

Por Joaquín Borges-Triana
Nuevamente mayo es testigo de otra emisión de Cubadisco, la feria de mayor importancia en la industria fonográfica cubana. Esta edición se desarrolla del 18 al 26 de mayo y uno de sus principales objetivos en la presente ocasión es rendir tributo al centenario de Benny Moré, también conocido como el bárbaro del ritmo.
Una rápida evaluación del Premio Cubadisco permite asegurar que si bien el certamen a lo largo de los años ha contribuido a establecer jerarquías en el ámbito de la producción discográfica hecha por nuestros compatriotas, aún sigue pendiente el hecho de que en Cuba exista en verdad un mercado para el disco pues a tono con la crisis económica en que hemos vivido desde 1990, en materia fonográfica los cubanos participamos en la oferta pero no en la demanda, como se aspira a que un día (aunque sea lejano en el tiempo) pueda ser. Por lo pronto, publicamos aquí el listado de los galardones entregados el pasado sábado 18 en el acto de premiación ocurrido en el teatro Karl Marx.
Premios Cubadisco 2019.
GRAN PREMIO
PREMIOS ESPECIALES
PREMIO ALMA DE LA MÚSICA
PREMIO A LA EXCELENCIA ARTISTICA
PREMIO CENTENARIO BENNY MORÉ
PREMIO A LA INVESTIGACIÓN MUSICOLÓGICA
PREMIO AL PRODUCTOR MUSICAL
CATEGORÍAS
Música de archivo
Tradición sonera y campesina
Tradición afrocubana
Música de concierto
Música coral
Música vocal
Solista Concertante
Música instrumental
Música instrumental / vocal
Jazz
Cancionística
Canción contemporánea
Nueva trova
Música para niños
Fusión
Tropical Variado
Pop
Música bailable
Urbano variado
Hip hop
Música electrónica
Documental Musical
Producciones Colibrí
Concierto Audiovisual
Making of
Opera Prima
Diseño de Sonido
Diseño gráfico
Notas Musicológicas
Notas Discográficas
Premios de honor
Emisora Habana Radio; Huberal Herrera, repertorista y pianista cubano; Ulises Hernández, compositor y promotor cultural; Moisés Valle (Yumurí), cantante, compositor y líder de su propia banda; dúo Buena Fe, representantes de la Canción Cubana Contemporánea; y programa 23 y M.
Por Joaquín Borges-Triana
Reynaldo García Blanco (Venegas, Sancti Spíritus, 1962) es uno de los principales protagonistas de la poesía cubana contemporánea. En el presente escribe para la radio y coordina el taller literario Aula de Poesía. Ha publicado, entre otros libros de poemas: Casa del fabulador, Larguísimo Elogio y Abaixar las velas. En 2017 ganó el Premio Casa de las Américas con el título Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa. Para Miradas Desde Adentro es un privilegio publicar algunos poemas de este sobresaliente autor.
Lenin y Lennon
Vivimos bajo el signo de Lenin
Afirmaba Gerard Walter.
Vivimos bajo el signo de John Lennon
Decía mi padre.
A las puertas del Dakota
Han dejado un ramo de mirto
Y un guardia parecido al sargento Pimienta
Barre con desgano los residuos despojos del día
Y se va con su salario mínimo
A un cine de barrio
Donde ponen películas de los años sesenta.
Cuando la Gestapo quemó la biblioteca de Lou Andreas Salomé
Dicen que no salía humo.
Que las palabras se precipitaban al cielo
Como pájaros libertos y azules.
Cuando la Gestapo en el pueblote Gottingen
Quemó la biblioteca de Lou Andreas Salomé.
Un hombre
Llegado de las sombras
Y llamado Rainer María Rilke
Dibujaba a contraluz un lirio.
Un lirio de aire
Para Lou Andreas Salomé.
EJERCICIOS PARA NO PERDER LA PACIENCIA
Me gustaría hacer algunos ejercicios para ver mejor la realidad. Digamos abrir la ventana y quedarme extasiado con el basural del frente. Bajar cuatro pisos en pos de un pan y que el vecino se interese por mi salud. Dejar que el teléfono suene unas cinco veces y que al contestar una voz medio dormida indague por Moisés. Me gustaría hacer algunos ejercicios para no tener que escribir de la realidad. Digamos ir por aceite al mercado y descubrir que han cerrado los estanquillos de periódicos. Soportar al comprador de oro con su voz de ferretero sin trabajo. Me gustaría hacer algunos ejercicios para no perder la paciencia. Digamos abrir la ventana y quedarme extasiado con el basural del frente.
LECTURANCIAS
Lee esto de Paul Eluard, me dice… ella se sumerge en mi sombra/como una piedra en el cielo. Y voy al traspatio donde la piedra porosa permanece en su pedestal. Aún quedan restos del maíz de la pasada cosecha. Estas piedras circulares se compraban a los moros. Ellos mismos las fabricaban, cortaban, adulteraban el brillo. En la noche insular –ya los jardines eran visibles – se ponían a dar vueltas y vueltas. El trompo de la harina cansaba como caminar en un cuarto cerrado y estrecho. Yo era la sombra pero también era la piedra. No tenía idea de qué era el cielo. Lee esto me dice y como un ciervo me sumerjo en ella. Poco a poco me convierto en piedra. Poco a poco me convierto en cielo.
TRISTES COMO UN SÁBADO HEBREO
Y sobre la mesa la flor crepé restallaba. A veces, confundida con el humo se tornaba interesante. Nos habituamos al arte de desaprender a tenor de los acontecimientos. Eran esos lunes, tristes como un sábado hebreo en que no teníamos nada serio qué hacer. El tiempo fluía y nos creímos budistas en el Caribe. De cuando en cuando los vecinos del frente venían por sal o fósforos. Y nosotros ahí, como guardianes de una rosa mitad origami mitad artesanía de ocasión. Es la decadencia quise decir pero mi voz fue acallada por el vocerío de las victorias que una vez fueron grandiosas y ahora suenan pírricas.
SEGUNDO DESASTRE
No suena el invierno
no veremos pasar muchachas con bufandas
pájaros grises volando al sur
Hoy se van a volar los techos
se van a partir en dos las bicicletas
te van a asaltar los toros de la memoria
Hoy no vas a poder con tanta podredumbre
con tanta algarabía
Hoy te vas a reventar o te pones a escribir que no suena el invierno, que no veremos pasar muchachas con bufandas, que no veremos pájaros grises volando al sur. A la casa que te has inventado se le volarán los techos y has preferido desandar la ciudad por el temor a que los toros de la memoria o el auto de tu vecino te aplasten para siempre.
Hoy no vas a poder con tanta podredumbre. Ya son muchos los que no pueden con tanta algarabía, con tantas vidrieras relucientes, con tantos carlitos sin trabajo, con tantas economías que suben una escalera que solo Dios sabe si lleva al cielo.
Hoy te vas a reventar o te pones a escribir, a inventarte un invierno, una sonata, un ábrego, un poema en el que bajas una calle, al cuello una bufanda y te pones a decir adiós a unos pájaros que vuelan al sur, pues el invierno se llevó el techo de tu casa y los toros de la memoria pastan en el jardín y no es posible soportar tanta algarabía.
Por Joaquín Borges-Triana
Quienes me conocen, saben que desde muchacho tengo dos grandes pasiones: el rock y el béisbol. Nunca he dejado una de esas aficiones y hoy las continúo utilizando como materia prima en mi relación con la cultura y el entretenimiento. Por ello he disfrutado tanto de Pearl Jam: Let’s Play Two, CD y documental que no es solo un ineludible encuentro con una poderosa descarga de furia revestida de nostalgia por el grunge de los 90, sino un testimonio de amor por la pelota.
Eddie Vedder, quien sabiamente ha trascendido el cliché de cantante acelerado y símbolo generacional para devenir una de las legendarias voces en la historia del rock, desde pequeño ha sido admirador de los Chicago Cubs, equipo que en 2016 consiguió conquistar el título de la serie mundial de las Grandes Ligas, tras años de anhelar el galardón. Así, con dos conciertos en el enorme Wrigley Field, los de Pearl Jam rendían tributo en agosto de 2016 a la historia de una franquicia beisbolera que ha crecido durante los últimos 25 años de la misma forma y paralelamente a las aventuras de una banda que ha cautivado a millones de personas a partir del recordado Ten, de 1991.
El director del audiovisual es Danny Clinch, alguien muy asociado a la tropa encabezada por Eddie Vedder, pues ya les había filmado en ese excelente material de 2007 que resulta Immagine In Cornice, resumen de la gira italiana del grupo durante 2006. Fue Clinch el que configuró buena parte del programa del repertorio de los dos conciertos en el Wrigley Field, dada la cercanía y confianza que le tiene la banda.
Es importante resaltar que el CD publicado bajo el título de Let’s Play Two funciona independientemente del documental, o como dirían algunos «rockumental», recogiendo piezas interpretadas durante esas dos noches en la ciudad del viento, con la inclusión de All the way, el tema que Vedder compuso como homenaje a los Cubs y que se ha convertido en el himno identificativo del equipo.
Let’s Play Two es el primer fonograma oficial en vivo de Pearl Jam, desde Live On Ten Legs (1998). Cierto que al quinteto de Seattle le ha encantado siempre sacar discos en vivo y de ahí que muchos de sus conciertos han sido grabados y lanzados como producciones en directo. En ese sentido, habría que apuntar que sus producciones anteriores fueron constituidas a partir de tomas registradas en distintas fechas y escenarios, así como con variadas audiencias.
Por el contrario, los 17 cortes de Let’s Play Two están grabados en el mismo estadio y con un público muy similar entre ambas fechas. Creo que ello es un factor fundamental que propicia que el grupo suene más profundo que en sus anteriores álbumes en vivo, algo que se comprueba desde el primer tema musical Low light.
Como disco, una vez más se verifica la coherencia que durante los años de carrera ha signado el quehacer de Pearl Jam. Con enorme placer se dejan escuchar clásicos como la zeppeliniana Given to fly y la seminal Jeremy, que en las versiones aquí recogidas sorprenden por aceleradas. Igualmente Go, uno de mis temas favoritos de la banda, en esta ocasión asume una particular agresividad sonora, ideal para el deformado sentido de la melodía de Eddie Vedder.
En el fonograma se incluyen también piezas como Better man, Elderly woman behind the counter in a small town, Last exit, Lightning bolt, Black red yellow, Black, la mítica Corduroy, Inside job, I’ve got a feeling, Crazy Mary y Alive (que nunca falta en un concierto de la banda). Son interpretaciones que transmiten un espíritu de fuerza, de unidad y comunión entre los miembros del quinteto.
Con una tirada que abarca un DVD / Blu-Ray, CD y doble vinil, Let’s Play Two aparece en el mercado a través de Republic Records (Universal Music Group) y es de esos trabajos que sin la menor duda recomiendo tener en casa.
Por Joaquín Borges-Triana
Alguna vez habrá que escribir la historia de lo que en materia de ediciones se ha hecho en la diáspora cubana durante los últimos años del pasado siglo y lo que va de la presente centuria. En ese texto, de seguro un capítulo harto interesante ha de ser el dedicado a Rialta Ediciones, proyecto que se desarrolla desde Santiago de Qerétaro, en México, y que persigue como objetivo “gestionar, difundir y compartir contenidos y documentos relacionados con la literatura, el arte, el pensamiento y la crítica cultural en general.”. Además del magazine cultural que nos entregan de forma sistemática, para mi gusto personal una de las mejores publicaciones en el actual abigarrado universo de las revistas artístico literarias hechas por los cubanos dentro y fuera de Cuba, ya han puesto en el mercado una atractiva colección de libros.
Entre los títulos que han visto la luz gracias al quehacer de Rialta Ediciones podría mencionar Los años de Orígenes, de Lorenzo García Vega; Rumbos sin Telos. Residuos de la nación después del Estado, de Román de la Campa; El libro perdido de los origenistas, de Antonio José Ponte; Moleskine Sergio Pitol, de Gerardo Fernánde Fe y con prólogo de Reina María Rodríguez; Últimos días, de Roberto Brodsky; y Cartas de Hallandale, de José Kozer; Casa no sitiada por la luz, una antología de la obra poética de Roberto Friol seleccionada por Ibrahim Hernández Oramas.
El libro más reciente que Rialta Ediciones ha puesto a la consideración de los amantes de la literatura es Quince cuentos, del autor Ryūnosuke Akutagawa, con traducción, prólogo y notas de nuestro compatriota, el poeta José Kozer. Contentivo de 184 páginas y perteneciente a la Serie Convivio, en la nota promocional que ya circula por la red de redes y escrita por el aludido José Kozer se afirma:
“En Akutagawa, la necesidad del aislamiento se vuelve lectura y esta, escritura. Aislarse para leer y escribir; leer y escribir para aislarse y amparar así un sistema nervioso que lo desbarata. Una escritura, en última instancia, percibida como imposibilidad, sufrimiento y fracaso («Cuando escribo voy punto por punto, momento a momento. Si salto una etapa, me trabo. Y no puedo seguir. Si me fuerzo, algo sale mal. He de permanecer alerta. Pero por muy alerta que esté, ocurre que a menudo lo que quiero decir se me escapa. Ese es mi problema.») Una escritura en que ficción es mentira y esta un intento último, sobrecogedor, de acercarse a la verdad. ¿Cuál es la verdad? En una nota manuscrita que dejó Akutagawa al margen del original de su Juventud de Daidoji Shinsuke, dice: «Mi tragedia fue intentar la grandeza y encontrar mi pequeñez.» Tal vez Akutagawa vio cuando se moría que aquello no era trágico sino más bien algo cuyos términos sencillamente había que invertir.”
Así pues, con la publicación de Quince cuentos, original de Ryūnosuke Akutagawa y con traducción de José Kozer, Rialta Ediciones se anota otro logro en el camino de promocionar siempre algo bueno en relación con la literatura, el arte, el pensamiento y la crítica cultural en general.
Por Joaquín Borges-triana
Hay consenso entre los estudiosos del tema en relación con el hecho de
que en Cuba se habla mucho de cine independiente, especialmente si se
trata de realizadores que quieren, con sus obras, desmarcarse de los
temas, formas de producción o estilos que acompañan al cine oficial.
En Miradas Desde Adentro reproducimos hoy un texto que fue leído por
su autor en el IV Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías
Digitales recién celebrado en Camagüey y que resume el momento actual
del cine independiente en Cuba.
Con el diablo en el cuerpo, o de cómo seguir siendo independiente
Por Gustavo Arcos Fernández-Britto
A todo el mundo le gusta ser independiente, marcar una cruz, dejar una
huella. Es una forma de reafirmar nuestra identidad, rechazando
ciertas leyes, reglas o modelos establecidos. Queremos ser
independientes de nuestros padres, de las instituciones, de un
sistema, del poder, de las dinámicas del mercado, de las órdenes y
convenciones, no importa si estas se mueven en el campo de la
política, las ideas, las manifestaciones culturales, las finanzas, la
moral, el sexo o las prácticas sociales. Se es independiente de algo
para volverse dependiente de otra cosa.
Ser independiente es un anhelo, un gesto, un valor agregado, el bonus
track que corona nuestra existencia. Pero esa noble actitud se
interpreta de las más disímiles maneras en todo el mundo, según las
épocas o momentos. Asociado a la libertad o la autonomía, se convierte
en algo peligroso para el orden y en tal sentido tendrá que ser
sofocado. Comprende una extraña paradoja, ya que –con toda seguridad–
los que hoy ponen más empeño en acabar con los actos de independencia
olvidan que ayer ellos también abogaron y lucharon por obtenerla.
En Cuba se habla mucho de cine independiente, especialmente si se
trata de realizadores que quieren, con sus obras, desmarcarse de los
temas, formas de producción o estilos que acompañan al cine oficial.
Se ha generado toda una conversación mediática alrededor de la
legitimidad del término, su sentido y práctica en nuestro contexto,
donde, por cierto, la independencia ha sido muchas veces asociada a la
disidencia y a la contrarrevolución.
Como todo tiene una historia, deberíamos ser justos recordando que
teníamos obras independientes antes de crearse el Instituto Cubano de
Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1959. Los cortos de
agitación y propaganda rodados en la pasada década de los cuarenta,
bajo el sello de la Cuba Sono Films y sufragados por el Partido
Socialista, y los sindicatos obreros fueron independientes, como
también El Mégano, Jocuma y La cooperativa del hambre, tres
documentales de corte neorrealista y escasa difusión, filmados en los
cincuenta por jóvenes interesados en denunciar la dura vida en los
campos cubanos. Ninguna de ellas operó bajo los esquemas del cine
comercial de entonces, plagado de melodramas, filmes musicales o de
rumberas, y de comedias.
Los que fundaron Hollywood eran emigrantes y empresarios
independientes que, huyendo de las amenazas del monopolio Edison en la
costa este, llegaron a las planicies de California para levantar,
luego, todo un imperio. Nadie tenía tanta influencia en el naciente
Hollywood como Chaplin, Griffith, Mary Pickford y Douglas Fairbanks,
quienes buscando mayor autonomía se unieron para crear, en 1919, la
United Artist, el primer estudio independiente que poco después sería
comprado por uno de los grandes como la Metro Goldwyn Mayer.
El “independiente” David W. Griffith fue uno de los más influyentes
hombres del cine. Sus conceptos del relato, los personajes, las
emociones y las técnicas del montaje conformaron la base principal del
estilo hollywoodense, una marca que todas las cinematografías han
clonado, perdurando hasta nuestros días.
Orson Welles no era un hombre del cine sino del teatro, pero además
era un genio y, con un programa para la radio sobre la llegada de
extraterrestres, aterrorizó de tal forma a New Jersey que los magnates
de la RKO le dieron total autoridad para rodar su primera película,
Ciudadano Kane, hecha con amigos, los actores y actrices de su propio
grupo de teatro.
Si tomamos a Hollywood como modelo universal de un estilo de
realización artística industrializado y eficiente, la obra del ICAIC,
como la de otros países latinoamericanos, resultó independiente, ya
que en las pasadas décadas de los sesenta y setenta pretendió
distanciarse de ellos formal y conceptualmente haciendo un cine
imperfecto. En el propio ICAIC, en su etapa más notable, aparecieron
disímiles poéticas, con figuras como Nicolás Guillén Landrián, Tomás
Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Julio García Espinosa, Enrique Pineda
Barnet o Santiago Álvarez, mostrándose por igual con sus obras, a
veces de forma radical e innovadora y, en otras, siguiendo patrones
estéticos más convencionales.
En Estados Unidos, John Cassavettes, Jonas Mekas, Woody Allen, Jim
Jarmusch, Quentin Tarantino o Steven Spielberg han rodado películas
muy disímiles, pero todos, a su manera, pueden ser considerados
independientes, pues gozan de plena autoridad sobre el corte final de
sus obras y no importará si para realizarlas se apoyaron sobre los
hombros de un gran estudio o empeñaron su propia casa.
En todos los países donde el cine ha logrado mantener una estabilidad
y desarrollo podemos encontrar corrientes, estilos y disidencias.
Cuando un grupo de artistas, empresarios, políticos o funcionarios se
empoderan, surgen las orientaciones, los rituales y las jerarquías. El
“deber ser” sustituye al “ser”. Rápidamente nacen las instituciones,
fundaciones, escuelas, ministerios, festivales y toda la creación
artística se verá inmersa y pendiente de un sistema que la controla,
manipula, potencia o recicla, según sean sus intereses, obviando que
todo arte es contestatario por naturaleza, porque nace de una
indagación personal del propio sujeto a su contexto.
Siempre habrá artistas incómodos, pero pagarán un precio grande por
ello. Necesitan la impugnación para generar una obra, para forzar los
límites y hacer colapsar un modelo. Por eso la independencia debe
estar asociada no tanto a la cuantía del apoyo financiero (quién, cómo
o para qué se paga), sino a la real autonomía o libertad creativa del
artista, quien debe resistirse al molde, la complacencia o la
autoridad. Por eso, podemos encontrar autores y filmes de espíritu
independiente realizados dentro de los marcos más oficiales y
películas convencionales e intrascendentes generadas en espacios
aparentemente alternativos, porque la independencia es una actitud
individual de resistencia.
Nadie ha producido tantas obras en los últimos 30 años en Cuba como la
Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de
los Baños y la Facultad de Medios Audiovisuales (FAMCA) de la
Universidad de las Artes, dos escuelas surgidas en la segunda mitad de
la pasada década de los ochenta y de las cuales han salido la mayoría
de los realizadores, productores, editores, fotógrafos, sonidistas o
escritores del audiovisual nacional.
La mitad de ellos ya no está en Cuba, pero todos encontraron en las
Muestras de Cine Joven, auspiciadas por el ICAIC, un espacio para
hacerse notar. Este evento anual sirve de marco perfecto (aunque no
único) para estudiar las dinámicas por las que se ha movido el llamado
cine independiente cubano. Un dato: solo tomando en cuenta los
materiales exhibidos en sus 18 ediciones (2001-2019), observamos la
cifra de 1003 títulos, entre ficciones, documentales y animaciones; de
ellos, 50 fueron presentados fuera de concurso porque sus autores ya
rebasaban la edad límite de 35 años que exigía la convocatoria.
Uno pudiera preguntarse si estas obras, variadas en calidad y
presupuestos, son, como suele decirse, realmente independientes.
¿Independientes de quién o de qué? ¿Ofrecen una perspectiva estética
diferente a la tradicional? ¿Son el resultado de un proceso de
búsqueda artística, de investigación y reflexión individual sobre el
mundo? ¿Se oponen al pensamiento o discurso oficial? ¿Acaso trabajar
para el “centro” significa ser dependientes? ¿Cómo puede catalogarse
independiente una producción que responde a modelos de enseñanza y
aprendizaje sostenidos por el propio Estado cubano?
Responder a esas interrogantes llevaría al texto por un largo sendero
que se bifurca, un laberinto donde cada autor tendrá su punto de
vista. Cualesquiera que sean las ideas, no debemos olvidar que:
1-En Cuba todas las salas y espacios de exhibición pública están
controlados y administrados por instituciones u organismos oficiales.
No están permitidas las salas privadas ni los circuitos de exhibición
alternativos.
2- Se necesitan licencias o permisos oficiales para rodar obras
audiovisuales en los espacios públicos, organismos, ministerios o
instituciones del Estado. Los realizadores deben presentar los
guiones, sinopsis o escaletas de sus obras antes de ser acreditados.
Está claro que si el tema o tratamiento visual no es del agrado de los
decisores, estos filmes no recibirán el visto bueno y deberán ser
rodados sin ruido y sin nueces.
3- Solo el ICAIC o el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT)
están legalmente autorizados para otorgar esas licencias. Asociaciones
o productoras como Mundo Latino, RTV Comercial, Hurón Azul, la
Asociación Cubana del Audiovisual, entre otras que han contado también
con esas “prerrogativas”, no son autónomas, tienen un organismo
oficial de relación que las representa.
4- Cualquier proceso de filmación (también el del “cine oficial”)
resulta largo y engorroso. La creación artística no escapa de los
males burocráticos y prejuicios que arrastra el sistema cubano. No es
bien visto el patrocinio de empresas extranjeras, bancos o
fundaciones, estén o no acreditadas en Cuba. El llamado sector no
estatal o privado tampoco puede aportar fondos de manera transparente
y directa a las producciones.
5-Las películas de los “independientes” no tienen asegurada su
exhibición comercial en territorio nacional. El ICAIC auspicia desde
hace 18 años la Muestra Joven, la AHS el Almacén de la Imagen, pero
casi ninguna de las obras premiadas y aplaudidas en esos encuentros
han sido distribuidas o vistas de manera normal en salas. Es un cine
no visibilizado, que muere pronto, alimentándose de sí mismo. Esto
disloca el concepto del cine como sistema. Se puede filmar pero no se
puede exhibir, de tal manera que las inversiones no regresan a los
productores o autores.
6- En la última década han surgido nuevas vías para impulsar la
realización de obras “independientes” en nuestro contexto. El Fondo
Noruego para el Cine Cubano, el GoCuba, promovido por el festival de
Ámsterdam, el fondo otorgado por Cinergia o las plataformas de
micromecenazgo (crowdfounding), que permiten obtener financiamientos
utilizando las redes sociales y grupos de inversores son importantes,
pero son solo pequeños nichos a los que recurrir. Todos ellos
coexisten con las oportunidades que ofrecen nuestras instituciones, a
través de estrategias como el Haciendo Cine de la Muestra Joven u
otras en festivales nacionales.
7- Casi un centenar de productoras y grupos de creación independientes
permanecen activos en la isla. Ninguno cuenta con amparo legal. De
extraña forma, han operado con las instituciones oficiales que los
contratan por sus servicios, les pagan por el alquiler de equipamiento
o coproducen sus obras. Baste decir que desde el entorno independiente
han surgido alrededor de 35 largometrajes de ficción en las últimas
dos décadas. Solo 10 han contado con exhibiciones regulares.
8-Los cineastas menores de 35 años pueden soñar con ver incluidas sus
obras en los programas de eventos y festivales nacionales para el
audiovisual, citas puntuales de escaso impacto en las comunidades. Ser
aceptado, tener una sala para exhibir o debatir sus filmes, recibir un
premio es bueno, pero constituye solo una bocanada de oxígeno para
mantener el entusiasmo. Los que sobrepasan esa edad deben labrarse su
propio camino.
La reciente firma de un decreto ley sobre el Creador Audiovisual
Cinematográfico Independiente, dada a conocer oficialmente el 25 de
marzo pasado, pone fin a un largo y a veces socavado proceso de
negociaciones entre los cineastas y funcionarios del Gobierno en pos
de solucionar los problemas de la industria fílmica nacional. Aunque
aún no se conocen las nuevas regulaciones, detalle que ha levantado
suspicacias, es de suponer que la ruta para legalizar las productoras
independientes y la posibilidad de aspirar a fondos de fomento para el
sector devuelva la confianza, el nivel y vigor (tal vez un poco de
Viagra ayude) mostrado en otras épocas por nuestra cinematografía.
De cualquier forma, los prejuicios, las estigmatizaciones y temores
que tanto frenan la creación audiovisual en el país tendrán que
desaparecer, si de verdad se desea impulsar el cine nacional. Se trata
de organizar, sí, pero sobre todo de facilitar la creación. No marchar
de espaldas a dinámicas creativas y tecnológicas que cambian cada día.
Lo esencial no será si las obras son independientes o realizadas por
la industria oficial, si el artista recurre a un modelo o si se
propone subvertirlo, si le venden su alma al diablo o hacen el cine
con el diablo en el cuerpo, si consiguen manejar un proyecto de miles
de dólares o si ruedan pidiendo limosnas. Lo que realmente debe
importarnos es que, después de todo, empecemos nuevamente a hablar,
sin etiquetas, de cine, de imágenes y de Cuba.
Ovidio Urtado es un ejemplo de las personas que asumen la vida con una
mirada integradora. Siquiatra de formación, aunque él es lo que se
suele decir un hombre de ciencias, disfruta a plenitud de las artes,
en especial de la trova. Por eso, con suma frecuencia se le puede
encontrar en la peña que cada miércoles lleva a cabo el equipo de la
revista El Caimán Barbudo en la EGREM. Sobre este y otros temas
conversamos con este especialista, que labora en el Hospital
Emergencia, en Centro Habana.
Por Joaquín Borges-Triana
Cinco de la tarde hace ya que el pico te arde y ahí estás viendo como se ve en el sueño rem el patio de la EGREM girándote en redor. Ahí va el primer acorde del primer trovador.
Guarde, entonces, de tu ira Dios al rústico y al charlador, patriota de prosapia yo sí sé cuánto hay debajo de tu look de perdedor. Ángel de la trova, caído de pie súbete atrás el pantalón que se te ve…
Yo solo no me acerqué porque he visto que ya está otra vez chivándote Joaquín pero en cuanto te calmes te diré no son las siete aún, déjame echar hoy tres…
La voz de Yunier Pérez tiene un matiz especial al interpretar su
tema “Ángel de la trova”, pieza dedicada a Bladimir Pascual Zamora
Céspedes, más conocido como Blado. Es la tarde del 4 de mayo de 2016.
Al comenzar la peña que cada miércoles desde marzo de 2009 (llueve,
truene o relampaguee) se lleva a cabo en el patio—bar de la EGREM, y
tras el tema de presentación: “La canción de la trova”, interpretada a
dúo por Silvio y Adriano Rodríguez, Fide informa a los asistentes que
Blado, el fundador del espacio y muy querido por los asistentes, está
ingresado y según los partes médicos, no hay esperanza de
recuperación.
Sobre las seis y 30 de la tarde, un amigo llama a mi celular.
—Me oyes, Joaco…
—(…)
—Me acaban de llamar de Bayamo… Blado se murió.
Apenas termina de cantar el trovador de turno y, aún con el impacto de
lo que me han informado, me levanto y pido silencio. Pasan unos
segundos antes de que pueda articular palabras.
—Me llamaron para comunicarme que Blado falleció. Se nos acaba de ir,
no sé si al cielo o al infierno, si al fin o al cabo existieran tales
sitios. Lo que sí tengo claro es que dondequiera que él esté, si está
en alguna parte, nos pediría que continuásemos la peña. Así pues, a
seguir cantando y a tomar ron o cerveza en su nombre.
Mientras se reanuda la descarga y cada nuevo trovador que sube al
escenario, evoca de uno u otro modo al Blado, yo rememoro las muchas
ocasiones en que en eventos o diferentes espacios públicos nos
poníamos a discutir, al punto de dar la impresión de que nos iríamos a
las manos. Lo que la gente no sabía era que, la mayoría de las veces,
todo era parte de un performance que armábamos previo acuerdo.
Entretanto, algunos salen a llamar por teléfono e informar de la
noticia. Es así que Paca, la vieja amiga de Bladimir y caimanera desde
los tempranos ochenta cuando fuese llevada a la publicación como Jefa
de redacción, con la tarea de atajar los supuestos graves problemas
ideológicos que allí había, se entera de lo sucedido y, como
periodista al fin, escribe una nota que sale de inmediato en
Cubadebate, en la que da la primicia del fallecimiento de nuestro
Blado.
8:30 pm. Estoy en casa, de regreso de la peña de la EGREM. Mi teléfono
suena y al descolgar, escucho la voz de la Paca.
—Joaco… Blado no está muerto, fue falsa la noticia.
—¡Qué bueno!
—Pero imagínate… Ya yo di la información en Cubadebate. Ahora no sé qué hacer.
—Pues nada… Lo importante es que el hombre está vivo. Digo yo.
La segunda mitad de los 80 fue un momento propicio para el
florecimiento de maneras renovadoras de expresión artística en Cuba.
Así, después de casi veinte años, el importante pintor Umberto Peña
regresa a un salón del Museo Nacional de Bellas Artes con una gran
retrospectiva de su obra.
La literatura ofrece muestras ya estudiadas de las transgresiones
temáticas y formales que tienen lugar en ese contexto. En 1988, el
Premio de Narrativa del tabloide El Caimán Barbudo se le concede a
Sergio Cevedo Sosa, por su libro Rapsodia bohemia, una cuentística
sobre los llamados freakies en la isla caribeña. En el propio
certamen, pero en el género de poesía, resulta premiado un cuaderno de
Norge Espinosa titulado Las pequeñas tribulaciones, que contiene el
hoy célebre poema “Vestido de novia”, texto que —conjuntamente con el
cuento “¿Por qué llora Leslie Caron?” de Roberto Urías— recupera una
tradición homoerótica en el país.
La cuarta pared de una obra teatral homónima, original de Víctor
Varela, derrumba otras paredes. Los jóvenes artistas de la plástica,
que irrumpen por las calles del Vedado con proposiciones estéticas
revitalizadoras del arte insular, en un memorable performance nos
instaron a “Meditar” al pie del monumento a José Martí, en la Plaza de
la Revolución.
Estas pudieran ser pequeñas circunstancias de un concierto mayor,
donde también interviene la propuesta musical, surgida como parte de
toda aquella tremenda energía creativa. La mixtura y la riqueza
artística literaria que flotaba en el aire de esos años, era algo
incontenible y tremendamente contextual. En tal sentido, varios
analistas han señalado que la sociedad de creadores gestada por
entonces, al paso de los años quizás nos resulte como un animal
salvaje, primitivo, vigoroso y recién nacido, que se sacudía y
convulsionaba por erguirse con ademanes pueriles pero cabríos,
ingenuos y a la vez brillantes.
Fue por esa etapa que conocí en persona a Bladimir Zamora. No sabría
decir exactamente cuándo. Entre muchos recuerdos sueltos, lo evoco en
un programa televisivo que él conducía en los tempranos 80, época en
la que también preparó la compilación titulada Cuentos de la remota
novedad. Creo que lo primero suyo que leí, fueron sus poemas incluidos
en Usted es la culpable, libro armado con los decires de un grupo de
poetas y que fue texto de gran impacto entre quienes por la fecha
éramos veinteañeros.
Tal vez nuestro primer diálogo haya sido a propósito del espectáculo
denominado Ejercicios del corazón, del que Blado era algo así como la
columna vertebral; y donde también participaban los trovadores Frank
Delgado y Alejandro Zayas Bazán, así como la poeta Jacqueline Fong,
por aquellos lejanos días estudiante de la carrera de Derecho en la
Universidad de La Habana.
O quizá no fue de ese modo, sino que el primer estrechón de mano nos
lo dimos en alguna de las peñas que él conducía en la antigua
redacción de El Caimán Barbudo en la calle Paseo, como aquella
dedicada al rock y que tuviese una nutrida concurrencia; o la que se
organizó para estrenar el documental de Víctor Casaus y María
Santucho denominado Una huella en el asfalto, sobre el quehacer de
Carlos Varela y la banda que le acompañaba.
A lo mejor el inicio de nuestra infinita conversación en relación con
lo humano y lo divino y, en la que por encima de todo aprendí y
aprehendí la esencia de lo que es ser cubano, tuvo lugar en el quinto
piso del edificio ubicado en calle N #266 (Vedado), en los estudios o
pasillos de la emisora Radio Ciudad de La Habana, a propósito de una
invitación del Blado cuando la publicación de mi artículo “La
Generación de los Topos”, en Juventud Rebelde, para dialogar del tema
en alguna de las emisiones de “Pisando el césped”, programa que salía
al aire el domingo por la noche y donde él fungía como director y
conductor; o en el espacio “Entre 8 y 10”, en el que compartía la
dirección con Alejandro Zayas Bazán. Empiezo a calcular fechas, pero
me doy cuenta que resulta imposible precisar…
Los años en los que conocí al Blado fueron los más locos y felices de
mi vida. En ese período, yo me desempeñaba como instrumentista en
grupos musicales que actuaban en cabarets habaneros de segunda,
tercera e inferior categoría. Fue gracias a dicha experiencia que
descubrí lo bueno y lo malo de la vida nocturna; sobre todo de la mano
de bailarinas que no tenían el menor prejuicio para compartir con un
ciego la alegría del cuerpo, algunas de las cuales (estén en Cuba o
allende los mares), muchos años después, continúan siendo amigas mías.
Por suerte o por desgracia, hoy no sé muy bien, puse stop a esa
riquísima y divertida etapa y decidí que, aunque me costase trabajo,
llegaría yo a ser periodista. Uno de los modelos que seguí, fue justo
el de Blado…
Lo que sí tengo claro es que la primera lección de eticidad que recibí
de su parte, ocurrió en el último trimestre de 1990, tras el cierre
por falta de papel de El Caimán Barbudo y de Alma Máter, donde
trabajábamos respectivamente, en las reuniones que se dieron con los
periodistas de la Casa Editora Abril para reubicarnos. Al saber que se
mantendrían vivas ciertas revistas, Blado defendió de manera enfática
su derecho a que, mientras hubiese en dicha institución un centímetro
de papel para escribir, tenía que estar él entre los que lo hicieran.
De tal suerte, Bladimir y yo fuimos a parar al engendro que se creó,
denominado Somos. Al cabo de un año, cuando fuimos a ser evaluados por
nuestro desempeño, la directora de la publicación (y de cuyo nombre no
vale la pena acordarse), expuso que Blado, así como otros redactores y
yo, “teníamos buen dominio de las formas pero problemas en el
contenido”. Ese eufemístico modo de decir significaba que
“confrontábamos problemas ideológicos”, lo cual en esa época equivalía
a que fuésemos expulsados del gremio periodístico. Un infame episodio
que fue zanjado gracias a la intervención de Caridad Diego, por las
fechas directora de la Editora Abril.
En la religión yoruba, los ibeyis son santos menores, hijos gemelos de
Changó con Oshún, pero criados por Yemayá. Las hermanas Lisa-Kaindé y
Naomí Díaz, dos franco-cubanas hijas del gran percusionista pinareño
Miguel Aurelio Díaz Zayas, “Angá” (fallecido en 2006), en el instante
en que iniciaron la carrera musical, optaron por llamarse con el
apelativo de Ibeyi. Al decir de Roberto Zurbano:
“Para quienes no creen en los muertos, cuando escuchen a esas niñas
sepan que están moyubbando a su padre de quienes escucharon muchos de
los temas con que hoy fascinan multitudes en París, Toronto o durante
las pasarelas de Chanel en El Prado habanero. En cada concierto o
video de Ibeyi asistimos a un ritual extraordinariamente poderoso.
Sostienen el fuego de la creación con las armas del rigor, la
femineidad y una globalización que no oculta la raíz de religiones y
saberes populares.”
La noche del 5 de mayo del 2016, durante la primera jornada del
festival Musicabana en el Salón Rosado de la Tropical, mientras
asistía al concierto debut de las Ibeyi en Cuba, más de una vez sonó
mi celular. Todas eran llamadas a propósito de la gravedad del Blado.
Fue Darío Alejandro, una de “las últimas adquisiciones” de El Caimán,
quien en un momento se me acercó y me dijo al oído:
—Grillo acaba de llamar. Blado murió.
Casi al unísono, al celular me entraba un SMS de la Paca, quien sabía
que yo estaba en la Tropical:
—Por favor, date un trago en mi nombre como despedida de nuestro
hermano Bladimir.
Las repercusiones por el ahora sí confirmado fallecimiento del Blado,
comenzaron a sucederse una tras otra. En el variopinto conglomerado de
las publicaciones cubanas de “dentro y fuera” y de uno u otro espectro
que proliferan en el ciberespacio, aparecieron disímiles trabajos a
propósito de la vida y obra de Bladimir Zamora Céspedes. Y no podía
ser de otro modo, si se piensa en la intensa y fructífera actividad
desplegada por este hombre, más allá de su “look de perdedor”. Unos
pocos ejemplos así lo demuestran:
Junto al musicólogo Danilo Orozco, a inicios de los 90 asesoró al
español Santiago Auserón en el proyecto Semilla de Son, un
recopilatorio discográfico de grandes figuras de la música cubana. Fue
uno de los organizadores de los encuentros entre el son y el flamenco,
celebrados en Sevilla, y que sirvieron de plataforma para el
relanzamiento a escala internacional de Compay Segundo, antes del
boom del Buenavista Social Club.
En unión con su amigo Felipe Lázaro, poeta y editor oriundo de Güines
y radicado en Madrid, preparó en 1995 la antología Poesía cubana: La
isla entera, publicada por Editorial Betania y que reúne a 54 poetas
cubanos residentes en la Isla y la diáspora: algo que hoy puede
parecer lo más normal del mundo, pero que por aquella fecha aún no era
bien asimilado por los clásicos extremistas de uno y otro signo.
No preciso dónde fue que leí, ni de quién es la frase, acerca de que
la muerte no es solo la muerte y hay coletillas que pueden reducirla o
aumentarla… El caso del Blado no fue la excepción. Cuando escucho a
ciertos personajes decir con tono “compungido” que han sentido mucho
el fallecimiento de Bladimir, de inmediato vienen a mi mente
fragmentos de una canción de Carlos Varela en la que se afirma: “El
lobo y el corderito andan juntos a mi lado, pero como se disfrazan
nunca sé con quién he hablado”. Y es que tales individuos poco o nada
hicieron en los últimos tiempos por el Blado, cuando él supo de verdad
quiénes eran o no sus amigos.
—En estos días, la gente que me rodea me pregunta por qué tiro el
primer trago al suelo, y contesto “ea” en andaluz, o contesto muy
bajito: “pa los santos”, sin dar más explicaciones. También vuelvo a
mis lecturas de juventud, con Bukowsky y a repasar poemas del
compañero Bladimir. Recordando conversaciones y complicidades, no
recuerdo ninguna sobre la trova, nunca apareció la conversación y
nunca me dio por preguntar entre botella y botella de ron. Él me
enseñó a conseguir tragos baratitos en La Habana Vieja cuando salí de
la casa de Lupe y algunos truquillos canallas pá poder buscarme la
vida, que algún día, con un trago de por medio, le contaré a usted… La
complicidad con Bladimir no sé cuándo empezó, pero su paternalismo
discreto me daba seguridad. Discutir sobre libertad sexual o consumo
de drogas era un placer en las noches que nos fuimos de curda solos
por La Habana. Un discurso libertario es muy difícil de defender
cuando mandan los que solo saben obedecer a su amo y joder al prójimo
para recibir un premio… Pero en el individuo solo puede mandar el
individuo, para tener una mínima posibilidad de alcanzar la felicidad.
Todo lo demás es engañarnos, y obedecer por miedo.
Las anteriores son palabras de Emilio García, un hermano andaluz que
tengo, y que en una de sus estancias en la Habana, le presenté al
Blado y él lo acogió con ese cariño paternal del que hacía gala con no
pocas personas. De ello podrían dar testimonio en el ámbito de la
trova figuras como Frank Delgado, Carlos Varela, Polito Ibáñez, David
Torrens, Kelvis Ochoa y más recientemente su compadre Ray Fernández; o
en el universo literario, poetas como Sigfredo Ariel y Camilo Venegas.
Nacido el 13 de abril de 1952 en una finca bañada por el río Cauto, al
lado del pueblito rural llamado Cauto del Paso, en 1976 Bladimir
Zamora Céspedes se gradúa en la Licenciatura en Estudios Cubanos en la
Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Regresa a Bayamo y
despliega tan intensa actividad artístico literaria en la apacible
vida de su tierra natal, que origina incomodidad entre los
funcionarios de cultura de turno, acostumbrados solo a cumplir las
tareas orientadas por las instancias superiores. Semejante hostilidad
motiva al Blado a retornar a La Habana en 1979.
Poco después adquiere un pequeño y antiguo cuarto en la segunda planta
de un edificio solariego de La Habana Vieja. Ahí, ni en su mejor
momento, hubo un mínimo de condiciones para residir: además del
espacio limitado, no había agua y por tanto era necesario cargarla; la
edificación tampoco disponía de un baño donde hacer las necesidades
fisiológicas y para ello el Blado tenía que emplear un cubo, con todo
lo incómodo y antihigiénico que resulta; por no hablar de la vergüenza
que pasaba ante las personalidades cubanas y extranjeras (es sabido
que por “La Gaveta”, como se nombraba a aquella habitación, desfiló
hasta el cineasta español Pedro Almodóvar) que le visitaban por
asuntos de trabajo o amistad, y que en algún instante sentían el
humano deseo de utilizar ese elemental servicio sanitario del que
Pascual (como me gustaba decirle para fastidiarlo) carecía.
En incontables ocasiones visité aquel cuartucho desvencijado donde,
sin embargo, se atesoraba una copiosa cantidad de libros y discos
(llegaron a haber más de 2000 títulos), con algunos ejemplares incluso
hasta del siglo XIX y valorados por los conocedores de la materia como
patrimonio cultural de la nación. Pero lo que más me sorprendía al
llegar a aquella mísera habitación, era que allí uno podía toparse de
entrada o salida con gente tan distante en su manera de pensar y que
iban desde un Fernando Rojas hasta un Antonio José Ponte. Siempre
admiré tal proyección ecuménica e integradora de Bladimir, la cual
nunca entró en contradicción con el hecho de que sirvió a la
Revolución en cuanto le fue posible y sin esperar nada a cambio (jamás
solicitó ningún tipo de prebenda en su favor), sino sólo por cumplir
con su conciencia y por el auténtico placer de aportar un granito de
arena al proyecto sociopolítico que se ha intentado edificar en este
país, al margen de que él se negara de plano a pertenecer a
instituciones como la UPEC, por considerarlo una pérdida de tiempo.
La mejor persona y de sentimientos más nobles que ha andado entre los
caimaneros en los últimos años es Yamilee Castellanos. Quizás por eso,
o porque ella y Blado profesaban idénticas creencias religiosas y
según las cuales eran hijos de la misma deidad (Oshún), cuando a
comienzos de 2012 la salud de él daba señales de franco deterioro,
Yamilee cargó con Bladimir y logró convencerlo para ingresarlo en el
Hospital Naval. Allí se comprobó algo que dejó boquiabierto a los
allegados al Blado: por las pruebas a las que fue sometido, se
verificó que él no era alcohólico. Se comprobaba así algo que solía
afirmar: “Yo bebo porque quiero, si lo deseo puedo dejar de hacerlo”.
Y así fue. Al salir del Naval iba con la orientación médica de no
darse un trago más, pues de hacer lo contrario su maltrecho hígado no
resistiría la batalla. Durante seis meses parecía que Blado cumpliría
con lo dictaminado por los especialistas. A veces llegaba a comprar la
botella él mismo para que los demás bebiesen, pero no consumía ni una
gota.
Cierto día entre agosto o septiembre de 2012, estábamos en la Peña del
Caimán en la EGREM. Se había acabado ya la botella de ron Mulata
asignada por concepto de producción, cuando Blado me tocó por el
hombro y bajito, muy bajito, me dijo:
—Vivir sin beber es demasiado aburrido.
Yo, que había estado esperando aquello de un momento a otro, solo le repliqué:
—¡Sabes que te vas a morir!
—Sí, pero… Arriba, compay, despéinese y ponga aquí una botella de
añejo blanco, que vamos a beber.
Lo que vino después es de sobra conocido por las amistades de
Bladimir. Aproximadamente durante año y medio empinó el codo con
ganas, hasta que en el primer trimestre de 2014 su hígado no aguantó
más. Tras un ingreso urgente y el diagnóstico confirmado de Cirrosis
Hepática, con la expresa prohibición de ingerir alcohol, a fines de
marzo de ese año Blado opta por regresar a Bayamo junto a su madre
Sonia, su hermano Juan Ramón y otros familiares, sin que esto
representase el abandono del espacio ganado por él en las páginas de
su Caimán Barbudo, en las que se mantuvo escribiendo hasta el final de
sus días.
En la provincia de Granma, a diferencia de lo vivido por él en La
Habana, recibió la cooperación de las instituciones culturales del
territorio, en especial de la Asociación Hermanos Saíz, de la que él
fuese vicepresidente a nivel nacional y declarado miembro de honor.
Aunque nunca le concedieran la condición de “maestro de juventudes”,
algo que en su fuero interno siempre anheló. NO VOLVIÓ A BEBER, pero
ya era tarde.
En una de las memorables tertulias que mantuvimos en la Gaveta del
Blado y en la que estaban, entre otros, el “Mariscal” Manuel Henríquez
Lagarde y la poetisa y editora Aymara Aymerich, recuerdo que acordamos
dedicar como mínimo dos páginas de la revista al primero de los
caimaneros que muriese.
Hoy, Bladimir Pascual Zamora Céspedes, galardonado con la Distinción
por la Cultura Cubana y cuya consigna era “hay que beber y ser
revolucionario”, ya no está entre nosotros y yo, por mi parte, tengo
la conciencia tranquila pues en vida cumplí con este hermano mío y
ahora, después de muerto, honro el acuerdo establecido hace años en
medio de una jornada de intenso octanaje etílico.
Por Joaquín Borges-Triana
A Jorge Molina se le conoció de inicio como actor. En ese momento,
nadie podía imaginar que con el transcurrir del tiempo, él se
convertiría en un realizador fundamental en la historia del cine
independiente hecho en Cuba. Con su más reciente película, Molina’s
Margarita, vvuelve a apostar por una propuesta transgresora, a tono
con el espíritu que siempre le ha caracterizado. Es por ello que con
sumo placer, en Miradas Desde Adentro reproducimos un trabajo crítico
acerca de este filme, otra muestra más de un creador que se renueva
constantemente.
Molina’s Margarita: la máscara como revelación
Por José Luis Aparicio Ferrera
Molina’s Margarita (2018), la más reciente experiencia audiovisual del
cineasta cubano Jorge Molina, no comienza en la ficción pura, al uso,
sino en ese relato manipulable y corredizo que de conjunto llamamos
realidad. Es 25 de marzo de 2016. En solo unas horas, los Rolling
Stones harán vibrar a más de un millón de espectadores en una
memorable noche habanera. Para casi todos los presentes, ese será
probablemente el concierto de sus vidas. Sin embargo, es aún temprano.
Una cámara curiosa alcanza a registrar la espera, el escenario todavía
lejos, los inciviles barrotes de la Ciudad Deportiva…
Es entonces cuando un viejo militante del Partido Comunista de Cuba
(PCC) asoma en la secuencia documental, con su pullover Barrio Adentro
bien metido en el pantalón, declarando en letanía su preeminencia
social como agente del cambio: ese cambiar todo lo que debe ser
cambiado, sin cuestionar la ideología, para el bien del país, que es
lo que siempre se pretende.
Este detalle disonante, en un montaje compuesto en su mayoría por la
opinión efusiva y nostálgica de veteranos rockeros, no puede ser menos
que un primer aviso. Parece una escena arrebatada a los predios de la
ficción, un personaje ideado por Juan Carlos Tabío. ¿Somos capaces de
creerle al militante? ¿Podemos ver más allá de su gestualidad y
caracterización, de su involuntaria caricatura del agente socialista?
¿Se puede abogar por el cambio desde la pura encarnación del
estatismo? Lo que sigue es el relato de una represión no muy lejana:
pelos largos y música del enemigo, rebeldes vs. rock & roll.
Molina hace de Molina (y no sé si es seguro decir que aquí comienza la
ficción, la autoficción…), un cincuentón ex-profesor de Marxismo, fan
absoluto a Mick Jagger y los Stones, quien termina de arreglarse para
salir hacia el concierto. Entonces, alguien toca a la puerta de su
pequeño apartamento. Margarita (Katerine Arias), antigua alumna y
amante no del todo consumada, ha escogido esa tarde para regresar del
extranjero. Tienen asuntos pendientes, sin terminar… Ante la
perplejidad de Molina, ella suelta, refiriéndose a Jagger y al
concierto: “Elija, profesor… ¿el Flaco o yo?”.
A través de un largo flashback, accedemos a los orígenes de la pasión.
Corre 1994. Mientras el país se cae a pedazos, Molina es un profe
iconoclasta en la Universidad de La Habana, que les habla a los
estudiantes del marxismo y sus contradicciones. Gustavo (Roberto
Perdomo) encarna al catedrático oportunista que predica la moralina
oficial de día, mas practica el hedonismo satánico de noche. Dentro
del claustro, Gustavo cuestiona a Molina por su rebeldía y gustos
americanizados; en horario extracurricular, lo incita a intimar con
las alumnas.
Aquí reaparece Margarita, una tímida pupila que transita sin complejos
a femme fatale. La doble articulación de su personaje y el de Gustavo
nos habla de un mundo de apariencias, donde la máscara juega un papel
simbólico, pero también literal.
Margarita alude a la feminidad como presencia ominosa, un motivo
recurrente en la obra de Molina; es una más de sus mujeres-súcubo,
rasgo heredado del noir y del horror al uso. La fascinación que ejerce
su sexualidad representa una amenaza para el protagonista, quien no es
capaz de comprender ese misterio ni de prever posibles consecuencias.
Es lo eterno-femenino subvertido, al menos a primera vista, pues el
desarrollo de la historia irá desmintiendo este abordaje a priori, que
parece coquetear con la misoginia.
El mito germano de Fausto ha seducido a varios de los grandes
directores de la historia del cine. Basta recordar las versiones
realizadas por F. W. Murnau (Faust, 1926), René Clair (La Beauté du
diable, 1950), Brian De Palma (Phantom of the Paradise, 1974), István
Szabó (Mephisto, 1981), Jan Švankmajer (Lekce Faust, 1994) o Aleksandr
Sokurov (Faust, 2011). Se despliega entonces Margarita como una
reescritura moliniana y surrealista-socialista del mito, más cercana a
un Mijail Bulgakov (El Maestro y Margarita) que a las iteraciones de
Goethe (Fausto. Una tragedia) o Thomas Mann (Doctor Fausto), pues
rescata el cuestionamiento a la hipocresía y la doble moral del
mundillo socialista, nunca mejor evidenciadas que en la torpeza y el
patetismo de sus pequeños funcionarios y adalides.
Molina mezcla esta tradición mítico-fantástica con su mirada
corrosiva, nunca antes tan politizada, para deconstruir los ideales de
la moral socialista y el hombre nuevo. Emprende su narración más
compleja hasta la fecha: una de las pocas, quizás la única, donde
accede a contextualizar, a meterse con la Historia, pero sin abandonar
su sensibilidad bizarra, aquellas obsesiones autorales que lo han
hecho un director de culto. Esa mirada singular y antisistémica
permanece en este híbrido múltiple, donde coexisten el registro
documental, la crítica sociopolítica, el erotismo soft-core y la
habitual tensión entre el horror y lo fantástico.
En la escena medular del filme, imposible de reducir a este párrafo,
Gustavo oficia una ceremonia de visos paganos, túnica roja y máscara
veneciana mediante. El sexo lésbico es ritual que subyuga ante la ley
obscena y corrupta. El profesor oportunista es Mefistófeles, un
intermediario del poder, que es a la vez su fractal. Margarita da su
cuerpo como ofrenda, pero es pragmática la sumisión.
El pacto fáustico se cierra con la orgía. Molina solo alcanza a
espiar, afligido, no satisfaction. El poder lo ha privado de esos
vicios, pero lo obliga a mirar. Asumir la posición de voyeur implica
una castración. Después de esa noche, Margarita abandona el país y a
Molina lo expulsan de la universidad.
Una búsqueda apresurada de referentes nos haría pensar en Eyes Wide
Shut (Stanley Kubrick, 1999), pues Margarita comparte el foco en la
obscenidad del poder y su carácter ritualista, sectario. El Dr. Bill
Harford de Tom Cruise tampoco consuma el deseo sexual, ni siquiera
cuando invade el espacio de los privilegiados a través de un ardid; se
limita a pasearse entre los cuerpos, fascinado y repelido a la vez.
La música del también cineasta Rafael Ramírez para la orgía, bajo el
título de Orgy of the Bicephalus, trae al recuerdo las partituras de
Jocelyn Pook para el filme de Kubrick. Sin embargo, hay un referente
mucho más cercano a la sensibilidad molinesca: las películas del
francés Jean Rollin, híbridos de dark fantasy y porno suave, donde
coexistían las tramas vampíricas con el lesbianismo estetizado, como
en La Vampire Nue (1970).
La actuación de Molina es notable, no solo porque se interpreta en dos
tiempos, sino por la extraña identificación que suscita en el
espectador. Borda un personaje que exuda ternura y vulnerabilidad, que
no teme a exponerse física y emocionalmente. Destacan, además, la
fuerza y frescura de Nabilah Fernández, como una de las discípulas más
lanzadas, y la solidez de Roberto Perdomo, así como la fotografía de
Alán González y el guion de Fernando Cruz.
Este mediometraje de 45 minutos viene a ser el colofón de la
autonombrada Etapa Rosa de Molina, compuesta también por Borealis
(2013), Sarima a.k.a. Borealis II (2014) y Rebecca (2016), ficciones
donde el director ha integrado el melodrama a sus habituales
exploraciones intergenéricas. Se realizó de forma totalmente
independiente, algo habitual en su trayectoria, gracias al apoyo de la
Embajada de Noruega en Cuba y la colaboración de varias productoras no
estatales.
El mítico concierto de los Rolling Stones invade ya el imaginario de
los creadores audiovisuales cubanos: desde documentales como Stones pá
ti (Eduardo del Llano, 2016), hasta el corto de ficción Ulysse Size
T-Shirt (Carlos M. Quintela, 2018), pasando por Sangre cubana (Edgardo
Pérez, 2018), ese hito del cine amateur nacional. El suceso se
presentaba cual conclusión de un período de cambios, de apertura… Era
nuestro Woodstock particular. Ahora sabemos que fue una ilusión
efímera, un exceso de ingenuidad y optimismo. Nos ha tocado lidiar con
la terrible resaca.
Molina’s Margarita ayuda a construir una posible caja negra de estos
fracasos. A entender que, en el juego de las máscaras, estas no
cumplen la función de ocultamiento, sino de revelación.