Otro aporte de Rosa Ileana Boudet al teatro cubano
Hace rato que la teatróloga, crítica y narradora Rosa Ileana Boudet ha inscrito su nombre en la nómina de figuras que con su quehacer mucho le han aportado a lo más auténtico de la cultura cubana de todos los tiempos. Entre sus numerosas responsabilidades en el pasado habría que decir que fue fundadora de la revista Tablas, así como directora de la publicación Conjunto y del Departamento de Teatro de la Casa de las Américas. Como cuentista, relatos suyos han sido incluidos en compilaciones como Estatuas de sal (Ediciones unión; La Habana, Cuba; 1996) o Cuentistas cubanas contemporáneas (Editorial Biblioteca de Textos Universitarios; Salta, Argentina; 2000).
Entre sus libros pueden mencionarse Alánimo, Alánimo (1977), El vaquerito (1983), Teatro nuevo, una respuesta (1983), Este único reino(1988), Potosí 11, dirección equivocada (2000), Teatro cubano: relectura cómplice (2010), Luisa Martínez Casado en el paraíso (2011) y Cuba entre cómicos: Candamo, Covarrubias y Prieto (2015). Pero si todo eso fuera poco, hay que señalar además que es la madre de una de las principales actrices de nuestro país de los ochenta hacia acá, la archi conocida Broselianda Hernández.
El más reciente trabajo investigativo de Rosa Ileana Boudet es una obra descomunal por el esfuerzo que debe haber implicado para ella el llevarla a cabo, me refiero al libro titulado El Teatro Alhambra contado por un conde. En dos tomos, el primero de 391 páginas y el segundo de 393, esta estudiosa del devenir del arte dramático cubano recupera del pasado las crónicas teatrales escritas por Aniceto Valdivia y Sisay de Andrade (1857-1927), bajo el seudónimo Conde Kostia (personaje de la novela de Victor Cherbuliez). En el primer tomo aparecen además crónicas de Francisco Calderón (Santi-Báñez) y varios ensayos y anotaciones de la propia Rosa Ileana.
Es interesante acotar que la mayoría de estas crónicas fueron publicadas de inicio en el periódico La lucha Y tratan acerca de obras presentadas en el teatro de variedades Alhambra, así como algunas del Payret, Lara, Tacón, Albisu y Politeama.
Para los más jóvenes hay que decir que el Teatro Alhambra estaba situado en la esquina de las calles Consulado y Virtudes, a una cuadra del céntrico Paseo del Prado, en lo que hoy es el barrio Colón en Centro Habana. Inaugurado el 13 de septiembre de 1890, cerró definitivamente sus puertas el 18 de febrero de 1935, después de casi cincuenta años de éxitos de público y taquilla. Con posterioridad a enero de 1959, en el sitio funcionó la sede del Teatro Musical hasta que, entrados los noventa del anterior siglo, la desidia, el desinterés y la abulia de los responsables en darle mantenimiento constructivo a la instalación hicieron que un lugar de tanta historia se convirtiese en ruinas.
Según se ha calculado, en el Teatro Alhambra, durante sus 45 años de funcionamiento, se escenificaron Entre 2.500 y 4.000 obras originales. La primera de las crónicas recuperadas por Rosa Ileana Boudet está fechada el 15 de septiembre de 1890, dos días después de inaugurarse el teatro. En los dos volúmenes aparecen en total más de 300 crónicas
Además de lo que pudiera considerarse como el eje que vertebra en su conjunto la compilación, es decir, el Alhambra, sus actores, músicos y dramaturgos, podemos leer en ambos tomos alusiones a acontecimientos relacionados con el mundo artístico y teatral de la época.
Igualmente, en el libro se comentan acontecimientos destacados ocurridos en esas convulsas décadas. Por ejemplo, la guerra España-Cuba-Estados Unidos y el hundimiento del Maine en la bahía de La Habana el 15 de febrero de 1898. Cuando se lee toda la información recogida en estos dos volúmenes, hay que sorprenderse ante la gran cantidad de obras llevadas a escena en el Teatro Alhambra. La misma sensación me asalta al pensar en la fecundidad de los autores que trabajaban para dicho escenario. Entre los más prolíficos, el binomio Villoch-Mauri (Federico Villoch, libretista y Manuel Mauri y su hermano José, compositores) y el renombrado músico Jorge Anckermann.
El segundo tomo, con material comprendido en el periodo 1909-1935, incluye crónicas tanto del Conde Kostia, como de Max Henríquez Ureña y precisas anotaciones y ensayos de Rosa Ileana Boudet. Para los investigadores, resulta de suma utilidad el hecho de que se citen En orden cronológico las obras presentadas en el Alhambra en esos años, así como la idea de poner una sección «De la A a la Z» a manera de glosario de personas, palabras y frases relacionadas con el mundo teatral. En el sentido de beneficio para posibles estudiosos interesados en el tema, vale destacar que en este trabajo también se alude a algunas de las personalidades que asistieron como espectadores al teatro: Federico García Lorca, Harold Hart Crane, Waldo Frank, Ruth Page, Vicente Blasco Ibáñez, entre otras.
Finalmente, ante algo como lo recogido en El Teatro Alhambra contado por un conde, Vol. 1 y 2 (Ediciones de La Flecha, 2020, Santa Mónica, California), solo queda felicitar a Rosa Ileana Boudet, a sabiendas de que tiene que haber dedicado muchísimas horas para investigar, transcribir y comentar el conjunto de textos retomados por ella del pasado, notable aporte a la memoria del teatro en nuestro país y puente de partida para que otras personas continúen semejante imprescindible labor.