Autor: Joaquín Borges-Triana

Poemas de Heberto Padilla

Poemas de Heberto Padilla

Más allá de que Heberto Padilla haya trascendido a la historia del devenir cultural de este país posterior a 1959 por motivos extra artísticos, nadie puede negar que por derecho propio él figura en la nómina de los poetas de mayor importancia en el universo cubano de finales del pasado siglo XX. En aras de contribuir a romper, aunque sea en una mínima porción, el desconocimiento que acerca de su obra poseen en la actualidad los más jóvenes entre nosotros, hoy publicamos en Miradas Desde Adentro una selección de poemas del autor de libros como El justo tiempo humanoLa horaProvocacionesEl hombre junto al mar,Un puente, una casa de piedraUna época para hablar y Fuera del juego.

POEMAS DE HEBERTO PADILLA

Mírala tenderse

Mírala tenderse sobre tu cama cuando te yergues. Tiene la forma de tu cuerpo, la prisa de tus manos, tu propio sexo; deja tus huellas y se ahueca como

lo hace tu pecho y nunca la oíste respirar y ella conoce el temblor de tu labio, la cuenca de tu ojo, y está latiendo ahora en tu vida y no sabes

que es ella tu ansiedad.

Frecuentemente oyes sus pasos como en invierno el soplo de las primeras ráfagas. No has hecho fuego para nadie. No es ella la invitada. A menudo sorprendes

un asalto de sombra en los zaguanes y es inútil la presión de tu mano para salvar la llama: siempre

quedas a oscuras. Es tarde, pero es ella quien habla con la voz de la errante que cruza los canales y los puertos

de la ciudad adonde vas,

adonde siempre quieres ir, (¿buscando qué?)

y canta en tus oídos la eterna fábula de horror.

<

p style=»font-weight: 400;»>Solitaria, constante va junto a ti, vigila tu caída. No le des nombres. No le tiendas trampas.
No apresures el paso sobre la tierra. No levantes el rostro si ahora sientes un golpe sordo en la escalera.

Gran taladora, cada día del mundo abates nuevos árboles,

pero es interminable la floresta.

Infancia de William Blake

I

Mujer de la lámpara encendida, ya velaste tres noches. Miras la llama

que tiembla y se achica, y sueñas.

¿Quién puede regresar por la noche de Soho,

entre la ennegrecida primavera de Lambeth? Antigua que en la hora final regabas el almizcle para que trascendieran más sus telas, ¿pensabas que en otra

quemante

primavera inundaría también sus tierras, y crecería allí el hacinamiento y la desidia,

y que un viento más ancho que la noche destrozaría las tablas del alero?

¿Pensabas al hablarle

del silencio o del tiempo, que era ya algo hecho en el viento que nutría una muda corriente en sus huesos livianos?

II

Sé tu temor, girando como tu ala más dichosa, ¡pájaro de susurro y lamentación!

<

p style=»font-weight: 400;»>Es la noche. Ya nadie llama.
Pero a través de la ventana cerrada

él oye crujir la vaina de aquel árbol,

y es como si alguien golpeara. Su más secreto juego se ha llenado de astucia. El ve, desconsolando, en la negra llanura,

el humo de las casas que arden de noche,

y el paso de las bestias contra el fuego.

No abras la puerta. No llames.

En la orilla remota, un pájaro hunde en su pecho el pico centelleante. En la orilla remota está gritando. La última barca se desprende.

“Al cobarde hay que dejarlo en la otra orilla…”

Amarra ese viento encantado

para que no la mueva. El quiere gritar,

su piedra está manchada en sangre de la paloma destruida. ¿No sientes en sus ojos esa oscura desdicha,

sitios que no penetra y ama?

De repente es la lluvia,

y las ovejas más pequeñas balan.

El viento las dibuja en la colina, tiritantes.

“Vengan, mis niños; el sol ha desaparecido, y he aquí el rocío de la noche. Vengan, interrumpan sus juegos hasta que la mañana reaparezca en el cielo…”

¿No sientes ese peso de mantenida

soledad que flota en las caletas de altas aguas,

sobre las garzas muertas, ya para siempre

pedregosas?

¿Y el camino del bosque, la cruda,

alegre luz del alba en la resina de los troncos; el cuchillo cantando, la guirnalda de robles

y de arces y el ruiseñor que sólo puede ser encontrado

en el Yorkshire y el cuerno de venado

y la hoja verde?

Eso que cae y cruje, ¿es eso viento, es agua

entre los árboles, o es sólo el perro destrozando las ratas muertas

en el granero abandonado?

Mujer, deja tu lámpara encendida y abre la puerta y cúbrelo. Su sueño interrumpieron los visitantes

que a cierta hora se dispersan.

“Buenas noches, señora Blake… Oh, fíjese, esa escarcha: la primera del año…”

La nieve cubre el techo, crece a la altura del portal, (en Lambeth es así). Y en la profunda casa de madera, ya ni la magia familiar, ni el golpe de la

lluvia, ni tus pasos cuando llegan deshabitando el agrio terror de la penumbra, podrían consolar a estos ojos

sino el perro del bosque

levantando su parda cabeza entre los gansos salvajes.

Eso que cae y cruje,

<

p style=»font-weight: 400;»>(entre las hojas húmedas hace un ruido
solitario y enérgico) del más remoto sitio del mundo te señala. Medrosa, detenida en las puertas más lejanas y crueles. Te asustan indudablemente esas llamas.

No puedes recordar más que voces difíciles.

Te decían:

Los niños como tú, William, serán negados por el ángel; blasfemas, robas en la despensa; tienes la cara sucia; andas siempre con claves y grabados y láminas…

Tú, arqueado el cuerpo, sonreías.

¡Ay, Blake, el siglo veinte no es un simple grabado

en que batallan el arcángel y el diablo!

Es la trampa

en que luchamos, es esta lluvia que nos ciega. Han arrasado las despensas

y no hay señales ni claves

que no pueda entender

el Ministerio de Guerra.

Entra, aún estamos en vela.

Cualquier día

me gritan a la puerta:

“Un hombre con paraguas, mi señor”

(No puedes conocerlo. Es de esta época)

Cualquier día

penetran en mi cuarto.

<

p style=»font-weight: 400;»>“Mostró insignias, señor”
Cualquier día

me obligan a salir a la calle, me apalean; me lanzan como a una rata

en cualquier parte.

(Tú no puedes saberlo. Es de la época)

Contra mí testifica un inspector de herejías.

VII

Esta noche me basta tu silenciosa presencia. En mi cabeza turbada

tu poesía alumbra mejor que una lámpara

sobre mis círculos de miedo.

No me distraigo.

Tengo los ojos fijos en la negra ventana.

Pasan camiones con soldados, gentes de las líneas de fuego.

En mi casa resuenan las consignas violentas.

VIII

La vieja profecía

que no te pertenece, extiende

como el agua tus dominios Y ese viento te borra,

ese camino que debes proseguir

guarda un instante tu desdicha; esas bestias enanas

soportan equipajes de usureros.

Delante de tus ojos el mundo exasperado resplandece.

¡Alegría! se han perdido todas las llaves, todas las puertas se han cerrado,

y las flores anoche

se cubrieron de un rocío de vasta anunciación. Los árboles voraces,

las flores venenosas

mueren al fondo de la verja, entre animales temibles.

Y aquí, William, te han puesto. Aquí la vida te edifica; hay algo aquí, nocturno, que quieres descifrar

para mis ojos: símbolos, dones tuyos brillando en lo desposeído.

Tu hogar es este mundo de bandidos colocado en el centro de los árboles. Las tablas húmedas

de que están hechas nuestras casas,

son el olor tormentoso de tu alma. ¡Alumbra, Blake, esta sencilla majestad!

Abre la puerta, y en la alta noche, sale.

Síguelo, perro del otoño, lame esa mano, el hueso conmovido de la última piedad; síguelo, ¡Oh centro pedregoso del otoño, animal del otoño, centro grave,

robusto del otoño!

Es el desesperado, recién salido, pálido desertado de tus tardes.

Noche, tú de algún modo le conoces. Por unas cuantas horas

permite, al fin, dormir a William Blake.

Cántale, susúrrale un fragante cuento; déjalo reposar en tus aguas,

que despierte remoto,

sereno, madre, en tu heredad de frío.

El hombre al margen

El no es el hombre que salta la barrera

sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo

oculto en el vagón que jadea

o que huye entre los terroristas, ni el pobre

hombre del pasaporte cancelado

que está siempre acechando una frontera.

El vive más acá del heroísmo (en esa parte oscura); pero no se perturba; no se extraña.

No quiere ser un héroe, ni siquiera el romántico alrededor de quien

pudiera tejerse una leyenda;

pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, fatalmente

condenado a su época.

Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro, como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera.

Cada mañana recomienza (a la manera de los actores italianos) Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje. Ningún espejo se atrevería a

copiar este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.

El que regresa a las regiones claras

Ya dije adiós a las casas brumosas

colocadas al borde de los desfiladeros como el montón de heno en la pintura flamenca,

y adiós también a las mujeres

que más de una vez me conmovieron ──sobre todo aquéllas de ojos color de malaquita──, y los trineos quedaron colgando como gárgolas inservibles en las

ventanas que desde ayer

están cerradas.

Porque el sol me ha curado.

No vivo del recuerdo de ninguna mujer,

ni hay países que puedan vivir en mi memoria con más intensidad que este cuerpo que reposa a mi lado. El sitio ──además── donde mejor

puede permanecer un hombre es en su patio, en su casa,

sin gentes melancólicas que acechen en los muelles

la carne atroz de las pesadillas. Un nuevo día entra por la ventana

──estallante, de trópico──.

El espejo del cuarto multiplica su resplandor. Yo estoy desnudo al lado de mi mujer desnuda, encerrados en esta luz de acuario;

pero éste que huye a través del espejo,

con bufanda y abrigo, escaleras abajo;

el que saluda a toda prisa a la portera

y entra en un comedor atiborrado y se sienta a observar la fachada de una estación de trenes

que el invierno devora

con su lluvia podrida como un estercolero, es mi último espejismo

que ya ha curado el sol, el último síntoma de aquella enfermedad,

afortunadamente transitoria.

Canto de las nodrizas

Niños: vestíos a la usanza de la reina Victoria y ensayemos a Shakespeare: nos ha enseñado muchas cosas. Sé tú el paje, y tú espía en la corte, y tú

la oreja que oye detrás de la cortina.

Nosotras llevaremos puñales en las faldas.

Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.

Del carruaje ya han bajado los cómicos. ¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,

o la farsa es realmente un pretexto,

un bello ardid contra las tiranías? ¿Y qué ocurre si al bajar el telón

el veneno no ha entrado aún en la oreja,

o simplemente Horacio no ha visto al Rey (todo fue una mentira)

y ni siquiera Hamlet puede dar fe de que existiera esa voz que usurpaba aquel tiempo a la noche?

Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.

En tiempos difíciles

A aquel hombre le pidieron su tiempo

para que lo juntara al tiempo de la Historia.

Le pidieron las manos,

porque para una época difícil

nada hay mejor que un par de buenas manos.

Le pidieron los ojos

que alguna vez tuvieron lágrimas

para que contemplara el lado claro

(especialmente el lado claro de la vida)

porque para el horror basta un ojo de asombro.

Le pidieron sus labios

resecos y cuarteados para afirmar,

para erigir, con cada afirmación, un sueño

(el-alto-sueño);

le pidieron las piernas,

duras y nudosas,

(sus viejas piernas andariegas)

porque en tiempos difíciles

¿algo hay mejor que un par de piernas

para la construcción o la trinchera?

Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,

con su árbol obediente.

Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.

Le dijeron

que era estrictamente necesario.

Le explicaron después

que toda esta donación resultaría inútil

sin entregar la lengua,

porque en tiempos difíciles

nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.

Y finalmente le rogaron

que, por favor, echase a andar,

porque en tiempos difíciles

esta es, sin duda, la prueba decisiva.

Hábitos

Cada mañana

me levanto, me baño,

hago correr el agua

y siempre una palabra

me sale al paso feroz

inunda el grifo donde mi ojo resbala.

Fuera del juego

A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia

¡Al poeta, despídanlo!

Ese no tiene aquí nada que hacer.

No entra en el juego.

No se entusiasma.

No pone en claro su mensaje.

No repara siquiera en los milagros.

Se pasa el día entero cavilando.

Encuentra siempre algo que objetar.

¡A ese tipo, despídanlo!

Echen a un lado al aguafiestas,

a ese malhumorado

del verano,

con gafas negras

bajo el sol que nace.

Siempre

le sedujeron las andanzas

y las bellas catástrofes

del tiempo sin Historia.

Es

incluso

anticuado.

Sólo le gusta el viejo Amstrong.

Tararea, a la sumo,

una canción de Pete Seeger.

Canta,

entre dientes.

La Guantanamera.

Pero no hay

quien lo haga abrir la boca,

pero no hay

quien lo haga sonreír

cada vez que comienza el espectáculo

y brincan

los payasos por la escena;

cunado las cacatúas

confunden el amor con el terror

y está crujiendo el escenario

y truenan los metales

y los cueros

y todo el mundo salta,

se inclina,

retrocede,

sonríe,

abre la boca

“Pues sí,

claro que sí,

por supuesto que sí…”

Y bailan todos bien,

bailan bonito,

como les piden que sea el baile.

¡A ese tipo, despídanlo!

Ese no tiene aquí nada que hacer.

Estado de sitio

¿Por qué están esos pájaros cantando

si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación

y están pidiendo silencio?

Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta,

pero será muy tarde.

Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres

y el sitio en que se ocultaba la familia

fue descubierto en menos de lo que canta un gallo.

Dichosos los que miran como piedras,

más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible.

La vida hay que vivirla en los refugios,

debajo de la tierra.

Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos

escolares siempre conducen a la muerte.

Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?

No fue un poeta del porvenir

Dirán un día:

él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad. No poseyó el talento de un profeta.

No encontró esfinges que interrogar

ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha

el terror con que oían

las noticias y los partes de guerra.

Definitivamente él no fue un poeta del porvenir.

Habló mucho de los tiempos difíciles

y analizó las ruinas,

pero no fue capaz de apuntalarlas.

Siempre anduvo con ceniza en los hombros.

No develó ni siquiera un misterio.

No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio.

Octavio Paz ya nunca se ocupará de él.

No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar.

Ni Alomá ni Rodríguez Rivera

Ni Wichy el pelirrojo se ocuparán de él.

La Estilística tampoco se ocupará de él,

No hubo nada extralógico en su lengua.

Envejeció de claridad.

Fue más directo que un objeto.

El discurso del método

Si después que termina el bombardeo,

andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo

entre las ruinas

que en el sombrero de tu Obispo,

eres capaz de imaginar que no estás viendo

lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,

o que no estás oyendo

lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;

o (lo que es peor)

piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio

para evitar que un día, al entrar en tu casa,

sólo encuentres un sillón destruido, con un montón

de libros rotos,

yo te aconsejo que corras enseguida,

que busques un pasaporte,

alguna contraseña,

un hijo enclenque, cualquier cosa

que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe

(porque ahora está formada de campesinos y peones)

y que te largues de una vez y para siempre

Dos cuentos de Hugo Luis Sánchez

Dos cuentos de Hugo Luis Sánchez

En la feria del libro correspondiente a 2019, se presentó un volumen que recoge las narraciones galardonadas en la edición décimo séptima del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar. En la obra, entre otros textos, aparece el titulado “En el lugar de las sombras”, original del cubano Hugo Luis Sánchez, autor que ha sido galardonado en varios certámenes literarios, tanto en Cuba como en el extranjero. Hoy publicamos en Miradas Desde Adentro dos cuentos de alguien que en lo personal valoro como un amigo y que a los amantes de la buena literatura nos ha entregado obras que, como por ejemplo, las novelas Doble jueves y El puente de coral, figuran entre lo más novedoso del ámbito de las letras cubanas contemporáneas.

Cuentos de Hugo Luis Sánchez

NOTA DE PRENSA

Se informa a la ciudadanía que el horizonte ha desaparecido. Valiéndose de la noche, el enemigo ha obrado de manera pérfida, como nos tiene acostumbrados, y al amanecer nuestras fuerzas han podido constatar a todo lo largo de la Isla que ya no existe la línea del horizonte. Si aquellos que nos quieren destruir piensan que con ello van a mellar nuestra fe en el porvenir, deberían tener por sabido que a nosotros nada nos asusta, que el futuro nos pertenece por entero, que nuestros principios son indoblegables y que, ante todo, estamos consagrados y somos inmortales. A quienes creyeron que veíamos en el horizonte un símbolo de esperanza, también debemos recordarles que la fe va dentro de nosotros mismos, que nos acompaña como la gloria eterna, que la historia así lo ha confirmado y que ningún espejismo, por real que parezca, nos va a engañar. Y aun más, si pudieron en solo unas horas borrar el horizonte, con ello no han hecho más que demostrar que el horizonte fue un invento, una patraña para tratar de engatusarnos y confundirnos. Lo que verdaderamente ha ocurrido es que el horizonte jamás existió, fue una quimera que nos inocularon con la finalidad de alocar nuestra brújula y hacernos adictos a las ilusiones. Nosotros permaneceremos firmes, inclaudicables dentro de las trincheras que hemos cavado en el suelo de la Patria y que, por tanto, son sagradas. Si ya no hay horizonte, son ellos quienes se lo pierden.

EN EL LUGAR DE LAS SOMBRAS

“…solo una transición entre la sombra y el rostro.”

Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki.

Las aves, es decir, sus sombras, se deslizaron dóciles, como cada mañana en que el viento les permitía planear y había luz, después de que ocurriera lo que ocurrió, aquel resplandor tan blanco, en exceso puro, un día que debió parecerse a tantos otros días.

El macho, quizá el macho, iba delante abriendo camino. Le evitaba esfuerzos a su compañera, la consentía. Su cabeza mostraba forma de lanza, pico puntiagudo; la cola estrecha, semejando una cuña y, luego, aquellas alas enormes, de alcatraz, insertadas muy delante del cuerpo. Era hábil en utilizar las corrientes secretas del aire y en modular sus transparencias. Se le sentía flotar; nada o casi nada de esfuerzo, flotar: el puro placer de flotar.

Ella, puede que la hembra, igual aunque a escala menor y con, digamos, una fuerza sutil, propia de quien se hace llevar sobre un vientecillo, apenas una insinuación, casi una promesa. Eso es algo que se siente, aunque de sombras se trate, y observarla arrastra cierto encanto que calma extrañamente los sentidos y crea adicción ante la suavidad de la brisa, su imaginable textura.

Ambos, macho y hembra, estarían hechos de viento cubierto de plumaje. Es decir, no sería propiamente viento, o sí.

Es ese viento y su profunda y autista transparencia, que no necesita nada, ni dependen de nadie, ni quiere nada como no sea el goce de su propia transparencia y ser cada vez más transparente aunque ya no le es posible: disfruta de toda la invisibilidad.

Buscaban, acaso macho y hembra, el hilo de aire y se entregaban al movimiento bordeando la línea costera, unas veces deslizándose sobre el mar y otras entre piedras y areniscas.

Las sombras no se mojan, tampoco se empolvan; están patinadas con unturas de tiempo y por ese aceite resbala, eso mismo, la intuición del tiempo, el más horrendo de los inventos humanos después de la realidad. El tiempo que se dilata y se contrae, no importa que no exista, le da lo mismo, se dilata y se contrae, sístole y diástole.

Y como las sombras no están hechas para verse de una sola vez, sino con la finalidad de ser presentidas; son anteriores a ese tiempo y a cuanto hay, antecedieron a Dios, no tienen edad y lo van a sobrevivir. Hágase la luz, dijo, y la luz se hizo y con ellas las ilusiones que les son propias y las que no, y cada cuerpo fue presuroso a ocupar su sombra, que ya lo esperaba. El Señor también su tenía sombra, no la mejor, solo sombra, no existen unas mejores que otras, son iguales a secas y fueron las mismas en cualquier caso, con un número limitado, foliadas, similares a la población de las almas, ni una más, ni una menos.

Al clarear, el hombre que miraba las sombras de las aves, de pie bajo el dintel de la terraza, no se atrevía a dar un paso más hacia fuera. Tampoco le ves juntas, empujando el amanecer con sus picos: el día por delante. Eran las primeras sombras. Las sombras que despertaban a las sombra.

Siempre, si era muy necesario, desde donde se situaba podía observar perfectamente a las que damos por sentado duermen o que algunas sombras, algún tipo de sombra, duerme aunque ya se dijo que son iguales. El sueño no establece diferencias, si de sombras se trata.

En su caso no era tan así, a lo sumo su sombra de hombre llegaba al estupor de la vigilia, esa soñolencia vaga entre estar despierto o no estarlo. Las sombras tienen su parentesco con los sueños y sus delirios. Por más que se diga, los sueños, las sombras y también los silencios son ciudadanos de la nada, no existen otros, tampoco hacen falta más. Hay, en abundancia, más nada que todo.

Las sombras, ser sombra da cierto derecho a hablar con propiedad sobre sombras, absorben silencio, eficaz nutriente, y se enriquece de cuanto no se dice. El poder secuestró a los alquimistas para que lograran la fórmula del silencio. Tuvieron éxito en su empeño y aun así continúan batallando. Es su razón de ser.

Con tal piedra filosofal, el amo de la fórmula del silencio, de su espesura, de las tinieblas y opacidades, tendría la eternidad del poder y sería quien determinaría el uso de las palabras jamás, eterno, inmortal… Los amos partían del criterio de que el silencio era neutro o, preferentemente, de que quien calla, otorga.

Por aquel entonces, el hombre sospechaba que el silencio corroía: lo callado, termina por desaparecer y luego pasa a la categoría inmediata y última de nunca haber existido, que es el estado ideal: el silencio, en su cualidad de aniquilador. Lo primero que hizo el silencio fue abolir las fronteras y así facilitar que las sombras se esparcieran a su gusto, con entera impunidad.

Pero estaba equivocado, era todo lo contrario: el silencio añejaba, concentraba mostos, convertía en esencia cuanta cosa enmudecía. El silencio grita, es su única forma de expresión oral, y el grito pasa a eco de su propio eco, se autoengendra, hace pensar en cuando una sombra se mira en un espejo frente a otro espejo y la silueta se repite hasta el infinito, hasta el eco tartamudo del eco.

Y, además del grito, el silencio deja un testimonio. La sombra escribe en Braille, el silencio lee, tiene en la punta de los dedos las yemas de la noche y conoce el idioma de las ausencias, dueña del más vasto diccionario de cuantos se conocieron antes de que ocurriera lo que ocurrió y un soplido licuara el interior de todo lo vivo, quebrara el aire un día que debió parecerse a tantos otros días de siempre.

Respecto al silencio, es preciso saber que era rotundo y no se debía a que las sombras, sobre las que se había sedimentado, fueran insonoras, o sí lo eran: sucede que en el presente no había nada que sonara, ni siquiera ese rap rap rap de cuando estas aves pescaban. Luego del gran resplandor, el flash inmisericorde, el viento hirviendo… no hubo nada más que emitiera sonido alguno.

Y no había nada que sonara excepto el viento, el estremecimiento sobre el mar, ese silbido, su travesía; la persistencia cansina de las olas, llegan, van, murmuran… y las pulsaciones de la noche. Lo demás es lo que se escucha del propio silencio, su callada resonancia.

Pero da igual, lo importante consistía ahora dar vueltas a la noria de los días y es ahí, justo al hombre ver aparecer las aves, que surgía la sombra aplastada de lo que debió ser el techo de la terraza de su hogar. Solo lo compartía consigo mismo, la soledad es su fuerte, su avaricia, su lingote de oro. Entonces estiraba una mano, cualquiera, y asomaba una sombra alargada, cinco dedos chinescos, una palma; luego la muñeca, el antebrazo, aparentando trazos de Modigliani, y la detenía ahí.

Si llovía, se apresuraba a extenderlas, una primero, otra después, fuera de la casa. Las gotas caían en la sombra y hacían check marks, muchos. Era un deleite, aunque las sombras, está dicho, son impermeables incluso a esta lluvia ácida que cae desde que ocurriera lo que ocurrió, un estallido de sol.

Desde entonces, sabemos que alguien existió porque dejó su sombra impresa donde antes se hallaba, sentado en los peldaños de una escalera, en una pared que le quedaba de fondo… aunque algunas, las menos inconsistentes, se ha ido borrado con los años quizá porque nunca llegaron a ser sombras del todo o fueran las sombras de lo innombrable.

Antes, el hombre que observaba las aves tuvo otro goce, ya no. Le fascinaba ir a Distopía, la fábrica a él asignada.

Uno miraba al Ojo que registra el código del iris y luego de ello, si todo estaba bien, porque todo como es costumbre tenía que estar extremadamente bien, escuchaba una voz mecánica que indicaba “Pase” y el portón se abría, él ingresaba, seleccionaba de las taquillas su overol personal, con el número 6079, y con ello adquiría el derecho a trabajar una jornada de ocho horas, que se interrumpían cada dos para escuchar el lema “Arbeit macht Frei” y repetir el lema “Arbeit macht Frei” .

Se podían añadir dos más. La solicitud se hacía a la hora laboral 7. Al Ojo, ubicado frente a cada obrero se le anunciaba: “Necesito trabajar horas adicionales”. Si se le concedía, era posible entonces permanecer más tiempo en la fábrica. La jornada extra no incluía lemas y esa era la única desventaja.

Ingresar a la fábrica lo autorizaba a ser un algo, adoraba ser un algo, el infinito placer de ser una obsolescencia programada, que nadie pareciera advertir su presencia gracias a que habrían más, muchísimos más para su reemplazo y, sobre todo, ¡eso sí!, idolatraba su Máquina de Tiempos Modernos.

Al pensar en ello, en ocasiones se decía que ser un algo era lo que todos y cada uno habían sido: iguales en una estera de la máquina. Una vez y otra vez y otra vez, que nada cambiara, que nada perturbara la perfección de la sociedad y pensar únicamente en la repetición de lo mismo con lo mismo: la gloria en una estera.

En cuanto a él, vale aclarar que prefería inventarse a sí mismo, no implicaba riesgo alguno. El procedimiento era idéntico: como un algo, todos y cada uno, más cada uno, habían sido imágenes de ellos, semejantes los unos a los otros: no amaos, semejantes.

Además creía parecerse a un algo afín a los polinesios, lo que vendría a ser un algo más. Pensó en llamarse a sí mismo “gente” y es que como ellos mismos, por creerse gentes de islas, no sabían de la existencia de alguien más, solo ellos en sus universos. No, no existían, era “gente”. Igual que en el pasado, antes del día que debió parecerse a tantos otros días de siempre, él también fue gente y lo desconocía.

Se sentaba erguido delante de la Máquina de Tiempos Modernos y apretaba el botón del encendido. Por la estera, pasaban las igualdades en fila, de una en fondo, un ejército ordenado y anónimo, las cosas anónimas pierden su veneno connatural. Desfilaban delante de sus ojos y solo el cansancio era capaz de hacerle levantarse de ahí. La seductora impresión de repetir lo mismo, el placer del que Sísifo, indiscreto, codicioso y falso, no quiso reconocer su complacencia y calló para no salirse del mito.

Después de la máquina de igualdades, fueran las que fueran, sentía una predilección especial por las columnas de la fábrica. Esta columnata era su mayor predilección inconfesable. En fila infinita, una detrás de otra, estaban hechas del humo de la propia fábrica y se expandían y expandían hacia el cielo hasta el momento en que lo tocaran, fueran sus pilares, y siguieran más allá y llegaran a su destino, más allá del color, desde donde vino lo negro.

Pero había algo más que podían merecer quienes trabajaran en la fábrica y lo hicieran excepcionalmente bien. Se trataba de la Píldora del Día Final. En un acto solemne, el escogido en esa ocasión, se colocaba un guante blanco en la mano izquierda y ahí se situaba, cuidadosamente, la píldora. Luego vendrían los aplausos.

El hombre había merecido la suya. La llevó a casa, pero cree que llegado el momento, el día en que ocurrió lo que debió ocurrir y los rastros de una inmensa luz se filtraran por todos lados, no le dio tiempo a tomarla y ese viento caliente que lo desapareció todo, también se llevó su píldora, que era su medalla, su diploma, su gallardete… Solo cree que quizá fue así y seguro que así no fue.

Distopía puede que ha dejado de existir, ya no está más; la sombra de la fábrica sí, debe. En caso de que algún día se atreviera a salir de la casa, iría únicamente a ver a la fábrica. Como quiera que sea, a él ya no le es dado esperar algo mejor y, bueno, también es cierto que un hombre no puede saltar fuera de su sombra, tanto es así que tampoco dentro. Es ley y se acata que viene de ese verbo tan hermoso que es acatar: Yo acato.

Si se atreviera a salir fuera de casa, lo haría, ya lo ha pensado muchas muchas veces, caminando con extremo cuidado no fuera ser que en una distracción pisara alguno de los limpios abismos de sombras dentro de las sombras y fuera absorbido por ese remolino, que gira contrario a las manecillas del reloj –es que contradice el tiempo y hace que el futuro determine al pasado– y fuera a parar ya mareado de tanto girar, a lo más profundo de la nada.

En este momento resulta obligatorio no ignorar que en el estadio de las sombras es innecesario presuponer. El cuerpo precisa presuponer, lo requiere para continuar, así fue concebido. Al vacío se lanza el suicida presuponiendo que no le brotarán enormes alas de alcatraces y podrá cumplir con su propósito de dejar los sesos esparcidos en el pavimento. Como es de presuponer, no se puede subvertir ese pensamiento, el cuerpo no entendería siquiera su propia existencia ni el hallazgo de la muerte. Los hallazgos.

Pero la vida, esta después del fogonazo que dio lugar a una inmensa nube y no aquella anterior, resultaría más fácil en caso de que los humanos se hubieran ocupado de hacer un catálogo de sombras.

Uno veía las sombras de las aves, buscaba su correspondencia, digamos en un libro o lo que fuera, y sabría, en su caso, con qué pájaro se identificaba. Para el plumaje, escogería el ocelado, se inventaría que fuera de gorguera roja o amarilla; fantasearía sobre la forma de los ojos, los festones, el barreteado de las alas; sus distintos volúmenes y no exclusivamente esa negrura aplanada que asemeja a todas las sombras, a excepción de la forma, esa es distinta, aplanada y distinta.

La sombra implica profundidad y su naturaleza resulta de por sí densa, en cambio no pesa. En este punto, es bueno dejarlo en claro.

Ese libro de sombras, o lo que fuera, seguro nunca existió. Antes no hacían falta estudios de las sombras. Como quiera que sea, si el libro hubiera existido, hoy sería sombra.

Los únicos colores que quedaban, además de los propios de las sombras, de los claroscuros por el valor de los contrastes y la pereza de sus pausas y del lapso que va de una sombra a la otra, eran todos los del cielo, el mar y los astros y, a modo de memo, los del camino del arco iris al paso por polvo de agua. Así fueron los rojos, naranjas, amarillos, verdes, azules y violetas, tres primarios, tres secundarios, al sellar el convenio de lo divino con la tierra.

La forma y su forma. Las sombras sí saben de compenetración, la fusión es su don. El hombre pensaba mucho en ello. Una sombra se une a otra, adopta su forma o entre ambas crean una nueva figura. En cuanto se separan, en caso de que lo hagan, cada una vuelve a ser lo que era, sin nada de la otra sombra, ni un resquicio de aquella unión, así jamás hubiera sucedido.

Lo que ocurrió debió venir de arriba, como una máquina que aplastó las imágenes sobre sus sombras, finamente. Se acepta el que las sombras carezcan de volumen, su reflejo interior no lo requiere. Aplastó, no, es más correcto decir que impregnó de imágenes las sombras en una superficie tersa, como aquella de la silueta en los peldaños, formada por la superposición de estratos de oscuridad estancada. El hombre que observaba las aves guardaría hoy para sí esta expresión: impregnó de imágenes las sombras.

Además de recordar a la fábrica, la estera y ser un algo, él tenía otra pasión: volvía, por una cosa o por la otra, sobre el recuerdo de su película predilecta, una en que sobrevivieron muy pocos y por un corto tiempo corto. On the beach. El capitán Dwight Towers, jefe del submarino nuclear Sawfish, 623, recibe una señal de telégrafo y va en su búsqueda. Sigue el indicio, parte de Melbourne y llega a San Francisco, en California. Es enero de 1964.

El comandante de la nave observa por el periscopio. Ningún vehículo por el Golden Gate, en la Cuesta de las Hortensias, en el Barrio Chino; ni bajando o subiendo de un vagón en Powell Street. Lo pasa a sus subalternos. Las esperanzas tocan a su fin.

Se vuelve a sumergir y sigue la señal, esta vez rumbo a San Diego. No logran decodificar la letanía del cifrado Morse, transmitido a un mundo untándose aceleradamente de sombras. Se entiende a secas “agua” y “conectar”, a lo sumo.

Un tripulante desciende en misión de reconocimiento con escafandra radiológica y dos tanques de oxígeno. Recorre la ciudad hasta dar con la oficina de una refinería desde donde se emiten las claves. Halla una botella casi vacía enredada en el tirante de una persiana, que el viento mueve y la hace golpear la tecla del telégrafo. Es cuanto queda de la vida. Apaga el marinero el generador de la planta y retorna al sumergible. La nave emprende el camino de vuelta a su base en Australia. Eso era todo. Así de singular su filme predilecto.

Ser sombra no es malo. Las sombras no sienten, es decir, no sufren ni padecen; no comen ni son comestibles. Pero sí tienen temperatura. Las del día, templadas; las de la noche, frías y de alguna manera guardan el calor del momento del gran impacto. El sol alto, más cálidas; la Luna llena, más frescas.

Y, si uno mira una sombra desde la comprensión que solo puede tener una sombra de otra, nota con facilidad que reverbera, sobre la sombra flota una nata de temblor umbrío, casi inmaterial, como de algo que estamos a un paso de entender.

Además, tienen olor, un olor que no acepta medias tintas: o se siente o no se siente. Si no se siente, es peor, es un olor invisible: está y no está y tan así que se hubiera podido tocar, de saber hacerlo.

También es sabido del juego de la luz y la sombra y que en días de Luna negra existe un tipo de sombra sin luz, solo que no se deja ver y, por comportarse de esa manera, resulta imprudente mantener tratos con ella. El hombre la evitaba, por esa misma razón.

En cuanto a la de las estrellas, dan una sombra muy peculiar. Es la memoria de una luz tan antigua que ya sabe cuándo habrá de ocurrir el resplandor que debió caer aplomado desde el cielo. Nos pudieron haber advertido, han descrito que el centelleo es su lenguaje, y no lo hicieron. Total, de nada hubiera servido.

Nadie recuerda el momento en que descubrió por primera vez una sombra, la suya o la de alguien, y si lo hubiera recordado entonces comprendería enseguida que antes ya la había visto, una y otra vez, aquí y allá, en las parcelas de la memoria, en sus estancos.

Por lo demás, con las sombras nada anda mal y, mientras exista luz y aun cuando no exista, sombras habrá y si la oscuridad llegara a ser perpetua, permanecería el recuerdo errante de lo que fueron las sombras, como ahora de lo que fueron los cuerpos, en caso de que subsista alguien para acordarse o ellas se reserven para cuando vuelva a ver alguien para recordar y las sombras sean una sola sombra, la sombra de las sombras y de esa forma se tenga finalmente una opinión favorable de la que no se ve.

Terminado el ejercicio de imaginarse lo que fue su jornada laboral en Distopía, le quedaba a él esperar al atardecer, seguir su costumbre de detenerse en el vano de la terraza para ver el regreso de las aves, esta vez batiendo enérgicas las alas, extendidas, imitando pardelas, y es que la brisa de por las tardes les iba en contra y aun así se las agenciaban para planear utilizando el viento que hacen las olas con su parte anterior. Debían regresan con el buche lleno de sombras de eglefinos y anchoas.

Antes, él se la pasaría andando por la casa. Lo que más le regocijaba era caminar sobre las cruces cambiantes que en el piso proyectaban los marcos de los vidrios de donde estuvieron los ventanales. Y lo prefería porque le facilitaba pensar que si las sombras de las aves estaban completas y las de su casa por igual, la suya propia también debería estarlo.

Mejor lo inventaba, no implicaba riesgo alguno. El hombre que observaba las aves, veía la sombra de sus pies, es curioso hasta qué punto los pies son tan personales como lo fueron las huellas dactilares o el rastro del iris, y seguro que en algún lugar debía aparecer su tronco, su cabeza, el resto del pesado y perfecto equipaje del cuerpo… solo que en cuanto suponía dónde debían asomar, de inmediato miraba hacia otro lado.

Los que pudieran haber sobrevivido, de seguro aprendieron a adiestrar sus sombras antes de que todo y ellos mismos fueran sombras nada más.

Ese debió ser el origen de todo, antes de que fuéramos solo sombras y las dudas estuvieran prohibidas: elegimos, eso mismo, mirar hacia otro lado y esperar, sin impaciencia, a que el olvido no demore.

A Winston Smith, por obvio.

Poesía de Anne Sexton

Poesía de Anne Sexton

Anne Sexton (1928-1974), de nombre real Anne Gray Harvey, es una figura fundamental en la historia de la poesía estadounidense. Nacida en Massachusetts, pasó la mayor parte de su vida en los alrededores de Boston, aunque vivió también en San Francisco y Baltimore. Un repaso breve por su biografía nos permite conocer que en 1945, estudió en un colegio-pensión, la Rogers Hall School, en Lowell, Massachusetts.

Ya para 1954 comenzarían sus problemas existenciales pues se le diagnosticó depresión postparto, sufrió su primer colapso nervioso, y fue admitida en el hospital Westwood Lodge. En 1955, después del nacimiento de su segunda hija, Sexton volvió a padecer otra crisis y fue hospitalizada de nuevo. En ese propio año, en su cumpleaños intentó suicidarse. Fue entonces que su médico, el doctor Martin Orne, la alentó a escribir poesía y en 1957 se unió a un taller de poesía animada por John Holmes. Poco después los poemas de Anne experimentaron cierto reconocimiento.

En el atelier de John Holmes, Sexton conoció a la poeta Maxine Kumin, de quien no se separó hasta el final de su vida y con quien escribió 4 libros infantiles. En otro taller estableció vínculo con Sylvia Plath, animada por Robert Lowell. A partir de tales experiencias, más tarde dirigirá sus propios talleres en el Boston College, el Oberlin College y la Colgate University.

En una rápida valoración sobre su obra, puede asegurarse que Anne Sexton ofrece al lector una visión íntima de la angustia emocional que caracterizó su vida. Convirtió la experiencia de ser mujer en el tema central en su poesía y soportó críticas por tratar asuntos tales como la menstruación, el aborto y la drogadicción.

Una fecha fundamental para esta importantísima poeta es la de 1970. En ese año Anne Sexton recibió una noticia de la que no logró recuperarse nunca. Un amigo íntimo de sus padres, Azel Mack, le confesó que él y su madre Mary, habían sido amantes y que él era en realidad su padre. Ese mismo verano escribió una serie de seis poemas bajo el título: La muerte de los padres, Que han sido traducidos al español por la poeta chilena Verónica Zondek, quien es autora de títulos como El Libro de los Valles (2003), Entre Lagartas (1999), Membranza (1995), Peregrina de mí (1993), Vagido (1991), El Hueso de la Memoria (1988), La Sombra tras el Muro (1985) y Entrecielo y Entrelinea (1984)

En 1974 Anne Sexton no pudo más con la carga depresiva que tenía en el cerebro. Así, un día volvió a intentar ponerle fin a su existencia, esta vez con éxito. A tono con su decisión, verificó que todas las puertas del garaje de su vivienda estaban bien cerradas, se sentó en el asiento del conductor de su Cougar rojo modelo 67, que adquiriera al ganar el Premio Pulitzer de poesía de aquel año gracias a su libro Live or Die, y arrancó el motor. Encendió también la radio y siguió tomando vodka mientras aspiraba con tranquilidad el inodoro veneno del monóxido de carbono. Era la tarde del viernes 4 de octubre de 1974.

LA MUERTE DE LOS PADRES

  1. OSTRAS

Ostras comimos

dulces bebés azules,

doce ojos me clavaron la mirada,

mojados en limón y Tabasco.

Tenía miedo de comer este alimento paterno

y Padre rió

y tragó su Martini

prístino como las lágrimas.

Era un remedio suave

que venía del mar hasta mi boca

húmedo y blando.

Tragué.

Descendió como un gran flan.

Luego comí a la una y a las dos.

Luego me reí y luego nos reímos

y déjenme tomar nota

tubo una muerte,

la muerte de la infancia

ahí en Union Oyster House

porque yo tenía quince años y estaba comiendo ostras

y la niña fue derrotada.

Venció la mujer.

  1. CÓMO BAILÁBAMOS

La noche del casamiento de mi prima

vestí de azul.

Tenía diecinueve años

y bailamos, Padre, giramos.

Nos movimos como ángeles que se lavan a sí mismos.

Nos movimos como dos pájaros en llamas.

Después nos movimos como el mar en un frasco

más y más lentamente.

La orquesta tocaba

“Oh cómo danzamos la noche aquella en que nos casamos».

Y tú me hiciste bailar vals como si fuera un plato giratorio en la mesa

y nos queríamos,

mucho.

Ahora que estás fuera de combate

inútil como un perro ciego,

ahora que ya no estás al acecho,

la canción resuena en mi cabeza.

Puro oxígeno era la champaña que bebimos

y chocamos nuestros vasos, uno contra el otro.

La champaña respiraba como un buzo

y los vasos eran cristal y la novia

y el novio se agarraban uno al otro mientras dormían

cual bailarines maratónicos de 1930.

Madre era una belleza y bailó con veinte hombres.

Tú bailaste conmigo sin pronunciar palabra.

En cambio habló la serpiente mientras tú apretabas.

La serpiente, esa burlona, se despertó y presionó contra mí

como una gran diosa y nos inclinamos juntos

como dos cisnes solitarios.

  1. EL BOTE

Padre

(que se autoapoda“viejo lobo de mar»),

con su gorra marina

al timón del Chris-Craft,

un veloz bote de caoba

llamado Go Too III

acelera más allá de Cuckold’s Light

sobre el oscuro azul profundo.

Yo en la parte posterior

con un salvavidas de color naranja.

Yo en el asiento de los osados.

Madre adelante.

Su pañuelo aleteando.

Las olas profundas como ballenas.

(De hecho, se ha avistado ballenas.

Una escuela a dos millas de Booth Bay Harbor.)

Está agitado y avanzamos demasiado rápido.

Las olas son rocas sobre las que cabalgamos.

Tengo siete años y nos dirigimos hacia

Pemaquid o España.

Ahora las olas están más altas;

son edificios redondos.

Comenzamos a atravesarlas y el bote tiembla.

Padre va más rápido.

Estoy mojada.

Doy tumbos en mi asiento

como una blanda naranjita china.

Repentinamente

una ola que nos traga.

Traga. Traga. Traga.

Estamos desafiando al mar.

Lo hemos partido.

Somos tijeras.

Aquí en el cuarto verde

los muertos están muy cerca.

Aquí en el verde despiadado

donde no hay recuerdos

o catedrales un ángel habló:

A ustedes no les incumbe. Nada aquí les incumbe.

Dame una señal,

Padre grita,

y el cielo se quiebra sobre nosotros.

Hay aire para tener.

Hay gaviotas que besan el bote.

Hay un sol tan grande como una nariz.

Y aquí estamos los tres

dividiendo nuestras muertes,

desaguando el bote

y liquidando

el ala fría que se cerró sobre nosotros

este brillante día de agosto.

  1. SANTA

Padre

el traje de Santa Claus

que compraste en Wolff Fonding Theatrical Supplies

mucho antes de que yo naciera,

está muerto.

La barba blanca con la que me engañabas

y el pelo como el de Moisés,

la lana gruesa y crespa

que solía susurrarme en el cuello,

está muerta.

Sí, mi rozagante Santa

haciendo sonar tu cencerro de bronce.

Con hollín de verdad sobre tu nariz

y nieve (a veces sacada del refrigerador)

sobre tus grandes hombros.

La habitación era como Florida.

Sacaste tantas naranjas de tu saco

y las esparciste en el salón,

riendo todo el tiempo con esa risa de Polo Norte.

Mamá te besaba

para ella esa era la altura.

Mamá podía abrazarte

porque no tenía miedo.

Los renos golpeaban sobre el techo

(Era mi Nana con un mazo en el altillo.

Para mis hijos era mi esposo

rompiendo cosas con una palanca).

El año que dejé de creer en ti

es el año en que estabas ebrio.

Mi hombre rojo y borrachín,

tu voz pastosa como el jabón,

estabas muy lejos de ser San Nico

con ese olor a coctel de papá.

Lloré y salí corriendo del cuarto

y tú dijiste, «¡Bien, gracias a Dios esto terminó!»

Y así fue, hasta que llegaron los nietos.

Entonces te amarré las almohadas

a las 5:00 A.M. de la mañana de Cristo

y te ajusté la barba,

toda amarillenta con el tiempo,

y puse rouge sobre tus mejillas

y Blanco Tiza en tus cejas.

Éramos conspiradores,

actores secretos,y te besé

porque era lo suficientemente alta.

Pero eso ya pasó.

La era se acaba

y hay niños grandes que cuelgan sus calcetas

y construyen un negro monumento a tu memoria.

Y tú, tú te esfumas

como un guardavías perdido

moviendo su linterna

ante el tren que ya no llega.

  1. AMIGOS

Padre,

¿quiénes eran todos esos amigos,

especialmente aquel,

un engendro seboso,

que guardaba mi foto en su billetera

y me la mostraba en secreto

como si fuera algo indecente?

Solía cantarme

yo vi una mosquita

y me zumbaba sobre la mejilla.

Me gustaría ver a esa mosquita

besar a nuestra Annie cada día.

Y luego me zumbaba

sobre la mejilla

sobre las nalgas.

O si no tomaba un auto

y me lo pasaba por la espalda.

O sino me soplaba un poco de whisky

a la boca, oscura y gamuzada.

¿Quién era, Padre?

¿Qué derecho tenía, Padre?

¿Para tomarme en sus brazos como Charlie Mc Carthy

y ponerme sobre sus rodillas?

Era calvo como una joroba.

Sus orejas sobresalían como tazas de té

y su lengua, Dios mío, su lengua,

como una lombriz roja y cuando besaba

reptaba hacia adentro.

Oh Padre, Padre,

¿quién era ese extraño

que conocía a Madre demasiado bien?

Y me hacía saltar la cuerda

quinientas veces

gritando,

Pequeña, más alto, salta más alto,

subiendo y bajándome

cuando Padre, eras tú,

el que tenía derecho

y deber.

Me golpeaba en las nalgas

con una cuerda de saltar.

Yo tenía las marcas de sus dedos rojos

y gritaba por ti

y Madre dijo que estabas de viaje.

Te habías hundido como el gato en la nieve,

ni una pata de qué agarrarse para la suerte.

Mi corazón se trizó como un plato de muñecas,

mi corazón se encogió como picado por abeja

mis ojos se llenaron como los de una lechuza

y mis piernas se cruzaron como las de Cristo.

Era un extraño, Padre.

Oh Dios,

era un extraño

¿no es cierto?

  1. CONCEBIDA

No te hagas el padre conmigo

porque no eres mi padre.

Hoy existe esa duda.

Hoy existe ese monstruo entre nosotros,

el monstruo de la duda.

Hoy es otro el que acecha en las alas

con tus líneas amadas en su boca

y tu corona en la cabeza.

Oh Padre, Padre ―dolor,

¿a dónde nos ha llevado el tiempo?

Hoy llamó alguien.

“Feliz Navidad», dijo el extraño.

“Yo soy tu verdadero padre».

Eso fue un cuchillo.

Eso fue una sepultura.

Eso fue un barco surcando mi corazón.

Desde las galeras escuchaba a los esclavos

gritar, húndete, húndete.

Y nuevamente escuché al desconocido

“Yo soy tu verdadero padre».

¿Fui trasplantada?

Padre, Padre,

¿dónde está tu esqueje?

¿Donde estaba la tierra?

¿Quién era la abeja?

¿Dónde fue el momento?

Un tío postizo llamó ―ese extraño―

y vino por mí en mi cumpleaños número cuarenta y dos.

Ahora soy una melancólica verdadera,

tan segura como un búfalo

y tan loca como un salmón.

Ilegítima al fin.

Padre,

adorado cada noche menos una,

cornudo esa única vez,

la noche de mi concepción

con ese modo frívolo,

dime, vejestorio inerte,

¿dónde estabas tú cuando Madre

me tragó entera?

¿Dónde estabas, viejo zorro

dos ojos pardos, dos infiltrados,

escondiéndose tras tu licor

blando como el aceite?

¿Dónde fui concebida?

¿En qué habitación

fluyeron esos jugos definitivos?

¿En un hotel en Boston

dorado y lúgubre?

¿Fue acaso una noche de febrero

toda envuelta en pieles

que no supo de mí?

Lo pregunto. Me da asco.

Padre,

te moriste una vez,

conservado en sal a los cincuenta y nueve,

comprimido como un gran ángel de nieve,

¿acaso eso no fue suficiente?

Aparecer de nuevo y morírteme.

Llevarte ese hablar maníaco

esas piernas de palo de escoba, todas

esas familiaridades que compartíamos.

Sacar tu tú de mi yo.

Enviarme a los genes

de este explorador.

Él me mantendrá apartada a punta de cuchillo

y cual filo de cuchillo le diré:

Extraño,

hueso a mi hueso hombre,

sigue tu camino.

Te digo que te guardes tu semen,

está viejo,

se ha convertido en ácido,

no te hará ningún bien.

Extraño,

extraño,

llévate tu acertijo.

Dáselo a una escuela de medicina

pues a mí me asquea.

Mi pérdida golpea.

Porque aquí está mi Padre,

un Santa Claus rosado

contándome el viejo cuento de Rumpelstilskin,

más grande que Dios o el Demonio.

Él es mi historia.

Lo veo de pie en el banco de nieve

la noche de Navidad

cantando “Good King Weceslas”

a las casas blancas y brillantes

o dándole a Madre rubíes para ponerse en los ojos,

roja, roja, Madre, estás roja como la sangre.

Él la levanta en sus brazos

todo escalofríos rojos y sedas.

Le grita:

¿cómo es que oso levantar a esta princesa?

¿Un hombre simple como yo

con una nariz de tiburón y diez dedos tiznados de alquitrán?

Princesa de las alcachofas,

pajarito mío

muñeca de trapo

juego de fichas

amor popular

¡dulce flancito!

Y se besaron hasta que me fui.

Hasta me aceptaban a veces en el cuadrilátero real

y en esas ocasiones él comía mi corazón partido en dos

y yo me ponía feliz.

En esas ocasiones olía el perfume del gel en su pijama.

En esas ocasiones desordenaba su rizado pelo negro

y tocaba sus diez dedos alquitranados

y me tragaba su aliento de whisky.

Rojo. Rojo. Padre, estás rojo de sangre.

Padre,somos dos pájaros en llamas.

Gira 60 aniversario de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba

Gira 60 aniversario de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba

Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba.

El pasado martes 14 de mayo, la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) de Cuba, dirigida por Enrique Pérez Mesa, ofreció un concierto en el Auditori del Forum de Barcelona. La función fue parte  de la gira de dicha formación por España, a propósito de la celebración de su 60 aniversario. En el programa intervinieron además la flautista Niurka González, Silvio Rodríguez y el pianista Jorge Aragón. Hoy en Miradas Desde Adentro reproducimos una reseña aparecida en el portal cancioneros.com y escrita por Xavier Pintanel en relación con la presentación  aludida y donde se resalta el hecho de que Silvio Rodríguez, sin pretenderlo y a su pesar, eclipsó el sobresaliente trabajo de nuestra principal agrupación sinfónica.

Silvio Rodríguez, el sol que oculta a las estrellas

Por Xavier Pintanel

Sería absurdo no reconocer que la mayoría de los asistentes al concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba venía a escuchar realmente al «invitado» Silvio Rodríguez, lo cual se demostró tremendamente injusto ya desde los primeros compases de la hipnotizante Penthesilea de Carlos Fariñas.

En efecto, la orquesta dirigida por la magistral batuta de Enrique Pérez Mesa, reclamó con elegancia y maestría el merecido protagonismo que le otorgaba el cartel y una trayectoria de 60 años en los escenarios; aunque la acústica del Auditori del Forum no fuera la más apropiada para una sinfónica.

Finalizada la primera pieza, los vientos y percusiones se retiraron dando paso a la flautista Niurka González —la mitad del dúo Ondina y esposa y acompañante habitual de Silvio Rodríguez— para interpretar el Concierto de Otoño para flauta y cuerdas de Joaquín Clerch con extremada precisión, sentimiento y sutileza.

Tras una breve pausa, y otra vez con la orquesta al completo, siguió el programa con tres movimientos del Sombrero de tres picos de Manuel de Falla, tras el cual y después de los primeros acordes de Pequeña serenata diurna, apareció Silvio Rodríguez con las manos en los bolsillos y aire despreocupado, que sin mediar palabra entonó la primera de las cinco canciones previstas en el programa.

Silvio Rodríguez —aun sin dar la impresión de estar excesivamente motivado— cantó con oficio, potencia y templanza a mayor gloria de los arreglos sensibles, sin exuberancias ni estridencias del joven músico cubano Jorge Aragón que, sin duda alguna, acertó en el nuevo vestido de las canciones.

El trovador cubano siguió con La era está pariendo un corazón, con un público totalmente entregado, a sabiendas que el repertorio era breve y habría que disfrutar cada nota en cada segundo. Le siguió un potente Ángel para un final y una sensible y hermosa canción todavía inédita, Jugábamos a Dios, compuesta para la película Afinidades (2010) de Jorge Perugorría y Vladimir Cruz; para finalizar con este manifiesto que es El necio, en una versión cargada de matices sinfónicos.

Ya fuera de programa y con el único acompañamiento del piano de Jorge Aragón, Silvio regaló una sublime interpretación de Te amaré, dejando a la orquesta en la difícil tarea de retomar un concierto que había quedado con el listón muy alto en emociones; tarea que acometieron exitosamente con el Guaguancó de Guido López Gavilán y el Danzón de Alejandro García Caturla. Para los bises, una nueva visita a Falla, con la Danza del fuego de El amor brujo.

Al finalizar, gran parte del público reclamó durante varios minutos una nueva presencia de Silvio —incluso se entonó un Te doy una canción a capella y colectivo—. El trovador, que se había mostrado más generoso unos días antes en Bilbao (Hoy mi deber, Te doy una canción y la inédita Noche sin fin y mar) y en Úbeda (Hoy mi deber, Historia de las sillas y Te amaré), no regresó al escenario.

Quizás para no robar el protagonismo del concierto y devolvérselo a la orquesta, intención frustrada a todas luces porque ya se sabe que las estrellas desaparecen ante la luz del sol.

Tomado de cancioneros.com, localizable en:

https://www.cancioneros.com/co/10239/2/silvio-rodriguez-el-sol-que-oculta-a-las-estrellas-por-xavier-pintanel

Letras de canciones de Pedro Guerra

Letras de canciones de Pedro Guerra

Pedro Guerra

Pedro Guerra es sin la menor discusión uno de los principales cantautores en la actual escena de la música popular española. Procedente de lo que en los años ochenta se conoció como Taller Canario, en Cuba hemos tenido la fortuna de poder asistir a presentaciones de este destacado hacedor de canciones en más de una oportunidad. Con una discografía en la que entre otros álbumes se incluyen GolosinasTan cerca de míRaízOfrendaHijas de Eva, reproduzco aquí las letras de algunas de las tantas hermosas composiciones de Pedro Guerra, canario nacido en 1966.

Letras de canciones de Pedro Guerra

CERCA DEL AMOR

una vez estuvo cerca del amor

de las alas y el misterio

de gustarse en el espejo

y esa vez no supo nada del dolor

por las calles y los versos

poco a poco fue creyendo

y el mar la lluvia y los balcones

oliendo a jazmín

y el libro de los besos y las flores

con todo y por ti

pero dudó

otra vez estuvo cerca del amor

y las gentes y las caras

no existían ni contaban

y esa vez se hizo más fuerte y no dudó

y las horas encantadas

ni corrían ni pasaban

y el mar…

pero lloró

cuántas veces cerca

cerca del amor

casi lo tocó y lo acarició

y casi estuvo cerca

de abrazarlo y se escapó

una vez estuvo cerca del amor

si es que estuvo cerca del amor

luego fue que estuvo cerca del amor

y el futuro no pensado

se hizo enorme y hubo un árbol

y esa vez como un ángel no lloró

y el amor tomó su mano

y fue un niño y fue un anciano

y el mar…

pero temió.

DESEO

bajo la luz y la sombra en los dibujos del aire

te seguiré hasta el final te pediré de rodillas

que te desnudes amor te mostraré mis heridas

y con las luces del alba antes que tú te despiertes

se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

te seguiré hasta el final entre los musgos del bosque

te pediré tantas veces que hagamos nuestra la noche

te seguiré hasta el final con el tesón del acero

te buscaré por la lluvia para mojarme en tu beso

y cuando todo se acabe y se hagan polvo las hadas

no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada

te seguiré hasta el final por la escalera del viento

para rogarte por Dios que me hagas sitio en tus besos.

GENTE SOLA

Hay gente en la cola de todos los cines

gente que llora gente que ríe

gente que sube y que baja de un coche

gente en el rastro y en los ascensores

gente en la guagua en el metro

en la lluvia en un árbol

gente en la cuesta vestida desnuda cantando

gente con sombra con dudas

gente que añora y que ayuda

gente que vive a la moda que viene y que va

pero qué sola está

Hay gente que sueña que abraza a otra gente

gente que reza y luego no entiende

gente durmiendo en el borde del río

gente en los parques gente en los libros

gente esperando en los bancos de todas las plazas

gente que muere en el borde de cada palabra

gente que cuenta las horas gente que siente que sobra

gente que busca a otra gente en la misma ciudad

pero qué sola está

gente en el ruido y el humo de todos los bares

gente que en su corazón multiplica los panes

gente con ramos de flores gente borracha de amores

gente que cava su fosa que no puede más

pero qué sola está

gente con ramos de flores gente borracha de amores

gente que cava su fosa que no puede más

pero qué sola está

HAY MIL MANERAS DE DERROTAR A UN HOMBRE

Ponlo de rodillas a un hombre en su trabajo

ponlo en un aprieto de luz por resolver

sólo con un rasgo de nieve en el querer

ese hombre está acabado

puedes disparar a un hombre sin ser visto

puedes darle un golpe de crisis en la sien

sólo con un seco rasguño en el querer

ese hombre habrá caído

Caído al suelo

caído al mal

al pozo oscuro

de la soledad

puedes rescatar los daños del pasado

puedes por convenio dejarlo sin comer

sólo con un brote de sangre en el querer

ese hombre está doblado

puedes ignorar la angustia de sus hijos

puedes darle largas al signo de su piel

sólo con un aire de olvido en el querer

ese hombre habrá caído.

LAZOS

Estabas sola pero tranquila

cuando te dijo «qué linda estás»

y fue una ráfaga de la vida

fue una ventana en la oscuridad.

Y susurrado como en los cuentos

aprovechó tu debilidad

llovió la lluvia en los cauces secos

y puso un beso en tu soledad.

Como una flor jamás presentida

se hizo el guardián de tu intimidad

en los balcones ropa tendida

y afuera el ruido de la ciudad.

Pero pensando que el tiempo es vela

que se deshace sin avisar

encarcelaste al amor que vuela

con el temor de lo que se va.

Y te entregaste sin condiciones

y te olvidaste quizá de ti

y como dicen en las canciones:

«si tú te vas qué será de mí».

Forzaste quizá demasiado los lazos

pensando que en eso consiste el amor,

en dar sin medir el calor de un abrazo

quién sabe qué fue qué pasó…

Estabas sola pero tranquila

cuando te dijo: «vengo por ti»

eres la cura de mis heridas

toda la vida que no viví.

Y cómo hacer para no quererle

cuál es el paso que hay que medir,

cuál es el límite de la fuente,

cuál es el tope de la raíz.

MADURAR EL AMOR

hay que aprender

a conocer el amor

no confundir el amor

con la hoja seca de amor

que cae al pie del amor

hay que aprender

a no esperar del amor

pero en empeños de amor

hacer brotar el amor

de la paciencia el amor

no tiene rostro

no tiene altura

no puede ser llevado de la mano

no tiene calma

no tiene anchura

no puede ser armado ni comprado

hay que aprender

a madurar el amor

dejar volar el amor

y que respire el amor

todo el amor del amor

hay que aprender

a recoger el amor

desmenuzar el amor

no hacer altares de amor

bajar al suelo el amor

Historia de un desaguisado

Historia de un desaguisado

Por Joaquín Borges-Triana

En numerosas ocasiones me sorprendo leyendo trabajos en la prensa plana o escuchando intervenciones en la radio y la televisión que sólo son reflejos de una inquietante desactualización en relación con fenómenos artísticos y culturales que se originan o son expresados en el repertorio musical contemporáneo de los creadores cubanos. Ello sucede, entre otras razones, por el divorcio que se da entre no pocas de esas voces con acceso a los medios y el verdadero saber de corte culturológico y/o musicológico procedente del amplio campo de las ciencias sociales. Así las cosas, por lo general nuestra crítica musical no está preparada para realizar análisis cruzados, con enfoques multi, inter y/o transdisciplinarios, resultado del conocimiento de investigaciones que funcionen como apoyaturas de sus afirmaciones.

Creo que no está demás acotar que acerca de la música entendida como espectáculo, uno más de la gran oferta existente en nuestro tiempo, conviene reflexionar tal vez sobre la idea que subyace a la representación en sí. Hoy la música se ha convertido en una dualidad comercial que se bifurca entre la música oída, fundamentalmente en radio y discografía; y la que se ve y se oye, en reproducciones audiovisuales y en directo en los auditorios. Lo complejo de semejante realidad conduce a que, contrario a lo que muchos opinan, cualquier persona no está apta para ejercer de forma profesional la crítica musical.

No hace falta ser un experto en nada para opinar de lo que a uno le gusta o no, pero sí son éticamente exigibles los conocimientos previos para vivir de ello. Sucede que para escribir una buena crítica musical, no es suficiente con saber redactar bien en términos periodísticos, sino que se requiere conocer a profundidad de lo que se escribe, o sea, poseer un grado de especialización temática y que posibilita manejar los sistemas de codificación producidos en el discurso musical, para así poder interpretarlos y exponérselos al público.

Pensaba en todo lo anterior a propósito de varios elogiosos comentarios que he leído sobre un reciente disco de versiones (realizado por una prestigiosa figura) de temas del repertorio de un muy popular cantante de décadas pasadas. No me interesa en lo más mínimo polemizar con quienes han escrito dichas reseñas o críticas (aparecidas en distintos medios cubanos de prensa, incluso en uno que otro especializado en música) ni mencionar aquí el nombre del fonograma ni de su protagonista, alguien a quien admiro profundamente, cosa que no me impide percatarme de que se trata de un disco infeliz en su resultado final. En todo caso, hablo del asunto para traer a la palestra un ejemplo de lo mal que anda la crítica artística entre los cubanos y de acciones que, en mi modesto parecer, no debieran hacerse, sobre todo cuando se trata de glorias de la cultura de este país.

Me parece oportuno comentar que en mi caso personal, soy de los que entiende la música popular como una suerte de enorme red intertextual en la que cada canción resulta una enunciación-performance de un determinado código o sistema de comunicación general muy compartido y productor de entidades harto similares. De tal suerte, en semejante contexto, una versión tanto actualiza como transforma una pieza musical grabada con anterioridad y puede ir de la más simple imitación a la producción de lo que vendría a ser un tema derivado, del homenaje a la deconstrucción, del enmascaramiento a la sátira o el pastiche y la parodia (entendido esto último en la tradición del reciclaje musical occidental como el empleo de materiales de una obra para la composición de una nueva con identidad propia).

No está de más acotar que interpretar o grabar un tema de un compositor, vocalista o agrupación de otra época, género o estilo es una constante en el devenir de la música popular, si bien lo cierto es que la producción de versiones para rendir tributo a determinada figura o agrupación se ha convertido en un recurso muy usado por la industria en las últimas décadas, algo que también ha sucedido en Cuba. Esa actualización de equis pieza no deja de ser un acto creativo por parte del orquestador o arreglista, aunque de igual modo es una operación comercial (por encima de ser presentada supuestamente con intenciones más elevadas).

En la actualidad existe consenso en cuanto a que, en la práctica, la versión deviene experiencia de escucha, al establecer en el oyente una relación entre un punto de origen o referencia sonora y otro, percibido como la actualización de dicho referente. Tengo que confesar que entre las distintas concepciones que hay acerca de qué entender por una versión, personalmente me identifico con la última expresada, o sea, que siempre mido los niveles cualitativos del nuevo producto que nos entrega la industria, en comparación con el original que le dio vida.

De ahí que al escuchar este disco de versiones del que vengo hablando, inevitablemente a mi mente viene la evocación de las maravillosas interpretaciones originales por parte del vocalista al que se le rinde homenaje.

Lamentablemente, en mi criterio, este álbum no consigue encajar en ninguno de los tres tipos fundamentales de versiones existentes: la versión que aspira a ser lo más parecida a la base o versión de referencia; la que lo modifica en mayor o menor medida, para adaptarlo al estilo del cantante o agrupación que lleva a cabo la versión; y la que manipula a tal grado la estructura básica de la referencia que hace que la nueva versión (también llamada reelaboración) pueda ser vista como un tema independiente o paralelo.

No pretendo formular aquí un análisis de las funciones y significados de cada versión específica de las incluidas en el disco al que me refiero, pero cualquiera que preste una atenta audición a lo hecho por su protagonista se dará cuenta de que las líneas melódicas de las canciones con suma frecuencia son modificadas o alteradas, simple y llanamente por la imposibilidad de llegar al registro de la nota correspondiente en cuestión.

La pena que experimento no viene dada solo por los comentarios elogiosos que en relación con el álbum están saliendo y que es probable continúen publicándose en los medios cubanos de comunicación. Eso es lo de menos importancia. Lo triste es que en los corrillos musicales, gente que sabe mucho de estos asuntos formulan acres críticas al fonograma de marra y cuestionan cómo la discográfica permitió que un producto con tantos déficits en su acabado viese la luz y con ello no se haya protegido a una gloria no ya de la música sino de la cultura de este país pero que, en virtud de la elevada edad que tiene, ha visto pasar su mejor momento como intérprete

Y eso no es todo. Aún hay un desaguisado mayor. Como parte de ese loable afán por estimular a nuestros músicos con un Premio Cubadisco, pero que en no pocas ocasiones ha sido excedido, como lo evidencia la enorme cantidad de galardones entregada en varias emisiones del certamen, en la reciente clausurada edición de la fiesta del disco cubano se creó una categoría nunca antes existente para premiar un trabajo que, según el consenso de no pocos especialistas pero que no se pronuncian públicamente, no estaba a la altura como para recibir una distinción, lo cual no significa que el material carezca de valores.

Es que tanto periodistas como los demás involucrados en la industria fonográfica deberíamos ser conscientes de que no siempre la voz de alguien, por grande que sea esa persona, tiene que proyectarse como una propuesta musical de alto vuelo o cuando menos acertada, aunque esté interpretando temas antológicos, responsabilidad que en cualquier caso no solo atañe al solista o agrupación protagónica en un CD sino además al productor del álbum y a la discográfica en cuestión. Digo yo.

De ahí que al reflexionar sobre este episodio, me pongo a pensar que a lo mejor, el genial músico estadounidense Frank Zappa tenía algo (o mucho) de razón cuando de manera descarnada afirmaba una idea que al parecer trasciende las fronteras de los medios de comunicación:

«El periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer».

Mario Benedetti: Confabulación de la memoria

Mario Benedetti: Confabulación de la memoria

Por Joaquín Borges-Triana

Por estos días de mayo se ha recordado en distintos puntos de la geografía internacional y especialmente en Uruguay a Mario Benedetti, pues se conmemora el décimo aniversario de su fallecimiento. Hace algo más de 20 años tuve la oportunidad de entrevistarlo. Dadas las características de aquella época, esa conversación con el sobresaliente escritor apenas circuló entonces en el medio de prensa donde fue publicada, así que he pensado que no viene mal reproducirla hoy en Miradas Desde Adentro.

El periodista más sabe por viejo que por periodista, fue lo que pensé luego de despedirme de Mario Benedetti, en un apartamento ubicado en pleno centro del Vedado. Para mi suerte y fortuna, habíamos coincidido ambos mientras visitábamos por separado a una amiga común, una mujer perteneciente a esa estirpe en extensión de féminas poseedoras de un donaire y una prestancia de dama antigua. El casual encuentro devino amena charla sobre tantos de los temas acerca de los cuales pueden hablar un par de impenitentes conversadores y que de paso, aprovechan la ocasión para brindar con algunas libaciones etílicas.

Mario estaba en La Habana para presidir el jurado de ficción del Festival de Cine Latinoamericano y en su apretada agenda de trabajo apartaba un par de horas para ir a ver a una amiga de los tiempos en que viviera por estos lares. El día en que el azar me puso en el camino a Benedetti, por mis funciones en el Secretariado Nacional de la Asociación Nacional del Ciego (ANCI) yo había asistido a un activo provincial de personas ciegas de la tercera edad. Quizás por eso, pensé, que un periodista más sabe por viejo… Creo que todo lo vivido en el mencionado evento me condicionó fuertemente. Sea como sea, por encima del periodista que soy me ayudó «el viejo». (“¿Cuál viejo?”, “¿el que comenzaba a ser a los 35 años y que se ponía de manifiesto en mi nostalgia por la década de los ochenta y lugares como la Casa del Joven Creador, el parque de 23 y G, el bar del restaurante El Conejito?”; “¿El que me traje del activo acerca de la tercera edad?” ­ Vaya uno a saberlo, sobre todo si es posible que uno mismo se dicotomice de esa forma)

Pero estoy seguro: fue «el viejo» el que me salvó. Sí, porque cuando encontré, a Benedetti tuve, primero, la alegría de conocer a alguien a quien admiro como escritor y respeto como ser humano. Pero, luego, me vino la bronca: no contaba a mano con una regleta y un punzón (lo mínimo que debe poseer un ciego para poder escribir); ni con mi desvencijada máquina braille, marca Erika (herencia del extinto campo socialista); ni con una grabadora, ni con mi muy moderno Braille’n Speak (una pequeña maravilla del reino de la informática), ni con nada para tomar notas… ­Y eso me salvó. Me volví, repentinamente un viejo sabio: la fluidez de las palabras de Mario no sería interrumpida por mis tomas de notas y si los recuerdos me ayudaban y no me fallaban las claves mnemotécnicas, iba, entonces, a tener material como para llenar varias cuartillas y entregar en la redacción de la publicación algo que no estuviese dedicado al tema de la música, asunto acerca del cual el editor de El Caimán Barbudo se niega a que se continúe escribiendo. Así pues, por obra y gracia de una confabulación de la memoria sale esta casi entrevista a Mario Benedetti (casi porque él ni se imaginó -creo yo- que en mí alternaban el simple individuo proclive a la charla y el periodista).

Teníamos un buen rato para dialogar y a partir de una afirmación de nuestra amiga común en torno a cómo ha cambiado el mundo desde que ella y Mario se conocieron, empezamos por la política: despacito, entre sorbo y sorbo, ellos de Champagne y yo de Havana Club, ron que de entrada me asustó al paladar acostumbrado por aquellas fechas al de pipa con sabor a alcohol de bodega que vendían en mi barrio. En el temita (¿temita?) se vinieron, por orden o por desorden de la conversación: la caída del muro de Berlín, el castillo de naipes de la Europa del Este, Nicaragua, la ola del neoliberalismo, el fenómeno de la globalización, el aumento del protagonismo femenino en Occidente y la creciente reclusión de la mujer en el Islam, la situación de la izquierda latinoamericana que no puede regresar al pasado ni sabe cómo alcanzar el futuro…

La voz de Benedeti se confunde con el zumbido del metrobús que transita por la avenida aledaña. Le comentamos que ahora los únicos medios de transporte para llegar a Alamar, zona en la que él habitara años atrás, son los tan infernales pero útiles camellos. Sin apenas darnos cuenta hemos comenzado a hablar de Cuba, de los cambios a los que ha debido someterse el país y el ciudadano de a pie para poder sobrevivir. Con algo de ironía le digo a Mario que a esas transformaciones él tiene que agradecer haberse hecho más popular entre los cubanos pues no resultan pocos los que se buscan la vida vendiendo maderas trabajadas artesanalmente con textos suyos o atribuidos a su autoría, «ediciones» por las cuales nunca cobrará  derecho de autor.

Sin hacer transición alguna pasamos a charlar en relación con otra Cuba: la de la retinosis. Benedetti me pregunta si el tratamiento inventado acá  contra tal padecimiento no me sirve a mí. Le explico por qué no. Mario, entonces, me cuenta que él había sido operado dos veces de la vista, una por desprendimiento de retina y otra por cataratas. Con pesar se lamenta de que existan miles de personas que padecen ceguera curable y que no pueden resolver su problema por la falta de recursos para pagar los servicios de un oftalmólogo que los opere. «Es un crimen», concluye.

Tras una pausa de breves segundos, Mario se zambulle en el Tercer Mundo: va hasta Irak. No está de acuerdo con Hussein, pero tampoco con que se hayan enterrado vivos en las arenas del desierto a tantos soldados irakíes ni con el bloqueo que ha hecho morir de hambre a cientos de inocentes de dicho pueblo. «Estamos en el tiempo de la hipocresía», me dice. «A nadie se le mueve un pelo por cosas así, apenas si tímidas justificaciones. Algunos se ocupan más de los niños que no nacen por el aborto, que de los millones de pequeños que se mueren por malnutrición, por carencia de atención médica»…

Me sacude su reflexión y le comento haber leído en el diario madrileño El País un artículo suyo a propósito del tema, titulado «La hipocresía terminal». Le cuento cómo durante un buen tiempo perseguí el mencionado periódico español para leer su columna y la de ese otro grande de las letras hispanas llamado Antonio Gala. Tras una pausa para que nuestra anfitriona nos vuelva a llenar las copas, Mario se remonta a tres décadas atrás, ¡qué lejano parece todo aquello…! «Un mexicano», me afirma Benedetti, «que no recuerdo cómo se llama, escribió que en Europa fue derrotado el socialismo pero en América Latina el derrotado fue el capitalismo». Sonreímos. Coincidimos en evocar nombres y citas de los años sesenta que pronosticaban el fin del Imperio (el norteamericano) y del capitalismo mundial para el decenio de los noventa. Queda hoy el consuelo, eso sí, de que a lo mejor las utopías no son posibilidades reales, pero al menos sirven para caminar.

La conversación asume un carácter más conceptual. A los tres nos preocupa que el mundo contemporáneo da cuenta de una especie de sensación trivial, donde lo material se ha impuesto vertiginosamente en la conformación de un individuo que ante los avances de la idea de «progreso» lo conlleva a lo que Marshall Mcluhan denomina implosión o era de la angustia. La premisa de la cosificación del sujeto, anunciada por Carlos Marx, y la del Malestar en la Cultura, expuesta en los escritos de Sigmund Freud, son los elementos para pensar aquello que estamos dejando de ser y que vamos siendo en este momento.

A Mario también le alarma el hecho de que en el presente sí hay ruptura generacional. Para él, desde mediados de los ochenta todo cambió. Los jóvenes tienen otro modo de ver la vida y en general, no comparten los ideales de la generación suya. Me alude a los artículos contra Eduardo Galeano, Idea Vilariño y su propia figura, escritos por jóvenes. «Algunos han llegado al colmo de decir, incluso, que en el Uruguay los que mandamos somos Galiano, el presidente de turno y yo».

«No entiendo cómo se han producido esos ataques contra su figura. Por lo menos, usted merece el respeto de alguien que se ha mantenido firme sin claudicaciones. Puede ser que el Benedetti escritor no guste; pero el Benedetti hombre se ganó la admiración por su conducta íntegra».

«¿Sabés lo que pasa? Me etiquetaron. Soy un escritor comprometido: eso es mala palabra hoy»…

«Tal vez…; sin embargo, sigue siendo muy leído. Tengo entendido que en un momento en que el diario uruguayo La República andaba mal en sus ventas, para capear el temporal decidieron incluir obras de usted en sus ediciones dominicales y por lo que he sabido, aumentó mucho el número de lectores».

«Es cierto, ascendió en un 60%. Pero hay quienes no toman en cuenta cosas así a la hora de vituperar y agredir».

Benedetti se detiene como para recordar y de inmediato vuelve a la carga: «Hasta atacaron a un recital que dimos en el teatro Bertol Brecht varios escritores, entre ellos Schinca, un tipo muy vinculado a la Fundación Braille del Uruguay. ¿Lo conocés vos?», me pregunta con el peculiar acento rioplatense.

«Sí», respondo. «A él, a Milton, a Enrique y a otros miembros de la FBU con los que mantengo correspondencia».

La imagen de Montevideo se hace corpórea y es imposible hablar de dicha ciudad sin referirse a Juan Carlos Onetti. Le digo a Mario que aunque aquí en Cuba él y Galeano son los dos escritores uruguayos de mayor renombre, en lo particular yo siento una especial devoción por el autor de El pozo, uno de mis textos latinoamericanos favoritos.

Benedetti comenta que cuando a Onetti le otorgaron el Premio Rodó, unos 8500 dólares, los donó a las bibliotecas municipales de la capital uruguaya y con fastidio afirma: «fijate que lo criticaron, dijeron que tiraba ese dinero con soberbia, con desprecio al Uruguay y qué se yo cuantas tonterías más. Aquello deprimió mucho a Juan Carlos porque en ese momento él estaba económicamente jodido y no obstante, adoptaba semejante decisión». «¡Qué pena!», replico, «alguien quiere ayudar a la cultura de su país y ya usted ve»… «Sí», dice Mario, «Onetti recordó su época de Director de las bibliotecas municipales y las penurias de las mismas, incluida la falta de libros»…

Después de ingerir un delicioso trago de mi Havana Club, indago por la manera que se conocieron. «Fue en una cervecería. Se tomó 18 jarras», confiesa Benedetti divertido, «y apenas si se le notaba un brillo en los ojos: siguió diciendo cosas interesantes mientras bebía jarra tras jarra».

Mario concuerda conmigo cuando expreso que Onetti tiene una proverbial facilidad para diseñar personajes femeninos sensacionales. Dado mi interés por este escritor, le pido a Benedetti que me cuente alguna anécdota acerca del Onetti como ser humano y así lo hace: «En cierta etapa se la pasaba todo el día metido en la cama, sin quererse levantar. Su mujer me pidió que le hablara, a ver si lo convencía. ¿Sabés lo que me contestó? Que en la cama ocurren las cosas más importantes del ser humano: nacimiento, muerte, hacer el amor, escribir»… Mario da la impresión de trasladarse al sitio donde sostuviera aquel diálogo con Juan Carlos. «Me dijo algo que nunca lo olvidaré, que había un cuento mío que odiaba y otro que amaba».

«¿Cuáles son?»

«El odiado, «Despedida de soltero», y el amado, «Los pocillos»».

«¡Ah!, «Los pocillos», si usted supiera cuánto dio y da que hablar ese cuento entre los ciegos aficionados a la lectura».

Mario queda sorprendido y tras comentar su total desconocimiento al respecto, pregunta: «¿Y qué dicen?»

«El asunto está en si el personaje es o no ciego. Le aseguro que como personaje invidente resulta creíble. Pero queda la duda cuando elige el pocillo por el color».

«Hace unos años Lautaro Morúa filmó ese cuento. Antes de hacerlo me llamó y me invitó a dar un paseo: mirá, quería saber si el personaje era o no ciego».

«¿Y usted qué le dijo?»

«Nada. Que lo resolviera él».

«Claro, pero a través de la imagen no se da la situación indefinida que usted logró por medio de la palabra».

«Lautaro decidió que era un personaje ciego»…

«¿Y usted?”

«Fue muy curioso. Ese cuento se originó en un apagón. Era el cumpleaños de mi madre. Le compré seis pocillos pero, para que no fuera un regalo común, los compré, de distintos colores. Al poco rato de llegar a casa de mamá, se vino el apagón. Entonces mi madre me pidió que abriera el paquete de mi regalo para no aburrirnos mientras volvía la luz. Abrí el paquete. Tuve los pocillos entre los dedos, los palpé. Me sentí ciego. Un ciego reconociendo por el tacto aquellos pocillos. Años más tarde escribí el cuento».

«Creo que con dicho relato usted ganó varios premios en el cine».

«Ganaron los actores, los cineastas».

No sé si porque en el rostro de alguno de nosotros han aparecido señales de hambre, como caída del cielo llega a la sala, procedente de la cocina del apartamento, una bandeja repleta de unos emparedados que a esta altura del día me saben a gloria. La energía renovada nos da bríos para pasar al apasionante tema de la informática. Mi entusiasmo por todo lo referido al mundo de los procesadores me hace afirmar que en mi criterio, para un escritor, la computadora acerca aquel sueño surrealista de  la escritura automática, en el sentido de que permite escribir a la velocidad del pensamiento.

Porque eran dos cosas las que detenían el pensamiento: una, la resistencia mecánica, o del lapicero o de la máquina de escribir. La otra, la atención que había que prestar para no cometer errores de ortografía pues, si no, después había que volver a hacer el trabajo de nuevo. Ahora, la resistencia no existe. Y no importa cometer faltas ya que luego se relee y corrige. Además, se escribe en la computadora como se toca el piano, o sea, siguiendo la inspiración. Para Benedetti, tanto el ordenador como la estilográfica y la máquina de escribir son instrumentos importantes y considera que lo adecuado es no fetichizarlos. La gente tiene ideas mágicas sobre la computadora; creen que la misma hace las cosas por uno, cuando sabemos que todo es «garbage in» o «garbage out». Por eso, a mi pregunta de si usa computadora para escribir, me responde:

«Tengo una en Madrid y otra en Montevideo. Empecé a hacer algunos artículos…, pero mi obra la he escrito a mano. Uso pequeños cuadernos, escribo sólo en la página de la derecha y dejo libre la de la izquierda para correcciones o agregados. Ahora bien, la computadora es fenomenal. Me estoy acostumbrando»…

«A propósito de su obra, lo último que he leído fueron unos poemas  dedicados al tema de las muy diferentes formas de la soledad que vivimos los humanos y me encantó el modo en que aborda el asunto. Por cierto, ¿puede dedicar todo su tiempo a escribir?»

«¡Qué va! Siempre hay compromisos, reportajes, conferencias, festivales, qué sé yo. Cuando me dejan tranquilo, dedico varias horas por la mañana y otras por la tarde, aunque interrumpo para tomar café o escuchar música».

«¿Y Pedro y el Capitán?«

«¡Ah, el teatro! Fue la única obra que tuvo aceptación. Las otras no funcionaron. Esa, incluso, la representaron en otros idiomas. Me resultó muy gracioso verla en Noruega. No entendí nada. Además, el Capitán tenía en su sombrero un escudo uruguayo. ¡Imaginate!, lo consiguieron en la embajada. Por supuesto que cuando fueron a la representación y encontraron el tema del torturado y el torturador, con el escudito en el que torturaba, los de la embajada se retiraron enojados… Fue lo mejor que hicieron».

Las campanadas del reloj de pared que cuelga en uno de los laterales de la sala me indican que va siendo hora para que me retire. Mi manía de no saber calcular el tiempo nuevamente me ha jugado una mala pasada y llegaré tarde a una cita, pero eso, ante lo mucho que me ha aportado este fortuito encuentro, poco o nada me importa. Aprovecho los instantes previos a la despedida formal para soltar una de esas preguntas que molestan. Interrogo a Mario acerca de si puede vivir de la literatura.

«Sobrevivir». Me contesta con la franqueza que transformó este diálogo en un relámpago que cesó fulgurante tras nuestro estrechón de manos y el beso en la mejilla a la amiga que me propició conocer a Benedetti, un personaje de una curiosidad voraz que lo convierte en un conversador cautivante y abarcador, un «todólogo» al modo del Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa.

Poesía de Heriberto Hernández Medina.

Poesía de Heriberto Hernández Medina.

Por Joaquín Borges-Triana

Heriberto Hernández Medina (Villa Clara, 1964 – Miami, 2012) formó parte del destacado grupo de poetas que se dio a conocer en el contexto cubano en la década de 1980. En 1987 se gradúa de arquitectura. En la nómina de sus libros publicados se incluyen:Poemas e Historia del caballero rojo y la dama en la casa de los espejos, Ediciones Matanzas, 1991; Discurso en la Montaña de los Muertos, Ediciones Unión, 1994 (este poemario fue Premio David 1989 compartido con María Elena Hernández, pero  no fue publicado por Ediciones Unión  hasta cinco años después); La Patria del Espejo, Ediciones Unión, 1994; Los Frutos del Vacío, Ediciones Matanzas, 1997, Linkgua Ediciones, 2006, Bluebird Editions, 2008; Verdades como templos, Iduna Ediciones, 2008; y Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno, Bluebird Editions, 2009. Entre los galardones que se le concedieron, recibió el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2006. Fue partícipe de Bluebird Editions, un proyecto personal del poeta George Riverón (además diseñador de todos los libros), al cual se unieron el poeta Carlos Pintado y Hernández Medina, con la intención de publicar libros de escritores cubanos en los Estados Unidos.

El nombre de Heriberto Hernández Medina inevitablemente ha de asociarse al movimiento poético que se dio en Santa Clara en la segunda mitad de los 80 y del que participaron escritores como Arístides Vega, Bertha Caluff, Joaquín Cabezas de León, Frank Abel Dopico y  Emma Artiles,  por solo mencionar algunas figuras. Desde que conocí su poesía, no recuerdo bien si gracias a la trovadora Tania Moreno o a Bladimir Zamora, pero que sí tengo claro fueron las primeras personas que me recomendaron leerlo, sentí que en el discurso poético de Heriberto Hernández Medina, pletórico en metáforas y largos versos, había una angustia siempre soterrada y que tal vez fue la que lo llevó a suicidarse en el 2012.

Hoy, al dedicar estas líneas de Miradas Desde Adentro a la memoria de Heriberto Hernández Medina y reproducir aquí algunos de sus poemas, lo hago sobre todo pensando en los más jóvenes y especialmente en una amiga que a tono con sus 26 años y desde su condición de hacedora de versos y narraciones, es arrogante y transgresora y me pregunta que si los poetas de la generación de los 80 que estoy sacando en este espacio son solo míos o dónde están ocultos, porque la promoción literaria a la que ella pertenece, muchachos y muchachas nacidos en los 90 y formados o deformados con las clases de videos, maestros emergentes y profesores generales integrales,  los desconoce. Me río ante la interrogante y le respondo con la consabida y antigua frase que sirviese de título a un viejo libro de Aldo Baroni: Cuba, país de poca memoria.

Poemas de Heriberto Hernández Medina

FÁBULA DEL DELFÍN Y LA SOMBRA DEL PÁJARO

Sentado entre dos muertos, la sombra del pájaro en vuelo convertida,

…………………./sombra sobre la sombra;

……como herida sentado entre dos muertos: la cerveza espuma oleada

…………………./sobre el pecho

……y a nuestro lado dos muertos punzando los rostros de la conversación.

La verdad no es el vuelo del pájaro, es el plumaje penetrando la

…………………./ambigüedad del canto,

……el canto como un pequeño ruido acuchillado en el vacío del pecho.

En la jarra de los bebedores, la espuma de la cerveza como la voz del

…………………./niño que entre dos muertes canta,

……es un ahuecamiento que va el doblez bordeando,

……un penetrar lento del plumaje en la oscura sordidez del sonido.

Viene el volatinero con las palabras del último golpearse,

……del último secreto impulso de estar ciego.

Todos alguna vez vimos su risa azul y el azul tras la risa del que sabe

…………………./que ha recibido la última noticia;

……es el pañuelo, la estrella plateada en el pañuelo que ha lanzado el delfín,

…………………./ahora busca en el agua la hendidura por la que ha de escapar,

……pero el niño ha dejado ya de abrirse el pecho, comienza a juntar

…………………./los fragmentos del salto,

……pero ha vuelto a saltar y la vidriera se quiebra, cae como una lluvia

…………………./de sal sobre los ojos.

Los bebedores alzan las jarras, beben largos sorbos de cerveza y de muerte,

……pero la canción ha cesado, el niño va guardando junto a su pecho

…………………./los vidrios de colores,

……pero el delfín ha vuelto a saltar: cruza el pájaro,

……la sombra del pájaro en vuelo convertida,

……pero el delfín ha vuelto a saltar

……y el niño está tendido junto al agua con el pecho cubierto de hojas secas.

Cruza el pájaro, la verdad no es su sombra.

LAS PAREDES DE VIDRIO

En este cuarto pesa demasiado la luz,

……las sombras son blanquísimas

……y no se pueden abrir las ventanas si aun no ha amanecido.

Una muchacha muy triste no podría sumergirse en las aguas,

……bordearlas,

……o decir que escucha una música transparente y muy húmeda.

Aquí no puede uno disfrazarse de ángel,

……no basta desnudarse.

A la mesa no pueden sentarse todos los que a veces no escuchan,

……no habrá comidas sobre manteles blancos,

……no vendrán juglares, ni citaristas, ni pájaros, ni peces.

La muchacha que estará tendida muy cerca de nosotros

……podrá estar desnuda, podrá estar dormida en la hierba

……o estar aun más desnuda si no se siente sola:

……pero nunca podría dividirse,

……pero no podría volar o ser una muchacha turbia,

……o tener nuestro pecho para decir que sueña;

……no podría soñar que habita un caracol y que a veces se pierde.

En este cuarto las sombras son muy blancas,

……algún día pudiesen pensar que son las nuestras y pedirles que canten,

……que se dejen caer.

Se pudiese pensar que a veces no dormimos,

……pero de hablar del insomnio,

……eso puede impulsarnos a decir que la noche es un borde estrechísimo

……en el que solo se puede estar de espaldas.

Aquí alguna vez se habló de ciervos y figuras que lanzaban unas flechas muy curvas;

……pero todos pensaban en la música,

……pero todos querían animales más dóciles, figuras más heladas.

Una mañana trajeron una piedra,

……la pusieron muy alto, tan alto que a veces se volvía;

……nunca más pensamos en estar muy solos, muy oscuros,

……en tener unas ganas terribles de morder,

……un árbol parecido a esa forma en que a veces callábamos.

Entonces pensamos vender nuestra sonrisa,

……pero quién puede comprar algo que se deshace,

……pero quién puede morirse de tristeza con la sombra tan blanca.

En este cuarto pesa demasiado la luz,

……basta volverse,

……puede ser fácil soñar que estamos solos,

……que abrimos la ventana y nadie nos empuja, o nos recuerda

……lo dulce que fuera despeñarse.

Así, tan ebrios, pudiéramos pensar que somos los más desmemoriados

……y salir con el pecho del suicida, con la caja del músico;

……entonces estaríamos tranquilos

……aunque nadie contara que volvimos muy sucios,

……derribamos los muros, rompimos los pisos

……y gritamos a todos que la ventana fue una mentira

……muy dulce, muy azul;

……aunque nadie contara que tuvimos un poco de miedo,

……que el espejo

……empezaba a mostrarnos las sombras más oscuras.

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