Categoría: Cultura

¡Y llegamos a dos años!

¡Y llegamos a dos años!

Este 28 de octubre de 2020, justo hace un par de años que salió la primera edición de nuestro espacio. Quienes estamos involucrados en el proyecto, nos sentimos felices por lo hecho. En los anteriores meses, cada edición de Miradas Desde Adentro ha tratado de recoger los sucesos fundamentales de la cultura cubana, pero no solo desde lo inmediato sino desde la perspectiva de preservar nuestra memoria artístico literaria, siempre sin un enfoque excluyente sino todo lo contrario.

Por eso, aquí hemos estado abiertos a informar acerca de sucesos del arte de nuestro país en sus múltiples expresiones, sin establecer distingos entre el facturado dentro de las fronteras cubanas como el llevado a cabo en la diáspora, porque a fin de cuentas siempre es más lo que nos une que lo que nos separa.

Así pues, sobradas son las razones para darnos un autohomenaje porque si bien aún no hemos conseguido lo que nos propusimos de inicio y como toda utopía también atesoramos una que otra frustración, lo importante es intentarlo.

En nombre de quienes hemos participado en el proyecto, Leticia, Chao y yo, puedo asegurar que este  nos ha enriquecido espiritualmente y en él encontramos la energía necesaria para seguir adelante mientras la buena suerte -si al fin y al cabo la misma existe- nos acompañe.

A quienes de una u otra forma han colaborado con la idea en esta más reciente etapa, por ejemplo, Francisco de la Cal y Marla Hernández, o a los que sólo se vinculan con nosotros desde la condición de visitantes esporádicos de Miradas Desde Adentro,  de corazón ¡gracias!

¡Feliz día de la cultura cubana!

¡Feliz día de la cultura cubana!

Tengo un amigo que conocí 30 años atrás, allá por los tiempos en que yo trabajaba en la revista Alma Máter y él estudiaba en la Universidad de La Habana. Hace rato que mi socio vive fuera de Cuba y a decir verdad, en más de un asunto no pensamos igual. Sin embargo, en todo el tiempo que ha transcurrido desde que iniciamos nuestra amistad un día en el muro del malecón mientras hablábamos de temas históricos, jamás hemos discutido por nuestros credos políticos. No recuerdo desde cuándo pero hace rato que todos los 20 de octubre lo felicito por el Día de la Cultura Cubana, dados sus aportes a la misma como escritor y académico que, tras concluir su doctorado,  en la actualidad se desempeña como profesor en un aula universitaria.

Polarización entre mis compatriotas de uno y otro lado

Pensaba en lo anterior a partir de la alarma que me causa la creciente polarización que se está produciendo entre mis compatriotas de uno y otro lado del espectro político y que ha llevado a que se den acciones que juro creía ya eran parte de un triste pasado y que jamás volverían a darse entre cubanos y cubanas.

Debo acotar que en mi opinión, la intolerancia (problema que, como advirtiese Octavio Paz, no estaría tanto en el tipo de doctrina que se porta sino en la forma) entre compatriotas que piensan distinto a la hora de discutir un problema, va más allá de las diferencias políticas e ideológicas, para formar parte de nuestra (in)cultura cotidiana. Pensar lo que otro nos dice y admitir que puede tener parte de o toda la razón, para nosotros es una proeza y así, hemos obviado una moraleja de Jorge Luis Borges: “Hay que saber elegir los enemigos, porque al final terminamos pareciéndonos a ellos”.

De ahí el hecho cierto de que entre nuestros compatriotas perduran las equívocas tendencias que confunden el debate y la discrepancia de corte intelectual, en el peor de los casos, con el linchamiento del enemigo o, en la menos desafortunada de las situaciones posibles, con el mero y llano intercambio de cortesías, por lo que promover y auspiciar la discusión con las múltiples voces e ideas de la esfera pública, no es solo un acto legítimo sino también indispensable para progresar en la aspiración de alcanzar alguna vez un diálogo carente de dogmas y juicios totalizadores, en el que predomine un consenso signado por una buena dosis de serenidad y respeto.

Conseguir un efecto de “los cubanos para Cuba”

En mi caso, la apertura por la que abogo hacia quien piense diferente a mí no parte de hacerlo por cumplir únicamente con los preceptos de una meta nacionalista, expresada en la frase “Cuba para los cubanos”, sino por algo que me parece aún de mayor trascendencia de cara al futuro, es decir, conseguir un efecto de “los cubanos para Cuba” que no solo impulse el desarrollo nacional, sino que también nos ayude a vencer la percepción insularista del mundo, de la cual hemos hecho gala con demasiada frecuencia.

Volviendo al amigo que felicito cada 20 de octubre a propósito del Día de la Cultura Cubana, si algo me ha parecido vital es que, lejos de todas las buenas y malas intenciones que nos acechan aquí y allá, mantengamos nuestra amistad y el respeto por el quehacer y la forma de pensar de cada uno de nosotros. Así solidificamos un puente que construimos con nuestro mutuo afecto hace unos cuantos años, un puente que la amistad y la cultura logró, anticipándose a lo que la sociedad no ha podido resolver: «Esa ininterrumpida locura de acusación e inculpación como enfermedad mortal», a la que se refirió Thomas Berhard.

Reconciliación, diálogo y discrepancia: más que palabras

Siempre habrá minorías, de uno y el otro lado, para quienes la reconciliación y el diálogo serán contrarios a su interés en pro de mantener determinado statu quo. Si bien la inmensa mayoría de los cubanos abogamos por hacer realidad tangible y armoniosa los vocablos reconciliación, diálogo y discrepancia –como me dice una gran amiga–, pendiente tenemos el aprendizaje para ello. Empero, la necesidad del cambio, así como la experiencia vivida en estas décadas, nos urge a poner de un lado nuestras diferencias y buscar soluciones, a sabiendas de que una relación sana tiene que asentarse, esencialmente, en el respeto del criterio del otro, la legitimidad de la independencia del otro, y del mundo asociativo en el cual se constituye su otredad.

Hoy que celebramos el Día de la Cultura Cubana, todos deberíamos ser conscientes de que Cuba es una confluencia telúrica y misteriosa, que alcanza dimensiones místicas y mágicas de reductos extraños, raros y guarecedores de la belleza, aunque haya quienes no se percaten de ello.

En un ensayo de Cintio Vitier en torno a la identidad, con enorme sabiduría este intelectual afirmaba algo que desde que lo leí por primera vez me pareció fundamental: “Del Estado podemos disentir; de la nación, en cuanto es un pueblo asentado en un territorio, podemos alejarnos; pero la nacionalidad, que en definitiva es la cultura en su más amplio sentido, nos une a todos.”

Llegado a este punto, quiero felicitar a mis compatriotas que, estén donde estén y piensen como piensen, sientan que (por encima de cualquier diferencia política, ideológica, económica, religiosa, racial…) algo les une a la cultura cubana, la cual también es una patria y pertenece a los que experimenten la necesidad de sentirse parte de ella. A ustedes  les regalo unos fragmentos de un poema del desaparecido teatrista cubano Tomás González y que, en mi opinión, lanza un mensaje claro para todos los nacidos en la Isla.

Fragmentos de un poema del desaparecido teatrista cubano Tomás González

“Atrapados en nuestros tristes odios

navegamos en el rito misterioso de un viaje

por mucho tiempo ya prolongado

con rumbo hacia ninguna parte

sin avanzar y sin retroceder

manteniéndonos

a toda costa

a flote en el naufragio.”

Dos poemas de Legna rodríguez Iglesias

Dos poemas de Legna rodríguez Iglesias

Nadie puede negar que una de las escritoras cubanas más exitosas en los últimos años hes la camagüeyana Legna Rodríguez Iglesias, en la actualidad residente en Miami, Estados Unidos. Uno de los últimos libros suyos que ha salido al mercado es el titulado Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2019). Este cuaderno resultó ganador del Premio Centrifugados de Poesía Joven 2019, que organiza Ediciones Liliputienses.

El texto está escrito a partir de la experiencia del embarazo / maternidad vivida por la creadora, quien además de poeta es narradora y autora de una obra teatral con la que ganase el Premio auspiciado por la Casa de las Américas en la categoría de teatro en el año 2016.

Según ha considerado la crítica, como libro en su conjunto “Mi pareja calva y yo vamos a tener un hijo expande el mapa personal que es, definitivamente, la poesía de Legna Rodríguez”.

En Miradas Desde Adentro publicamos dos poemas de este reciente libro de Legna Rodríguez Iglesias, volumen que aún no se ha editado en Cuba.

Llega un día en que la tristeza te abandona

He estado triste toda mi vida.

Incluso cuando he sido feliz

También he sido

A la par

Triste.

La tristeza me ha beneficiado

Y yo la tomo en cuenta

Para cuanta cosa

Emprenda.

No sé cómo será el mundo

El día que la tristeza me abandone

Cómo será mamá

Y el resto de las personas

Que ya no existen.

Me parece que hace días

Nada existe

Sólo yo y una uva

De dos centímetros

En mi útero.

La cosa en perspectiva

La figura del pez, tan manida,

La encuentro en un libro de crónicas sobre la caída del muro.

Una madre es un delta y su hijo es un pez.

Si el pez sale del delta antes de tiempo fallece.

Error.

El pez no se entera.

Fallece la madre.

Una madre es un muro hasta que su hijo fallece.

Cuando se produce el fallecimiento se produce también la caída.

Yo escribo la crónica sobre mí misma en forma de poema.

El poema es para mi pez.

Es decir para mi hijo

Que salió de su delta antes de tiempo.

Los escombros del muro están en una esquina.

Nadie toque ese cemento.

Nueva presentación del libro Guillén Landrián o el desconcierto fílmico

Nueva presentación del libro Guillén Landrián o el desconcierto fílmico

Si los muertos pudiesen sentir y reaccionar, imagino que en su tumba Nicolás Guillén Landrián (Camagüey, 1938; Miami, 2003) debe estarse riendo de lo lindo en los últimos tiempos. Artista estigmatizado en una larga etapa, hacedor de una obra por muchos años censurada y relegada al olvido en Cuba, fue a inicios del presente siglo XXI que la filmografía de este singular realizador, que también incursionó en la pintura y la poesía, comenzó a ser recuperada por los investigadores y los jóvenes cineastas cubanos, que hoy lo tienen como un paradigma del paisaje fílmico nacional.

Por estos días dos noticias llenan de júbilo a quienes han admirado la obra de Nicolasito, como se le solía decir. Por una parte, se ha sabido que, bajo la dirección del también realizador fílmico Ernesto Daranas Serrano, el ICAIC acomete un proyecto de restauración de la producción cinematográfica del otrora cineasta maldito. Pero si eso no fuera más que suficiente para que Guillén Landrián, en el lugar donde esté su alma -si al fin y al cabo la misma se encuentra en alguna parte-, se esté riendo a mandíbula batiente, este lunes 28 de septiembre el Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Nueva York (CLACS) acogerá de forma online la presentación del libro Guillén Landrián o el desconcierto fílmico, publicado en 2019 por el sello editorial Almenara.

Además de la presentación del libro en el Centro de Estudios de la Universidad de Nueva York, tendrá lugar un conversatorio guiado por los editores del volumen, Julio Ramos, profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, y Dylon Robbins, profesor de la Universidad de Nueva York, junto a nuestra compatriota Odette Casamayor Cisneros, quien es profesora de la Universidad de Pensilvania, y autora de uno de los capítulos incluidos en esta compilación de 17 ensayos y 3 entrevistas.

El libro está organizado a partir de cuatro ejes temáticos. El primero de estos ejes temáticos se relaciona con el archivo y la recepción de Nicolás Guillén Landrián, tanto en el decenio de los 60 como tres décadas después, cuando, a principios de los 2000, su obra comenzó a ser recuperada en el contexto de las Muestras de Jóvenes Realizadores (en la actualidad Muestra Joven).

En esta parte del volumen aparecen dos de los investigadores cubanos que más han hecho por el rescate de la figura de Guillén Landrián: Juan Antonio García Borrero y Dean Luis Reyes. Ellos proponen dos ensayos que brindan un detallado panorama acerca del impacto del realizador en su época y de la recuperación de su obra en las últimas décadas. 

En el caso específico del trabajo escrito por dean Luis Reyes y que lleva por título el de “Exhumaciones de Nicolás Guillén Landrián”, el autor persigue evidenciar cómo la exhibición de los documentales de este creador registró un fuerte impacto en la producción de los jóvenes cineastas, lo cual originó una nueva etapa  en el cine documental de Cuba. 

Por su parte, el profesor universitario y ensayista Rafael Rojas Gutiérrez, en su ensayo “Documentos en la sombra. Asedios al texto fílmico de Nicolás Guillén Landrián”, a partir de las agudas reflexiones a las que nos ha acostumbrado, ubica a Nicolasito en el contexto intelectual de su tiempo, poniendo énfasis en la dimensión ideológica de la crítica del cineasta a la razón instrumentalizada del momento  de la Cuba que le tocó vivir.

El segundo eje está concebido en relación con la mirada de Nicolasito Guillén Landrián a propósito de las cuestiones de raza y racismo en el discurso oficial de la Isla. Bajo el nombre de “Desfase racial”, aparecen aquí tres ensayos. El texto de Julio Ramos en cuanto a la intersección entre poesía, cine y la crítica al racismo en los documentales de Guillén Landrián plantea formas hasta ahora no manejadas para meditar en torno a la “locura”, del artista, mediante un cuestionamiento del paradigma biográfico que patologiza el “delirio” liberador de su obra. 

Mientras tanto, la profesora universitaria Odette Casamayor-Cisneros formula una harto interesante lectura del rol de la mirada en la producción fílmica de Nicolasito, la cual contrarresta los estereotipos raciales que, con respecto a estas problemáticas, ha sufrido la obra del realizador. 

Un tercer ensayo de este eje está a cargo de  Anne Garland Mahler, que  describe cómo la obra de Guillén Landrián pone en evidencia el carácter contradictorio de la política y el discurso oficial del gobierno revolucionario cubano con respecto al racismo, cuya estrategia fue por demasiado tiempo la negación cuando se señalaban las continuidades históricas del racismo en la Isla, a partir del silenciamiento del tema.

Esta sección concluye con una entrevista al cineasta  Jorge Luis Sánchez, director de películas como El Benny, Cuba libre y Buscando a Casal, quien  expone criterios que demuestran la diversidad de opiniones recogidas en el volumen, algo que para mí resulta un acierto de los compiladores Julio Ramos y Dylon Robbins.

En el  tercer y cuarto eje  del libro se abordan, respectivamente, los rasgos experimentales y el papel de la tecnología y la mediación en los filmes de Nicolás Guillén Landrián. Aquí se incluyen análisis de aspectos específicos de su obra como la relación del creador con la política institucional, las metáforas de lo urbano y lo rural empleadas por el artista, o el devenir de los documentales en la era digital. Muy recomendables son los ensayos de Ruth Goldberg y Dylon L. Robbins. En el primero, la autora pone su énfasis analítico en las complejidades de las relaciones entre ficción y documental en un material como Reportaje (1966), a partir de un análisis de la edición y el sonido del filme.

Por su parte, el ensayo “Ruido”, de Robbins, se acerca al empleo del plano sonoro en Desde La Habana ¡1969! Recordar (1970) y elabora una teoría en torno al poder de significación del sonido en este documental. Según el autor, el cuestionamiento de categorías como “verdad”, “conocimiento” o “inteligible”, produce “una política sonora del ruido” típica de la obra de Guillén Landrián. 

Otro de los notables aciertos de este libro viene dado por la inclusión en el mismo de testimonios que contribuyen a profundizar en la vida y la obra de Nicolasito. En ese sentido, encontramos en el texto tres entrevistas de suma utilidad. Son ellas las realizadas a Gretel Alfonso, viuda del cineasta, Livio Delgado, fotógrafo de cinco documentales de Landrián y Manuel Zayas, cineasta e investigador.

Recordado y cada vez más respetado por piezas audiovisuales como En un barrio viejo (1963), Los del baile (1965), Ociel del Toa (1965), Retornar a Baracoa (1966), Reportaje (1966), Coffea Arábiga (1968) y Taller de Línea y 18 (1971), para la cultura cubana es edificante el proceso de recuperación que se ha dado en torno a la figura de Nicolás Guillén Landrián, más allá de la pena que se experimenta al saber lo que este hombre pasó por ser incomprendido y denostado. Así pues, el libro Guillén Landrián o el desconcierto fílmico es un paso más que necesario en la producción de investigaciones serias sobre su obra y la desmitificación de un creador que durante años fuese estigmatizado en Cuba por razones extra artísticas. Solo es de desear que más temprano que tarde, el volumen compilado por Julio Ramos y Dylon Robbins pueda circular en nuestro país, lo cual sería parte del desagravio que todavía entre nosotros se le debe a Nicolasito.

El Bola que yo conocí

El Bola que yo conocí

Epidémica y maravillosa, la crónica salta y palpita. Su roncha es la historia en la piel de los ciudadanos. En unos 20 años, en América Latina han surgido varias revistas de crónicas y reportajes. Al frente de ellas, hay cuatro que sobresalen de manera particular: GatopardoThe ClinicEtiqueta Negra y El Malpensante. En esta última (mi favorita), hace alrededor de cuatro años se publicó un excelente texto titulado “Los enigmas de Bola”, firmado por el colega y amigo Carlos Manuel Álvarez, delicioso perfil acerca de nuestro Ignacio Jacinto Villa y Fernández, y que removió en mí más de un recuerdo.

Soy de esos seres afortunados que puede asegurar que tuvo una infancia inmensamente feliz. Mi familia solía hacer unas tertulias los domingos, a las que asistían varias amistades. Una de las presentes en cada uno de aquellos encuentros era mi tía Nereida Borges López o Nera, como todos le decíamos, que al sentarse al piano de casa siempre tocaba varios temas de lo mejor de la música popular cubana y por supuesto, no faltaban algunas de las piezas que formaban parte del repertorio de Bola de Nieve y que en aquellas veladas de mi niñez, eran cantadas por mi padre.

De ahí me nació mi especial gusto por la música de Bola de Nieve. Esa voz y el sonido que la respalda, sin margen a duda forman parte de mi personal banda sonora. Y es que temas como Vete de mí (Hermanos Expósito), La flor de la canela (Chabuca Granda), No puedo ser feliz (Adolfo Guzmán), La vie en rose (Edith Piaff), Alma mía (María Greever), Ay, mamá Inés (Eliseo Grenet), Chivo que rompe tambor (Moisés Simons), Mesié Julián (Armando Oréfiche)…, podrán ser cantadas por muchos intérpretes, pero las versiones que de dichas piezas realizase Bola de Nieve son sencillamente memorables, gracias a la magia que él impregnase a cuanto tema asumiera en su repertorio.

A lo anterior, puedo añadir que cuando yo era un niño que apenas levantaba dos palmos del suelo, tuve el privilegio de gozar de una actuación del Bola especialmente dedicada para mí. Como escribí líneas atrás, conservo muy gratos recuerdos de mi infancia. Entre ellos, puedo evocar las salidas que periódicamente mis padres, mi hermano y yo solíamos hacer a algún restaurante habanero. El día y el sitio escogidos para aquel paseo y fiesta del paladar podían cambiar, pero lo permanente era que una vez por semana almorzásemos o comiésemos fuera de casa.

Uno de los lugares preferidos por mi hermano y por mí era el Restaurante Monseñor. No sabría decir las razones por tal predilección. Probablemente fuese por la costumbre que tenían en la instalación ubicada en la esquina de 21 y O de poner sobre la mesa cuando se terminaba de consumir los alimentos, unos recipientes con agua de rosa para enjuagar y limpiarse las manos, tradición que no recuerdo se ofreciese a los comensales en ningún otro sitio habanero. Más de una vez nuestros padres nos llamaron la atención por el juego y retozo que formábamos en esos instantes destinados a la higienización.

Sea por dicha u otra razón, el Monseñor resultaba un lugar al que con mucha frecuencia solíamos asistir a fines de la década de los sesenta. Y como se sabe, por entonces aquella instalación era algo así como la segunda casa del Bola, pues allí él se presentaba de manera sistemática. Recuerdo que en una de esas jornadas en que coincidimos en el restaurante, me encapriché en pararme junto al piano mientras Bola interpretaba el repertorio que había elegido para la ocasión.

Acostumbrado como yo estaba a escuchar esas melodías en la voz de mi padre y con el acompañamiento al piano por mi tía Nera, o en los discos de la fonoteca familiar, no era nada extraordinario que me supiese de memoria uno que otro tema y, niño al fin, me pusiera a cantar, primero en voz baja pero después… ¡ya ustedes pueden imaginar!

Mis viejos, que nunca fueron demasiado condescendientes con las malcriadeces mías o de mi hermano, de inmediato me tomaron por un brazo para conducirme hacia la silla de la mesa donde estábamos comiendo y así llamarme al orden. Pero ahí sucedió lo inesperado para mí y para ellos: nada molesto sino más bien muy curioso y sonriente, Bola se dirigió a nosotros e indagó acerca de cómo era posible que yo me supiese aquellas canciones, que no tenían que ver ni un ápice con la música para niños. Al comentarle del gusto que en la familia había por su obra y, tras comprobar él mismo el grado de musicalidad que yo poseía, pidió permiso a mis padres para sentarme en una silla aledaña a la banqueta de su piano y que desde tan privilegiado puesto, yo pudiese disfrutar, mientras quisiera, de sus interpretaciones.

Cierto que en ese instante, yo no estaba apto para comprender que algunas de aquellas canciones que le escuché al Bola, interpretadas en especial para mí, solo deberían oírse en su voz. Igualmente, a la altura de mi corta edad de entonces, me resultaba imposible entender que por obra y gracia de composiciones suyas como ¡Ay, amor! y Si me pudieras querer, él ha sido uno de los máximos exponentes de lo que llaman cubanía, dada su condición de extraordinario intérprete, compositor y pianista.

Todo eso lo interiorizaría muchos años después, porque en aquella ocasión, lo único en que pensé fue que el cantante y pianista que conocí en el Monseñor, llamado allí por todos como Bola y que me dedicó buena parte de su función artística de la jornada, era un hombre bueno, muy dado a la risa y que complacía a niños como yo.

Homenaje a Víctor Batista Falla

Homenaje a Víctor Batista Falla

El pasado domingo 12 de abril murió en La Habana, víctima del coronavirus, el editor y mecenas cubano Víctor Batista Falla (1933-2020), alguien que ha trascendido por su gran obra en pro de nuestra cultura. De visita en Cuba después de sesenta años de no haber pisado suelo patrio, su fallecimiento se produjo en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK). Procedente de una de las familias cubanas más adineradas antes de 1959, los que amamos la cultura nacional en su sentido más amplio, siempre tendremos que agradecerle de forma especial la puesta en marcha de una idea como la de la Editorial Colibrí, que funcionó en Madrid entre 1998 y 2013, proyecto en el que se publicaron libros ensayísticos e historiográficos, un catálogo fundamental para comprender a Cuba, ya sea desde la discrepancia o el acuerdo con las tesis abordadas por el grupo de autores que encontraron en Víctor Batista Falla a un auténtico promotor cultural. Es pues de desear que esos títulos sean leídos y estudiados a profundidad, lo cual ha de ser el mejor homenaje a un hombre que con su quehacer inscribió para siempre su nombre en el panteón de la cultura cubana.

En Miradas Desde Adentro rendimos un sencillo pero sincero tributo a Víctor Batista Falla por medio de reproducir el obituario que Rafael Rojas Gutiérrez escribió en nombre del comité editor de Cuban Studies como homenaje a este desaparecido compatriota.

Obituario

El domingo 12 de abril, en la tarde, falleció Víctor Batista Falla en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí de La Habana. A principios de marzo, el importante intelectual y editor cubano había viajado por primera y única vez a la isla, después de seis décadas de exilio. La pandemia del coronavirus lo sorprendió en la ciudad donde nació en 1933.

Batista Falla perteneció a una de las familias más ricas de la Cuba anterior a 1959. Su padre, Agustín Batista y González de Mendoza, era dueño de uno de los mayores bancos de la isla, The Trust Company of Cuba, y su madre, María Teresa Falla Bonet, fue una de las herederas de la fortuna azucarera del santanderino Laureano Falla Gutiérrez. Ambas familias de banqueros, empresarios y hacendados católicos eran conocidas por sus obras filantrópicas y culturales: construyeron el oncológico Hospital Curie del Vedado y financiaron la Orquesta Filarmónica de La Habana, el Patronato Pro Música Sinfónica y la Sociedad Pro-Arte Musical.

A fines de los 50, Víctor Batista ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana y, junto a su hermano Laureano, un intelectual católico cercano al núcleo fundador del Partido Demócrata Cristiano, comenzó a frecuentar los círculos literarios y artísticos de la isla. Por las tertulias de su casa pasaron algunas de las figuras centrales del debate intelectual cubano de aquellos años como Jorge Mañach, Cintio Vitier, Luis Aguilar León y Guillermo Cabrera Infante.

Al producirse la radicalización socialista de la Revolución, los Batista Falla, que no simpatizaron con el régimen batistiano, se exiliaron como tantos jóvenes católicos de su generación. En su primer destino de exilio, Nueva York, Víctor Batista financió y fundó, junto con el escritor Raimundo Fernández Bonilla, la revista Exilio (1965-1973). En aquella publicación, ilustrada con los grabados op art de Waldo Díaz Balart, colaboraron algunos de los mayores escritores y pensadores cubanos en el exilio: Eugenio Florit, Lydia Cabrera, Gastón Baquero, Lino Novás Calvo, Humberto Piñera Llera, José Mario, Lorenzo García Vega.

Batista mostró desde muy joven un gran interés en la historia política y las ciencias sociales de la isla. De ahí que abriera su revista a la producción académica que comenzaban a realizar profesores cubanos instalados en importantes universidades de Estados Unidos. Un número de Exilio, editado en la primavera de 1970, recogió ensayos de varios de los miembros fundadores del Instituto de Estudios Cubanos: Lourdes Casal, María Cristina Herrera, José Ignacio Rasco, Luis Aguilar León, Mercedes García Tudurí y Carmelo Mesa-Lago. A fines de la década, Batista fundó otra revista, hoy de culto entre la nueva generación de escritores latinoamericanos: escandalar (1978-1984). Dirigida por el poeta, narrador y ensayista Octavio Armand, con Batista encabezando la lista de “Asesores” y un Consejo de Redacción de lujo (Octavio Paz, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Salvador Garmendia, Julio Ramón Ribeyro, Helena Araújo, Mark Strand…), escandalar propició algunos de los debates centrales de la producción literaria latinoamericana desde Nueva York. Allí se leyeron inéditos de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, Lydia Cabrera escribió sobre medicina popular afrocubana, Antonio Benítez Rojo discurrió sobre el Caribe y la plantación azucarera, Natalio Galán describió la “psicosis guarachera”, Julio Miranda habló de los “cubanos invisibles” y Heberto Padilla publicó sus “apuntes sobre Paradiso”.

A mediados de los 80, Víctor Batista se trasladó a Madrid, donde se reencontró con una colonia de exiliados a la que lo unían viejos lazos: Gastón Baquero, Martha Frayde, Mario Parajón, Anabelle Rodríguez, Pío Serrano, Felipe Lázaro… Su gran amistad y colaboración con el erudito Mario Parajón dejó un legado tangible : los ocho volúmenes de las Obras Completas (1995-1999) de Jorge Mañach, que siguen siendo de consulta obligada para quienes se tomen en serio la historia de las ideas en Cuba.

Aquella colonia madrileña creció entre fines de los 80 y principios de los 90, cuando arribó a España una nueva generación de intelectuales cubanos: Jesús Díaz, Manuel Díaz Martínez, Carlos Espinosa Domínguez, Rafael Zequeira, Carlos Cabrera, Iván de la Nuez. El encuentro de esas dos generaciones de exiliados produjo la que sería la publicación cultural emblemática de la diáspora de los 90: Encuentro de la Cultura Cubana (1996-2009). Víctor Batista fue uno de los referentes de aquella publicación fundada, en Madrid, por Jesús Díaz.

De la experiencia de los primeros años de Encuentro, una revista que siempre concedió un lugar central al ensayo, la historia y las ciencias sociales, surgió la idea del proyecto al que Batista entregaría los últimos años de su vida: la editorial Colibrí. Pensada como una plataforma editorial donde dar cabida a la producción ensayística y académica cubana, fuera de la isla, pero capaz de intervenir en los grandes debates económicos y políticos, culturales y sociales, literarios y artísticos de la nación, Colibrí lanzó una amplia convocatoria a académicos y críticos de todas las generaciones de la diáspora.

Una parte considerable del trabajo editorial, que Víctor Batista encabezó con Helen Díaz Argüelles, tuvo que ver con la traducción al español de clásicos de la producción académica cubana en Estados Unidos. Fue así como aquella pequeña imprenta de Madrid dio a conocer las únicas ediciones en castellano que existen de libros refereciales de Marifeli Pérez Stable, Carmelo Mesa Lago, Roberto González Echevarría, Jorge I. Domínguez, José Manuel Hernández, Rafael Fermoselle, Gustavo Pérez Firmat, Enrico Mario Santí, Alejandro de la Fuente, K. Lynn Stoner, Anke Birkenmaier y Robin Moore, por sólo mencionar algunos.

Desde un inicio, la editorial también se abrió al campo más propiamente ensayístico, como muestra la hermosa antología de escritos del músico Julián Orbón, La esencia de los estilos (2000). Ese flanco se desarrolló mucho más en los últimos años de la editorial con autores como Antonio José Ponte, Jorge Luis Arcos, Jorge Ferrer, Wilfredo Cancio Isla, Ernesto Hernández Busto, Duanel Díaz, Sergio Ugalde Quintana, Enrique del Risco, Alexis Jardines, Orlando Jiménez Leal o Manual Zayas.

Las decenas de volúmenes que conforman el catálogo de Colibrí, así como los más de veinte años que Batista dedicó a revistas como Exilioescandalar y Encuentro, conforman un testimonio estremecedor de la entrega de este intelectual exiliado a su cultura. Una cultura que siempre entendió de manera incluyente, sin desconocer la centralidad de la isla en un territorio que intelectualmente la desbordaba. Quienes lo conocimos sabemos que la interlocución de Batista, en Madrid, con académicos e historiadores de la isla, fue permanente. Muchos de ellos pueden dar fe de lo anterior.

También sabemos de sus constantes esfuerzos, como de los de Jesús Díaz con Encuentro, por enviar ejemplares a la isla e incorporar autores residentes en Cuba. Muchos de esos esfuerzos se frustraron, pero a juzgar por la producción intelectual cubana de las dos últimas décadas, no pocos número de Encuentro y libros de Colibrí llegaron a las manos que debían. Constatar que sus libros eran leídos por jóvenes historiadores de la isla fue uno de los mayores orgullos de Víctor Batista al final de su vida.

La revista Cuban Studies rinde homenaje a este gran cubano, a este editor exiliado, cuyo epitafio podría ser: “por sus libros lo conoceréis”. A propósito de los impresores de libros en Estados Unidos, escribió José Martí: “Una pistola hace temblar… Un libro, aunque de mente ajena, parece cosa como nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado con cada libro nuevo”. Esa herencia invaluable nos deja Víctor Batista Falla: sus libros.

Rafael Rojas (autor), Alejandro de la Fuente y Lillian Guerra (editores) y miembros del Comité Editorial de Cuban Studies: Michael Bustamante, Odette Casamayor Cisneros, Julio Antonio Fernández Estrada, Ada Ferrer, Luis Miguel García Mora, Mario González Corzo, Yvon Grenier, Jennifer Lambe, Carmelo Mesa-Lago, Robin Moore, Lisandro Pérez, Enrico Mario Santí y Ricardo Torres

Aisles: buen rock progresivo chileno

Aisles: buen rock progresivo chileno

Durante años he disfrutado del quehacer musical chileno, en particular de las agrupaciones de corte propositivo de ese país. Bandas como Santiago del Nuevo Extremo, Congreso y Fulano han estado entre los grupos que desde el decenio de los 80 del pasado siglo he admirado con creces. En fecha mucho más reciente he añadido otro nombre al conjunto de ensambles surgidos en la tierra de Violeta Parra por los que me declaro total devoto. Me refiero a Aisles, cultores de rock progresivo.

 

Lo primero que se conoció de este sexteto santiaguino fue el fonograma The Yearning, publicado en 2005. Aquel disco se distribuyó internacionalmente a través de un sello francés y desde el primer momento recibió una cálida acogida, en lo fundamental en el circuito europeo y que es el mayor consumidor de rock progresivo. En su debut discográfico, uno puede apreciar que un rasgo distintivo de la banda es el trabajo colectivo de los músicos en cada tema, sin la presencia de un alto grado de virtuosismo o lucimiento instrumental por los integrantes, cosa que les diferencia de la línea establecida últimamente en el género por los estadounidenses de Dream theater.

 

El sentido de lo progresivo en Aisles recuerda, por momentos, los aires del rock sinfónico setentón, sobre todo por el modo de orquestar las piezas de su repertorio (aunque a tono con nuestros días). Las sanas influencias de Yes y Genesis se perciben a cada rato. Dirigidos por el guitarrista, letrista y productor Germán Vergara, integran también el grupo el vocalista Sebastián Vergara, Rodrigo Sepúlveda en una segunda guitarra y coros, Daniel Baird-Kerr al bajo, el tecladista Juan Pablo Gaete y Felipe Candia en batería.

 

Si el primer álbum del colectivo tuvo elogios por doquier, el segundo, In sudden walks, editado en 2009, fue la confirmación de la seriedad de la banda y de que los excelentes resultados alcanzados en su ópera prima no eran obra de la casualidad. Así, el CD resultó nominado como mejor disco extranjero en el prestigioso certamen Progs awards, de Italia. El interés suscitado en Europa por la creación sonora del sexteto chileno era tal que fueron invitados a inaugurar el festival Crescendo, en Francia, un muy reconocido encuentro dedicado a lo mejor del rock progresivo.

 

Con otras dos producciones fonográficas registradas que yo conozca, la más reciente de ellas vio la luz en 2016 y se trata de un doble disco titulado Hawaii. Gracias a mi gran amigo Humberto Manduley, he podido acceder al mismo, algo que le agradezco pues se ha tornado en extremo difícil poder conseguir en nuestro país lo que en materia de rock, jazz, metal y canción de autor acontece en países de América Latina.

 

Hawaii es una propuesta conceptual, inmersa en los códigos de la ciencia ficción. El material nos traslada hacia el año 2300, en un instante en que la Tierra vive una crisis terminal y una colonia de sobrevivientes se lanza a un viaje interestelar. En semejante contexto, las letras escritas por Germán Vergara hablan de preocupaciones existencialistas a propósito de la identidad del individuo, sobre el absurdo de la vida y también su sentido de ser.

 

El primero de los CD contiene cinco cortes. Desde el que sirve a manera de apertura, me llama la atención lo cautivante del diseño de la línea melódica interpretada por el vocalista, rasgo que se mantiene a lo largo del resto de la grabación. De igual modo, destácanse los pasajes ejecutados al unísono entre varios instrumentos (a veces moviendo las voces por tercera), en una atmósfera de piezas largas en su duración y que las hace difíciles de asimilar por la radio convencional.

 

La misma fórmula se repite en el segundo álbum, contentivo de siete temas, todos escritos en inglés. Sobre por qué utilizan el idioma de Shakespeare para expresarse, ellos argumentan que por razones estéticas, pues su fonética encaja mejor con este tipo de música y porque así, consideran facilitar una mayor comunicación con públicos de sitios como Europa, Japón y    Australia.

 

En conjunto, lo hecho por Aisles es más que admirable, tanto por la calidad musical de su trabajo, como por el hecho cierto de que en América Latina es harto difícil llevar adelante una propuesta de rock progresivo de forma permanente y profesional. Por suerte, siempre hay empecinados y grupos que nos sorprenden gratamente, como pasa con la banda encabezada por Germán Vergara.

De nuevo en el ciberespacio – Por Joaquín Borges-Triana

De nuevo en el ciberespacio – Por Joaquín Borges-Triana

A propósito del primer aniversario de Miradas Desde Adentro,  en mi anterior post publicado en el sitio yo escribía:

“cada edición de Miradas Desde Adentro ha tratado de recoger los sucesos fundamentales de la cultura cubana, pero sin un enfoque excluyente sino todo lo contrario.

“Por eso, aquí hemos estado abiertos a informar acerca de sucesos del arte de nuestro país en sus múltiples expresiones, sin establecer distingos entre el facturado dentro de las fronteras cubanas como el llevado a cabo en la diáspora, porque a fin de cuentas siempre es más lo que nos une que lo que nos separa.

“Así pues, sobradas son las razones para darnos un autohomenaje porque si bien aún no hemos conseguido lo que nos propusimos de inicio y como toda utopía también atesoramos una que otra frustración, lo importante es intentarlo.

“En nombre de quienes hemos participado en el proyecto, Leticia, Chao y yo, puedo asegurar que este  nos ha enriquecido espiritualmente y en él encontramos la energía necesaria para seguir adelante mientras la buena suerte nos acompañe.

“Ahora, como corresponde tras un año de trabajo, nos tomamos unas vacaciones para recargar las pilas.”

Después de esas bien ganadas vacaciones, es el momento justo de volver al ciberespacio. El hecho de permanecer en casa por la existencia del coronavirus y la realidad de que ya he experimentado con las mil y una formas del ocio, me anima a aportar algo a la causa de tener uno que otro material para leer en medio de nuestra voluntaria reclusión domiciliaria.

Como siempre he expresado, este es un proyecto que no quiero sea solo mío, por lo que te invito a aportar colaboraciones. También te informo que en cuanto la actividad normal sea retomada, reiniciaré las entrevistas y comentarios en mi canal de YouTube. Por lo pronto y a modo de recordatorio, te reitero cuáles son mis espacios en la red de redes:

Sitio personal con artículos:

https://looksfrominside.com

Canal de YouTube, sería bueno suscribirse (opción que aparece en cualquiera de los videos o esquina superior derecha del canal. Si no tienes cuenta de google puedes guiarte por este link):

https://www.youtube.com/channel/UCwB4smI0KXHvx9EaHxzOG4A

Página en Facebook, sería bueno dar click en “Me Gusta” de la página en sí, para quedar subscrito:

https://www.facebook.com/joaquinborgestriana

Por favor, recuerda aquello de «Coopere con el artista cubano» y tírame un cabo con solo subscribirte o pasarle esta información a una de tus amistades.

Agradecido como un perro (al decir de ese gran poeta que fue y es Rafael Alcides), mucha suerte y sanos humos o buenos alcoholes según sea tu gusto.

Autohomenaje

Autohomenaje

Este 28 de octubre de 2019, justo hace un año que salió la primera edición de nuestro espacio. Quienes estamos involucrados en el proyecto, que abarca un sitio en la web así como un canal en YouTube, nos sentimos felices por lo hecho. En los anteriores doce meses, cada edición de Miradas Desde Adentro ha tratado de recoger los sucesos fundamentales de la cultura cubana, pero sin un enfoque excluyente sino todo lo contrario.

Por eso, aquí hemos estado abiertos a informar acerca de sucesos del arte de nuestro país en sus múltiples expresiones, sin establecer distingos entre el facturado dentro de las fronteras cubanas como el llevado a cabo en la diáspora, porque a fin de cuentas siempre es más lo que nos une que lo que nos separa.

Así pues, sobradas son las razones para darnos un autohomenaje porque si bien aún no hemos conseguido lo que nos propusimos de inicio y como toda utopía también atesoramos una que otra frustración, lo importante es intentarlo.

En nombre de quienes hemos participado en el proyecto, Leticia, Chao y yo, puedo asegurar que este  nos ha enriquecido espiritualmente y en él encontramos la energía necesaria para seguir adelante mientras la buena suerte nos acompañe.

Ahora, como corresponde tras un año de trabajo, nos tomamos unas vacaciones para recargar las pilas.

A quienes de una u otra forma han colaborado con la idea, por ejemplo, varios de mis alumnos de Historia del Arte en la Universidad de La Habana y la comunicadora Isely Ravelo Rojas, o a los que sólo se vinculan con nosotros desde la condición de visitantes esporádicos de Miradas Desde Adentro y de nuestro canal en YouTube,  de corazón ¡gracias!

Celebraciones por cumpleaños de Miradas Desde Adentro (III)

Celebraciones por cumpleaños de Miradas Desde Adentro (III)

El próximo 28 de octubre, este modesto sitio del ciberespacio cubiche cumple un año de vida y aquí lo estamos celebrando con la reproducción de varios textos que me he leído recientemente y que me parece son materiales que vale la pena compartir con los seguidores de esta utopía que, al fin y al cabo, es Miradas Desde Adentro. Ojalá que lo disfruten tanto como yo.

 

Una novela que se sueña a sí misma

En Tres en una taza, Froilán Escobar recrea La Habana de los años 70, con sus dolorosas contradicciones y paradojas. Una época hermosa, pero también oscura y terrible

 

Carlos Espinosa Domínguez

 

Los cinco siglos a los que este año arriba La Habana brindan un buen pretexto para leer o releer, según sea el caso, algunas de las obras de escritores cubanos que tiene como escenario nuestra capital. El listado es extenso y hay bastante donde espigar. Entre esos libros, he escogido uno cuya lectura es tan disfrutable como gratificante.

 

Su autor es el escritor y periodista Froilán Escobar (San Antonio de los Baños, 1944), quien en la actualidad reside en Costa Rica, cuya nacionalidad ha adoptado. Su bibliografía es abundante y sólida, y aunque es más conocido por su faena narrativa también ha incursionado en la literatura para niños y jóvenes (El monte en el sombrero, 1978; La vieja que vuela, 1990, Premio de la Crítica; Ana y su estrella de olor, 1994; El cartero trae el domingo, 1995) y el testimonio (El Che en la Sierra Maestra, 1973; Che Sierra adentro, 1988; Martí a flor de labios, 1990). En el campo de la prosa de ficción, ha publicado, entre otros títulos, El patio donde quedaba el mundo (1997), Largo viaje de ceniza (2001), Ella estaba donde no se sabía (2006, Premio Aquileo J. Echeverría) y La última adivinanza del mundo (2009).

 

En Tres en una taza (Ediciones Bagua, Madrid, 2018, 168 páginas; Uruk, San José, 2016, 151 páginas), Froilán Escobar recrea La Habana de los años 70, con sus dolorosas contradicciones y paradojas. Una época hermosa, pero también oscura y terrible. Todo eso se plasma en la novela a través de un contrapunto de opuestos, pues como sostiene su autor, “solo así podía ser fiel a lo que viví. Solo así podía salirme de lo encapsulado, de lo unilateral, para mostrar, a la vez, un mundo donde la realidad perturbadora se mezcla con el delirio hasta el punto de crear dimensiones esquizofrénicas, inesperadas, inquietantes”.

 

“La ciudad se me va. Abro los ojos y los vuelvo a cerrar para cerciorarme de lo que está ocurriendo (…) Aún faltaba mucho para que llegara el mañana prometido, el futuro que se proponía, pero ya la gente estaba yéndose. A diario. En avalancha. ¿Tú también te vas?, me preguntó visiblemente angustiado un amigo con el que me encontré cuando atravesaba el Parque Central. No, ¿y tú? Era la pregunta obligada. Porque, poco a poco, todos se iban. Abandonaban la ciudad. Se valían de cualquier medio de transporte. Una lancha, una balsa, un salto de garrocha, un ataúd incluso. Tenía la sensación de que la gente y los edificios que uno todavía podía ver o que me pasaban por el lado, no eran más que las últimas representaciones configuradas por las propias palabras de los que se despedían. Me estaba quedando solo en La Habana”.

 

El fragmento anterior pertenece al inicio de la novela. En medio de ese tropel de personas que se van, el narrador siente la sirena de la ambulancia que había salido hacia el número 162 de la calle Trocadero. Allí la aguarda el escritor José Lezama Lima, sentado en su sillón. Un viento aciclonado e inaudito asola la ciudad y se lo lleva todo. El narrador advierte que todo lo que estaba donde siempre había estado, ya no está: las calles, los edificios, la gente, “habían sido sacados, sustituidos, como si en ese momento acabara de llegar el futuro y borrara todo lo de atrás. O como si en ese irse estuviera el virus, la evidencia irrefutable de que estábamos contaminados de irrealidad”.

 

En la primera página se lee esta cita de Lawrence Durrell: “Quisiera escribir un libro que soñase”. Y eso es en buena medida Tres en una taza, una novela que se sueña a sí misma. Froilán Escobar se decanta por la experimentación y el riesgo y ha escrito una obra en la que la realidad y la fantasía se entrelazan indisolublemente. De esa relación entre una y otra surge un universo singular, en el que los planos temporales se alternan y se superponen, y lo real se ve desbordado por sus múltiples aristas. Pero como apunta Cintio Vitier en un breve texto que se reproduce, lo que poéticamente Froilán Escobar se imagina nunca es irreal, sino un ejemplo de “la capacidad que tiene la realidad misma de producir las imágenes que mejor la revelan”.

 

Una novela al modo convencional difícilmente podría atrapar el grado de paradoja y esquizofrenia de la sociedad en la cual le tocó vivir al narrador. De ahí que para tratar de entenderla se invente una alucinación que le permita expresarla. Asimismo, no bastaba para ello que contase solamente su historia, y por eso incluye las de otros personajes que también compartían las mismas ilusiones que entonces empezaban a perder.

 

El narrador es un joven periodista a quien han expulsado de la revista donde laboraba. ¿La razón? Junto con otro colega, preparó un número dedicado al Che en la Sierra Maestra, por el cual lo acusaron de “diversionismo ideológico”. En la reunión en el Colegio de Periodistas no lo acusaron directamente, solo le dijeron que a partir de ese momento no continuaría en la revista y que se iría a laborar en la agricultura. Finalmente, lo enviaron a la construcción de un hospital, lo cual lo hace comentar: “El trabajo que hacen los que sustentan el país, era el castigo. Qué ironía para los que lo hacían. ¿Ellos también, entonces, estaban castigados? ¿Por qué nos empeñamos en hacer creer que los paraísos son ejemplares? Un galimatías”.

 

Lezama Lima recorre toda la novela

 

Entre las historias contadas en la novela, está la del viaje iniciático por La Habana que realiza el narrador. Lo hace en un autobús que, en lugar de desplazarse por calles y avenidas, atraviesa la ciudad por dentro: “Fue un azaroso viaje por corredores, baños y azoteas a punto de caerse, en el que finalmente, luego de un largo y tortuoso recorrido, paralelo a una calzada más bien enorme de Jesús del Monte, bajamos a un primer piso, donde quedaba el apartamentico de Wichi, en La Víbora (…) La guagua tuvo que esquivar una tendedera con calzoncillos colgados al sol antes de, luego de un viraje, detenerse en el cuarto. No tenía mucha diferencia con el mío, pero sí tenía baño. Todo estaba regado allí, con muchos libros tirados sobre la cama. ¿Un café?, preguntó, y el chofer y yo, al unísono, les dijimos que sí”. En algún momento del periplo, la guagua se topa en Miramar con otra que ha chocado contra la cerca de una embajada. Inmediatamente, los pasajeros que iban en ella aprovecharon el hueco que se hizo y corrieron a meterse.

 

Asimismo, hay historias surreales que corresponden a una realidad surreal. Un antiguo miembro del Partido Socialista Popular, acusado de microfracción de deslealtad, pasó de miembro del Comité Central a ser un simple ciudadano y tuvo que estudiar leyes para comenzar de nuevo. Entre otros casos, le tocó defender a un chino a quien se le imputaba por tenencia ilegal de divisas. El fiscal calificó su delito de contrarrevolución y pedía treinta años de cárcel. Al defenderlo, el abogado alegó que el señor fiscal no se había fijado en la fecha de los dólares. Estos carecían de otro valor que no fuese el numismático: eran una herencia dejada por el bisabuelo y databan de finales del siglo XIX. Y como aparte de la realidad, la novela se nutre de la imaginación también se cuenta el suceso de una negra vieja que camina en contra del viento huracanado y se va volando por los techos de la ciudad, agarrada a un gajo de paraíso. Mientras se remonta por el aire, va diciendo constantemente: “Paraíso santo, como tú sabes quiero subir…”.

 

Entre los otros personajes, hay figuras de la vida cultural de esos años: Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rosales, Eloy Machado “el Ambia”, José Lezama Lima. Este último recorre toda la novela, que refleja, con una mezcla realidad y ficción, sus días finales. Era su etapa de marginación y el narrador lo visitaba en su casa: “Ya son pocos los amigos que vienen a visitarme, dijo como si pronunciara un significante vacío, con tono de queja, como si estuviera a punto de un silencioso sacrificio. ¿Usted sabe, joven, a qué se debe esa ausencia de cifra cabalística y presagios oscuros? Le dio vuelta al tabaco en su boca y echó un humo que le escondió la cara (…) Aunque estoy muy lejos de estar abriendo con las uñas un pequeño hueco en la pared, me hacen invisible. Ya no espero a nadie, sin embargo insisto en que alguien como usted tenía que llegar. Cuando me han negado con furia yo he sabido esperar. Hay que saber esperar”.

 

En una novela pródiga en pasajes conmovedores y hermosamente escritos, el autor de Paradiso ocupa varias de ellas. Lo cual responde, talento aparte, a los encuentros personales y al profundo conocimiento de la obra lezamiana de Froilán Escobar. Eso nos permite, anota en el prólogo Luis Manuel García Méndez, “literalmente, escuchar a Lezama en estas páginas sin que el autor pretenda suplantar su voz, algo muy de agradecer entre tanto neolezamiano trasnochado”.

 

Hasta aquí me he referido al narrador de Tres en una taza en singular. Lo cierto es que no es así. El autor deviene protagonista y se desdobla en Yo y Tú. El primero es el que escribe la novela, el segundo el que la vive. Yo es un personaje de carne y hueso, mientras que Tú es una figuración. Ambos están enamorados de B, una mujer peregrina y cimbreante que se siente más cercana a Tú. Uno y otro son el mismo personaje, que se halla escindido por la doble existencia que le tocó vivir. Esa rivalidad trágica entre dos posibles alternativas del mismo, probablemente hará que más de un lector o lectora exclame: “Qué jodienda, coño”. En todo caso, es pertinente decir que no resulta difícil entrar en ese recurso técnico, que cobra sentido a medida que se avanza en la lectura. Y, además, siempre es saludable aquello que estimule la reflexión.

 

En Tres en una taza, Froilán Escobar pone de manifiesto su maestría narrativa, al convertir unos elementos tan numerosos y heterogéneos en un entramado coherente y compacto. Las numerosas historias se engarzan de modo orgánico, y de igual modo al permanente juego de realidad e irrealidad que es la novela, logra incorporar vivencias autobiográficas que le dan valor como testimonio generacional. Está escrita además con ritmo trepidante y con una prosa elegante y fina, que, sin embargo, no vacila en incorporar expresiones de nuestra habla popular. Acierta, pues Luis Manuel García Méndez, al expresar que más que un libro, Tres en una taza es una fiesta de la imaginación y del lenguaje.

 

Tomado de: www.cubaencuentro.com

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