Allen Ginsberg: El otro flautista de Hamelyn

Allen Ginsberg: El otro flautista de Hamelyn

Nunca he podido explicarme las razones exactas del porqué la inmensa mayoría de los poetas cubanos de los que he escuchado en lecturas públicas o a través de grabaciones, por lo general son tan malos decidores de sus propios textos. Quizás por ello, entre nosotros resultan en extremo escasos los recitales de poesía, con lo cual a los interesados se nos priva de la oportunidad inigualable de disfrutar el acto poético a viva voz. Así, se desaprovechan las enormes posibilidades del género en su primigenia y tantas veces descuidada vertiente oral. Todo lo anterior me venía a la mente mientras me deleitaba escuchando un disco pirata, registrado en noviembre de 1993 durante una presentación en el círculo de Bellas Artes de Madrid de ese grande de la poesía contemporánea nombrado Allen Ginsberg.

En la grabación, quien en los años sesenta se convirtiera en el gurú poético del mundo hippy, va desgranando tanto su obra propia como la ajena, amparado en una concepción de la poesía en escena que busca experimentar con todas y cada una de las raíces que le son consustanciales. Textos de inmortales como Whitman, Pound y Willians se alternan con poemas suyos, recitados en ocasiones, cantados en otras, que repasan su biografía personal, intelectual y moral: relativos a la homosexualidad, las drogas, el budismo y su simbología, o la muerte de su padre. No podía faltar, claro está, su célebre creación: «Howl» («Aullido»), devenido un clásico de la poesía en la segunda mitad del siglo XX.

Con unos cuantos años de atraso, me enteré de que a Allen Ginsberg, que no era tan viejo y ni siquiera bebía pues como miembro de la generación «Beat» fumaba en vez de inspirarse con alcohol, le falló el hígado y se murió en 1997. Hace cinco décadas falló su apuesta de liberación, ¿o no del todo? Para intentar responder a dicha interrogante habría que meditar hasta qué punto la filosofía revolucionaria del movimiento hippy cambió las cosas del mundo de entonces acá, no obstante al hecho cierto de que la contracultura terminase siendo desmontada o, mejor dicho, asimilada por la complacencia de la sociedad de consumo.

El hombre que quiso conducir a los hippies a través del mar verde del dinero hacia el jardín de las flores en la tierra prometida, que -al decir de otro grande, William Blake- es ésta cuando los ojos se han limpiado (a fin de cuentas, en primera y última instancia la libertad es una mirada cambiada), no pudo negarse a montar en el carro de fuego que le llevaría al Empíreo con su querido Blake. Ambos pretendieron abrir las puertas de la percepción al percatarse de que en nuestro tiempo necesitamos pasar más allá de la razón para no caer en la locura o el fanatismo, sino en la imaginación y la espiritualidad. ¿Acaso no es ésa la tarea del poeta?

Hasta el instante último a su desaparición física, Allen Ginsberg se mantuvo aferrado a la utopía de querer cambiar el mundo mediante el arte; fue un poeta de los de antes y un profeta de los de ahora, mirando al pasado más que al futuro. Al anunciar un nuevo mundo y denunciar el viejo por medio de una acre crítica del maldito sueño americano, colocó el dedo en la llaga del «american way of life» con su grito «Howl»: «Moloch por cuyas venas corre dinero». ¿Qué otra cosa es la insensata, insaciable e impresentable sociedad de consumo? Ah, sí, es el progreso, la ilustración, la razón, el positivismo lógico, para llegar a Moloch. Tanto Ginsberg como otros «Beats» entre los que cabría mencionar a Jack Kerouac, Lawrence Ferlinghetti, William S. Burroughs, Neal Cassidy, Snyder y Corso, a su modo hicieron suya la idea de Tristan Tzara de convertir el arte en juego y asumir que escandalizar, transgredir, hacer que quienes le amargan la vida a los demás eructen de asco o de terror es un modo litúrgico de la categoría estética.

Se comprenderá, pues, que en una sociedad harto conservadora y tan pacata como la estadounidense, el canto de Allen a la marihuana y el peyote provocó el secuestro de una buena parte de los ejemplares del libro por la policía y un juicio por obscenidad contra el editor, Lawrence Ferlinghetti. Desde su publicación en 1956, «Howl» se convirtió en un grito de guerra, primero para los pioneros inconformistas de los años cincuenta y luego para la muchedumbre de contestatarios de los sesenta. El torbellino de personajes y movimientos contestatarios de las últimas cinco décadas pasa una y otra vez por el «Aullido», desde Bob Dylan, Joan Baez, John Lennon y Yoko Ono, hasta Jim Morrison y Paul Simon.

«Howl» representó el desafío de la generación «Beat», de la misma forma que en 1958 la novela de Jack Kerouac On the road (En la carretera) plasmaría en letra sus ansiedades y su actitud existencial. Según Levi Asher, admirador y biógrafo del poeta, fue precisamente Ginsberg, que por entonces mantenía una relación íntima con Neal Cassidy y viajaba desde Nueva York a San Francisco para visitarle, quien puso de moda el tipo de viajes a través del país que inspiraron On the road. Apunta Asher que la chispa creativa de Ginsberg-Kerouac había saltado unos años antes en la Universidad de Columbia, donde ambos eran compañeros de sueños, sexo, poesía y algunos robos junto con otros personajes únicos como Burroughs y Cassidy.

El joven estudiante de Derecho acabaría apasionándose con las letras y con la experimentación de benzedrina y los bares «gay» de Greenwich Village, donde años después se desatarían los disturbios de Stonewell. Allen Ginsberg había nacido el tres de junio de 1926 en la ciudad de Newark, al otro lado del río Hudson. En opinión de su biógrafo, «el temperamento de Allen se quedaría a medio camino entre el del padre y el de la madre: él, poeta, profesor de escuela y socialista judío-moderado; ella, una comunista radical y una pionera del nudismo.» Durante los primeros años de vida Allen Ginsberg fue un tipo bastante cuerdo, diríase que convencional. El deslumbramiento por la poesía le llegó a través de los versos de Walt Whitman. Su pasión por lo chocante como estilo de vida no se desataría hasta un momento decisivo del verano de 1948. La leyenda cuenta que se encontraba en un apartamento ubicado en Harlem y mientras leía un poema de William Blake titulado «Nurse’s song», de repente, tuvo la visión enloquecida de que se le aparecía el poeta y le señalaba un rumbo en la vida.

Ya entrada la década de los cincuenta emprendió un tratamiento de psicoanálisis con el propósito de intentar asumir una conducta heterosexual pero todo resultó en vano y su psiquiatra, Carl Solomon, al comprender que no había nada que hacer en tal sentido, fue quien le facilitó los contactos con el grupo de poetas que desataría el ir y venir de Ginsberg a San Francisco donde, a los treinta años, publicaría su primer libro: Howl and other poems. Aquel manifiesto poético encendió lo que los estudiosos del quehacer artístico literario norteamericano de las últimas décadas han calificado como un renacimiento cultural de la segunda ciudad californiana en importancia y le proporcionó a Allen una celebridad tumultuosa pero al propio tiempo cercana y callejera.

A partir de entonces, su biografía y su creatividad serían un continuo hervidero y una montaña rusa de emociones. La vida de quien fuera un poeta coherente y una conciencia anarquista hasta el instante mismo de su muerte, se convirtió en un torbellino de lecturas poéticas en universidades, manifestaciones y encarcelamientos por oponerse a la guerra de Vietnam. Se sucedían uno tras otro largos viajes por el mundo para ofrecer charlas y recitales de poesía bohemia. Todo ello iría intercalado con nuevos libros de poemas y encuentros con las luminarias de la contracultura como el mítico Tim Leary, con quien participaría en la popularización del LSD. Al producirse por doquier los estallidos sociales de 1968, Ginsberg vivió días de gloria, reconocido como uno de los precursores, en virtud de su trabajo incesante como flautista de Hamelyn de la juventud que llevó al jardín de las flores y de la hierba.

Y es que con la obra de Allen Ginsberg, como parte de la generación «Beat», cabe hablarse de una poesía de protesta o de denuncia. Incluso, al grupo de poetas encabezados por él pudiera catalogárseles como escritores sociales enfurecidos, que hicieron de su poesía un acto de protesta social. No ha de olvidarse que Ginsberg, quien por cierto visitara Cuba en enero de 1965 a propósito del Premio Casa de las Américas, había proclamado la auto-expresión desnuda y la composición espontánea, para escribir contra un sistema social persecutorio y frente a los ideales literarios de la impersonalidad.

Como muchos de sus colegas de credo, a inicios de los setenta, Allen fue a buscar espiritualidad a la India y se adhirió a las filas de los devotos del yoga y del budismo zen, guiado por la sapiencia del gurú tibetano Chogyam Trungpa Rinpoche, el mismo célebre personaje que sería el promotor del mundialmente afamado Instituto Naropa, al pie de las Montañas Rocosas, en Boulder, Colorado, una de las contadas entidades académicas donde el poeta ejerciera labor docente. No obstante a dicha conversión, su sentido de la provocación se mantuvo indómito y persistió en la delación del mito de la razón que produce monstruos. Por eso, en los ochenta y noventa, junto a seguir escribiendo y publicando libros, continuó colaborando en revistas contestatarias como The Marihuana Review o Rolling Stones y participando en todo tipo de encuentros literarios del mundillo «underground».

Hoy, a varios años de la muerte del poeta profeta que nunca escondió su homosexualidad (siempre comentó que su sueño recurrente era que un sinfín de falos le seguían): ¿qué quedará de él? ¿Será a lo mejor la «New Age»? Puede que sí, o… tal vez no. ¡Vaya uno a saber! Lo único cierto es que, escándalos aparte, aquí nos quedan unos poemas dignos de figurar en cualquier antología de nuestro tiempo. Además, cuando se eche mano de la tópica consideración que sitúa a Ginsberg como uno de los miembros más sobresalientes de la contracultura americana, a la par deberá atenderse a su conocimiento profundo de la historia de la poesía, así como a las enseñanzas de los maestros estadounidenses que le precedieron, para continuar en una línea de creación que resulta tradicional en el devenir del discurso poético norteamericano. Una escuela donde la oralidad de la poesía y la relevancia de su puesta en público a través de la voz han tenido, a pesar de los vaivenes de la moda, una importancia esencial. Sí, es cierto: Moloch sigue ahí, pero también los poemas de Allen Ginsberg, y quienes limpiaron las puertas de la percepción ya están en otro mundo porque «on a clear day, you may see forever». Poeta del alucine hermoso, buscador de los intríngulis de la mente libre, individuo flipado, visionario, turbador y lúdrico… Sencillamente: un clásico.

Bibliografía esencial Allen Ginsberg

Howl and other poems (1956)

Kaddish and other poems (1960)

Empty mirror (1960)

Sandwiches de realidad (1963)

The change (1963)

Yage letters, en colaboración con William Burroughs (1963)

Poems of these states (1965-1971)

T.V. baby poems (1967)

Airplane dreams (1968)

Planet news (1969)

Indian journals (1970)

The fall of America (1973)

The vision of the remember (1974)

Journals (1977)

De la fama y la muerte (1977)

Mortaja blanca (1987)

Mind breaths

Cosmopolitan greetings

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