Tres en uno
Son las 5 de la mañana hora de México y escribo para resumirle de modo sensorial, tres días en uno.
I
No confío en nuestra aerolínea, le escribí cuando supe que era Cubana de Aviación. Yo que amo viajar, paradójicamente no soporto los aviones y controles migratorios.
Me quité los zapatos y pensé en mis ampollas, en el concierto de Polito en la Habana, en él. En las cinco semanas de felicidad sin marcharnos del país.
Luego vino el café caliente. Su técnica para tocar… La escalera eléctrica, yo y mi despiste planetario profesionalizado como le dije. Le pido que imagine cuando baja escalones y en el tercero se vira un tobillo. Aún no acaba la escalera, lo sabe, pero cae. Así de tonta fue.
Llegamos a la pecera del aeropuerto capitalino. Y le dije a los viajeros Ellas vienen conmigo. Sí, todas mujeres sin equipaje, narradoras del charco-isla-ciénaga, juglares feministas del siglo. Unas más, otras menos. Masticando en letras un país. Subimos.
Tomé la ventanilla y pensé en el hilo de agua de las nubes, en el olor insecticida de la cabina aeronáutica. Y en contarle que el Centro de Cancún huele a comida todo el tiempo (pollo y papas fritas quizá).
Esa parte de la ciudad suena latina: música en los taxis, películas melosas, de las que llaman fresas en los ómnibus colectivos y filas (en México también se hace cola).
La cara de los aduaneros del SAT (Sistema de Atención Tributaria en México) sabe a café: amargo y fuerte. Más los otros adjetivos que él conoce. Los choferes de renta de autos a la salida del aeropuerto tienen el sabor de la melcocha y la textura de una loma de gravilla. Juro que les aplicaría el legado del compositor John Cage en su pieza 4′33″, obra de tres movimientos que se interpretan sin tocar una sola nota. Vale ir con la respuesta “No, gracias” instalada en el sistema operativo. La llevé y se me gastó.
Son las 5 de la mañana hora de México y escribo para resumirle de modo sensorial, tres días en uno.
II
Estuve mirando las vidrieras con guitarras. Otras repletas de zapatos y maniquíes de Plaza Las Américas. Pensé en las nuestras: aburridas de esperanza y escasez. Torturadas de olvido y carcomidas de consignas.
Entonces quise contarle cómo convencer a mi generación de que una Patria no es el Estado. Y mucho menos, las reuniones de unanimidad.
Salí a la calle mexicana y encontré una tienda con un nombre: La Cubana. A su modo, eso es Patria. Llevar a donde vayas un pedazo, una energía. Nunca supe si la dueña tenía ascendencia de la isla. Tal vez.
Luego el sabor a chocolate caro en el aire se mezcló con la silla de un lustrador de zapatos. Me sonó a ficción. Ahora le cuento que era cierto. El hombre esperaba a su próximo cliente.
Le escribo que Patria es plural y desigual, como la nuestra. Con máscaras y boutiques. Entonces le digo que me gusta México y Benito Juárez y también Martí, quien llegó hasta aquí a pesar de la maldita circunstancia. Y dice que no es lo mismo. Yo le digo que sí. Igual es Patria traspasar fronteras sin la carga del rencor.
Tomo un helado y subo al taxi. Regreso a una casa en la calle Roble. Pienso en la mía que es un número. Y en la Patria, que también son números: 11 millones, 1959 y otros etcéteras.
Le explico que para convencer a una generación (la mía) basta con dejarla VIVIR.
III
2 de la tarde, hora de México.
3, 2, 1 Vuelo demorado. Tenía que ser Cubana: si no llego hoy, llego mañana. En el aeropuerto un hombre manotea. Ese es cubano, puro ejemplo de otra versión de la Patria.
No demoro al chequear. La espera será infinita. Voy al baño. Una mujer llora desconsoladamente. Dio una patada al cesto. Salgo y sigue llorando ¿Por qué llora? Será un misterio. Un océano de dolor donde no la escuchan.
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3:30 pm, hora de México.
Para pasar el tiempo juego en una perfumería boutique. Quiero decirle que busco su perfume en cada estante. Ese Old Spice no aparece. Igual, hay mil frascos que no puedo comprar. Pruebo cuatro y selecciono el Blue Water. Lo llevo en la epidermis de mi cuello, entre mis tetas pequeñísimas.
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5 de la tarde en México.
Debo abordar por la puerta A3. Me siento frente a la farmacia. Saco un paquete de papas fritas con picante. El colorante me pone los dedos anaranjados. Los chupo profundamente. Pienso en su sexo. La verdad es que el erotismo me camina por todas partes. Despega un vuelo de Copa Airlines con destino a Panamá ¿Y si nos vamos hasta allá? Me aburrí de las papas.
Reproducen música: una piedra en el camino, me dijo que mi destino era rodar y rodar…El día que yo me muera sé que tendrás que llorar. Pienso en la joven del baño… Que no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar. Consejo ideal para nuestra aerolínea. Tomo un galón de paciencia.
Espero, espero, espero.
Otro avión sale. Esta vez Avianca con destino a Colombia por la puerta A8.
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6 de la tarde en Cancún México.
Huelo mis manos. Saben a perfume y papas picantes. Todo mezclado. El asiento reconoce mi espalda. El aire acondicionado nunca ha sido un buen aliado de estas manos de escarcha. Bostezo, tengo sueño.
Espero, espero, espero.
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8:50 hora de México.
¡Al fin! Vuelo con destino a La Habana, favor de abordar por la puerta A3. Dichosos quienes duermen en el avión. Me toca el asiento de la salida de emergencia. Siento escalofríos. Sobran asientos y me cambio. Las saco a Ellas, las que vienen conmigo. Leo.
Faltan 3 pasajeros por llegar y abordar. Más demora. Sacan su equipaje de la bodega. Llegan. La tripulación vuelve a guardarlas. La gente aplaude a los reyes de la tardanza. Una mujer exclama “Viste, paré un vuelo”. Pienso, ni que fuera una gracia. Ay Cubana. Tiempo de vuelo aproximado 50 minutos.
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9 y media de la noche hora de Cuba.
Estamos descendiendo. Entonces le cuento que siento peste a quemado. Mi olfato es demasiado sensible.
Aterrizaje… La Isla. Los aduaneros de caras gastadas. Amargas sonrisas, mis 120 kilos, el viaje del año.
Mientras tanto, dejo pasar una canción en la Emisora del Patrimonio por culpa también de Cubana. Le aviso que estoy en casa. Así le conté mis tres días en un solo viaje.