ego Eslinda Cifuentes.

Obra de Rosie Inguanzo

Doctorada en Español y Literatura Iberoamericana por la Universidad Internacional de la Florida (FIU), los escritos de Rosie Inguanzo pueden ser leídos fundamentalmente en Tu miami blog y en lo que ella denomina su Blogoarchivo.

Hasta el presente, esta importante creadora cubana ha publicado tres libros, uno de narrativa titulado La Habana sentimental (Bokeh, Leiden: 2018), y dos de poesía, Deseo de donde se era (Nos y otros Editores, Madrid: 2001) y el más reciente, La vida de la vida(Hypermedia, South Carolina: 2018). De este último, para los lectores de Miradas Desde Adentro, en especial los que viven en Cuba, reproduzco hoy algunos poemas, con la intención de que, aunque sea de forma breve, tengan una mínima idea de por dónde se mueven las inquietudes estéticas de mi admirada y apreciada Rosie Inguanzo.

Tres poemas

Rosie Inguanzo

1¿Qué comen las princesas?

(W. G. se pregunta desde La Habana, ¿qué comen las princesas?)

La princesa de mi cuento

come carne humana

traga perlas

semen

zumo de violetas

una gota de miel de flor de azahar sobre un labio

dos hojas de menta

espuma del Pacífico

cáscara de piña

casquitos de guayaba

mejunje de polvillo de mariposa azul brasileña

virutas de nube

algas untadas al atún

ajonjolí escaso sobre el blanco

arroz mosqueado

y flotando en zumo de melón

masa de mamoncillo

salpicado con pepitas de almendra blanca

declarándose en régimen de flores de estación

volcada sobre el monto del jardín

mordisquea la corola de una lila

su pecho transparente

retumba como tambor africano

cuando consume melaza

y ella se excusa con un mohín, “es el pecho, no yo”

y enfunda sus manitas agitadas en chiffon tornasolado

come termitas

colectadas por los mbuji

—pigmeos del río Ituri—

traídas con dificultad

desde los densos bosques que dominan los bantú

come pececitos dorados

vivos

batallan en su boca

boca

cobre nacarado

hurga desganada la memoria etílica:

alacranes en vodka

boquerones ahogados en aceite de ajonjolí

luego rociados con absenta

antojadiza

ñoña

sopla polvorones de avellanas

minas de limón estallan en su boca mínima

digiere chucherías tales

fierecilla la princesa

un cuadro que es un crimen, ella

una niña que es un animal voraz

tragante perfecto su boca

infestada de sangre

para dañársela

lastimarle la boca

loto oscuro su boca

orificio humectado

cuando timbra la voz

tiembla la llaga morada de su boca

molusco enano

la boca

se restriega contra el cojín de seda azul

lame el té con desgano

en las encías

masa de coco

ahí abajo

baba blanca

blanda membrana

hoyo inescrutable

grutas de pétalos sus bocas:

deshilachado el corpiño

la oreja

el seno

el ano

sudado

brocado sobre el lino blanco

una inicial ignota

talle tatuado

zanja de tinta

golosa Su Alteza:

engulle golosina prieta

dulce de leche quemado

le chorrea por las comisuras

de la otra boca

y para mortificar al esclavo jenízaro que maltrata

unta vinagre dulce a la mordida

y en ardor

relame el glande magullado

empujando con la lengua

—partida en dos—

cual culebrilla roja.

Las nalgas de la princesa

Cáliz cilíndrico la oreja

quebradiza la mirada negra

hojuelas rosadas en el pecho

clavel el seno

aguanosa fruta dentro

cangrejo de oro con ojos de jade

horadado al ombligo

su útero que es un caballito de mar

víscera de acero

deformada cinta de sangre

duro y tenaz el músculo del sexo

pielcilla en dos tajos

gajos de la pulpa

de tinta de cúrcuma

de resina la raíz sanguínea

marañón el ano

pliego embadurnado en olor agrio

zarzas en la tela del lago

y los ojos gastados como almendros mustios

y esboza un silencio de pez

y la tibieza de sus nalgas sobre la seda del agua.

Costumbres masculinas

Frecuenta a hombres

los escoge de la soldadesca

(y entregándose a las sevicias carnales)

los azota con una vara de bambú

y bajo la seda

se complace en las marcas que deja el gajo

de sus escarceos amorosos y afición a los efebos

dice que son calumnias difundidas por los ministros.

no tiene interés en visitar el gineceo imperial y su millar de hembras

—bajo sombrillas bordadas

jóvenes inocentes se comportan con vergüenza y con arte

durante el reinado del emperador amarillo

al sur del Río Azul

cuando llega la noche

una multitud de bellas mujeres se prende como antorchas

y los hombres se precipitan a tomar sus flores

sus miembros de sándalo blanco —los brazos rémoras

sus labios de cúrcuma

sus senos medusas

sus nalgas de nieve

sus muslos cardúmenes

Nan Nan se ha lavado los pies con agua de loto

y se pregunta —como quien busca donde posarse—

¿es esto la felicidad?

mientras bajo un cerezo rojo

se oyen los rezos

de ciertas mujeres que nacen en cuerpos equivocados.

Poemas de Roberto Fernández Retamar

Poemas de Roberto Fernández Retamar

No es noticia: el poeta, ensayista, profesor universitario y Presidente de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar recién hace una semana ha pasado a otra dimensión. Yo pudiese escribir un larguísimo texto para referirme al importante rol que este hombre, autor de versos memorables al corte de ”Elegía como un himno” o “Juana y otros poemas…”, por solo mencionar un par de ejemplos, y de ensayos tan trascendentes como Calibán, ha desempeñado en la historia de la literatura cubana y de toda nuestra cultura.

Empero, en mi caso personal prefiero rendirle tributo según lo que para mi concepto resulta el mejor modo de evocar a un poeta, es decir, justo por medio de leer su poesía. Por ello, en el cúmulo de su numerosa obra en versos, escojo varios textos para compartirlos con los lectores de Miradas Desde Adentro y así, estimular a quienes no han leído a Fernández Retamar a que busquen sus libros y disfruten de una poética que, desde lo íntimo y cotidiano, nos estremece tanto por lo que dice como por la fidelidad que expresa al sempiterno reino de la poesía.

Breve selección de poemas de Roberto Fernández Retamar

A MIS HIJAS

Hijas: muy poco les he escrito,

y hoy lo hago de prisa.

Quiero decirles

que si también este momento pasa

y puedo estar de nuevo con ustedes,

en el sillón, oyendo el radio,

cómo vamos a reírnos de estas cosas,

de estos versos y de estas botas,

y de la cara que ponían algunos,

y hasta del traje que ahora llevo.

Pero si esto no pasa,

y no hay sillón para estar juntos,

y no vuelven las botas,

sepan que no podía

actuar de otra manera.

Estén contentas de ese nombre

que arrastran como un hilo

por papeles.

Disfruten de estar vivas,

que es cosa linda,

como nosotros lo hemos disfrutado.

Quieran mucho las cosas.

Y recuérdenme alguna vez,

con alegría.

LA PRIMERA VEZ

En países y más países,

Casas, hoteles, embajadas,

Suelos, hamacas, autos, tierra,

Rodeados de agua o sobre el lino.

Olor de desnudez primera.

Vasija de arcilla sonora.

Sorprendente, augusta, profunda.

Camanances, colinas, bosques.

Como leones, como santos.

Lo antiguo, lo simple, lo súbito.

La plegaria, el descubrimiento.

La conquista, la reconquista.

El relámpago de ojos de humo.

Cada desgarradura sólo

Para encenderse con más fuego,

Con más seguridad de aurora.

Ya él no puede perderla más.

Ya la perdió toda una vida.

Ahora de nuevo y para siempre

Va a amarla por primera vez.

EL PRIMER OTOÑO DE SUS OJOS

Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,

Pedazos del castillo del día

Sobre los muertos pensativos.

Mientras la luz se filtra entre las ramas,

El aire frío esparce las memorias.

Es el primer otoño de sus ojos.

Cuánto camino andado hasta la huesa

Donde se han ido ahilando

Los amigos nocturnos del vino

Y los lejanos maestros.

Quedar como ellos profiriendo flores,

Quedar como ellos perfumando umbrosos,

Quedar juntos y dialogar

En plantas renacientes,

Para que nuevos ojos escuchen mañana

En el cristal de otoño

Los murmullos de corazones desvanecidos.

ANIVERSARIO

Me levanto, aún a oscuras, para llevar a arreglar unas ruedas del auto, que sigue roto,

Y al regreso, cuando ya ha brotado el hermoso y cálido día,

Te asomas a la ventana que da al pasillo de afuera, y me sonríes con tus ojos achinados del amanecer.

Poco después, a punto de marcharme para ir a revisar unos papeles,

Te veo cargando cubos con nuestras hijas,

Porque hace varios días que no entra agua, y estamos sacando en cubos la poca que haya en la cisterna del edificio.

Y aunque tengo ya puesta la guayabera de las reuniones, y en una mano la maleta negra que no debo soltar,

Ayudo algo, con la otra mano, mientras llega el jeep colorado.

Que demora poco, y al cabo me arrastra de allí: tú me dices adiós con la mano.

Tú me decías adiós con la mano desde este mismo edificio,

Pero no desde este mismo apartamento;

Entonces, hace más de veinte años, no podíamos tener uno tan grande como éste de los bajos.

El nuestro era pequeño, y desde aquel balcón que no daba a la calle,

Pero que yo vislumbraba allá al fondo, cuando cruzaba rápido, en las mañanitas frías, hacia las clases innumerables de introducción al universo,

Desde aquel balcón, allá al fondo, día tras día me decías adiós, metida en tu única bata de casa azul, que iba perdiendo su color como una melodía.

Pienso estas cosas, parloteando de otras en el jeep rojo que parece de juguete,

Porque hoy hace veintidós años que nos casamos,

Y quizá hasta lo hubiéramos olvidado de no haber llegado las niñas (digo, las muchachas) a la hora del desayuno,

Con sus lindos papeles pintados, uno con un 22 enorme y (no sé por qué) dos plumas despeluzadas de pavorreal,

Y sobre todo con la luz de sus sonrisas.

¿Y es ésta la mejor manera de celebrar nuestros primeros veintidós años juntos?

Seguramente sí; y no sólo porque quizá esta noche iremos al restorán Moscú,

Donde pediremos caviar negro y vodka, y recordaremos a Moscú y sus amigos, y también a Leningrado, a Bakú, a Ereván;

Sino sobre todo porque los celebraremos con un día como todos los días de esta vida,

De esta vida ya más bien larga, en la que tantas cosas nos han pasado en común:

El esplendor de la historia y la muerte de nuestras madres,

Dos hijas y trabajos y libros y países,

El dolor de la separación y la ráfaga de la confianza, del regreso.

Uno está en el otro como el calor en la llama,

Y si no hemos podido hacernos mejores,

Si no he podido suavizarte no sé qué pena del alma,

Si no has podido arrancarme el temblor,

Es de veras porque no hemos podido.

Tú no eres la mujer más hermosa del planeta,

Esa cuyo rostro dura una o dos semanas en una revista de modas

Y luego se usa para envolver un aguacate o un par de zapatos que llevamos al consolidado;

Sino que eres como la Danae de Rembrandt que nos deslumbró una tarde inacabable en L`Ermitage, y sigue deslumbrándonos;

Una mujer ni bella ni fea, ni joven ni vieja, ni gorda ni flaca,

Una mujer como todas las mujeres y como ella sola,

A quien la certidumbre del amor da un dorado inextinguible,

Y hace que esa mano que se adelanta parecida a un ave

Esté volando todavía, y vuele siempre, en un aire que ahora respiras tú.

Eres eficaz y lúcida como el agua.

Aunque sabes muchas cosas de otros países, de otras lenguas, de otros enigmas,

Perteneces a nuestra tierra tan naturalmente como los arrecifes y las nubes.

Y siendo altiva como una princesa de verdad (es decir, de los cuentos),

Nunca lo parecías más que cuando, en los años de las grandes escaseces,

Hacías cola ante el restorán, de madrugada, para que las muchachas (entonces, las niñas) comieran mejor,

Y, serenamente, le disputabas el lugar al hampón y a la deslenguada.

Un día como todos los días de esta vida.

No pido nada mejor. No quiero nada mejor.

Hasta que llegue el día de la muerte.

HACIA EL ANOCHECER

Hacia el anochecer, bajábamos

Por las humildes calles, piedras

Casi en amarga piel, que recorríamos

Dejando caer nuestras risas

Hasta el fondo de su pobreza.

Y el brillo inusitado del amigo

Iluminaba las palabras todas,

Y divisábamos un poco más,

Y el aire se hacía más hondo.

La noche, opulenta de astros,

Cómo estaba clara y serena,

Abierta para nuestras preguntas,

Recorrida, maternal, pura.

Entrábamos a la vida

En alegre y honda comunión

Y la muerte tenía su sitio

Como el gran lienzo en que trazábamos

Signos y severas líneas.

OYENDO UN DISCO DE BENNY MORÉ

Es lo mismo de siempre:

¡Así que este hombre está muerto!

¡Así que esta voz

Delgada como el viento, hambrienta y huracanada

Como el viento,

es la voz de nadie!

¡Así que esta voz vive más que su hombre,

Y que ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas, un sombrero

Con alas voladoras enormes

¡y un bastón!

¡Así que esas palabras echadas sobre la costa plateada de Varadero,

Hablando del amor largo, de la felicidad, del amor,

Y aquellas, únicas, para Santa Isabel de las Lajas,

De tremendo pueblerino en celo,

Y las de la vida, con el ojo fosforescente de la fiera ardiendo en la sombra,

Y las lágrimas mezcladas con cerveza junto al mar,

Y la carcajada que termina en punta, que termina en aullido, que termina

En qué cosa más grande, caballeros;

Así que estas palabras no volverán luego a la boca

Que hoy pertenece a un montón de animales innombrables

Y a la tenacidad de la basura!

A la verdad, ¿quién va a creerlo?

Yo mismo, con no ser más que yo mismo,

¿No estoy hablando ahora?

EL OTRO

Nosotros, los sobrevivientes,

¿a quiénes debemos la sobrevida?

¿quién se murió por mí en la ergástula,

quién recibió la bala mía,

la para mí, en su corazón?

¿sobre qué muerto estoy yo vivo,

sus huesos quedando en los míos,

los ojos que le arrancaron, viendo

por la mirada de mi cara,

y la mano que no es su mano,

que no es ya tampoco la mía,

escribiendo palabras rotas

donde él no está, en la sobrevida?

FELICES LOS NORMALES

Felices los normales, esos seres extraños.

Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,

Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,

Los que no han sido calcinados por un amor devorante,

Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,

Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,

Los satisfechos, los gordos, los lindos,

Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,

Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,

Los flautistas acompañados por ratones,

Los vendedores y sus compradores,

Los caballeros ligeramente sobrehumanos,

Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,

Los delicados, los sensatos, los finos,

Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.

Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,

Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan

Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos

Que sus padres y más delincuentes que sus hijos

Y más devorados por amores calcinantes.

Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Poemas de César Franco

Poemas de César Franco

Ganador del premio Got Talent, el joven poeta César Brandon es natural de Guinea Ecuatorial, aunque hoy sea residente en la localidad española de Ciudad Real.

El nombre de César Franco se ha vuelto muy popular en Internet en los últimos tiempos. Ello se debe a que este joven poeta, nacido en Guinea Ecuatorial pero residente en España, resultó el triunfador de la tercera edición del talent show de Telecinco. Gracias a semejante apoyo mediático, Textos suyos han circulado profusamente por disímiles sitios digitales. En aras de que los lectores deMiradas Desde Adentro estén informados en relación con lo que sucede en el actual panorama artístico literario no solo cubano sino universal, reproducimos aquí tres textos de este escritor.

Tres poemas de César Franco

El 0 y el 1

Uno no quería contar con nadie, y Uno no entendía por qué era impar si antes de él había alguien.

Uno no quería contar con nadie, y Uno sentía que después de él estaba el infinito.

Y a Uno lo sempiterno le daba miedo, así que Uno, muerto de pavor, se fijó en Cero.

Y cuando Uno vio a Cero, pensó que cero era el número más bonito que había visto y que, aun viniendo antes que él, era entero.

<

p style=»font-weight: 400;»>Uno pensó que en Cero había encontrado el amor verdadero, que en Cero había encontrado a su par,
así que decidió ser sincero con Cero y decirle que aunque era un cero a la izquierda, sería el cero que le daría valor y sentido a su vida.

Eso de ser el primero ya no le iba, asi que debió hacer una gran bienvenida.

Juntos eran pura alegría y se completaban. Uno tenía cero tolerancia al alcohol, pero con Cero se podía tomar una cerveza cero por su aniversario, aunque para eso tuviesen que inventarse una fecha cero en el calendario.

Cero era algo cerrado y le costaba representar textos pero, junto a Uno, hacían el perfecto código binario.

Eran los dígitos del barrio y procesaban el amor a diario, pero uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, así que Uno perdió a Cero.

Y para cuando Uno se dio cuenta, Cero ya contaba de la mano con Menos Uno, que a pesar de ser algo negativo le trataba como una reina.

A Cero le gustaba que Menos Uno fuera original, tener un hueco en Menos Uno, un guion con el que podían jugar.

Cero le gustaba que Menos Uno no fuese uno más, que Menos Uno no fuese ordinal.

Que fuese justamente competitivo y que cuando jugasen al UNO, Menos Uno no le dejase ganar.

Cero sentía que a diferencia de Uno, Menos Uno sí le trataba como un número de verdad.

Y Menos Uno no ponía peros, ni pretendía darle valor a cero poniendo comas entre ellos.

Menos Uno no tenía complejos, y cuando hacían el amor, a menos uno le encantaba estar bajo cero.

Y Uno, una vez más se volvió a quedar solo, separado como una unidad.

Sin Cero, su vida se consumía como una vela. Sin Cero, el tiempo en él hacía mella…

Y Uno empezó a contar pero sin Cero, se olvidó de los besos de Cero, del sexo con Cero, de los celos de Cero…

Y uno empezó a contar, pero sin Cero.

Uno se olvidó de Cero y le dijo adiós. Uno se olvidó de Cero y tal vez hasta del amor, y empezó a contar hasta lo que más miedo le daba: hasta el infinito.

… O tal vez solo hasta dos.

La Tierra y la Luna

<

p style=»font-weight: 400;»>Se acercaba el día de su decimoctavo cumpleaños,
y la Tierra se encontraba acostada boca hacia algún lugar del espacio porque desde que vio a la Luna no dejó de provocarse efectos mariposa en el estómago.

A ver si así podía poner un poco de práctica la teoría del caos… Y conocerla.

<

p style=»font-weight: 400;»>Pero la Luna era ordenada, meticulosa y apasionada de las cifras,
al principio no se fiaba de alguien de había tardado solo cinco billones de años en pedirle salir a una chica, que tal vez su interés era superficial y solo le interesaba las vistas, porque se comentaba que con ella los polvos… estelares, se veían de maravilla.

Pero el día de la cita la Luna se esmeró buscando en el armario una fase, preguntándose si no era muy atrevido vestirse ese escotado cuarto menguante, si maquillarse o dejarse ver los cráteres, si darle una oportunidad a una chica después de haber saltado para la humanidad y dado pasitos en falso para los hombres.

Y mientras la Tierra no paraba de preguntarse qué iba a contarle.

Tal vez lo de que después de los dinosaurios de mayor quería ser controlador aéreo de estrellas fugaces, que en la Tierra todos eramos ciudadanos de un lugar llamado Primer Mundo porque el segundo nos sabía a poco y el tercero estaba en vías de desarrollo.

Que en la tierra éramos unos extremistas religiosos un poco absurdos, y nos llenábamos la boca de orgullo gritando: «Mi Dios besa mejor que el tuyo».

Que en la Tierra no importa el color de la piel, que nadie te detiene para que justifiques tu existencia con un trozo de papel, que es más fácil ser mujer, que dos sí se pelean aunque uno no quiera y al revés, que uno no tiene suficiente con dos y busca a tres para inventarse que son felices los cuatro hasta que se multiplica el problema y cuatro acaba llamando al cero dieciséis.

Que los refugiados no están hechos de opiniones en internet, que en la Tierra no nos rompemos el corazón para recordar al pasado, que no somos tan simples, que después de una relación «fuimos» no se conjuga en el pretérito perfecto complicado.

¿Cómo iba a impresionar a la lúnatica que afectaba su gravedad? A la que dijeron que era imposible tapar el Sol con un solo eclipse y demostró que no era verdad.

Cuando lo único genuino era que la Tierra somos unos rebeldes a la hora de amar, que toda la Vía Láctea ya puede declararse en huelga que ese día iremos a trabajar, que no somos más que un instante en este lugar, pero vivimos como si la eternidad no fuese más que una hora que todavía no ha cumplido la mayoría de edad.

La Tierra podía contarle todo eso a la Luna, con algún que otro engaño, o simplemente empezar la cita diciéndole que era su cumpleaños.

Poema a su madre

Hola,

<

p style=»font-weight: 400;»>Esta carta debía haberla escrito hace dos años,
así que por esta vez permitirme hablar en primera persona
y os prometo que ya acabo.

<

p style=»font-weight: 400;»>Mamá, me encanta escribir a ordenador,
aunque detesto todo lo que trae el Word 2016 como predeterminado.

<

p style=»font-weight: 400;»>Sonará extraño, pero es como si la existencia me hubiese concedido la habilidad de leer entre opciones de interlineado
y la verdad es que detesto el cuerpo del Calibri, los once puntos y el 1,0 de espaciado.

Mamá, me enseñaste que la vida resumía en pedir disculpas, dar las gracias y decir por favor.

Y también en guardar cada cinco minutos los archivos de Word, porque en cualquier momento podía producirse un apagón y nos quedábamos días sin luz.

Mamá, gracias por tu gratitud, por todo lo bueno, de preocuparte del cuándo, del cómo, del dónde y con quién salía.

Yo y mi juventud.

A veces contestándote con mala actitud hasta que tú y tus collejas me recordabas que, pa mala, tú.

Mamá, lo siento por entender demasiado tarde que por más veloz que sea el amor a primera vista siempre quedará segundo si se enfrenta al amor de madre.

Por enseñarme que padre no sólo es aquel que tiene un hijo, padres son todos aquellos a los que los sueños les quedan pequeños, a lo poco que duermen para cumplirlos y aparte.

Lo siento por buscar lo extraordinario en otros planetas, por contestarte con mensajes cuando ya había encontrado vida en llamarte.

Mamá, ahora, ahora el mundo se detiene cuando hablo mamá, porque tú te casaste con la felicidad y no firmaste la separación de bienes.

Y ahora… jamás volverá a pasar por mi cabeza la idea de quitarme la vida, porque la felicidad me debe la mitad de todo lo que tiene.

<

p style=»font-weight: 400;»>Mamá, tal vez yo solo sea un instante,
como una de esas faltas de ortografía que en el Word 2016 se corrigen solas,
o se borra.

Mamá, tal vez yo sea eso.

Pero yo te quiero recta, a doble espacio y en Times New Roman.

Gracias.

Acercándonos a Jamila Medina

Acercándonos a Jamila Medina

Excepto por los amigos que quiero a toda costa y otros congéneres cuya obra admiro, no tengo ninguna sensación particular de “pertenencia”, orgullo generacional ni bandera estética que alzar en este punto.

Por Joaquín Borges-Triana

Una de las escritoras cubanas que más admiro en la actualidad es la holguinera Jamila Medina. Disfruto de su escritura porque me pone a pensar. No siempre estoy de acuerdo con lo que dice, pero me mueve las ideas y eso me parece fundamental. Hoy reproduzco en Miradas Desde Adentro una entrevista que le hiciera hace algún tiempo la ensayista y profesora universitaria Yailuma Vázquez. Espero que disfruten el material tanto como lo hice yo cuando lo leí en las páginas virtuales de Hypermedia Magazine.

 

Habitando el país de la siguaraya

Por Yailuma Vázquez

Cuando hace más de quince años conocí a Jamila Medina Ríos en un aula de la Facultad de Letras donde ambas éramos estudiantes, no podía imaginar la amistad que nos iba a unir desde entonces. Tampoco imaginé, mientras esperábamos formar parte de algo más grande que nosotras mismas, que esa chica rara —me refiero a la categoría descrita por la escritora española Carmen Martín Gaite: la chica rara entra dentro de una tipología de personaje femenino que rompe de a lleno con la tradición literaria anterior—, siempre caminante, siempre espacios afuera, iba a conseguir cavar un hueco de araña en la cultura de este espacio movible, en la arenilla de esta isla desaparecida a ratos. Sin embargo, lo ha hecho.

Las largas amistades también son viajes; es difícil comenzar a preguntar lo que ya sabemos o intuimos que sabemos. Por eso esta entrevista se siente también como un monólogo interior, una conversación que entre las dos construimos sin que se deslinde claramente quién tiene el deber de preguntar o de responder.

A menudo los escritores se jactan de su enorme capacidad de trabajo y de su disciplina. Para muchos, escribir es una labor que lleva tiempo, ejercicio, entrenamiento. Yo jamás he visto a Jamila teclear una oración o un verso. Solo veo noticas suyas por todas partes, talladas en letra minúscula —patas de araña—: recibos, papelitos de colores… Dentro de algunos años, es posible que se establezca una polémica sobre la autoría en su obra. Para evitar el malentendido es que hago esta primera pregunta:

¿Cuándo escribes? ¿Qué necesitas para hacerlo?

Me impresionan quienes esgrimen una rutina ante preguntas así. Aunque soy fan de las madrugadas, no tengo sistema. Puedo escribir o leer en una guagua andando, y apostada en cualquier sitio no necesariamente bucólico ni apacible (ser anónima es la armadura perfecta, como si estuviera debajo de un mosquitero).

En la casa zafo el teléfono fijo, apago el celular y prefiero estar sola. Si hay alguien rondando, no quiero que me mire ni que me hable y mucho menos que lea por encima de mi hombro (casi nunca enseño lo que aún no tiene punto final). Tampoco resisto la televisión encendida o tener algo por hacer (aunque justo entre “tareas urgentes” la escritura puede presentarse, como la mueca del estudiante que se sienta al final del aula en el repaso para el examen extraordinario, y prefiere leer un libro cualquiera mientras finge resumirlo todo en una hojita suelta. Es como decidir masturbarse cuando se nos está haciendo tarde para llegar al trabajo. Una pataleta de autoafirmación).

La Jamila manuscrita no es la única. Tengo un montón de libretas comenzadas o repletas de jeroglíficos y tachaduras, y agenditas y papelitos que voy guardando entre sus páginas o en el libro que estoy leyendo. También gloso los bordes de lo que leo y utilizo las páginas de cortesía de cualquier volumen para anotar datos curiosos o escribir poemas completos.

Paralelos a esa maraña, pululan en mi teléfono noticas, versos o ideas sueltas; y en el disco duro hay una batería de words y txts, a veces solo abiertos para escribir un título, un índice, o las secciones de un libro probable. Cuentos y ensayos (muchos plagados de notas al pie) son hijos naturales de la PC, como casi todos mis poemas en prosa.

Con mi poesía tengo un pensamiento atávico: cuando la releo, recuerdo si la escribí a mano (pasando el texto de una hoja a otra, tachando y cogiéndole el ritmo) o si fue tecleada en la laptop, o pensada a partir de intertextos. Ahí donde predomina el intelecto o en los que tecleé desde su origen, siento mucha menos vibración emocional, como si su cerebralidad dejara fuera una alta nota que busco y solo a veces creo alcanzar. (Majaderías, rezagos de la edad analógica).

Tu obra recorre un amplio espectro. Aunque es fundamentalmente poética, has abarcado la narrativa de ficción —Ratas en la alta noche (Malpaís, México, 2011)— y también el ensayo —Diseminaciones de Calvert Casey (Letras Cubanas, 2012)—. ¿Piensas el ensayo como un modo de expresión personal? 

Ensayar es como remontar un puente (o mejor, una montaña rusa con todo y el salto en el estómago). Cohabito (copulo) con esx que elijo rescribir, y sobre todo con sus obsesiones, donde pesco o proyecto las mías (así: muerte, eros, política, liberación…).

En la (pos)crítica de cine, arte o literatura —lo que más practico, al paso y compelida por revistas o amigos—, pespunteo un discurso que enhebra y asume la voz/faz de su objeto de deseo, como encarnándolo o dejándome montar por su espíritu. Estos hábitos suelen hallar resonancia en el sujeto autoral del que se quedan prendidos o prendados (¿maniatados?), pero pueden ser menos productivos en relación con aquellxs en quienes debieran avivar el antojo de un acercamiento.

Lo confieso: no me importa; mi ensayística busca ser, ante todo, un coloquio de tú a tú con el pensamiento y el discurso de quien interpelo, apropiándome de sus máscaras (en una especie de puesta teatral). Mis textos se sustentan en una mirada cómplice, porque los hago primero para mí y en segundo lugar para esx que halagó mi inteligencia (o viceversa); si de paso abro también el apetito de tercerxs, pues qué suerte, pero no me impongo la crítica como virtud o servicio, sino más egoístamente, como creación y gozo, una performance.

La emprendo —para qué mentir— como una alquimista golosa y coqueta: por gula, por morbo, por seducir al objeto de estudio que me sedujo, por empatía, por el regusto de desencriptar (craquear, religar asociando) las fuentes que se entremezclaron en un texto…. De ahí que no cultive tintes acérrimos, ya porque siempre me cautiva algo hasta en la creación más “funesta”, o ya porque, si voy a escribir, prefiero hacerlo de lo que me guste mucho (eso que me hala la lengua).

¿Por qué has dejado a un lado la ficción?

Narrar —como ensayar— me exige más dedicación, un esfuerzo de método y estructura. Entre el magisterio y la edición llevo una década deseando mudarme a Castalia para no hacer más que investigar.

Durante ese tiempo, presa en los matorrales de lo que se espera de una (en la academia, en sociedad, en el mundillo intelectual) me he obligado a parir (sin obviar el disfrute que hayan significado) dos tesis, un montoncito de reseñas o ensayos, algunos paneos por los Años Cero y un policiaco por encargo. A los poemas los he tenido que enlazar a veces (cosa que siento cuando los remiro), pero habitualmente (a)fluyen.

Tengo por ahí (entre libretas y txts) dos proyectos de libros de cuentos y un par de bocetos de novela. ¿Miedo a un género en que no me he ejercitado? ¿Falta de tiempo y disciplina o simplemente que no he estado de ánimo para volver a narrar? Todo a la vez.

Justo hace poco he estado resucitando uno de esos monstruos durmientes. A ver si lo escribo, a ver qué pasa.

Cada libro de poesía de los que hasta el momento has publicado tiene una concepción que lo diferencia de los anteriores. Es posible delimitar temáticas y búsquedas, experimentaciones distintas en cada caso. Por ejemplo, en tu primer volumen,Huecos de araña (Unión, 2008), es fácil intuir que se trata un poemario que juega ampliamente con lo intertextual, sobre todo con referencias grecolatinas. 

Los Huecos… son una sombrilla que enmarca ocho años y dos lugares de enunciación (Holguín y LaVana), dos inicios de carrera y una travesía completa (de Socioculturales a Letras pasando por Teología), junto al bregar por amores y amoríos.

La intertextualidad explícita y tales referentes vienen convoyados con los contextos de vida y estudio en que me movía en los 2000 (los libros que leí por placer u obligación; mis deslumbres de entonces; el regusto por las etimologías, la filosofía y los mitos, acendrado en la Facultad de Artes y Letras). Creo que es una especie de empacho que muchos de los escritores-filólogos traslucen en sus óperas primas y más allá.

Curiosamente —si lo pienso mejor— ese no es el primer libro que armé; aunque publicado luego, puede que Ratas en la alta nocheestuviera terminado antes que Huecos de araña; y ambos son bien polifónicos. También puede que mi modo de conducirme respecto a las fuentes que entremezclaba fuera —visto así— más inocente (en el sentido de menos malicioso) y más ostentoso; o sea, menos macerado o digerido.

En cualquier caso, seguí trabajando con y sobre la intertextualidad —porque de eso van (desde la lingüística o la literatura) mis repasos de Calvert Casey y Nara Mansur.

Primaveras cortadas asume la voz de mujeres suicidas y heroínas míticas, a la par que abunda en revoluciones abortadas por doquier; mientras, Del corazón de la col y otras mentiras entra en lo suyo lo mismo a través de conquistadores o poetas místicos que de diosas, princesas o asesinas; y Anémona se hace eco de la crítica feminista y se emparienta con los manuales de botánica o de especies marinas.

Uno de mis textos preferidos de Huecos de araña (probablemente el más publicado), sobre cuya hechura y sentido tuve que volverme hace poco —obligada por el inquisitivo escritor y traductor austriaco Udo Kawasser—, se opone in situ al paradigma escritural del libro: dinamita —o eso quiere— el abrazo del autor con la multivocidad, propone salir al ruedo con “una cabeza por fin descoronada” de lo ajeno.

Sin embargo, (est)ética o autosuficiencia aparte, ¿es posible cancelar así “Langustia” de las influencias? ¿Es posible hablar/pensar sin ser herederx de nada ni nadie? ¿Con qué símbolos?

Más que defender una especie de ascetismo o un estilo solipsista, este texto nació en cuarto año de Letras, de uno de esos exámenes en que debíamos leernos un sinfín de ensayos para opinar citando a los críticos; en el trasfondo (pasados aquellos semestres felices de asignaturas convalidadas, en los que tecleé unas cuantas Ratas…), yacía mi sordo rencor contra los deberes que no me habían dejado —creía yo— escribir de o desde mí (una avanzadilla de lo que me pasa hoy, cuando edito y lo disfruto pero sufro a mi vez, impedida de llegar, entre la selva de pendientes, a mis propios libros).

Cuando gané el David y me preguntaron de qué iba aquello, elucubré que los Huecos… no eran solo los habitáculos del patio de casa de mi abuela, sino esos agujeros negros sobre los que bailamos como en una telaraña, intentando ser nosotros mismos, sin que nos abduzcan la familia, los amores, nuestros escritores favoritos o el país, el sexo y la herencia que nos tocaron en suerte.

Con el tiempo, mi negativa (mi actitud defensiva) ante esos boquetes de los que salían voces que no deseaba escuchar, dice más de mí que lo que habría imaginado, pues una de las dominantes de mi literatura ha venido a ser la intertextualidad, la apelación a lo(s) otro(s), gozando por suerte de la potestad de elegir mis compañeros de asiento.

Como has mencionado, en Primaveras cortadas (Proyecto Literal, México, 2011) hay un tema central que tiene que ver con intentos abortados. ¿Propones que las revoluciones fallidas y las pérdidas, en sentido general, son una metáfora de la existencia?

Lo pensé como un libro enfocado en la fuerza (imantación, seducción) que ejercen las vidas y los procesos políticos/filiales/amorosos que no se agotaron en su devenir, sino que sufrieron una interrupción y, por tanto, no desgastaron su simbolismo, más bien lo dejaron en una especie de fermento concentrado del que muchos han bebido y aún van a beber hoy, con devoción y empalago.

Jóvenes mujeres suicidas, revoluciones abortadas, despedidas que congelaron e idealizaron un amor o un lazo familiar… No me atraía la idea de la pérdida o de lo fallido en que estuvieron implicados, sino más bien el frenesí de lapsus intensamente vividos, llenos de significado (y vitalidad, y belleza, y juventud y, por qué no, utopía).

Todavía me pregunto si es el corte mismo (en retrospectiva o como sombra que acechara y empujara a los actores a ser de cierto modo) lo que los hace tan vibrantes; o si es su carácter cerrado en medio de su esplendor lo que nos/me hace interpretarlos así; o el idilio (el morbo, la nostalgia) del espectador por el pasado y los muertos… lo que los dota de ese inquietante poder simbólico.

No es que escribiéndolo encontrara una respuesta; en Primaveras…, además de mi incomprensión sobre las dinámicas que matan el amor, viven mi fervor/pavor por ese engranaje desgastado (desemantizado) que todavía hoy se hace llamar Revolución cubana y pervive (ya para siempre incumplido) mi viejo y romántico deseo de morir joven. Son perspectivas. No niego lo que ves allí; sin embargo, siendo que entre mis frustraciones está la no aceptación de los finales, el no saber despedirme, Primaveras… dibuja para mí la ilusión (ese géiser) de los primeros años, del primer escalofrío, del último grito de guerra.

En Anémona (Sed de Belleza, 2013; Polibea, Madrid, 2016) se funden tres grandes temas: sexo, muerte y liberación femenina. Lo que Julia Kristeva ha definido como la “irrepresentabilidad” (es decir, el afán posmoderno de definir de un modo nuevo, a través de la exacerbación de lo obsceno, lo pornográfico y lo escatológico) encuentra un espacio privilegiado en este libro. ¿Con esos recursos germina un discurso de la liberación?

Saliendo del bosque de Primaveras cortadas (donde muerte y caída tienen el protagónico) quise probar algo más suave (léase menos dolido), entrar en una especie de discurso líquido que congeniara con las mareas oceánicas como con los fluidos femeninos y fuera menos ríspido o frontal o chillón o plañidero, menos quejoso y furibundo.

En principio, no me dispuse a un libro contestatario ni feminista, sino a algo más embebido en y pagado de sí, como una galaxia flotando en pleno cosmos, como un archipiélago happy paseando sin prisa a la deriva, sin amarras o rencores, sin medias tintas.

El libro reposó un par de años, fue mencionado en el Premio Calendario, la poeta y editora Isaily Pérez lo quiso para Sed de Belleza y fue así que pulí, restructuré, sumé y resté, al tiempo que me convencí de subrayar su veta militante. De ahí quizás que no pocxs lo vean como un poemario disparejo, atonal; mientras otrxs lo prefieran por sus sobresaltos.

Entre caminos y veredas, el subalterno (sin disquisiciones sobre lo que la libertad es o sobre si finalmente es) puede hallar su liberación excavando en el espejo, dinamitando los discursos que le devuelven/endilgan un retrato-jaula de sí. La representabilidad (aunque vaya corriendo sus márgenes) pasa por el canon (blanco, occidental, heteronormativo) incluso en el ámbito de lo pornográfico: donde entre la diversidad hay una producción mayoritaria destinada y pensada desde el hombre y para él.

A estas alturas puede parecer demodé articular un desmontaje de los estereotipos genéricos poniéndonos en guardia sobre la planificación familiar y las prácticas sexuales o de acicalado; sin embargo, las categorías de lo bello, lo vulgar, lo moral, lo sofisticado, lo natural siguen rigiendo al valorar/modelar la imagen y los imaginarios de las mujeres contemporáneas.

Creo que la otra corriente que atraviesa el libro (su intención primigenia) es más liberadora, porque no se identifica por oposición a,no se defiende; más bien explora su cuerpo de nanadora y nadadora (incluidos los menstruos y la gelatina vaginal), entrando a especular en los intersticios de lo que cree que es (armadillo, anémona), de lo que le han dicho que es (hueco de araña, corazón de la col), de lo que pretende ser (liquen, sargazo, hongo).

¿Muy metafórico como para ser instrumentalizado, convertido en lema o bandera? Mejor así.

No me parece que Del corazón de la col y otras mentiras (Sureditores, 2013) haya sido muy atendido por la crítica… Sin embargo, hay lectores que lo prefieren. ¿Qué significa para ti ese poemario?

Como La gran arquitecta (Legna Rodríguez, 2014) que pertenece a Hilo + hilo (2015) o Balada del buen muñeco (Oscar Cruz, 2013), que es parte de La maestranza (2013), Del corazón de la col y otras mentiras es un poemario incompleto (más específicamente, un libro de amor incompleto, que pensé acompañar de una camarilla de hombres suicidas). La culpa la tuvo el concurso Wolsan, que premiaba solo 30 cuartillas.

Son un puñado de textos expurgados de algo que nunca he terminado de escribir o publicar y que, siendo una monografía de tema tan resbaladizo, ha tenido sus nombres cursis: “Novios del mediodía”, “La casa de los novios”, “El arte carnal…”, como un poema que extraje del cuaderno premiado y que solo consta en una revista Amnios y en mi antología Para empinar un papalote (Casa de Poesía, San José, 2015).

La mención probablemente me salvó del desastre de publicar un libro más voluminoso y únicamente de amor, para (con suerte) terminar copiada y recopiada en aquellas libretas adolescentes entre los románticos que sabemos y otros anónimos conocidos (¡qué lástima!, y, ¿existirán todavía esas libretas?). Como todo lo que no tuvo punto final (o linda con lo biográfico), ese libro todavía me persigue, y ahora mismo estoy en peligro de mostrar un poco (pero no muchas mentiras) más de ese pastel, tentada por la editorial Amagord.

Con Del corazón… (que tiene hasta dedicatoria) me siento como en uno de esos sueños en que vamos desnudos por la calle sin hallar dónde meternos ni con qué taparnos. Hay un juego de espadas pasión vs. razón, feminismo vs. feminidad, abandono vs. posesión/rebelión, corporalidad fáctica y contemporánea vs. tradición, que resuena entre los propios textos, y más al enfrentarlo a laAnémona militante (donde hay asimismo zonas contradictorias).

De la recepción, tanto sé de quienes lo han devorado y marcado como de otrxs que no quisieran verlo ni en pintura. Es un libro sobre lo difícil ya no solo de amar o de escribir de amor, sino de hacerlo en tiempos tan mordaces, sin inocencia, con tanto machismo y feminismo pesando sobre los hombros (y tantos referentes shakespeareanos, corintelladescos, hollywoodenses, y sus respectivas deconstrucciones y más, hablándonos al oído).

La voz hace equilibrios sobre esos acantilados, demuele unas estructuras del amor tradicional y refuerza otras, mientras busca resonar en ese al que iban dirigidos los poemas… Como sin querer queriendo. En todo el poemario late tal contradicción (que se parece a la incertidumbre de los que aman).

La nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su ensayo Todos deberíamos ser feministas, se refiere a la necesidad de que se hable del tema a pesar de las etiquetas, porque lo que se necesita es cambiar, a través de la educación, cómo entendemos y vivenciamos el género. Escribe esta autora: “¿Por qué usar la palabra ‘feminista’? ¿Por qué no decir simplemente que crees en los derechos humanos o algo parecido? Pues porque no sería honesto. Está claro que el feminismo forma parte de los derechos humanos en general, pero elegir usar la expresión genérica ‘derechos humanos’ supone negar el problema específico y particular del género. Es una forma de fingir que no han sido las mujeres quienes se han visto excluidas durante siglos. Es una forma de negar que el problema del género pone a las mujeres en el punto de mira. Que tradicionalmente el problema no era ser humano, sino concretamente ser una humana de sexo femenino”. ¿Qué piensas de este asunto?

Quiero creer que reacciono ante todo o ante casi cualquier tipo de discriminación, estando incluso en guardia contra la que puede provenir de mi intolerancia frente a hábitos o actitudes X.

Al feminismo, no lo he paneado como tú, teóricamente, y me he negado a veces a que me encuadren en él, al igual que rehúso que me peguen otras etiquetas, siempre queriendo creer que soy más un proceso que una persona “hecha y derecha”.

Pero está claro que las cosas deben ser llamadas por su nombre cuando se trata de derechos transgredidos, vivencias y marginaciones históricas concretas, con siglos de conductas estereotipadas y normadas de acumulación, todo lo que a su vez (co)varía en contexto, al sumarse a los hechos otros rasgos de esas “humanas de sexo femenino” que nos preocupan (muchos compartidos con los “humanos de sexo masculino”, si bien vistos con otros prismas en ellos).

Me refiero, por ejemplo, a pasar de los 35 años sin haberse casado ni parido, a ser o no madre soltera, a asumirse o no hetero, a estar gorda o flaca, a lucir o no “buen cuerpo”, a ser habanera o “palestina”, a tener de congo y de carabalí, a escribir narrativa o poesía, a “gozar” o no de horario abierto, de doble jornada y poco jornal, a teñirse o dejarse (ver) las canas, y a ser, por añadido una mujer “susceptible”, “idealista”, “intelectual” y “feminista”… ya en la Conchinchina o en la Cuba de hoy.

Cada rasgo complejiza el entramado (sin entrar en las dinámicas familiares ni en meollos como los de tener o no —más que cuarto— casa propia, los padres vivos pero enfermos, ser hija única o la única hembra entre varios hermanos, etc., etc.).

En Anémona bojeé, junto a otros asuntos espinosos, esa malla o nata vital de quien lleva el rol de “cuidadora”: “Nanadora. Acunadora. Sanadora. Vaina”; “[l]a madre del hijo, la madre del padre, la madre del esposo, la esposa de la madre. La pareja. La emparejada en la pareja. La de orejas cortadas”; sin ser concluyente ni objetiva, fui del “Déjate hacer. Dejarse hacer. Dejarse ser” a la invitación a transmutarse en hongo, para diseminarse por doquier “que existan otras formas de vida”.

No es por caricaturizarlo, porque es mi propia agonía, pero lo mejor es reírse un poco de ello. Vivir el feminismo dentro de la pareja puede ser una labor como de espía verdaderamente agotadora, más si se crece queriendo ser una eterna chiquilla a la par que comportándose como una madre retadora, o soñando ser deseada a la vez que admirada. Se está en vilo, en una continua suspicacia sobre qué y cómo te lo dicen, sobre si te dan la mano al bajar de la guagua o si dar un saltico atlético al tirarte, sobre quién friega cuando es más divertido pintar las paredes, sobre quién para o paga el taxi (y todo lo demás); nos debatimos entre odiar cocinar y querer que te elogien la comida, entre desear que te regalen una florecita y el vade retro a los ramos de los actos públicos, entre poder con todo y no querer hacer nada sola (entre liberalismo e incertidumbre, entre independencia y susceptibilidad).

Bajarse de ese tren y amoldarse a los estereotipos podría parecer más llevadero, pero no es lo mío. Lo esencial sería conducirnos con agudeza para devenir dueñas de nuestro tiempo y de nuestros cuerpos, actos, palabras, sentimientos, sin vivir permanentemente furibundas ni parapetadas como guerrilleras.

Fluir (dejarse ser e incluso dejarse hacer…): reaprender el recibir; el ser bellas, frágiles o sensuales (si cabe, si nos late); y entrelazarlo con el batiburrillo de rasgos que más nos plazca.

Tan normativo puede ser el machismo como el feminismo, si nos pauta no permitir nunca que un hombre invite, cargar estoicamente con nuestros bártulos (y hasta con los de él), evitar que nos cedan el asiento, trabajar más que nadie (en los frentes “masculino” y “femenino”) o educar a los hijos en la reticencia al padre.

Una de las razones de mi feminismo (y de mi rechazo a otras discriminaciones) es que me saca de las casillas que nos encasillen. De ser en cuerpo de mujer, me gusta, por ejemplo, lo inclusivo, lo abierto a la exploración; cuando se ha peleado tanto porque se expandan y liberen las posibilidades de elección, sería de locas constreñirlas.

Habría acaso que hallar una utópica tercera vía… Porque (como en la sexualidad o en el arte) al definirnos por oposición, entre lo blanco y lo negro, nos perdemos demasiadas gamas de color.

Tu último libro, País de la siguaraya (Letras Cubanas, 2018) recientemente presentado en la Feria del Libro de La Habana, es un libro de viajes estructurado mediante poemas en prosa altamente narrativos. Creo que es además un libro de amor, de uno que no está frustrado o fallido: de un amor feliz que se extrapola a la vida. Es un libro muy reflexivo también, desde el punto de vista existencial.

Como Huecos…, País de la siguaraya me ocurrió en un arco temporal: 2012-2016. Al comienzo me seducía su aire agreste, de reflexión y observación contenidas (constatable en la tríada de textos que publicó La Gaceta de Cuba en 2012). Luego ese tono se mistificó, y la intención de juntar poemas que recorrieran la Isla de cabo a rabo se parcializó con mis estancias entre LaVana y Matanzas, justo porque sobrevino (como espacio-tiempo de cruce inevitable) ese amor que dices (permeando todo al paso, reabriendo el libro a la tempestuosa emotividad acostumbrada).

Los textos sí dibujan allí una lucha: viajes de ida y huida buscando un centro (o asidero) en ese amor, todavía animados por exploraciones en compañía, camino del país o al rencuentro de fragmentos de paisajes vitales interiores.

El primer texto que escribí (“Almendares-Mariel”) era una larga remembranza o mise en abyme que formaba parte de un cuento todavía inédito. Es decir, que me hallaba escribiendo algo de ficción y la realidad (de un paseo con mi padre) irrumpió de tal modo (en un tono tan discerniblemente distinto) que tuve que desgajar aquello y darle cuerpo aparte.

¿Espiga madura, madurada? ¿Anuncio del peso de la edad? Primordialmente, contumacia: ganas de vagabundear, de (ad)mirarlo y devorarlo todo; de auscultar el cuerpo moral y geográfico del país, como quien lo prepara para una inhumación: un bojeo morboso por sus pústulas y llagas (de niña que toquetea con un palo a un animal caído, con ínfulas de que se pare y luche).

Y ganas también de repasar mi historia (husmeando entre fotos de la infancia); necesidad de detenerse y observar lo desandado, sopesar el propio cuerpo (físico, espiritual) que nos trajo hasta aquí (sus blanduras y callosidades, sus cegueras, fobias y malformaciones: sus “mentiras favoritas”, como dice Sandra Ramy), para entender dónde pisamos entre las galerías o carrileras del yo (si es que todavía pueden pronunciarse, tenerse, dubitaciones del tipo “quién soy” o “adónde voy”).

El país es el pretexto: el país soy yo que viajo a través mío, y a través del otro intentando llegar a mí; aunque todo puerto se aleje como en un mal sueño, aunque sean búsquedas carentes de sentido si se emprenden creyendo en el origen y no en la travesía, sin entender que lo que queda es saborear el paseo…

Para finalizar, quiero preguntarte qué constantes o prácticas escriturales recurrentes crees que son propias de tu generación. Y cómo se siente pertenecer a ella. 

De tan trillado en conferencias, revistas, entrevistas, ensayos y antologías, no veo qué podría añadirse sobre esa que Aram Vidal llamó una vez “de-generación”. Por complacerte, seré enumerativa, contrastiva y anafórica (para de paso usar algunos procedimientos que los marcan a nivel formal): ¿des-territorializados?, des-naturalizados, ¿des-memoriados?; des-cubanizados y cubiches al punto de actualizar las mambisadas y des-automatizar la retórica revolucionaria; velociraptores: consumidores intertextuales e intermediales natos; cultores de jergas (g)locales; arqueólogos testarudos de lo que sea; hijos y padres de medios y espacios alternativos; amargos y lúdicos, escatológicos y des-dramatizados, anticanónicos y antiépicos, dis-tópicos y aun utópicos; transgenéricos, performáticos, paródicos, epigramáticos, fragmentarios; observadores sarcásticos y filosóficos, actores libidinosos, lectores exhibicionistas, (falsos) escritores autobiográficos, panlingüísticos y palimpsestuosos… como la web.

Excepto por los amigos que quiero a toda costa y otros congéneres cuya obra admiro, no tengo ninguna sensación particular de “pertenencia”, orgullo generacional ni bandera estética que alzar en este punto. Llegamos después de unos y otros ya están en camino de diferenciarse de esa sombrilla bajo la que nos reúnen.

Existieron Espacio Polaroid y su “liberatura”, La caja de la china, 33 y 1/3, TREP, Desliz; sigue en pie La Noria y andan por ahí El Estornudo y El Oficio… pero no hemos hecho por tener sostenida ni monocromamente lo que antes definía a generaciones y movimientos artísticos: líder o manifiesto, estética ni publicación señeras.

Aunque para ser exactos sí ha habido voluntad —más bien postrera, posterior a la de compiladores extranjeros y extemporáneos, casi siempre nacida de un pedido que busca visibilizar algo más que los hallazgos literarios de los Años Cero— de juntar en volúmenes y dossiers, acá o acullá, lo más “granado”, la “flor y nata” de la hornada.

Pienso en antologías orquestadas por Lizabel Mónica, Orlando Luis Pardo Lazo, Oscar Cruz, Jorge Enrique Lage, Gilberto Padilla, Duanel Díaz, Anisley Negrín, José Ramón Sánchez, Ángel Pérez, Javier L. Mora y hasta por mí, varias de las cuales hacen declaraciones prescriptivas sobre la escritura cubana hoy.

No es por miedo al qué dirán (siquiera por terror a lo que queda inscrito, aunque también), pero me gustaba más cuando estábamos en lo nuestro, sin atacar a nadie ni predicar sobre ética o estilo, y sin sed de empoderamientos simbólicos o de otra laya. Espero que esas páginas preceptivas no digan la última palabra sobre lo que somos o hemos sido, ni sean lo más cacareado por las historias de la literatura cuando de “nosotros” se trate.

Tengo mis favoritxs de todas las épocas entre lxs escritorxs de la Isla, claro está; sé qué me gusta y por qué, como sé lo que quiero o sobre todo de lo que no quiero escribir (hasta hoy). Sin embargo, no me interesa embarcarme en la aventura de pautar la creación de los demás ni de trazar políticas culturales. Quiero ser lo más libre posible al escribir lo que me dé la gana. ¿Cómo normar en otros lo que no toleraré conmigo?

Como en la práctica del feminismo, si hubiera un rasgo distintivo por el que apostar, me gustaría pensarnos anti-dictados, sin uniforme, llevados por aquel promisorio retintín que decía: “somos pioneros exploradores…”, o lo que es lo mismo: caminando al ritmo del primer pasito de baile de Neil Armstrong en la luna (bamboleantes al probar a ser fuera del cerco de la gravedad); desprejuiciados, en fin, para asumir cualesquiera de las “forma[s] de las cosas que vendrán” —a la manera jacarandosa del Wichy.

Tomado de Hypermedia Magazine,

https://www.hypermediamagazine.com/entrevistas/habitando-el-pais-de-la-siguaraya/

Poemas de Frank Abel Dopico

Poemas de Frank Abel Dopico

El poeta Frank Abel Dopico fue alguien con un inusual manejo del lenguaje, signado por un particular sentido del humor.

Por Joaquín Borges-Triana

Representante de ese parteaguas que para la cultura cubana fue la generación de los ochenta, el villaclareño Frank Abel Dopico es un poeta al que los amantes de nuestra buena literatura deberían acudir periódicamente. Este también actor y director de teatro, lamentablemente ya desaparecido, publicó los libros de poesía: El correo de la noche (1989), Premio David´88 y Premio de la Crítica, Algunas elegías por Huck Finn(1989), Expediente del asesino (1991), Las islas del aire (1999) y El país de los caballos ciegos (2005). En el afán de estimular en los más jóvenes compatriotas la búsqueda en el legado de figuras como Frank Abel, publicamos hoy en Miradas Desde Adentroalgunos de sus textos

 

Poemas de Frank Abel Dopico

 

UNA HISTORIA DE HUMOR ANARANJADO

 

Mi casa siempre se ha alimentado de los muertos.

En épocas de angustia padre los escondía en el trinar de los rincones

y los muertos se turnaban para dormir en el regazo de mi madre.

Los había morados, con espejuelos, militares, mujeres…

Recuerdo que su costumbre era no desayunar.

Para sus sueños padre mezclaba el arroz con su figura

y así transcurría la mañana junto al pozo.

Yo les hablaba de Marx pero ellos devoraban el Nuevo Testamento.

Los muerto son ateos, repetía.

Fue triste el caso del Doctor González.

Se crucificó mientras tres enfermos lo negaban tres veces:

tuvimos que bajarlo porque las niñas protestaban de sus santas palabrotas.

Alguno se ocupó de inventar una máquina contra las cigüeñas.

El día de probarla padre le otorgó grado científico, post mortem.

Sin embargo mi casa era la miniatura que alguien confundiría con las vicarias.

Como en todos los buenos poemas aquí también hay muertos que son malos.

Madre ordenó construir una celda en el fondo del patio

y veinte veces tuvimos que agrandarla.

Dos fueron presos por la golosina de los muslos de mi prima.

Otros, porque siempre volteaban el espejo.

Los más jóvenes de los muertos delincuentes fueron encarcelados por vestirse de vivos ante la

          mismísima cara de mi padre.

Había un muerto homosexual, le decían La Princesita del Himalaya

y tenía la voz tan dulce como la silla de algunos funcionarios de Cultura.

Yo me enamoré de Matilde, treinta años, divorciada,

que murió de espaldas y sin ponerse el vestido.

Llegó desnuda, contra su propia voluntad

y con telarañas le cubrí los pechos y me contó que la muerte es una sustancia, casi un

          purgante.

Para que no la viera desnuda me zurció los ojos con su propia voluntad.

«Eres tan pequeño, dijo, tan de una sola altura, que tendrás vértigo de mí».

Para que me amara yo le traía viento virgen, cazaba jazmines con mi tirapiedras o la invitaba al

          río que hay debajo de mi casa.

Una noche convino a mis deseos, estaba muy sola, quiero decir, muy muerta.

Con Matilde conocí que a los muertos les gustan los números pares.

También le gustaba oírme: «Qué Pálida estás, amor».

Mi madre prohibía estas relaciones porque los muertos no tienen posición social.

Yo la comprendía, Madre pasó hambre en el Capitalismo.

Pero Matilde y yo duramos día y noche

hasta que la vi besarse con González.

Las muertas son infieles, lloré.

Cierta madrugada, 4 de junio de 1978, se apareció el mejor de los muertos por la puerta.

Canoso, seis pies de eslora.

Habló: «Conmigo traigo dos siglos y la propiedad de la casa».

Mi padre expuso sus manos: «Eres Jiménez?»

«Sí», le contestó el canoso.

Mi padre volvió a exponer sus manos: «Te pagaré la casa».

Muerto a muerto, contantes y sonantes, mi padre pagó el precio de la casa

mientras la luna ejercía su misterioso oficio de Doctora en Derechos.

 

APUNTES DE GULLIVER

 

a Miguel Barnet y a Pedro de la Hoz

 

Crecieron los enanos que huían de las flores.

Creció un arbusto seco tan alto que sostuvo el peso de los cielos.

Creció Yudith aunque sigue escuchando a las hormigas.

Creció el perro blanco a pesar de las piedras y los palos.

Creció el brazo derecho a pesar del brazo izquierdo y a pesar de

……………………/los escalofríos y las playas.

Creció la tormenta. Sin lluvia.

Crecieron los mapas y los diccionarios a pesar de las barricadas

……………………/del reloj.

Creció el príncipe pero no tiene el reinado prometido.

Creció la puesta del sol. Con algunos errores, eso sí.

Crecieron las muchachas de mi barrio, una a una, seno y aire.

Los muchachos también, de pronto, frente a la antigua bodega

……………………/y con permiso de los padres.

Creció mi primer amor y mi segundo amor, el tercero y así hasta

……………………/el infinito.

Fulano se hizo grande, no recuerdo su nombre, pero un día me

……………………/golpeó sobre los ojos.

Creció mi país y salió de viaje por el mundo, como en las aventuras.

Creció el cuchillo del hombre que vendía atardeceres.

Creció la añoranza y ya no le sirven los vestidos.

A José, el mudo, no le hizo falta crecer porque cambió el crecer por

……………………/su jardín de rosas.

Alguien, lejanamente, hace crecer sus sueños pintándole los labios.

Crecieron los piratas, ahora el mar les parece más pequeño, los

……………………/tesoros abundan.

Creció la primavera, alta, pensante, con las uñas postizas..Únicamente los juguetes conservan su estatura. .

 

POEMA SOBRE LA ETERNIDAD

 

¿Amarías la eternidad?

Si ahora mismo no pudieras morir….

 

EL JINETE Y LAS SOLEDADES (fragmentos)

 

Era un diminuto poema de amor, tan pequeño que aún no tenía besos, ni desesperación, ni tan siquiera una sílaba bajo las estrellas. Nadie se fijó en él. Ningún poeta lo sedujo o lo maldijo. Ningún amante lo pidió prestado. El diminuto poema de amor recorrió las calles, las parejas y las noches. Fue atropellado, espantado y casi muerto. Hasta que Eros –nadie sabe cuándo- se lo bebió, como un antídoto, para salvarse.

 

Ella es esa mujer donde alguien silva. Su traje de persona es tan sencillo que una sonrisa y el azar son su persona. Como he visto que alguna vez quiere tenerme, me pongo bien el dedo y la pulgada. Ella es esa mujer donde yo tiemblo.

 

Soledad:

Perdona al visitante que juega con tus hijas. Perdona al que hizo la promesa de quedarse a cenar, jurando que no eras un castigo y que te prefería. Perdona haber sido el visitante y no quien vive en ti. Tienes que perdonarme. Quiero ir muchas veces a tomar el café, a acariciar tus manos y danzar con tus hijas sobre los arrecifes. Si hago el amor contigo, soledad, no te confíes; no cosas en tu viudez otro traje de novia. Tampoco me maldigas:

Yo te prefiero a veces cuando me traen una sombra que nunca había pedido. También yo te perdono. Tus ojos adivinos que todo lo desnudan. Pues tu también me eliges creo yo, cree mi miedo.

 

Aproximadamente una mujer es algo que está entre las manos y el horizonte. Es algo que tiene que ver con el horizonte y las palomas. Una mujer dobla la esquina y su virtud es ser el único animal que desaparece. No esta más. No volverás a arrodillarte a sus caderas. No gritara más tu nombre en el fugaz martirio de los sexos. Aproximadamente imaginaras qué pasa cuando está con otro hombre., pero te habrás equivocado. Otro hombre y esa mujer serán distintos como es ahora distinta tu manera de tenerla. Tu olvido es el olvido de quien entra a una catedral, entre las telarañas, persiguiendo una voz, un susurro, que al final no es sino un disco con aquellas canciones que escuchaban juntos. Aproximadamente tú estás sentado en el principio y ella no está contigo, exactamente.

 

Si tu mujer va dejando de mirar a las estrellas. Si tu vas dejando de mirar a tu mujer en las estrellas. Si los dos duermen de espaldas hacia estrellas distintas, no pienses que es la hora en que llego el olvido. Demasiado peor: ha llegado el recuerdo.

No, fuiste un misterio que no llegó al amor y ni siquiera al odio. Y ahora te pareces a los trenes que parten y a esa ventanilla cerrada, donde dicen que, en urgente asunto de negocios, parte dios.

 

La muchacha que baja de la montaña dice que las piedras estaban tristes, que los árboles tenían una actitud muy seria y que lo que no tiene ojos tiene el nombre de montaña. Le contestamos que por eso íbamos a poner un pájaro en cada piedra, un columpio para el sueño en las ramas de los árboles y, para lo que no tiene ojos y tiene nombre de montaña, le llevamos algo así como una mezcla de vicarias y peces, para que pueda ver los gestos de las nubes, la mímica del sol.

 

ARTE RUPESTRE

 

Y al hombre,

cuando lo llevan de la mano.

Apenas sabe originarse o beber ciertas dosis de su altura

y ya lo dejan sacudido y libre

a la entrada del humo y de los golpes,

a la entrada de su reproducción,

a la puerta invisible de la escuela.

Cuando lo dejan solo que da pena verlo,

solo y con la jaula abierta,

iluminado por un pequeño candil

mientras la madre canta y da palmadas

creyendo que lo demás está previsto,

que siempre ha sido así.

El hombre sale, a bolina, en su afán de ser el séptimo color,

sacudido y libre,

creyendo que la jaula siempre estará abierta.

 

 

Poemas de Raúl Ortega

Poemas de Raúl Ortega

El libro Las mujeres fabrican a los locos, de Raúl Ortega,  es uno de esos textos a los que de cuando en vez hay que volver en el contexto de la producción poética cubana de la segunda mitad de la década de los 80.

RAÚL ORTEGA ALFONSO (La Habana, Cuba, 1960) ha sido colaborador de la sección “Noterótica” de la edición Mexicana de Playboy, México, D. F. y columnista del suplemento cultural “Sábado”, del periódico UnomásUno, México, D. F. Entre otros títulos, él ha publicado  los libros de poemas: Las mujeres fabrican a los locos, Editorial Abril, La Habana, Cuba, 1992, reeditado por Editorial Praxis, México, D. F.; Acta común de nacimiento, Editorial Praxis, México, D. F.; Con mi voz de mujer, Editorial Arlequín, Fonca, Guadalajara, México; La memoria de queso, Editorial La Torre de Papel, Miami, Florida; y el libro-objeto de poemas y grabadosDesde una isla, en colaboración con el pintor Carlos Alberto García, México, D. F. Ha sido incluido en diferentes antologías de poesía cubana.

De todos esos títulos, sin discusión alguna el de mayor repercusión hasta la fecha ha sido Las mujeres fabrican a los locos, y del cual se ha asegurado “es un libro del amor nacido en la dispersión de la carne.” En este sentido, la crítica e investigadora Elena Tamargo ha escrito:

“¿De qué clase son las tragedias de las mujeres que fabrican a los locos? Son las tragedias silenciadas, la eterna despedida del epílogo, con cada simpatía fugaz. Esta mujer de su poesía no es la buena madre de sus hijos, llamada naturalmente a sentir con ellos sus alegrías y sus desdichas, y a no separárseles nunca. Ni siquiera es la Diotima de Hölderlin o la Margarita de Faust. Estas mujeres están solas en la naturaleza, en insalvable y mortal soledad. Sin embargo, esta lírica, que es de las aproximaciones anímicas, también lo es de las amistades, eróticamente fuerte como es la amistad. Y en su final, se sabe sólo que algo deja de ser, que algo se acabó, como en el cine cuando se acaba la película y todo se queda oscuro. Hay, sin embargo, en esta poesía algo de aristocrático, un gesto tal vez no ejecutado que aparta el suspiro, porque ésta no tiene lamentos; con los corazones desgarrados, pero no llora. Estas mujeres son también las mujeres de Atenas, aunque de otro modo.”

Y agrega:

“En la obra de Raúl Ortega, el lenguaje y la emergencia de lo que anuncia dan testimonio de una realidad común que no necesita más legitimación; un lenguaje propio es lo que resulta muy importante para un poeta.

“El tono de esta poesía es el de la designación, del homenaje, implica un reconocimiento de algo superior, en una escala que se despliega desde la admiración hasta la veneración, una palabra, esta última, hoy desprovista de sentido, pero en él, rehabitada para nombrar lo femenino. Sus poemas son himnos, una llamada a los testigos, una interpretación de signos y mensajes que garanticen el ser de lo único que este poeta considera divino.”

Poemas de Raúl Ortega

UNA MUJER ES ALGO SERIO SI NO LLEGA

Nunca dejes en la superficie a una mujer

es como instalar una bomba en un cine de niños

Si prometes abortarle la lluvia

no puedes dejarla encajada en la sequía

si presentas credenciales de rabia

no puedes olvidar la baba en el pantalón que te quitaste

si te la das de barítono

a la hora del canto no puedes ser falsete

Tiene derecho si no llega

a buscar la humedad en algún sitio

donde no vea al ojo que mintió

ponerse su vestido de uñas

salir a botar los papeles del baño

recordarnos

que nuestro gigante es gigante por mandato de ellas

que no se comporte como un estúpido conejo entre la hierba

que no se vuelva un asqueroso vomitando

antes de hallar la luz que fue a buscar

en ese kiosco no se venden los jugos

se obsequian

si logras con caricias que bostecen sus piernas

Una mujer para que vuele

hay que meterle todo el cielo en los ojos

enterrarle también el hacha en la memoria

Sólo entonces se quitará el cartel

para que tu batuta pise el césped

comience el concierto de gemidos

y aparezca como camino la baranda

sin importar que pueda haber un puente

LAS MUJERES FABRICAN A LOS LOCOS

Las Mujeres fabrican a los locos

nos mantienen gorditos

con los trasplantes de los vellos del pubis al bigote

con la historia de pechos blanquecinos tras la tela mohosa

Sacamos el cuerpo por la ventanilla para verlas pasar

y un camión nos arranca la cabeza

Algunas te envían un carnicero a trabajar dentro del corazón

otras te alimentan con una cucharada de sal

después te llevan a correr por el desierto hasta llegar la noche

y prenden entre sus piernas un farol del que gotea agua

A ellas les debemos

la humedad más perfecta derretida en la cara

las únicas vacaciones tranquilas que se pueden pasar en esta época

nueve meses en el hotel más confortable

Adoro las que habitan los prostíbulos

algún día me iré a vivir con ellas

les fregaré los platos para que puedan menstruar plácidamente

copularemos en el aire

y los niños caerán a la tierra con los dientes afuera

Vino a buscarme la pandilla de los libidinosos

les dije

ya habrá tiempo de llenar los colchones de espuma

es hora de cambiar el miembro por algún extintor que las proteja

porque nos vamos quedando sin piezas de repuesto

No basta antologar la boca en numerosas pelvis

ni agradecer el sabor a cobre y peces adobados

si a veces parecemos esquimales sin poder derretirnos sobre ellas

por temor a enterrarnos una esquirla en las nalgas

Me llora un ojo

el otro habita en sus rodillas vigilando la altura

Cuándo podré tirar los espejuelos que tienen amputada mi memoria

Con caderas me funciona el cerebro

pero me falta fondo donde anclarlas

La eyaculación pide el último de los desempleados

sus guerreros añoran las costas de sol gelatinoso

Todo el aire de la noche cabe en una botella de vinagre

Se aburre la lengua de su propia saliva

mientras que la demencia hace guardia en las esquinas por donde asoma el muslo

y sólo aparece el muñón sobre la rueda

y sólo aparece el fémur sin la envoltura

Las Mujeres fabrican a los locos

y preparado estoy para un encierro interminable detrás de cada pierna

pero hay otros gritos en el aire

que no me dejan concentrarme

CONFERENCIA EN EL AULA MAGNA

A veces me avergüenzo de ser un animal que posee dos manos

pero hay cada Mujeres acabaditas de salir del horno

que te dejan mirando como la mantequilla del corazón se te derrite

Dan ganas de mudarse a la cueva del topo

a esperar que el raciocinio te despierte a patadas

te explique que una Mujer abierta hasta la nuca

es el mejor lugar para que el hombre aprenda a comportarse

Cómo va a pretender untarla de una grasa

que mezcló con el agua que tiene el cerebro

Está negado entrar a una Mujer con los zapatos puestos

la época y sus problemas te pedirán carné

Estamos a dos cuadras de Marte y la Tierra da vuelta con los codos

Todos preguntan quién es el último para comprar cabezas

Suerte que una Mujer se abre

desde su inmenso anfiteatro desdeña cualquier intento de aterrizaje absurdo

Basta de aglomerarse en la garganta

la reunión es en la lengua para poder gritar

odiamos la madurez del borde

hace falta la abundancia del filo

Una Mujer abierta toca el timbre

los hombres acuden a las clases

levantan la cabeza para escuchar atentos

y con un gesto imperceptible

guardan el miembro debajo de la mesa

NECESITA ESTAR SOLA ESA MUJER

………………………………….Dejen sola a la solísima mujer.

………………………………….Teresa Melo.

Necesita estar sola esa Mujer

Detesta que la miren como una presa fácil

todavía con la sangre caliente

Que nadie venga a cortar el hilo de esta hora

donde ella cuelga sus ideas

necesita amasarlas si no qué va a comer mañana

pensar que hace en medio de esta gente

(que siguen tildando de ladrones a nosotros los piratas

y buenos los corsarios porque están protegidos por el rey)

que nunca más la dejarán oler a hierba fresca

sino a ajos y a insomnios

de esta gente u otra que puede ser la misma

que un segundo después de haber nacido un niño

le obsequian un globo sin color a punto de estallar

y siguen dejando a sus Mujeres abiertas como una mesa sin servir

abofeteándolas con un ayuno interminable

Quizás más tarde se acueste con algún comemuslo

que a sabiendas intentará ofrecerle de propina un poco de cariño

quizás encuentre al hombre que camina

por el túnel solísimo que el mismo ha fabricado

y juntos logren encontrar la salida

Pero hoy necesita estar sola esa Mujer

grotescamente sola

como un animal gustoso lamiéndose los genitales.

Un poema de Roberto Méndez Martínez

Un poema de Roberto Méndez Martínez

Miembro Correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua, el Poeta, ensayista, crítico de arte y narrador Roberto Méndez Martínez es una de las voces más prestigiosas de la actual intelectualidad en Cuba.

Licenciado en Sociología en la Universidad de La Habana y Doctor en Ciencias sobre Arte en el Instituto Superior de Arte de La Habana, por su sistemática y fructífera labor como laico católico, Roberto Méndez Martínez fue nombrado por el papa Benedicto XVI como consultor del Pontificio Consejo para la Cultura. Entre otros libros él ha publicado los siguientes títulos: Carta de relación(poesía, 1988), Manera de estar solo (poesía, 1989), Desayuno sobre la hierba con máscaras (poesía, 1991), El fuego en el festín de la sabiduría (ensayo, 1992), Cifra de la granada (ensayo, 1994), Conversación con el ciervo (poesía, 1994), Música de cámara para los delfines (poesía, 1995), Soledad en la plaza de la Vigía (poesía, 1995), Variaciones de Jeremías Sullivan (novela, 1999),Cuaderno de Aliosha (poesía, 2000), La dama y el escorpión  (ensayo, 2000), Viendo acabado tanto reino fuerte (poesía, 2001),Elogio de la noche (ensayo, 2002), Libro del invierno (poesía, 2002), José María Heredia, la utopía restituida (ensayo, 2003), Castillo interior (ensayo, 2003), Autorretrato con cardo (poesía, 2004),  Las especies del aire (poesía, 2005), Otra mirada a la Peregrina(novela, 2007), Ritual del necio (novela, 2010), y Los misterios de la ópera (ensayo, 2014). El poema que hoy reproducimos enMiradas Desde Adentro y que tiene ya cerca de treinta años de haber sido escrito, retrata la atmósfera que a inicios de los noventa se produce en Cuba cuando se da un proceso de incomunicación y divorcio entre los por entonces jóvenes artistas e intelectuales por una parte y los representantes del poder político por otra.

CENA EN CASA DE LEVÍ. A.D. 1573

Roberto Méndez

Bajo el arco gris de Venecia

las aguas corren más oscuras y es julio,

Paolo Caliari, llamado el Veronés,

raspa en la piedra de una ventana

cuando escucha el chapoteo muerto,

el devenir de barcas y jirones que no fluye,

Paolo Caliari debe responder ante el Tribunal Sacro,

contempla ante la pared de enfrente, para otros vacía;

la frialdad del blanco, el escarlata, el verde,

el resplandor engañoso del turquesa

que un día llamarán suyo,

ahora son sólo tintes, adivinaciones marcadas por la lluvia.

Es 1573, faltan diez años

para que pinte la Gloria de Venecia

y los rostros que estarán en aquel espejo

ahora contemplan:

Preparó Leví en su casa una gran cena

recaudadores, discípulos, hombres violentos

o tristes disfrutaron de ella

sin saber que hacían historia.

El tribunal conoce las Escrituras e insiste:

¿Conoces la razón de haber sido citado?

¿Puedes suponerla? ¿Cuál es la pintura?

¿Cuántas hiciste semejante a esa?

Paolo Caliari solo pinta, hace cuadros

y ve pasar la barca del Dux, vacía,

mientras forma mezclas imposibles con el desnudo y la seda:

¿Qué significan esos alemanes armados?

¿Por qué un bufón con el papagayo al puño?

¿Por qué hay un enano??Por qué un hombre con la nariz que sangra?

Apenas puede responder con palabras palpables,

es tarde, no ha cenado y tiene miedo.

Los pintores somos como poetas y locos…

mi imaginación adorna la realidad con figuras…

sólo puedo dibujar en la medida de mi mente…

Ellos repiten como en un sueño:

Has pintado demasiadas cenas,

hay una en el refectorio de San Juan y San Pablo,

otra en Verona, una más en San Jorge de Venecia

y también donde los Servitas y en Padua.

Son demasiadas cenas y en Alemania hay herejía,

tales banquetes y músicas únicamente pueden ser

escarnio.

Miguel Ángel pintó a la corte celestial

pero ahora está muerto y es un hombre ilustre.

Paolo Caliari recuerda los versículos:

¿Queréis hacer ayunar a los convidados

mientras con ellos está el esposo?

Días vendrán en que éste será arrebatado

entonces ayunarán.

El vino necesita odres nuevos…

Mas quiere regresar a su casa, acercarse al fuego,

tomar las carpetas donde un ángel inconcluso se dibuja

y calla, pero los colores enfrente se desvanecen.

El Sacro Tribunal ha dejado las capas, los capelos en la puerta,

conservan el oscuro vaho de las carnes y el aceite,

envueltos en sus togas repiten:

Donde hay un perro debe estar la Magdalena arrepentida,

donde juegan los enanos aparecerá uno que ora,

en vez del bufón, de los alabarderos

preferimos la oscuridad, la nada, el vacío,

una inmensa arcada

bajo la cual nunca hubo una cena…

Faltan diez años para que esos rostros grasientos

sean retratados por el Veronés en un triunfo

junto a las cuadrigas, las armas, la opulenta mujer coronada

que figura para la eternidad la gloria de Venecia,

allí ellos conversan sobre la virtud de Plotino y Porfirio

y Paolo Caliari, que debe comprar pinturas, bujías, huevos para su hijo,

culpablemente calla, escucha atento:

…requerimos y obligamos que enmendada sea

y a sus costas la dicha pintura en plazo de tres

meses bajo las penas que este Tribunal impone

y otras que proveer quisiere…

Bajo el arco gris de Venecia

las aguas se pudren lentamente

cuando los grandes señores abordan sus barcas

rumbo al festín o al sueño.

Paolo es un pez castigado sobre el muelle,

un hijo de la humedad que mancha

los leones de la plaza y aún tiene miedo.

De sales y agua

De sales y agua

Mylene Fernández es una de las más importantes narradoras cubanas en el actual panorama de nuestra literatura y el libro aquí comentado resultó Premio de la Crítica.

Agua Dura, de Mylene Fernández,   me ha regresado a lugares y épocas de mi vida que no recordaba,  la escuela y cuando las clases se poblaban  de retozos, de conspiraciones contra los maestros y las ciencias,  se acortaban  los nombres de los amigos y la vida toda, a ratos,  era un paso de risa. La física y sus leyes, las semillas y los elementos que se juntan y resultan  piedra, ave o agua.

“Habeas Corpus”  me  lleva a la orilla de un mar de sales y antojos disueltos. Mi madre siempre decía que vivir lejos del mar te ponía los ojos opacos, yo me reía de su ocurrencia hasta que descubrí que las madres raramente se equivocan.

…Se encaminó a la playa, imagen puntual de agendas y calendarios que le llegaban cada fin de año, poblados de fotografías de arenas blancas y mares azules siempre quietos, como posando eternamente para las cámaras o los ojos…

No hay  que esperar a un despido,  como la mujer de la historia de Mylene,  para saber que el mar cura casi todo, desde la piel al alma.  Quise encontrarlo en los lagos y los ríos de Europa. Me dije bueno, pues agua es agua. Pero no. Casi. Faltan la marisma, los minúsculos cristales en los labios  y la certeza de que las olas de verdad  rompen una  sola vez por continente.  Una playa de turistas, amantes o ladrones que cargan con todo lo que una tiene y si hay suerte, con todo lo que duele.

Cuántas mujeres habitan la muchacha del relato La pausa,  que intenta dormir y  engulle pastillas de colores como si fueran golosinas que devuelvan un poco de dulzor, la sonrisa o un descanso  que repare;   pero  solamente consigue soñar con un tiempo feliz que duele al despertar.  Pero creo que soñar con lo feliz es una semilla, una hendija, una promesa a mañanas con un poco más de luz.

…Pero esta mañana no había pastillas, sino la resaca de una borrachera, la foto borrosa de un amante fugaz y mediocre, y un sueño que seguía siendo lo más real de la jornada…

Porque hay y habrá despertares en que  los bancos  y las computadoras no se atasquen, abunden los cheques de derechos de autor y los porteros bondadosos. Las empleadas van a soñar con un amante pirata; la hija caprichosa y su  madre leerán juntas una historia de amor sin esperar  otra vida para darse ternura.

Según cuenta la Química, el agua contiene más sales de la cuenta. Lo mismo que a la vida y los recuerdos, al agua dura uno la filtra, la decanta hasta hacerla más ligera y potable. El libro encierra las vivencias de unas cuantas generaciones, las revive, las pasa por la criba de la nostalgia y en la última página, nos  acerca  a la comprensión y la ternura. Agua dura, pero inmensa, es este libro.

Para conocer más a Svetlana Alexiévich

Para conocer más a Svetlana Alexiévich

Según Svetlana Alexiévich, “La filosofía de ‘vivir en la naturaleza’ se ha transformado en la filosofía de ‘vivir a costa de la naturaleza’, y la naturaleza se venga.

Aunque el nombre de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (Premio Nobel de Literatura) no aparezca en los créditos de la miniserie Chernobyl, realizada en coproducción por la cadena estadounidense HBO y la británica Sky, audiovisual que ya circula en Cuba vía “El Paquete”, el material está inspirado en una obra suya: el libro Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, publicado por primera vez en ruso en 1997, un texto  que da testimonio del drama del accidente ocurrido en la central nuclear ucraniana en abril de 1986. Si bien es cierto que ni la serie de cinco episodios ni el libro en que está inspirada son del todo objetivos y que, por tanto, por doquier se percibe la intención de transmitir un determinado mensaje ideológico en contra de lo que fue la Unión Soviética y de la actual Rusia, más allá de méritos artísticos señalados por la crítica especializada y que van desde el verismo de sus imágenes, el formidable diseño de producción y que se muestra en el trabajo de reconstrucción histórica, la excelente fotografía del sueco Jakob Ihre, la funcional banda sonora de la islandesa Hildur Guðnadóttir, la eficiente labor de sonido y que propicia el clima de miedo, desolación, peligro, hasta el buen desempeño del elenco artístico, al menos a mí me queda claro que lo intenso de las discusiones y reacciones a propósito de esta miniserie evidencia el retorno de la otrora agresividad de la Guerra Fría al ámbito de  las relaciones internacionales. Como que Chernobyl 2019 ha prendido entre los consumidores cubanos de series televisivas, en Miradas Desde Adentro se reproduce hoy una entrevista publicada en Babelia, suplemento del periódico español El País, a la autora de títulos comoLa guerra no tiene rostro de mujerLos muchachos de zinc: Voces soviéticas de la guerra de AfganistánEl fin del ‘Homo sovieticus’(traducido al español por nuestro compatriota Jorge Ferrer) y el aludido Voces de Chernóbil. Crónica del futuro.

Svetlana Alexiévich, la voz de Chernóbil

Dos días en Bielorrusia con Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura, que recuerda el reto que supuso escribir el libro que ha inspirado la exitosa serie de televisión sobre la central nuclear

Pilar Bonet

Chernóbil ha irrumpido de nuevo en la vida de Svetlana Alexiévich, la escritora bielorrusa que plasmó el drama del accidente ocurrido en la central nuclear ucraniana en abril de 1986 (Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, publicada por primera vez, en ruso, en 1997). Más de 33 años después de la catástrofe, la miniserie de la productora HBO Chernobyl ha acercado el suceso  y su contexto sociopolítico a millones de espectadores. Para la mayoría, especialmente para los jóvenes, Chernóbil forma parte de la historia; pero para Alexiévich y los exciudadanos de la URSS residentes por entonces en Ucrania, Bielorrusia y Rusia, es aún vida.

El recuerdo, las lecciones y la actualización de Chernóbil son tema recurrente en las dos citas de esta corresponsal con Alexiévich esta semana en Bielorrusia. La primera, el martes, en su apartamento de Minsk, y la segunda, al día siguiente, en una excursión a la dacha (casa de campo) de Alexiévich en Silichy, una localidad a 40 kilómetros de la capital bielorrusa. Entre un viaje y otro, la vida cotidiana de Alexiévich discurre en estos dos ambientes adquiridos después de que recibiera el Nobel en 2015. Su piso de Minsk tiene una espléndida vista sobre el lago del centro de la ciudad. La dacha, construida con sólidos troncos aún aromáticos, está en los límites del pueblo, separada por unos trigales de las suaves colinas que en invierno son las pistas de una estación de esquí. En este refugio, donde Svetlana planea encerrarse este verano a escribir, reside de forma permanente María Vaitziashonak, escritora en lengua bielorrusa y artífice del jardín, lleno de caprichosos y recónditos espacios entre matorrales, árboles y macizos de flores. En Minsk y en Silichy, el móvil de Alexiévich suena una y otra vez: de nuevo, Chernóbil.

“El miedo ecológico se ha apoderado de la gente. Se ha hecho evidente que la naturaleza escapa de nuestro control y que hemos cruzado una frontera”, dice. “La filosofía de ‘vivir en la naturaleza’ se ha transformado en la filosofía de ‘vivir a costa de la naturaleza’, y la naturaleza se venga”, agrega.

“La gente está hoy más dispuesta a asimilar la información y entiende mejor que en el conocimiento hay agujeros negros y también que el ser humano no es tan poderoso como se creía”, señala la escritora, para explicar la masiva acogida de la serie norteamericana.

Hasta nuestra entrevista, Alexiévich solo había podido ver fragmentos de Chernobyl. Pese a basarse en gran parte en su libro, la serie no la menciona en los títulos de crédito y eso sorprende y desconcierta a la Nobel. “Firmamos un contrato con los productores que les permitía usar entre seis y ocho historias del libro. Pero, además del libro, utilizan también su filosofía, aunque mi nombre no figura. Es muy extraño”, afirma. Los representantes de la serie no han contestado a las interpelaciones sobre la omisión de su nombre en los créditos.

Sorprendentes han sido las belicosas reacciones que Chernobyl ha provocado en los medios de información rusos, oficiales y próximos al Kremlin. Las críticas se centran sobre todo en una denuncia puntillosa y extremada de inexactitudes técnicas, narrativas o de ambientación, pero hay también quien ve la serie como el producto de retorcidas conspiraciones extranjeras contra la Rusia actual. Un comentarista en el diario Komsomólskaya Pravda considera Chernobyl como un intento de desacreditar a Rosatom (la entidad gubernamental responsable de la energía atómica en Rusia), en beneficio de sus competidores tecnológicos occidentales. En el canal de televisión NTV han anunciado el rodaje de la primera serie rusa sobre el suceso. Sus protagonistas serán un espía norteamericano infiltrado en la zona de la central y un funcionario de los servicios secretos soviéticos que intenta desenmascararlo.

“Las reacciones a la serie de televisión en Rusia muestran la misma agresividad de la Guerra Fría”

La intensidad de las reacciones rusas ha dejado a Alexiévich estupefacta, sobre todo por su empecinada defensa de la Unión Soviética, aquel Estado desaparecido en 1991 al que, como repúblicas federadas, pertenecían Rusia, Bielorrusia y Ucrania, esta última el foco de la catástrofe. “No creía que los procesos se hubieran congelado de tal modo en Rusia; las reacciones muestran la misma forma de pensar, la misma agresividad de la Guerra Fría”, opina la escritora. El “coro agresivo” que Chernobyl ha provocado en Rusia muestra, según Alexiévich, que “están en la cuneta, que no se han conectado con el mundo”. El fenómeno es más amplio y profundo. “Puse la tele y vi que Rusia anunciaba el estreno de un nuevo bombardero que Estados Unidos aparentemente no tiene y me dije que el tiempo se congeló”, exclama.

Dos sorprendentes éxitos de público relacionados con la recuperación de sucesos históricos —uno, el de Chernobyl, y el otro, de un documental ruso sobre el campo de concentración de Kolimá (en el Lejano Oriente ruso)— parecen indicar la necesidad de nuevas formas narrativas para que las jóvenes generaciones penetren en la historia y la capten también emocionalmente. Kolimá, la patria de nuestro temor (abril de 2019) fue rodado por Yuri Dud, un popular periodista ruso, tras sondeos según los cuales casi la mitad de sus compatriotas de entre 18 y 24 años no habían oído hablar de la represión estalinista.

“Vi el documental sobre Kolimá”, cuenta la escritora, “y, desde el punto de vista de mi generación, no había nada nuevo en él e incluso diría que la realidad se había simplificado, pero tuvo un gran éxito entre los jóvenes, que se rebelan contra la imposición de viejas ideas. Les imponen monumentos, museos y una ley que prohíbe interpretaciones de la Segunda Guerra Mundial distintas a la oficial. Les hablan de una gran victoria, de una gran época, pero los jóvenes quieren saber qué clase de época fue aquella”.

Dada la situación política actual en Bielorrusia y en Rusia, Alexiévich cree que hoy le sería más difícil escribir La guerra no tiene rostro de mujer que en 1985, cuando la publicó. “Pienso que no podría escribir ese libro hoy porque las mujeres que estuvieron en el frente se cerrarían y tendrían miedo a contar su verdad de la guerra, que podría entrar en conflicto con la versión oficial, en la que solo existe la Gran Victoria. En lo que se refiere a la figura de Stalin, la Gran Victoria eclipsó al Gulag en la narrativa oficial”.

En el interés actual por Chernóbil, Alexiévich ve varios factores, además de una mayor comprensión de que existe un mundo desconocido, letal y global. Los jóvenes tienen una conciencia ecológica muy fuerte y sienten el peligro. Comprenden el tema de los recursos limitados —su nieta, dice, la recrimina por encender demasiadas luces— y el calentamiento global, aunque están más lejos de entender la amenaza de la carrera de armamento y del desmontaje de los tratados de desarme que pusieron fin a la Guerra Fría. Este fenómeno preocupa más a la gente madura, reconoce.

Por su naturaleza, el accidente de Chernóbil planteó desafíos al lenguaje literario. “Existe una cultura y una tradición para la narrativa de la guerra, lo que permite al creador moverse dentro de unos márgenes, tal vez explorarlos y ampliarlos en el marco de esas tradiciones. Sin embargo, cuando yo escribí mi libro sobre Chernóbil, no había un registro cultural para la narración sobre algo tan desconocido”, afirma. Existían no obstante obras premonitorias como Picnic al borde del camino (publicado en 1972), de los hermanos Arkadi y Boris Strugalski, un relato sobre seres que se ganan la vida saqueando en una zona prohibida, que viola las leyes de la física, tras una gran tragedia. El cineasta ruso Andréi Tarkovski llevó aquel relato a la pantalla con el título de Stalker (1979). “Los Strugalski y Tarkovski tuvieron la genialidad de adivinar lo desconocido e hicieron una incursión en otra época, exploraron una amenaza antes de que ésta se abatiera sobre nosotros”, señala.

Svetlana fue por primera vez a Chernóbil cuatro meses después de la catástrofe: “Allí entendí enseguida que estábamos en otro mundo. Todo parece lo mismo —las manzanas, los pepinos, la leche—, pero sobre ellos planea ya la sombra de la muerte y las personas están desorientadas, perdidas, y no en un plano anticomunista o antisoviético, sino como algo superior, algo distinto. Porque no se trata del ser humano en la historia, sino del ser humano en el cosmos. Volví a ver lo mismo muchos años después en Fukushima [la central nuclear japonesa afectada por un accidente en 2011], también allí había la misma desorientación en la gente, en los científicos y en los políticos, la misma sensación de impotencia”.

Recuerda especialmente Alexiévich a un piloto que quería llevarla a la zona desalojada en torno a la central. “Era piel y huesos. Me llamaba y yo no podía ir porque estaba ocupada. Entonces me dijo: ‘Dese prisa porque me queda poco. Puede que usted no entienda nada, pero sea testigo y tal vez otros sí lo entenderán”. Aquel piloto, que le ordenaba grabar los testimonios, miraba el micrófono de Svetlana e inquiría ansioso: “¿Graba? ¿Graba?”.

“Murió”, sentencia Alexiévich, contestando a una pregunta apenas esbozada.

Alexiévich mantuvo el contacto y también “la amistad” con los supervivientes de Chernóbil protagonistas de su libro. Con el tiempo, su agenda va menguando. “Hace un par de años querían filmar una película sobre el exterminio de animales en las zonas contaminadas. Fue idea mía. Por lo menos hice una decena de llamadas buscando a los cazadores enviados a ejecutar la tarea y entendí que ya no estaban vivos”. La escritora se sigue relacionando con Lucia, la madre de Vasili Ignatenko, uno de los bomberos fallecidos. Lucia vive en Bielorrusia y ha perdido el rastro de su nuera, Liudmila, residente en Kiev. Liudmila y Vasili Ignatenko, representados por actores, son dos de los personajes más conmovedores de la serie. “De Liudmila no sabemos nada y es muy extraño que no felicitara a su suegra con motivo de su 80º cumpleaños. La hermana de Vasili, Liuda, que se prestó a un trasplante de médula espinal para salvarlo, también ha fallecido”, relata la escritora. Durante varios años, la familia Ignatenko viajó clandestinamente a su domicilio en la zona prohibida en torno a Chernóbil y, con más nostalgia que miedo, sacó de su antiguo hogar los pepinos en salmuera que no pudieron cargar durante la evacuación forzosa. “Hasta que todo fue saqueado y dejaron de ir”, exclama Alexiévich. Recuerda también la escritora que durante largo tiempo tras el accidente resultaba arriesgado hacer compras en las tiendas de “segunda mano” de Minsk, porque muchas mercancías eran producto del saqueo en la zona contaminada.

“Todo parece igual —las manzanas, los pepinos—, pero sobre ellos planea ya la sombra de la muerte”.

Chernóbil fue una tragedia común de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, pero cada uno de estos países ha privatizado y reinterpretado su porción de horror. En los últimos años las cosas se han complicado aún más. “Ucrania considera ‘país agresor’ a Rusia y en Rusia hay un tremendo sentimiento antiucraniano; en cuanto a los bielorrusos, yo diría que la dictadura se ha cobrado lo suyo y se han subordinado todas las instituciones relacionadas con Chernóbil. Aquí las autoridades temen el espíritu libre de Ucrania”, dice la escritora. “En la zona de exclusión bielorrusa los ancianos han muerto, pero hay otras gentes que acuden a esos parajes a los que llaman materik (‘continente’ en ruso), decepcionados de la vida en otros lugares, y queda una pareja entrada en años que tiene la casa llena de iconos”. “No es un espacio de libertad, es más bien un espacio salvaje”, puntualiza Alexiévich.

La escritora da forma a sus obras lentamente y a menudo tarda años en acabarlas. El libro sobre el amor en el que está trabajando “avanza lentamente, pero avanza”, dice, y explica que se limitará a recoger el testimonio de mujeres. Ha renunciado a entrevistar hombres para ese libro. “Tienen una sensibilidad diferente. No consigo penetrar en ella. No los entiendo. Es como si fueran de otro mundo”, exclama. Alexiévich escribe sus relatos a mano. En un rincón de su despacho en la dacha, cuidadosamente amontonados en varias voluminosas pilas en el suelo, están los borradores de su nueva obra. Ya escribió impresionantes historias de amor en sus anteriores libros, le digo. Lo admite, pero ahora, puntualiza, la tarea es diferente: “Lo que yo quiero no son ideas, no son las superideas que siempre existen en Rusia, como ganar la guerra o construir el comunismo. Lo que quiero es escribir sobre los intentos de ser feliz, sobre las personas que quieren vivir su propia vida escondiéndose de las ideas”.

La situación política en los tres países eslavos que sufrieron Chernóbil varía. Opina Alexiévich que, en Bielorrusia, la principal preocupación del presidente, Alexandr Lukashenko —en su cargo desde 1994—, es “conservar el poder”; en Rusia impera una “política militarista” y en Ucrania se abre paso una “nueva conciencia”, aunque la tarea del nuevo presidente, Volodimir Zelenski, se ve dificultada por los nacionalistas radicales. A la Nobel le gusta Zelenski. “También me gustaba Petró Poroshenko, pero me decepcioné cuando supe de su apego por el dinero. No creo que Zelenski esté en la presidencia para enriquecerse, creo que quiere sinceramente hacer algo. Es un personaje moderno y no necesita que la gente cuelgue sus retratos en el despacho”.

Vladímir Putin ha indicado su deseo de una integración más estrecha con Bielorrusia, lo que muchos ven como una futura anexión y una estratagema para poder seguir en el poder cuando acabe su mandato en 2024. La actitud del Kremlin no ha llevado a Lukashenko a reforzar los vínculos de unidad con sus conciudadanos, afirma Alexiévich. “No tiene antenas ni receptores para captar esa dimensión. Él solo entiende el peligro que existe para él y su poder. La sociedad en cambio sí lo entiende. Sobre todo, la juventud”.

Alexiévich no cree que el estancamiento o el retroceso político en Rusia o Bielorrusia sean un fenómeno atribuible solo a la personalidad de sus líderes. “No es Putin el que manda abrir museos, monumentos y bajorrelieves dedicados a Stalin. No son sus órdenes. Son iniciativas privadas. El Kremlin y el pueblo se unen”, afirma.

En Bielorrusia, han sido retiradas las cruces de madera de Kuropaty, el bosque cercano a Minsk, donde los verdugos del NKVD (la policía política de Stalin) organizaron fusilamientos masivos en los años treinta y principios de los cuarenta. Unas excavadoras llegaron y se las llevaron y “la gente calló ante la destrucción de aquel panteón popular, aquel espacio de libertad donde se reunían los jóvenes y había pequeñas manifestaciones”. “Se convocó una plegaria colectiva con velas para protestar contra la retirada de las cruces. Solo acudieron 100 personas. Fue muy decepcionante”, dice la escritora, convencida de que las cruces han sido retiradas por iniciativa de Lukashenko. “Vio una isla de libertad, un espacio fuera de su control, y ordenó que quitaran las cruces”, dice.

Alexiévich no solo denuncia el “militarismo” ruso. Esta primavera, invitó al club de discusión que organiza en Minsk a la escritora lituana Ruta Vanagaite, autora del libro Los nuestros. Viaje con el enemigo (2016), sobre la colaboración de los lituanos con los nazis en el exterminio de los judíos: “Le están haciendo el vacío en Lituania por denunciar la colaboración de sus propios parientes con el nazismo. En Minsk vino mucha gente a oírla, pero yo esperaba más. Aquí en Bielorrusia, exterminaron también a los judíos, no supimos defenderlos, y el resultado es que nos encontramos solos con los comandantes partisanos”.

El último viaje a Rusia de Alexiévich data de hace dos años, cuando intervino en el Centro Gógol de Moscú y en San Petersburgo, donde el cineasta Alexandr Sokúrov consiguió que le facilitaran una sala en el Ermitage. Después, el director de este museo, Mijaíl Piotrovski, recibió “una reprimenda” por ello. Svetlana no ha vuelto a Rusia desde entonces, aunque ha sido invitada varias veces, la última por una editorial para intervenir en una feria del libro recién celebrada en la Plaza Roja. “Algo está pasando”, dice. “Por una parte me tratan como enemiga y de repente me invitan a la Plaza Roja”.

PISTAS

Chernobyl

Serie de televisión. 5 episodios.

Dirección: Johan Renck. Guion: Craig Mazin

Reparto: Jared Harris, Jessie Buckley, Stellan Skarsgård, Emily Watson

HBO, 2019

Tomado de BabeliaEl País, localizable en:

https://elpais.com/cultura/2019/06/07/…/1559926054_845405.html

 

Poemas de Heberto Padilla

Poemas de Heberto Padilla

Más allá de que Heberto Padilla haya trascendido a la historia del devenir cultural de este país posterior a 1959 por motivos extra artísticos, nadie puede negar que por derecho propio él figura en la nómina de los poetas de mayor importancia en el universo cubano de finales del pasado siglo XX. En aras de contribuir a romper, aunque sea en una mínima porción, el desconocimiento que acerca de su obra poseen en la actualidad los más jóvenes entre nosotros, hoy publicamos en Miradas Desde Adentro una selección de poemas del autor de libros como El justo tiempo humanoLa horaProvocacionesEl hombre junto al mar,Un puente, una casa de piedraUna época para hablar y Fuera del juego.

POEMAS DE HEBERTO PADILLA

Mírala tenderse

Mírala tenderse sobre tu cama cuando te yergues. Tiene la forma de tu cuerpo, la prisa de tus manos, tu propio sexo; deja tus huellas y se ahueca como

lo hace tu pecho y nunca la oíste respirar y ella conoce el temblor de tu labio, la cuenca de tu ojo, y está latiendo ahora en tu vida y no sabes

que es ella tu ansiedad.

Frecuentemente oyes sus pasos como en invierno el soplo de las primeras ráfagas. No has hecho fuego para nadie. No es ella la invitada. A menudo sorprendes

un asalto de sombra en los zaguanes y es inútil la presión de tu mano para salvar la llama: siempre

quedas a oscuras. Es tarde, pero es ella quien habla con la voz de la errante que cruza los canales y los puertos

de la ciudad adonde vas,

adonde siempre quieres ir, (¿buscando qué?)

y canta en tus oídos la eterna fábula de horror.

<

p style=»font-weight: 400;»>Solitaria, constante va junto a ti, vigila tu caída. No le des nombres. No le tiendas trampas.
No apresures el paso sobre la tierra. No levantes el rostro si ahora sientes un golpe sordo en la escalera.

Gran taladora, cada día del mundo abates nuevos árboles,

pero es interminable la floresta.

Infancia de William Blake

I

Mujer de la lámpara encendida, ya velaste tres noches. Miras la llama

que tiembla y se achica, y sueñas.

¿Quién puede regresar por la noche de Soho,

entre la ennegrecida primavera de Lambeth? Antigua que en la hora final regabas el almizcle para que trascendieran más sus telas, ¿pensabas que en otra

quemante

primavera inundaría también sus tierras, y crecería allí el hacinamiento y la desidia,

y que un viento más ancho que la noche destrozaría las tablas del alero?

¿Pensabas al hablarle

del silencio o del tiempo, que era ya algo hecho en el viento que nutría una muda corriente en sus huesos livianos?

II

Sé tu temor, girando como tu ala más dichosa, ¡pájaro de susurro y lamentación!

<

p style=»font-weight: 400;»>Es la noche. Ya nadie llama.
Pero a través de la ventana cerrada

él oye crujir la vaina de aquel árbol,

y es como si alguien golpeara. Su más secreto juego se ha llenado de astucia. El ve, desconsolando, en la negra llanura,

el humo de las casas que arden de noche,

y el paso de las bestias contra el fuego.

No abras la puerta. No llames.

En la orilla remota, un pájaro hunde en su pecho el pico centelleante. En la orilla remota está gritando. La última barca se desprende.

“Al cobarde hay que dejarlo en la otra orilla…”

Amarra ese viento encantado

para que no la mueva. El quiere gritar,

su piedra está manchada en sangre de la paloma destruida. ¿No sientes en sus ojos esa oscura desdicha,

sitios que no penetra y ama?

De repente es la lluvia,

y las ovejas más pequeñas balan.

El viento las dibuja en la colina, tiritantes.

“Vengan, mis niños; el sol ha desaparecido, y he aquí el rocío de la noche. Vengan, interrumpan sus juegos hasta que la mañana reaparezca en el cielo…”

¿No sientes ese peso de mantenida

soledad que flota en las caletas de altas aguas,

sobre las garzas muertas, ya para siempre

pedregosas?

¿Y el camino del bosque, la cruda,

alegre luz del alba en la resina de los troncos; el cuchillo cantando, la guirnalda de robles

y de arces y el ruiseñor que sólo puede ser encontrado

en el Yorkshire y el cuerno de venado

y la hoja verde?

Eso que cae y cruje, ¿es eso viento, es agua

entre los árboles, o es sólo el perro destrozando las ratas muertas

en el granero abandonado?

Mujer, deja tu lámpara encendida y abre la puerta y cúbrelo. Su sueño interrumpieron los visitantes

que a cierta hora se dispersan.

“Buenas noches, señora Blake… Oh, fíjese, esa escarcha: la primera del año…”

La nieve cubre el techo, crece a la altura del portal, (en Lambeth es así). Y en la profunda casa de madera, ya ni la magia familiar, ni el golpe de la

lluvia, ni tus pasos cuando llegan deshabitando el agrio terror de la penumbra, podrían consolar a estos ojos

sino el perro del bosque

levantando su parda cabeza entre los gansos salvajes.

Eso que cae y cruje,

<

p style=»font-weight: 400;»>(entre las hojas húmedas hace un ruido
solitario y enérgico) del más remoto sitio del mundo te señala. Medrosa, detenida en las puertas más lejanas y crueles. Te asustan indudablemente esas llamas.

No puedes recordar más que voces difíciles.

Te decían:

Los niños como tú, William, serán negados por el ángel; blasfemas, robas en la despensa; tienes la cara sucia; andas siempre con claves y grabados y láminas…

Tú, arqueado el cuerpo, sonreías.

¡Ay, Blake, el siglo veinte no es un simple grabado

en que batallan el arcángel y el diablo!

Es la trampa

en que luchamos, es esta lluvia que nos ciega. Han arrasado las despensas

y no hay señales ni claves

que no pueda entender

el Ministerio de Guerra.

Entra, aún estamos en vela.

Cualquier día

me gritan a la puerta:

“Un hombre con paraguas, mi señor”

(No puedes conocerlo. Es de esta época)

Cualquier día

penetran en mi cuarto.

<

p style=»font-weight: 400;»>“Mostró insignias, señor”
Cualquier día

me obligan a salir a la calle, me apalean; me lanzan como a una rata

en cualquier parte.

(Tú no puedes saberlo. Es de la época)

Contra mí testifica un inspector de herejías.

VII

Esta noche me basta tu silenciosa presencia. En mi cabeza turbada

tu poesía alumbra mejor que una lámpara

sobre mis círculos de miedo.

No me distraigo.

Tengo los ojos fijos en la negra ventana.

Pasan camiones con soldados, gentes de las líneas de fuego.

En mi casa resuenan las consignas violentas.

VIII

La vieja profecía

que no te pertenece, extiende

como el agua tus dominios Y ese viento te borra,

ese camino que debes proseguir

guarda un instante tu desdicha; esas bestias enanas

soportan equipajes de usureros.

Delante de tus ojos el mundo exasperado resplandece.

¡Alegría! se han perdido todas las llaves, todas las puertas se han cerrado,

y las flores anoche

se cubrieron de un rocío de vasta anunciación. Los árboles voraces,

las flores venenosas

mueren al fondo de la verja, entre animales temibles.

Y aquí, William, te han puesto. Aquí la vida te edifica; hay algo aquí, nocturno, que quieres descifrar

para mis ojos: símbolos, dones tuyos brillando en lo desposeído.

Tu hogar es este mundo de bandidos colocado en el centro de los árboles. Las tablas húmedas

de que están hechas nuestras casas,

son el olor tormentoso de tu alma. ¡Alumbra, Blake, esta sencilla majestad!

Abre la puerta, y en la alta noche, sale.

Síguelo, perro del otoño, lame esa mano, el hueso conmovido de la última piedad; síguelo, ¡Oh centro pedregoso del otoño, animal del otoño, centro grave,

robusto del otoño!

Es el desesperado, recién salido, pálido desertado de tus tardes.

Noche, tú de algún modo le conoces. Por unas cuantas horas

permite, al fin, dormir a William Blake.

Cántale, susúrrale un fragante cuento; déjalo reposar en tus aguas,

que despierte remoto,

sereno, madre, en tu heredad de frío.

El hombre al margen

El no es el hombre que salta la barrera

sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo

oculto en el vagón que jadea

o que huye entre los terroristas, ni el pobre

hombre del pasaporte cancelado

que está siempre acechando una frontera.

El vive más acá del heroísmo (en esa parte oscura); pero no se perturba; no se extraña.

No quiere ser un héroe, ni siquiera el romántico alrededor de quien

pudiera tejerse una leyenda;

pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, fatalmente

condenado a su época.

Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro, como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera.

Cada mañana recomienza (a la manera de los actores italianos) Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje. Ningún espejo se atrevería a

copiar este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.

El que regresa a las regiones claras

Ya dije adiós a las casas brumosas

colocadas al borde de los desfiladeros como el montón de heno en la pintura flamenca,

y adiós también a las mujeres

que más de una vez me conmovieron ──sobre todo aquéllas de ojos color de malaquita──, y los trineos quedaron colgando como gárgolas inservibles en las

ventanas que desde ayer

están cerradas.

Porque el sol me ha curado.

No vivo del recuerdo de ninguna mujer,

ni hay países que puedan vivir en mi memoria con más intensidad que este cuerpo que reposa a mi lado. El sitio ──además── donde mejor

puede permanecer un hombre es en su patio, en su casa,

sin gentes melancólicas que acechen en los muelles

la carne atroz de las pesadillas. Un nuevo día entra por la ventana

──estallante, de trópico──.

El espejo del cuarto multiplica su resplandor. Yo estoy desnudo al lado de mi mujer desnuda, encerrados en esta luz de acuario;

pero éste que huye a través del espejo,

con bufanda y abrigo, escaleras abajo;

el que saluda a toda prisa a la portera

y entra en un comedor atiborrado y se sienta a observar la fachada de una estación de trenes

que el invierno devora

con su lluvia podrida como un estercolero, es mi último espejismo

que ya ha curado el sol, el último síntoma de aquella enfermedad,

afortunadamente transitoria.

Canto de las nodrizas

Niños: vestíos a la usanza de la reina Victoria y ensayemos a Shakespeare: nos ha enseñado muchas cosas. Sé tú el paje, y tú espía en la corte, y tú

la oreja que oye detrás de la cortina.

Nosotras llevaremos puñales en las faldas.

Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.

Del carruaje ya han bajado los cómicos. ¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,

o la farsa es realmente un pretexto,

un bello ardid contra las tiranías? ¿Y qué ocurre si al bajar el telón

el veneno no ha entrado aún en la oreja,

o simplemente Horacio no ha visto al Rey (todo fue una mentira)

y ni siquiera Hamlet puede dar fe de que existiera esa voz que usurpaba aquel tiempo a la noche?

Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.

En tiempos difíciles

A aquel hombre le pidieron su tiempo

para que lo juntara al tiempo de la Historia.

Le pidieron las manos,

porque para una época difícil

nada hay mejor que un par de buenas manos.

Le pidieron los ojos

que alguna vez tuvieron lágrimas

para que contemplara el lado claro

(especialmente el lado claro de la vida)

porque para el horror basta un ojo de asombro.

Le pidieron sus labios

resecos y cuarteados para afirmar,

para erigir, con cada afirmación, un sueño

(el-alto-sueño);

le pidieron las piernas,

duras y nudosas,

(sus viejas piernas andariegas)

porque en tiempos difíciles

¿algo hay mejor que un par de piernas

para la construcción o la trinchera?

Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,

con su árbol obediente.

Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.

Le dijeron

que era estrictamente necesario.

Le explicaron después

que toda esta donación resultaría inútil

sin entregar la lengua,

porque en tiempos difíciles

nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.

Y finalmente le rogaron

que, por favor, echase a andar,

porque en tiempos difíciles

esta es, sin duda, la prueba decisiva.

Hábitos

Cada mañana

me levanto, me baño,

hago correr el agua

y siempre una palabra

me sale al paso feroz

inunda el grifo donde mi ojo resbala.

Fuera del juego

A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia

¡Al poeta, despídanlo!

Ese no tiene aquí nada que hacer.

No entra en el juego.

No se entusiasma.

No pone en claro su mensaje.

No repara siquiera en los milagros.

Se pasa el día entero cavilando.

Encuentra siempre algo que objetar.

¡A ese tipo, despídanlo!

Echen a un lado al aguafiestas,

a ese malhumorado

del verano,

con gafas negras

bajo el sol que nace.

Siempre

le sedujeron las andanzas

y las bellas catástrofes

del tiempo sin Historia.

Es

incluso

anticuado.

Sólo le gusta el viejo Amstrong.

Tararea, a la sumo,

una canción de Pete Seeger.

Canta,

entre dientes.

La Guantanamera.

Pero no hay

quien lo haga abrir la boca,

pero no hay

quien lo haga sonreír

cada vez que comienza el espectáculo

y brincan

los payasos por la escena;

cunado las cacatúas

confunden el amor con el terror

y está crujiendo el escenario

y truenan los metales

y los cueros

y todo el mundo salta,

se inclina,

retrocede,

sonríe,

abre la boca

“Pues sí,

claro que sí,

por supuesto que sí…”

Y bailan todos bien,

bailan bonito,

como les piden que sea el baile.

¡A ese tipo, despídanlo!

Ese no tiene aquí nada que hacer.

Estado de sitio

¿Por qué están esos pájaros cantando

si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación

y están pidiendo silencio?

Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta,

pero será muy tarde.

Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres

y el sitio en que se ocultaba la familia

fue descubierto en menos de lo que canta un gallo.

Dichosos los que miran como piedras,

más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible.

La vida hay que vivirla en los refugios,

debajo de la tierra.

Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos

escolares siempre conducen a la muerte.

Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?

No fue un poeta del porvenir

Dirán un día:

él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad. No poseyó el talento de un profeta.

No encontró esfinges que interrogar

ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha

el terror con que oían

las noticias y los partes de guerra.

Definitivamente él no fue un poeta del porvenir.

Habló mucho de los tiempos difíciles

y analizó las ruinas,

pero no fue capaz de apuntalarlas.

Siempre anduvo con ceniza en los hombros.

No develó ni siquiera un misterio.

No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio.

Octavio Paz ya nunca se ocupará de él.

No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar.

Ni Alomá ni Rodríguez Rivera

Ni Wichy el pelirrojo se ocuparán de él.

La Estilística tampoco se ocupará de él,

No hubo nada extralógico en su lengua.

Envejeció de claridad.

Fue más directo que un objeto.

El discurso del método

Si después que termina el bombardeo,

andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo

entre las ruinas

que en el sombrero de tu Obispo,

eres capaz de imaginar que no estás viendo

lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,

o que no estás oyendo

lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;

o (lo que es peor)

piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio

para evitar que un día, al entrar en tu casa,

sólo encuentres un sillón destruido, con un montón

de libros rotos,

yo te aconsejo que corras enseguida,

que busques un pasaporte,

alguna contraseña,

un hijo enclenque, cualquier cosa

que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe

(porque ahora está formada de campesinos y peones)

y que te largues de una vez y para siempre

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box