Autor: Joaquín Borges-Triana

Francisco José Mela: un baterista cubano y universal

Francisco José Mela: un baterista cubano y universal

Nunca será demasiado el reconocimiento público que se haga acerca de los logros de la enseñanza artística en Cuba. Por encima de todas las insuficiencias que se le puedan indicar y a sabiendas de que ha habido etapas más o menos afortunadas en su devenir, algún día habrá que rendir homenaje a ese subsistema educativo cubano, que ha tenido resultados no solo en La Habana sino a lo largo y ancho del país. Cuando se piensa en el hecho cierto de que al influjo de escuelas provinciales, en sitios de no mucho desarrollo, se han formado artistas que hoy gozan de sumo prestigio a escala internacional, se comprenderá la magnitud de lo que se ha registrado en esta esfera.

Buen ejemplo de lo que digo lo constituye el baterista Francisco José Mela, uno de los jazzistas cubanos que en la actualidad es reclamado como instrumentista por figuras de primera magnitud, como son los casos de Kenny Baron, Joe Lovano, McCoy Tyner y Jane Bunnett. Estoy convencido de que en los años en que de muchacho él estudiaba percusión en la provincia de Granma, jamás le pasó por su cabeza que con el transcurrir del tiempo llegaría a la renombrada Universidad de Berkeley (gran rectora académica de lo que acontece en el jazz) en Boston y mucho menos que lo haría como profesor. Empero, la vida, su talento personal y lo aprendido en Cuba lo ayudaron a alcanzar la meta que se trazó.

Lo interesante en el quehacer de Mela es que en él no solo encontramos a un brillante baterista sino que se ha revelado como notable compositor. En mi discografía personal poseo cuatro fonogramas a nombre de este compatriota. El primero de ellos es el titulado Melao, representativo de un estilo que él dio en llamar Free Jazz Latin, suerte de producto híbrido armado a partir de incorporar elementos de diferentes culturas: la europea, la americana y música yoruba cubana, dentro de los códigos del free jazz y con la utilización abundante de tiempos irregulares.

En aquel álbum, lo acompañaron, entre otros, los saxofonistas Joe Lovano, George Garzone y Anat Cohen, así como el guitarrista Lionel Loueke. En mi opinión, lo mejor de ese CD estuvo representado por el corte denominado “John Ramsay”, sentido tributo a dicho maestro de Berkeley y quien fuese mentor espiritual de Francisco Mela.

Otro de los trabajos fonográficos de este baterista es el álbum titulado Cirio: Live At The Blue Note, donde a las claras se aprecia una búsqueda por caminos diferentes a los transitados en la ópera prima de Mela. En su segundo disco, el acento se pone en lo que se ha dado en llamar neo-bop, si bien lo cubano y lo africano continúan presentes. En la nómina de acompañantes para la grabación estuvieron el pianista Jason Moran, el guitarrista y cantante Lionel Loueke, el bajista Larry Grenadier y Mark Turner desde el saxofón tenor.

De los ocho cortes registrados durante la sesión en The Blue Note, seis pertenecen a la firma autoral de Francisco Mela. Entre mis favoritos en el álbum mencionaría “Tierra y Fuego”, en virtud de lo intrincado de la línea melódica; “Cirio”, por el aire misterioso que transmite; “Ulrick Mela”, por su alegría contagiosa; así como la versión que se hace a propósito de ese clásico de Silvio Rodríguez que es “Pequeña serenata diurna”. En estas dos últimas piezas, sobresale tanto en la guitarra como en la voz Lionel Loueke.

Otro fonograma de Francisco Mela que poseo, salido al mercado en el 2016, lleva por nombre Fe. Gracias a mi buen amigo Humberto Manduley, pude acceder a la cuarta propuesta discográfica de este baterista y compositor. Contentivo de diez temas, aquí Mela se nos presenta en un formato de trío, con el respaldo del bajista estadounidense Gerald Cannon y del pianista argentino Leo Genovese. Como invitado especial aparece nada menos que el extraordinario guitarrista John Scofield, quien pone la maestría de su ejecución al servicio de un par de temas, “Just Now” y el que da nombre al CD, es decir, “Fe”.

En su conjunto, el álbum está concebido a manera de celebrar el legado del pianista y compositor McCoy Tyner, uno de los modelos seguidos por Francisco Mela. Piezas como “Ancestros”, “Mr. Alden”, “Don McCoy”, “Romeo y Julieta”, “Reflections”, “Curcuros”, “Lovano’s Mood” y “Open Dance” dan testimonio del eficaz desempeño de un trío que, desde la transnacionalidad que lo caracteriza, ejemplifica los caminos por los que transita el jazz contemporáneo.

Eusebio Leal Spengler: ¡Gracias Maestro!

Eusebio Leal Spengler: ¡Gracias Maestro!

Eusebio Leal Spengler

El diario Granma fue el primero en informarlo: Se nos fue El Sabio Eusebio Leal Spengler a los 77 años de edad, tras una larga batalla contra el cáncer. Si me pidiesen definirlo en una oración, yo diría que él fue maestro de varias generaciones y custodio fiel de la memoria de la nación toda.

Eusebio Leal Spengler

Tenía el don de la palabra, había entrenado sus virtudes como orador (para mi gusto, el mejor que he escuchado) y por ello podía hablar como nadie acerca de los grandes temas de la historia de Cuba. La temida y esperada noticia de su muerte ha hecho que muchos escribamos sobre él y lo que representa en nuestro más reciente devenir. 

En dicho sentido, me parece que no exagero en lo más mínimo al asegurar que en este país todo el mundo lo conoce y de un modo u otro lo recordará como una de las figuras fundamentales de las últimas décadas en la vida de Cuba. 

Ramón Navarro Herrera, amigo que se desempeña como guía de turismo, ha escrito en su perfil de Facebook una idea que me parece interesante resaltar:

“Los guías de turismo hemos perdido nuestro mejor amigo, nuestro guía de guías, será recordado y alabado por toda la vida, no solo por los cubanos por todo el que visite la Habana y quiera saber algo de Cuba, sus logros están no solo en el casco histórico, en toda la historia de nuestra ciudad y la nación.”

Un repaso por la biografía de Eusebio Leal Spengler nos recuerda que nació en La Habana el 11 de septiembre de 1942. De formación autodidacta, a los 16 años comenzó a trabajar en el gobierno municipal donde alcanzó el nivel de sexto grado. Acogido como pupilo por el historiador Emilio Roig, quien le  orientó en su vocación por la Historia, Leal Spengler fue continuador de lo iniciado por su querido profesor y primer historiador de la capital de todos los cubanos.

Sin haber obtenido oficialmente más nivel escolar que el sexto grado y, luego de una auto preparación,  presentó exámenes de suficiencia académica en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, donde pudo cursar la Licenciatura en Historia en 1974, carrera que finalizó en 1979. Por ese camino, llegó a ser Doctor en Ciencias Históricas y Maestro en Ciencias Arqueológicas, Historiador de la Ciudad y Director del Programa de Restauración del Patrimonio de la Humanidad. Empero, todo eso se resume en que, como nadie, sobresalió durante décadas por su trabajo en pro de la dirección de las obras de restauración del Casco Histórico de La Habana, zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982.

No se dice nada nuevo al expresar que como director del Museo de la Ciudad y de la Oficina del Historiador, Leal Spengler jugó un papel decisivo en la preservación de los valores arquitectónicos de La Habana, con importantes obras a su cargo, como la restauración de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, Castillo de los Tres Reyes de El Morro, el Palacio de los Capitanes Generales y el Capitolio, edificaciones todas ubicadas en La Habana Vieja.

No por gusto uno puede llegar a considerar que con la muerte de este habanero de pura cepa, La Habana se ha quedado huérfana, sin el hombre que —contra viento y marea— la mimó cual un padre amoroso y ejemplar. Ojalá que los que tengan que continuar su quehacer resulten portadores, aunque sea en una parte fragmentada, de la extraordinaria sabiduría, la total entrega al trabajo y el noble ejercicio del servicio incondicional al pueblo que tipificaron la trayectoria y la obra de Eusebio Leal Spengler.

Poemas de Edelmis Anoceto Vega

Poemas de Edelmis Anoceto Vega

No podría expresar con precisión las razones que hacen que la ciudad de Santa Clara sea una fuente inagotable de importantes nombres para la poesía cubana. Entre esas numerosas figuras villaclareñas que cuentan con una sobresaliente obra en el mundo de los versos se encuentra Edelmis Anoceto Vega.

Nacido en el convulso año de 1968, Edelmis es licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad Central de Las Villas (UCLV). Dicha formación, le ha posibilitado a Anoceto Vega desempeñarse como traductor, editor y colaborador de numerosos medios de prensa, tanto en su provincia natal, como en diversas publicaciones de carácter nacional e incluso, algunas en el extranjero. Textos suyos pueden ser leídos en SignosVanguardiaHuellaArielCauceJuventud RebeldeUmbralHacerse el CuerdoEl Caimán Barbudo y El Cuervo (Puerto Rico).

Entre los libros publicados por el villaclareño Edelmis Anoceto Vega pueden mencionarse Cantos del bajo delta (1998); De todas las almas creadas, traducciones de Emily Dickinson (1998); A una alondra y otros poemas, traducciones de  Percy B. Shelley (2003); Mortgana (2002); Imago Mundi (2002); La cólera de Aquiles (2005); La cosecha y el incendio (2005); Desertor del cielo (2007); Poemas agrestes, Traducciones de Robert Frost (2008) y El sueño eterno (2009).

Con los poemas de Edelmis Anoceto Vega que hoy se publican en Miradas Desde Adentro va una exhortación a los amantes de leer poesía a buscar la obra de este creador, con la certeza de que encontrarán en ella una de las voces harto interesante en el panorama actual de la literatura cubana.

MATERIA OSCURA

Sospecho de la flor, de la silueta que no se deja esculpir.

El agua trae muertos, movimiento de la naturaleza

para seducirme, hacer de mí un nombre,

un número.

No hay otra cosa en el lugar donde estuvo la flor.

Yo creo en lo vacuo y es esa perfección la que me tienta

a quedarme en el límite del límite,

desguarnecido, al centro de apagadas intemperies.

La luz tiene fronteras que el hombre no atraviesa.

El agua trae muertos virtuales a mis ojos,

deposita sus cuerpos,ojos de mis ojos.

PELIGROS.

Cansado del tropiezo y de la burla, por ese breve albedrío 

que es estar vivo,

muerto de sed y de palabras dulces por decir en oídos extraños,

diamantes, resplandores,

ya no sé cuánto tiempo me separa del destierro,

los hierros oxidados de las horas finales,

sus ruidos en lo remoto se dejan escuchar desde el pasado,

la rosa mirada a través de los remolinos del viento

no sabe la espera en los umbrales de un bosque

cada vez más lejos de casa,siempre menos creíble, inalcanzable.

Nada me incita.

Sin rumbo es la marcha cuando no hay espíritu 

dentro de los cuerpos

y en las calles de aceras sucias con restos de comida 

y periódicos de ayer,

los ritos de la muerte se entremezclan

unos en otros convertidos, como páginas de un mismo libro,

hojeado por quien busca en él su rostro

y solo puede visualizar una pequeña estrella que se apaga

y se aleja sin sentido,

queda únicamente un poco de sosiego, un canto de alabanza para nadie.

Dejarse seducir por el aliento de una bestia, 

entrar en los laberintos sin muros del olvido,

vida sin nombre, hacia el amanecer de cualquier fugitivo en la noche.

Callar es el peligro, sentarse a ver el suicidio de los hijos,

ver los rostros morirse poco a poco,

con el silencio cayendo en las espaldas.

Salideros por donde se filtra la demencia

acumulada en recipientes hechos con la arcilla de un osario,

es una trampa de fuego que han puesto en la ventana

para saquear toda la esperanza, incinerar las mariposas

que antes vendrían a bendecirme,

cegar la luz divisada en la mañana. Pequeñas sumisiones,

harán de mí un cuerpo abandonado con desdén en una playa.

Pequeños ocasos,

harán de mí el ocaso definitivo.

SALTOS 

Si lo que te conmueve es la piedra,

así pondrás en el diamante tu esperanza

y tendrás el cuerpo exhausto.

Si lo que te conmueve es el fuego,

así serás el pico del águila en la víscera del héroe

y tendrás lumbre.

FÚNEBRE 

Miserable el temblor en los espejos,

la sorda transparencia del cristal

en los bares donde perdí el amor

por no tener respuestas que poner sobre la mesa.

No podré ver la llamita sobre la piel

acercarse al rojo de las paredes

como en cualquier película.

Mejor no desandar ese trayecto

que va desde el festín a los despojos,

mejor quedarse con la vida

gratuitamente

observando el escombro que florece

en el borde donde fuimos dos amantes,

a punto de asumir cualquier mentira,

una extinción que nos dejara todo.

Desde ese desfiladero me pregunto

cuán triste es en verdad nuestra estancia

en una geografía devastada por las olas

que regresan de una orilla imaginaria,

traen sus humedades a los puertos

de donde no parte ni siquiera el viento.

Nadie es culpable de la fiebre y la náusea

a la salida de un túnel sin amigos.

Nadie es culpable de ser el último en marcharse,

el que cierra la escotilla de mármol

y nos deja encerrados para siempre.

CASTILLO DE IF

La poesía no sirve para cavar un túnel

si este me conduce hacia otra celda

y no hacia el salto desde el desfiladero.

Preciso es fingir alguna muerte

para quedar con vida y ver el mar.

El Bola que yo conocí

El Bola que yo conocí

Epidémica y maravillosa, la crónica salta y palpita. Su roncha es la historia en la piel de los ciudadanos. En unos 20 años, en América Latina han surgido varias revistas de crónicas y reportajes. Al frente de ellas, hay cuatro que sobresalen de manera particular: GatopardoThe ClinicEtiqueta Negra y El Malpensante. En esta última (mi favorita), hace alrededor de cuatro años se publicó un excelente texto titulado “Los enigmas de Bola”, firmado por el colega y amigo Carlos Manuel Álvarez, delicioso perfil acerca de nuestro Ignacio Jacinto Villa y Fernández, y que removió en mí más de un recuerdo.

Soy de esos seres afortunados que puede asegurar que tuvo una infancia inmensamente feliz. Mi familia solía hacer unas tertulias los domingos, a las que asistían varias amistades. Una de las presentes en cada uno de aquellos encuentros era mi tía Nereida Borges López o Nera, como todos le decíamos, que al sentarse al piano de casa siempre tocaba varios temas de lo mejor de la música popular cubana y por supuesto, no faltaban algunas de las piezas que formaban parte del repertorio de Bola de Nieve y que en aquellas veladas de mi niñez, eran cantadas por mi padre.

De ahí me nació mi especial gusto por la música de Bola de Nieve. Esa voz y el sonido que la respalda, sin margen a duda forman parte de mi personal banda sonora. Y es que temas como Vete de mí (Hermanos Expósito), La flor de la canela (Chabuca Granda), No puedo ser feliz (Adolfo Guzmán), La vie en rose (Edith Piaff), Alma mía (María Greever), Ay, mamá Inés (Eliseo Grenet), Chivo que rompe tambor (Moisés Simons), Mesié Julián (Armando Oréfiche)…, podrán ser cantadas por muchos intérpretes, pero las versiones que de dichas piezas realizase Bola de Nieve son sencillamente memorables, gracias a la magia que él impregnase a cuanto tema asumiera en su repertorio.

A lo anterior, puedo añadir que cuando yo era un niño que apenas levantaba dos palmos del suelo, tuve el privilegio de gozar de una actuación del Bola especialmente dedicada para mí. Como escribí líneas atrás, conservo muy gratos recuerdos de mi infancia. Entre ellos, puedo evocar las salidas que periódicamente mis padres, mi hermano y yo solíamos hacer a algún restaurante habanero. El día y el sitio escogidos para aquel paseo y fiesta del paladar podían cambiar, pero lo permanente era que una vez por semana almorzásemos o comiésemos fuera de casa.

Uno de los lugares preferidos por mi hermano y por mí era el Restaurante Monseñor. No sabría decir las razones por tal predilección. Probablemente fuese por la costumbre que tenían en la instalación ubicada en la esquina de 21 y O de poner sobre la mesa cuando se terminaba de consumir los alimentos, unos recipientes con agua de rosa para enjuagar y limpiarse las manos, tradición que no recuerdo se ofreciese a los comensales en ningún otro sitio habanero. Más de una vez nuestros padres nos llamaron la atención por el juego y retozo que formábamos en esos instantes destinados a la higienización.

Sea por dicha u otra razón, el Monseñor resultaba un lugar al que con mucha frecuencia solíamos asistir a fines de la década de los sesenta. Y como se sabe, por entonces aquella instalación era algo así como la segunda casa del Bola, pues allí él se presentaba de manera sistemática. Recuerdo que en una de esas jornadas en que coincidimos en el restaurante, me encapriché en pararme junto al piano mientras Bola interpretaba el repertorio que había elegido para la ocasión.

Acostumbrado como yo estaba a escuchar esas melodías en la voz de mi padre y con el acompañamiento al piano por mi tía Nera, o en los discos de la fonoteca familiar, no era nada extraordinario que me supiese de memoria uno que otro tema y, niño al fin, me pusiera a cantar, primero en voz baja pero después… ¡ya ustedes pueden imaginar!

Mis viejos, que nunca fueron demasiado condescendientes con las malcriadeces mías o de mi hermano, de inmediato me tomaron por un brazo para conducirme hacia la silla de la mesa donde estábamos comiendo y así llamarme al orden. Pero ahí sucedió lo inesperado para mí y para ellos: nada molesto sino más bien muy curioso y sonriente, Bola se dirigió a nosotros e indagó acerca de cómo era posible que yo me supiese aquellas canciones, que no tenían que ver ni un ápice con la música para niños. Al comentarle del gusto que en la familia había por su obra y, tras comprobar él mismo el grado de musicalidad que yo poseía, pidió permiso a mis padres para sentarme en una silla aledaña a la banqueta de su piano y que desde tan privilegiado puesto, yo pudiese disfrutar, mientras quisiera, de sus interpretaciones.

Cierto que en ese instante, yo no estaba apto para comprender que algunas de aquellas canciones que le escuché al Bola, interpretadas en especial para mí, solo deberían oírse en su voz. Igualmente, a la altura de mi corta edad de entonces, me resultaba imposible entender que por obra y gracia de composiciones suyas como ¡Ay, amor! y Si me pudieras querer, él ha sido uno de los máximos exponentes de lo que llaman cubanía, dada su condición de extraordinario intérprete, compositor y pianista.

Todo eso lo interiorizaría muchos años después, porque en aquella ocasión, lo único en que pensé fue que el cantante y pianista que conocí en el Monseñor, llamado allí por todos como Bola y que me dedicó buena parte de su función artística de la jornada, era un hombre bueno, muy dado a la risa y que complacía a niños como yo.

Al reencuentro de Celestino antes del alba

Al reencuentro de Celestino antes del alba

“Pocos libros se han publicado en nuestro país, donde las viejas angustias del hombre de campo se nos acerquen tan conmovedoramente, haciendo casi de su simple exposición una denuncia mucho más terrible que cualquier protesta deliberada. Y junto con las angustias, el propio espacio en que se vive, la tierra, las plantas y sus nombres, el habla campesina, hasta las malas palabras, todo significado en el trajín de su agonía con la visión empeñada en transfigurarlo, y frente a la cual, para resistirle, debe todo apelar a su raíz, a su necesidad última.”

Las anteriores son palabras del gran poeta  Eliseo Diego, a propósito de la aparición en 1967 del libro Celestino antes del alba, debut en el mundo de las letras por parte de  Reinaldo Arenas y una obra de culto en el devenir de la literatura cubana.

Un jurado presidido por  Alejo Carpentier había galardonado la aludida narración en 1965, con una primera mención en un concurso convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Dicen que aquella edición cubana (la única obra de Arenas publicada en su país natal) se agotó en una semana. La novela es una defensa de la libertad y de la imaginación en un mundo conminado por la barbarie, la persecución y la ignorancia. 

Celestino antes del alba inicia el ciclo de una pentagonía integrada por esta novela, así como por las narraciones El palacio de las blanquísimas mofetasOtra vez el marEl color del verano y El asalto. Lamentablemente, la producción creativa de Arenas, quien salió de La Habana vía Mariel hacia Miami en 1980, es desconocida por el que debiera ser su público natural.

Como ha escrito el prestigioso investigador Carlos Espinosa Domínguez al referirse a Celestino antes del alba:

“El protagonista de la novela es un niño campesino que, para sobrevivir a la ignorancia del medio, se inventa un primo imaginario, Celestino. Este viene a ser su alter ego, el otro, el cómplice, el poeta que escribe en las hojas de los árboles y una de las personas que forman su personalidad. Su ingenua fantasía infantil se opone a una realidad vulgar y lo rescata del entorno inmediato, llevándolo a otro ámbito, la gran realidad, la verdadera realidad. Se va formando así un mundo de filiación mágica, hecho a la medida de sus anhelos y necesidades, y en el cual las cosas suceden y no suceden, las personas mueren y no mueren, el mundo es objetivo y no lo es. Alguien sugirió el rótulo de surrealismo tropical para definir esta sucesión de anécdotas fantásticas que mantienen una atmósfera poética, y donde las fronteras entre realidad y ficción no se distinguen”.

Obra debut de alguien nacido para escribir (al decir de José Lezama Lima) y cuyo valor emblemático no deja de aumentar, hoy en Miradas Desde Adentro publicamos un fragmento de esta novela, caracterizada en conjunto por ser una lectura sugestiva y al mismo tiempo inquietante

Celestino antes del alba (fragmentos)

Reinaldo Arenas

Mi madre acaba de salir corriendo de la casa. Y como una loca iba gritando que se tiraría al pozo. Veo a mi madre en el fondo del pozo. La veo flotar sobre las aguas verdosas y llenas de hojarasca. Y salgo corriendo hacia el patio, donde se encuentra el pozo, con su brocal casi cayéndose, hecho de palos de almácigo. 

Corriendo llego y me asomo. Pero, como siempre: solamente estoy yo allá abajo. Yo desde abajo, reflejándome arriba. Yo, que desaparezco con sólo tirarle un escupitajo a las aguas verduscas. 

Madre mía, ésta no es la primera vez que me engañas: todos los días dices que te vas a tirar de cabeza al pozo, y nada. Nunca lo haces. Crees que me vas a tener como un loco, dando carreras de la casa al pozo y del pozo a la casa. No. Ya estoy cansado. No te tires si no quieres. Pero tampoco digas que lo vas a hacer si no lo harás.

Lloramos detrás del mayal viejo. Mi madre y yo, lloramos. Las lagartijas son muy grandes en este mayal. ¡Si tú las vieras! Las lagartijas tienen aquí distintas formas. Yo acabo de ver una con dos cabezas. Dos cabezas tiene esa lagartija que se arrastra. La mayoría de estas lagartijas me conocen y me odian. Yo sé que me odian, y que esperan el día… «¡Cabronas!», les digo, y me seco los ojos. Entonces cojo un palo y las caigo atrás. Pero ellas saben más de la cuenta, y enseguida que me ven dejan de llorar, se meten entre las mayas, y desaparecen. La rabia que a mí me da es que yo sé que ellas me están mirando mientras yo no las puedo ver y las busco sin encontrarlas. A lo mejor se están riendo de mí. 

Al fin doy con una. Le descargo el palo, y la trozo en dos. Pero se queda viva, y una mitad sale corriendo y la otra empieza a dar brincos delante de mí, como diciéndome: no creas, verraco, que a mí se me mata tan fácil. 

«¡Animal!», me dice mi madre, y me tira una piedra en la cabeza. «¡Deja a las pobres lagartijas que vivan en paz!» Mi cabeza se ha abierto en dos mitades, y una ha salido corriendo. La otra se queda frente a mi madre. Bailando. Bailando. Bailando. 

Bailando estamos todos ahora sobre el techo de la casa. ¡Qué de gente sobre el techo! A mí me encanta encaramarme en las pencas de guano, y siempre encuentro algún que otro nido de totises acá arriba. Yo no me como los huevos de los totises, porque dicen que siempre están podridos, y entonces lo que hago es que se los tiro a la cabeza a mi abuelo, que siempre que me ve arriba de la casa, coge la vara larga de desmochar palmas y empieza a juzgarme como si yo fuera un racimo de palmiches. Uno de los huevos se le ha reventado a mi abuelo en un ojo, y yo no sé por qué, pero a mí me parece que se ha quedado tuerto.

Pero no: a ese viejo hay que sacarle los ojos con una garrocha, porque lo que tiene ahí es más duro que el fondo de una caneca. 

Bailando yo solo sobre el techo. A mis primos ya los he hecho bajar y están durmiendo entre los pinos. Dentro del cercado de ladrillos blancos. Y cruces. Y cruces. Y cruces.

«Para qué tantas cruces», le pregunté a mamá el día que fuimos a ver a mis primos. 

«Es para que descansen en paz y vayan al cielo», me dijo mi madre, mientras lloraba a lágrima viva y se robaba una corona fresca de una cruz más lejana.

Yo arranqué entonces siete cruces y cargué con ellas bajo el brazo. Y las guardé en mi cama, para así poder descansar cuando me acostara y no sentir siquiera a los mosquitos, que aquí tienen unas digas peores que las de los alacranes. 

«Estas cruces son para poder descansar», le dije a mi abuela, cuando entró en el cuarto. Mi abuela es una mujer muy vieja, pensé, mientras me agachaba bajo la cama. «Toma estas dos cruces para ti», le dije a abuela, dándole las cruces. Y ella cargó con todas. «Hoy hay escasez de leña», dijo. Y cuando llegó al fogón las hizo astillas y las echó en la candela. 

«¡Qué has hecho con mis cruces, desgraciada!», le dije yo, y, cogiendo un pedazo de cruz encendida, le fui arriba para sacarle los ojos. Pero con esta vieja no se puede jugar, y cuando yo tomé el palo encendido, ella cogió la olla de agua hirviendo que estaba en el fogón y me la tiró arriba. Que si no me aparto ahora estuviera en carne viva. «Conmigo no juegues», dijo abuela, y luego me dio un boniato asado para que me lo comiera. Yo salí para el guaninas, con el boniato a medio comer, y allí hice un hoyo y lo enterré. Luego inventé una cruz con una mata de guanina seca, y también la enterré junto al boniato muerto. 

Pero ahora debo dejar de pensar en esas cosas y ver cómo me bajo del techo sin que abuelo me ensarte con el palo. Ya sé: iré por entre las canales de zinc como si fuera un gato, y cuando él menos se lo piense, me tiro de una canal y salgo corriendo. ¡Ah, si pudiera caerle encima a mi abuelo y aplastarlo!

Él es el único culpable. Él. Por eso nos reunimos aquí yo y todos mis primos. Aquí, en el techo de la casa, como lo hemos hecho ya tantas veces: tenemos que planear la forma de que abuelo se muera antes de que le llegue la hora. 

Esta casa siempre ha sido un infierno. Antes de que todo el mundo se muriera ya aquí solamente se hablaba de muertos y más muertos. Y abuela era la primera en estar haciendo cruces en todos los rincones. Pero cuando las cosas se pusieron malas de verdad fue cuando a Celestino le dio por hacer poesías. ¡Pobre Celestino! Yo lo veo ahora, sentado sobre el quicio de la sala y arrancándose los brazos. 

¡Pobre Celestino! Escribiendo. Escribiendo sin cesar, hasta en los respaldos de las libretas donde el abuelo anota las fechas en que salieron preñadas las vacas. En las hojas de maguey y hasta en los lomos de las yaguas, que los caballos no llegaron a tiempo para comérselas. 

Escribiendo. Escribiendo. Y cuando no queda ni una hoja de maguey por enmarañar. Ni el lomo de una yagua. Ni las libretas de anotaciones del abuelo: Celestino comienza a escribir entonces en los troncos de las matas. 

«Eso es mariconería», dijo mi madre cuando se enteró de la escribidera de Celestino. Y ésa fue la primera vez que se tiró al pozo. 

«Antes de tener un hijo así, prefiero la muerte.» Y el agua del pozo subió de nivel. 

¡Qué gorda era entonces mamá! Sí que era gorda. Y el agua, al ella zambullirse, subía y subía. ¡Si tú hubieras visto!: yo fui corriendo al pozo y pude lavarme las manos en el agua, y, sin inclinarme casi, bebí, estirando un poco el cuello. Y luego empecé a beber utilizando las manos como si fueran jarros.

¡Qué fresca y qué clara estaba el agua! A mí me encanta mojarme las manos y beber en ellas. Igual que hacen los pájaros. Aunque claro, como los pájaros no tienen manos, se la toman con el pico… ¿Y si tuvieran manos y fuéramos nosotros los equivocados?… Yo no sé ni qué decir. Como las cosas en esta casa andan tan mal: yo no sé, a la verdad, ni en qué pensar. Pero, de todos modos, pienso. Pienso. Pienso… Y ya Celestino se me acerca de nuevo, con todas las yaguas escritas bajo el brazo, y los lápices de carpintería clavados en mitad del estómago. 

-¡Celestino! ¡Celestino! -¡El hijo de Carmelina se ha vuelto loco! 

-¡Se ha vuelto loco! ¡Se ha vuelto loco! -Está haciendo garabatos en los troncos de las matas. -¡Está loco de remate! -¡Qué vergüenza! ¡Dios mío! ¡A mí nada más me pasan estas cosas! -¡Qué vergüenza! 

Fuimos al río. Las voces de los muchachos se fueron haciendo cada vez más gritonas. A él lo sacaron del agua y le dijeron que se fuera a bañar con las mujeres. Yo salí también detrás de Celestino y entonces los muchachos me cogieron y me dieron ocho patadas contadas: cuatro en cada nalga. Yo tenía deseos de llorar. Pero él lloró también por mí. 

Y nos cogió la noche en mitad del potrero. Así, de pronto, llega la noche en estos lugares. Cuando menos uno se lo imagina, nos sorprende. Nos envuelve, y luego no se va. Casi nunca aquí amanece. Aunque, desde luego, mucha gente dice que sale el sol. Yo también lo digo de vez en cuando. De vez en cuando. De vez en cuando. De… 

«Que en la casa no se enteren de lo que han hecho los muchachos», me dijo Celestino, y se secó los ojos con una hoja de guayaba. Pero al llegar a la casa, ya ellos nos estaban esperando en la puerta. Nadie dijo nada. Ni media palabra. Llegamos. Entramos en el comedor y ella salió por la puerta de la cocina. Dio un grito detrás del fogón y echó a correr por todo el patio, lanzándose de nuevo al pozo… Cuando yo era más chiquito, abuela me dio una gallina y me dijo: «Síguela hasta que encuentres su nido, y no vuelvas a la casa si no traes los bolsillos llenos de huevos». Yo solté la gallina en mitad del patio. Salió corriendo. Dio tres revoloteos en el aire. Y desapareció, cacareando por entre las mayas y las espinas. -Se me ha perdido la gallina, abuela. -¡Desgraciado! ¡Mejor sería que te murieras! 

Celestino se me acercó y me puso la mano en la cabeza. Yo estaba triste. Era la primera vez que me habían echado una maldición. Yo estaba triste y empecé a llorar. Celestino me levantó en alto, y me dijo: «Qué tontería…, debes ir acostumbrándote». Yo miré entonces a Celestino y me di cuenta que él también estaba llorando, aunque trataba de disimularlo. Y entonces comprendí que él todavía no se había acostumbrado. Por un momento yo dejé de llorar. Y los dos salimos al patio. 

Todavía era de día.

Había caído un aguacero. Y los relámpagos, que no se habían satisfecho con el agua, pestañeaban y volvían a pestañear detrás de las nubes y entre las hojas altas de las matas de cañafístulas. Qué olor tan agradable queda después de un aguacero… Yo nunca antes me había dado cuenta de esas cosas. Me di entonces. Y tragué aire con la nariz y con la boca. Y volví a llenarme la barriga de olor y de aire. Ya el sol no saldría, porque había demasiadas nubes. Pero aún todo estaba claro. Caminamos por debajo de las matas de anones y yo sentía el fango mezclado con las hojas, traspasando los huecos de mis zapatos. El fango estaba frío, y a mí se me ocurrió pensar que estaba caminando por entre la nieve y que las matas de anones eran pinos de Navidad, y que toda la familia estaba en la casa, entre un no sé qué tipo de abejeo y bulla, que hasta entonces no había yo oído. «Qué lástima que en este lugar no haya nieve», le dije a Celestino. Pero ya él no estaba conmigo. «¡Celestino! ¡Celestino!», grité yo, muy bajo, como si no quisiera despertarme y encontrarme en mitad de un fanguero.

¡Celestino! ¡Celestino!…

El Dany: «En un punto todos nos volveremos a reencontrar»

El Dany: «En un punto todos nos volveremos a reencontrar»

Desde que nací he vivido en San Leopoldo, Centro Habana. Todo el mundo sabe que en esta zona la mayoría de las edificaciones se encuentran en mal estado constructivo y que no pocas sobreviven dentro de la categoría de “estática milagrosa”, manera eufemística que tienen los arquitectos para decir que están a punto de derrumbarse. No es noticia, por tanto, que en áreas como la mía, Cayo Hueso, los Sitios…, predominen solares donde en una habitación con barbacoa conviven a veces hasta más de diez personas. 

Pese a tal realidad y a que las calles están destruidas y sin esperanza alguna de reparación por largo tiempo, quienes me conocen saben que me niego a mudarme de este sitio habanero, el lugar del mundo entre los muchos que he visitado en el que más me he sentido feliz. No sabría explicar las razones para ello, porque de aplicarle la lógica, el sentido común me impulsaría a marcharme a la carrera del barrio. Pero no lo hago y me parece que a estas alturas de mi vida ya no lo haré.

Haber vivido siempre en San Leopoldo, rodeado de gente marginal y con las que tengo la más sincera amistad pese a que sus intereses en muchos casos no coincidan con los míos, creo que me ha ayudado a que yo sea más tolerante y hasta mejor ser humano. Estoy convencido que de haber residido en un barrio de “élite”  como Miramar, por ejemplo, mi cosmovisión del mundo sería diferente.

En buena medida gracias a lo anterior y a que soy del criterio de que no se puede obviar el hecho de que cada tipo de música cumple una función social específica, jamás he formulado un mínimo pronunciamiento en contra de géneros como el reguetón o el trap y siempre he defendido el derecho que poseen sus cultores y consumidores de apostar por ambas manifestaciones. Incontables son las discusiones que en tal sentido he sostenido con algunas de mis mejores amistades del mundo intelectual y que discrepan radicalmente conmigo.

Se comprenderá, pues, que he estado en contra de las políticas de censura que en Cuba se han ejercido y se ejercen contra representantes de esas expresiones, cosa que no hago por defender una libertad abstracta o romántica, sino porque pienso que hay que estar a tono con la realidad circundante, la cual (gústenos o no) se produce  por razones que se obvian o no se quieren admitir. 

Aunque me ponga un poco denso, permítanme comentar que los discursos artísticos encuentran una fundamentación en la propia teoría marxista. Según Marx, la cultura, o cualquier otro fenómeno de la vida espiritual, tiene sus más hondas raíces en la vida social y material. Esto quería decir que para explicar cualquier fenómeno había que entenderlo no de una manera abstracta y aislada, sino dentro de un contexto social, político y económico. 

Por tanto, era necesario comprender la sociedad que le había dado vida a esa determinada inquietud de orden espiritual. Marx se percata de que cada época tiene su propia forma de interpretar la realidad, ya no sólo individual sino también colectivamente, y nos advierte de que los hombres se parecen más a su época que a sus padres. La comprensión de todo esto resulta fundamental si se aspira a entender el porqué en Cuba, desde hace 20 años,  se produce un fenómeno como el del reguetón y el trap, algo que ignoran los detractores de ambos géneros.

Fue desde semejante perspectiva que, cuando por las ventanas de mi vieja casa, empezó a llegarme la música de Yomil y El Dany, puesta a todo volumen en los bajos de mi vivienda o en los numerosos cuartos del solar de al lado, no me eran ajenas las frases empleadas en temas del dúo como “Te paso a buscar”, “Como te descargo”, “No me parece”, “Tengo”, “Rikaperry”, “Chona”, “Qué daño fue quererte”, “El bombazo” y “Síguete Moviendo”.

Sinceramente me parece que para entender la Cuba de la segunda década del siglo XXI, por demás harto compleja, hay que comprender el lenguaje, antilenguaje y los símbolos que figuras como Yomil y El Dany (entre otros tantos exponentes de la música urbana) manejan en su discurso. Es esa una asignatura pendiente tanto para los políticos como para la mayoría de los intelectuales cubanos, estos últimos caracterizados consciente o subconscientemente  por un elitismo mojigato.

Cuando hace unos pocos años atrás Amaury Pérez Vidal invitó a Yomil y El Dany a participar en un tema en un disco suyo, recuerdo la discusión que entonces se formó dada la denuncia del cantautor  de que las autoridades de la esfera musical le exigían no incluir al dueto en la pieza, algo a lo que Amaury se negó de plano.

Pensaba en todo lo anterior a raíz de lo sucedido a propósito de la muerte en la mañana del sábado 18 de El Dany o El Sensei, como también se le conocía, por ser ese el nombre de su propia línea de ropa. Es para reflexionar el modo en que la gente de Centro Habana reaccionó ante el suceso, con todas esas personas que de forma espontánea y sin que nadie los convocase, marcharon por Cayo Hueso en homenaje a Daniel Muñoz Borrego, otrora estudiante de medicina y que al morir solo tenía 31 años.

En mi cuadra desde todas las casas se la pasaron el sábado y el domingo sonando música de yomil y El Dany. La vigilia llevada a cabo en la esquina de San José y San Francisco, de la cual existe sobrado testimonio en las redes sociales, me hizo preguntarme quiénes son en verdad los ídolos y modelos de los chamas que viven en los solares de Cayo Hueso, Los Sitios o mi barrio de San Leopoldo.

Muchos admiradores de El Dany que no pudieron concentrarse en San José y San Francisco a las nueve de la noche del pasado sábado, reprodujeron en altavoces desde sus casas el tema “Amanece”, perteneciente al disco denominado MUG (Merecemos Un Grammy), en señal de tributo al desaparecido reguetonero. Resulta significativo que dicho corte no es solo idolatrado por los seguidores del traptón sino que instrumentistas de sólida formación académica también le descargan. Por eso no sorprende que tras enterarse de la noticia de la muerte de El Dany, los violinistas Zamir Muñoz Hernández y Rafael Lay Jr. Hayan subido a las redes una versión instrumental de “Amanece”.

Sucede que el pasado circunstancial de El Dany o El Sensei en el barrio de Cayo Hueso es el presente de la juventud que vive en esa zona habanera u otras como San Leopoldo, y de ahí que esos chamas sueñen con alcanzar el estatus social registrado por el recién fallecido. Poco o nada importa que la música urbana no sea producida por las disqueras oficiales cubanas ni promocionada por la televisión o la radio de Cuba. Eso ya no hace falta pues de ello se encargan las TICs, la aplicación de copia inalámbrica denominada Zapya y el canal de memorias y alternativo a la programación de las dependencias del ICRT  conocido como el Paquete Semanal.

Tengo que confesar que me ha sorprendido el hecho de que la prensa oficial cubana, desde el Granma hasta el Noticiero Nacional de la Televisión, se haya hecho portavoz de la noticia y que incluso, hubiese un pronunciamiento presidencial  en Twitter. Imaginé al principio que sólo en los medios para los jóvenes se daría la noticia, así como en  los no oficiales, donde por supuesto habría —como ya la ha habido— cualquier tipo de especulación (a la hora de vender, como se titulaba una vieja telenovela brasileña, vale todo). 

Empero, admito que me he quedado boquiabierto con el hecho de que la noticia haya sido portada de los segmentos culturales de los principales medios públicos cubanos. ¡Bravo por tal suceso! Y es más: como que hace años trabajo como periodista, sé que tal destaque informativo se corresponde con el contexto y lo que en él acontece a partir de la profusa circulación en Cuba de comentarios del suceso como los aparecidos en el ciberespacio de figuras Como Alex Otaola.

Ahora bien, esto contrasta con la realidad de que el fallecimiento de cubanos (tanto en Cuba como en la diáspora) con un quehacer destacado no recibe un abordaje parecido ni por asomo. Pongo una muestra en tal sentido. El pasado domingo 12 de abril murió en La Habana, víctima del coronavirus, el editor y mecenas cubano Víctor Batista Falla, alguien que ha trascendido por su gran obra en pro de nuestra cultura, sin embargo, ningún medio de prensa oficial informó de la noticia.

El nivel informativo que se le ha otorgado en Cuba a la triste muerte de El Dany debería ser la norma para todo tipo de sucesos lamentables como este. Un amigo, (periodista como yo)  con el que hablo del tema me dice:

“Era de esperar que un buen número de personas, especialmente de centro habana, se movilizaran por la muerte del muchacho ídolo «musical». Igual que los funcionarios sacaran sus notas de lamento. Raro que la hubieran sacado por el fallecimiento de un trovador como el yolo Bonilla. El populismo oportunista es una lacra nacional”.

Yo no estoy del todo convencido de lo que dice mi amigo o a lo mejor es que no quiero llegar a semejante conclusión y prefiero concluir el presente texto con el último mensaje que El Dany, El Sensei o Daniel Muñoz Borrego escribió en sus historias de Instagram: 

«Dejar algo guardado significa que siempre estarás aun cuando te marches… En un punto todos nos volveremos a reencontrar y caminaremos por un mismo sendero”.

René Toledo, un guitarrista cubano imprescindible

René Toledo, un guitarrista cubano imprescindible

René Toledo

Sin que de ello se hable mucho entre nosotros, el listado de compatriotas jazzistas residentes en La Habana, Miami, New York, Madrid, Barcelona… que se ha colado a escala internacional en la nómina de los principales ejecutantes del género, resulta sencillamente impresionante. Lo más llamativo de lo que está ocurriendo, en mi opinión, viene dado porque se han roto los estereotipos que han signado por lo general la producción jazzística cubana y que la han circunscrito en lo fundamental al ámbito del jazz latino o jazz afrocubano, como otros prefieren llamarle.

Semejante enfoque reduccionista ha hecho que expresiones de este gran lenguaje sonoro, como pudiera ser, por poner un par de ejemplos, el free jazz y el jazz rock, entre nosotros apenas han tenido cultores en el pasado cercano. Por suerte, tal limitada orientación ha cambiado, según uno intuye a partir de buena parte de los fonogramas que van saliendo al mercado, tanto entre los músicos de jazz residentes en la Isla como entre los radicados fuera de esta.

Cuando uno empieza a buscar las raíces de la rica movida de la que por estos días somos testigos, uno de los primeros trabajos fonográficos que apunta al cambio en cuestión es el álbum debut como solista del destacado guitarrista René Toledo, otrora miembro fundador del grupo Afrocuba y uno de los artífices de que en 1978, al celebrarse en la Uneac un concurso para jóvenes agrupaciones de música popular, dicha banda fuese el ensemble victorioso, en virtud del altísimo nivel de la propuesta del colectivo en piezas como «Eleggua», recordada composición de Toledo.

El disco titulado The Dreamer, publicado en la ya lejana fecha de 1992 (a doce años de que Toledo se fuese de Cuba a través del puente del Mariel), encaja a la perfección dentro de los parámetros de lo que en el mercado internacional se conocía por entonces como light jazz, una tendencia que tiene sus raíces en el decenio de los 80 como un desprendimiento de la en extremo popular escena del jazz fusion y que se consolida en los 90 hasta llegar a ser una corriente sonora de moda, en virtud de su relativa rápida comunicación con el público no especializado en la materia.

Este CD de René Luis Toledo —perdón, debí decir René Toledo (como él ha preferido llamarse)—, así como un trabajo suyo de 1995, el fonograma denominado Mestizo, casi no han circulado en Cuba y durante años, los interesados en estar al tanto de las lides jazzísticas de los cubanos y en especial de nuestros guitarristas, infructuosamente intentamos acceder a ambas grabaciones. No es hasta fecha cercana y gracias a esa maravilla que resulta internet, que los dos álbumes han aparecido colgados gratuitamente en algunos sitios de la red y de tal suerte, en la Isla hemos podido por fin disfrutar de ellos.

En el caso específico de The Dreamer, es significativo que René Toledo renuncia aquí a la utilización de la guitarra eléctrica, instrumento con el que ha participado como sesionero en una gran cantidad de grabaciones. Así, él escogió para su ópera prima desempeñarse con una guitarra acústica y con cuerdas de nailon.

En sentido general, en lo que fue su ópera prima, Toledo se decanta por una propuesta fresca, fácil de digerir por la audiencia y donde se renuncia a las largas improvisaciones y excesivas muestras de virtuosismo típicas del género jazzístico en cuestión. El repertorio incluido en The Dreamer se arma con temas cercanos a la música instrumental de carácter popular, lo cual no significa que no haya espacio para que los músicos que lo acompañan en esta aventura, así como el propio protagonista del álbum, desarrollen solos llamativos. De acuerdo con lo anterior, uno de los instrumentistas que sobresale en el material, es el pianista Michael Orta, colaborador de Toledo también en el disco Mestizo.

A través de las diez piezas compiladas en la grabación, además de René Toledo y el aludido Michael Orta, participan Orlando Hernández Jr. en la batería y la percusión, el bajista Nicky Orta, Richard Eddy «Edito» en los teclados y el percusionista Anselmo Febles, viejo amigo y colaborador de Toledo desde la segunda mitad de la década de los 70. Aunque en el CD todo se hace de forma en extremo comedida, acorde con los parámetros del light jazz, no hay falta de vitalidad ni de energía en The Dreamer, como lo demuestran temas como «South beat», «Sunburst», «Glasgow’s waltz» y en especial, el que da nombre al fonograma, o sea, «The Dreamer», mi corte favorito en la producción.

Disco pionero en el cambio que en los últimos años ha vivido el jazz hecho por cubanos, sin grandes alardes técnicos ni excesos de virtuosismo, deja a las claras que entre los jazzistas procedentes de esta Isla, René Toledo, o René Luis como siempre le conocí, es uno de nuestros guitarristas imprescindibles, tanto en la versión eléctrica como en la acústica del instrumento de las seis cuerdas.

Para recordar a Albis Torres

Para recordar a Albis Torres

Albis Torres

Aunque La Habana es una ciudad pequeña y promiscua, no conocí a Albis Torres. O tal vez sí, hasta fuimos amigos de algún modo secreto, gracias a las muchas lecturas que hice de textos suyos como los incluidos en la antología Usted es la culpable o a que nunca me perdía su extraordinario programa Palabras contra el olvido, transmitido en Radio Ciudad, en la época que la emisora ubicada en el quinto piso de N 266 evidenciaba que, talento mediante, sí se puede hacer una radio que valga la pena, bien distante de la mediocridad que hoy prevalece en la radiodifusión cubana.

Solo han transcurrido 16 años de que Albis Torres desapareciera físicamente el 15 de marzo de 2004 y sin embargo, los más jóvenes desconocen quién fue esta genuina creadora. Por eso, al margen de que yo no tuve el privilegio de visitar su apartamentico en Jovellar número 111 y participar en las charlas y discusiones que allí se daban sobre lo humano y lo divino entre personajes a los que admiro como Atilio Caballero o Lázaro Sarmiento, en la medida que puedo, intento que en Miradas Desde Adentro se mantenga viva la memoria cultural de este país. Así, para que el posible interesado de las nuevas generaciones tenga una mínima idea de quién es Albis Torres, reproduzco un texto sobre ella escrito por mi hermano Sigfredo Ariel y que sí fue un gran amigo de esta promotora cultural, poeta y directora de programas radiales.

DORMIDA SOBRE LA DICHA 

Por Sigfredo Ariel

Hace veinte años Albis Torres está sentada en una silla de oficina, mirando al objetivo de la cámara (mirándonos) con su linda cara burlona. Unos datos breves bajo la fotografía la describen de manera somera. En la página de al lado unos poemas: “Mamá está en el balcón”, “Ciencia ficción”, “Cocosí”… hablan acerca de ella más y mejor. Yo la había conocido fugazmente un par de años atrás, en Topes de Collantes; la había leído un poco antes en Breaking the Silences, aquella antología de escritoras cubanas que preparó Margaret Randall en el 76 o en una fecha cercana a ese año. Ahora (1985) coincidíamos en Usted es la culpable, con Reina María, Novás, Soleida, Marylin, Escobar, Osvaldo, Víctor, Bladimir, Lorente, Larrea, Codina… Formamos una especie de familia, me dice, y ya sabes, uno no escoge a sus parientes.

En aquellos años no había muchos refugios para los poetas, músicos y pintores jóvenes, gente errante y enamoradiza de los años 80. El más gregario y democrático se situaba en la casa que tenía Albis Torres en la calle Jovellar. En aquella sala diminuta nos conocimos muchos y estuvimos conversando (o discutiendo) a lo largo de siglos. Nos animaba a veces el nebuloso espíritu de “la venganza de Ceaucescu”, espécimen de vino tinto que cobraba muy alto al amanecer la locuacidad de la alta noche. Oíamos a la Burke y a Génesis, Pink Floyd, Ma Rainey, Afrocuba, Barroso, y a unos grupos alternativos ingleses, finlandeses o nigerianos que albergaban los casetes de Atilio Caballero y de los que nadie, salvo él, se acuerda, pero que conocieron instantes gloriosos en la reproductora aquella, instalada sobre la nevera mínima.

Por Jovellar número 111 pasaban también actores y actrices, productores, locutores de la radio, guionistas y directores de cine. Algunos artistas de mucho nombre iban a parar también, inevitablemente, al gran sofá Gollum sobre el cual dormimos algunos afortunados peregrinos, y se platicó sobre todos los asuntos posibles. Wendy Guerra ha escrito un hermoso poema sobre aquellas noches y una crónica y quién sabe si una novela.

Albis-imán, Albis-comedia-drama-sainete, Albis-poeta finísima, Albis-toda la música. Su amigo predilecto era Lázaro Sarmiento: “el mejor de todos nosotros”, nos decía a los demás, como si nos importara, porque al fin y al cabo nos alcanzaba con la cuota de su atención que nos tocaba, fuera un plato de arroz con almejas o la consulta sentimental o profesional, con su respuesta siempre imaginativa al sucesivo, más bien constante, ¿qué tú crees que haga, Albis?

Cuando necesitaba un abogado en las alturas, le rogaba al fantasma de Machito para que intercediera en un asunto irresoluble, como mejorar los parvos resultados académicos de Wendy. Si añoraba un lugar que visitar en el mundo, dividía su deseo entre Angkor y Florencia, y en su fonógrafo íntimo convivían Moraima Secada y Bob Dylan en apasionado maridaje. Se emocionaba con los versos de Walter de la Mare, Gastón Baquero ¿banense como ella? y Allen Tate, entre otros incontables. Creo que su galán imaginario fue Fayad Jamís, profesor suyo de pintura en los primeros años 60, en Cubanacán, con Rigol y Antonia Eiriz.

Me resulta extraño contar cosas de Albis en tiempo pasado, también de Fayad o Pepe Rodríguez Feo, que se marcharon de uno para siempre, igual que de otros amigos míos que ahora andan dispersos por el mundo: Damaris, Tosca, María Elena, Emilio, no sé cuántos más. Albis sentía vivamente sus huecos de ausencia particulares. Casi todos los días mencionaba a personas que echaba de menos y de las que apenas recibía noticias. A la vez detestaba lo que llamaba “encuentros con el pasado”, pues su nostalgia no era de un tiempo anterior, la bobería de la anécdota vieja, sino de la cercanía en el hoy y ahora de la gente semejante, del afín, del equivalente, incluso del antagonista o el revés. Ahora es que vengo a comprenderla, igual que a su poesía, que me revela hoy relieves que antes no había logrado advertir.

El número de la revista Matanzas dedicado a Marta Valdés* incluye un poema suyo: “Imagen de mujer desnuda dormida sobre un potro”. Permiso para un leve sobresalto (Lezama dixit) ahora que Albis se nos aparece.

Dócil bajo su carga

el potro ni ladea los costados

no sea que se caiga

y de repente rompa

como el cristal del agua con su hocico

este encantamiento. 

Busco los poemas que me dio una tarde “porque si los dejas conmigo los voy a cambiar y cambiar hasta desgraciarlos”. Reconozco los tipos de la misma máquina de escribir: tanque de guerra alemán con que escribía libretos para la radiodifusión ingrata con la que siempre o casi siempre estaba en deuda, pues, aunque concibiera y realizara programas y programas espléndidos ¿Palabras contra el olvido?, los agentes del aire siempre quieren, exigen más y, a cambio, dan un mínimo que apenas da para el sustento cotidiano, la electricidad, el agua, el gas, la latica de almejas. 

Me han contado a Europa.

Una y otra vez los buenos peregrinos

la sustraen de la noche nevada.

mis queridos indianos

entre cenas

frugales y tazas de café amargo

la deslizan ante mí

dibujada en una servilleta

allá en París o Rótterdam

o en la Praga antigua.

Ellos vieron al Giotto de mi alma

y al enorme joyán de Brunelleschi

contra el cielo de la sin par Florencia.

Europa ya me sabe a café amargo

y a comidas frugales.

Confieso tener un mapa de Pompeya

y una foto autografiada de Harold Lloyd

que me parece fiable.

Muchas veces, durante muchos años

me contaron a Europa

mientras las cariátides perdían mansamente

las narices.

Toda su obra ocuparía un volumen de modesta extensión. Rompió mucho, desechó, destruyó sus originales. Publicó pocos poemas, siempre movida por un encargo, el pedido de un antologador o alguien de una revista. Procuraba estar atenta a las noticias de la radio y la televisión, que interpretaba luego muy a su manera. Su mirada no estaba centrada en lo temporal, sino en los espacios y la historia de la gente, el tiempo pasaba sin que lo advirtiera. Siempre dejó para luego el reunir su poesía; en realidad, creo que no dio una sola página suya por terminada. Se sentía contemporánea de todo el mundo, por eso lograba entenderse con caracteres disímiles de todas las generaciones. Sus poemas están mezclados con la historia de Cuba, con su familia, real o fantasmagórica, la actualidad de sus amigos y con algunos puntos de su particular mapa del planeta, que era francamente albiscentrista. 

Hay mitos que nadie ha fabulado,

mitos como universos que habitan

en los seres humildes.

El mío son las olas y un hombre

que las vio diligentes hacer y deshacer,

el paisaje lunar de las Galápagos

y un hombre que no cruzó el océano

e imaginó, mil veces veinte, un viaje

sin riberas.

Mi país es ese instante único

que ahora mismo sucede en todas partes,

orillas de la tierra,

lugares a los que no sé ir

ni puedo, y llego sin embargo.

Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas.

No hay mejor patria

ni asta en que poner

bandera alguna.

Amaba la novela gótica, a Bela Lugosi, al libro de Ezequiel, la gran poesía y la gran novela norteamericana del siglo veinte. Le gustaba compartir y leer en voz alta sus hallazgos. Sin embargo, creo que el nexo de comunicación que nos articuló de manera más honda fue la música, lengua común que se enriquecía de continuo. A veces aquel dialecto nuestro lleno de alusiones era ininteligible para quienes nos rodeaban. Adorábamos un tango de Gardel, titulado “Senda florida”, porque parecía encerrar nuestra particular ontología, basada en “las armonías de una dicha singular”. A los boleros que cantaba Vicentico Valdés en nuestra retentiva ¿cientos de ellos? se sumaban un buen día letras de Charly García, un guaguancó de Santos Ramírez (“perdió su barco Colón víctima de un terremoto”), la fase encantada de algún lied, la manera en que alguien (Sarah Vaugham) interpretaba a Lennon-McCartney. Descubrimos juntos muchos mediterráneos y mucho navegamos en ellos. Por no lograr penetrar en nuestra jerga hubo quien llegó a odiar el dueto que formamos.

Albis Torres rendía culto a la memoria viva de todas las cosas, canción o película remotas, una tarde junto a Eliseo Diego que con el tiempo ganaba cada vez nuevos matices e interpretaciones, el Banes de su infancia en el colegio cuáquero, el sabor verdadero de una fruta “que ya no sabe igual” y que en su delicadeza refugiaba su única, indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo en sus últimos años. No sé si porque barruntó su final, creía firmemente en la existencia de una dimensión que acompaña la nuestra, un espacio sin espacio donde no hay pérdidas, melancolía ni evocación, sólo lucidez en medio de las armonías de aquella dicha singular a la que aspiró siempre.

Por ahora

Dejémosla

no sea que la blanda dejadez de sus espaldas

nos diga que está muerta

o que de pronto

sepamos el color de su mirada

y ya no sea más

una mujer dormida sobre un potro. 

*Revista Matanzas. Año VI, Números 2 y 3, mayo-diciembre, 2005.

En el ochenta cumpleaños de José Kozer

En el ochenta cumpleaños de José Kozer

Profesor de literatura hispana durante tres décadas en Nueva York y luego en Vermont, José Kozer es uno de los grandes poetas cubanos de las últimas décadas, aunque en Cuba se conozca poco su obra. En el presente 2020, él cumple ochenta años de vida y en Miradas Desde Adentro queremos festejar dicho aniversario con la publicación de un par de poemas de quien, nadie lo dude, resulta uno de los autores vivos de obligatoria consulta en el actual panorama de nuestra literatura.

Retrato de anciano a plena luz del día

Ahora resulta que. Siempre tiene que haber

algo. Pega un puñetazo

en la mesa. Se retracta

en su interior, de

inmediato: eso va

contra la sana intención,

su nuevo fundamento,

de alcanzar la quietud.

Tranquilidad, no de

tranca. Cabeza baja

y aplaca. Erguida en

distensión la espalda.

Postura, postura, todo

es cuestión de postura.

Disciplina. Un buen

zurriagazo del Maestro

no le hace daño a nadie.

No le vendría de vez

en cuando mal. Y

coger camino sin

dar un paso.

Su monasterio, llevadero, es un cuarto de un

piso alto, zona subtropical,

ni terremotos ni volcanes,

sólo ciclones, y ésos

de la breva al higo: su

práctica diaria consiste

en no ver gente, no hacer

compromisos sociales

(sexuales) alimentar el

cuerpo con harinas sin

gluten (tapioca y alforfón,

ideales: los considera

claves, quizás la clave

de la longevidad): fruta

bomba, verdura de la

era (WholeFoods) no

escuchar las noticias

del día, cero revistas,

y menos cero periódicos:

leer a Stanley Elkin.

Ducharse lo considera práctica y ejercicio de

concentración al enjabonar

las zonas erógenas, tres

veces por semana: otra

base más de la vida

monástica. Se remite

a la vía negativa en

cuanto hace, sanas

son sus prohibiciones,

y luego de ajustar sus

costumbres, medidas

de cordura y moderación

a favor de la prolongación

paradiso terrestre del

cuerpo, se queda con

cuatro o cinco asuntos

aque atenerse: comer

frugal (fundamental)

lecturas edificantes,

a diario ver una

película bobera que

lo haga llorar, no

pensar, y estudiar

a la manera cubana

temas de filosofía

basados en preguntas

canónicas del tipo por

dónde le entra el agua

al coco, o sensu strictu

si el cangrejo camina

lateral o hacia atrás.

Para una biografía literaria

Las tardes se le iban en un abrir y cerrar de ojos,

las noches gravitaban

minuto a minuto en sus

pupilas: cerraba los

ojos que permanecían

abiertos minuto a

minuto, la noche

bogaba en sus

pupilas, imágenes

entrecortadas

aparecían para

desaparecer en

la superficie de los

ojos. Tal vez prender

la lámpara sobre la

mesa de luz, leer un

rato el libro de historia

dedicado a la época

manchú, tal vez poner

al día las cuentas de la

semana, oír un rato los

cuartetos últimos de

Beethoven, hacer la

lista de la compra o

concentrarse en uno

que otro de sus

diversos ejercicios

mentales y corporales

destinados a conservar

no hay de otra la salud

mediante la ataraxia.

Ya son años, por lo menos un lustro en que

no cambia su situación.

Nada sirve de nada, los

somníferos lo espabilan,

a veces sin embargo,

pero no, bien pensado,

a qué hablar. No dormir.

Se echa a reír, sólo de

pensar que dormiría

unas cuantas kalpas,

par de eones, de doce

a quince nuncas y un

par más de jamás (de

los jamases). En

absorta vigilia, ciencia

oscura de hipermétrope

que ausculta y ve que

no (se) ve nada. Orina.

Hace por relajar los

hombros, manos, en

la postura yacente ora

se pone de costado,

decúbito supino, prono,

corre a formar fila con

un montón de monjes

budistas que regresan

con sus cuencos

abarrotados de limosna

(arroz hervido) se pone

en fila, eran hormigas,

motas que en sus

pupilas de pronto

alzan el vuelo, unas

son cuervos, otras

grajas, todas en

última instancia la

inmensa redondez

de su insomnio.

Duerme. Algo se duerme por un rato. Se cree

despierto pero duerme,

no muy a fondo ni

mucho tiempo pero

al abrir los ojos se

siente refrescado, y

no está muerto.

Durmió boca abajo

en el regazo de la

madre, entre los

esqueléticos pechos

del padre, sumido

en la mansedumbre

teológica del abuelo

y entre unos bichos

candela que surgen,

o son jejenes o

cocuyos, de la

peluca que la

abuela ha descuidado

(demostración que ha

muerto).

Se va. Está despierto. Se lavó la cara, comió

dos huevos duros con

pan de cebada, y se

plantó ante el espejo

de medio cuerpo a

ver qué: se puso la

muñequera, mañana

se pondrá la tobillera,

alternará día tras día

ajorcas, coderas,

rodilleras, ríe: no le

sucede nada, está

entero de salud, por

Dios no le crean nada,

duerme como un lirón,

no hay cosa que haga

que no haga para

satisfacción del espejo

del botiquín o la luna

del tocador: y para

consentir su imaginación

que de la noche extrae

lo que durante el día

convierte a medias en

invención, a medias

en biografía.

Poemas de Manuel Sosa

Poemas de Manuel Sosa

Este domingo 28 de junio, el poeta Manuel Sosa celebró su cumpleaños 53. Lo sé no porque él y yo seamos amigos sino gracias a Facebook, ese sitio que tanto me hace pensar en las viviendas solariegas de mi querido y destruido barrio de San Leopoldo en Centro Habana. De inicio, pensé en felicitarlo de forma pública, pero a la postre me pareció algo rutinario y a fin de cuentas forzado.

Preferí entonces dejar transcurrir 24 horas y en vez de tener un simple cumplido, dedicarle el espacio de hoy en Miradas Desde Adentro, con el añadido de compartir en el sitio algo de su excelente producción poética. Lo hago, sobre todo, porque las nuevas generaciones cubiches, tanto de lectores como de escritores, desconocen en su gran mayoría lo que en materia de literatura se hizo en este país durante las dos últimas décadas del pasado siglo XX. Y es que son muchos los que entre nosotros se esmeran en hacer realidad lo que proclamaba desde su título aquel viejo libro de Aldo Baroni: Cuba, país de poca memoria.

Natural de Sancti Spíritus, a Manuel Sosa lo asocio de inmediato con los nombres de un grupo de escritores procedentes de la región central de Cuba y salidos a la palestra pública entre fines del decenio de los ochenta y comienzos del de los noventa. Son los casos de figuras como Heriberto Hernández, Sonia Díaz, Frank Abel Dopico, Arístides Vega  y Héctor Miranda.

Licenciado en Lengua y Literatura Inglesa, entre los libros publicados por Manuel Sosa están Utopías del Reino (Premio David 1991, Premio Nacional de la Crítica 1993), Saga del tiempo inasible (Premio Pinos Nuevos 1995), Canon (2000), Todo eco fue voz (antología, 2007) y Una doctrina de la invisibilidad (2009).  En la actualidad, Sosa reside en la ciudad de Atlanta, Georgia.

Del par de textos que hoy reproduzco, incluyo uno que, según tengo entendido, Manuel Sosa escribió allá por los lejanos ochenta y que versa justo acerca de las palabras como delimitación. El otro es perteneciente a su producción hecha ya en la diáspora.

LA QUEDA

I

La primera palabra en la primera puerta no

advierte y retribuye con su papel de bastimento a la

palabra que golpeará un rostro en el final.

La segunda cita en sombras es otra mentira

como mentira han sido las tumbas, las quedas

anticipadas y estos pobladores sentados en toda su brevedad.

El precio de abdicar se intuye:

si llegara raudo el estafeta,

si vibrase entonces,

si dejara un manto como recuerdo.

Y de recuerdos vive el hombre:

una tregua para amonestarse sin pudor,

una bifurcación cuando los anfitriones rueguen

o acometan.

No es un sitio para evocar, pero hasta donde la vista alcanza,

se vislumbran puntos insalvables,

riscos de sueños y petición,

(adonde nunca llegarán los elegidos)

Acaso alguien camina sin violar la queda

porque no todo descubrimiento es conciliador.

No es un sitio para merecer, pero esta noche se

descubre como una angosta puerta,

y pasan taciturnos a borrar sus cuadernos.

(La primera palabra está en otra página)

La calma suscita un sometimiento que no

importará si es que no importa dividir una casa.

¿Precisan el parlamento esos hombres?

La batalla que interrumpen será olvidada pese a

todo, y en sus memorias continuarán las flaquezas,

los reparos.

«El tiempo que toma hacernos inactuales es el

tiempo del delirio y el afiebramiento»,

y como reza el motivo de los guardas,

y así será, así vendrá la luz sobre sus predicciones.

«La primera palabra, que nadie pronuncie otro

nombre y encontrarán el rastro seguro, el final

prescrito».

Si esta es la noche, decidirá la experiencia:

el asedio comienza inexplicablemente

y alguien confiesa sus delaciones.

(La casa parece tan segura, y será la única razón

para abandonarla esta vez)

II

Palabras: en camino quien desciende y anuncia.

Palabras: esperando como una estación revisitada.

Las palabras en la boca de los sitiadores, que hacen

las paces a espaldas del gobierno.

Para cada gobierno un peldaño, y volver a empezar.

(Valgan los oficios que siembran el desconcierto)

El color local, la caridad de provincia,

el azoro de un delegado amenazante: no todo fluye, poeta.

La noche en la poesía regional es simplemente la queda.

La segunda citas, la segunda muerte, la primera

palabra en su antigua voz.

¿Y quién cambia de parecer, sino el guarda?

Dócil, distanciada otra mujer se estremece.

Nadie necesita esta sorpresa.

No saber del cerco para hacer juego.

En alguna buharda quedan los retratos, las

estampas, las malas noticias.

A la mesa los hijos, las madres que les desconocen

las próximas víctimas.

Así saben cuan larga es la noche, y en la queda

madura el arrobamiento de quienes tardarán

en salir al ruedo.

Así valga el cántico en las afueras, un rumor

casi inaudible y que nadie confiesa.

LUNAS

En cada transposición del silencio, un nido abierto

que busca otro nido triunfal,

dos estoques contra las rejas:

allí he visto juntarse las lunas, en mi piel,

en la garganta que intenta el grito.

Cuando desciende el crisol y sangra la bestia

las lunas se posan sobre yacijas irreales.

Son las noches de untarse esa pócima

abandonada a la indiferencia del muro.

Son las noches de evitar ciertos cumplidos que seducen.

Inapresable mi ánima salvo cuando se juntan

los portentos que ahora confieso,

he tenido que ver cómo talan los sicomoros

y se mella el filo contra la corteza.

He tenido que ver cómo desmenuzan los nidos,

y cómo a mis lunas, en la fragua de la lucidez,

de un golpe separan.

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box

Suscríbase a nuestros boletines diarios

Holler Box