Categoría: Cultura

Celebraciones por cumpleaños de Miradas Desde Adentro (II)

Celebraciones por cumpleaños de Miradas Desde Adentro (II)

El próximo 28 de octubre, este modesto sitio del ciberespacio cubiche cumple un año de vida y aquí lo estamos celebrando con la reproducción de varios textos que me he leído recientemente y que me parece son materiales que vale la pena compartir con los seguidores de esta utopía que, al fin y al cabo, es Miradas Desde Adentro. Ojalá que lo disfruten tanto como yo.

 

La utopía paralela de Iván de la Nuez

 

Por Magaly Espinosa

 

Tomás Moro jamás habría llegado a soñar que una isla utópica iba a existir algún día en la realidad.

Gerardo Mosquera

 

En el centro histórico de Barcelona, La Virreina Centro de la Imagen exhibe desde el 20 de julio y hasta el próximo 27 de octubre La utopía paralela. Ciudades soñadas en Cuba (1980-1993), curada por Iván de la Nuez con la colaboración de Atelier Morales (integrado por los arquitectos Teresa Ayuso y Juan Luis Morales).

 

Esta muestra reúne un numeroso grupo de arquitectos y algunos artistas que pensaron la ciudad desde ese espíritu de renovación que caracterizó el proyecto socialista cubano en sus primeras décadas, precisamente el período en el que crecieron y se educaron la mayoría de los participantes[1].

 

Para una comprensión eficaz, la museografía ha dispuesto ocho salas temáticas: “Ciudad Prólogo”, “Monumentos en presente”, “Una habitación en el mañana”, “Utopías instantáneas”, “Reconstruir el Malecón para romper el Muro”, “Guantánamo: última frontera de la guerra fría”, “La ciudad invisible” y “Luces de la ciudad”; organización pensada para brindar una visión compacta y a la vez extraordinariamente impactante de lo que significó ese sueño volcado en el espacio público y acotado en apenas una década.

 

El propio curador hace hincapié en que la exposición “constituye una arqueología que rescata distintos proyectos de ciudades y estrategias urbanas concebidas por la generación de arquitectos nacidos con la Revolución y que emergieron a la luz pública en la década de los ochenta del siglo pasado”.

 

En el aval de un pensador como Iván de la Nuez, ya es usual encontrar proyectos que penetran la esencia de los procesos culturales. En esta ocasión, como en algunas anteriores —Cuba, la Isla posible, Cuba y sus futuros e Iconocracia. La imagen del poder y el poder de las imágenes en la fotografía cubana contemporánea—, el ardid de reunir obras y creadores fue un pretexto para pensar la realidad cubana partiendo de una historia que se remonta, en este caso, a más de tres décadas.

 

Cuba, la Isla posible (CCCB, 1995) se acercó al teatro, la literatura, el cine y las artes visuales, aglutinando obras y pensadores de esos campos; en Cuba y sus futuros (CCCB, 2009) coincidieron un grupo de expertos de distintas áreas de las ciencias sociales; Iconocracia (CAAM, Las Palmas de Gran Canaria, 2016) se resumió en un catálogo.

 

Siguiendo esta perspectiva, si se estudia en conjunto el trabajo de Iván de la Nuez como curador y ensayista, se puede apreciar la correlación que existe entre una y otra actividad: un binomio por medio del cual texto e imagen nos ayudan a comprender, entre otras cosas, lo rico y complejo que es el concepto de utopía cuando se plantea considerando la cultura como una totalidad.

 

Este enfoque ha estado presente no solo en las muestras antes señaladas, sino también en otras de carácter internacional, como es el caso de Inundaciones (Proyecto multimedia, CCCB-Editorial Península, 1999), Parque humano. Una exposición de criaturas globales (Palau de la Virreina, 2002), Postcapital (La Virreina Centro de la Imagen, 2006), Atopía. El arte y la ciudad en el siglo XXI (CCCB, 2010) y Nunca real / Siempre verdadero (AzkunaZentroa, Bilbao, 2019).

 

Tal metodología de trabajo es uno de los modelos más definitivos entre los emprendidos por curadores cubanos, tanto los que trabajan en la Isla como los que lo hacen fuera de ella[2]. De la Nuez consigue que la cultura se exprese desde sus producciones, combinando el artefacto artístico con las vivencias y reflexiones que lo rodean, permitiendo con ello que el interesado conozca no solo de obras de arte, sino del contexto en el que germinaron y de su destino social.

 

Para postular sobre ese destino, con esa facilidad que posee para entrelazar sucesos y acontecimientos, de la Nuez combina arte con sociología, teoría política, historia, estética y antropología, situando en paralelo los pasados difíciles y complejos del presente cubano. Pensar sobre el futuro es una constante a lo largo de su obra.

 

La lógica de La utopía paralela aflora a partir de los años que comprende y, como afirma su gestor, cada uno de sus componentes concentra el significado y el sentido de su totalidad. Solo así es posible acercarse a una historia que nos devela, a su vez, la lógica bajo la que se estructuró un movimiento de arquitectos y artistas que, al igual que el movimiento de las artes plásticas que lo acompañó temporalmente, no tenía programa ni manifiestos concretos, y cuyas contingencias —a contrapelo de lo ocurrido en América Latina, en un tiempo en el que las luchas políticas eran intensas— no se caracterizaron por una lucha entre clases y sectores sociales, sino por las acciones concretas de algunos participantes que se consideraban a sí mismos como parte de la transformación social que vivía Cuba[3].

 

En este sentido, el propio Iván ha insistido sobre las particularidades del proceso cultural cubano, argumentando que era el único modelo socialista de inspiración occidental, no regido por el mercado y con ideales sólidos de transformación social; ello connotó sobremanera las iniciativas urbanas que esta muestra exhibe, acotando una experiencia que iba más allá del gesto constructivo, penetrando el terreno de una ideología ética: “En el hecho de saber que, cuando soñamos ciudades, en realidad lo que buscábamos es la posibilidad de reconstruirnos como conglomerado humano”.

 

La dimensión temporal, 1980-1993, se argumenta en las palabras finales del plegable: “Entre una y otra fuga se activa esta arquitectura crítica que, paradójicamente, solo hubiera podido existir dentro de un modelo socialista. Una utopía colectiva obsesionada por convertir la arquitectura en ciudad. Y la ciudad en ciudadanía”.

 

La utopía que lo sustenta se adhiere a la idea de lo que esta puede implicar como concepto al procurar hacer el socialismo en una isla del Caribe; por eso es tan importante comprender la implicación personal de sus participantes, porque las ilusiones no cumplidas, que caracterizan a cualquier utopía, fueron vividas como posibles para ellos.

 

La amplitud de propuestas abarcan escenarios que van desde proyectar una Casa de Cultura en el pequeño pueblo de Velasco, una serie de intervenciones urbanas para la remodelación del también poblado de Caimanera (bordeando la Base Naval de Guantánamo), la posibilidad de un crecimiento adecuado y de bajo costo para Habana Vieja y el plan de una plaza para bailes populares (el Congódromo, concebido en homenaje a Chano Pozo y situado en pleno Centro Habana), hasta la reinvención del Malecón de cara al futuro, planteándose ajustar un espacio que es frontera y al mismo tiempo apertura.

 

Reunir proyectos sobre el trabajo con espacios de valor cultural, al lado de otros más arraigados en la vida cotidiana, sirvió de base a una museografía ingeniosa, ya que transitando por cada una de las salas nos acercamos a la tremenda fuerza de un proceso creativo que implicaba una ideología que fluía en una estética urbana. Este binomio, entre otros factores, domina las paradojas del pensamiento de Iván de la Nuez; paradojas que en esta ocasión han tenido la particularidad de expresarse entre proyectos, dibujos, collages, maquetas y animaciones.

 

Es de agradecer el trabajo de pesquisa “detectivesca” de curadores y colaboradores para localizar proyectos, dibujos y documentación original, tanto en La Habana como en varias ciudades del mundo, al que se unió la gestión decisiva, con enfoque patrimonial, realizada por el equipo de La Virreina Centro de la Imagen para que se pudieran apreciar estas obras con la calidad debida.

 

La exposición ha devenido también encuentro social de altos quilates, que hizo coincidir en Barcelona a los participantes que vivieron y crearon esas utopías, y que la vida dispersó más allá del paisaje insular. El maestro Gilberto Seguí se acompañó de varios de sus discípulos, compañeros de trabajo y amigos como Teresa Ayuso, Daniel Bejerano, Rosendo Mesías, Juan Luis Morales y Rolando Paciel, quienes se movían entre el público intercambiando con la misma afabilidad de aquellos días de hace tres décadas, como si la distancia de los años no tuviera más significado que el de contar anécdotas.

 

Valga esta muestra, además de lo que significa como evento artístico, por este espacio que le dio vida a la utopía, convirtiendo la memoria en acontecimiento y a los sueños en la posibilidad tangible de su concreción, y dándole a esa ciudad mágica que es La Habana el poder para adueñarse de una parcela de Barcelona.

 

Demos las gracias a Iván de la Nuez, una vez más, por su enorme contribución para pensar el arte como cultura, la cultura como sociedad y el presente como futuro.

 

Estas palabras en Hypermedia Magazine son solo el preludio de una intención, mi deseo de que la presente muestra nos regale en algún momento un catálogo, con las reflexiones de inspiración marxista que despiertan el ánimo de hacer espacio ciudadano. Porque aún habría que desbrozar el camino de cómo el “Hombre Nuevo” tuvo en sus manos la posibilidad de perfilar un “Mundo Nuevo” en su mismo tiempo histórico.

 

Notas:

 

[1] En la exposición están representados Ramón E. Alonso, Teresa Ayuso, Nury Bacallao, Juan Blanco, Francisco Bedoya, Daniel Bejerano, Inés Benítez, Walter Betancourt, Emilio Castro, Felicia Chateloin, Orestes del Castillo, Mario Durán, Adrián Fernández, José Fernández, Rafael Fornés, Maria Eugenia Fornés, Vittorio Garatti, Eduardo Rubén García, Óscar García, Universo Francisco García, Florencio Gelabert, Roberto Gottardi, Hedel Góngora, Alejandro González, Juan-Si González, Gilberto Gutiérrez, Héctor Laguna, Lourdes León, Julio Le Parc, Teresa Luis, Jorge Luis Marrero, Rosendo Mesías, Juan Luis Morales, Huber Moreno, Rolando Paciel, Ricardo Porro, Enrique Pupo, Ricardo Reboredo, Carlos Ríos, Patricia Rodríguez, Abel Rodríguez, Alfredo Ros, Gilberto Seguí, Regis Soler, Antonio Eligio Tonel y Eliseo Valdés.

[2] Diversos comisarios y críticos cubanos se han acercado al tema de la utopía a través de publicaciones y exposiciones, entre ellos se puede destacar a Gerardo Mosquera, Antonio Eligio Tonel y Eugenio Valdés. En el plano internacional, valga señalar los textos y ensayos de Rachel Weiss, Luis Camnitzer y Kevin Power.

[3] “Entre el 25 de octubre del 2012 y el 11 de marzo del 2013, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España, se presentó la exposición Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años 80 en América […] se encontraba entre las piezas un documental cuyo título era El canto del cisne, realizado por el artista cubano Glexis Novoa. Ella se centraba en el arte de esos años en Cuba, al que se le denominó, por su riqueza y los cambios formales y de contenido, como un Renacimiento del Arte Cubano […] diferente de lo que se mostraba en la exposición, como sucesos ocurridos en el resto del continente en esos años, pues no se trataba de luchas callejeras o enfrentamientos policiales, era una lucha con otra tenacidad, nacida de artistas que en cierta medida se consideraban parte del proceso”.

 

Tomado de Hypermedia Magazine.

Celebraciones por cumpleaños de Miradas Desde Adentro (I)

Celebraciones por cumpleaños de Miradas Desde Adentro (I)

El próximo 28 de octubre, este modesto sitio del ciberespacio cubiche cumple un año de vida y aquí lo estamos celebrando con la reproducción de varios textos que me he leído recientemente y que me parece son materiales que vale la pena compartir con los seguidores de esta utopía que, al fin y al cabo, es Miradas Desde Adentro. Ojalá que lo disfruten tanto como yo.

 

La bailarina cubana Alicia Alonso y su último Giselle

Por Juan Orlando Pérez

La noche del 2 de noviembre de 1993 en el Gran Teatro de La Habana había una atmósfera de enorme tensión y desasosiego. Una multitud bien dispuesta y pintiparada había desbordado la platea y los balcones, y había ascendido hasta lo más alto, asomándose por el borde del gallinero y rozando con la cabeza el estucado del techo. Hasta espectadores habituales del teatro habían sido desplazados de sus lugares y se les veía entonces acompañados lo mejor posible en rincones bien molestos para el buen gusto. Ni siquiera la claque de balletómanos empedernidos había evitado ser relegada a puestos de malos aficionados. Todos haciendo severos pronósticos sobre lo que ocurriría en aquella función.

Alicia Alonso iba a bailar el pas de deux del segundo acto de Giselle, cincuenta años después de haber debutado en ese papel. Todo el mundo había dejado escapar un suspiro al oír esa noticia. Verdaderamente, es algo insólito que una bailarina pueda asistir al cincuentenario de su consagración estando todavía en activo, y aún mas que pueda enfrentar un personaje riguroso. Por lo tanto, los presagios sobre lo que ocurriría en la gala del homenaje no eran halagüeños. Los más optimistas esperaban que Alicia estuviera digna y que no se empañara demasiado la reputación de la gran artista. Los menos condescendientes habían pronosticado un desastre y tenían algún motivo para hablar así. Las temporadas de los años 92 y 93 habían sido regulares. El ballet languidecía tristemente y solo alguna figura extranjera, de paso fugaz por los festivales reavivaba la emoción de los aburridos espectadores. Las grandes bailarinas cubanas habían visto terminar sus mejores años y su lugar, por entonces, era acaparado en estricto monopolio por Rosario Suárez, Charín, cuyos trepidantes dúos con Lienz Chang se anunciaban por toda la ciudad, colmaban de público el teatro y levantaban en el aire a los fans en plena gritería. Poco después, Charín abandonó la compañía y sus fans quedaron mudos como una tapia. De repente, el público se había quedado sin estrellas a las que adorar y salvo alguna faena ocasional y sorpresiva, las funciones no pasaban de aceptables. En cuanto a Alicia, los escépticos no se ocultaban para manifestar su oposición a que continuara bailando. Después de haberla visto protagonizando Dido abandonada, Cleopatra eterna y otras piezas en que su esfuerzo físico era notable, muchos en La Habana consideraban que debía retirarse y culminar con honor una de las carreras más gloriosas del ballet. Solo unos pocos comprendían que Alicia siente por su oficio una pasión tan arrebatadora que se ha dispuesto a desafiar los pudores y cortapisas de la gloria. Por seguir bailando aunque sea pasajes mínimos y sin posibilidad de destaque, ha puesto sistemáticamente en juego su enorme prestigio. Probablemente ella piense que nada puede hacer ya que destruya el recuerdo de su prodigiosa y larga juventud en la memoria de los amantes del ballet. Tiene razón. Pero los jóvenes que van al ballet desde hace poco jamás la vieron en sus días de esplendor. No la vieron cuando Alejo Carpentier decía que Alicia dejaba de ser una persona para convertirse en una verdad. Ni cuando Lezama, viéndola bailar a los pies del Castillo de la Fuerza, creía que todos los hechizos sombríos habían sido vencidos. La mayoría solo ha visto por televisión el video de la función memorable en la que Alicia bailó Giselle con Vassiliev, y el de Carmen. Por el 93 muchos culpaban a Alicia de deteriorar su propia reputación, considerada patrimonio nacional.

Es bueno aclarar que esas opiniones eran francamente exageradas desde el punto de vista de un observador imparcial. Sucede que el público del ballet es un tanto especial, y si no se le ofrece un espectáculo a la altura de los de la época clásica del teatro imperial de San Petersburgo o de los tiempos de Diaghilev en París, se siente estafado y cree que lo que ha visto es un desastre. Curiosamente es el público más fiel. En el Gran Teatro de La Habana, en las funciones del domingo a media tarde, es posible encontrar personas que vieron nacer el Ballet Nacional en 1948, cuando se llamaba Ballet Alicia Alonso. Algunos estaban en el teatro la noche tremenda cuando Alicia bailó Carmen por primera vez. Han visto El lago muchas veces, tal vez más de cien, interpretado por bailarines de estilos y temperamentos muy diferentes. Pueden por eso comparar las nuevas figuras con las de antes, que son siempre las que salen ganando. Muchos miran con desdén a los jóvenes balletómanos que no han visto nada. Estos últimos, por su parte, manifiestan las adhesiones más furibundas y los desprecios más rotundos. Ahora adoran a Lorna Feijóo, como antes a Charín, aunque algunos, para no dar el brazo a torcer, digan que le preocupa más encantar al público con su poderío físico que con su interpretación integral. Pero cuando Lorna hace su ronda de fouettés en el tercer acto de El lago, o en un arabesque despampanante, no les queda más remedio que reconocer ante los amigos que estuvo divina. En propiedad, el público del ballet es muy heterogéneo. Se puede encontrar tanto artistas y escritores que están en el bombo como estudiantillos que acuden a su iniciación. También oficinistas, secretarias, bohemios, desocupados y turistas bien acompañados. Van vestidos de traje y corbata o de la manera más informal, aunque la administración ha puesto recientemente un cartel prohibiendo pasar en short. En suma, un conjunto pintoresco, emotivo y hasta pasional.

Esa multitud era la que esperaba aquella noche de noviembre del 93 que Alicia Alonso bailara otra vez el pas de deux del segundo acto de Giselle, pieza con la que encontró la gloria cuando pertenecía al American Ballet Theatre, pero aún no era una primera figura. La gran Alicia Markova debía interpretar Giselle pero enfermó repentinamente cuando ya el teatro había sido completamente vendido. Los directivos del Ballet Theatre preguntaron a las bailarinas jóvenes si alguna de ellas se atrevería a sustituir a Markova. A Alicia dudaron en preguntarle porque recién había sido operada en los ojos, pero fue precisamente ella la que se mostró dispuesta a hacer Giselle ante un público que esperaba a otra. Lo que ocurrió esa noche de 1943 parece haber sido excepcional puesto que los cronistas apenas saben describirlo. La más arrolladora y compensadora noche de triunfo, dijo Antón Dolin, el partenaire. Los pies de Alicia terminaron ensangrentados por el esfuerzo hecho en tan poco tiempo y se cuenta que, al finalizar la función, irrumpió en el camerino George Schaffe, un famoso coleccionista de objetos históricos del ballet, y arrancó la zapatilla de los pies de Alicia mientras daba gritos de «¡Para la historia! ¡Para la historia!» Esa historia estaba siendo desafiada medio siglo después «por pura obstinación», según la mayoría de las opiniones.

Fue una larga función. Hubo varias piezas en el programa, entre ellas un apreciable Grand pas de quatre, al que pocos prestaron atención. Todos estaban concentrados en el momento final, cuando Alicia saldría a escena y pudiera ocurrir una catástrofe no personal, de prestigio, sino cultural. El ballet en Cuba no es, como pudiera pensar un extraño solo una pieza de vitrina que se muestra como uno de nuestros logros. Da a nuestra cultura un secreto regocijo, el de lo cubano que se cuela en el salón clásico, que penetra en extrañas edades de oro a las que no ha sido invitado y baila en ellas desaforadamente en el centro del círculo de asombro. El Ballet Nacional y la obra de Alicia Alonso significa la tradición central de la cultura europea tomando formas perfectas en la plenitud cubana. Eso estaba en peligro si Alicia Alonso no hubiera cumplido aquella noche uno de los pocos milagros a los que asistiremos en la vida.

Ella lo hizo. Nadie que la haya visto podrá olvidar nunca su levedad y su pureza. Un suave trazo blanco atravesaba el aire, recogiéndose en puntos de grave y honda densidad, o difuminándose en ligeras y frágiles prolongaciones. Habitó durante un instante en una zona intermedia entre la muerte y la naturaleza superior, donde el cuerpo pierde el arbitrio de sus extensiones y adopta en cambio la fijeza de una hermosura inmortal. Tal vez, mientras bailaba, Alicia Alonso nos dijo algo que no podemos comprender en otro lenguaje que el suyo. Ella debe haber sentido una interrupción en la linealidad del tiempo, un instante abierto entre las sucesiones, por donde se cuela desde otra escala el fragor de la transfiguración de lo humano en la sustancia original. El pas de deux terminó y el teatro se vino abajo. Sobre Alicia llovieron pétalos de rosas, detalle un tanto kitsch, pero que llevó al paroxismo al respetable.

Alicia Alonso tal vez no bailara más. Ya en el último festival no lo hizo. Pero ahora no importa. Es la artista más grande de Cuba, y la compañía que creó, una de las instituciones fundamentales de la cultura de este país. Aunque uno no vaya al Gran Teatro de La Habana, es tranquilizador saber que allí siguen bailando Giselle y El lago. Mientras eso ocurra, de alguna manera, todos nosotros estaremos a salvo.

 

 

 

Este texto fue originalmente publicado en la revista Alma Máter.

Polémicas con niveles chancleteros

Polémicas con niveles chancleteros

En mi opinión, la intolerancia (problema que, como advirtiese Octavio Paz, no estaría tanto en el tipo de doctrina que se porta sino en la forma) entre cubanos que piensan distinto a la hora de discutir un problema, va más allá de las diferencias políticas e ideológicas, para formar parte de nuestra (in)cultura cotidiana. Pensar lo que otro nos dice y admitir que puede tener parte de o toda la razón, para nosotros es una proeza y así, hemos obviado una moraleja de Jorge Luis Borges: “Hay que saber elegir los enemigos, porque al final terminamos pareciéndonos a ellos”. De ahí el hecho cierto de que entre nuestros compatriotas perduran las equívocas tendencias que confunden el debate y la discrepancia de corte intelectual, en el peor de los casos, con el linchamiento del enemigo o, en la menos desafortunada de las situaciones posibles, con el mero y llano intercambio de cortesías, por lo que promover y auspiciar la discusión con las múltiples voces e ideas de la esfera pública, no es solo un acto legítimo sino también indispensable para progresar en la aspiración de alcanzar alguna vez un diálogo carente de dogmas y juicios totalizadores, en el que predomine un consenso signado por una buena dosis de serenidad y respeto.

Es este un problema de larga data entre nosotros y sigue siendo una asignatura pendiente. Como pequeña muestra de una de tantas polémicas entre cubanos que han registrado niveles chancleteros, reproduzco un trabajo de Carlos Espinosa Domínguez a propósito de una discusión entre Desi Arnaz y Joaquín M. Condall, ejemplo de lo que no debería ocurrir pero que tristemente en el mundillo cubiche continúa sucediendo en la actualidad.

Un avispero alborotado

En 1954, la acusación de Desi Arnaz de que Joaquín M. Condall plagiaba su popular programa de televisión, dio lugar a una acalorada polémica en la que se involucraron otras personas

Carlos Espinosa Domínguez

Aranjuez | 06/09/2019 10:38 am

En 1954, la revista Bohemia, la más popular y leída de la Isla, dio cabida en sus páginas a una acalorada y curiosa polémica que tuvo como centro a Desi Arnaz (1917-1986), pero en la cual se involucraron otras personas. De hecho, el famoso actor y músico de origen cubano solo intervino al inicio, cuando unas declaraciones suyas prendieron la llama de una controversia que subió bastante de tono e irritación verbal.

Todo empezó cuando Vicente Cubillas Jr., corresponsal de Bohemia en Nueva York, publicó en el número del 11 de abril de 1954 un reportaje titulado “Desi y Lucy: el Matrimonio Ideal”, que iba ilustrado con fotos de Osvaldo Salas. En el mismo, entrevistó a Desi Arnaz y a Lucille Ball, quienes formaban una exitosa pareja sentimental, televisiva y empresarial.

En ese momento, se estrenaba en Nueva York la película The Long, Long Trailer, protagonizada por ambos, y se hallaban en la ciudad. La semana anterior, la firma de cigarros Phillip Morris había contratado su programa I love Lucy por la fabulosa suma de 8 millones de dólares. Era el espaldarazo definitivo para el espacio de media hora que por casi tres años ocupaba el número 1 de audiencia. Cada lunes, a las 9 de la noche, millones de personas se sentaban ante el televisor para seguir la historieta semanal del matrimonio integrado por Lucy y Ricky Ricardo.

De acuerdo al periodista, la visita de la pareja a Nueva York fue un hecho sin precedentes, y la prensa la consideraba como la más importante desde la realizada por la reina Isabel y su esposo. En el aeropuerto, Lucy y Desi fueron recibidos con una banda de música, así como por millares de admiradores. Y después celebraron una conferencia de prensa a la cual asistieron 400 periodistas. The Long, Long Trailer se estrenó en el Radio City Music Hall y batió los récords de taquilla. Del hotel Waldorf Astoria donde se hospedaban, la pareja tuvo que mudarse en secreto, para eludir a centenares de visitantes.

Charles Pomeratz, su agente, aseguró a Cubillas Jr. que en los diez días que pasarían en Nueva York Desi y Lucy no tenían tiempo libre, y que la suya era la única entrevista individual que concedían. Tuvo lugar en el hotel Carlyle, y al entrar el saludo de Arnaz fue: “¡Buenas tardes para todo el elemento!”. Su nombre completo era Desiderio Arnaz y de Acha, y el periodista lo define como “un santiaguero alegre y decidor a quien veinte años lejos de Cuba no han hecho mella en su campechanía”.

Acerca de sus orígenes, Arnaz cuenta: “Nací en Santiago de Cuba, en marzo de 1917. Mi padre tenía mucha plata y fue dos veces alcalde de la ciudad, hasta 1932 en que lo eligieron representante de la Cámara. Vino la revolución del 12 de agosto de 1933 y mi padre cayó preso. Mamá y yo nos fuimos a Miami con 500 pesos, que era la única fortuna que nos quedaba. Desde allí hicimos mil gestiones hasta que seis meses después, papá pudo reunirse con nosotros en Miami”.

¿Le guarda rencor a los revolucionarios que prendieron a su padre?, le pregunta el periodista. A lo cual Arnaz responde: “¡Nunca! ¡Al contrario! Les estoy muy agradecido, pues, de no haber sido así, seguiría siendo un santiaguero más, con algunos pesos, pero perdido en el montón. Si ellos no tumban a Machado, todavía andaría yo por Santiago de Cuba, bañándome en La Socapa, o diciéndole piropos a las muchachas en la Plaza de Marte”.

Habla luego de los primeros trabajos con los que se ganó la vida en Miami; de sus inicios en la música; de su paso por Broadway; de cómo conoció a Lucy durante el rodaje de Too Many Girls. Pero no dedicaré espacio a esos aspectos y pasaré referirme a las declaraciones suyas que dieron lugar a lo que después se suscitó. Nada más empezar la entrevista, Arnaz le confiesa a Cubillas Jr. que tenía mucho interés en ella, pues Bohemia le da la oportunidad para desenmascarar a un “individuo poco escrupuloso”. La persona a quien alude es el productor y director Joaquín M. Condall (1923-2010), sobre el cual expresa: “¡Ese tipo es un caretudo!”. Y pasa entonces a explicar por qué.

“Condall me ha robado la producción de I love Lucy y la vendió en Cuba como propia. Estoy enterado de todo, pues recibí una carta de una amiga mía llamada Elena Rivas, con varios recortes de periódicos y revistas hablando del asunto. Y para colmo, este individuo ha tenido el descaro de decir que se entrevistó conmigo en Hollywood y que lo autoricé a usar los libretos de I love Lucy”.

A lo anterior Arnaz agrega este comentario: “Lo que me duele es que sea un cubano el que haga esto. Yo sé que en Cuba el programa Mi esposo favorito que aparece escrito por Condall, no es más que un plagio de nuestro I love Lucy. Así que mientras yo me esmero en que el público americano se ría con las ocurrencias del «cubano» Ricky Ricardo y en elogiar las cosas de mi patria de origen, que será siempre mi verdadera patria, en casi todos los programas, se aparece un paisano a despojarme inicuamente”.

Un enemigo de todos los cubanos

Al final del reportaje, Cubillas Jr. le pregunta si quiere decir algo especial al público cubano. Copio la respuesta que le dio Arnaz: “Segurísimo. Que llevo a Cuba en el corazón. Y que a mí no me ha alcanzado el tiempo para enseñar a amar a mi patria a mi esposa, a mis hijos y a mis amigos. En Hollywood, en Nueva York, donde quiera que me encuentro yo soy el cubano Desi Arnaz. Y Lucy, con orgullo, dice que ella es la esposa del cubano Desi Arnaz”.

El 25 de abril, Bohemia publicó un reportaje de Bernardo Viera titulado “¡Desi Arnaz es enemigo de todos los cubanos!”. Era una entrevista al “joven libretista” Joaquín M. Condall, quien responde a las acusaciones de Arnaz. En realidad, lo que se dice responder, no lo hace. En lugar de contestar con argumentos convincentes, se dedica a lanzar insultos contra Arnaz: “¡Desi Arnaz es un mentiroso! Que busque la publicación donde salieron esas declaraciones que me atribuye, en las que yo digo que recibí permiso de él para reproducir los libretos… ¿Cómo voy a decir eso si mis libretos son originales?”.

Tras esas declaraciones, a la entrevista llegan Rosita Fornés y Armando Bianchi, protagonistas de Mi esposo favorito, quienes han suspendido un ensayo para venir a animar a Condall. “Lo que sucede es que siempre atacan al que triunfa y Condall es un triunfador”, comenta Bianchi. Rosita, por su parte, expresa: “¡Es injusto Desi Arnaz! Nuestro programa no es un plagio de I love Lucy… Ese señor no puede guiarse por cartas irresponsables”. A ellos se suman luego los actores José Antonio Rivero y Velia Martínez. El primero declara: “Mi personaje «El Truco», igual que otros creados por Condall, son sacados de la calle y puestos en la televisión. Son tipos muy cubanos, cubanísimos, para que el esposo de Lucille Ball diga que son copias de los de su programa”. Por su parte, Martínez opina que “es ilógico lo que dice Arnaz. Él nunca ha visto el programa ni ha leído un libreto para hacer semejante acusación”.

Condall interviene de nuevo: “Lo que sucede es que Desi Arnaz es enemigo de todos los cubanos. Su personaje de la televisión, Ricky Ricardo, es el tipo chusma y marrullero que se imaginan los norteamericanos que somos los nosotros los cubanos. Además, ¿cómo me va a acusar de plagio un señor que lleva muchos años viviendo de la música que le ha robado descaradamente a Miguelito Valdés y a Xavier Cugat?”. Expresa después algo que le desmentirán documentalmente en la propia revista Bohemia: “Yo no sé lo que le pasa a este tipo, a él le duele que yo haya sido hombre de confianza y coproductor de Max Liepman, el mejor productor de la televisión americana y enemigo de Arnaz. Él ve en mí a uno de los que puso en peligro su programa cuando sacamos el Show de Shows con Imogene Coca y Sid Caesar, que sí son comediantes de verdad”.

Condall finaliza la entrevista diciendo: “El señor Arnaz me llama caretudo injustamente. Él sí usa una falsa careta de patriotero para humillar a Cuba y todos los cubanos. Cualquiera de nosotros que hemos vivido en Nueva York nos hemos sentido humillados viendo el programa de este «esposo con suerte»”. Y concluye: “Si Desi Arnaz quiere venir a discutir conmigo, tiene que hacerlo como turista, porque renunció a Cuba desde hace muchos años, cuando tuvo que abandonarla por machadista”.

La polémica no quedó ahí, sino que continuó. Pero curiosamente quienes la prosiguieron no fueron Arnaz ni Condall. El 9 de mayo, Cubillas Jr. publicó, bajo el título de “Voy a sacar la cara por Desi Arnaz…”, un artículo en el que pasa a defender a este. Explica que lo hace porque Arnaz “es un hombre muy ocupado, metido en negocios de millones de dólares”, y “no tiene tiempo disponible para sacudirse la mosca de la solapa o, hablando en términos más respetuosos, para ponerse a discutir con el improvisado escritor con apellido que huele a blasón”. A él, en cambio, le alcanza el tiempo, y, además, le molesta el tono de las mentiras dichas por Condall, “libretista de hace un ratito”.

Comienza por apuntar que todos los lunes ve I love Lucy y en ningún momento ha observado que Arnaz humille a los cubanos. Por el contrario, contribuye a que muchos norteamericanos “se den cuenta, a través de la elegancia con que viste Desi Arnaz y el ingenio y la gracia con que actúa, que somos un país civilizado, a un tiro de piedra de las costas de la Florida”. Por eso, entre otras razones, se considera aludido, así que, empleando el lenguaje que mejor entiende Condall, va a cogerse la bronca para él y dar la cara por Arnaz.

Su primer argumento contra Condall es que considera cuando menos sospechoso que los personajes de Mi esposo favorito son cuatro, como en I love Lucy. Asimismo, el de Rogelio Hernández, el vecino, parece “una copia al carbón” de Fred Metz, el vecino de Ricky Ricardo interpretado por William Frawley. El periodista recuerda luego que cuando Mi esposo favorito se empezó a emitir, los críticos del patio acusaron a Condall, de plagiar los libretos de I love Lucy. Y apunta: “Después, me imagino, ocurrió lo del cubaneo… ¡y todo se quedó así!”. (A modo de información, anoto que Mi esposo favorito comenzó a emitirse al año siguiente de I love Lucy, cuyo primer episodio se estrenó el 15 de octubre de 1951.)

Insultos y bajezas

Cubillas Jr. estima pertinente advertir a los lectores que no es “ni perdonavidas, ni matón, ni guapo a sueldo de Desi Arnaz. Solamente soy un periodista amante de la verdad y la justicia, con dieciocho años de ejercicio activo y en cuyo historial no se ha anotado nunca un insulto, ni una mentira, ni una rectificación”. Y agrega que, si emplea un lenguaje un tanto violento al dirigirse a Condall, ruega que se tome en cuenta cuál tiene que ser su estado de ánimo al enterarse de “los insultos y de las bajezas en que ha incurrido este impostor”.

Justifica su defensa de Arnaz expresando que no puede permitir que Condall “llame mentiroso y machadista a Desi Arnaz, cuando el mentiroso es él, y Desi era un chiquillo de dieciséis años, ajeno al trajín político el 12 de agosto de 1933”. Y de inmediato pasa a descargar su artillería pesada y le plantea al “desafiante Condal” este cuestionario:

“¿Quiere que le diga a casa de quién iba él todos los lunes por la noche, cuando vivía en Nueva York, bien provisto de libretas y lápices, para anotar las incidencias del programa I love Lucy? ¿Y los sábados por la noche, para copiar también los eventos del programa Your Show of Shows, producido por Max Leibman y estelarizado por Sid Caesar e Imogene Coca? ¿Quiere que le diga cómo le sacaron en limpio sus anotaciones y le dieron forma, para que pudiera enviar algunos libretos de muestra a cierto productor de la televisión cubana? ¿Quiere que le repita, asimismo, el día que llegó por primera y única vez a Nueva York; en qué línea aérea hizo el viaje; en qué hotel y en qué cuarto se hospedó aquí; en qué academia de televisión se matriculó en junio de 1952, permaneciendo solamente una semana en la misma? ¿Quiere que le diga por qué se firma Joaquín M.? ¿Quiere que le diga qué esconde el apellido cuya inicial es esa M?”. (Tras leer esas preguntas, este cronista se pregunta si, aparte de ser corresponsal de Bohemia en Nueva York, Cubillas Jr. no tendría también un empleo a tiempo parcial también en la Agencia de Detectives Pinkerton.)

El periodista revela algo que pone en entredicho una afirmación de Condall. A través de su Jefe de Relaciones Públicas, se puso en contacto con Max Liepman, quien le hizo saber, indignado, que no conocía al señor Joaquín M. Condall; y que lo considera un “enfermo mental” y un “mentiroso psicopático” por haber manifestado que él era enemigo de Desi Arnaz, pues es un gran amigo y admirador. Para reafirmarlo, citó a Cubillas Jr. para hacer una declaración pública que, de acuerdo a lo que adelanta este, “aparecerá en Bohemia, desmintiendo los infundios de Condall”.

El reportaje finaliza con estas palabras del periodista dirigidas al libretista: “Si él quiere, yo puedo decirle todas las verdades encerradas en este avispero que él mismo ha terminado de alborotar. Pero tiene que pedírmelo públicamente… para que todos los cubanos que se ríen con la interpretación de los libretos que él dice que escribe, se rían esta vez con él o de él, como personaje de una trama originalísima que escapó a su mente genial de libretista-productor-director. Que me lo pida, y se lo diré en Bohemia. Y por radio y televisión. Si esto buscaba, ahí lo tiene. Para que no sea parejero”.

Como se había anunciado, el 16 de mayo apareció en Bohemia un reportaje de Cubillas Jr. en el cual, además de su entrevista a Max Liepman, se reproduce una foto de su declaración pública. En la misma, se lee: “I would like to stat that Mr. Condall was never in any way connected with YOUR SHOW OF SHOWS, and that I am not an enemy of Desi Arnaz. I have no recollection of ever having met Mr. Condall and I do not recall any interview about Desi Arnaz”.

En ese mismo número de la revista se incluye otro artículo, “¿Quién va a tirar a Condall la primera piedra?…”, firmado por Bernardo Viera. Lo primero que expresa es que considera al libretista “víctima inocente de acusaciones por un delito que cometen muchos escritores de nuestra televisión”. A propósito del calificativo de “libretista de hace un ratito”, le expresa a Cubillas Jr. que “si hubiera seguido averiguando datos sobre Condall, se hubiera enterado que antes de ir a Nueva York estuvo escribiendo guiones para el cine mexicano. ¿También estos guiones se los robó a Ricky Ricardo?”.

A continuación, cita opiniones de otros periodistas acerca del trabajo de Condall: “Nadie puede discutir las condiciones de libretista de Joaquín M. Condall. Maneja las situaciones cómicas con verdadera maestría y sabe impartir al programa un ritmo único en nuestro video”, Edgardo Lescano Abella, Pueblo; “Condall maneja las situaciones cómicas con conocimiento de lo que hace. Si fuésemos a hacer un juicio global de Mi esposo favorito, tendríamos que confesar: nosotros nos reímos con el programa”, Enrique Núñez Rodríguez, Carteles; “Joaquín M. Condal es autor humorístico de sensibilidad actualísima. Queremos decir con esto que su comicidad es up to date. En los Estados Unidos, el señor Condall sería libretista muy cotizado y autor predilecto de una Rosalind Russell o una Eve Arder”, Alberto Giró, Diario de la Marina; “La verdadera estrella del programa Mi esposo favorito es su productor-director-libretista. Condall aporta a la televisión de nuestra islita desdichada, un poco de dicha”, Emma Pérez, escritora.

En esa polémica que llegó a tener niveles chancleteros, Viera trae un poco de mesura y sensatez. Así, en su artículo expresa: “Porque estamos a un tiro de piedra de la Florida y porque tenemos una gran influencia del Tío Samuel en casi todo, nuestra televisión parece hecha al papel carbón de la de allá. Y nosotros preguntamos: ¿Todos los que atacan a Condall se han detenido a observar las programaciones de nuestras plantas?… ¿Es que no se han fijado que todos nuestros programas de paneles, sin excepción, son exactos a los de allá?… ¿Es que no se han fijado que Gane con Kresto, por ejemplo, es copiado de What’s my line?… ¿Es que no se han fijado que Conflictos Humanos es lo mismo que Cartas a Loretta, el programa que hace Loretta Young para la televisión americana?… ¿Es que no se han fijado que Pumarejo y sus Amigos y Escuela de Televisión de Pumarejo son exactos a Arthur Godfrey y sus amigos y Arthur Godfrey busca talentos?… ¿Es que no se han fijado que los programas de matrimonios de aquí tienen las mismas situaciones que los programas de matrimonios de allá? (…) Si hay algún libretista en nuestra televisión que ni siquiera una vez haya sacado un programa o haya hecho un libreto con influencia de otro yanqui, que le arroje a Condall la primera piedra… A ver… ¿Quién se atreve a tirársela?”.

En defensa de Condall, Viera les recuerda a quienes lo acusan de plagio otro programa de matrimonio escrito por él: Los Destruidos. Lo protagoniza “una familia cubana, muy cubana, que hace llorar o reír a los televidentes con sus alegrías y sus tristezas. Individuos que jamás, ¡jamás!, por su pobreza y sus sentimientos, podrán ser semejantes a ningún programa norteamericano. ¿De dónde sacó Condal Los Destruidos?… ¿A qué actor americano copia Rosendo Rossett cuando hace el Chucho?… ¿Quién es la actriz norteamericana plagiada por Velia Martínez cuando interpreta a Chicha? (…) Pero desgraciadamente, en Cuba siempre se seguirá atacando al triunfo. Y las buenas opiniones llegan siempre como postre del fracaso”.

Viera concluye su trabajo con estas palabras: “Los que vemos televisión, los que queremos su adelanto y deseamos la eliminación de la astracanada y la grosería en esta, demos un fuerte aplauso a Joaquín M. Condall, que tanto ha hecho por la distracción y la alegría de los que hemos gastado cientos y cientos de pesos en un aparato de televisión Made in U.S.A.”.

Tomado de cubaencuentro.com:

https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/un-avispero-alborotado-335904

Pearl Jam: cuando el béisbol suena a grunge

Pearl Jam: cuando el béisbol suena a grunge

Por Joaquín Borges-Triana

Quienes me conocen, saben que desde muchacho tengo dos grandes pasiones: el rock y el béisbol. Nunca he dejado una de esas aficiones y hoy las continúo utilizando como materia prima en mi relación con la cultura y el entretenimiento. Por ello he disfrutado tanto de Pearl Jam: Let’s Play Two, CD y documental que no es solo un ineludible encuentro con una poderosa descarga de furia revestida de nostalgia por el grunge de los 90, sino un testimonio de amor por la pelota.

Eddie Vedder, quien sabiamente ha trascendido el cliché de cantante acelerado y símbolo generacional para devenir una de las legendarias voces en la historia del rock, desde pequeño ha sido admirador de los Chicago Cubs, equipo que en 2016 consiguió conquistar el título de la serie mundial de las Grandes Ligas,  tras años de anhelar el galardón. Así, con dos conciertos en el enorme Wrigley Field, los de Pearl Jam rendían tributo en agosto de 2016 a la historia de una franquicia beisbolera que ha crecido durante los últimos 25 años de la misma forma y paralelamente a las aventuras de una banda que ha cautivado a millones de personas a partir del recordado Ten, de 1991.

El director del audiovisual es Danny Clinch, alguien muy asociado a la tropa encabezada por Eddie Vedder, pues ya les había filmado en ese excelente material de 2007 que resulta Immagine In Cornice, resumen de la gira italiana del grupo durante 2006. Fue Clinch el que configuró buena parte del programa del repertorio de los dos conciertos en el Wrigley Field, dada la cercanía y confianza que le tiene la banda.

Es importante resaltar que el CD publicado bajo el título de Let’s Play Two funciona independientemente del documental, o como dirían algunos «rockumental», recogiendo piezas interpretadas durante esas dos noches en la ciudad del viento, con la inclusión de All the way, el tema que Vedder compuso como homenaje a los Cubs y que se ha convertido en el himno identificativo del equipo.

Let’s Play Two es el primer fonograma oficial en vivo de Pearl Jam, desde Live On Ten Legs (1998). Cierto que al quinteto de Seattle le ha encantado siempre sacar discos en vivo y de ahí que muchos de sus conciertos han sido grabados y lanzados como producciones en directo. En ese sentido, habría que apuntar que sus producciones anteriores fueron constituidas a partir de tomas registradas en distintas fechas y  escenarios, así como con  variadas audiencias.

Por el contrario, los 17 cortes de Let’s Play Two están grabados en el mismo estadio y con un público muy similar entre ambas fechas. Creo que ello es un factor fundamental que propicia que el grupo suene más profundo que en sus anteriores álbumes en vivo, algo que se comprueba desde el primer tema musical Low light.

Como disco, una vez más se verifica la coherencia que durante los años de carrera ha signado el quehacer de Pearl Jam. Con enorme placer se dejan escuchar clásicos como la zeppeliniana Given to fly y la seminal Jeremy, que en las versiones aquí recogidas  sorprenden por aceleradas. Igualmente Go, uno de mis temas favoritos de la banda, en esta ocasión asume una particular agresividad sonora, ideal para el deformado sentido de la melodía de Eddie Vedder.

En el fonograma se incluyen también piezas como Better man, Elderly woman behind the counter in a small town, Last exit, Lightning bolt, Black red yellow, Black, la mítica Corduroy, Inside job, I’ve got a feeling, Crazy Mary y Alive (que nunca falta en un concierto de la banda). Son interpretaciones que transmiten un espíritu de fuerza, de unidad y comunión entre los miembros del quinteto.

Con una tirada que abarca un DVD / Blu-Ray, CD y doble vinil, Let’s Play Two aparece en el mercado a través de Republic Records (Universal Music Group) y es de esos trabajos que sin la menor duda recomiendo tener en casa.

Todos los caminos me condujeron hasta El Caimán

Todos los caminos me condujeron hasta El Caimán

Yo no iba a ser periodista. Hasta el momento de solicitar la carrera en 12 grado, quería estudiar algo vinculado a las matemáticas, pero el entonces Ministro de Educación Superior, no dio el permiso para que un ciego (en este caso yo) cursase la ingeniería en Sistemas Automatizados de Dirección. Recuerdo que la noche anterior al día en que se concluía la entrega de planillas, la entonces subdirectora del preuniversitario Saúl Delgado en el que yo estudiaba, mi querida Juana Díaz, me llamó para que de manera urgente fuese hasta su casa en la calle 25, a ver por fin qué carrera iba a pedir. Fue Yiya, su hermana y quien había sido profesora mía, quien me sugirió pidiese Periodismo, pues consideraba que yo tenía aptitudes para ello. Fue así que opté por dicha carrera, sin saber a ciencia cierta si me gustaría o no.

Por suerte, desde el primer momento en que entré a la Facultad de Artes y Letras en septiembre de 1981, me sentí bien con el ambiente del lugar. Gracias a mi madre, desde niño tuve pasión por la lectura y aunque mi vocación eran las ciencias, nunca me fue mal en las letras. Creo que fue más o menos por aquel año de 1981 cuando supe de la existencia de  El Caimán Barbudo.

No me da pena decir que las primeras cosas que leí de la publicación fueron únicamente los textos que publicaban sobre música. Recuerdo a la perfección en ese sentido, los trabajos de Tanya Jackson, una norteamericana que por aquella época vivía en Cuba y laboraba en Radio Habana Cuba, o los de Guille Vilar en la sección Entre Cuerdas y que eran de obligatoria consulta para mí. Tiempo después fue que me interesé por escritos como los de  Leonardo Padura  acerca de literatura o los de Ángel Tomás, que versaban sobre artes plásticas. Lejos estaba de pensar que Ángel Tomás (a quien conocería varios años después) tendría en un momento dado un rol fundamental para mi vida como periodista.

A inicios de 1982 me tocaron mis primeras prácticas y fui ubicado en Juventud Rebelde, entonces en el edificio donde hoy radica la Casa Editora Abril. Por iniciativa personal, quise escribir un comentario sobre el programa Encuentro con la Música, que se transmitía de lunes a viernes en horas de la noche por Radio Progreso. Ya con el texto hecho, fui a ver a Lourdes Pasalodos, que era la jefa del equipo de cultura del periódico y que dio la aprobación para que viese la luz mi primer trabajo. No imaginaba que transcurridos unos meses, Lourdes Pasalodos y el también periodista Emilio Surí Quesada serían trasladados hacia El Caimán Barbudo, para sustituir a Ángel Tomás y  Leonardo Padura, que eran enviados como castigo hacia Juventud Rebelde, a fin de que “se reeducaran ideológicamente”.

Corría 1983 o quizá 1984 cuando un día, mi ya para entonces buen amigo Camilo Egaña se me acercó y me propuso comenzar a escribir para Alma Máter. Dije que sí y a partir de ese instante, junto a Camilo y a mi hermano Alexis Triana nos integramos al equipo de la revista dirigida a los universitarios cubanos. No preciso con exactitud el momento en que las oficinas de Alma Máter pasaron de su sede en 17 y H, a estar en la misma casa de Paseo entre 25 y 27, donde radicaba El Caimán. Lo que sí tengo claro es que a partir de ahí aquello fue una bendición, porque mis frecuentes visitas a  Alma Máter  también me servían para disfrutar de la atmósfera que había en torno a El Caimán, y de conversaciones sobre todo lo humano y divino con gentes como Bernardo Marqués Ravelo, alguien ya fallecido y que en mi opinión fue uno de los más grandes periodistas que ha tenido este país en mucho tiempo.

Bajo el influjo de cuanto acontecía en aquella casa, donde aprendí mucho de periodismo y de cultura en general con solo oír los intercambios de criterios que se originaban entre quienes allí laboraban (debates en los que desde una discusión sobre pelota resultaba enriquecedora), llegué a soñar con la posibilidad de trabajar en El Caimán, pero aún no era mi tiempo y, para ello, debería aguardar bastante más. Recuerdo que a la altura del segundo semestre del quinto año de la carrera, entre abril y junio de 1986, yo andaba buscando un sitio donde me quisieran aceptar para laborar al graduarme, pues en la dependencia del Ministerio de Cultura donde me habían ubicado, se negaron de cuajo a recibir a un ciego en su nómina.

Fui de redacción en redacción por todos los órganos de prensa existentes en La Habana, para recibir siempre la misma negativa por respuesta. Por supuesto, también me presenté en la oficina de la entonces directora de El Caimán,  Paquita Armas, alguien que con el paso de los años se ha convertido en la actualidad en una de mis mejores amigas, una miembro fundamental de mi familia y con la que hablo telefónicamente una o dos veces al día. Pero claro, aquella tarde en que fui a solicitarle empleo, la historia era otra y, como es lógico, con suma gentileza la Paca me dio el bate pues no creía que alguien con un defecto físico como el mío pudiese servir para el oficio del periodismo y menos en El Caimán Barbudo.

Por historias de discriminación como esa y que se han repetido una y otra vez en mi vida o con tantísimos ciegos y ciegas que conozco, es que siempre me he proyectado en defensa de la alteridad como ganancia cultural y principio transformador, y en solidaridad con la causa de quienes entre nosotros han sido víctimas por ser o pensar diferente, como las representantes de los grupos feministas, los activistas LGTB, los negros y mestizos aunados en proyectos como la Cofradía de la Negritud, más allá de compartir ciento por ciento o no con sus postulados.

Pero como señal inequívoca de que de un modo u otro mi camino estaba asociado a El Caimán Barbudo y a quienes han laborado en la revista, la única persona que se ofreció a darme empleo en 1986, a ver si yo daba o no la talla en un trabajo de corte intelectual, fue Félix Sautié, en ese instante director de la Editorial José Martí. El “loco” Sautié, como muchos le dicen, había sido también director de El Caimán y, aunque en el medio artístico literario él es una figura denostada por haber llegado a la publicación como uno de los tantos “apagafuegos” impuestos por las instancias superiores en la historia del saurio y por haber sido Vicepresidente del tristemente recordado Consejo Nacional de Cultura durante la etapa del Quinquenio Gris, siempre le estaré agradecido por abrirme las puertas del centro que él dirigía y porque en los años que permanecí como su subordinado, aprendí muchísimo del mundo editorial.

No obstante a que, sin la menor duda, puedo decir que en la José Martí me fue bien e hice allí excelentes amistades que aún conservo, aquello no era lo mío pues lo que yo quería hacer era periodismo. Y la oportunidad se me dio en 1988, una vez más gracias a alguien que también estuvo asociado a El Caimán Barbudo. En ese año, Alexis Triana Hernández estaba concluyendo su tesis para graduarse en la Facultad de Periodismo. Su Trabajo de Diploma era sobre Juventud Rebelde y a raíz de su investigación, él propició que varios jóvenes nos acercásemos como colaboradores al periódico. Fue así que por encargo del entonces jefe de las páginas de cultura, Ángel Tomás, escribí para una de las ediciones dominicales un trabajo denominado “La generación de los topos”, que al salir dio mucho que hablar.

Tras aquella experiencia, el propio Ángel Tomás me preguntó que si yo sería capaz de llevar una sección en el periódico, a lo que de inmediato y sin pensarlo ni mucho ni poco, respondí de manera afirmativa. Fue así que surgió mi columna “Los que soñamos por la oreja”,  que se mantuvo desde 1988 hasta marzo de 2018 en Juventud Rebelde, momento en que desapareció no por mi voluntad. Justo fue un ex caimanero, por demás expulsado de la revista so pretexto de los consabidos problemas ideológicos de siempre, devenido luego jefe de las páginas de cultura y de las memorables ediciones dominicales de Juventud Rebelde en la segunda mitad de los ochenta (a partir de ese instante mi amigo y principal maestro de periodismo en la práctica), Ángel Tomás González, la única persona que en un momento en que nadie me conocía se atrevió a abrirme un espacio para que yo redactase una columna semanal en las páginas del segundo diario en importancia de este país.

Gracias a “Los que soñamos por la oreja”, mi trabajo como periodista fue dándose a conocer y, poco tiempo después, desde varios de los sitios en que en 1986 me habían negado la posibilidad de empleo, me llegaron ofertas de trabajo. De ellas acepté la formulada por Armando Fraga, Jorge Hernández Pría y José León, quienes al asumir la dirección de la revista Alma Máter me solicitaron que me sumase al equipo de la publicación y al de la Casa Editora Abril, donde siempre me han valorado en mi justa medida.

Cuando en el último trimestre de 1990 el país entró en lo que se ha conocido de manera eufemística como Período Especial y el sistema de prensa cubano se vino abajo, pasé a trabajar en un engendro nombrado Somos (una revista mensual), donde compartí labores como redactor reportero junto a colegas procedentes de El Caimán como la mencionada Lourdes Pasalodos; Luis Felipe Calvo y  Bladimir Zamora. En el primer quinquenio de los noventa, gracias a una donación de papel hecha por Tomás Borge, pudieron imprimirse un par de ediciones de El Caimán, la 274 y 275. En esta última, tuve la suerte de incluir un texto mío, “Te doy otra canción”, trabajo realizado a partir de una ponencia que había presentado en el evento teórico del festival Los Días de la Música, en su emisión de 1994.

Finalmente, al reaparecer de forma sistemática El Caimán Barbudo a fines de 1996, como parte de la resurrección de las publicaciones de la Casa Editora Abril por obra de una intervención pública de Iroel Sánchez en un evento en el que se encontraba presente Fidel; por solicitud de quien entonces asumió la dirección de El Caimán, Fernando Rojas, tuve el privilegio de pasar a formar parte de la redacción de la revista, donde he compartido la dicha de llegar a ser caimanero con gentes como el aludido Fernando, el Blado, el Mariscal Lagarde, Félix, Aymara,  FIDE, Paca, Andrés,  Grillo, Leo, la desaparecida Luisa, Marbelys, Yamilee, Tania,  Richard, Cari, Elena, Escael,  Racso, Pepe Antonio, Daya, Yaíma, Silvano,  Antonio Enrique, hasta los últimos en llegar, Darío, María Antonieta, Maykel, Lourdes, Albita y Raúl.

Para concluir, solo quiero agregar que la mayor lección que he sacado de mi vínculo con El Caimán Barbudo, tanto en mi etapa de lector durante los 80 como en la de periodista de la publicación desde 1996 hasta hoy, es que entre nuestros compatriotas perduran las equívocas tendencias que confunden el debate y la discrepancia de corte intelectual, en el peor de los casos, con el linchamiento del enemigo o, en la menos desafortunada de las situaciones posibles, con el mero y llano intercambio de cortesías. Por lo que promover y auspiciar la discusión con las múltiples voces e ideas de la esfera pública, no es solo un acto legítimo sino también indispensable para progresar en la aspiración de alcanzar, alguna vez, un diálogo carente de dogmas y juicios totalizadores, en el que predomine un consenso signado por una buena dosis de serenidad y respeto. Pensar lo que otro nos dice y admitir que puede tener parte de o toda la razón, para nosotros es una proeza; y así, hemos obviado una moraleja de Jorge Luis Borges: “Hay que saber elegir los enemigos, porque al final terminamos pareciéndonos a ellos”.

Isla en la luz: Cultura de las dos orillas

Isla en la luz: Cultura de las dos orillas

Isla en la luz

Una idea de Wendy Guerra y Carlos Garaicoa vuelve a unir a creadores residentes en Cuba con radicados en la diáspora. Se trata del libro titulado Island in the light/Isla en la luz, proyecto coordinado por Leonardo Padura y auspiciado por el afamado empresario y coleccionista Jorge Pérez.

Con textos en español e inglés, el material incluye reproducciones de obras de la colección de la Familia Pérez o donadas por esta entidad al Pérez Art Museum de Miami.

Editado por Tra Publishing, el volumen saldrá a la venta en el segundo trimestre de 2019, pero ya fue presentado durante el pasado diciembre de 2018 en el centro Art Basel, a propósito de una de las ferias de arte de mayor importancia actualmente en Estados Unidos.

Es conveniente resaltar que este libro reúne a través de sus páginas una muestra bastante representativa de buena parte de lo mejor del arte contemporáneo cubano, sin tener en cuenta en lo más mínimo el sitio de residencia de los artistas, lo que también acontece con los escritores participantes, escogidos –según declaraciones de Wendy Guerra y Leonardo Padura–a partir de un criterio de calidad y posibles puntos de contactos entre los creadores. De este modo, la pintura, el dibujo, la fotografía, la escultura o la instalación, se convierten en objeto de inspiración para una nueva obra poética o de ficción.

En opinión de personas que ya han podido tener el libro entre sus manos, el principal logro de esta experiencia en la que también participó el poeta Alex Fleites, ha sido un diálogo enriquecedor entre varias manifestaciones artísticas que se extiende a la música, si se tiene en cuenta la “banda sonora” compuesta por el cantautor Pavel Urquiza y que puede escucharse con la utilización de los códigos digitales incluidos en el libro.

En Isla en la luz aparecen reproducciones de obras de artistas plásticos como Roberto Fabelo, el ya desintegrado dúo de Los Carpinteros, Sandra Ramos, René Francisco Rodríguez, José Bedia, Tomás Esson, Flavio Garciandía, Julio Larraz, Ana Mendieta, Alexandre Arrechea, Glexis Novoa y Rubén Torres Llorca. Por su parte, la literatura está representada por autores como Arturo Arango, Francisco López Sacha, Abilio Estévez, Karla Suárez y Reyna María Rodríguez

Según declaraciones del empresario y coleccionista  Jorge Pérez, CEO de The Related Group, los beneficios obtenidos por la venta del libro Island in the light/Isla en la luz serán empleados para apoyar la cultura y el arte. Igualmente, con los fondos recaudados se respaldarán programas y organizaciones enfocados en el arte y la cultura en el sur de la Florida.

Solo habría que agregar lo conveniente de que algunos ejemplares de un volumen como este, capaz de reflejar la variedad y la riqueza del arte contemporáneo y de la literatura facturados hoy por cubanos dentro y fuera del país, también llegase de algún modo al que debe ser  su consumidor natural, es decir, los y las moradores en La Isla, aunque solo fuese por medio de algunos ejemplares para nuestras principales bibliotecas. Creo yo.

Entrevista a Eduardo Martín (Guitarrista Cubano)

Entrevista a Eduardo Martín (Guitarrista Cubano)

Quienes han seguido el devenir de la guitarrística cubana durante los últimos 40 años, saben que Eduardo Martín es un nombre fundamental en dicha historia. Recordado por su participación en proyectos de tanta valía como el cuarteto Guitarra 4 o el Dúo Confluencia, este último en compañía de Walfrido Domínguez, Eduardo no es solo un sobresaliente intérprete del instrumento de las seis cuerdas sino también un importante compositor, con un catálogo de obras asumidas por numerosas figuras tanto en Cuba como en el extranjero. Conversar hoy con Eduardo Martín quien en 1991 se convirtió en el primer compositor latinoamericano laureado en el prestigioso Concurso de Guitarra de Radio Francia Internacional es para Miradas Desde Adentro todo un privilegio.

Charles Bukowski: Un perro venido del infierno

Charles Bukowski: Un perro venido del infierno

Nunca tendré palabras para agradecer el trabajo que, en aras de que los ciegos disfrutemos de pleno acceso a la lectura, realizan instituciones como el Centro Cultural y Recreativo de la ANCI, ubicado en 41 entre 80 y 82, Marianao, La Habana, la Fundación Braille del Uruguay, radicada en Montevideo, y las casas editoriales que la ONCE posee en Madrid y Barcelona. Ahora, mis buenos amigos del Centro Bibliográfico y Cultural de la organización de invidentes españoles me han hecho llegar desde la capital de dicho país europeo un excelente libro titulado La vida de Charles Bukowski, una pormenorizada biografía escrita por Neeli Cherkowski y que retrata la existencia de quien fuera considerado como maestro de la provocación literaria en los treinta años transcurridos entre la década de los sesenta y la de los noventa.

Mitificado en todo el viejo continente en virtud de su brutal actitud ante eso que llamamos vida y que Oscar Wilde calificó de terriblemente deforme, en Estados Unidos sólo los poetas marginales del «Meat School» norteamericano reconocieron su talento especial para detectar la belleza allí donde ni siquiera existe. Pese a haber sido denostado e incomprendido en su tierra adoptiva, nunca quiso marcharse de Norteamérica. Total, en ningún sitio se encontraba a gusto, condenado como estaba a un perpetuo exilio interior. La máquina de escribir fue su único aliento y consuelo, al punto que llegó a decir: “Si me entierran háganlo junto a mi máquina de escribir; sólo me sé defender con ella”.

Así fue que nos legó sus relatos cortos y sus poemas, especie de soeces soliloquios que salen de muy adentro. Hay en ellos una carnalidad descarnada y ¿por qué no? Un alma desnuda que –a través de una literatura provocadora y sórdida, cargada de gran emoción y sentimientos— está pidiendo a gritos cobijo. En varias de sus obras, utilizó a un personaje llamado Henry Chinaski, a modo de “alter ego”. Era una forma rápida y eficaz de mantener a raya sus obsesiones, típicas de alguien con un peculiar sentido del humor, conocido por sus reiteradas provocaciones que, al igual que mostraba en sus textos, le granjearon las iras de muchas feministas y las simpatías de jóvenes lectores, atraídos por su fama de “transgresor”. Como ha indicado el crítico e investigador español Carlos Fresneda:

“Bukowski convirtió su propia historia en un poema etílico de rima sincopada. Prefirió novelar su intensa y alucinógena experiencia antes que caer en la trampa literaria de la no-vida.” (1)

Mi primer contacto con la obra de Charles «Hank» Bukowski (un creador con dos fantasmas recurrentes: el alcohol y las mujeres) lo tuve allá por fines de la década de los ochenta. Tratábase de un libro de relatos, editado por Anagrama bajo el título de Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y la máquina de follar. De aquel material todavía recuerdo cuentos con nombres tan sugerentes como «Quince centímetros», «Cuantos chochos queramos», «Un coño blanco», «¡Violación, violación!» o «La máquina de follar», todos escritos en un marcado tono autobiográfico, un elemento que tipifica la producción tanto en prosa como en verso del escritor.

Nacido en 1920 en la ciudad alemana de Andernach, Bukowski era hijo de un soldado norteamericano al que habían ubicado a servir en una unidad militar estadounidense en Europa tras la Primera Guerra Mundial. Cuando Charles había cumplido dos años, su familia se trasladó a los Estados Unidos y se instalaron en Los Angeles, donde transcurrió su infancia y adolescencia. En ese período vital para la formación de cualquier individuo, los modelos educativos de que dispuso fueron los de un padre autoritario y una madre sin carácter. Al referirse a dicha etapa, su biógrafo, Neeli Cherkowski, ha afirmado:

«Era un niño solitario y taciturno. (…) Cuando Hank cursaba el primer curso de enseñanza secundaria, con quince años (ya), consideró la perspectiva de ser escritor». (2)

Muy temprano Charles buscó en el alcohol el alivio de lo que para él era un horror familiar. Comenzó a beber de niño, con apenas trece años recién cumplidos. Se dice que el padre nunca renunció a su idea de una educación fuerte y por ello, de manera continua golpeaba al chico, que cada vez con mayor frecuencia llegaba a la casa borracho. Sólo gracias a los efectos del alcohol pudo soportar el trauma del contexto que le rodeaba. Bebía para olvidar, y también para que le olvidaran. La leyenda cuenta que además su adolescencia fue atormentada por un acné que le ocasionaba forúnculos, los cuales requerían ser atendidos por un médico y que le dejaron huellas en el rostro como las causadas a consecuencias de la viruela.

Tras su paso por el City College, vivió la experiencia de los barrios del centro de la ciudad de Los Angeles, de cuyas vivencias se percibe un claro eco en sus relatos cortos. Poco después marchó a Nueva Orleans, y de ahí de ciudad en ciudad, para retornar cada vez menos a la principal urbe californiana. A la par, su propensión a la bebida iba en aumento y de igual modo lo hacía su vocación por ser escritor. Por entonces, comienza a enviar poemas a pequeñas publicaciones underground y a otras alternativas. Según recoge su biógrafo, en 1944, la revista Story, en el número correspondiente a los meses de marzo-abril, le publicó un primer relato: «Consecuencias de una extensa nota de rechazo».

Hacia 1946 concluye el ir y venir de Hank por disímiles ciudades y estados de Norteamérica. Había vivido en carne propia las experiencias más duras y dramáticas que puede vivir un hombre, mezclándose con el fondo existencial que a la postre devendría materia prima de sus narraciones y poemas. Por la fecha era un perfecto desconocido que escribía alimentando un misterio en su entorno, el cual deslumbraría luego a sus lectores y, en particular, a sus editores. Al asumir la versificación se ponía como meta suprema que los textos por él elaborados fueran fieles a su forma de hablar. Así las cosas, luego de diez años de no haber vuelto a publicar, comienza a colaborar con la revista Arlequín y la directora de la misma, Barbara Frye, empieza a enviarle cartas de amor desde la lejana Texas. Tras el intercambio epistolar, Bukowski se casa con ella, para divorciarse al cabo de dos años, cuatro meses y veinte días. Si bien dicha relación de pareja no funcionó, la rica heredera apostó a pie juntillas por el talento de Charles y le fue allanando el camino, sobre todo en Europa, primer sitio en el que sus textos alcanzaron reconocimiento.

En opinión de Neeli Cherkowski, «finalizada la década de los cincuenta, los principales acontecimientos mundiales nada interesaban al poeta, a excepción de un joven revolucionario que desde Cuba llamaba la atención del mundo.» (3) El hipódromo, sin embargo, le proporcionaba el color y la atmósfera para sus poemas; los caballos, la energía. Para Charles hacer poesía se iba convirtiendo en algo definitivo; pasaba horas escribiendo, al mismo tiempo que enviaba sus trabajos por  toda la geografía estadounidense. Por entonces, en Norteamérica había una proliferación de revistas literarias y publicar de forma sistemática en ellas concede a Bukowski una amplia experiencia.

Durante esos años van apareciendo distintos libros suyos. En 1960 ve la luz Flower, fist and bestial wail (Flor, puño y gemido animal), poemario al que pronto siguieron Poems and Drawings (Poemas y Dibujos), 1962; Longshot Poems for broke players (Poemas arriesgados para apostadores en bancarrota), 1962, y Run with the hunted (Corriendo con la presa), 1962. Un año después saldría de la imprenta otro pequeño volumen con el título de It Catches my heart in its hands (Atrapa mi corazón en sus manos), y, en 1965, Crucifix in a Deadhand(Crucifijo en una mano muerta). Empero, lo que los especialistas han considerado la verdadera fortuna poética de Bukowski no comenzó hasta 1966, fecha en la que el administrador de una empresa de artículos de oficina, nombrado John Martin, le publicó en forma de octavillas, cinco poemas. En total fueron 30 ejemplares de cada edición que, no obstante lo reducido de la tirada, causaron un impacto insospechado gracias a la vitalidad de eso que se ha dado en llamar «literatura hablada».

En virtud de su creciente popularidad entre determinados estratos de la sociedad estadounidense, en 1968 le publican el libro At terror street and agony way (En la calle del terror y el camino de la agonía). En el propio año aparecería una breve recopilación  bajo el nombre de Poems written before Jumping out of an 8 story window. Tal avalancha de publicaciones le llevaron, en aquel momento, a convertirse en el personaje literario delunderground norteamericano. Por esos meses, el editor John Bryan le solicitó a Bukowski una serie de artículos para su recién creado Open City. Charles dio inicio a la selección con una reseña acerca del volumen Papa Hemingway, de A. E. Hotchner, colaboraciones que a medida que iban saliendo afianzaban su fama. Transcurrido algún tiempo, tituló su columna Notes of a Dirty Old Man (Escritos de un viejo indecente), y que se convertiría más tarde, en 1969, en su primer libro en prosa.

Según el crítico español Pedro M. Domene, «posee esta recopilación muchas de las características que Bukowski desarrollará en su obra posterior: un lenguaje vernáculo, una sutil capacidad para el humor y una desesperación infinita de quien había logrado sobrevivir a lo largo de las tres décadas anteriores. Sus modelos declarados: Ernest Hemingway, Norman Mailer y John Fante. La serie contiene, además, su credo literario, en clave de humor, sobre el sexo.» (4)

Una nueva selección de su obra poética es editada en 1969: The days run away like wild horses over the hills (Los días huyen como caballos salvajes por las colinas), que contribuye a aumentar su fama en el mundillo subterráneo y que al pasar del tiempo, ha sido valorada por muchos como su mejor creación en versos. Con un estilo ya muy depurado en 1970 aparece su primera novela, Post Office (Cartero), que relata el período de casi tres lustros vividos por el escritor como trabajador de correos, de inicio en la condición de cartero los tres primeros años y medio, y, los once restantes, como empleado. No tardó mucho tiempo para que los especialistas definieran la narración como «crónica cruel, cínica y despiadadamente autoirónica». Con el seudónimo de Henry Chinaski (personaje que también sería protagonista de otras cinco novelas), Bukowski narra sin piedad hacia nadie, ni tan siquiera hacia sí mismo, los acontecimientos vividos por él en dicha época, confundiendo de modo magistral realidad y ficción. Vuelven a verse aquí varias de las claves del estilo del escritor, es decir, esas dosis de humor y desolación que recorrieron toda su vida y obra.

1972 será en particular un año importante para Charles. Primero publica otra recopilación de sus poemas, titulada Mackingbird with me luck (El sinsonte me desea suerte) y a los pocos meses se presenta el libro que le proporcionaría el éxito con el gran público. Tratábase deErections, Ejaculations, Exhibitions and general tales of ordinary madness, editada en español por Anagrama en 1978 con el título de Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y La máquina de follar. Los 74 cuentos recogidos en esta obra permiten adentrar al lector en las venturas y/o desventuras de la existencia del poeta y narrador, «hazañas» comparables sólo a la locura

John Martin, que había abandonado su negocio de artículos de oficina para fundar una editorial nombrada Black Sparrow Press, le propone a Bukowski realizar una amplia antología de su obra y así, en 1974 nace Burning in water, drowing in flame: selected poems 1955-1973(Quemándose en el agua, ahogándose en llamas), que no fue bien acogida por la crítica establecida, pero que sí permitió corroborar que el escritor contaba con un público propio, fieles seguidores que iban a escucharle en sus lecturas de poesía y que cada día  se incrementaba con nuevos partidarios, los cuales buscaban en él al poeta maldito, al hombre permanentemente borracho que había que subir al podio o al escenario para que recitara.

El mito Charles Bukowski se incrementa con la edición de otros poemarios: Love is a dog from hell, 1974-1977 (El amor es un perro del infierno), 1977; War all the time: poems 1981-1984(Guerra sin cesar), 1984; y The roominghouse madrigals: early selected poems 1946-1966(selección de primeros poemas), 1988. En 1992, en Estados Unidos ve la luz un conjunto de versos suyos denominado La última noche de la tierra y al año siguiente publica un libro con una selección de su correspondencia literaria, cuyo título traducido al español era algo así como Gritos desde el balcón. Tan copiosa producción motivó que Ben Pleasant, destacado crítico literario norteamericano, escribiese en Los Angeles Times:

«Es posible que Bukowski sea el mayor poeta de su generación, pero los estudiosos, las feministas y los comentaristas de los principales diarios y revistas prefieren ignorarle. Mientras tanto se escribe acerca de él en Le Monde, el Times Literature Suplement, el Spiegel, el Sterny en muchos diarios de Europa.» (5)

“Necesito beber para escribir, escribir para beber”, expresó a la revista People, en una entrevista de 1988. Acababa de estrenarse Barfly (Borracho, en la versión española), filme autobiográfico del cual fuera guionista y que le devolvió a la cresta de la ola en el ocaso de su carrera. “He sido maltratado, vejado y encarcelado. He pasado por todo en mi vida y tengo detrás una larga lista de ex mujeres y ex trabajos.” Más allá de la verosimilitud de tales palabras (no se ha de soslayar que todo escritor, como cualquier artista, siempre tratará de inventarse una historia que, sea cierta o no, refuerce la imagen que le interesa proyectar en el mercado),  lo cierto es que la fama le llegó tarde y tuvo que dedicarse a diversos oficios para vivir, desde conducir un camión hasta lavar platos o despachar gasolina. Con el tiempo, se congratularía de la demora en alcanzar el triunfo literario, dado que ello le brindó la posibilidad de permanecer durante años “en la calle”, que es donde hallaba la fuente de inspiración para sus creaciones.

Con una vida fuera de serie y que resulta inimitable por sus excesos, sus aventuras, sus excentricidades, sus amoríos, sus éxitos, su fama y el mito universal que encarna, Bukowski ejemplariza con su conducta y sus obras la religión del neopaganismo, del superhombre, del ego y del placer. Personaje de gran vitalidad, el goce de los sentidos y la plenitud de la pasión como paraíso en la tierra hallan en él su sumo sacerdote. Desaparecido físicamente en la ciudad de Los Angeles, mucho me temo que su última grosería haya consistido en hacerle una mueca a la existencia terrenal y dejarse llevar por la muerte rumbo a su nueva y definitiva morada en el «planeta boca arriba».

Al morir en 1994, residía en un suburbio de Los Ángeles, junto a su tercera esposa, Linda Lee Beighle, y su hija Marina. En la permanente guerra interior que fue su existencia, los últimos años fueron cual un remanso de paz, gracias a Linda, quien hizo las veces de musa, amante y enfermera del narrador y poeta, que nunca pensó llegar a viejo. Un tipo como él, esclavo del alcohol y del sexo desde su adolescencia, se merecía quizás otra muerte: más violenta, más sucia, más memorable, más épica. Pero no. Murió religiosamente en la cama de un hospital de Los Ángeles, casi abuelo ya, afectado por una neumonía. Al fallecer, tenía 73 años y unos meses antes, le habían diagnosticado una leucemia. La muerte le llegaba con lentitud, fatal paradoja para un hombre que vivió siempre en el filo de la navaja, apurando hasta la última gota. Cronista de los excesos, paladín del realismo sucio, cuando uno habla de él, se acuerda hizofacto de los malditos: Allen Ginsberg y William Burroughs, por mencionar dos ejemplos. Leerlo es también, de alguna manera, como escuchar la ajada voz de un Tom Waits.

Charles Bukowski escribió más de treinta poemarios, que le han acreditado como un gran poeta de nuestra época; sin embargo, pocos de sus versos se han traducido al español. El fragmento siguiente corresponde al poema “Cuando muera el matorral nadaré en el río Green con el pelo en llamas”, recogido en la antología de poesía y cuentos Peleando a la contra(1995), y es un ejemplo de su primer estilo:

a las 6 en punto empiezan a llegar las mujeres

como el mar o como el periódico de la tarde y, como las hojas

del arbusto de ahí afuera, están un poco más tristes ahora;

bajo las persianas mientras los científicos deciden cómo

ir a Marte o

cómo salir de

aquí. Llega la tarde, es el momento de comer un pastel,

es el momento de la

música,

Whitman está allí, como un cangrejo, como una tortuga

congelada y yo me levanto y cruzo

la habitación.

El alcohol, el sexo, la soledad y los aspectos más absurdos y sórdidos de nuestra civilización ocupan un lugar de honor en la obra de Bukowski, que siempre evitó los ambientes literarios; prefería los bares y las habitaciones lúgubres. Como afirma el ya citado Carlos Fresneda:

“Charles Bukowski era tal vez uno de los pocos escritores norteamericanos contemporáneos que supo escapar a los trillados encasillamientos generacionales. Era, por encima de todo, él mismo, Charles Bukowski, el poeta de la desesperanza. Novelas como Post Office y Mujeres conservan, al cabo de veinte años, una frescura casi intacta. Sus más de mil poemas pudo haberlos escrito un día antes de su muerte…” (6)

En su totalidad la obra de Charles «Hank» Bukowski demuestra sus dotes de poeta duro, directo, escabroso, tenaz en su actitud de no realizar concesiones al clasicismo. Tejió un estilo propio intermitente y atropellado, tan rico en imágenes como pobre en ornamentaciones. Su poesía está sellada por un realismo descarnado y lírico a un tiempo, explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras. Es un escritor que, por medio de un humor ácido y desencantado, narra los sucesos desprovisto de la mirada convencional, que rompe la musicalidad del verso y desconoce por completo la métrica, pero que resulta capaz de sensibilizarse con el borracho, la puta de barrio o el hombre más desgraciado. Pesimismo, autocondena y frustración, la violencia y el alcohol, siempre, como temas de fondo o dioses tutelares, inspirados en la misma línea de la soledad y de la muerte.

En verdad, aunque por momentos su discurso sea divertido y diríase que hasta satírico, la mayoría de las veces resulta dramático; es la suya una poética de la desesperación, poblada de múltiples pesadillas y de su horror ante todo. Con su singular escritura, nos propuso un mundo de desechos, mezclando de manera permanente la voz de esos desamparados de la fortuna con su propia experiencia personal. Bukowski se murió sin decir dónde quería ir, aunque lo más seguro es que no le hayan dejado entrar en el cielo. Como dice el título de una de sus obras, la vida es un perro venido del infierno.

Notas

(1) Fresneda, Carlos: « Charles Bukowski: Muere el poeta de los excesos”: El Mundo, Madrid, 11.3.1994.

(2) Cherkowski, Neeli: La vida de Charles Bukowski. Centro Bibliográfico y Cultural de la ONCE, Madrid, 1999, p. 15.

(3) Cherkowski, Neeli: Op. Cit., p. 73.

(4) Domene, Pedro M.: «Más de cien días sin echar un trago»: Literatura, año 15, no. 60, Madrid, verano 2000, p. 44.

(5) Pleasant, Ben: Citado por: Cherkowski, Neeli: Op. Cit. p. 132.

(6) Fresneda, Carlos: Ob. Cit..

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box