Categoría: Literatura

Poemas del libro Los perros de Amundsen

Poemas del libro Los perros de Amundsen

Una de las cosas que más he hecho durante los meses de confinamiento en casa por el coronavirus ha sido leer. No puedo decir la cantidad de libros que he consumido entre los que he leído en formato digital con la ayuda del software que empleo como lector de pantalla, mi querido Jaws, y los que me ha leído mi novia, en unas sesiones de intercambios de criterios muy enriquecedoras para ambos. Sí tengo claro que uno de los títulos que más me ha impactado en este período es el titulado Los perros de Amundsen, poemario del holguinero José Luis Serrano publicado por la Editorial Letras Cubanas y que en el 2018 recibiera el premio Nicolás Guillén.

El puñado de sonetos aquí recogidos y galardonados por un jurado que estuvo integrado por Edel Morales, Rogelio Riverón y Yanelis Encinosa debería ser materia de estudio para todo el que se interese por los actuales derroteros de la poesía cubana. Ahora bien, solo una advertencia: nadie se piense que es una lectura fácil, ¡todo lo contrario! Quien desee adentrarse por lo que José Luis Serrano ha escrito en Los perros de Amundsen, debe hacerlo a sabiendas de que tendrá que disponer de un buen diccionario a mano, porque de no ser así, se perdería buena parte de lo que el autor nos propone.

Selección de poemas del libro Los perros de Amundsen

Por lo pronto y como pequeña muestra, en Miradas Desde Adentro publicamos una breve selección de un libro que en materia de poesía, nadie lo dude, es de los más importantes editados en nuestro país en los últimos años.

¿Depuraciones en la ludoteca?

¿Quiénes son los estúpidos que temen

a los frágiles músicos de Bremen?

Los masoquistas pagan su hipoteca.

Yo intercambio las cláusulas. Yo digo

una cosa por otra. En algún lado

estarán los botones, el cableado

de la perversa máquina. Al abrigo

de conjeturas tópicas confrontas

la realidad, las disyuntivas tontas

que nos conducen a engordar un cerdo.

Hay una dimensión en que la práxis

entra en conflicto con la profilaxis.

Hay una lógica del desacuerdo.

Hay sin lugar a dudas un desfase

entre la máquina que nos vigila

y la estructura sorda que asimila

la crudeza del dato. En el trasvase

los parámetros mutan. Toda magia

es un chantaje. Todo pase mágico

consiste en imponer un orden trágico.

Una fatalidad que se presagia.

Imperceptibles superestructuras.

Disfruta el cerdo sus enjuagaduras.

Detrás del esplendor está la inopia.

Mientras hay progreso habrá declive.

Es importante que el dolor se archive.

Todo lo que es verdad se fotocopia.

Bailan los muñecones tenebrosos.

La mano izquierda lava a la derecha.

Entre la multitud Pilato acecha.

Las utopías llegan con endoso.

Bestias que rumian en los pastizales.

Una felicidad inconsistente.

En el placer hay un dolor latente.

Olvidamos los ritos primordiales.

Los que van a acoplarse en el granero

no calcularon el cucarachero,

ni la humedad, ni el polvo. Habitaciones

donde solo se escucha el pizzicato

de la desilusión. Meprobamato

Diazepam. Tropicales depresiones.

Aquí terminan los desciframientos.

Entre los superhombres y la plabe

Hay un muñeco de impoluta nieve.

Combinatorias. Encadenamientos.

Un cúmulo de formas discursivas.

Una interpretación que desvincula

la causa del efecto y manipula

al objeto desde otras perspectivas

Montaje sin fisuras. Entre el acto

y la conciencia hay mecanismos, tracto,

carne deshidratada, tortas ácimas,

lipotimias, axiomas, arbolitos

de navidad, alcohol, pescados fritos,

insurrectos colgados de las guásimas.

Como por arte de birlibirloque

el receptor contagia al emisario.

Reducidos de placer involuntario

en el instante del electrochoque.

Levantan los apóstoles sus carpas.

Hemos comprobado todos los boletos

y seguimos ausentes e incompletos.

¿Dónde están los salterios y las arpas?

¿De qué sustancia somos el envase?

¿Escrutar a un objeto que no hace

más que fingir obedecer las leyes

mecanicistas por así complace

a los peritos? ¿Similar enlace

vincula a los bufones y los reyes?

Una felicidad que decepciona.

Que nadie se aproxime a la mezquita.

Aquí lo que hace falta es dinamita.

Aquí nos sobra la testosterona.

Trasplantes. Diálisis. Urocultivos.

¿Enfrentar de una vez al que más mea?

¿Darle estricnina al perro de pelea?

Hipotensores. Anticonceptivos.

Anatemas disueltos por la bula

Fornicación. Concupiscencia. Gula.

Adulterio. Pereza. Clic derecho.

Un par de bofetones y una multa.

El policía bueno nos indulta.

Salimos bien. Salimos por el techo.

Cuerpos que tienden a variar de estado

Es un error llamarles disolutos.

Para contravenir los estatutos

hay cierto personal autorizado.

Hay prendas de vestir fosforescentes.

Hay humo, hay frío, albaricoques, fresas.

Hay lagunas mentales. Hay tres mesas

ocupadas por tres adolescentes

con máscaras doradas. Pobrecitos.

Qué precarios, qué audibles, qué bonitos,

dentro de sus costosos envoltorios.

El huracán de la belleza amaina.

Hernán Cortés su espada desenvaina.

Convalecencias. Posoperatorios.

Nos inventamos acontecimientos.

La democracia encuentra a sus vasallos.

Dos cosas igualitas son los gallos

y las mujeres. Desmantelamientos.

Estaban dando la telenovela.

Es un revólver lo que necesitas.

Nos van a liquidar con sus tacitas

y sus biscochos de obediente muela.

Con más presión esperan que te ablandes.

Hay demasiados clítoris y glandes

en las pantallas. Válvulas pilóricas.

Contribuciones que no van al fisco.

Chivos expiatorios en el risco.

Retóricas. Retóricas. Retóricas.

El carnaval te aplica sus charangas

La oveja negra y el patico feo

pagan de sus bolsillos el paseo.

Prósperos vendedores de fritangas

capturan a la reina. Mojigangas

del carnaval. Feroz chisporroteo.

Las congas, las sirenas, el goteo

de los sueros, las incisivas tangas.

Se acercan los behiques con sus brevas

apestosas. ¿Abrirnos a las nuevas

causalidades? Sarta de guiñapos

que empinan sus canecas en cuclillas.

Han llegado los tristes cabecillas.

los malolientes y rabiosos capos.

La historia asoma su colmillo trunco

Las interpretaciones nos marean.

Tragedias que lo cómico bordean.

Rebaños infectados de carbunco.

Amordazada la ciudad se ahoga.

Esquizofrenias. Embrutecimientos.

Borrachos con disímiles talentos.

Convoyes que tantean el Ladoga.

Después que la utopía se desnutra

tendremos que elegir: el Kama Sutra,

el tornillo de banco o las chinampas.

Descalificación archisabida.

La culpabilidad es tu comida.

El plato de lentejas que te zampas.

¿Es una broma de los fabricantes?

¿Cuál es el truco? ¿Dónde está el piloto?

¿Al simulacro quién le pone coto?

¿Quién detiene al hatajo de farsantes?

Empiezan a bailar los primerizos.

Objetos ilusorios. Formas puras.

Distribuciones. Tráficos. Texturas.

Cámaras lentas. Nudos corredizos.

Nos quedan los museos, la impotencia

de los museos, la supervivencia

ficticia del zoológico. ¿Hasta cuándo

será el reinado de los energúmenos?

¿Una conspiración de catecúmenos?

¿Una prosperidad de contrabando?

¿Dónde estaban los toros de Pamplona?

¿Quiénes hicieron el primer envite?

¿Algún chivato dijo el escondite?

¿Un agujero negro nos succiona?

Pajas mentales. Cápsulas de ideas.

Un montón de utopías confinadas

en pomos de cristal y etiquetadas.

Un sistema de válvulas y apneas.

¿Caminar por lo oscuro como necios

o disfrutar la luz que a los efesios

recomendara Pablo? Consanguínea

precariedad que pone en entredicho

los despojos plantados en el nicho.

Entre el cuerpo y el alma hay una línea.

Cadáveres envueltos en sus mantas.

La conmiseración y sus enmiendas.

Al infierno se va por siete sendas

y las bifurcaciones no son tantas.

Desbordamientos. Cláusulas. Tembleques.

Formas de articular el amasijo.

Acepta el antropólogo cobijo

en los narcotizados bajareques.

¿Estamos en Ceilán? El agiotista

puede determinar a simple vista

la solvencia del prójimo. Un compendio

de alocuciones disimula el fiasco.

Pájaros que regresan al peñasco.

Objetos sustraídos del incendio.

Inoperantes focos de insurgencia

Los pobres ovacionan al famoso.

Ventrílocuos del títere rabioso.

Islas tocadas por la incandescencia.

No vamos a lograr con la docencia

lo que no pudo el sueño riguroso

de los patriarcas. El facineroso

sabe delimitar nuestra incumbencia.

Antes de comenzar te desmoronas.

Los cuerpos de caballos y personas

carbonizados. Un buche de sake

que nos haga volver. Unas granadas

que desmantelen nuestras barricadas.

Algo que nos obligue al contrataque.

Reflexiones debajo del enebro.

El triste beneficio de la duda.

Las ocho etapas que propone Buda.

Las circunvoluciones del cerebro.

El homo faber ama sus tarecos

tecnológicos. Nadie nos educa

en la contemplación. Dios se acurruca

en nuestro búnker, cámara de ecos

o campana de Gauss. ¿Incursiones

de las lesbianas y los maricones

en el dominio del dolor? Arcillas

que no comprendo, dices, que no culpo.

Los viscosos tentáculos del pulpo.

La perfección que muere de rodillas.

¿Alguien comprende las necesidades

de los vencidos? Frágil estamento.

¿Alguien sabe tocar el instrumento

dentro de cuyas posibilidades

y límites se expresa el repertorio

de los vencidos? Marcas de familia.

Estratos que conforman la vigilia,

las diferentes capas del velorio.

Que nadie se levante del pupitre

sin un par de utopías. El salitre

es un verdugo silencioso. Trepa

el buen salvaje al árbol, idolatra,

sufre… Lo mismo en Cuba que en Sumatra.

¿Alguien de estos capítulos discrepa?

Dos poemas de Legna rodríguez Iglesias

Dos poemas de Legna rodríguez Iglesias

Nadie puede negar que una de las escritoras cubanas más exitosas en los últimos años hes la camagüeyana Legna Rodríguez Iglesias, en la actualidad residente en Miami, Estados Unidos. Uno de los últimos libros suyos que ha salido al mercado es el titulado Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2019). Este cuaderno resultó ganador del Premio Centrifugados de Poesía Joven 2019, que organiza Ediciones Liliputienses.

El texto está escrito a partir de la experiencia del embarazo / maternidad vivida por la creadora, quien además de poeta es narradora y autora de una obra teatral con la que ganase el Premio auspiciado por la Casa de las Américas en la categoría de teatro en el año 2016.

Según ha considerado la crítica, como libro en su conjunto “Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo expande el mapa personal que es, definitivamente, la poesía de Legna Rodríguez”.

En Miradas Desde Adentro publicamos dos poemas de este reciente libro de Legna Rodríguez Iglesias, volumen que aún no se ha editado en Cuba.

Llega un día en que la tristeza te abandona

He estado triste toda mi vida.

Incluso cuando he sido feliz

También he sido

A la par

Triste.

La tristeza me ha beneficiado

Y yo la tomo en cuenta

Para cuanta cosa

Emprenda.

No sé cómo será el mundo

El día que la tristeza me abandone

Cómo será mamá

Y el resto de las personas

Que ya no existen.

Me parece que hace días

Nada existe

Sólo yo y una uva

De dos centímetros

En mi útero.

La cosa en perspectiva

La figura del pez, tan manida,

La encuentro en un libro de crónicas sobre la caída del muro.

Una madre es un delta y su hijo es un pez.

Si el pez sale del delta antes de tiempo fallece.

Error.

El pez no se entera.

Fallece la madre.

Una madre es un muro hasta que su hijo fallece.

Cuando se produce el fallecimiento se produce también la caída.

Yo escribo la crónica sobre mí misma en forma de poema.

El poema es para mi pez.

Es decir para mi hijo

Que salió de su delta antes de tiempo.

Los escombros del muro están en una esquina.

Nadie toque ese cemento.

Poemas de Nelson Simón

Poemas de Nelson Simón

Hace años que conozco la obra de Nelson Simón (Consolación del Sur, 23 de noviembre de 1965) y siempre he admirado la tremenda capacidad de trabajo de este creador pinareño. El quehacer desarrollado por él como poeta, narrador, editor y escritor radial o para la grey infantil ha sido intenso y demostrativo de que cuando se quiere, se logra vencer el tan llevado y traído fatalismo geográfico de no residir en La Habana sino en otro punto del país, experiencia que comparte con coterráneos suyos como el pintor Pedro Pablo Oliva, la escritora Nersys Felipe y la trovadora Yamira Díaz. 

Prueba de lo mucho y bueno hecho por Nelson Simón son libros de poesía suyos como El amolador de tijeras pregunta por su casa (1987), Ciudad de nadie (1992), El peso de la Isla (1994), Criatura de Isla (1995), Con la misma levedad de un náufrago (1996), el que es mi favorito de todos:  A la sombra de los muchachos en flor (2001), Carta inconclusa a Dulce María Loynaz (2002), Para no ser reconocido (2002), De la mala memoria y el verano (2008).

No pueden obviarse sus títulos de literatura para niños, como por ejemplo,  En el cofre de un pirata (1998),  Brujas, hechizos y otros disparates(2000), Cuentos del buen y mal amor (2007) y  Marilola la vaca que canta (2008). 

Como consumidor de la poesía de Nelson Simón y sin ser especialista en la materia, puedo asegurar que la misma es serena, fina y hermosa. Sus textos son de esos que nos inspiran. En algunos de sus versos se transmite una profunda y diría que estimulante melancolía, siempre sin ningún tipo de estridencias en el tono. En su poética sobresale la pureza en el empleo del lenguaje y algo así como una belleza clásica de imágenes de un enigmático lirismo. 

En mi caso personal, nunca olvido versos suyos y que cada día hago más míos, como esos donde dice: “Y ahora que soporto el peso de la isla, / que cargo con mi país / como quien carga una pesada cruz/ o el más necesario de los equipajes; / no sé hacia dónde voy, / no sé lo que me aguarda si logro amanecer…” o estos otros: “Y ahora que llevo mi país / como quien lleva una corona de espinas / hiriéndome la frente, / es mi país el sitio más querido, / también el más odiado, / es el ruedo de muerte, es la desesperanza, / otro golpe de mar, su inminente presencia.” 

Lírica a la que hay que acudir si nos interesa conocer uno de los derroteros de la actual poesía cubana, hoy en Miradas Desde Adentropublicamos una pequeñísima muestra de la obra de ese notable escritor que es Nelson Simón.

CASA QUE NO MUEVE EL VIENTO

Ya llegan. Esto es un escenario,

un espacio de transparencias sin inicio ni fin

o un rechinar de campanas

que en algo se asemejan a una tarde de abril recién llovida.

Siempre supe que el telón de fondo no era un telón.

La ciudad no era la ciudad sino la ausencia,

el vacío, la navaja en la cal,

esa herida que va trazando el miedo en los recuerdos.

Ya llegan. Para entrar a la noche yo preferí tus ojos

y jugué a ganarme o perderme en su brillo, jugué

y el juego fue cierto hasta morder mi carne

y la noche voló en círculos,

borrándose despacio al pié de los ciruelos.

No se puede salir a recoger ciruelas en la lluvia

y exponer las blancas llanuras de la infancia a sus agujas.

No se puede esperar nada de la espera

ni de las aves que se vuelven efímeras al doblar de la esquina.

No se puede esperar.

…………….…………..Siempre lo supe y esperé.

Soñé todas tus latitudes

reuniéndose allí

donde no llego yo ni mi memoria,

donde el mar y las sombras y los barcos se unen

y son un mismo nudo encendido por la espuma del tiempo.

Ya llegan, mi casa es hoy el vértice

y a mi casa ya no la mueve el viento.

¿Dónde están las ventanas

abiertas hacia la infinitud vertiginosa de la sangre?

¿Dónde quedó el murmullo del cazador,

los poemas que colgaban del techo como flautas

cuando yo era una sombra entre tus brazos

y tu eras otra sombra a la sombra de mis brazos enmudecidos?

Ya llegan, ¿Soy acaso otra vuelta de espiral?

Hay una estación del año que me olvida;

hay una escalera que siempre me conduce

al necesario ronquido de la lámpara.

¿Alguien presiente mi urgencia

el olor de los altísimos ciruelos?

No soy el historiador de las lluvias

pero su filo clavado en los terrones

es el anuncio del sueño donde sigues.

Yo también vi verdades roídas por el sueño.

Busqué entre los días y auguré que faltaría uno.

Yo también te imaginé como una hoguera

en la pupila de los peces

y oí los techos levantarse

y los trenes tragarse los paisajes

y tu voz llenarse con la inmovilidad

de los enamorados de Pompeya,

quise irme con las últimas señales del invierno,

tocarme, sentir que ya no estaba;

pero entre ojos miro y entre equilibristas

acecho el equilibrio.

. Ya vienen. En algún lugar siempre estuvo escrito que vendría.

De qué vale mentir, decirles:

-no, yo no soy el que fui ni soy el que seré.

De qué vale ocultar la cicatriz que va dejando el miedo

y resultar ajeno. Han entreabierto el humo.

Está aquí la lluvia y su salvaje ejercito de recuerdos.

El túnel continúa y yo sigo cayendo hasta tu vientre.

¿Dónde surge esa música?

¿Qué reloj me oculta en su inmunidad?

¿Qué maderas son estas que me envuelven?

Hay un niño que escribe sobre las hojas secas,

repletos de distancia veo moverse sus ojos.

Hay un patio inmenso donde no cabe el niño

ni el límite entre su corazón y la sonrisa

ni el animal que gota a gota se fuga hasta sus pies.

Hay árboles talados y un abuelo de polvo colgando en las paredes.

Hay un miedo feroz a los silencios,

que espera en la lluvia de un sábado sin fecha ni estatura,

que regresen los trinos nunca vueltos

y le traigan noticias de todo lo que aguarda,

allá, tan lejos,

en la casa que no mueve el viento.

IMPOSIBLES

Ahórcate un momento.     Cuelga de uno de esos días

en que el país asfixia.

Cae y deja fluir la leche de tu carne

pasto para el gusano y el absurdo.       Permanece.

El sueño no basta.        La escritura no libera tu espíritu.

La culpa ha de ser la misma

y a esta hora las vacas pastan sigilosas

en sus jugosos cuartones turísticos

bien diseñados, de un verde que deslumbra

y seduce.     Para ti la fiebre.

La cabeza que se parte de tanto pensamiento atascado

y tanto animalito fosforescente e imposible

que entra por los ojos.

El mundo ante ti,     virtual,     ajeno,     futurista;

pero aclimátate en la cueva

donde sueñas aquello que ya soñaron otros hombres.

No alces la mirada.      Sé humilde

hasta en el modo en que te tiendes a contemplar el cielo.

Envejece con resignación

ahorrando el oxígeno y los días

que se deslizan bajo tus pies:

“se están vendiendo parcelas en la luna…”

“Dolly tiene otra hermana…”

“El Euro ha unido a Europa…”

“Por la calle Alcalá un millón de homosexuales

demuestran que las aguas de un río 

nunca son las mismas…”

Las palabras no alivian.     Son la cáscara

atascada en los remolinos del fregadero.

Entramos al milenio y creo oír las mismas voces. 

Pedaleo en mi bicicleta forever siempre forever

azul pastel                    

y el cielo oxidado sobre tus párpados,

el plátano que abunda

y el sinsonte sin argumentos sobre la madrugada:

maneras de asumir la resignación y el sexo 

cada vez más escaso y necesario,

cada vez más caro un minuto de tierno placer.

Asómate.     Sé el gato que imperturbable,

en la ventana,   

ve pasar la vida.

Ahórcate un momento.    Cuelga de uno de esos días

en que el país asfixia.

Poemas de Carlos Augusto Alfonso

Poemas de Carlos Augusto Alfonso

Creo que sanamente puedo afirmar que me siento orgulloso de la generación a la que pertenezco, esa que en el decenio de los ochenta de la anterior centuria pidió y asumió la palabra, con el resultado de representar  un parte aguas para la cultura cubana. En aquella histórica movida, la poesía no se quedó atrás, como lo demuestra una antología al corte de Retrato de grupo, publicada en 1989 por Letras Cubanas. Uno de los gestores de dicho proyecto (se desempeñó como co-compilador), fue el habanero Carlos Augusto Alfonso, nacido el 20 de enero de 1963. 

No digo nada nuevo al expresar que Carlos Augusto Alfonso ha devenido uno de los poetas de mayor originalidad en el panorama literario cubano de entre siglos, en virtud de su capacidad para hacer del poema una suerte de manifiesto o de hecho conceptual. Su trascendencia en la lírica nacional se corrobora por los numerosos galardones que ha recibido, como el Premio David, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1986; el Premio Abril, el  Pinos Nuevos, el Dador, el Julián del Casal, el Raúl Hernández Novás, el de la Crítica Literaria y la Distinción por la Cultura Nacional.

Entre los libros de poesía que ha publicado, se encuentran: El segundo aire (1987), Población flotante (1994), La oración de Letrán (1996), Fast Delivery (1997), Cabeza abajo (2001), Cerval (2004) y El rey sastre (2010).

Hoy Miradas Desde Adentro se honra con la publicación de un puñado de textos de Carlos Augusto Alfonso, alguien que ya se ha ganado con creces su espacio propio en la historia de las letras cubanas. 

Poemas de Carlos Augusto Alfonso

PASTOREO IRRACIONAL.

………………………..se producirá mayor cantidad de pasto,

……………………..en la misma área, y por tanto se

……………………..alimentará un mayor número de cabezas

……………………………..André Voisin, Científico..

No sé mi alma

en qué hades del mundo está penando.

Pasto en silencio.

En mi cuartón, apacentado,

aprovecho los metros en redondo.

Como a nadie le importo,

me alejo de la estaca sin los metros de soga.

No crean que me escapo

(porque ya lo viví),

ya no soy un marcado, no soy un manierista,

que al salir de la escena sin el retraimiento

convierte inmolación en detalle de un cuadro.

Se amplía un sarraceno con su bastón de médula,

en la pradera me guía con ajenos cencerros.

Mi Trinidad de estómagos

son ahora el padre y el hijo del espíritu,

lo dijeron en silencio,

como a los desperdicios de las ideologías;

todo ese pienso líquido fue pensado por mí,

vertido en los ríos

por doncellas de viejos intereses,

matarifes de soplos en el pecho.

No sé ahora si mi alma resiste,

quien dijo conducirme no es otro que mi hermano.

Ya no doblan campanas en mi oreja,

porque sabe con quienes me han cruzado.

Cuando cierro los ojos los embisto,

pero me voy de lado.

Yo no sé si mi hambre,

es un hambre de alma,

yo no sé mi alma,

de qué hambre me engaña.

Siento a las consonantes

como los banderines,

que en su hierro caliente me penetran,

porque todos insisten en darme el pedigree,

oigo a las multitudes,

en estadios norteños del Pradesh.

Yo sé ahora mi alma de qué hades me engaña.

He limpiado de hierbas la redonda.

Al comerme los vitros de un libelo,

al mudarme de cuadro,

convertido en pastor,

he vuelto de la especie,

adentro,

muy adentro de la vaca sagrada.

EL CINE AL QUE NO IBA LEZAMA 

Salgo de mi butaca hacia el proscenio 

(como sucede siempre) 

orín de Menelao a la ciudad perdida. 

Para los que vivimos películas vaqueras el Cine Majestic 

es modus operandi en Trocadero, 

pase a la diligencia que hay que frenar; 

rienda la tendedera en Consulado. 

El nailon que colgué se me tiró en el suelo. 

—No lo voy a asfixiar, Cabrera no. 

Dentro en la oscuridad de Pernambuco, 

se molestan hablantes, porque a otros, 

abanican libretas que se desencuadernan. 

Cine pundonoroso a cine vándalo (pequeño recadero) 

pasa sus anteojos para cazar alondras. 

Por los tantos huequitos que le infringe 

se las ve con los degenerados y chiflistas; 

el cara de muñeca; el ofiuco de la media en el rostro; 

el maestro de piano que deshonra. 

Le sacan el sillón para que los case. 

Los Montenegro, los Melgares, los músicos de Chuki. 

Se lo ponen allí concretamente donde hace calor, 

en la gaveta de Bladimir, en una recogida de carnés, 

en la ciudad perdida de Menelao. Te lo ratificamos bostas. 

Después del tokonoma viene el nai-lón, el combate pancrasio, 

Pascasio, los Speek. Te lo ratificamos bostas, 

los travestis (los negros) los bozales, los nietos de Nené.

REBAÑOS

Rebaños de trashumantes segovianos, 

pastando en el invierno de la Ciudad Real. 

Rebaño de trashumantes. 

Rebaño de trashumantes segovianos 

pastando en el invierno de la ciudad real. 

Hora de percutir 

Hora de aseo. 

Rebaño 

Rebaños 

Rebaño 

Rebaños de trashumantes segovianos 

oh ya! 

vetas que parten, 

porque le hemos dejado 

por fin 

en paz. 

MITAD DE STEPHEN HAWKING

……………………………………………(la carta)

Ayuno inmediato en memoria del asedio

y la destrucción de los dos templos Que estalle estado denso y caótico en creación perpetua

(nebulosa tardía como púlsar) dejándome la masa de la explosión

en calabozo mal ventilado.

Que estalle la estructura del Common Wealth

con todos sus adeptos en Tonga

respirando los gérmenes de Mali.

Que sean de La Franja (cenefas de Esquilache).

Entre Savonarola al trompo inquisidor.

No piense que lo cuelgan (como seso de mono)

granjeros de lo hidrogeno luchando

contra virus del moteado plumoso.

Rendidos mis exámenes de Amauta,

(después que decidí hacerme notar,

y lo pensé al revés al saco viejo

colgado construyendo paredes nuevas)

usaré la expresión “Lúa del templo”.

Uno de la estructura: una del templo.

Cierto que mi esclerosis da que pensar.

Un colono ya frío sin agujeros

deja de producirme en criogenia.

Tan solo producir precipitados,

un verso que me acerque y me aleje.

Poemas de Edelmis Anoceto Vega

Poemas de Edelmis Anoceto Vega

No podría expresar con precisión las razones que hacen que la ciudad de Santa Clara sea una fuente inagotable de importantes nombres para la poesía cubana. Entre esas numerosas figuras villaclareñas que cuentan con una sobresaliente obra en el mundo de los versos se encuentra Edelmis Anoceto Vega.

Nacido en el convulso año de 1968, Edelmis es licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad Central de Las Villas (UCLV). Dicha formación, le ha posibilitado a Anoceto Vega desempeñarse como traductor, editor y colaborador de numerosos medios de prensa, tanto en su provincia natal, como en diversas publicaciones de carácter nacional e incluso, algunas en el extranjero. Textos suyos pueden ser leídos en SignosVanguardiaHuellaArielCauceJuventud RebeldeUmbralHacerse el CuerdoEl Caimán Barbudo y El Cuervo (Puerto Rico).

Entre los libros publicados por el villaclareño Edelmis Anoceto Vega pueden mencionarse Cantos del bajo delta (1998); De todas las almas creadas, traducciones de Emily Dickinson (1998); A una alondra y otros poemas, traducciones de  Percy B. Shelley (2003); Mortgana (2002); Imago Mundi (2002); La cólera de Aquiles (2005); La cosecha y el incendio (2005); Desertor del cielo (2007); Poemas agrestes, Traducciones de Robert Frost (2008) y El sueño eterno (2009).

Con los poemas de Edelmis Anoceto Vega que hoy se publican en Miradas Desde Adentro va una exhortación a los amantes de leer poesía a buscar la obra de este creador, con la certeza de que encontrarán en ella una de las voces harto interesante en el panorama actual de la literatura cubana.

MATERIA OSCURA

Sospecho de la flor, de la silueta que no se deja esculpir.

El agua trae muertos, movimiento de la naturaleza

para seducirme, hacer de mí un nombre,

un número.

No hay otra cosa en el lugar donde estuvo la flor.

Yo creo en lo vacuo y es esa perfección la que me tienta

a quedarme en el límite del límite,

desguarnecido, al centro de apagadas intemperies.

La luz tiene fronteras que el hombre no atraviesa.

El agua trae muertos virtuales a mis ojos,

deposita sus cuerpos,ojos de mis ojos.

PELIGROS.

Cansado del tropiezo y de la burla, por ese breve albedrío 

que es estar vivo,

muerto de sed y de palabras dulces por decir en oídos extraños,

diamantes, resplandores,

ya no sé cuánto tiempo me separa del destierro,

los hierros oxidados de las horas finales,

sus ruidos en lo remoto se dejan escuchar desde el pasado,

la rosa mirada a través de los remolinos del viento

no sabe la espera en los umbrales de un bosque

cada vez más lejos de casa,siempre menos creíble, inalcanzable.

Nada me incita.

Sin rumbo es la marcha cuando no hay espíritu 

dentro de los cuerpos

y en las calles de aceras sucias con restos de comida 

y periódicos de ayer,

los ritos de la muerte se entremezclan

unos en otros convertidos, como páginas de un mismo libro,

hojeado por quien busca en él su rostro

y solo puede visualizar una pequeña estrella que se apaga

y se aleja sin sentido,

queda únicamente un poco de sosiego, un canto de alabanza para nadie.

Dejarse seducir por el aliento de una bestia, 

entrar en los laberintos sin muros del olvido,

vida sin nombre, hacia el amanecer de cualquier fugitivo en la noche.

Callar es el peligro, sentarse a ver el suicidio de los hijos,

ver los rostros morirse poco a poco,

con el silencio cayendo en las espaldas.

Salideros por donde se filtra la demencia

acumulada en recipientes hechos con la arcilla de un osario,

es una trampa de fuego que han puesto en la ventana

para saquear toda la esperanza, incinerar las mariposas

que antes vendrían a bendecirme,

cegar la luz divisada en la mañana. Pequeñas sumisiones,

harán de mí un cuerpo abandonado con desdén en una playa.

Pequeños ocasos,

harán de mí el ocaso definitivo.

SALTOS 

Si lo que te conmueve es la piedra,

así pondrás en el diamante tu esperanza

y tendrás el cuerpo exhausto.

Si lo que te conmueve es el fuego,

así serás el pico del águila en la víscera del héroe

y tendrás lumbre.

FÚNEBRE 

Miserable el temblor en los espejos,

la sorda transparencia del cristal

en los bares donde perdí el amor

por no tener respuestas que poner sobre la mesa.

No podré ver la llamita sobre la piel

acercarse al rojo de las paredes

como en cualquier película.

Mejor no desandar ese trayecto

que va desde el festín a los despojos,

mejor quedarse con la vida

gratuitamente

observando el escombro que florece

en el borde donde fuimos dos amantes,

a punto de asumir cualquier mentira,

una extinción que nos dejara todo.

Desde ese desfiladero me pregunto

cuán triste es en verdad nuestra estancia

en una geografía devastada por las olas

que regresan de una orilla imaginaria,

traen sus humedades a los puertos

de donde no parte ni siquiera el viento.

Nadie es culpable de la fiebre y la náusea

a la salida de un túnel sin amigos.

Nadie es culpable de ser el último en marcharse,

el que cierra la escotilla de mármol

y nos deja encerrados para siempre.

CASTILLO DE IF

La poesía no sirve para cavar un túnel

si este me conduce hacia otra celda

y no hacia el salto desde el desfiladero.

Preciso es fingir alguna muerte

para quedar con vida y ver el mar.

Al reencuentro de Celestino antes del alba

Al reencuentro de Celestino antes del alba

“Pocos libros se han publicado en nuestro país, donde las viejas angustias del hombre de campo se nos acerquen tan conmovedoramente, haciendo casi de su simple exposición una denuncia mucho más terrible que cualquier protesta deliberada. Y junto con las angustias, el propio espacio en que se vive, la tierra, las plantas y sus nombres, el habla campesina, hasta las malas palabras, todo significado en el trajín de su agonía con la visión empeñada en transfigurarlo, y frente a la cual, para resistirle, debe todo apelar a su raíz, a su necesidad última.”

Las anteriores son palabras del gran poeta  Eliseo Diego, a propósito de la aparición en 1967 del libro Celestino antes del alba, debut en el mundo de las letras por parte de  Reinaldo Arenas y una obra de culto en el devenir de la literatura cubana.

Un jurado presidido por  Alejo Carpentier había galardonado la aludida narración en 1965, con una primera mención en un concurso convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Dicen que aquella edición cubana (la única obra de Arenas publicada en su país natal) se agotó en una semana. La novela es una defensa de la libertad y de la imaginación en un mundo conminado por la barbarie, la persecución y la ignorancia. 

Celestino antes del alba inicia el ciclo de una pentagonía integrada por esta novela, así como por las narraciones El palacio de las blanquísimas mofetasOtra vez el marEl color del verano y El asalto. Lamentablemente, la producción creativa de Arenas, quien salió de La Habana vía Mariel hacia Miami en 1980, es desconocida por el que debiera ser su público natural.

Como ha escrito el prestigioso investigador Carlos Espinosa Domínguez al referirse a Celestino antes del alba:

“El protagonista de la novela es un niño campesino que, para sobrevivir a la ignorancia del medio, se inventa un primo imaginario, Celestino. Este viene a ser su alter ego, el otro, el cómplice, el poeta que escribe en las hojas de los árboles y una de las personas que forman su personalidad. Su ingenua fantasía infantil se opone a una realidad vulgar y lo rescata del entorno inmediato, llevándolo a otro ámbito, la gran realidad, la verdadera realidad. Se va formando así un mundo de filiación mágica, hecho a la medida de sus anhelos y necesidades, y en el cual las cosas suceden y no suceden, las personas mueren y no mueren, el mundo es objetivo y no lo es. Alguien sugirió el rótulo de surrealismo tropical para definir esta sucesión de anécdotas fantásticas que mantienen una atmósfera poética, y donde las fronteras entre realidad y ficción no se distinguen”.

Obra debut de alguien nacido para escribir (al decir de José Lezama Lima) y cuyo valor emblemático no deja de aumentar, hoy en Miradas Desde Adentro publicamos un fragmento de esta novela, caracterizada en conjunto por ser una lectura sugestiva y al mismo tiempo inquietante

Celestino antes del alba (fragmentos)

Reinaldo Arenas

Mi madre acaba de salir corriendo de la casa. Y como una loca iba gritando que se tiraría al pozo. Veo a mi madre en el fondo del pozo. La veo flotar sobre las aguas verdosas y llenas de hojarasca. Y salgo corriendo hacia el patio, donde se encuentra el pozo, con su brocal casi cayéndose, hecho de palos de almácigo. 

Corriendo llego y me asomo. Pero, como siempre: solamente estoy yo allá abajo. Yo desde abajo, reflejándome arriba. Yo, que desaparezco con sólo tirarle un escupitajo a las aguas verduscas. 

Madre mía, ésta no es la primera vez que me engañas: todos los días dices que te vas a tirar de cabeza al pozo, y nada. Nunca lo haces. Crees que me vas a tener como un loco, dando carreras de la casa al pozo y del pozo a la casa. No. Ya estoy cansado. No te tires si no quieres. Pero tampoco digas que lo vas a hacer si no lo harás.

Lloramos detrás del mayal viejo. Mi madre y yo, lloramos. Las lagartijas son muy grandes en este mayal. ¡Si tú las vieras! Las lagartijas tienen aquí distintas formas. Yo acabo de ver una con dos cabezas. Dos cabezas tiene esa lagartija que se arrastra. La mayoría de estas lagartijas me conocen y me odian. Yo sé que me odian, y que esperan el día… «¡Cabronas!», les digo, y me seco los ojos. Entonces cojo un palo y las caigo atrás. Pero ellas saben más de la cuenta, y enseguida que me ven dejan de llorar, se meten entre las mayas, y desaparecen. La rabia que a mí me da es que yo sé que ellas me están mirando mientras yo no las puedo ver y las busco sin encontrarlas. A lo mejor se están riendo de mí. 

Al fin doy con una. Le descargo el palo, y la trozo en dos. Pero se queda viva, y una mitad sale corriendo y la otra empieza a dar brincos delante de mí, como diciéndome: no creas, verraco, que a mí se me mata tan fácil. 

«¡Animal!», me dice mi madre, y me tira una piedra en la cabeza. «¡Deja a las pobres lagartijas que vivan en paz!» Mi cabeza se ha abierto en dos mitades, y una ha salido corriendo. La otra se queda frente a mi madre. Bailando. Bailando. Bailando. 

Bailando estamos todos ahora sobre el techo de la casa. ¡Qué de gente sobre el techo! A mí me encanta encaramarme en las pencas de guano, y siempre encuentro algún que otro nido de totises acá arriba. Yo no me como los huevos de los totises, porque dicen que siempre están podridos, y entonces lo que hago es que se los tiro a la cabeza a mi abuelo, que siempre que me ve arriba de la casa, coge la vara larga de desmochar palmas y empieza a juzgarme como si yo fuera un racimo de palmiches. Uno de los huevos se le ha reventado a mi abuelo en un ojo, y yo no sé por qué, pero a mí me parece que se ha quedado tuerto.

Pero no: a ese viejo hay que sacarle los ojos con una garrocha, porque lo que tiene ahí es más duro que el fondo de una caneca. 

Bailando yo solo sobre el techo. A mis primos ya los he hecho bajar y están durmiendo entre los pinos. Dentro del cercado de ladrillos blancos. Y cruces. Y cruces. Y cruces.

«Para qué tantas cruces», le pregunté a mamá el día que fuimos a ver a mis primos. 

«Es para que descansen en paz y vayan al cielo», me dijo mi madre, mientras lloraba a lágrima viva y se robaba una corona fresca de una cruz más lejana.

Yo arranqué entonces siete cruces y cargué con ellas bajo el brazo. Y las guardé en mi cama, para así poder descansar cuando me acostara y no sentir siquiera a los mosquitos, que aquí tienen unas digas peores que las de los alacranes. 

«Estas cruces son para poder descansar», le dije a mi abuela, cuando entró en el cuarto. Mi abuela es una mujer muy vieja, pensé, mientras me agachaba bajo la cama. «Toma estas dos cruces para ti», le dije a abuela, dándole las cruces. Y ella cargó con todas. «Hoy hay escasez de leña», dijo. Y cuando llegó al fogón las hizo astillas y las echó en la candela. 

«¡Qué has hecho con mis cruces, desgraciada!», le dije yo, y, cogiendo un pedazo de cruz encendida, le fui arriba para sacarle los ojos. Pero con esta vieja no se puede jugar, y cuando yo tomé el palo encendido, ella cogió la olla de agua hirviendo que estaba en el fogón y me la tiró arriba. Que si no me aparto ahora estuviera en carne viva. «Conmigo no juegues», dijo abuela, y luego me dio un boniato asado para que me lo comiera. Yo salí para el guaninas, con el boniato a medio comer, y allí hice un hoyo y lo enterré. Luego inventé una cruz con una mata de guanina seca, y también la enterré junto al boniato muerto. 

Pero ahora debo dejar de pensar en esas cosas y ver cómo me bajo del techo sin que abuelo me ensarte con el palo. Ya sé: iré por entre las canales de zinc como si fuera un gato, y cuando él menos se lo piense, me tiro de una canal y salgo corriendo. ¡Ah, si pudiera caerle encima a mi abuelo y aplastarlo!

Él es el único culpable. Él. Por eso nos reunimos aquí yo y todos mis primos. Aquí, en el techo de la casa, como lo hemos hecho ya tantas veces: tenemos que planear la forma de que abuelo se muera antes de que le llegue la hora. 

Esta casa siempre ha sido un infierno. Antes de que todo el mundo se muriera ya aquí solamente se hablaba de muertos y más muertos. Y abuela era la primera en estar haciendo cruces en todos los rincones. Pero cuando las cosas se pusieron malas de verdad fue cuando a Celestino le dio por hacer poesías. ¡Pobre Celestino! Yo lo veo ahora, sentado sobre el quicio de la sala y arrancándose los brazos. 

¡Pobre Celestino! Escribiendo. Escribiendo sin cesar, hasta en los respaldos de las libretas donde el abuelo anota las fechas en que salieron preñadas las vacas. En las hojas de maguey y hasta en los lomos de las yaguas, que los caballos no llegaron a tiempo para comérselas. 

Escribiendo. Escribiendo. Y cuando no queda ni una hoja de maguey por enmarañar. Ni el lomo de una yagua. Ni las libretas de anotaciones del abuelo: Celestino comienza a escribir entonces en los troncos de las matas. 

«Eso es mariconería», dijo mi madre cuando se enteró de la escribidera de Celestino. Y ésa fue la primera vez que se tiró al pozo. 

«Antes de tener un hijo así, prefiero la muerte.» Y el agua del pozo subió de nivel. 

¡Qué gorda era entonces mamá! Sí que era gorda. Y el agua, al ella zambullirse, subía y subía. ¡Si tú hubieras visto!: yo fui corriendo al pozo y pude lavarme las manos en el agua, y, sin inclinarme casi, bebí, estirando un poco el cuello. Y luego empecé a beber utilizando las manos como si fueran jarros.

¡Qué fresca y qué clara estaba el agua! A mí me encanta mojarme las manos y beber en ellas. Igual que hacen los pájaros. Aunque claro, como los pájaros no tienen manos, se la toman con el pico… ¿Y si tuvieran manos y fuéramos nosotros los equivocados?… Yo no sé ni qué decir. Como las cosas en esta casa andan tan mal: yo no sé, a la verdad, ni en qué pensar. Pero, de todos modos, pienso. Pienso. Pienso… Y ya Celestino se me acerca de nuevo, con todas las yaguas escritas bajo el brazo, y los lápices de carpintería clavados en mitad del estómago. 

-¡Celestino! ¡Celestino! -¡El hijo de Carmelina se ha vuelto loco! 

-¡Se ha vuelto loco! ¡Se ha vuelto loco! -Está haciendo garabatos en los troncos de las matas. -¡Está loco de remate! -¡Qué vergüenza! ¡Dios mío! ¡A mí nada más me pasan estas cosas! -¡Qué vergüenza! 

Fuimos al río. Las voces de los muchachos se fueron haciendo cada vez más gritonas. A él lo sacaron del agua y le dijeron que se fuera a bañar con las mujeres. Yo salí también detrás de Celestino y entonces los muchachos me cogieron y me dieron ocho patadas contadas: cuatro en cada nalga. Yo tenía deseos de llorar. Pero él lloró también por mí. 

Y nos cogió la noche en mitad del potrero. Así, de pronto, llega la noche en estos lugares. Cuando menos uno se lo imagina, nos sorprende. Nos envuelve, y luego no se va. Casi nunca aquí amanece. Aunque, desde luego, mucha gente dice que sale el sol. Yo también lo digo de vez en cuando. De vez en cuando. De vez en cuando. De… 

«Que en la casa no se enteren de lo que han hecho los muchachos», me dijo Celestino, y se secó los ojos con una hoja de guayaba. Pero al llegar a la casa, ya ellos nos estaban esperando en la puerta. Nadie dijo nada. Ni media palabra. Llegamos. Entramos en el comedor y ella salió por la puerta de la cocina. Dio un grito detrás del fogón y echó a correr por todo el patio, lanzándose de nuevo al pozo… Cuando yo era más chiquito, abuela me dio una gallina y me dijo: «Síguela hasta que encuentres su nido, y no vuelvas a la casa si no traes los bolsillos llenos de huevos». Yo solté la gallina en mitad del patio. Salió corriendo. Dio tres revoloteos en el aire. Y desapareció, cacareando por entre las mayas y las espinas. -Se me ha perdido la gallina, abuela. -¡Desgraciado! ¡Mejor sería que te murieras! 

Celestino se me acercó y me puso la mano en la cabeza. Yo estaba triste. Era la primera vez que me habían echado una maldición. Yo estaba triste y empecé a llorar. Celestino me levantó en alto, y me dijo: «Qué tontería…, debes ir acostumbrándote». Yo miré entonces a Celestino y me di cuenta que él también estaba llorando, aunque trataba de disimularlo. Y entonces comprendí que él todavía no se había acostumbrado. Por un momento yo dejé de llorar. Y los dos salimos al patio. 

Todavía era de día.

Había caído un aguacero. Y los relámpagos, que no se habían satisfecho con el agua, pestañeaban y volvían a pestañear detrás de las nubes y entre las hojas altas de las matas de cañafístulas. Qué olor tan agradable queda después de un aguacero… Yo nunca antes me había dado cuenta de esas cosas. Me di entonces. Y tragué aire con la nariz y con la boca. Y volví a llenarme la barriga de olor y de aire. Ya el sol no saldría, porque había demasiadas nubes. Pero aún todo estaba claro. Caminamos por debajo de las matas de anones y yo sentía el fango mezclado con las hojas, traspasando los huecos de mis zapatos. El fango estaba frío, y a mí se me ocurrió pensar que estaba caminando por entre la nieve y que las matas de anones eran pinos de Navidad, y que toda la familia estaba en la casa, entre un no sé qué tipo de abejeo y bulla, que hasta entonces no había yo oído. «Qué lástima que en este lugar no haya nieve», le dije a Celestino. Pero ya él no estaba conmigo. «¡Celestino! ¡Celestino!», grité yo, muy bajo, como si no quisiera despertarme y encontrarme en mitad de un fanguero.

¡Celestino! ¡Celestino!…

Para recordar a Albis Torres

Para recordar a Albis Torres

Albis Torres

Aunque La Habana es una ciudad pequeña y promiscua, no conocí a Albis Torres. O tal vez sí, hasta fuimos amigos de algún modo secreto, gracias a las muchas lecturas que hice de textos suyos como los incluidos en la antología Usted es la culpable o a que nunca me perdía su extraordinario programa Palabras contra el olvido, transmitido en Radio Ciudad, en la época que la emisora ubicada en el quinto piso de N 266 evidenciaba que, talento mediante, sí se puede hacer una radio que valga la pena, bien distante de la mediocridad que hoy prevalece en la radiodifusión cubana.

Solo han transcurrido 16 años de que Albis Torres desapareciera físicamente el 15 de marzo de 2004 y sin embargo, los más jóvenes desconocen quién fue esta genuina creadora. Por eso, al margen de que yo no tuve el privilegio de visitar su apartamentico en Jovellar número 111 y participar en las charlas y discusiones que allí se daban sobre lo humano y lo divino entre personajes a los que admiro como Atilio Caballero o Lázaro Sarmiento, en la medida que puedo, intento que en Miradas Desde Adentro se mantenga viva la memoria cultural de este país. Así, para que el posible interesado de las nuevas generaciones tenga una mínima idea de quién es Albis Torres, reproduzco un texto sobre ella escrito por mi hermano Sigfredo Ariel y que sí fue un gran amigo de esta promotora cultural, poeta y directora de programas radiales.

DORMIDA SOBRE LA DICHA 

Por Sigfredo Ariel

Hace veinte años Albis Torres está sentada en una silla de oficina, mirando al objetivo de la cámara (mirándonos) con su linda cara burlona. Unos datos breves bajo la fotografía la describen de manera somera. En la página de al lado unos poemas: “Mamá está en el balcón”, “Ciencia ficción”, “Cocosí”… hablan acerca de ella más y mejor. Yo la había conocido fugazmente un par de años atrás, en Topes de Collantes; la había leído un poco antes en Breaking the Silences, aquella antología de escritoras cubanas que preparó Margaret Randall en el 76 o en una fecha cercana a ese año. Ahora (1985) coincidíamos en Usted es la culpable, con Reina María, Novás, Soleida, Marylin, Escobar, Osvaldo, Víctor, Bladimir, Lorente, Larrea, Codina… Formamos una especie de familia, me dice, y ya sabes, uno no escoge a sus parientes.

En aquellos años no había muchos refugios para los poetas, músicos y pintores jóvenes, gente errante y enamoradiza de los años 80. El más gregario y democrático se situaba en la casa que tenía Albis Torres en la calle Jovellar. En aquella sala diminuta nos conocimos muchos y estuvimos conversando (o discutiendo) a lo largo de siglos. Nos animaba a veces el nebuloso espíritu de “la venganza de Ceaucescu”, espécimen de vino tinto que cobraba muy alto al amanecer la locuacidad de la alta noche. Oíamos a la Burke y a Génesis, Pink Floyd, Ma Rainey, Afrocuba, Barroso, y a unos grupos alternativos ingleses, finlandeses o nigerianos que albergaban los casetes de Atilio Caballero y de los que nadie, salvo él, se acuerda, pero que conocieron instantes gloriosos en la reproductora aquella, instalada sobre la nevera mínima.

Por Jovellar número 111 pasaban también actores y actrices, productores, locutores de la radio, guionistas y directores de cine. Algunos artistas de mucho nombre iban a parar también, inevitablemente, al gran sofá Gollum sobre el cual dormimos algunos afortunados peregrinos, y se platicó sobre todos los asuntos posibles. Wendy Guerra ha escrito un hermoso poema sobre aquellas noches y una crónica y quién sabe si una novela.

Albis-imán, Albis-comedia-drama-sainete, Albis-poeta finísima, Albis-toda la música. Su amigo predilecto era Lázaro Sarmiento: “el mejor de todos nosotros”, nos decía a los demás, como si nos importara, porque al fin y al cabo nos alcanzaba con la cuota de su atención que nos tocaba, fuera un plato de arroz con almejas o la consulta sentimental o profesional, con su respuesta siempre imaginativa al sucesivo, más bien constante, ¿qué tú crees que haga, Albis?

Cuando necesitaba un abogado en las alturas, le rogaba al fantasma de Machito para que intercediera en un asunto irresoluble, como mejorar los parvos resultados académicos de Wendy. Si añoraba un lugar que visitar en el mundo, dividía su deseo entre Angkor y Florencia, y en su fonógrafo íntimo convivían Moraima Secada y Bob Dylan en apasionado maridaje. Se emocionaba con los versos de Walter de la Mare, Gastón Baquero ¿banense como ella? y Allen Tate, entre otros incontables. Creo que su galán imaginario fue Fayad Jamís, profesor suyo de pintura en los primeros años 60, en Cubanacán, con Rigol y Antonia Eiriz.

Me resulta extraño contar cosas de Albis en tiempo pasado, también de Fayad o Pepe Rodríguez Feo, que se marcharon de uno para siempre, igual que de otros amigos míos que ahora andan dispersos por el mundo: Damaris, Tosca, María Elena, Emilio, no sé cuántos más. Albis sentía vivamente sus huecos de ausencia particulares. Casi todos los días mencionaba a personas que echaba de menos y de las que apenas recibía noticias. A la vez detestaba lo que llamaba “encuentros con el pasado”, pues su nostalgia no era de un tiempo anterior, la bobería de la anécdota vieja, sino de la cercanía en el hoy y ahora de la gente semejante, del afín, del equivalente, incluso del antagonista o el revés. Ahora es que vengo a comprenderla, igual que a su poesía, que me revela hoy relieves que antes no había logrado advertir.

El número de la revista Matanzas dedicado a Marta Valdés* incluye un poema suyo: “Imagen de mujer desnuda dormida sobre un potro”. Permiso para un leve sobresalto (Lezama dixit) ahora que Albis se nos aparece.

Dócil bajo su carga

el potro ni ladea los costados

no sea que se caiga

y de repente rompa

como el cristal del agua con su hocico

este encantamiento. 

Busco los poemas que me dio una tarde “porque si los dejas conmigo los voy a cambiar y cambiar hasta desgraciarlos”. Reconozco los tipos de la misma máquina de escribir: tanque de guerra alemán con que escribía libretos para la radiodifusión ingrata con la que siempre o casi siempre estaba en deuda, pues, aunque concibiera y realizara programas y programas espléndidos ¿Palabras contra el olvido?, los agentes del aire siempre quieren, exigen más y, a cambio, dan un mínimo que apenas da para el sustento cotidiano, la electricidad, el agua, el gas, la latica de almejas. 

Me han contado a Europa.

Una y otra vez los buenos peregrinos

la sustraen de la noche nevada.

mis queridos indianos

entre cenas

frugales y tazas de café amargo

la deslizan ante mí

dibujada en una servilleta

allá en París o Rótterdam

o en la Praga antigua.

Ellos vieron al Giotto de mi alma

y al enorme joyán de Brunelleschi

contra el cielo de la sin par Florencia.

Europa ya me sabe a café amargo

y a comidas frugales.

Confieso tener un mapa de Pompeya

y una foto autografiada de Harold Lloyd

que me parece fiable.

Muchas veces, durante muchos años

me contaron a Europa

mientras las cariátides perdían mansamente

las narices.

Toda su obra ocuparía un volumen de modesta extensión. Rompió mucho, desechó, destruyó sus originales. Publicó pocos poemas, siempre movida por un encargo, el pedido de un antologador o alguien de una revista. Procuraba estar atenta a las noticias de la radio y la televisión, que interpretaba luego muy a su manera. Su mirada no estaba centrada en lo temporal, sino en los espacios y la historia de la gente, el tiempo pasaba sin que lo advirtiera. Siempre dejó para luego el reunir su poesía; en realidad, creo que no dio una sola página suya por terminada. Se sentía contemporánea de todo el mundo, por eso lograba entenderse con caracteres disímiles de todas las generaciones. Sus poemas están mezclados con la historia de Cuba, con su familia, real o fantasmagórica, la actualidad de sus amigos y con algunos puntos de su particular mapa del planeta, que era francamente albiscentrista. 

Hay mitos que nadie ha fabulado,

mitos como universos que habitan

en los seres humildes.

El mío son las olas y un hombre

que las vio diligentes hacer y deshacer,

el paisaje lunar de las Galápagos

y un hombre que no cruzó el océano

e imaginó, mil veces veinte, un viaje

sin riberas.

Mi país es ese instante único

que ahora mismo sucede en todas partes,

orillas de la tierra,

lugares a los que no sé ir

ni puedo, y llego sin embargo.

Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas.

No hay mejor patria

ni asta en que poner

bandera alguna.

Amaba la novela gótica, a Bela Lugosi, al libro de Ezequiel, la gran poesía y la gran novela norteamericana del siglo veinte. Le gustaba compartir y leer en voz alta sus hallazgos. Sin embargo, creo que el nexo de comunicación que nos articuló de manera más honda fue la música, lengua común que se enriquecía de continuo. A veces aquel dialecto nuestro lleno de alusiones era ininteligible para quienes nos rodeaban. Adorábamos un tango de Gardel, titulado “Senda florida”, porque parecía encerrar nuestra particular ontología, basada en “las armonías de una dicha singular”. A los boleros que cantaba Vicentico Valdés en nuestra retentiva ¿cientos de ellos? se sumaban un buen día letras de Charly García, un guaguancó de Santos Ramírez (“perdió su barco Colón víctima de un terremoto”), la fase encantada de algún lied, la manera en que alguien (Sarah Vaugham) interpretaba a Lennon-McCartney. Descubrimos juntos muchos mediterráneos y mucho navegamos en ellos. Por no lograr penetrar en nuestra jerga hubo quien llegó a odiar el dueto que formamos.

Albis Torres rendía culto a la memoria viva de todas las cosas, canción o película remotas, una tarde junto a Eliseo Diego que con el tiempo ganaba cada vez nuevos matices e interpretaciones, el Banes de su infancia en el colegio cuáquero, el sabor verdadero de una fruta “que ya no sabe igual” y que en su delicadeza refugiaba su única, indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo en sus últimos años. No sé si porque barruntó su final, creía firmemente en la existencia de una dimensión que acompaña la nuestra, un espacio sin espacio donde no hay pérdidas, melancolía ni evocación, sólo lucidez en medio de las armonías de aquella dicha singular a la que aspiró siempre.

Por ahora

Dejémosla

no sea que la blanda dejadez de sus espaldas

nos diga que está muerta

o que de pronto

sepamos el color de su mirada

y ya no sea más

una mujer dormida sobre un potro. 

*Revista Matanzas. Año VI, Números 2 y 3, mayo-diciembre, 2005.

En el ochenta cumpleaños de José Kozer

En el ochenta cumpleaños de José Kozer

Profesor de literatura hispana durante tres décadas en Nueva York y luego en Vermont, José Kozer es uno de los grandes poetas cubanos de las últimas décadas, aunque en Cuba se conozca poco su obra. En el presente 2020, él cumple ochenta años de vida y en Miradas Desde Adentro queremos festejar dicho aniversario con la publicación de un par de poemas de quien, nadie lo dude, resulta uno de los autores vivos de obligatoria consulta en el actual panorama de nuestra literatura.

Retrato de anciano a plena luz del día

Ahora resulta que. Siempre tiene que haber

algo. Pega un puñetazo

en la mesa. Se retracta

en su interior, de

inmediato: eso va

contra la sana intención,

su nuevo fundamento,

de alcanzar la quietud.

Tranquilidad, no de

tranca. Cabeza baja

y aplaca. Erguida en

distensión la espalda.

Postura, postura, todo

es cuestión de postura.

Disciplina. Un buen

zurriagazo del Maestro

no le hace daño a nadie.

No le vendría de vez

en cuando mal. Y

coger camino sin

dar un paso.

Su monasterio, llevadero, es un cuarto de un

piso alto, zona subtropical,

ni terremotos ni volcanes,

sólo ciclones, y ésos

de la breva al higo: su

práctica diaria consiste

en no ver gente, no hacer

compromisos sociales

(sexuales) alimentar el

cuerpo con harinas sin

gluten (tapioca y alforfón,

ideales: los considera

claves, quizás la clave

de la longevidad): fruta

bomba, verdura de la

era (WholeFoods) no

escuchar las noticias

del día, cero revistas,

y menos cero periódicos:

leer a Stanley Elkin.

Ducharse lo considera práctica y ejercicio de

concentración al enjabonar

las zonas erógenas, tres

veces por semana: otra

base más de la vida

monástica. Se remite

a la vía negativa en

cuanto hace, sanas

son sus prohibiciones,

y luego de ajustar sus

costumbres, medidas

de cordura y moderación

a favor de la prolongación

paradiso terrestre del

cuerpo, se queda con

cuatro o cinco asuntos

aque atenerse: comer

frugal (fundamental)

lecturas edificantes,

a diario ver una

película bobera que

lo haga llorar, no

pensar, y estudiar

a la manera cubana

temas de filosofía

basados en preguntas

canónicas del tipo por

dónde le entra el agua

al coco, o sensu strictu

si el cangrejo camina

lateral o hacia atrás.

Para una biografía literaria

Las tardes se le iban en un abrir y cerrar de ojos,

las noches gravitaban

minuto a minuto en sus

pupilas: cerraba los

ojos que permanecían

abiertos minuto a

minuto, la noche

bogaba en sus

pupilas, imágenes

entrecortadas

aparecían para

desaparecer en

la superficie de los

ojos. Tal vez prender

la lámpara sobre la

mesa de luz, leer un

rato el libro de historia

dedicado a la época

manchú, tal vez poner

al día las cuentas de la

semana, oír un rato los

cuartetos últimos de

Beethoven, hacer la

lista de la compra o

concentrarse en uno

que otro de sus

diversos ejercicios

mentales y corporales

destinados a conservar

no hay de otra la salud

mediante la ataraxia.

Ya son años, por lo menos un lustro en que

no cambia su situación.

Nada sirve de nada, los

somníferos lo espabilan,

a veces sin embargo,

pero no, bien pensado,

a qué hablar. No dormir.

Se echa a reír, sólo de

pensar que dormiría

unas cuantas kalpas,

par de eones, de doce

a quince nuncas y un

par más de jamás (de

los jamases). En

absorta vigilia, ciencia

oscura de hipermétrope

que ausculta y ve que

no (se) ve nada. Orina.

Hace por relajar los

hombros, manos, en

la postura yacente ora

se pone de costado,

decúbito supino, prono,

corre a formar fila con

un montón de monjes

budistas que regresan

con sus cuencos

abarrotados de limosna

(arroz hervido) se pone

en fila, eran hormigas,

motas que en sus

pupilas de pronto

alzan el vuelo, unas

son cuervos, otras

grajas, todas en

última instancia la

inmensa redondez

de su insomnio.

Duerme. Algo se duerme por un rato. Se cree

despierto pero duerme,

no muy a fondo ni

mucho tiempo pero

al abrir los ojos se

siente refrescado, y

no está muerto.

Durmió boca abajo

en el regazo de la

madre, entre los

esqueléticos pechos

del padre, sumido

en la mansedumbre

teológica del abuelo

y entre unos bichos

candela que surgen,

o son jejenes o

cocuyos, de la

peluca que la

abuela ha descuidado

(demostración que ha

muerto).

Se va. Está despierto. Se lavó la cara, comió

dos huevos duros con

pan de cebada, y se

plantó ante el espejo

de medio cuerpo a

ver qué: se puso la

muñequera, mañana

se pondrá la tobillera,

alternará día tras día

ajorcas, coderas,

rodilleras, ríe: no le

sucede nada, está

entero de salud, por

Dios no le crean nada,

duerme como un lirón,

no hay cosa que haga

que no haga para

satisfacción del espejo

del botiquín o la luna

del tocador: y para

consentir su imaginación

que de la noche extrae

lo que durante el día

convierte a medias en

invención, a medias

en biografía.

Nos regresan al silencio

Nos regresan al silencio

Creo que podemos aprehender un libro, y mucho más si se trata del libro de un amigo, no cuando seguimos sus instrucciones en el prólogo y buscamos en cada palabra una esencia oculta, una pista o un vestigio para descifrar ese absurdo camino de regreso al autor, sino cuando, en el rapto estético, es el libro quien hace el trabajo. 

Cuando Carlos Ávila Villamar nos pide que leamos sus fábulas de noche y con paciencia, no quiere realmente – esté o no consciente de eso – que nos sentemos a leer con calma, después del baño y las vorágines del día, para que en un estado de sosiego podamos equipararnos a ciertos ritmos y experiencias contenidas en el relato y de ese modo podamos comprenderlo y disfrutarlo. 

Detrás de la interpelación se esconde el anhelo de que sea el texto mismo quien opere el cambio: el lector no ha de leer con paciencia, el texto, si está logrado, volverá las cosas todas, y por tanto la lectura, en noche y paciencia. 

Y en efecto, los relatos de Fabulario nos regresan al silencio. Nos vuelven un otro olvidado que ha exiliado de repente ese ruido de fondo, ese zumbar aberrante de ciudad que indefectiblemente reverbera hoy en cada objeto y en cada imagen. 

He leído el texto con voz ajena, seguramente la de un padre o una madre fabulados, y lo he hecho desde un pasado probablemente inexistente. A falta de palabras mejores, quizás se trate de un regreso nostálgico al momento de la infancia en que la experiencia estética no solo era la obertura por excelencia a la comprensión del mundo, sino que era la única obertura posible. 

La ciencia, la ética, la política, la justicia, todas las complejas construcciones que hoy en día sobreviven pensadas al límite, se encuentran cuestionadas en Fabulario precisamente a partir de la experiencia estética, que por supuesto se entiende en sentido amplio y se vincula a lo fantástico, lo místico, lo demoníaco. 

Fabulario puede ser el detonante para largos debates literarios y filosóficos. Tributan a ello en gran medida la selección de los espacios, lejanos y húmedos – quizás menos en el último cuento –; las actitudes, las ideas y los cambios de los personajes, y en especial las cualidades de la prosa, clara y depurada. 

CAV es consciente de que la narración no precisa de alardes innecesarios o enrevesadas acrobacias conceptuales, sino de ritmos sabiamente controlados, de vívidas sinestesias y de la fuerza que existe en el cuerpo mismo de las palabras, en el goce de decirlas internamente o en voz alta.

Este volumen I no es un libro perfecto. “Asimétrico” le ha llamado su autor en el prólogo, con la astucia de quien escoge la palabra asociada a la imparcialidad del número. No quiere decir esto que hayan malos cuentos. Todos fueron hilados, de hecho, con minuciosa religiosidad, y en mayor o menor medida, todos devienen una suerte de secuestro ineluctable. 

Sin embargo, dos de ellos, “Cola de zorro” y “Sol de medianoche”, resultan en mi opinión infinitamente superiores al resto. Algunos pasajes son tan poderosos que permanecen en la retina durante toda la noche, capaces incluso de violentar nuestros sueños y de turbarnos por completo al despertar. Sabrá el lector a cuáles me refiero. En cualquier caso se trata de un proyecto que comienza, de los primeros pasos de un escritor joven, pero que ya da signos evidentes de un futuro movimiento in crescendo.  

Poemas de Manuel Sosa

Poemas de Manuel Sosa

Este domingo 28 de junio, el poeta Manuel Sosa celebró su cumpleaños 53. Lo sé no porque él y yo seamos amigos sino gracias a Facebook, ese sitio que tanto me hace pensar en las viviendas solariegas de mi querido y destruido barrio de San Leopoldo en Centro Habana. De inicio, pensé en felicitarlo de forma pública, pero a la postre me pareció algo rutinario y a fin de cuentas forzado.

Preferí entonces dejar transcurrir 24 horas y en vez de tener un simple cumplido, dedicarle el espacio de hoy en Miradas Desde Adentro, con el añadido de compartir en el sitio algo de su excelente producción poética. Lo hago, sobre todo, porque las nuevas generaciones cubiches, tanto de lectores como de escritores, desconocen en su gran mayoría lo que en materia de literatura se hizo en este país durante las dos últimas décadas del pasado siglo XX. Y es que son muchos los que entre nosotros se esmeran en hacer realidad lo que proclamaba desde su título aquel viejo libro de Aldo Baroni: Cuba, país de poca memoria.

Natural de Sancti Spíritus, a Manuel Sosa lo asocio de inmediato con los nombres de un grupo de escritores procedentes de la región central de Cuba y salidos a la palestra pública entre fines del decenio de los ochenta y comienzos del de los noventa. Son los casos de figuras como Heriberto Hernández, Sonia Díaz, Frank Abel Dopico, Arístides Vega  y Héctor Miranda.

Licenciado en Lengua y Literatura Inglesa, entre los libros publicados por Manuel Sosa están Utopías del Reino (Premio David 1991, Premio Nacional de la Crítica 1993), Saga del tiempo inasible (Premio Pinos Nuevos 1995), Canon (2000), Todo eco fue voz (antología, 2007) y Una doctrina de la invisibilidad (2009).  En la actualidad, Sosa reside en la ciudad de Atlanta, Georgia.

Del par de textos que hoy reproduzco, incluyo uno que, según tengo entendido, Manuel Sosa escribió allá por los lejanos ochenta y que versa justo acerca de las palabras como delimitación. El otro es perteneciente a su producción hecha ya en la diáspora.

LA QUEDA

I

La primera palabra en la primera puerta no

advierte y retribuye con su papel de bastimento a la

palabra que golpeará un rostro en el final.

La segunda cita en sombras es otra mentira

como mentira han sido las tumbas, las quedas

anticipadas y estos pobladores sentados en toda su brevedad.

El precio de abdicar se intuye:

si llegara raudo el estafeta,

si vibrase entonces,

si dejara un manto como recuerdo.

Y de recuerdos vive el hombre:

una tregua para amonestarse sin pudor,

una bifurcación cuando los anfitriones rueguen

o acometan.

No es un sitio para evocar, pero hasta donde la vista alcanza,

se vislumbran puntos insalvables,

riscos de sueños y petición,

(adonde nunca llegarán los elegidos)

Acaso alguien camina sin violar la queda

porque no todo descubrimiento es conciliador.

No es un sitio para merecer, pero esta noche se

descubre como una angosta puerta,

y pasan taciturnos a borrar sus cuadernos.

(La primera palabra está en otra página)

La calma suscita un sometimiento que no

importará si es que no importa dividir una casa.

¿Precisan el parlamento esos hombres?

La batalla que interrumpen será olvidada pese a

todo, y en sus memorias continuarán las flaquezas,

los reparos.

«El tiempo que toma hacernos inactuales es el

tiempo del delirio y el afiebramiento»,

y como reza el motivo de los guardas,

y así será, así vendrá la luz sobre sus predicciones.

«La primera palabra, que nadie pronuncie otro

nombre y encontrarán el rastro seguro, el final

prescrito».

Si esta es la noche, decidirá la experiencia:

el asedio comienza inexplicablemente

y alguien confiesa sus delaciones.

(La casa parece tan segura, y será la única razón

para abandonarla esta vez)

II

Palabras: en camino quien desciende y anuncia.

Palabras: esperando como una estación revisitada.

Las palabras en la boca de los sitiadores, que hacen

las paces a espaldas del gobierno.

Para cada gobierno un peldaño, y volver a empezar.

(Valgan los oficios que siembran el desconcierto)

El color local, la caridad de provincia,

el azoro de un delegado amenazante: no todo fluye, poeta.

La noche en la poesía regional es simplemente la queda.

La segunda citas, la segunda muerte, la primera

palabra en su antigua voz.

¿Y quién cambia de parecer, sino el guarda?

Dócil, distanciada otra mujer se estremece.

Nadie necesita esta sorpresa.

No saber del cerco para hacer juego.

En alguna buharda quedan los retratos, las

estampas, las malas noticias.

A la mesa los hijos, las madres que les desconocen

las próximas víctimas.

Así saben cuan larga es la noche, y en la queda

madura el arrobamiento de quienes tardarán

en salir al ruedo.

Así valga el cántico en las afueras, un rumor

casi inaudible y que nadie confiesa.

LUNAS

En cada transposición del silencio, un nido abierto

que busca otro nido triunfal,

dos estoques contra las rejas:

allí he visto juntarse las lunas, en mi piel,

en la garganta que intenta el grito.

Cuando desciende el crisol y sangra la bestia

las lunas se posan sobre yacijas irreales.

Son las noches de untarse esa pócima

abandonada a la indiferencia del muro.

Son las noches de evitar ciertos cumplidos que seducen.

Inapresable mi ánima salvo cuando se juntan

los portentos que ahora confieso,

he tenido que ver cómo talan los sicomoros

y se mella el filo contra la corteza.

He tenido que ver cómo desmenuzan los nidos,

y cómo a mis lunas, en la fragua de la lucidez,

de un golpe separan.

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