Variación sobre un tema de Superville y otros poemas de Atilio Caballero

Variación sobre un tema de Superville y otros poemas de Atilio Caballero

Una síntesis biográfica fría de Atilio Jorge Caballero (Cienfuegos, 5
de abril de 1959) diría que él es Licenciado en dramaturgia, narrador,
ensayista  y poeta. También incluiría que, entre otros libros, ha
publicado Las canciones recuerdan lo mismo (1989), El sabor del agua
(1991), El azar y la cuerda (1995), la novela Naturaleza muerta con
abejas (OLALLA Ediciones, Madrid, 1997 y Letras Cubanas, 1999), La
arena de las plazas (Casa Editora Abril, 1998), Tarántula (2000), La
máquina de Bukowski (2009), Escribir el teatro. Notas sobre
dramaturgia contemporánea (ensayo, 2010), Rosso Lombardo (Premio de
Cuento Alejo Carpentier, 2013). En esa supuesta síntesis no podría
faltar que en el año 1998 se alzó con el premio Uneac de novela con La
última playa (Premio Ópera Prima, Madrid, 2001, Akal Ediciones) y que
textos suyos han aparecido en diversas antologías de narrativa y
poesía, tanto en Cuba como en España, México, Nicaragua, Chile y otros
países.
Por supuesto que todo ello es cierto e importante, pero nada nos dice
del Atilio Jorge Caballero que, cual una rara avis, sigue viviendo y
haciendo cultura desde su terruño cienfueguero, como para desmentir a
los que creen en el fatalismo geográfico; o del conversador
impenitente, capaz de dialogar con igual pasión sobre lo humano y lo
divino; o del fan a la música que en los años ochenta de la anterior
centuria era famoso en los corrillos habaneros por su colección de
grupos ¿raros?, acerca de los que mucha gente se enteraba de su
existencia gracias a él.
Para Miradas Desde Adentro es un honor reproducir una breve selección
de la obra poética de este compatriota, que entre sus últimos lauros
tiene haber sido galardonado en el concurso de reportajes de la
revista Hypermedia Magazine.

(Variación sobre un tema de Superville)

Delante de ti se levanta un espacio
que se anticipa y esconde
privando de luz algunos grabados
que tu memoria evoca o reconstruye.

Los miras sabiendo que no hay nada
te resistes a ignorarlos sin embargo
suponiendo que eso sirva de algo.

La madrugada desciende hasta la mañana
con la serena claridad de una madre
que asiste a la graduación de su hijo mayor.
Y tú tiemblas ante la voz
que huye al acercarse el día.

Mi vecino

Mi vecino deja crecer la hierba de su jardín mientras se preocupa por
la altura de la mía. Cada mañana, con la puntualidad de un guardavía
berlinés afila las cuchillas de su podadora, virgen siempre y
reluciente al pie de la maleza.
Y así todos los días.
Entre la hierba de mi vergel y la del suyo no hay ninguna diferencia.
Pero la otra al lado crece en paz. Sin reproches.

Vitrales en Venecia. Periscopio

Al salir de la Plaza San Marco se sube por la Mercerie
hasta cruzar un puente pequeño.
De allí hasta Campo San Salvador
donde está la Scuola Grande San Teodoro, los vitrales expuestos
de Marc Chagall, son dos pasos, bien atento siempre
al rumbo, a los vicoli que un segundo
te envían a otra dimensión. No hay anuncios,
nadie da voces; uno debe guiarse con la seguridad
del que asiste a un entierro; sólo hay un trayecto y una vía para el regreso.
Pero dentro no están ni el vivo ni el color
que esperaba. Solo cristales. Proyectos de cristales;
peor.
Salgo. Acostado sobre el cemento de una escalera
que nadie sube, mi gorra azul de intersticios
sobre los ojos, mi gorra de almirante
fracciona el sol
en tantos pedazos como lo permite la amplitud del ojo.

Entonces veo el color. La combinación y el secreto.
Aquí me voy s quedar. Intentaré conservarlos hasta tanto
mis amigos, aún en San Teodoro, me lo permitan.

Fosfenos

Comienza a escapar las cosas que ya no puedo detener.
Golpes o caricias, da lo mismo: sombras en una estancia vacía. La
tonta prisa de los
otros comienza a ser mi prisa regresiva.

Cada vez es más difícil evitar los espejos, los rostros conocidos como
calendarios
Furiosos.

Los hijos pródigos que ahora regresa se empeñan en hacerte entender la
refracción
en los charcos de los parques públicos, en la soledad de las vidrieras
donde solo
contemplo la cara ya palpada —presiones sobre el globo ocular, excitación de la
retina—, cómplice del sueño que de un tiempo a esta parte se repite tercamente.

Debajo de mí existe otra dimensión donde fumarse un cigarro puede ser
la tarea de
todo un día. Es decir, el tedioso misterio de amanecer con la misma
ventana se vuelve
ahora un viaje sin confines… tiempo como azar o destino como elección:
yo intento
hacerme sustancial como un parte de guardia.

La tristeza de los niños se parece a la de los animales. La misma
tristeza de todas las vidas involuntarias.

De pequeño aplastaba la nariz contra los cristales como todos los niños. Ahora
mantengo cierta dignidad y una distancia. Pero sigo deseando lo mismo.

Mi madre fue una mujer joven hasta que se casó el último de sus hijos.
Luego se resignó a ser la abuela de sus nietos, que ya para entonces
hacían preguntas inquietantes. La noche anterior a la boda de mi
hermano hice una llamada, de larga distancia, hasta mi casa junto al
mar. Se resignó a que no fuera. Dijo noooooooh, que no me preocupara,
podía quedarme pues de todas formas nada sucedería; solo la formalidad
del acontecimiento, así llamado con el único propósito de que no
pasara como un día más, sin pastel de ceremonia, sin nada de beber,
sin nada realmente. Solo el desatino de un fotógrafo, pues si no
estaba toda la familia, “¿para qué las fotos?” Mi madre a todo
respondía: no importa, no importa, despejando sus dedos, regalando los
anillos. Tuvo cuatro hijos varones porque la hembra no llegaba; luego
la excusa simple: “es más divertida la mesa poblada”. Con seguridad,
ella seguirá yendo a nadar al fondo de casa. Mis hermanos y yo
sabemos. Tal vez alguno camine por la arena, vagando en el patio, y
recogerá las algas. Tal vez no.

Bonsai

Imagínate que eres un estanque
con peces que nadan hacia atrás
ignorando el alcance del ojo;
suponte en la rama de un ciruelo
alegrando diminuta la terraza
de alguien que no floreció;
mírate tendida en una nube
pronta a asumir la figura caprichosa
que instiga un viento autoritario.

Entonces sueña que una vez soñaste
ser un pez, un árbol o una forma indefinida:
he ahí tu contento.

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